La tela marrón ha resistido el paso del tiempo. Vista ahora, medio siglo más tarde, decorada con letras de colores y lazos en los bordes, pareciera una carpeta pensada para el trabajo de fin de curso de un niño de primaria. En realidad, sirvió de continente a un centenar de obras de arte, algunas con la firma de Antoni Tàpies o Joan Miró, que fueron destinadas al homenaje que la Asociación Cultural Franco-Española rindió a Rafael Alberti, por entonces estandarte de los literatos exiliados.
El poeta del Puerto de Santa María había regresado recientemente a Europa tras su etapa en Argentina. Allí arribó en 1940 y, según sus propias palabras, al principio ni él ni María Teresa León querían comprar siquiera una silla, convencidos de que la estancia sería corta. Sin embargo, duró más de dos décadas. En 1963 llegaron a Roma, donde residieron en el número 20 de la Via di Monserrato. Por allí desfilaba lo mejor de cada casa: Pier Paolo Pasolini, Salvatore Quasimodo, Renato Guttuso, Federico Fellini o Vittorio Gassman, entre muchos otros. Más tarde, utilizó el importe del Premio Lenin de la Paz para adquirir una casa en Via Garibaldi, en pleno Trastévere. Este acercamiento geográfico de Alberti propició que los comunistas europeos lo convirtieran en un referente, al igual que el PCE, que veía en su indiscutible dimensión internacional la oportunidad perfecta para denunciar la dictadura.
La cita fue el 8 de junio de 1966. El lugar escogido, la parisina casa de la Mutualité. A la cabeza Jean Cassou, presidente de la asociación. Suyo fue uno de los discursos de apertura, completados por otro hispanista francés, Marcel Bataillon, y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que apenas unos meses más tarde recibiría el Nobel de Literatura. Entre el público, numerosos representantes culturales. Fernando Arrabal, que residía en París y acudió con una de sus estrafalarias vestimentas, Alfonso Sastre, que también tomó la palabra, o un treintañero Paco Ibáñez, que musicó versos del portuense.
La lista completa de intelectuales adheridos es irreproducible. Sirvan como pequeña muestra Vicente Aleixandre, Miguel Delibes, Ana María Matute, Gabriel Celaya, Enrique Tierno Galván, Camilo José Cela, Marcos Ana, Gerardo Diego, Antonio Buero Vallejo, Susana March, José María Pemán, Luis Buñuel, Fernando Quiñones, Caballero Bonald, Juan Antonio Bardem o Ángel González. Pablo Picasso envió un ramo de flores. Además, se sumaron diversos colectivos, como la Asociación de Mujeres Universitarias Españolas.
Como no podía ser de otra manera, Radio París dedicó una amplia cobertura. La emisora no le resultaba extraña al homenajeado, ya que allí ejerció de locutor antes de la invasión nazi, cuando aún era Radio París-Mondial. Tras la derrota del bando republicano, Rafael y María Teresa escaparon a Francia. Pablo Neruda y Delia del Carril les abrieron las puertas de su casa y, gracias a la intermediación de Picasso, ambos comenzaron a trabajar en la radio. Alberti leía el noticiario cada hora, de siete de la tarde a siete de la mañana, y en los ratos libres devoraba libros y escribía. Según narró en La arboleda perdida, «la Francia de aquellos bochornosos días había enviado a España, como embajador ante Franco, al mariscal Pétain. Al poco tiempo, le comentaron al propio mariscal que la radio francesa estaba llena de rojos españoles, algunos conocidísimos, como nosotros». No solo supuso el fin de aquella aventura radiofónica, también así concluyó su estadía en el país vecino.
Las grabaciones del acto han sido recuperadas por la Universidad de Alicante, dentro de su iniciativa Devuélveme la voz. Se trata de un proyecto que persigue la reconstrucción de la historia reciente a través del material sonoro y, en el caso de la emisora francesa, el archivo comprende desde 1958 a 1977. Es decir, mientras sonaban las voces de Julián Antonio Ramírez y Adelita del Campo, cuyas intervenciones se iniciaban con el inconfundible «Aquí Radio París». Entre tantas horas registradas hay espacio para analizar en profundidad el fenómeno migratorio español de la época o reivindicar el papel de la mujer, así como numerosas entrevistas a personajes de la cultura, y hasta al por entonces príncipe Juan Carlos.
Sin embargo, la difusión del homenaje a Alberti no quedó reducida a las ondas. Apenas un mes antes había sido aprobada la Ley de Prensa e Imprenta, impulsada por el ministro Manuel Fraga. La reforma, que únicamente afectó a los medios escritos, se enmarcó dentro del pretendido aperturismo de la dictadura, y tuvo como modificación principal la supresión de la censura previa, sustituida por la amenaza de multas y sanciones al director del periódico, responsable último de lo publicado. Así, el acto parisino fue el primero de estas características en aparecer en la prensa diaria. El Norte de Castilla tituló con «Homenaje en París a un poeta español», para pasar a glosar ampliamente la trayectoria del escritor, del que destaca su amor por España, su trascendencia literaria (recoge el éxito de sus obras en China) e incluso aprovecha la inusitada oportunidad para encumbrar la figura de Lorca. ABC, en cambio, sí introdujo el nombre completo en dos titulares. Primero, un breve para anunciar la convocatoria. Más tarde, una pequeña crónica que el lector encontró justo debajo de un texto donde Francisco Umbral se rendía al papel conciliador del vino.
Alberti subió al escenario con una chaqueta blanca, ya por entonces a juego con el color de su melena. Desprendía gratitud desde la primera frase. «Amigos de España, amigos todos que nunca habéis dejado de creer en el pueblo español, debo deciros que jamás en mi vida me ha costado tanto como esta noche emocionante que pasamos juntos encontrar la palabra precisa para daros las gracias».
Y no es para menos. Las adhesiones, las obras de arte y la calidez de los asistentes resultaron abrumadoras. También llegaron numerosos mensajes, que fueron leídos en voz alta. Sin duda, el más efusivo corrió a cargo de Dolores Ibárruri. Además de varios piropos a su obra, escribió: «Nadie podrá separar tu nombre de la resistencia española frente a la agresión de quienes ya no eran España, y hoy más que nunca no lo son, aunque aparezcan en la cúspide de la que ya resbalan. (…) Nuestro pueblo te conoce, te quiere y se enorgullece de ti. Por lo que hiciste ayer y hoy continúas, ¡gracias, Rafael Alberti!». Quién le iba a decir a la Pasionaria que, una década más tarde, descendería del brazo del poeta por la escalinata del Congreso, donde ambos contaban con escaño.
Obviamente, el acto tuvo un marcado carácter disidente. Prueba de ello fue la propia intervención del escritor, que citó uno por uno a sus compañeros fallecidos. Primero el nombre, luego la circunstancia de la defunción. Una ovación del público acompañó a Antonio Machado, Juan Ramón Jiménez, Pedro Salinas, Emilio Prados, José Moreno Villa, Manuel Altolaguirre, Pla y Beltrán, Luis Cernuda. Todos muertos en el destierro. Federico García Lorca, fusilado. Miguel Hernández, muerto en la cárcel.
La reunión también fue importante desde el punto de vista pictórico. Tanto que, cinco décadas después, el contenido de aquella vieja carpeta marrón ha visto la luz en una exposición organizada por Carmen Bustamante. De todas las obras enviadas a París, se conservan cincuenta y dos, donde aparecen firmas tan notorias como Amalia Avia, Mentor Blasco, Antonio Saura, Pablo Serrano, Sol Panera, Agustín Redondela, Cristino de Vera y José Guerrero. Los trabajos aportados desinteresadamente por los artistas plásticos fueron de lo más variopinto, ya que abarcaron desde el realismo naturalista hasta el abstracto más avanzado.
La carpeta le fue entregada a Alberti, que también consagró parte de su vida a la pintura, justo a la conclusión. Antes había presenciado un espectáculo en ambos idiomas inspirado en su obra, que se sumaba a la extensa lista de obsequios. Pero él, uno de los máximos exponentes de la generación del 27, quiso repartir el recuerdo en su discurso: «Yo sé bien que a quien vosotros habéis querido honrar esta noche es a la poesía española, que ni baja la cabeza ni se rinde. Gracias por haberlo hecho a través de mi nombre».