María José Furió es traductora, crítica literaria, colaboradora de diversas revistas y autora de una única y maravillosa novela publicada hace veintiún años en Mondadori. Me refiero a La mentira (1997), una novela breve, constelada de aforismos de puro sentenciosa, escrita en una prosa lírica que va descarnándose poco a poco y que narra la historia de una familia de mujeres solas, fuertes e infelices con una crudeza tal, que a fines de los noventa quizá muy pocos entendieron. Sin embargo, releída en 2018 La mentira no parecería ninguna exageración. Todo lo contrario. María José Furió fue la precursora de un realismo que hoy el mercado ha reducido a un topos espectacular.
La narradora de La mentira hace memoria de su vida desde los cuatro años de edad hasta el final de la adolescencia. Sabemos que tiene una melliza y que ambas ignoran quién fue su padre; sabemos que su madre es bella y que tiene una vida sentimental azarosa; sabemos que las tres mujeres huyen de sus maltratadores y que de alguno —más bien— fue imposible huir. Sabemos que la infancia y la adolescencia de la narradora transcurrieron en una de las peores épocas de la historia de España —la dictadura franquista—, pero no sabíamos que el inventario de todos esos abusos, abandonos, palizas y acosos sexuales podía chirriarle tanto a ciertos lectores de la España de los noventa. De hecho, todavía chirrían los testimonios de las víctimas de violaciones colectivas, porque la canalla (o la manada) machista considera que una mujer violada no debería salir de su perpetuo escondite.
La mentira es una joya oscura, un relámpago negro, una historia que tiene un arranque melancólico y termina arrasada de tristeza, pero que en todo momento nos traspasa con su belleza gracias a la escritura de María José Furió. Así, al comienzo de la novela la pequeña narradora vive en un internado religioso donde contempla el transcurso de «las mañanas de los ángeles, de las niñas dormidas, sin memoria, sin nostalgia», hasta que una de esas mañanas el ángel «Enroscó su larga cola en torno a las piernas musculosas. Apenas se inclinó en su reverencia. ‟Yo me ocupo de ti”. Me tapó con las sábanas».
Es curiosa la forma como la religión va cambiando dentro del imaginario de la narradora, primero como refugio, luego como plegaria y finalmente como expulsión del paraíso, pues cada vez que «el viejo» —la pareja de la madre— acosa y abusa de la protagonista, la certeza de la inutilidad de las oraciones es inversamente proporcional a la conciencia de una verdad sostenida por mentiras inmutables: «Entre mis confusas ideas se iba abriendo paso una que iría matizando con los días: la de ser depositaria de una verdad que solo lo sería plenamente cuando acertara a darle forma con palabras». La mentira como verdad no enunciada o callada es el gran hallazgo de la novela de María José Furió.
Así, la adolescente convertida en amante de su joven profesor sabe que «Le gusta cómo defiendo mi mentira, le gusta contemplar mi cara de mentirosa. Le miento al no hablar de lo que vivo en Barcelona», de la misma manera que es consciente del daño que le inflige su madre al negarle la identidad del padre desconocido, la verdad de su origen. ¿Desea tener un padre la narradora de La mentira? De ninguna manera, tan solo desea saber la verdad para abolir la mentira, y así fantasea cómo le habría bastado con un sencillo encuentro entre sus padres, donde él «aunque no hubiese respondido de una manera que aceptaba lo que había ocurrido, pero rechazando un compromiso. Su respuesta vendría después del reconocimiento y puede que el secreto hubiese durado también treinta años, pero habría sido el secreto de dos. Durante un segundo los dos habrían compartido nuestra existencia, casual y doble. Habría habido, quizá, una justificación para todas las mentiras y una razón para la ficción que se inventó». No conozco otra novela que haya afrontado un problema como el expuesto sin caer en la sensiblería, el rencor o el melodrama. María José Furió desató aquel nudo con serenidad, lucidez y piedad.
¿Qué habría ocurrido si el padre de la narradora se hubiera negado a reconocer los hechos ante su madre? La reflexión consiente la cera y el acero: «Si él hubiese contestado ‟no”, negándose a reconocernos después de reconocerla, ella se habría enfrentado a un hombre y no a la convicción grandilocuente de que existía un destino. Habría podido contar todas las mentiras y todas serían la verdad, pues desde entonces cualquiera podría ser nuestro padre».
La mentira es una hermosa novela que además duele, sacude y deslumbra. Si fuera editor, buscaría a María José Furió para publicarle las ficciones que haya escrito a lo largo de estos últimos veinte años.
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Algunos libros nunca disfrutaron de la atención que merecían y ciertos autores fallecidos en su plenitud corren el riego de ser olvidados. En Zona de Rescate compartiré mis lecturas de ambas regiones —la Zona Fantasma y la Zona Negativa— porque la memoria literaria es tan importante como la otra. Distancia de rescate (¡gracias, Samanta!): 1985, año de mi venida a España.
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