Alberto, papá ha tenido un accidente conduciendo. No va a volver a casa
Estas palabras tuvo que afrontar Alberto Ascari con solo siete años de edad, tras la muerte de su padre, Antonio, uno de los grandes pilotos de la década de los años veinte. Ascari padre lideraba el Gran Premio de Francia de 1925 que sirvió para estrenar el entonces novísimo Autodrome de Montlhéry, cuando en la vigésimo tercera vuelta perdió el control de su Alfa Romeo en una curva de izquierdas, a unos 180 kilómetros por hora, estrellándose contra la valla de madera que limitaba el circuito, de la cual arrancó casi cien metros dada la brutalidad de su inercia, y el coche finalmente volcó en una acequia. Antonio Ascari murió camino del hospital. Contaba entonces treinta y siete años y dejaba dos hijos y una viuda.
Alberto heredó muchas cosas de su padre. Entre ellas se contaban una complexión robusta —de ahí que se ganara el apodo de Ciccio—, una gran tenacidad, una desmedida pasión por los deportes de motor así como un talento extraordinario para practicarlos, y la desdicha.
Su habilidad al volante y su carácter afable lo convirtieron en una celebridad en Italia. Siempre dispuesto para la sonrisa, modesto y caballeroso, era una de las figuras más queridas de la competición. Su característica figura rechoncha contrasta con los atléticos cuerpos de los pilotos actuales, evidenciando el abismo de sesenta años que separa nuestro mundo de aquel al que pertenecían Ascari y los demás locos suicidas con los que compartió circuito, rivalidad y a menudo amistad.
Alberto siempre supo que quería competir al más alto nivel del automovilismo, y nada ni nadie pudo disuadirlo. En Italia, cuando se cumplía el primer tercio de siglo XX, los jóvenes solían introducirse en el mundo del motor a través de las motocicletas, y así lo hizo Alberto a partir de 1936, cuando contaba apenas dieciocho años, cosechando un buen puñado de victorias conduciendo en distintas disciplinas y con distintas motocicletas, entre ellas las míticas Gilera o Bianchi.
En 1940 se le presentó la oportunidad de conducir un Ferrari (el primero, de hecho), de las manos del mismísimo Enzo Ferrari. Tras pasar gran parte de su vida como mecánico, diseñador y piloto en Alfa Romeo, Enzo decidió crear su propia escudería. Así, construyó dos coches para participar en la Mille Miglia (mil millas, carrera así llamada porque en su primera edición recorría el equivalente a mil millas romanas, esto es, unos 1.500 kilómetros). Ferrari había sido amigo y compañero de Ascari padre, y quiso que fuera el hijo el que condujera su primera creación. Además, Enzo tenía buen ojo para los pilotos y enseguida adivinó las virtudes al volante del chaval. Ciccio arrancó fuerte, pero un error mecánico lo apeó de la carrera al poco de empezar, cuando rodaba en el grupo de cabeza.
Unos años de estancamiento en su carrera se sumaron a la guerra, que erradicó durante su transcurso las distintas competiciones deportivas, y no fue hasta 1947 que volvió a competir, y ese mismo año consiguió su primera victoria, en el Gran Premio de Módena y al volante de un Maserati de dos litros. Alfa Romeo, la escudería en la que triunfó su padre, le ofreció un puesto como piloto para el Gran Premio de Francia de 1948, terminando tercero. Pero sería Enzo Ferrari el que se haría finalmente con el talento lombardo, y juntos ganarían tres carreras en 1949.
En 1950 nació el Campeonato del Mundo de Fórmula 1 y Ferrari se inscribió, siendo a fecha de hoy la única escudería que perdura de aquellas que formaron parte de esa primera edición. El talento de Enzo así como el de Alberto resultaron indudables, pero nada pudieron hacer frente a la genialidad de los coches de Alfa Romeo, una escudería que contaba con un presupuesto ínfimo pero se las apañaba para construir excelentes bólidos con piezas sacadas de lugares inverosímiles, como restos de maquinaria de la primera guerra mundial. Ese año, los tres primeros clasificados serían tres pilotos de la escudería milanesa: Giuseppe Farina se alzó campeón, por delante de un tal Juan Manuel Fangio y de Luigi Fagioli. Alberto Ascari consiguió colarse hasta la quinta posición.
El año siguiente sería mejor, gracias al poderoso Ferrari 500, un monoplaza de cuatro litros y medio que ha pasado a la historia como uno de los coches más dominantes de la competición, y que supuso el fin de la supremacía de Alfa Romeo. Solo una fuerza sobrenatural podría interponerse entre Ferrari y el título, y esa fuerza se apedillaba Fangio. Con un coche inferior, el brillante argentino logró ganar tres Grandes Premios y alzarse con el título con solo cuatro puntos de ventaja sobre Ascari, del que posteriormente diría que fue su rival más duro —y el Chueco tuvo unos cuantos rivales duros—.
En 1952, Alfa Romeo abandonó la Formula 1 al no poder reunir fondos como para presentar un coche que se ajustara a las nuevas especificaciones técnicas de la competición. También Fangio estuvo ausente ese año, con lo cual Ferrari tendría vía libre hacia la victoria. Ascari se perdió la primera carrera y abandonó en la segunda, pero en adelante ganaría todos los Grandes Premios restantes, seis carreras en las que demostró una aplastante superioridad. Ese año lograría una serie de marcas que nadie ha podido igualar hasta la fecha, siendo la más impresionante de ellas el mayor porcentaje de victorias en una temporada, un brutal 75%.
Tampoco existió rival alguno el año siguiente, en el que Ascari ganó cinco de los ochos Grandes Premios en los que participó, ganando el segundo campeonato del mundo consecutivo. Rompió lazos entonces con Ferrari y firmó con Lancia para correr en 1954. Esto supuso el fin de sus días dorados, puesto que Lancia no tuvo un coche listo para competir ese año, y al año siguiente Alberto no logró terminar ninguna de las dos carreras en las que participó.
La última de ellas fue en Mónaco, el mismo escenario que le vio debutar en Formula 1 cinco años atrás. Ascari era una persona altamente supersticiosa, y siempre quería correr con su viejo casco azul. No obstante, en Mónaco se le rompió una de las cintas de sujeción, tuvo que mandarlo a arreglar y se vio en la obligación de correr con un casco prestado. En el último tramo de la carrera perdió el control del coche en la zona del puerto, aproximadamente a la altura de donde ahora está la chicane que sigue al túnel. La única protección que separaba los coches del mar eran unas balas de paja, que por supuesto no bastaron para detener el desbocado Lancia, que terminó hundiéndose en el Mediterráneo con su aturdido conductor dentro. Una imagen sin precedentes que jamás olvidarían los presentes.
Quiso la muerte darle a Alberto una segunda oportunidad. Pudo zafarse, salir del monoplaza que terminó en el fondo del puerto de Mónaco, y salió a la superficie. Tembloroso y asustado, pero solo con unas magulladuras y la nariz rota, pudo subir a una de las lanchas que acudieron a socorrerlo.
Los médicos le aconsejaron reposo absoluto, pero no era Ciccio un hombre que pudiera pasar mucho tiempo alejado del olor a neumáticos, grasa y gasolina. Se acercó al circuito de Monza solo cinco días más tarde de su accidente, para ver a su amigo Eugenio Castelloti probar el Ferrari 750, un precioso deportivo diseñado para pruebas de resistencia. Aunque era casi la una y Alberto había quedado con su mujer, Mietta, para comer, quiso antes probar el coche. Al no tener pensado conducir ese día, no había traído su casco azul, de modo que se subió al Ferrari sin él. Tampoco tenía pensado forzar; serían dos o tres vueltas para tomar contacto con el bólido. Ese hombre, que decía que no quería que sus hijos se encariñaran mucho con él porque algún día podría no volver a casa, perdió el control del coche en la Curva di Vialone, una curva de izquierdas abierta que posteriormente sería remodelada y hoy día en su lugar se encuentra la chicane que lleva el nombre del mejor piloto italiano de la historia: Variante Ascari. La causa del accidente sigue sin conocerse a fecha de hoy.
Esa tarde, Mietta tuvo que decirle a su hijo algo que conectaba de un modo cruel y macabro con el pasado de su marido, en una reiteración de la tragedia de la familia Ascari. Del padre, Antonio, y el hijo, Alberto, dos de los mayores talentos automovilísticos de sus respectivas épocas, que ganaron cada uno trece Grandes Premios, que murieron ambos a los treinta y siete años, un día veintiséis, tras un accidente en una curva de izquierdas, dejando una viuda y dos hijos.
Entre lágrimas, la madre pronunció un dejà vu desolador en dos frases:
Antonio, papá ha tenido un accidente conduciendo. No va a volver a casa.
Competición en estado puro, no como ahora con tanta aerodinámica y motorcitos eléctricos y compuestos exóticos de neumáticos.
Creo que cada época ha tenido sus particularidades, antes era más rudimentario en comparación con la sofisticación que hay hoy en día, pero dentro de 40 años parecerá que lo actual es primitivo.
El tiempo hace que el pasado (casi) siempre parezca mejor de lo que en realidad fue.
Tragedia, épica, pasión, romanticismo… Ferrari, Monza y Ascari. Ópera y buen yantar…
Esto sí que da para una buena peli, y no tanto refrito de jólibud…
Por cierto, ¿alguien sabe que pasa con la peli de Ferrari con Robert de Niro? ¿Sigue adelante…?
Eugenio Castellotti fue un hdp, un Inmoral. Traicionó a Ascari y provocó su muerte.
Es una pena que nadie haya castigado a Castellotti por su cobarde acción.
Castellotti es el principal responsable de la muerte de Ciccio y nunca fue castigado por eso. Después Eugenio se quejaba que no le daban el mejor auto, cuando Asesinó a su Maestro en Lancia.