Dedicado a todos aquellos que nunca leen las dedicatorias.
Vosotros os lo perdéis.
La página ignorada
La dedicatoria de cualquier libro es la página que más rápido se lee y la que menos interesa a la mayoría de los lectores. Por su propia naturaleza de misiva para alguien muy concreto y ajeno por completo al resto del texto, no suele llegar a ser mucho más que una anécdota efímera en el mundo literario. Pero en ocasiones, y gracias a la habilidad de ciertos autores, la propia página dedicada, un elemento completamente libre que carece de restricciones, se ha convertido en algo tan maravilloso como para propiciar que existan rincones entregados en exclusiva a coleccionar dedicatorias. Este mismo texto está a punto de convertirse en uno de ellos.
Familia
El matemático Joseph J. Rotman firmó a finales de los ochenta el volumen Una introducción a la topología algebraica y tuvo el detalle de utilizar las páginas de aquel libro de texto para acordarse de su familia más cercana: «A mi mujer Margarit y a mis hijos Ella Rose y Daniel Adam, sin ellos este libro se hubiese terminado hace dos años». La coña de Rotman era maja, pero plagiaba con descaro al escritor P. G. Wodehouse que sesenta años antes había estampado en su colección de historias cortas The Heart of a Goof una dedicatoria que rezaba «Para mi hija Leonora, porque sin su simpatía y estímulo inquebrantables, este libro habría sido terminado en la mitad del tiempo». La cómica Chelsea Handler dedicó su libro Chelsea Chelsea Bang Bang «A mis hermanos y hermanas. Menuda… banda de gilipollas». Matthew Klein rindió homenaje a su madre desde la primera página del libro No Way Back al mismo tiempo que le rogaba que se saltase las escenas de sexo. Las aventuras de La tierra de las historias: el hechizo de los deseos venían precedidas por unas palabras de su autor, Chris Colfer, que decían «Para mi abuela. Por ser mi primera editora y darme el mejor consejo de escritura que jamás haya recibido: “Christopher, creo que deberías de esperar hasta que hayas acabado la escuela primaria para dedicarte a ser un escritor fracasado”».
Tobias Wolff se tomó una revancha en Vida de este chico al escribir: «Mi padrastro solía decir que yo no sabía ni rellenar un libro. Bueno, aquí está». El dibujante Moose Allain explicó en I Wonder What I’m Thinking que aquel libro estaba dedicado a «mi mujer Karen, que es un 90% inspiración y un 90% paciencia. No, eso no suma 180%. Ella es multitarea». John Foot escribió Calcio: a History of Italian Football y se lo ofreció a su padre «porque amaba el fútbol» y a su hijo «porque odiaba el fútbol». Andy Weir otorgó su famosa El marciano «A mamá, que me llama “Pepinillo”. Y a Papá, que me llama “Tío”». Judd Apatow dedicó a sus padres uno de sus libros al mismo tiempo que los acusó de haberle provocado enfermedades mentales. Nothing Can Possibly Go Wrong tenía dos autoras, Prudence Shen y Faith Erin Hicks, y en consecuencia dos dedicatorias que compartían el mismo espíritu: «Para mis padres, a pesar de que nunca me compraron un robot» y «Para todas las chicas geek». Douglas Adams estampó en las aventuras de Dirk Gently un «A mi madre, a quien le gustó la parte del caballo».
En 1991, Christina Rosenvinge escribió «Para Ray, él sabe por qué» en los agradecimientos del disco Que me parta un rayo. Y en 1992 Ray Loriga rotuló un «Para Christina, ella sabe por qué» en las páginas de Lo peor de todo. Los versos satánicos de Salman Rushdie se publicaron con una dedicatoria para su esposa Marianne, pero cuando ambos se divorciaron las reediciones sustituyeron aquella línea por un «Para las personas y organizaciones que han apoyado este libro». La dedicatoria de El fin de la aventura de Graham Greene variaba según la edición: en algunos casos lucía un «Para C» y en otros un «Para Catherine», siendo ambas personas Catherine Walston, una mujer casada, de la que Greene era padrino, con la que mantenía una aventura. Aquello resultaba bastante gracioso teniendo en cuenta el propio título del libro.
C. S. Lewis se montó su propia película entrañable a la hora de dedicar el primer volumen de Las crónicas de Narnia, El león la bruja y el armario:
Para Lucy Barfield.
Mi querida Lucy,
Escribí esta historia para ti, pero cuando la empecé no había caído en la cuenta de que las muchachas crecen más rápidamente que los libros. Por tanto, ya eres mayor para los cuentos de hadas y, para cuando el relato esté impreso y encuadernado, serás aún mayor. Sin embargo, algún día serás lo bastante mayor para volver a leer cuentos de hadas, y entonces podrás sacarlo de la estantería superior, quitarle el polvo y decirme qué opinas de él. Probablemente, yo estaré tan sordo que no te oiré, y seré tan viejo que no comprenderé nada de lo que digas. A pesar de todo seguiré siendo tu querido padrino.
Cada una de las entregas de la saga de trece libros de Una serie de catastróficas desdichas incluyó una dedicatoria a la misma persona: Beatrice Baudelaire, el amor perdido y ficticio del hombre que firmaba cada libro, un escritor llamado Lemony Snicket que también formaba parte de la ficción. Los textos de Snicket eran tan optimistas y fabulosos como las novelas a las que precedían: «Para Beatrice. Nuestro amor rompió mi corazón, y detuvo el tuyo», «Para Beatrice. Nuestro amor vivirá para siempre. Tú, sin embargo, no lo hiciste», «Para Beatrice. Cuando te conocí me quede sin aliento. Como tú estás ahora», «Para Beatrice. Siempre estarás en mi corazón, en mi mente y en tu tumba» o «Para Beatrice. Nadie pudo apagar nuestro amor, ni tu casa».
Lo de Tad Williams fue portentoso, el escritor estadounidense aprovechó las páginas iniciales de los cinco volúmenes de la serie Otherland para fabricar un running gag muy simpático protagonizado por su mismísimo padre. El primer libro rezaba: «Este libro está dedicado a mi padre Joseph Hill Evans con amor. En realidad, papá no lee ficción, así que si nadie le cuenta esto, nunca lo sabrá». El segundo tenía un «Este libro está dedicado a mi padre Joseph Hill Evans con amor. Como dije antes, papá no lee ficción. Todavía no se ha dado cuenta de que esto está dedicado a él. Este es el volumen dos, vamos a ver cuántos más sacamos hasta que se entere». El tercero anunciaba: «Esto está dedicado a ya-sabes-quién aunque él no lo sepa. A lo mejor podemos mantener esto en secreto hasta el último número». El cuarto explicaba: «Mi padre todavía no ha descubierto los libros, así que no, aún no lo sabe. Creo que tendré que decírselo. Quizás debería decírselo sutilmente». Y el quinto, y último, remataba con un fantástico «Todos los que estén aquí a quienes no les hayan dedicado un libro que den tres pasos al frente. Ups, papá, espera un momento…».
El séptimo arte
Al guionista Charlie Kaufman le encargaron adaptar al cine un libro inadaptable (El ladrón de orquídeas de Susan Orlean) y el hombre optó por escribir un guion muy loco sobre lo imposible de adaptar aquellas páginas. Una trama protagonizada por el propio Kaufman y su inexistente hermano gemelo, la película que surgió de todo fue Adaptation (El ladrón de orquídeas) y llegó con una dedicatoria muy sentida a la memoria de aquel Donald Kaufman que nunca existió. The Beatles dedicaron la película Help! al inventor de la máquina de coser, Elias Howe, tras llegar a la conclusión de que si el hombre nunca hubiese existido no tendrían nada que ponerse. Guillermo del Toro dedicó Pacific Rim al gran Ray Harryhausen (creador de la mejores criaturas de stop-motion) y al no menos enorme Ishiro Honda (el hombre que incubó a Godzilla) por ser los papás originales de los monstruos. Steps Trodden Black, una producción ultra low-cost rodada entre amigos, se presentó con un «Esta cinta está dedicada a la memoria de Jairin Brantly. Él no está muerto ni nada por el estilo, pero se acaba de mudar a Arizona y lo echamos de menos». La dolorosa, por los motivos equivocados, Street Fighter rindió tributo a un Raúl Juliá, que falleció poco después de participar en ella: «Para Raúl. Vaya con Dios». Aquella Batman: la película de 1966 que protagonizó el incombustible Adam West mostraba el siguiente discurso:
Deseamos expresar nuestra gratitud a todos los enemigos del mal y los cruzados contra el crimen del mundo por su ejemplo inspirador. A ello, y a los amantes de la aventura, los amantes del escapismo puro, los amantes del entretenimiento sin adulterar, los amantes de lo ridículo, de lo extraño y de la diversión, está dedicada respetuosamente esta película. Si hemos pasado por alto a algún grupo considerable de amantes, nos disculpamos.
Los productores.
Kevin Smith suele acomodar entre los créditos finales de sus películas ristras interminables de agradecimientos hacia todo tipo de personas. Unas listas que siempre están encabezadas por una entidad todopoderosa: Clerks 2 arranca sus agradecimientos con un «A Dios, aquel que mantiene el latido de mi corazón y me vuelve agradecido y temeroso». Mallrats con «A Dios, por darme otra oportunidad para contar mis estupideces». Y en Jersey Girl se puede leer: «A Dios, quien por lo visto sigue siendo un fan mío, y viceversa», justo antes de «A Jenny. La prueba de que Dios sigue siendo un fan». El caso de la secuela de Clerks también es destacable porque en sus créditos finales al gordo de Nueva Jersey se le fue la mano con lo de dar las gracias y se le ocurrió añadir los nombres de todos aquellos que se habían apuntado a la red de colegas de su MySpace: 163.070 personas que convirtieron aquellos títulos de crédito en los más largos y aburridos de la historia del cine.
A lo loco
A los tarados que ejercen de editores en la web Cracked se les ocurrió publicar en 2010 un libro titulado You Might Be a Zombie and Other Bad News: Shocking but Utterly True Facts. Un recopilatorio de los mejores textos de la página que Sarah Silverman definió como «el libro que por fin te cuenta la verdad de todo aquello que deberías saber». Fiel al espíritu de Cracked, la dedicatoria de aquello no podía pertenecer a este mundo: «Por haberse negado, gracias a su asombrosa densidad, a colapsarse en un agujero negro devorador de planetas, queremos dedicar este libro a la memoria del testículo izquierdo de Theodore Roosevelt». Austenland, de Shannon Hale, narraba las desventuras de una treintañera obsesionada por el Mr Dacy que interpretó Colin Firth en la adaptación noventera de Orgullo y prejuicio de la BBC. Y la escritora llevó la broma hasta el punto de dedicar el tomo (que tuvo película propia) al actor inglés: «Para Colin Firth. Eres un buen chico pero estoy casada, así que creo que es mejor que seamos amigos». El diseñador gráfico Adam J. Kurtz dedicó Pick M0e Up «al futuro y en memoria del pasado». Emily O’Neill otorgó You Can’t Pick Up Your Genre a «cada superviviente, cada perra salvaje», y Julie Murphy sirvió Dumplin’ a «todas las chicas de culo gordo».
Xabi Tolosa puso un «Dedicado a todo el mundo. Así seguro que no me dejo a nadie» en sus tebeos garabateados y recopilados en Esto se ha hecho mil veces. Michelle Lovric brindó su The True and Splendid History of the Harristown Sisters a su «caravana de ninfas». David Wong en This Book is Full of Spiders sentenció: «Para Carley, que fue mejor persona que yo, a pesar de ser un perro». Let’s Pretend This Never Happened de Jenny Lawson empezaba con un rencoroso «Quiero dar las gracias a todas las personas que me ayudaron a crear este libro. Excepto a aquel tío que me gritó en el Kmart cuando yo tenía ocho años porque pensó que yo era demasiado escandalosa. Usted es un gilipollas, señor». Naveed A. Khan firmaría en Bodies of Water una dedicatoria tan ocurrente como graciosa y triste: «Para todos aquellos con una línea roja debajo de su nombre en Word».
Cynthia Hand le rinde la primera página de My Lady Jane a quienes al ver Titanic intuyeron que había sitio en esa puerta para Leonardo DiCaprio. La canadiense E. K. Johnston dedicaría Spindle a una amiga por haber perpetrado la peor partida de Los colonos de Catán en la «historia de la humanidad». Diana Wynne Jones escribió: «Para Leo, a quien golpearon en la cabeza con una pelota de cricket», en Las vidas de Christopher Chant. Gideon Defoe aprovechó la quinta entrega de su serie de comedias disparatadas titulada The Pirates! para dedicar la historia a «Evangeline Lilly, Jennifer Garner, Julie Christie, Phoebe Cates, Wendy James cuando no estaba en Transvision Vamp, Alison Clarkson, Molly Ringwald, Beyoncé, Louise Lombard, Miss Francia en 1998 y ese duendecillo de la primera temporada de America’s Next Top Model».
Derek Landy embelleció la novela Ataduras mortales, la quinta entrega de la serie juvenil Detective esqueleto, con una proclama curiosa:
Este libro está dedicado, con bastante reticencia, a mi editor, Nick Lake, porque él me está forzando a ello. Personalmente hubiera preferido incluir a Gilie Russell y Michael Stearns, quienes, junto a Nick, me dieron la bienvenida al mundo editorial con mi primer libro.
Por desgracia, como Nick es mi único editor, él ha amenazado con editar esta dedicatoria hasta convertirla en un revoltijo de líneas tachadas, y por eso mismo esta dedicatoria es para él y solo para él. Personalmente yo opino que esto demuestra una asombrosa cantidad de ********** y **********, lo que deja claro que Nick no es nada más que un ********************* con ********** por ************, pero, eh, eso solo es mi opinión personal.
Hala, Nick. Por fin tienes un libro dedicado a tu persona. Espero que estés feliz de ********.
********.
(Nota del editor: Nick Lake es un tío genial).
En general, Landy era muy amigo de divertirse camuflando como dedicatorias parrafadas similares. La invocadora de la muerte, otra entrega de las aventuras del Detective esqueleto, llegó dedicada a sus sobrinas recién nacidas, a quienes acusaba de haberle robado protagonismo en la familia y de tener unos padres desastrosos. El texto incluso dejaba un espacio en blanco para añadir el resto de nombres de las sobrinas/sobrinos que pudiesen nacer en un futuro para que todas y todos tuviesen su libro dedicado y considerasen a Landy como un tío muy molón. En El reino de los malvados el escritor dedicó el libro al ilustrador de las portadas de la serie, al mismo tiempo que aseguraba que él mismo pintaba mejor.
Con estilo
Charles Bukowski apuntó en el interior de Cartero: «Esto es una obra de ficción y no está dedicada a nadie», y con Pulp se mofó de la literatura ramplona dedicando el texto a la «mala escritura». Carl Sagan se marcó en su Cosmos un «En la vastedad del espacio y en la inmensidad del tiempo, mi alegría es compartir un planeta y una época con Annie», que elevó las declaraciones de amor a niveles planetarios. Juan Goytisolo dedicó su Makbara (‘cementerio’ en árabe) «a quienes la inspiraron y no la leerán». Mark Waid y Alex Ross dedicaron su cómic de superhéroes Kingdom Come a la memoria de Christopher Reeve por «hacernos creer que un hombre puede volar». Chris Claremont, guionista de los tebeos de X-men, escribió una novela de ciencia ficción titulada Primer vuelo y se la dedicó a los miembros de la Patrulla X dirigiéndose a cada uno de ellos por el nombre de pila. Buenos presagios (Terry Pratchett y Neil Gaiman) llegó dedicada a G. K. Chesterton porque «él sabía lo que estaba pasando». Agatha Christie en Sangre en la piscina, una aventura de Hércules Poirot, se disculpaba ante unos amigos: «Para Leonard y Danae, junto a mis disculpas, por haber utilizado su piscina como escenario de un crimen». Camilo José Cela dedicó La familia de Pascual Duarte a sus enemigos por ayudarle en su carrera. El amado y odiado El principito de Antoine de Saint-Exupéry se corregía sobre la marcha su propia dedicatoria:
A Leon Werth
Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Pero tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada. Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan). Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria:
A Leon Werth, cuando era niño.
Y J. K. Rowling aprovechó el cierre de una serie con Harry Potter y las reliquias de la muerte para dibujar con sus dedicatorias el mismo rayo que el niño mago llevaba marcado en la frente:
Para ti
Solo una palabra tuya, del irlandés Niall Williams, arrancaba con un «Para ti, por supuesto». La casa de las hojas de Mark Z. Danielewski comenzaba con una antidedicatoria contra la que se estrellaba el lector, un rotundo «Esto no es para ti». Una afirmación acertada en la mayoría de los casos al ser aquel voluminoso libro un puzle gigantesco donde la historia contiene otras historias escondidas en anotaciones y pies de página, que a su vez esconden otros relatos, y la maquetación del texto se toma la libertad de construir dibujos, esconder más secretos, convertirse en laberinto o desparramarse por completo. Dan Wells aprovechó la novela Ruins para remover las emociones del lector: «Este libro está dedicado a todas las personas que odias. Lo siento, la vida a veces es así». El académico Jesse Bering comenzó su Perv: The Sexual Deviant in All of Us con un «Para ti, pervertido».
Y Neil Gaiman en Los hijos de Anansi hizo lo siguiente:
Ya sabes cómo funciona esto. Coges un libro, saltas a la dedicatoria y descubres que, una vez más, el autor ha dedicado su libro a alguien que no eres tú.
No será así esta vez.
Porque no nos hemos encontrado todavía / no hemos tenido la ocasión de echarnos una mirada / no estamos locos el uno por el otro / no ocurre tampoco que no nos hayamos visto en mucho tiempo / ni que estemos relacionados de algún modo / quizás jamás nos veremos, pero, confío en que, a pesar de todo ello, pensamos mucho el uno en el otro…
Este es para ti.
Con lo que ya sabes, y por lo que probablemente ya sabes.
Para nadie
En los años treinta E. E. Cummings (a quien a menudo la gente se refiere como e. e. cummings, en minúsculas, por su afición a juguetear con la ortografía) agarró setenta de sus poemas y los paseó por diversas editoriales buscando gente interesada en publicarlos, pero como respuesta solo recibió negativas. Finalmente optó por autopublicar el libro, con ayuda de los ahorros de su madre, y modificó el título de la antología, de Setenta poemas pasó a llamarse No, gracias en homenaje a aquellas palabras que había escuchado constantemente al visitar a los editores. Remató el asunto de manera extraordinaria: dedicando el libro a las catorce editoriales que lo habían rechazado. Sobre el papel aquella colección de nombres dibujó la silueta de una urna funeraria.
Posibles dedicatorias del autor/es de la Biblia: «Sin ti este libro hubiera sido imposible», o «espero haberte entendido bien, y disculpa los eventuales errores de interpretación» Muy buen artículo
Vale, es la dedicatoria a un premio, pero no tiene desperdicio:
https://www.youtube.com/watch?v=7_JUBgPHYmY
Hay una anécdota de la Literatura mexicana que merecería estar acá. Recuerdo esta versión: después de que el poeta Rubén Bonifaz Nuño supiera que su gran amor se casaba con otro detuvo la impresión de «El manto y la corona» para cambiar la dedicatoria del poemario, quitó el nombre de la amada y en su lugar puso la celebrada frase: «Aquí debería estar tu nombre».
Aun así es un gran artículo.
Saludos.