En una galaxia no muy, muy lejana, el auténtico enemigo de la Alianza Rebelde resultó ser la República Popular China y sus hábitos de consumo. Star Wars: Los últimos jedi se pegó el costalazo de su vida al aterrizar, a principios de 2018, en territorio chino y obtener una recaudación en taquilla tan paupérrima como para provocar que, una semana después de su estreno, el noventa por ciento de los cines optase por descolgarla de la cartelera y guardarla en el armario porque no salía rentable abrir la puerta para acomodar a cuatro felinos. El público del país decidió en masa que tenía mejores cosas que hacer que lidiar con espadas láser y el Episodio VIII solo facturó en aquellas salas poco más de cuarenta millones de dólares, una taquilla que la situaba por debajo de un descalabro comercial llamado Valerian y de un ñordo fílmico tan noble como Geostorm.
Y todo ello a pesar de los esfuerzos de una Disney que vació el monedero deslizando el tráiler delante de cada blockbuster, empapelando poblaciones con pósteres, movilizando camiones promocionales y paseando a sus protagonistas por las ciudades del lugar. Una estrategia que también apostó por introducir el imaginario de Star Wars en el flamante Shanghai Disneyland Park, el parque temático inaugurado en 2016 y gestionado a medias entre la multinacional capitalista de Mickey Mouse y el Partido Comunista Chino. Unas instalaciones cuatro veces más grandes que el Disneyland original, con espectaculares atracciones exclusivas (atención a las dedicadas a Piratas del Caribe o Tron) y una arquitectura en la que se han inyectado todo tipo de elementos y referencias a la cultura china para agradar a la comunidad. Porque el camino hacia la conquista del país asiático resulta mucho menos abrupto cuando se construyen las cosas pensando en satisfacer a su gobierno.
A la hora de hablar de galaxias, el problema principal en China es que las aventuras de Leia y compañía no están enraizadas en la nostalgia colectiva. La trilogía original no se estrenó en salas en su momento (finales de los setenta y principios de los ochenta) por culpa de una política de importación cultural que veía con malos ojos lo de abrir la puerta a la diabólica cinematografía extranjera. Aunque existieron copias pirata en circulación durante varios años, las gentes del lugar tuvieron que esperar hasta el lejano 2015 para contemplar la primeras tres entregas de Star Wars en pantalla grande. Y al público todo aquello de aterrizar con lag en la saga no le sentó nada bien: en la red social Douban (un rincón para puntuar y comentar todo tipo de productos culturales) un caballero llamado Xiaosi Buxiang sentenció «Aunque el desarrollo de los personajes es flojo, la actriz principal no es guapa, el actor principal no es atractivo y las escenas de acción parecen peleas infantiles, los efectos especiales son fabulosos para 1977».
Lo doloroso para el foráneo es descubrir que la mayor parte de la sociedad china está más familiarizada con las precuelas segregadas por George Lucas durante los dos mil que con las cintas de culto originales. En la revista Forbes se dedicaron a analizar las causas del fracaso de Los últimos jedi y concluyeron que la propuesta navegaba en las antípodas del gusto del público chino: lucía unas peleas con espada que resultaban sosas para una audiencia acostumbrada al cine de artes marciales, se apoyaba en un concepto de space-opera que se atragantaba en una sociedad más amiga de la ciencia ficción que del culebrón galáctico y la estética del conjunto resultaba deprimente para unos espectadores que por alguna razón asociaban las tormentas de colorines con entretenimiento mayúsculo. En China, las películas empanadas en tonalidades diversas han demostrado tener más posibilidades de pescar taquilla y cintas como Avatar, Guardianes de la galaxia, Coco, The Mermaid o las entregas de la saga Transformers se han convertido en éxitos en parte por lo atractivo de su paleta de colores.
Como consecuencia de todo lo anterior, en Disney decidieron que era necesario facilitar la tarea al auditorio oriental y estrenaron una versión de Star Wars: Los últimos jedi ligeramente diferente a la del resto del mundo. Se trataba de la misma película con un añadido para dummies: cada vez que se presentaba en pantalla un nuevo personaje lo hacía acompañado de una ventana pop-up donde se resumía, en chino y en inglés, su vida y milagros. La idea no funcionó, pero evidenciaba que se ha convertido en una práctica común el intentar contentar a un mercado con mil cuatrocientos millones de consumidores posibles.
No pasarán
En China lo de vetar películas podría considerarse como parte de sus tradiciones milenarias, Los diez mandamientos (1923), El doctor Frankenstein (1931), Alicia en el País de las Maravillas (1933) y Ben Hur (1925) fueron prohibidas bajo la acusación de estar basadas en «supersticiones». En la actualidad, la Administración Estatal de Prensa, Publicación, Radio, Películas y Televisión de la República Popular China es el organismo, de nombre eterno y creencias férreas, encargado de seleccionar las películas que cruzarán sus ariscas fronteras. Lo gracioso del asunto es que nadie conoce con total certeza las normas o criterios reales sobre los que dicha administración juzga las películas y eso provoca que sus decisiones resulten especialmente llamativas.
Babe: el cerdito en la ciudad fue prohibida por mostrar animales parlanchines, Infiltrados por sugerir que el Gobierno chino podría lanzarle un pepinazo nuclear a Taiwán, Regreso al futuro por contener viajes en el tiempo, Tomb Raider: la cuna de la vida por insinuar que existen sociedades secretas en China, Memorias de una geisha por la mala fama de las geishas y también por mostrar japoneses interpretados por actores chinos y Top Gun por presentar a Estados Unidos como un país dominante en cuestiones militares. Piratas del Caribe: el cofre del hombre muerto fue vetada porque tradicionalmente la sociedad china es muy respetuosa con los ectoplasmas y por aquella aventura piratesca flotaban demasiados fantasmas. Por el mismo motivo, la nueva Cazafantasmas y La cumbre escarlata tampoco recibieron luz verde para asaltar las salas chinas. Con El caballero oscuro la Warner ni siquiera se molestó en enviarla a la administración porque se olían que no pasaban el filtro ni por la sombra. Brokeback Mountain protagonizó un show vergonzoso: no llegó al país porque lo de tener vaqueros cabalgando a otros vaqueros no le hacía nada de gracia a la Administración, pero el Gobierno celebró públicamente el Óscar a Ang Lee (natural de Taiwán) para a continuación condenar el discurso, que versaba sobre la homosexualidad y la tolerancia, que soltó el director durante la recogida del galardón.
El tema tibetano resulta incluso más peliagudo, porque cualquier film que retrate al Dalai Lama o al Tíbet de manera positiva provocará automáticamente que el Gobierno chino estampe una letra escarlata sobre sus responsables. Brad Pitt estuvo años baneado del país tras protagonizar Siete años en el Tíbet y China suspendió temporalmente sus negocios con la productora de la película, Columbia TriStar. Lo mismo ocurrió con Disney, Martin Scorsese y Kundun, una biografía del Dalai Lama. Nada de esto resultaba realmente sorprendente viniendo de un país que obligó a Microsoft a eliminar la palabra «Tíbet» del software de reconocimiento de voz y de una sociedad que consideraba respetable a Lady Gaga hasta que a la cantante se le ocurrió citarse con el Dalai Lama para hablar sobre yoga. Una decisión que colocó a la artista pop en la lista negra del Estado y provocó que sus desengañados clubs de fans anunciasen que aquel movimiento era más o menos lo mismo que hacerse colega de Osama Bin Laden.
Mina de oro
El interés de las productoras por el mercado chino es evidente si uno tiene la calculadora a mano: en aquel país hay la hostia de gente. La superproducción estadounidense World of Warcraft costó ciento sesenta millones de dólares y solo recaudó unos miserables cuarenta y siete en tierras norteamericanas, pero salvó los enseres al cosechar doscientos veinte millones en China, el país donde el juego en el que está basado el film es popular hasta niveles enfermizos. xXx: Reactivated y Resident Evil: capítulo final hicieron taquillas vergonzosas (cuarenta y veinte millones respectivamente, la mitad de sus presupuestos) en Estados Unidos, pero facturaron ciento sesenta millones en China. Otras producciones también sacaron buenas tajadas en suelo chino tras escoñarse en su país natal, se trataba de cintas como Terminator: génesis, Pacific Rim, Need for Speed, Los Mercenarios 3, Plan de escape o Brick Mansions. El mercado chino se había convertido en un campo de juego atractivo para las productoras, sobre todo teniendo en cuenta que el público potencial chino era palomitero antes que refinado: entre las películas más taquilleras de la historia de China se encuentran Fast & Furious 7, Fast & Furious 8 y Transformers 4.
Made for China
Existen películas que hacen concesiones importantes a los mercados extranjeros. El protagonista de Capitán América: el soldado de invierno tenía apuntados en su libreta los nombres de Rafa Nadal, Camilo José Cela o Héroes del Silencio en la copia proyectada en España mientras en otros países lucía notas diferentes. En la versión japonesa de Del revés, el brócoli que asqueaba a la protagonista fue sustituido por pimiento verde porque los infantes de Japón tienen mucho en contra del segundo alimento y son muy fans del primero. En Aviones, el personaje de Julia Louis-Dreyfus (un avión canadiense llamado Rochelle) cambiaba de nacionalidad, aspecto y nombre según el país en el que se emitiese. Zootrópolis contiene una breve escena con un presentador de televisión que muta según el país: en Estados Unidos, Canadá y Francia tiene aspecto de alce, pero en Japón es sustituido por un tanuki, en Brasil por un jaguar, en Australia y Nueva Zelanda por un koala y en China por un elegante oso panda.
Todo lo anterior son cambios menores, pero llamativos, que casi pueden considerarse fórmulas de cortesía con los foráneos antes que técnicas de marketing agresivo. Pero el amplio mercado chino y la cantidad de dinero en juego han logrado que las compañías se replanteen sus estrategias y empiecen a calzar sus películas con un par de rodilleras para satisfacer los antojos del público asiático. Iron Man 3 es uno de los ejemplos más dolorosos de este tipo de maniobras, porque la versión estrenada en las pantallas chinas incluyó cuatro minutos de material extra que no se pudieron ver en el resto del globo: metraje adicional que introducía con calzador a las superestrellas del cine chino Wang Xuquei y Fan Bingbing en papeles secundarios y ridículos. Secuencias desconectadas por completo de la película que tenían la desfachatez de incluir un product placement descarado y obligar al personaje de Xuquei a servirse un vaso de leche Yili como si estuviera en un anuncio televisivo. La estrategia comercial, que llegó a meter a los actores asiáticos en el tráiler oficial, fue despreciada por la audiencia por lo absurdo de los pegotes añadidos.
Años atrás, Iron Man 2 también se vio obligada a adaptarse al mercado oriental aunque lo hizo de manera completamente distinta: eliminando las palabras «Rusia» y «ruso» de todos sus diálogos. Poco después de Iron Man 3, en Marvel volvieron a intentar atrapar al auditorio chino utilizando como anzuelo a la actriz Fan Bingbing, una de las mujeres mejor pagadas de todo el mundo, al ficharla para X-Men: días del futuro pasado. El papel ya no era un parche local como el que tuvo lugar en la saga de Tony Stark, pero su rol de mutante capaz de teletransportarse tuvo una presencia tan escasa en pantalla como para propiciar numerosos chistes con el nombre del personaje: Blink, «parpadeo» en inglés.
A estas altitudes, Hollywood ya había decidido que ni siquiera necesita disimular sus intenciones de generar taquillazos en el mercado chino. Ahora me ves 2 fichó al actor taiwanés Jay Chou y rodó parte de la historia en Macao. Looper contó con financiación china a cambio de sustituir una visita a París por un viaje a Shangái. El remake The Karate Kid reubicó la historia en China a pesar de que el kárate es realmente un arte marcial japonés (Jackie Chan confesó que entre el equipo de rodaje se referían a la producción como Kung Fu Kid). Transformers: La era de la extinción rodó parte de la trama en Hong Kong y Doctor Extraño tiró de un polémico whitewashing para sortear disgustos: convirtió al Anciano tibetano, que ejercía como mentor del héroe en los tebeos, en Tilda Swinton con la cabeza rapada y trasladó el patio de entrenamiento del Tíbet a Nepal. Para Noche de marcha, una comedieta juerguista de 2013, se optó por editar el material hasta producir dos películas con un mensaje diferente. La versión original persigue las desventuras de un asiático norteamericano en las jaranas universitarias, mientras que la versión ideada para el mercado chino convierte al protagonista en un estudiante de intercambio cuya historia habla de «la importancia de abrazar las propias raíces al enfrentarse a los peligros de un Occidente hedonista». En Independence Day: contraataque el product placement de la marca de leche Moon Milk fue tan exagerado como para poner muy nerviosa a la audiencia, algo similar a lo que pasaría aquí si pagas la entrada para ver a los X-Men y te encuentras con Lobezno bebiéndose tazones de Central Lechera Asturiana. La publicidad poco encubierta también asomó por Capitán América: Civil War y obligó al muchomillonario de Tony Stark a utilizar móviles baratos de la marca china Vivo.
Los recortes también fueron una práctica común para asegurar un hueco en la cartelera oriental: Quentin Tarantino trasquiló Django desencadenado, pero tras estrenarla en los cines chinos tuvo que llevársela de nuevo a casa para repasarla con más tijeretazos. Titanic insertó un zoom sobre la jeta de Kate Winslet en la escena del posado para evitar que sus carnes al aire ensuciasen las aseadas mentes asiáticas. En Misión Imposible 3 los trotes de Ethan Hunt (Tom Cruise, el único actor que incluye entre sus registros el Modo Carrera) por los tejados de Shangái necesitaron de edición adicional para eliminar la ropa tendida de las azoteas porque los censores consideraban que tanto trapo al aire reflejaba a una sociedad empobrecida e incapaz de costearse una secadora. Las salvajes dos entregas de la japonesa Parásito fueron condensadas en una sola película después de extirpar de las mismas cien minutos de escenas violentas. El atlas de las nubes recibió un buen mordisco al verse obligado a cercenar treinta y ocho minutos de metraje que incluían varias relaciones sexuales entre parejas homo y hetero. Piratas del Caribe: en el fin del mundo solo puede proyectarse en China si se elimina por completo de la historia al personaje de Sao Feng (Chow Yun-Fat) porque representa a un chino malvado y eso no existe en el mundo real. Pixels excluyó la escena en la que los videojuegos asaltaban la Gran Muralla China para no ofrecer una imagen de país indefenso. La Ben-Hur de 2016 eliminó todas sus referencias a Jesucristo y el cristianismo, Men in Black 3 cercenó el instante en el que Will Smith flasheaba a un grupo de turistas asiáticos, Skyfall tuvo que suprimir una escena donde James Bond (Daniel Craig) despachaba a un guardia de seguridad de Shangái, y los recortes en Alien: Covenant se llevaron por delante un beso gay y casi aniquilan por completo al extraterrestre titular, porque en la versión china del film el alien clásico solo asoma la cabeza durante poco más de un minuto.
Mario Casas conquista China
El taquillazo más inesperado, que no el mayor, ocurrido en los cines chinos durante 2017 no llegó de la zarpa de orcos de piel verdosa ni acompañado por superhéroes norteamericanos, sino junto a Bárbara Lennie, Mario Casas y José Coronado. A principios del año pasado, el thriller Contratiempo de Oriol Paulo saldó su paso por salas españolas con tres millones y medio de euros de recaudación. Pero la verdadera sorpresa ocurrió siete meses después, cuando los distribuidores chinos se pusieron en contacto con el realizador y le ofrecieron con mucha intensidad la posibilidad de estrenar la cinta a lo bestia en China. El énfasis estaba justificado porque Contratiempo se había convertido en un éxito en el mercado pirata asiático. La versión ilegal de la película de Paulo acumulaba un millón de descargas y coleccionaba, vía redes sociales, recomendaciones de los actores estrella del país (que solo la podían haber visto tirando de métodos piratillas). El film acabó siendo proyectado de manera oficial en siete mil salas, llegó acunado por una promoción al estilo de los blockbusters americanos y se convirtió en un taquillazo que solo durante el fin de semana de su estreno en China ya amasó más dinero que durante toda su vida en la cartelera española. Se agarró varias semanas al top ten de las películas más vistas y acumuló un total de veintiséis millones de euros. El éxito propició que Contratiempo se estrenase también en Corea, la India, Taiwán o Grecia, y que se acordasen un par de remakes para el futuro. Y todo ello sin obligar a sus protagonistas a pasarse la película bebiendo marcas chinas de leche con nombres graciosos.
Parece que el occidente no tienen ningún reparo con el comunismo a la hora de vender, doble estándar.
La vi en Nanjing y esas ventanas que describe el artículo no estaban por ninguna parte. Dicho sea de paso, en China las películas extranjeras (cuyo número anual está tasado por el Gobierno) no pueden estar dos semanas en cartelera por mucho éxito que tengan, de modo que no se puede considerar un fracaso que el 90% de los cines la retirasen en el segundo fin de semana porque es lo normal (lo que me sorprende es que un 10% la mantuvieran, supongo que serían cines IMAX con licencias especiales).
Hace falta documentarse un poco más, parece ser.
lo del respeto a los fantasmas es curioso, hay todo un genero fantástico chino con historias de fantasmas sexo y kung fu de lo mas psicotronico ( y disfrutable ) https://www.youtube.com/watch?v=GNDpIsVfPGk
Que bueno lo de Contratiempo. No me esperaba semejante taquilla en China. 26 millones en un solo fin de semana.
Alguien podria decirme cual ha sido la pelicula española mas taquillera fuera de España?
En cuanto a lo del episodio VIII, influyó mucho que el gobierno chino retrasase la fecha de estreno en su política de no perjudicar a los estrenos normales. Cuando llegó a los cines la película ya había sido pirateada y vista por todo aquel con interés.