Hace poco volví a ver El incidente.
«¿Por qué?», se preguntará usted. Entiendo su confusión. Y lo admito, es difícil de explicar. Podría decirle que se debió a que sale Zooey Deschanel, pero sé que no colaría. Es cierto que podrían filmar a la señorita Deschanel leyendo la guía telefónica y yo estaría igualmente encandilado contemplándola. Puedo ser testigo de cómo destroza el himno estadounidense vestida como Carrie White e, incluso en mitad de tan apocalíptica circunstancia, veo corazoncitos y unicornios y se lo perdono todo. Pero sí, sé que esto no basta para justificar que he visto El incidente de manera voluntaria. Hay otras películas donde aparece Zooey Deschanel y no son tan atroces.
La embarazosa realidad es que disfruto contemplando descalabros cinematográficos. Adoro la creciente sensación de estupor y confusión ante largometrajes cuya inconmensurable estupidez me supera. Me fascina que alguien contrate a Mark Wahlberg como protagonista y podamos admirar su fabulosa incompetencia como actor. Me intriga el proceso mental de los implicados, que en algún momento debieron de pensar que el argumento sonaba bien, al menos sobre el papel. Me pregunto qué pensaron al comprobar que la cosa iba descarrilando hasta convertirse en el cataclismo de celuloide que todos ya conocemos. La volví a ver porque me entusiasma saber que voy a encontrar secuencias tan maravillosamente aleatorias como la del tipo de los perritos calientes. Qué desastre de película. Me alegró la jornada al instante.
Hubo un tiempo en el que creí que M. Night Shyamalan iba a ser el nuevo Steven Spielberg. Pero eh, todos hemos sido jóvenes e ingenuos. La ancianidad lo hace a uno más escéptico. Cuando se estrenó Moon, el debut como cineasta de Duncan Jones, admito que fui a verla un poco reticente porque, ya saben, el hijo de David Bowie había dirigido una película y uno nunca sabe hasta qué punto esos lazos familiares podían influir en las buenas críticas que estaba recibiendo. Pero Moon me sorprendió. No diré que era una obra maestra, sí diré que era muy buena. Un ejercicio muy pulido de ciencia ficción seria, con un argumento interesante, bien narrada y con cada ingrediente en su justa medida. Teniendo en cuenta que se trataba del primer largometraje de Jones, quedé gratamente impresionado.
Esperaba con ganas su siguiente trabajo, Source Code, y no me decepcionó. Quizá no la vi a la altura de Moon, pero me pareció otra más que decente película de ciencia ficción que trataba al público como entidad inteligente. Duncan Jones parecía tener todo lo necesario para desarrollar una filmografía sólida. Tiene visión. Sabe rodar una escena. Sabe construir un thriller. Es bueno dirigiendo a los actores, como se demostró con Sam Rockwell en Moon y con Jake Gyllenhaal en Source Code. Jones parece conocer bien los mecanismos de la ciencia ficción, que es su género favorito.
Después llegó Warcraft. Entendí que es un paso por el que muchos cineastas atraviesan: aceptar un encargo poco interesante para terminar de establecer su nombre dentro de la industria, probándose capaz de manejar mayores presupuestos en una gran producción. La adaptación a la gran pantalla del famosísimo World of Warcraft no me afectó, ni para bien ni para mal. Me gustan los videojuegos, pero los juegos online multijugador se me antojan más un trabajo de oficina, con gente que se pasa horas para obtener armaduras de uranio o lo que sea. Call of Duty sí me resultó divertido una corta temporada; tenía su gracia hacer de francotirador y sacar de sus casillas a adolescentes taiwaneses, pero lo cierto es que este tipo de juegos requieren demasiado tiempo y jamás jugué un solo minuto del World of Warcraft.
En cualquier caso, Jones había dado un paso más en el negocio y lo verdaderamente relevante es que su siguiente proyecto, Mute, era su gran apuesta personal, la película que siempre había querido dirigir. Como Encuentros en la Tercera Fase lo fue para Spielberg, o como Star Wars lo fue para George Lucas. Cineastas que crecieron siendo amantes de la ciencia ficción, que habían tenido una idea en mente durante años y que, cuando algún estudio por fin confió en ellos lo bastante como para dejarles hacer a su antojo, convirtieron esa idea en película. Era muy razonable pensar que el gran proyecto personal de Duncan Jones, varado en un cajón durante tanto tiempo, podía ser algo grande. Sus dos primeros trabajos le concedían suficiente crédito artístico como para imaginar que tenía un as guardado en la manga. El propio Duncan describía la futura película como una «secuela espiritual» de Moon, y además inspirada por Blade Runner. Había, en definitiva, motivos para la esperanza.
Netflix se hizo cargo de la producción. La plataforma mantiene el prestigio de sus series de ficción y sus documentales son de primera línea, como el brillantísimo Wild Wild Country con el que acaban de enamorar a la crítica y el público. Pero Netflix también necesitaba un largometraje que mitigase los sonoros tropiezos que ha tenido en ese ámbito. Recuerden la inesperada jugada publicitaria de The Cloverfield Paradox, cuando Netflix anunció en plena Superbowl que la película estaría disponible en la plataforma, lo cual captó la atención del público. El largometraje no satisfizo a casi nadie. Aparte de las críticas demoledoras y las opiniones generalmente despectivas de la audiencia, a la gente le mosqueó que se hubiera utilizado la etiqueta «Cloverfield» para vender una película que nada tenía que ver con la saga, haciendo un mal uso de ese mecanismo publicitario cada vez más ominoso llamado «reconocimiento de la marca».
También muy malas críticas se llevó Bright, protagonizada por Will Smith, que era una especie de relectura de Alien Nation con orcos en vez de extraterrestres. Ha habido otros ejemplos; no hablemos ya del trato de Netflix con el abominable Adam Sandler. La producción propia de Netflix es de alto nivel en las series y muy descollante en los documentales, todo el mundo sabe eso, pero sus largometrajes se han convertido en un chiste recurrente. Ojeen la prensa anglosajona: ya se usa la expresión straight to Netflix («directa a Netflix») como sinónimo de película mala, como antes se hacía con el straight to VHS o el straight to DVD. Y esto no debe de sentar nada bien en la compañía, porque esa prensa no se está quedando corta. Algunos titulares han sido realmente crueles, como uno del Irish Times que decía «Straight to Netflix: Otra semana, otra película fallida».
Mute debería haber empezado a cambiar esa tendencia. La nueva película de Duncan Jones, hecha bajo su propia visión. Pero la crítica ha recibido el resultado final con estupor. Y, a juzgar por las opiniones de usuarios, los espectadores tampoco han quedado muy satisfechos.
La película transcurre en un Berlín futurista que, como la serie Alterd Carbon, tiene una estética muy a lo Blade Runner. El protagonista es un camarero de discoteca, mudo a raíz de un accidente sufrido en la infancia, que mantiene una relación con una compañera de trabajo. De repente, ella desaparece tras haber empezado a confesar que no se siente digna de él porque guarda algunos secretos. Y el protagonista se pone a investigar para averiguar qué le ha sucedido. Este es el planteamiento inicial. Después, vemos a distintos personajes relacionados con la historia, aunque tardamos bastante en saber de qué manera. Y lo que es peor, para cuando lo sabemos tampoco nos importa. Pero antes, algunas aclaraciones. Mute podría considerarse cine negro, pero no es ciencia ficción. Los elementos futuristas apenas tienen influencia en el argumento, que podría haber tenido lugar en una ciudad actual. El que el protagonista sea mudo o amish (sí, un amish trabajando en una discoteca) tampoco tiene gran importancia. Y, pese a lo dicho por Duncan Jones, esto NO es una secuela espiritual de Moon y la única conexión se reduce al brevísimo (aunque divertido) minicameo de Sam Rockwell. El intento de vender Mute como perteneciente a un supuesto «universo expandido» de Moon es, o bien un engaño, o bien algo que solo funciona en la cabeza de Jones pero que de ningún modo se traduce en la película. La relación argumental o temática entre ambos largometrajes es tenue, por no decir prácticamente nula.
Todo esto es secundario, no obstante. El gran problema de Mute es otro. No me molesta que una película tenga un argumento complejo, ni me molesta que tenga un argumento sencillo. Cada historia es la que es. Eso sí, considero un mérito artístico que un director cuente una historia complicada y consiga que parezca sencilla. Eso es parte del arte de narrar. Pues bien, aquí Jones tiene una historia simple y la hace parecer complicada. La estructura del largometraje es innecesariamente enrevesada, como si se hubiese encargado del montaje alguien que no entendía bien de qué iba todo. Sé que unas películas exigen más atención que otras, pero aquí se requiere del espectador un nivel de concentración que el argumento, por sí mismo, no justifica ni merece. Pueden hacer un ejercicio interesante: vean la película y después escriban en un papel los elementos básicos del argumento. Verán que lo que hay en el papel parece mucho más sencillo que la impresión producida por lo que han visto en pantalla, y eso no dice mucho sobre la manera en que ha sido estructurada la narración.
Los mimbres están bien. Visualmente, todo es digno de contemplar. La construcción del mundo futurista, por más superfluo que sea como elemento argumental, está conseguida. Las interpretaciones tienen buenos momentos. No por el actor protagonista, Alexander Skarsgard, cuyo personaje es mudo, sí, pero también plano. En La forma del agua, Sally Hawkins interpreta a una muda y eso no le impide comunicar un montón de emociones. Aquí, si el objetivo de Skarsgard era parecer un teletubbie unidimensional, entonces su trabajo es perfecto. Sorprende mucho más Paul Rudd en su papel de rudo villano; seguramente es lo mejor de la película. Justin Theroux interpreta a otro villano, y consigue que su personaje sea tan repugnante como sus acciones, aunque peca de caer en el cliché, más por culpa del guion que del propio actor. Un guion que es pretencioso; se suele usar esa palabra de manera indiscriminada, pero creo que aquí encaja. Porque pretende mucho más de lo que consigue. Diría que en muchos momentos es hasta pueril. En algún artículo leí que el crítico decía algo como: «Mute es el gran proyecto personal que Duncan Jones ha estado esperando durante años, la pregunta es: ¿Por qué?». La realización, y mucho menos el montaje, han ayudado poco a mitigar la sensación de que Jones estaba encantado con una historia que no era para tanto.
No todo es malo. Hay buenas secuencias. Entiéndanme: esto no es algo salido de Cannon Films. La calidad no es ínfima, ni mucho menos. Duncan Jones es un buen director. Pero, como narrador, ha apuntado demasiado alto y ha fallado. ¿Recuerdan Señales, de Shyamalan? Pudo haber sido una buena película de invasión extraterrestre. Pudo haberlo sido. Había buenas secuencias de suspense y buenas ideas en cuanto a los elementos propios del subgénero. Pero Shyamalan se empeñó en encasquetarnos sus mensajes filosóficos de mercadillo, lo cual arruinó la película, que terminó no funcionando como drama metafórico ni tampoco como ciencia ficción mezclada con terror. Aún hoy veo aquella película y lamento el potencial desperdiciado. Una cosa es ver El incidente, que no hay por dónde cogerla, y otra cosa es algo como Señales, frustrante porque podemos ver el potencial que encerraba. Mute está a medio camino entre ambas. Duncan Jones quiere enviarnos algún tipo de mensaje profundo, que yo no he captado, pero que tampoco me interesa, porque la deslavazada acción y los difusos personajes no han establecido conexión conmigo. Normalmente pensaría que soy yo quien se ha perdido algo, pero parece ser que una mayoría piensa lo mismo, así que quizá, solamente quizá, el problema es de la película.
Fíjense si estaba dispuesto a poner de mi parte que hubo un momento en que pensé que la película estaba a punto de terminar y dije: «¡Vaya!, esto sí me ha sorprendido de verdad». Si Mute hubiese acabado ahí, ahora les estaría diciendo que tiene uno de los finales más tétricos y perturbadores de los últimos años, y, a falta de otros triunfos, me hubiese hecho reconocer que había sido capaz de dejarme petrificado al menos con el desenlace. No lo describiré para no hacer spoiler, pero creo que si han visto la película quizá deduzcan a qué momento me refiero, en el que una persona indefensa podría haber quedado en manos de otra persona con instinto depredador. Pero… no. La película no acabó ahí. Duncan Jones dejó pasar esa oportunidad de dejarnos a todos clavados en el asiento. Deprimidos, horrorizados, pero clavados en el asiento y desde luego muy sorprendidos por el oscurísimo giro. Por el contrario, la película siguió por sus poco inspirados derroteros hasta que el argumento llegó a otro desenlace, mucho más formulario y perezoso, que me hizo tirar definitivamente la toalla. Me pareció increíble que Jones, un tipo que sin duda tiene mucho talento, dejase escapar esa oportunidad. ¿Y todo por qué? Porque tenía un mensaje que enviarnos. Ese final tétrico, al parecer, iba en contra de su mensaje, como la simple (pero fascinante) invasión marciana se interponía en las insulsas metáforas existenciales de M. Night Shyamalan.
Duncan Jones, insisto, es un tipo inteligente y sabe hacer cine. Pero eso no significa que todas sus ideas vayan a ser acertadas. Quizá debería limitarse a narrar historias más directas. La fascinación con su propia idiosincrasia arruinó durante años la obra de Shyamalan y eso podría pasarle a Jones, aunque confío en que no cometerá el mismo error dos veces. Hay cineastas que saben envolver su filosofía con una película, y hay cineastas que mejor harían en olvidar su filosofía cuando escriben y filman. No afirmo que un tipo de cineasta sea mejore que el otro, simplemente digo que no todo artista tiene los mismos puntos fuertes. Lo que quiera que Jones intentaba hacer aquí, que se me escapa, no funciona. Confío en que es un tropiezo momentáneo y que volverá a contar historias de manera más lineal, lo cual se le da mucho mejor. Ningún director tiene una carrera perfecta.
En fin, si es usted capaz de disfrutar con Mute, si ve algo que a mí se me ha escapado, enhorabuena. Porque yo, cuanto más lo pienso, más parecido empiezo a ver su argumento con el de algunas películas de Cannon. A fin de cuentas, Charles Bronson también era prácticamente mudo.
Y molaba mucho más que Alexander Skarsgard, en eso estaremos todos de acuerdo.
Bueno, he de decir en defensa de Netflix que para mi tiene una buena película, Aniquilación.
Si considero el resto cintas propias de las que iban directas al video club.
Beast of No Nation manda sus saludos.
Mute es decepción y caos absoluto.
Algo que se puede rescatar de esto, la estética y Clint Mansell
Un guiño gracioso, los nombres Cactus y Duck en la peli
Okja también está bien
Buf, no hay por dónde cogerla. El tono está desequilibradísimo
Y fe de etarras
«Manchester by the sea» también es de Netflix.
No, Manchester by the Sea pertenece a Amazon Prime Video.