Traducción simultánea: Jan Hendrik Opdenhoff
«El periodista indeseable», «el periodista de las mil caras», no faltan frases hechas para referirse a Günter Wallraff (Burscheid, Alemania, 1942) uno de los periodistas más populares de Alemania, cuyas tácticas de investigación, disfrazarse para obtener la información de incógnito, han dado lugar a un verbo en su país, wallraffear, para referirse a sus métodos, y a una sentencia del Tribunal Constitucional que avala sus actuaciones si revelan sucesos de interés público. Su visita al Tres Festival, voces del Mediterráneo, organizado por la Fundación Tres Culturas en Granada, sirve de ocasión para profundizar en su trepidante trayectoria y para reflexionar sobre Alemania, el país más importante de la Unión Europea, donde la ultraderecha vuelve a tener apoyos y el trabajo presenta preocupantes índices de precariedad.
En la actualidad, ¿hay más o menos precariedad laboral en Alemania que cuando usted hizo sus investigaciones para Cabeza de turco?
La situación es diferente. A veces es mucho más grave que antes. Hay una escisión en la sociedad entre los que poseen, que tienen cada vez más dinero o más fortuna, y una capa social que tiene cada vez menos participación en la sociedad económicamente hablando; una capa donde la pobreza pasa de los padres a los hijos; una tercera parte de la sociedad que, desde el punto de vista estadístico, son cada vez más pobres, mientras que un diez por ciento de la sociedad, por beneficios fiscales o a través de herencias, tienen una riqueza que ya es casi como la ley natural. Un diez por ciento tiene el noventa por ciento de la riqueza total. Y no es mi opinión, lo dijo la ministra de Asuntos Sociales.
Las condiciones laborales de los que trabajan a tiempo parcial son cada vez peores. Se despide cada vez más. La persona cada vez es más un factor económico únicamente. Te encuentras con que en negocios como Amazon el número de empleados que causan baja por enfermedad es extremadamente alto. Cambian la mitad de la plantilla cada año. Y esto no solo pasa en Alemania, es un problema internacional. El que inventó todo este sistema, Jeff Bezos, el hombre más rico del mundo, tiene ideas megalómanas, quiere viajar a Marte, crear un negocio de turismo espacial… Esta es la clase de gente que nos domina, que domina nuestra vida.
¿A qué se debe el actual ascenso de la ultraderecha en Alemania, tiene que ver con esta precariedad laboral?
Durante mucho tiempo lo pensé, pero ahora creo que no es así. Le he dado muchas vueltas. Solo un tercio de los votantes de AfD son de un ámbito precario. Son más bien de las capas medias los que les apoyan. Autónomos, gente con pequeñas empresas… Por eso creo que hay otras razones que impulsan este movimiento. El problema de fondo está en que los otros partidos democráticos han fracasado tratando el tema de la islamización, el islam político. Son partidos a los que yo he apoyado, he votado a los verdes, a los socialdemócratas y a la izquierda.
En nombre del islam se han querido alcanzar parcelas de poder. En las escuelas hay islamización. En las escuelas a las que van inmigrantes hay mucho antisemitismo, posiciones en contra de los derechos de la mujer, homofobia. A los niños que vienen de familias turcas abiertas, se les reprime. Hay incluso violencia contra ellos. Muchos partidos no han tenido en cuenta ese tema. Ahora lo están haciendo poco a poco, pero mientras tanto, la extrema derecha ha creado odio, no intenta solucionar el problema. Quieren crear un enemigo. Trabajan con el resentimiento, el núcleo de este partido son verdaderos nazis. Es un gran problema el que tenemos en Alemania.
Su padre fue emigrante en España, en Hospitalet de Llobregat, entre los años 32 y 36.
Sí, mi padre fue Gastarbeiter en Hospitalet. Conoció a una española, Rosario Burguillo de la Cruz, y fue su gran amor. Los dos se volvieron a Alemania en el 36, pero ella no se adaptó al clima y murió de una enfermedad pulmonar. Mi padre era muy cercano a la cultura española, los españoles se pensaban que era español y a mi padre le gustaba exagerar su españolidad. Me dejó en herencia la entrada de una corrida de toros, se sabía los nombres de los grandes toreros… Era un hombre internacionalista y claramente antifascista. Un ciudadano del mundo. En ese sentido, seguramente he heredado algo de él.
Le marcó de por vida ser ingresado de niño en un orfanato o colegio interno de la posguerra.
Mi padre trabajaba en una fábrica de la Ford, en una sección que llamaban «el infierno de la pintura» por su toxicidad. Las condiciones eran muy duras. Tenía un problema en los riñones, por muchas enfermedades que sufrió a lo largo de su vida, y lo tuvieron que ingresar. Desde ese momento, tuvo que trabajar mi madre y a mí me enviaron al orfanato. Tengo buen recuerdo de las monjas católicas que me cuidaron, eran muy amables. Normalmente se cuentan cosas muy horribles de ellas, pero yo tengo experiencias positivas. Estaban superadas por la situación, estaba todo lleno de huérfanos de la guerra.
Nunca he hecho terapia, pero para mí fue un tanto traumático el día en que entré, me quitaron todas mis cosas y me pusieron un uniforme. Lo último que te quedaba, lo que te unía con tu familia, tu vida fuera, desaparecía. Puede ser que por este motivo me haya dedicado después a hacer lo que he hecho, meterme en otro papel, hacerme pasar por otra persona, para mis investigaciones. Quizá sea uno de los motivos, no el único.
Entró en el servicio militar y acabó en el psiquiátrico.
Soy pacifista por los libros de mi padre y por un profesor de Lengua que tuve que nos pasó literatura crítica y antifascista a los alumnos. En los planes de estudio, lógicamente, no aparecía aquello. Era una especie de crimen hacer lo que hizo este profesor, porque en aquella época había silencio sobre el tema.
Quise ser objetor al servicio militar y aduje que tenía las ideas de Gandhi y Jesús. Yo no creo, pero sí estoy influenciado por el cristianismo, creo que el Nuevo Testamento, al margen de la leyenda, contiene ideas pacifistas revolucionarias. Hice este planteamiento en un ejército que todavía estaba dominado por antiguos nazis, los oficiales eran los de la II Guerra Mundial, y no podías negarte a ir tan fácilmente. No obstante, me alistaron porque entregué mi solicitud demasiado tarde.
Estuve diez meses en el ejército; diez meses en los que intentaron romper mi voluntad. A día de hoy, le tengo que dar muchas gracias al ejército alemán porque sin este periodo traumático hoy sería otra persona, seguro. Hubo gente que fracasó, a la que lograron doblegar, pero yo crecí gracias a esa experiencia. Llevé un diario, gracias al cual crecí mucho como persona, aunque al final me enviaron a un psiquiátrico, como ha dicho. Me dieron un título honorífico, decía: «Personalidad anormal, no apta ni para la guerra ni para la paz» [risas]. Al salir, dejé mi trabajo de librero y me puse a investigar, empecé a hacer lo que hago. Me fui a recorrer los diferentes asilos del país para ver en qué condiciones estaban.
Tengo que reconocer que ahora el ejército alemán está tratando este episodio de mi biografía de forma crítica. En el Museo Militar de Dresde se reflexiona sobre el pasado de la institución y se trata mi caso como algo negativo. Aunque si hubiese vivido en la RDA, con mi forma de ser, con mi valor, seguramente también hubiese terminado en el psiquiátrico, pero no me habrían sacado tan rápidamente. O estaría en prisión.
Dice que había nazis en el ejército. En España el debate sobre la herencia del franquismo está presente en la actualidad. ¿Tenemos algo que aprender de la desnazificación de Alemania?
La desnazificación de Alemania llevó décadas. Mucho tiempo. El tema se superó definitivamente porque los responsables de aquel periodo se murieron. Los nazis dominaban toda la vida social en la RFA. En la justicia, tenías jueces que habían dictado sentencias brutales durante el nazismo y, después de la guerra, eran los que daban las indemnizaciones a las víctimas. Había nazis en la industria. En la cadena de montaje se remangaban, se les veían sus tatuajes de las SS y los compañeros estaban encantados con ellos. Los tenías en el sistema médico, en la policía… A las víctimas ni se las tenía en cuenta ni se quiso tenerlas en cuenta. Se tardó muchos años en poder tratar el nazismo de forma razonable. Eso sí, cuando se hizo, fue de una manera consecuente y razonada. Al fiscal que inició el primer juicio de Auschwitz, Fritz Bauer, le costó muchísimo llevar adelante el proceso. Luego, poco a poco, el tema pasó a los colegios, a los institutos y se puede decir que hoy la desnazificación ha sido un ejemplo.
En cuanto a España, veo el asunto catalán y tengo dudas. Creo que en Europa necesitamos estar juntos. El separatismo no va de la mano con la idea europea. Por otro lado, creo que uno tiene razón cuando pide reflexionar sobre el franquismo y sobre el pasado. Y Rajoy no es la persona que fomente un diálogo o un acuerdo pacífico con vistas al futuro. Ahí veo un problema. Algunos amigos míos fueron a ver a Puigdemont y han intentado mediar en este asunto, ayudar, yo a él no lo conozco personalmente, pero creo que lo que está pasando es una tragedia.
Usted investigó a los antiguos nazis que seguían en posiciones destacadas en la sociedad de la RFA y fue acusado de colaborar con la Stasi.
Fueron intentos de socavar mi trabajo y ponerlo en tela de juicio. Sí que estuve cinco o seis años en archivos de la RDA utilizando su documentación. El primer caso fue sobre una persona con mucha influencia, Ludwig Hahn. Vivía tranquilamente, como una persona honorable, en Hamburgo y había sido un cargo importante de la Gestapo en el Gueto de Varsovia. Tres fiscales le investigaron e inmediatamente se les apartó del caso. Estaba protegido completamente por un general de la OTAN, Johannes Steinhoff.
En la RDA, a un nazi que trabajó para este hombre se le detuvo, se le juzgó y condenó a muerte. Quise conocerle, por eso viajé a la RDA. Estuve en una oficina de prensa donde parece que estaba toda la Stasi metida, no me dejaron verle y únicamente pude hablar con el fiscal y ver la documentación con fotos de ellos en el Gueto de Varsovia.
En la RFA, me hice pasar por representante de una organización que protegía a antiguos miembros de las SS, la HIAG. Me presenté en casa de Hahn y le advertí de que estaba en peligro, que le iban a arrestar, y él me dijo que no, que estaba totalmente seguro, que no corría ningún riesgo. Toda esta investigación se la entregué a Wiesenthal. A Hahn le tuvieron que juzgar y sentenciarle a cadena perpetua.
No habría ido a la RDA si en aquel momento hubiésemos tenido en la RFA un lugar con documentación para personas con un pasado nazi, pero no lo había. En Berlín Este, Moscú y Varsovia, sí. Hubo tres investigaciones para las que utilicé los archivos de la RDA: esta, una sobre armamento químico y otra sobre nazis juzgados que poco después fueron puestos en libertad. Y años más tarde se quiso desacreditar todo mi trabajo con esta acusación.
Estuve en la RDA varias veces entre el 69 y el 71 y un agente de la Stasi escribió algo sobre mí en sus documentos, ese es el origen. Pero a los que intentaron injuriarme tachándome de colaborador de la Stasi los llevé a juicio y lo gané. No se me puede decir que cooperé con esos servicios secretos. De hecho, en los archivos de la Stasi hay documentación sobre mí. Cinco o seis páginas. Dicen de mí que soy «adepto de la ciencia social católica al que no se le puede convencer de las ideas marxistas-leninistas», en otra parte, siguen, «tiene ideas anarquistas y confusas», y al final del documento se quejan de que también trabajaba con presos políticos de la RDA que habían huido al oeste. La Stasi concluía que yo debía trabajar para algún servicio secreto occidental.
De la RDA y el resto de democracias populares o dictaduras comunistas dijo que se habían aprovechado de «una izquierda tuerta», ya que ustedes, la izquierda de aquella época, lo que criticaba en las dictaduras de derechas no lo quería ver en las de izquierda.
Si vemos las cosas de forma retroactiva, siempre somos más listos. Entonces había un pensamiento de bandos. Yo formaba parte de una izquierda no dogmática, nunca he militado en ningún partido. También he dicho que los consejos comunistas en las empresas son los que mejor luchan por los derechos del trabajador, pero siempre les insistí a los trabajadores en que no podían depender del Partido Socialista de Alemania del Este.
Durante mucho tiempo hablamos de la violación de derechos humanos en los Estados socialistas. Conocíamos casos, no todos, pero sí algunos. Después ya se supo todo. Pero, es cierto, en nuestras publicaciones hablamos poco de ello. O demasiado poco. ¿Por qué? Pues porque los que dominaban los medios oficiales, todos los de la editorial Springer, eran los que justificaban el golpe en Chile, el régimen militar de Argentina, el apartheid en Sudáfrica… Nuestra perspectiva igual fue equivocada, pero pensábamos que si hablábamos mal de la RDA solo iba en beneficio de la derecha. Durante mucho tiempo tuvimos la idea vaga de que se podía llegar a un socialismo más humano. Esa fue la idea también de mi amigo, el disidente de la RDA Wolf Biermann.
Dentro de ese esquema de bandos, me invitaron a un congreso de escritores en la URSS en 1973. Pero yo, ahí, denuncié que se encerraba en psiquiátricos a los disidentes soviéticos. Ya no me invitaron nunca más [risas]. Para mí fue un alivio. Me convirtieron en enemigo en la RDA, durante mucho tiempo no sacaron libros míos allí.
Hasta Gorbachov, que para mí es uno de los filósofos de Estado más importante en estos tiempos, no se rompió ese dualismo de dos bandos. Se generó un pensamiento más abierto, más libre. Podías ser de izquierda, pero estar de acuerdo en algún aspecto con alguien de derechas. Ahí se rompió esa forma de pensar y fue una liberación. Hasta hoy en día.
¿Por qué eligió la dictadura de Grecia para plantarse allí y protestar por los presos políticos? Una protesta que, por cierto, le hizo convertirse en preso político.
Tenía amistad con trabajadores griegos, ya había hecho un reportaje sobre ellos. Se les vigilaba a través de nuestro servicio secreto, que estaba dominado por la derecha todavía en ese momento. Había un comité de solidaridad con Grecia que trabajaba con casos de presos políticos desaparecidos, no se sabía si seguían vivos o no. Viajé allí para conocer la situación de los presos y, evidentemente, me bloquearon, no hubo ninguna respuesta. Y tomé la decisión de meterme yo mismo en el papel de un preso político. ¡El papel más fácil de todas las investigaciones que he hecho! Hice testamento antes, porque nunca sabes, a algunos los mataron mientras protestaban. Me disfracé de griego, protesté, me detuvieron, me torturaron arrancándome la uña del dedo gordo y tuve que hablar. Pero durante un tiempo fui un preso político normal. Estuve en aislamiento y un tribunal militar me condenó a catorce meses. Ahora quiero hacer lo mismo en Turquía, estoy pensando cómo.
Hemos hablado de nazis, de la Stasi, de la URSS, de los coroneles griegos, pero la investigación por la que sufrió peores represalias fue la que hizo sobre el diario Bild.
Bild y la editorial Springer en aquella época dominaban la sociedad. Influían en el pensamiento de la gran mayoría de la gente. Creaban continuamente enemigos para la sociedad. Con formar parte de la izquierda ya lo eras. A cualquier político socialdemócrata un poco crítico ya lo machacaban. Sobre Bild también habló Heinrich Böll en El honor perdido de Katharina Blum. Yo les dediqué tres libros y conocí no a una, sino a varias personas que estuvieron en la misma situación que Katharina Blum y terminaron suicidándose. Gente que no pudo soportar perder la dignidad tras campañas mediáticas.
Recuerdo el caso de una mujer que se había suicidado. Los del Bild se colaron en su casa haciéndose pasar por policías, tomaron fotografías y escribieron que lo había hecho por miedo a hacer limpieza en casa antes de la llegada de la primavera. A su marido los vecinos lo ridiculizaron, sus familiares también. Ese hombre, el viudo, se suicidó inhalando los gases del tubo de escape de su coche. Escribió una carta en la que dijo sentirse como la propia Katharina Blum, que no podía superar esa humillación. Puso que en un principio quería matar al periodista de Bild, pero que no les iba a dejar a sus hijos un padre asesino. La gente con sentido del honor, o con sentido común, nunca debería comprar ese periódico.
En mis libros escribí sobre sus mentiras diarias. Las falsificaciones que hacían constantemente de toda la información. Estuvo bien, porque surgió una campaña llamada «Ya no leemos Bild», donde firmaron muchos políticos, sindicalistas y gente importante y perdieron un millón de lectores. Entonces se cebaron contra mí. Intentaron comprometer mi vida privada. Me pincharon el teléfono. Me hacían seguimientos. Pero gracias a ellos supe dónde nací, en qué hospital, que ya no existía. Lo investigaron y lo sacaron [risas].
Intentaron por medios legales impedir la publicación del libro. Pensaban que iba a ir al juzgado a rendirme, pero pagué doscientos cincuenta mil euros en abogados y di batalla. Entonces le ofrecieron a mi editorial que no publicara el libro y corrían ellos con los gastos legales que habían ocasionado. Seguí hasta la última instancia, el Tribunal Supremo de Alemania, y me dieron la razón. Esa sentencia se llama Wallraff en el derecho alemán. Dice que, si hay injusticias muy graves, las informaciones que se consiguen a través de disfraces o infiltraciones pueden publicarse. Porque prevalece el derecho del público a la información. Esto ha avalado a otros compañeros que trabajan de esta forma.
De todos modos, usted nunca ha publicado nada de la vida privada de ninguno de sus investigados por muy criminales que fuesen.
Es el ámbito privado de las personas. Me enteré una vez de cosas importantes de unos enemigos que tuve en un juicio con las que les podía haber dado un buen golpe, pero no lo hice. Creo que esa información no le interesa a nadie.
¿Logró impedir un golpe de Estado en Portugal?
Fue casualidad. Hice una visita solidaria a una cooperativa que trabajaba sus propias tierras. Todo dentro de una revolución pacífica, algo que me interesaba ideológicamente. El cantante Zeca Afonso, con el que luego fuimos muy amigos, era su símbolo, su canción desencadenó la Revolución de los Claveles. La rosa en el fusil era un símbolo que me resultaba muy cercano, cuando hice la mili, por las noches, colocaba una flor en cada fusil de mis compañeros. Este fue uno de los motivos por los que me enviaron al psiquiátrico.
En cuanto vi lo de Portugal quise colaborar. Reuní fondos para comprar tractores y fui allí a compartir la vida con ellos escribiendo mis crónicas. Iba con una compañera, Helga, que hablaba también portugués. De casualidad, por curiosidad más que nada, se me ocurrió adentrarme en el ambiente de la extrema derecha local. Fuimos a uno de sus locales, estuvimos y nos habríamos marchado sin ningún resultado de no ser porque un chico joven llevaba un pastor alemán. No me gustan mucho los perros, prefiero los gatos porque las personas educan a los perros, pero los gatos educan a las personas. Sin embargo, Helga empezó a acariciar al perro, se puso a hablar con el chico, que preguntó qué hacíamos ahí y aproveché para decirle: «Pues no somos turistas, hemos venido a ver si aquí hay valientes, gente que meta caña y haga algo en contra de lo que está pasando».
Nos fuimos metiendo poco a poco, conocimos a cada vez más personas, pasamos a escondites que tenían en la montaña y nos terminaron preguntando: «¿Quién está detrás de vosotros?». Contestamos: «Una organización que quiere ayudaros». Dije: «En nuestro caso, solo hay un político que apoya esto». No dije el nombre de Strauss, que era un político alemán que tenía contactos con fascistas de todo el mundo, pero se sobreentendió. Y resulta que Strauss tenía contactos con el general Spínola. Me preguntaron por el libro El expediente Odessa, de Frederick Forsyth, sobre un periodista que se infiltra en una organización de extrema derecha. El argumento era exactamente lo que yo estaba haciendo en ese momento. No lo conocía, eso me salvó, y me recomendaron que lo leyera, que merecía la pena.
Llegamos bastante lejos. Nos fuimos a casa y me puse a escribir. Entonces, recibí una llamada, decía que el jefe de la organización nos quería ver. Era un tal Walter, el nombre secreto de Spínola. Nos anunciaron que su líder iba a ir a Düsseldorf a hablar con nuestro jefe. Allí nos lo encontramos, iba con gafas de sol. En el hotel nos reunimos, cuando se quitó las gafas y se puso el monóculo descubrí quién era y no me lo creía.
Llamé a un buen amigo, que era diputado socialdemócrata y sabía pilotar aviones militares, para que se viniera. Tuvo miedo y se escapó [risas]. Dijo que tenía una reunión y no se atrevió a venir. Al final encontré a un amigo dispuesto, que cogió un maletín y se acercó sin saber qué iba a pasar. Cuando conversó con Spínola sobre las organizaciones que había en Portugal no sabía de lo que le estaba hablando, le tuvimos que disculpar diciendo que estaba centrado en Sudáfrica.
Les preguntamos qué acciones habían hecho hasta la fecha. Unos días después, nos mandaron una lista de todos los atentados que habían realizado. Y añadieron una lista de las armas que tenían. Todo esto lo publiqué en una rueda de prensa. Le pasé la documentación al Parlamento suizo, donde vivía el general, y a raíz de esto fue expulsado y huyó a Brasil. Se habló mucho del libro que hice en Portugal, pero se debió todo a la casualidad del perro. No tenía un plan. Es algo que pasa mucho en mi trabajo, que me meto en una historia, pero no sé cómo va a acabar.
Una curiosidad personal, cuando escribió Cabeza de turco, donde su personaje se llama Alí, ¿pensó en la película de Fassbinder Todos nos llamamos Alí que iba sobre la misma temática, sobre los inmigrantes en Alemania?
No directamente. Quizá el comportamiento que tuve como Alí sí que tuvo que ver. Pero siendo Alí fui también yo mismo. Para mí era más fácil comportarme de forma ingenua siendo él que como profesional del periodismo en una tribuna dando un discurso. De hecho, este libro enganchó mucho a los niños. Lo leían muchos chavales de quince o dieciséis años. Hace poco me llegó una carta de un turco, de una familia de inmigrantes, y me dijo que Cabeza de turco fue el primer libro que leyó en toda su vida y que le cambió para siempre, también había sido víctima del racismo y tomó la figura de ese personaje como ejemplo. Y lo trágico es que me escribió una carta llena de reproches, que estaba completamente decepcionado porque estoy trabajando a favor de disidentes políticos en Turquía, creía que Erdogan es el salvador del país. Muchos turcos, que pensaban que era uno de ellos, ahora me ven como el enemigo. Por eso me estoy concentrando tanto en Turquía.
¿Qué impacto tuvo Cabeza de turco? Había casos que superaban lo imaginable, como inmigrantes forzados a limpiar plantas nucleares sin protección.
Las medidas tardaron mucho en llegar, pero se logró mucho con este libro. Luego he publicado una edición nueva con todas las consecuencias que tuvo la obra. Cabeza de turco tuvo mucha acogida, hasta hoy en día mucha gente habla de que gracias a él sintieron solidaridad por los inmigrantes. Los trabajadores de la cuenca del Ruhr hacían colas para comprarlo.
Políticamente, el antiguo ministro de Trabajo y Asuntos Sociales de Renania del Norte-Westfalia creó una comisión de investigación y una unidad de inspección que se llamó «Grupo Alí» y fueron a todas las empresas una por una. La fundición Thyssen tuvo que reaccionar y contratar ingenieros de seguridad, unos doce, que le debieron su puesto de trabajo a mi libro. Tuvieron que pagar indemnizaciones millonarias y de repente todo el mundo se puso a trabajar con mascarillas y cascos, cosa que no hacía antes nadie y era de donde sacaban dinero los que traficaban con la mano de obra. Los que estaban trabajando ilegales lograron contratos de trabajo. Con las ganancias del libro cree una fundación para la convivencia para proporcionar casas a gente que estaba en infraviviendas.
En McDonald’s, donde viví situaciones de racismo cuando estuve infiltrado como Alí, pero también situaciones de falta de higiene, porque se limpiaban los baños con la misma bayeta con la que luego se limpiaban las mesas, porque se desatascaba la taza del váter con utensilios de cocina, tuvieron que hacer muchos cambios. Ahora hay higiene. Eso sí, en las condiciones laborales han tardado décadas en dar el cambio. Estuve en muchas obras donde también se tomaron medidas. Y pasé por muchos juicios que fui ganando.
El libro se tradujo a treinta y ocho lenguas, pero no se publicó en Estados Unidos. Había una opción para que lo cogiera una editorial importante, pero como estaba en juicios no quisieron sacarlo. Luego me dijeron que como ellos no tenían turcos, no iba a interesar [risas].
Vogel, el hombre que llevaba la empresa de trabajo temporal que investigó en el libro, le denunció, pero luego no veo que fueran a juicio. ¿Qué pasó?
Voy a contar una historia que no he contado nunca. En Renania-Palatinado, a este empresario se le acusó de trato inhumano y lesiones, pero los bávaros, que todavía estaban bajo el mando de Franz Josef Strauss, le invitaron a su Land como si fuera una persona honorable. Le dijeron que era él quien tenía que demandar a Wallraff, le convencieron de que él era la víctima. La justicia bávara me demandó a través de Vogel. El documental con todo el material que había recogido en mi investigación se iba a estrenar en la televisión pública y lo canceló la justicia. Hubo una redada en mi casa para confiscar las cintas de la película y me pusieron una multa de cincuenta mil marcos.
Si esto hubiese seguido adelante, no habría podido seguir con mi trabajo nunca más. Vogel siempre decía: «Si yo pudiera hablar, como saque la información que tengo». Le tomé la palabra y le envié a un supuesto editor para ver qué tenía, pero no sabía nada importante. Solo quería dinero. Pidió treinta mil marcos. Este hombre le contestó: «Publicaremos sus revelaciones, pero trabajamos con autores como Günter Grass además de Wallraff, no queremos que los autores tengan litigios entre ellos, si usted recibe el dinero, tendrá que firmar que anulará el juicio contra Wallraff». Aceptó, yo pagué ese dinero y el juicio se acabó. La justicia bávara estaba furiosísima, hasta quisieron cambiar la ley para que esto no volviera a ocurrir.
Tuve unos cuantos juicios, de todos modos. Con las constructoras, con McDonald’s… Thyssen, por ejemplo, contrató a un directivo nuevo, que se puso en contacto conmigo y cambiaron las condiciones de los trabajadores.
Leo una noticia de 1987, dos colaboradores suyos turcos en esta investigación, Levent Sinirlioglu y Taner Aday, se quejaron de que les había pagado menos que a los demás porque eran turcos.
Uno de ellos ya pidió disculpas. Yo tuve dos pasaportes, una persona me dejó sus papeles. Mientras tanto, él no podía trabajar, al no tener documentación. Era taxista. Yo le pagaba todo lo que estaba perdiendo. Entonces, cuando el libro tuvo éxito, me pidió más. Y le di más. Y luego me quiso juntar con sus amigos. Vinieron unos de un oscuro grupo de París y me decían que como él me había dado los papeles, tenía que darle más dinero a su organización y aparecer en eventos para ellos. Yo no sabía qué era eso y luego descubrí que eran una escisión de un grupo terrorista, estaban metidos en atentados. De ahí salieron esas declaraciones. Fue realmente un golpe duro.
¿Tuvo algún contacto con el grupo terrorista anticapitalista que surgió en Alemania en aquellos años, la RAF (Fracción del Ejército Rojo) o la Baader-Meinhof?
En la izquierda nunca me he ubicado dentro de ningún partido y soy pacifista, por convicción. Conocí muy bien a la señora Meinhof porque participé en la revista Konkret, ella publicaba ahí buenos artículos, era una persona muy comprometida. En esta época hice un documental acerca de los niños de las casas de acogida y ella, al mismo tiempo, grabó una película sobre el mismo tema. Después hicieron una acción para sacar de la cárcel a Baader, una tontería, porque habría salido al cabo de medio año, dispararon a gente, lo que fue el inicio de la RAF, y publicaron un manifiesto para justificarse. No me pude creer que eso lo había escrito Ulrike Meinhof. Eran frases de índole fascista, decían que los policías eran hijos de puta a los que había que matar. Había una forma elitista de glorificar la violencia.
Le escribí una carta abierta a Meinhof en un periódico en la que le dije que no la reconocía. Como consecuencia de esa carta, ciertos círculos de la izquierda se enfrentaron a mí. Un año después le hice llegar otra carta personal y le pedí que volviese a la vida normal, que si no podía escribir con su nombre podía hacerlo con el mío, pero no volví a saber nada más de ella.
Hay que tener mucho cuidado de que la RAF no se convierta en algo heroico como fue Robin Hood, porque no lo fueron. Es verdad que hubo una caza sin piedad sobre ellos, cuando se les podía haber ganado para la sociedad de otra forma, pero hubo un momento en el que ya no hubo marcha atrás. No obstante, pese a estos planteamientos que tengo, la derecha siempre me acusó de ser simpatizante de la RAF [risas].
¿Se suicidaron o les suicidaron?
Es un mito que los mataran. Conocí a la hermana de Gudrun Ensslin, que hablaba muchas veces conmigo para darle más fuerza a ese mito. Y yo al principio también tenía mis dudas, aunque solo fuera por razones profesionales. Investigué y al final la misma hermana de Ensslin me reconoció que habían sido suicidios escenificados donde uno quería dar la impresión de que le habían asesinado.
Baader era un personaje que tenía mucha energía criminal, dijo que había que hacer huelga de hambre hasta morir. Y Holger Meins murió por esa huelga, sin embargo, luego se supo que a Baader le llevaba comida a escondidas su abogado. Ahora, cuanto más tiempo pasa, se corre más el riesgo de que se le glorifique, pero no se debería hacer un héroe de él porque no lo era.
Sus investigaciones posteriores fueron sobre el trabajo en un call center, empresas de mensajería, en Lidl… ¿Cuál ha sido de todas ellas la que más le ha impresionado?
La mensajería es una situación pésima y extrema, pero en los call center, donde con tácticas de marketing se intenta vender por teléfono lo que sea a jubilados, lo que les enseñan a los empleados, lo que se aprende, es directamente a estafar.
Estuve infiltrado en uno y el jefe era un turco, uno de los mejores estafadores. Cuando saqué el reportaje vino a decirme que había leído Cabeza de turco y que si llega a saber que era yo me hubiera contado más cosas. Llegamos a ser amigos. Pero luego me vino y me dijo que a su hermano le estaban amenazando de muerte en Turquía, que le habían dado una paliza y enviado al hospital, que si no le enviaba tres mil euros lo iban a matar. Me lo dijo de una forma tan convincente que le presté el dinero y… adiós. Luego me lo encontré, se arrepintió y me hizo una transferencia de cien euros, pero nada más.
Ahora he seguido con este tema. Sale en unos meses un reportaje nuevo de mi equipo. Hay casos de matrimonios que lo pierden todo y están a punto de suicidarse. Es muy popular la venta de certificados de propiedad de oro, que no valen nada. Gastan todo lo que han ahorrado durante toda su vida en eso. Y encima, los mismos que han hecho la estafa, llaman a los estafados haciéndose pasar por una agencia que protege sus derechos para que reclamen y otra vez pagan y otra vez son estafados por los mismos.
Ha luchado para que sus libros no se vendan en Amazon por el trato que da a los trabajadores.
Es complicado. Investigué sobre Amazon y descubrí que es una especie de secta, hay un control total del trabajador, se le controla cada minuto a través de escáner y de cámaras. Si alguien para de trabajar cinco minutos, si se sienta un momento, le llaman inmediatamente. Si hablas con tus compañeros, amonestación. Además, los trabajadores son por temporada. Después de Navidad, cuando baja el negocio, se les cita y se les despide. Hubo un caso de unos que pensaban que iban a seguir trabajando, fueron con los zapatos reglamentarios, al despedirlos tuvieron que devolverlos y les hicieron volverse a casa descalzos en invierno. El inventor de todo esto es el hombre más rico del mundo. Su idea de que la humanidad escape a Marte dejando la Tierra como un basurero inhabitable es de ser un gilipollas megalómano. Por cierto, la editorial Springer le dio hace poco un premio muy importante.
Yo le dije a mi editor que no quería que mis libros se distribuyeran a través de esta empresa porque me hacía sentir culpable. Hubo problemas porque mi editorial dijo que el 18 o el 20% de sus libros pasaban a través de Amazon. Dije que yo renunciaba a ese dinero, pero mi editorial forma parte del consorcio Holtzbrinck y el responsable en Estados Unidos tenía la última palabra. Conseguí que mi editorial no pasara sus libros a Amazon, pero como pueden vender de todo, me he encontrado con que compran mis libros a través de los grandes intermediarios y los tienen. Al menos he logrado que les saquen menos margen de beneficio.
Además, Amazon a las editoriales les pide que manden los libros a Polonia porque allí los gastos son menores, les hace perder dinero dar esa vuelta logística, pero Amazon gana porque las condiciones laborales son peores y hay menos gastos de correo.
También deciden qué libros figuran en las listas de los más vendidos y siempre colocan, casualmente, los que ellos editan. Sus escritores cobran por un algoritmo de lectura, por páginas leídas, lo que les fuerza a escribir material menos denso y lo más popular posible para garantizarse ser leídos. Los autores con peso no aceptan trabajar así, pero por ahora.
En una de sus últimas investigaciones atravesó Alemania caracterizado como un negro. Hubo incidentes que parecían propios de Alabama en los años treinta, no de la UE en el siglo XXI.
Nunca he tenido una sensación tan amistosa con un policía como cuando ocurrió el incidente. Iba en un tren donde viajaban trescientos hooligans. Si no hubiera habido una policía joven que se puso delante de mí y sacó su pistola, no creo que hubiese sobrevivido. Era una agente muy joven y se lo tomó muy en serio. Eran del Dinamo de Dresde. Lo denuncié y tardaron un año en encontrar a los responsables. En una de las reuniones, el presidente del club me dijo: «Como negro, uno sabe que no debe meterse en un tren así». Yo no había hecho nada, solo recoger cascos de botella vacíos. Lo que me duele es que hay periodistas, que están por encima de todo, que me reprochan que ese tipo de reportajes no se pueden hacer. No puedes vestirte como si eres negro a ver si te pegan.
Para caracterizarme estuve a punto de tomar un medicamento que te cambia los pigmentos, pero vi a uno en Estados Unidos que lo usó y luego tuvo cáncer. Por eso no lo hice. Me eché una especie de spray con el que te puedes ir a la piscina y bañarte, que no se te quita. Los que me criticaban decían que debería haber ido con un negro real, pero eso es imposible, una locura, no puedo tomar la responsabilidad por otro y que peligre su integridad. Igual que cuando me he hecho pasar por un sintecho, no puedo poner a gente a dormir en la calle a -15º, eso tengo que hacerlo yo mismo. Trabajo con asesores que han dormido en la calle, pero no los llevé conmigo a pasar lo que pasé, que nos encerraron en un búnker y hubo violencia, no puedo meter a otro en esas situaciones. Sin embargo, ayudé a este hombre a cambio de su información, vivió en mi casa, le ayudé a escribir una autobiografía y el libro se convirtió en best seller. Mantengo el contacto con todos con los que hago investigaciones. Sin embargo, los que critican lo que hago ni hacen nada ni se mueven de sus despachos.
Ahora que menciona que cuando interpretaba a este negro iba cogiendo cascos vacíos, si algo me sorprendió de Alemania en mis últimas visitas, fue ver a tantos ancianos alemanes recogiendo botellas vacías de la basura por las noches.
Cada vez más. Cada vez hay más. La sociedad día tras día es más desigual y la pobreza en edades elevadas funciona como algo programado. Cada vez más ancianos de ahora han pasado por empleos precarios antes y no tienen pensión. En el sur de Europa, sin embargo, las familias ayudan y no se dan tanto estas circunstancias, esto en Alemania es complicado. Los asilos de ancianos son lugares también muy precarios, con poco personal y mal pagado. Cada semana me llegan cartas tanto de familiares de ancianos como de personal de los cuidados que me dicen que no dan abasto y que el sistema no funciona.
Trabaja mucho últimamente, vi que se refería a ello con una metáfora, hablaba de cómo florecen los árboles que están a punto de morir, fenómeno llamado «el florecer de la angustia».
¡Era más joven cuando dije eso! En botánica, los árboles que mueren florecen mucho. Y yo me sentía un poco así. Pesaba que moriría pronto y que tenía que trabajar, que el descanso eterno no tardaría en llegar. Pero hace cinco años me sentía más cerca de la muerte que ahora, en la actualidad me doy todavía dos años. Y si los vivo, es un regalo. Esto me hace vivir de forma más consciente y sin miedo a la muerte, que siempre ha sido un buen compañero, ¡el más fiable!
Ejemplo vivo del Héroe contemporáneo.
Gracias! Sr. Wallraff.
Live-Beispiel des zeitgenössischen Helden.
Danke schön! Herr Wallraff.
Impresionante entrevista e impresionante personaje del que no había oído hablar nunca. Lastima que sea tan mayor. Buscaré «Cabeza de turco». Gracias Jot Down, gracias Álvaro Corazón Rural
¿Podría ser que JD se está meneamizando?.
Apenas dos comentarios. Los españoles somos borregos, nuestros políticos están ganando la batalla de las ideas.
Este artículo es espectacular. Este señor debería estudiarse en los institutos, sus libros se obligatorios en los curricula, esos documentales trabajarse en clase.
Gracias por el artículo,me ha impresionado,como en su día lo hizo Cabeza de Turco,que a pesar de los años no he conseguido olvidar,un gran hombre y un gran periodista,muchos deberían tomar ejemplo de el.
A veces, con tanto gris plomizo de esta realidad en donde el engaño , la deshonestidad y la avaricia triunfan, a uno le dan ganas de tirar la toalla y que se vaya todo al diablo, y sin embargo, todavía hay gente como este humanista que no para de luchar. Un ejemplo. Gracias a JD y a este «gringo bueno».
Un tío cojonudo el Wallraf.
Lo mismo está pasando en España con el franquismo que gobierna el país en este momento…
Bravo.
Espléndida entrevista, gracias Jotdown por este periodismo de calidad. Menuda persona Mr. Wallraff, su vida debería ser conocida y sus libros estudiados.
Yo no hablaría de desnazificación. Al fin y al cabo, el nazismo gobernó durante 12 años, 6 de los cuales bajo una terrible guerra. Lo que se hizo en Alemania fue eliminar el prusianismo y el concepto mismo de ser alemanes. No en vano, Prusia ya no existe.
Y lo que está costando la desfranquizacion!
Buena entrevista que he leido poco despues de que en España, el gobierno de Rajoy y el Rey Felipe VI acaban de renovar el titulo «honorifico» de «la duquesa de Franco»….
Un titulo «honorifico» a uno de los más viles carniceros del Siglo XX, un asesino masivo y gran aliado de Hitler…the mass murderer Francisco Franco… the killer Franco, the torturer Franco… en pleno democracia europea…
…y el Ministro de Cultura cantando «El Novio de la Muerte», solo le faltaba a gritar «Muera la Inteligencia» y «Viva la Muerte», el Conde Méndez de Vigo…. el señor que se ocupa de la cultura en España….je je je…
Es que España es pais FRANQUISTA aun… todo el país está lleno de plazas, iglesias, calles y monumentos a la BARBARIE FASCISTA… pero todo el pais esta lleno de MONUMENTOS A LA MUERTE… y ¿que es el fascismo sino EL CULTO A LA MUERTE?
¿Donde está la clase intelectual española? De vacaciones en Juaja. En la playa. Admirandose unos a otros…
Ay, no les pides, por favor, que levanten la voz, y no les quites la Tranisicion, porque es SU Transicion, es su cheque en blanco para poder presumir de europeos «homologados»…
…y si cuestionas minimamente la Transición, se ponen de los nervios, porque atisban que se les ha dado gato por liebre, que han sido intelectuales MUY POCO CRITICOS con la realidad que les rodea, por tanto INTELECTUALES INDEBLES Y INUTILES…
Se ponen de los nervios, los «intocables» de la cultura espñaola que están al servicio de un Estado cuyos cimentos son fanaticamente NACIONAL CATÓLICOS cuando no directamente FASCISTAS,¡…
Cuyos premios literarios están manchados de sangre, cuyos grandes fortunas vienen de la rapiña y del hurto y la expoliación de la España Republicana y demócrata…
El senyor Wallraff olvida u omite que la desnazificacion fue promovida y obligada por las fuerzas ocupantes tras la Segunda Guerra Mundial, o sea por USA y la URSS, eso mismo sirve para mi predecesor en los comentarios y para la mayoria de gente que suele olvidar o ignorar la realidad de las cosas. No lo hicieron por iniciativa propia ni por examen de conciencia repentino, sino por huevos, lo demas vino bien despues.
Pingback: Cataluña hacia el abismo: Rosenberg de Blanes y una entrevista con Günter Wallraff | MarianoDigital
Igual que en Cataluña
Aquí también llevamos décadas… pero ni siquiera hemos empezado.
Pingback: El honor perdido de Katharina Blum « Demasiadas palabras