Cine y TV

El show de Reagan

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The Reagan Show (2017). Imagen: CNN Documentary Films.

Cómo meneaban las gafas cogidas con dos deditos para parecer más intelectuales, los gestos con las manos para aseverar, los puños cerrados para mostrar firmeza, las sonrisas cómplices, el simpático juego de palabras para resultar cercanos… todo lo que ha rodeado las relaciones públicas de la política en las últimas décadas, antes del férreo marcaje de las redes sociales, ha sido comunicación no verbal. Puro teatro, que todavía no estamos en condiciones de asegurar si ha disminuido o, por el contrario, ha aumentado como nunca.

Vivíamos en democracia, pero los periodistas que tenían que ir de rueda de prensa en rueda de prensa siguiendo el intercambio de declaraciones vacías entre rivales políticos estaban más cerca de los kremlinólogos que de los analistas políticos. Los que seguían a los líderes soviéticos estaban más pendientes del blanco de los ojos para ver si estaban enfermos. Con los candidatos de las democracias, ha llegado a tener una importancia capital si tenían canas, cuál el color de la montura de sus gafas o si estaban calvos. La puesta en escena.

Ronald Reagan no fue el que descubrió la importancia de las imágenes, pero sí el presidente estadounidense que le dio un impulso definitivo. Grabó más horas de vídeo que los cinco presidentes anteriores. En buena parte, por el gran desarrollo de la imagen en los años en los que fue presidente, pero también porque, en lugar de ser escrutado por las televisiones, se propuso fehacientemente dominarlas a ellas y marcarles la agenda.

Un documental estrenado el año pasado, The Reagan Show, de Sierra Pettengill y Pacho Velez y que se puede ver en Filmin, analiza desde ese punto de vista, nunca mejor dicho, la figura del presidente americano. Un analista que aparece en los primeros minutos de la película introduce perfectamente el tema, dice: «Tenía capacidad para liderar, el problema era adónde, ¿a un decorado de Hollywood?».

El documental está elaborado con tomas falsas de los vídeos que difundía la Casa Blanca sobre la actualidad presidencial. Se le ve discutiendo con su mujer, Nancy, ideas sobre cómo aparecer en las fotografías durante unas vacaciones. Sobre la marcha, se le ocurre a él salir intentando cortar un árbol con una motosierra mientras ella se lo impide y ambos ríen llevándolo a cabo, hieráticos para la foto. Es muy elocuente otro vídeo en el que expresa su total confianza y cercanía por un candidato de New Hampshire, John Sununu, para el que pide el voto aunque es incapaz de recordar y pronunciar su nombre correctamente durante varias tomas.

A su gabinete se le ocurrieron mil y un trucos para cortar a los periodistas. Cuando se acababan las preguntas, se acababan. Se podía ir la iluminación de la sala por completo para que las cámaras no captasen nada y ahí no se hablase de nada más. Una pregunta comprometida la podía interrumpir Nancy entregándole por (supuesta) sorpresa la tarta de cumpleaños en plena rueda de prensa. El espectador tuvo durante años la sensación de que su presidente se dedicaba exclusivamente a entrar en helicópteros y salir de coches. Esa era una forma de tener a la prensa lejos de él cuando se dirigía a un lugar o lo abandonaba. Los periodistas estaban tras una barrera desgañitándose, pero solo alcanzaban a registrar imágenes del presidente moviendo la mano para saludar con una sonrisa helada.

El músico español Sabino Méndez, cuando se le preguntó recientemente por el Gobierno Trump, se quejaba de que en su época era peor: el presidente de Estados Unidos era un actor, exclamó. Esa realidad era chistosa no hace cuarenta años, sino hace cuatro días. En El Mundo Today, por ejemplo, se hizo con respecto al actual líder del PSOE: «Pedro Sánchez se derrumba y reconoce que es un actor».

Lo relevante entonces era que ese actor tenía el botón nuclear. En Spitting Image, el glorioso programa de humor satírico británico con marionetas, este hecho se subrayaba con frecuencia. Aunque se hacía más referencia a la edad de Reagan que a su profesión, como cuando confundía el «nuke button» con el «nurse button» o iba sin disfraz en Halloween porque un señor de su avanzada edad con acceso al botón nuclear no necesitaba disfrazarse de nada esa noche. «Soy un anciano senil con su dedo en el botón, no se me ocurre nada más terrorífico que eso», decía.

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The Reagan Show (2017). Imagen: CNN Documentary Films.

Muestra del pánico que se le tenía a la guerra nuclear fue la película The Day After, de Nicholas Meyer. El film relataba cómo sería una guerra nuclear y los estragos de la radiactividad en un pueblo estadounidense. Tenía antecedentes. The War Game, de Peter Watkins, para la excelente ficción televisiva de la BBC, se rodó en 1965 y no fue emitida hasta 1985, cuando se estaba programando Threads, el mismo argumento que The Day After, pero en los suburbios de Sheffield. Cuenta la leyenda que Reagan vio el telefilm en su versión americana y quedó fuertemente impactado. Tanto que cambió su política con respecto a la URSS y firmó los tratados de no proliferación y desarme con Gorbachov. Pero eso es lo que dice la leyenda.

El documental da a entender que el motivo fue el Irangate, el escándalo de venta de armas a Irán en su guerra contra Irak, cuyos beneficios fueron a financiar a la Contra nicaragüense. Dos actividades prohibidas por el Senado, además de que la entrega de armas se realizó a cambio de la liberación de unos rehenes estadounidenses secuestrados en Líbano, lo que contradecía la línea marcada por el propio Reagan de no negociar con terroristas. Y también se habló de connivencia de la CIA con el tráfico de cocaína para financiar lo que no se podía financiar. Todo un cuadro que fue el momento más bajo de su presidencia. En la comisión de investigación quedó en evidencia, con altos cargos encarcelados por mentir —luego indultados por Bush padre en 1992— y un Reagan que se contradijo con lo que recordaba y luego dejó de recordar. Del 67% de popularidad pasó al 46%.

Es ahí donde este documental sugiere que Reagan ató cabos y, para salir del bache, decidió virar 180º en su política con la URSS, país al que se había referido antes como «el imperio del mal» que en la historia sería considerado como «un montón de ceniza», e iniciar, en palabras de un entrevistado en la película, una nueva estrategia: «Lo apostó todo a una coproducción soviética», manifiesta en términos cinematográficos. El propio Reagan anunció antes de un viaje a Moscú, y las imágenes aparecen en el documental, que en su presidencia iba a aplicar una técnica que aprendió en el mundo del espectáculo:«Guardar algo para el tercer acto».

En cuanto dio los primeros pasos, el ala derecha del Partido Republicano se manifestó en contra y acusó a su presidente de «alinearse con los demócratas, los liberales y los bolcheviques». La estrategia hasta entonces había sido La guerra de las galaxias, también con connotaciones cinematográficas, y consistía en un programa armamentístico de nueva generación que obligaría a los soviéticos a aumentar su presupuesto militar.

En términos históricos, es un lugar común afirmar que ese movimiento táctico de Reagan dio la puntilla al imperio soviético. Que los comunistas no pudieron gastar tanto en armamento y su economía colapsó es algo que se ha repetido con frecuencia. La realidad es más prosaica. No se conoce a ciencia cierta cuáles fueron los presupuestos soviéticos reales de Defensa, pero la mayoría de estimaciones indican que su incremento por encima del americano comenzó en los setenta, antes de la llegada del actor a la Casa Blanca.

Lo que sí son hechos incuestionables es que a principios de los ochenta la tensión entre las potencias fue en aumento, hasta el punto de que los soviéticos derribaron un avión de pasajeros por error, y que el accidente de la central de Three Mile Island en Pensilvania había traumatizado a la opinión pública. Hay opiniones que consideran que el movimiento NWFC (Nuclear Weapons Freeze Campaign) tuvo que ver en su giro de halcón a negociador hombre de paz.

Si leemos sus diarios, An American Life, publicados en 1990, Reagan cuenta que tras el derribo del avión envió a su secretario de estado George Shultz a reunirse con Gromyko en Madrid para organizar una conferencia con Andrópov, pero el ministro soviético se mostró «a la defensiva» y «desconcertado», negando cualquier responsabilidad en el ataque. Ese mismo otoño coincidió con que Reagan vio la película The Day After.

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Bush, Reagan y Gorbachov. The Reagan Show (2017). Imagen: CNN Documentary Films.

Día de Colón. Por la mañana, en el campamento D, puse la película que la ABC va a emitir el 20 de noviembre. Se llama The Day After, en la cual, Lawrence, en Kansas, es aniquilado en una guerra nuclear con Rusia. Está rodada con grandes recursos, ha costado siete millones. Es muy efectiva y me dejó muy deprimido. Hasta ahora no se han vendido ninguno de los veinticinco anuncios programados y entiendo por qué. Mi propia reacción: tenemos que hacer todo lo posible por la disuasión para que nunca haya una guerra nuclear.

Una experiencia muy aleccionadora con Cap. W. y Gen Vessey en la sala de crisis de la Casa Blanca. Un resumen de la totalidad de nuestro plan en el caso de un ataque nuclear. Hay muchos aspectos del informe que había solicitado al Pentágono dos años antes que permanecen tan secretos incluso ahora que ni siquiera puedo empezar a discutirlos. Pero, en pocas palabras, eran el escenario de una secuencia de sucesos que podrían llevarnos al final de la civilización como la conocemos. De varias maneras, la secuencia de eventos descrita en las sesiones informativas fue en paralelo a la de la película de la ABC. Sin embargo, todavía había algunas personas en el Pentágono que decían que una guerra nuclear era «ganable». Pensé que estaban locos. Peor aún, parecía que también había generales soviéticos que pensaban en términos de ganar una guerra nuclear.

Pero lo que realmente se salió de la norma a mediados de los ochenta fue la nueva política que marcó el Kremlin. Gorbachov, apadrinado por Thatcher ante el estadounidense, tuvo química con Reagan y juntos dieron pasos decisivos hacia la superación de la guerra fría, un episodio histórico muy celebrado, pero que aún no se puede decir que haya terminado a tenor de la resistencia de Putin a perder el área de influencia exterior de su país y la obsesión de Estados Unidos por arrebatársela.  

Gorbachov, sugiere el documental, rivalizó con Reagan en popularidad, pero a la postre eso a él tampoco le sirvió de nada. Los problemas de la URSS se venían gestando desde hacía un cuarto de siglo. Pretender cambiar el sistema política y económicamente al mismo tiempo condujo a la URSS al caos político y la desintegración, en contra de los deseos de sus ciudadanos, que habían votado por su permanencia poco antes de su desaparición. Una última burla de la nomenklatura por todo lo alto.  

Por eso, The Reagan Show, a fuerza de denunciar la superficialidad del discurso de Reagan, se queda en la superficie. En la biografía de Edmund Morris sobre el presidente, Dutch: A Memoir of Ronald Reagan, se señala que su plan y proyecto estrella de La guerra de las galaxias tenía su origen en un cuento que le gustaba de niño, Una princesa de Marte, donde Edgar Rice Burroughs, creador de Tarzán, ideó un sistema de defensa contra rayos en el planeta rojo. También tuvo que desmentir tras abandonar la presidencia que su mujer, Nancy, organizase su agenda política después de consultar con astrólogos, aunque la Casa Blanca admitió que sí que frecuentaba a adivinos y personajes del ramo. Sin embargo, en apariencia era un actor venido a menos sin cultura alguna, pero también fue un líder sindicalista en su gremio desde los años cuarenta, cargo que desempeñó con fervor anticomunista en pleno macartismo. Su carrera política no fue tan oportunista como pudiera parecer, tenía experiencia dilatada, y de esos contrastes no nos enteramos con este documental.

Su gran éxito fue conseguir que, durante la terrible crisis que atravesó Estados Unidos en los años setenta, las clases medias dirigieran su rabia hacia los que tenían por debajo en lugar de a las élites. No fue solo cosa suya, pero ahí se produjo el gran cambio de paradigma, la retórica de la eficiencia y la eficacia, que significa lo mismo, pero se suele decir dos veces. Tal vez en un reflejo de lo que el profesor Manuel Castells, de la Universidad Autónoma de Madrid, bautizó como un sistema económico dual, donde la prosperidad de unos supone la ruina de otros grupos sociales. En el que, mientras crece la desigualdad, las cifras macroeconómicas quedan niqueladas. El mundo en el que todos vivimos actualmente, nada menos.

Para acometer estos cambios radicales se sirvió de un espectacular dominio de los medios, que se muestra casi pornográficamente en este documental, en el que lo que más llama la atención es su satisfecha hipocresía en cuanto, aparentemente, una cámara ha dejado de grabar.

También fue uno de los mayores promotores del ideal de la familia norteamericana, presumió de la suya propia, pero años después su hija, Patty Davis, confesó en un libro que las relaciones entre ellos eran lamentables, con indiferencia absoluta de su padre hacia ella y abusos físicos, golpes, por parte de su madre, una Nancy Reagan adicta a las pastillas, reveló. De ahí tal vez su venganza apareciendo en la portada de Playboy con un musculado negro sosteniendo sus pechos desnudos. Unas polémicas que ponían en duda el tan cacareado carácter cercano y hogareño de su padre.

Al término de este documental —y de su presidencia— admitió que no podría haber sido presidente sin su experiencia como actor, ya que, al fin y al cabo, no hacía otra cosa que interpretar el papel de su vida. The Reagan Show es por tanto un viaje a través de la realidad paralela, ese mundo de ficción y fantasía protagonizado por el presidente mientras se duplicaba la población reclusa en ocho años, aumentaban en cientos de miles las personas sin hogar («Muchos de los vagabundos lo son por propia elección», manifestó Reagan al respecto en la cadena de televisión ABC), creció el fundamentalismo islámico y se llevó a cabo una injerencia en Latinoamérica cuando menos cuestionable. Pero, y aquí está el quid, fue el primer presidente que apareció en el retrato oficial sonriendo y eso triunfó más que la Coca-Cola. La prueba es que, después, todos han tenido que hacer lo mismo.

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Presentación del retrato oficial de Ronald Reagan, 1984 (DP).

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5 Comments

  1. Oaquiti

    Para bueno, «El show de ^^ «. Inigualable. En estupidez y falsedad.

  2. Israel boloix

    Siempre tuve a Reagan por el peor presidente de USA. Por su excesivo populismo, por las injerencias en Latinoamérica y por los escándalos que salpicaron su presidencia. Pero es que luego vinieron George Bush hijo y ahora Donald Trump. Otros vendrán que bueno me harán…

  3. Ignacio

    Y también: “A moro muerto, gran lanzada”

  4. Siempre un placer leerte, Desde los tiempos de me tenéis harto. Solo una puntualización: eficiencia no es lo mismo que eficacia.

    • Antes de dar lecciones de significados, yo hubiera empezado con una frase más congruente.

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