La Navidad es un gran invento. Sirve para que la gente se gaste el dinero que no tiene en el noble empeño de odiar más a sus familias y llenar sus arterias con colesterol. Ya de paso, la época perinavideña suele implicar que el mundo de las series se adormece. Ya saben, el espectador sale a la calle buscando qué hacer mientras regresan The Boring Dead y Juego de Plomos porque, no importa lo embarazoso que sea el declive de estas megaseries, hay que seguir viéndolas para averiguar cómo terminan. Es lo que hago yo, a mi pesar. Bueno, seamos sinceros: no tan a mi pesar. Me pongo a despotricar y me lo paso bomba. ¿Cuántas escenas de llorera tendrá Rick Grimes en este nuevo episodio? ¿Con cuántos minutos de mueca obtusa nos obsequiará Jon Snow esta vez? Entiéndanme: uno, en su ancianidad, necesita su conveniente dosis de imprecaciones ante la pantalla. Por lo menos hasta que estrenen el nuevo buñuelo de Star Wars.
Este invierno, sin embargo, ha estado muy poblado de estrenos. Supongo que la inflación de la ficción televisiva requiere buscar nuevos huecos en el calendario y aunque vivamos en la edad dorada de las series (¿aún?) cada vez hay más y, como es lógico, resulta imposible mantener el nivel. Últimamente vengo notando tres cosas. Una, que el desempeño técnico es cada vez más alto como producto de la competencia y también de la experiencia acumulada. Dos, que los guionistas y showrunners tienen cada vez más problemas para rellenar unas temporadas que, sobre todo en Estados Unidos, suelen tener un número predefinido de episodios a los que amoldarse. Y tres, que las interpretaciones son casi siempre lo mejor de las series; está claro que hay mayor número de buenos actores que de buenos guionistas y que, hoy en día, el proceso de casting es probablemente el ámbito en el que más triunfos artísticos se consigue. En cualquier caso, aquí van algunas nuevas series a las que me he enfrentado últimamente (algunas en realidad son de finales del 2017, lo digo por si hay alguien con TOC por ahí) y que suelen seguir ese patrón: grandes interpretaciones, guionistas que se las ven y se las desean para rellenar episodios.
Waco
Los lectores más veteranos recordarán perfectamente aquellos días de 1993 en que los noticiarios hablaban constantemente de lo que estaba sucediendo en la localidad tejana de Waco. Ya saben: la policía estadounidense intentó tomar por la fuerza el edificio que ocupaba una secta evangélica llamada la Rama Davidiana, liderada por un sujeto llamado David Koresh, el Jim Jones de los años noventa. Los davidianos se olieron que la redada era inminente y rechazaron el asalto policial a tiro limpio. Varios agentes y sectarios murieron durante el tiroteo. Después, los davidianos se atrincheraron durante semanas, cercados por decenas de policías armados e incluso tanques y helicópteros del ejército, mientras los medios de todo el mundo cubrían la historia. Hubo negociaciones entre las autoridades y el líder de la secta para que todo acabase de manera pacífica, pero también hubo, como sabemos hoy, serios desencuentros entre varios departamentos de las fuerzas de seguridad acerca de cómo enfocar el asunto. Al final, después de casi dos meses, el Gobierno perdió la paciencia y ordenó un asalto definitivo al edificio. Mientras los tanques intentaban derribar la estructura de madera, se produjo un incendio provocado, parece ser, por los propios davidianos. Todos pudimos contemplar boquiabiertos las imágenes del fuego cubriendo el edificio entero en cuestión de minutos. Aunque los miembros de la secta trataron de protegerse en un búnker, casi ochenta de ellos murieron entre las llamas, incluidos unos cuantos niños. Las autopsias revelaron que los davidianos, al entender que no iban a poder escapar del fuego, habían sacrificado a varios de los niños con un disparo de gracia. Incluso, en algún caso, con una puñalada. Una historia tremenda.
Yo esperaba con muchas ganas el estreno de Waco. Sabía que se basa en algunos libros escritos por protagonistas de la historia real que la vivieron desde ambos bandos, tanto supervivientes de la secta como agentes de la ley, y que en la producción se estaba cuidando muchísimo cada detalle. Por ejemplo, leí una interesante entrevista con la responsable del vestuario, donde contaba cómo habían buscado ropa de la época en mercadillos de segunda mano, tratando de encontrar las prendas que los davidianos llevaban en fotografías o filmaciones. Se ha construido una sede de los davidianos que es como estar viendo la auténtica. Hasta el equipo musical de David Koresh, que solo aparece como atrezo y supongo que no atraerá la atención de casi nadie, es visualmente idéntico al que podemos ver en los vídeos de la época. Es decir, en todo lo relacionado con el diseño de producción, la serie es un diez.
¿El guion? No es un diez. Es sólido, aunque sospecho que mis expectativas quizá eran un poco altas. Ojo, es una buena serie y las virtudes superan a los defectos. Aun así, me deja la constante sensación de que, teniendo semejante argumento entre manos, se ha optado por el enfoque más convencional. Los anglosajones tienen una expresión muy buena que resume lo que quiero decir: la serie ha sido hecha by the numbers; esto es, siguiendo al pie de la letra los diagramas del manual. El diagrama número 1 indica que hay que hacer tal cosa; el diagrama número 2 que hay que hacer tal cosa. Así, todo correcto y en su sitio, lo cual evita que haya grandes errores pero también impide que haya grandes sorpresas estilísticas. Creo que casi todas las series que podemos considerar grandes se saltan algunas ideas preconcebidas sobre cómo construir un drama, sorprendiendo al espectador en una o varias facetas. Y Waco no se salta ninguna regla. En consecuencia, es una buena serie pero no la gran serie que podría haber sido.
Empecemos por lo bueno. Curiosamente, el aspecto en que yo tenía menos confianza ha terminado siendo el que mejor funciona. Hablo del actor protagonista, Taylor Kitsch. Sí, hablo del musculitos que apareció en John Carter, Battleship o X-Men Origins: Wolverine. A priori, me pareció una elección terrible. Y, pese a todos mis temores, el trabajo que hace interpretando a David Koresh es… ¡impresionante! Recibirá muchas distinciones por ello, no les quepa duda. Lo de menos, aunque meritorio, es que haya perdido un montón de peso para encarnar a Koresh o que se haya esforzado en imitar su voz, muy distinta a la suya propia. Lo relevante es que haya sido capaz de reconstruir a un Koresh de carne y hueso, creíble en todas y cada una de las secuencias. El líder de los davidianos era un personaje complejo y bastante extraño, que no encajaba en la imagen habitual de iluminado religioso. Para empezar, Koresh era rockero —su ídolo, creo recordar, era Joe Satriani— y grababa maquetas con canciones cristianas muy influidas por el rock comercial de principios de los ochenta. Si tienen paciencia pueden escuchar su hit más conocido; el que canta y toca la guitarra, solos incluidos, es el propio Koresh. No tocaba horriblemente mal, aunque el tipo no era Satriani ni lo hubiera sido en un millón de años. Pero eh, con más medios y un buen productor, quién sabe. Podría haber alcanzado el listón de otros grupos de rock cristiano, que nunca estuvo demasiado alto. Pero bueno, además de su intento de sonar como Foreigner, Koresh se sabía la Biblia de memoria y aun careciendo de formación era capaz de sostener diálogos teológicos profundos incluso con gente que había estudiado esos temas. Era inculto, pero inteligente. Como buen psicópata, sabía manipular a la gente de su entorno.
No era fácil reproducir todo eso y que un Koresh de la pantalla consiguiera transmitir su aureola de líder espiritual malvado sin duda, pero también con una faceta cercana y humana. Y, para asombro de quien les escribe, Taylor Kitsch compone a un Koresh poliédrico y, por momentos, fascinante. Yo pensaba que este actor se iba a cargar la serie, pero no, es precisamente él quien la sostiene. Me quito el sombrero. También aparece Michael Shannon, que interpreta al negociador principal del FBI. Lo hace bien, como siempre, pero su personaje —como casi todos en el bando de los policías— está poco desarrollado por el guion. Así, asistimos al científicamente improbable hecho de que Taylor Kitsch brilla más que Shannon en la misma serie. Vivir para ver. Eso sí, en el último episodio las cosas se invierte, como veremos.
El problema de los personajes secundarios, que están en manos de muy buenos actores pero que casi nunca despegan a la altura del protagonista, es el problema de la propia Waco. Que consiste, creo, en el empeño por ser fiel a la historia y creer que un relato lineal era imprescindible para lograr ese objetivo. Esta no es una historia de juicios, como la de O. J. Simpson, que sí se prestaba a la crónica cuasi periodística, porque en el caso real no dejaban de suceder cosas raras todo el tiempo. Lo de los davidianos fue más bien un crescendo, una pesadilla malsana que se prolongó durante semanas y en la que muchas veces parecía no estar sucediendo nada, hasta que de repente sucedía algo. No hubiese sido malo forzar un par de notas aquí y allá para reproducir en la serie ese tono de catástrofe inminente. Todos sabemos cómo terminó aquello —muy mal— y eso podía haber sido usado como arma por los guionistas, recordándole al espectador que lo que está viendo es, en cierto modo, una profecía apocalíptica autocumplida. Koresh anunciaba el fin del mundo y eso sucedió, al menos para él y sus seguidores. La serie se hubiese beneficiado muchísimo de un enfoque no tan apegado a la crónica hiperrealista. Sé que es más fácil decirlo que hacerlo, pero el suceso real, al fin y al cabo, fue una historia de suspense que al final se transformó en terror. Y Waco podía haberse acercado un poquito a esos géneros en determinados momentos. Como vamos a ver, El asesinato de Gianni Versace ha hecho eso mismo y con buenos resultados. La propia Waco lo hace, pero solo en el último episodio, que es el mejor de los seis. O, por lo menos, el más intenso.
De todos modos, entiendan todo esto como una crítica exigente. Waco no es perfecta, pero lo que cuenta, lo cuenta bien. Entretiene y ofrece una lectura interesante sobre aquellos acontecimientos. Hay medios, hay pericia técnica, hay buenos actores. Nunca despega a grandes alturas, y es una lástima, pero tampoco comete pecados imperdonables. En cualquier caso, para quien esté familiarizado con el personaje de Koresh, merece la pena verla solo por lo que hace Taylor Kitsch con el personaje; es el punto exacto en que la carrera de este actor va a dar un giro. Será muy probablemente nominado a los Emmys y otros premios importantes. El primer posible nominado, pero no el último, que me atrevo a vaticinar en este artículo.
American Crime Story: El asesinato de Gianni Versace
Antes que nada: si espera usted algo similar a aquella enloquecida primera temporada titulada El pueblo contra O. J. Simpson, sepa que no lo encontrará. Eso no significa que El asesinato de Gianni Versace no sea una buena temporada, sino que es radicalmente distinta a su predecesora. Y es lógico. Todo lo relacionado con la detención y juicio de O. J. Simpson fue tan enrevesado, incluyó tantos momentos memorables y tantos personajes estrambóticos, que los creadores de El pueblo contra O. J. Simpson tenían no ya material suficiente, sino de sobra. Incluso tuvieron que eliminar del argumento sucesos auténticos porque pensaban que el público nunca se creería que habían sucedido de verdad. Solo con narrar una pequeña parte de lo que pasó en el caso Simpson, la primera temporada de American Crime Story se convirtió en un adictivo carrusel de momentos estupefacientes.
Alrededor del asesinato de Gianni Versace no hay tanto retruécano. Sí, hay toda una historia detrás, pero no llega a los mismos niveles de psicodelia. Y eso se nota en la adaptación a la pantalla. Si comparamos ambas temporadas, la primera es vibrante y arrolladora, entretenida en cada segundo. La segunda, en cambio, alarga las cosas de manera artificial porque tiene menos material de base para llenar los mismos capítulos. Pero, a su modo, hace algunas cosas muy bien.
Antes de enfrentarme con la serie, vi algunos documentales y entrevistas porque, la verdad, no sabía nada sobre los personajes implicados. Siempre estuve más familiarizado con O. J. Simpson o David Koresh, pero de Gianni Versace y Donatella Versace solo sabía que habían creado una gran empresa de moda, industria que nunca me ha interesado lo más mínimo. Creo que ni los hubiese reconocido de verlos en fotografía. Y me alegro de haber efectuado esa documentación previa porque me ha servido para apreciar el enorme trabajo que hacen los dos actores que encarnan a los hermanos Versace. El venezolano Edgar Ramírez se convierte en Gianni Versace, literalmente. Este actor ya había dado que hablar en la escena internacional interpretando al famoso terrorista Carlos, y esta nueva serie debería terminar de confirmar ese estatus. En cuanto a Penélope Cruz, bueno, anuncio desde ya que es una futura candidata a los Emmys. Su retrato de Donatella Versace es espectacular. No parece una doble, como sucede con Ramírez, pero habla igual, camina igual que Donatella. Es obvio que no se le parece físicamente, aunque los maquilladores hacen un buen trabajo intentándolo. Es como lo de Margot Robbie encarnando a Tonya Harding: el nulo parecido físico es lo de menos cuando el intérprete consigue enfundarse en la piel psicológica del personaje. No sé cómo recibiremos el trabajo de Cruz en España, porque a veces somos muy así con los nuestros, pero ya les digo que en Estados Unidos le van a hacer reverencias por lo que hace aquí. Y muy merecidas.
En cualquier caso, ellos dos aparecen poco porque la serie se centra más en la figura del asesino, Andrew Cunanan, que es el auténtico protagonista. Un enfoque que es una espada de doble filo. En el lado negativo, el personaje no es particularmente interesante. Es un psicópata majara, poco más. No tiene, por ejemplo, el aura mesiánica de David Koresh. Es más bien como un Norman Bates de segunda. Los creadores de la serie han optado por usar a Cunanan como en una película de suspense, casi de terror. En las secuencias donde lo vemos perder la cabeza la tensión se eleva y la serie consigue que el espectador contenga la respiración. Pero se le dedica muchos minutos y no me parece que los pueda llenar por sí solo. Cuando no está creando un momento álgido de terror, Cunanan es demasiado monótono, demasiado mecánico en su locura. El actor Darren Criss, todo sea dicho, consigue que el personaje resulte espeluznante en los momentos indicados. Lo malo es que en otras escenas parece casi una caricatura, no por culpa del intérprete sino por cómo ha sido escrito el personaje.
El que el enfoque se centre en el asesino tiene, sin embargo, un efecto positivo. El trasfondo biográfico de Gianni y Donatella Versace en la época del crimen tampoco daba para llenar episodios y los creadores lo entendieron bien. Así, la serie recurre a varios personajes que se relacionaron con Andrew Cunanan, incluyendo a otras de sus víctimas, ya que fue un asesino múltiple. Esos personajes, que no tienen nada que ver con Versace y sobre el papel son relleno para cumplir con la cuota de episodios, son, paradójicamente, los que levantan los episodios donde aparecen. Sirven para hacer un interesante comentario social sobre lo difícil que resultaba ser homosexual en aquellos tiempos. Este tipo de comentario social puede ser artificioso o manipulativo en algunas series, pero no aquí. Está fantásticamente ejecutado. Me explico: cuando vemos flashbacks sobre la historia personal de algunos de esos secundarios, parece que ya no estemos viendo una serie de crímenes sino un drama social sobre la homosexualidad en los años noventa. Y, curiosamente, ese drama iguala o supera la propia trama del asesino principal. Es irónico, pero el protagonista Andrew Cunanan termina siendo lo de menos, excepto cuando sirve de excusa para crear los conseguidos momentos de angustioso suspense. Y los secundarios, personas bastante normales, dan para película. Sus modestas luchas particulares funcionan en pantalla. Excepto por el único secundario que sobra, el novio de Gianni Versace, interpretado por Ricky Martin. Que, en fin, es casi tan bueno como actor como en la música. El único parche realmente grueso en el casting. Entiendo que Martin es famoso, pero deberían haberle dado ese papel a alguien competente. Cada vez que aparece en una secuencia el altísimo nivel medio de las interpretaciones baja varios puntos.
Aún no se ha emitido toda la temporada pero, por lo que llevo visto, me parece bastante recomendable. Insisto: esto no se va a parecer en nada a la primera temporada y quien lo espere se sentirá decepcionado. No hay nada de aquel ritmo endiablado, de no poder apartar la mirada de la pantalla un segundo porque seguro que te perdías algo. El asesinato de Gianni Versace se va por las ramas para llenar episodios, pero resulta que las ramas se sostienen muy bien por sí solas. Hay cierto baile de tonos y casi de géneros; baile que no me ha resultado molesto en absoluto, pero lo hago notar porque está ahí. Y ya de paso ven a Penélope Cruz sembrando una futura lluvia de nominaciones y premios.
Corporate
Una buena opción para los amantes de la comedia ligera, intrascendente, rápida y al grano. Corporate describe la vida en el seno de una empresa, pero no esperen algo parecido a The Office. En aquella, el humor se basaba en la vergüenza ajena provocada por la idiosincrasia de los personajes, no era un humor intrínseco de la vida empresarial. The Office estaba ambientada en una empresa, sí, pero funcionaría igual en cualquier otro ámbito. Corporate tampoco es una sitcom basada en las relaciones entre los personajes, como puede serlo Parks and Recreations. En Corporate, la protagonista es la empresa en sí misma. La serie es una farsa enloquecida sobre el funcionamiento de una multinacional y todo es exagerado, absurdo, pero no necesariamente irreal. Quienes hayan estado en contacto con compañías de gran tamaño reconocerán muchos tics empresariales, en especial los relacionados con la estupidez intrínseca de la toma de decisiones en un sistema jerárquico: reuniones, comités, coaching y gilipolleces varias. El humor aquí gira más en torno a conceptos sociales que a las situaciones o personajes. Salvando mucho las distancias, el humor recuerda un poco a The IT Crowd. No me entiendan mal: la serie británica era infinitamente superior a esta, pero estilísticamente los tiros van por ahí. Por ejemplo, Corporate es una burla cruel del capitalismo, pero también de los anticapitalistas (aún me estoy riendo con las pullas que le tiran a Bansky y a los movimientos de protesta) y su tipo de sátira recuerda un poco a lo que The IT Crowd hacía con Facebook.
La serie se centra en dos empleados de nivel medio de la superempresa Hampton Deville (cuyo lema es «Lo fabricamos todo»), interpretados con desparpajo por los cómicos Matt Ingebretson y Jake Weisman. Los dos se arrastran por la vida con el ánimo por los suelos, mientras la empresa funciona a base de ocurrencias completamente aleatorias, producto de la mentalidad infantil de sus dos inmediatos superiores, dos ejecutivos imbéciles maravillosamente encarnados por Abbe Dudek y Adam Lustick. Y el dueño de la empresa, aunque aparece poco, es uno de los puntos álgidos. Lo encarna Lance Reddick. Ya saben, el teniente Daniels de The Wire y el agente Broyles de Fringe. Sí, es un actor al que solemos ver en el eterno papel de policía con capacidad de liderazgo. Pero aquí Reddick encarna a otro tipo de líder: un tiburón sin sentimientos, una especie de Terminator del capitalismo. Su personaje es tan diferente a lo que acostumbra a interpretar en pantalla que incluso parece otra persona, pero esta nueva faceta del actor es algo que debería explotar mucho más. El tipo tiene una vis cómica espectacular; jamás lo hubiera sospechado viéndolo en The Wire.
El humor de Corporate puede ser, y es, obvio. Pero funciona muy bien, precisamente porque sus creadores saben qué tipo de humor quieren hacer y no tienen ínfulas ni pretenden engañarnos para que creamos que cada instante sea un derroche de inteligencia. Hay momentos inteligentes, desde luego, pero sobre todo abundan las bromas básicas. Y está bien. Lo importante es que los diferentes registros de humor son tratados por igual y con el mismo respeto, provocando la contagiosa sensación de que los creadores de la serie están orgullosos de todos ellos. Son conscientes de que una farsa también necesita ser bien construida; la ironía fina, más escasa, se entremezcla con el chiste chorra sin que al espectador le choque lo más mínimo. Lo dicho: Corporate está varios escalones por debajo de The IT Crowd, pero por el momento es divertida y recomendable. Como mínimo, les aseguro que ya nunca verán a Lance Reddick con los mismos ojos; este tipo necesita hacer más comedia. Ah, y tampoco verán con los mismos ojos a Bansky.
Por cierto, los títulos iniciales de la serie son brevísimos, pero de lo mejor que he visto en tiempos recientes… ¡esas aterradoras sonrisas corporativas!
The Alienist
No, no va de marcianos. Está centrada en un «alienista», un psiquiatra decimonónico, empeñado en capturar a un asesino en serie que tortura y descuartiza a travestidos en la Nueva York de finales del siglo XIX. Está en la onda las típicas historias de Jack el Destripador o Sherlock Holmes, aunque tiene alguno de los tics endémicos de las series ambientadas en época que se están haciendo. Por ejemplo, el uso de música actual que, por mucho que se empeñen los modernos, no pega ni con cola. Es el mismo manierismo que padecen series, por lo demás buenas, como Peaky Blinders o The Knick, solo que en este caso es todavía más irritante. La insistencia con la que suena una tensa música hace que The Alienist llegue a parecer un tráiler eterno. Y por el contrario, en alguna secuencia donde suena música diegética y más acorde a la época, la cinematografía parece salir muy reforzada. Pero supongo que incluyen esa banda sonora de tensión para que el espectador sienta que algo está sucediendo cuando no es así.
Salvando del detalle de la música, que puedo entender que para otros resulte secundario, The Alienist quizá le guste si es usted amante del misterio decimonónico, o del crimen con aires góticos. No es una serie trepidante. No contiene diálogos ingeniosos, ni escenas que vayan a perdurar en la memoria. Tiene sus cosas buenas. La ambientación, incluso con el mandatorio CGI, es más que correcta. El reparto defiende muy bien el material. Daniel Brühl interpreta al alienista, un científico excéntrico con toques a lo Sherlock Holmes, y le confiere vida propia pese a que se trata de un personaje hecho a base de tópicos. Luke Evans interpreta a un dibujante de prensa que es como su doctor Watson; ayudante y, en algún momento muy aislado, alivio cómico. Dakota Fanning encarna a una secretaria que trabaja para la policía —la única mujer en todo el departamento— y está empeñada en convertirse en investigadora; el envaramiento con que Fanning desempeña el papel tiene su gracia. Una lástima que la serie no recurra más al humor, porque en los escasísimos momentos en que lo hace, todo gana varios enteros. Creo que estos tres actores tienen química y hubiesen hecho que la serie funcionase mucho mejor con más escenas cómicas. En vez de eso, los guionistas han preferido que los personajes sean estereotípicos. Salvo porque a veces se comportan según valores del siglo XXI. Es decir, el personaje de Brühl es extremadamente progresista para su tiempo, y el de Fanning parece una feminista de 2018 y no de 1896. Pero bueno, esto es menos molesto que lo de la puñetera música.
The Alienist es correcta y se deja ver; aburrirá a quienes esperen mucha acción. A otros, los más adictos a este género, los entretendrá aunque supongo que sin entusiasmar. Lo mejor, sin duda, los tres actores protagonistas.
Counterpart
Ciencia ficción a la vieja usanza. Esto es, ciencia ficción que no pretende emular a la exitosa Black Mirror. La serie se centra en un hombre que lleva treinta años trabajando para una especie de agencia de inteligencia situada en Berlín, aunque nunca ha tenido una idea exacta del propósito de su trabajo. Hasta que descubre que la agencia de inteligencia no es tal, sino que esconde un portal que permite viajar a otra dimensión. Y en la otra dimensión también está la Tierra, o más bien una copia que apareció como resultado de un experimento fallido. Al principio, ambos mundos eran idénticos, habitados dos versiones iguales de cada persona. Versiones que comparten ADN y un mismo pasado. A lo largo de las décadas, sin embargo, ambos mundos empiezan a evolucionar de manera diferente y lo mismo sucede con las personas que los habitan. Así, el protagonista se encuentra con un doble idéntico, con el que comparte ADN y una infancia común, pero que ha llevado otra vida y tiene una personalidad completamente diferente.
Sí, todo esto suena a Black Mirror, pero Counterpart se parece mucho más a una serie de espías combinada con drama intimista. Por un lado, el argumento cuenta como hay agentes secretos que pasan de un universo al otro, al igual que durante la Guerra Fría hubo espías que trabajaban a ambos lados del Telón de Acero. Con lentitud, el espectador va siendo informado de qué hacen estos agentes y cuáles son las diferencias entre ambos mundos. La trama central es (por ahora) de espionaje puro y duro. De hecho, recuerda mucho a ciertas películas de espías de los años setenta, con un ritmo pausado y bastantes sobreentendidos en el guion. Por otro lado, se reflexiona sobre la identidad y el destino; todo el tiempo sobrevuela la (escasa) acción una especie de sordo existencialismo. Sin ánimo de equiparar, Counterpart es como mezclar una parte de The Americans con pinceladas de Bergman o Kieslowski. Insisto: ¡sin ánimo de equiparar! Pero en cuanto a estilo, es la mejor descripción que se me ocurre.
El actor protagonista es J. K. Simmons, que está correcto. Desempeña muy bien la tarea de hacer notar cómo las dos versiones de una misma persona son diferentes entre sí. Aunque describiría su interpretación más como hábilmente profesional que como totalmente convincente.
Lo bueno: es una serie inteligente que huye de los lugares comunes de la ciencia ficción actual. Un poco como The Arrival. Lo malo: es lenta y está realizada con frialdad. Aburrirá soberanamente a quienes esperen acción o constantes cliffhangers, pero quizá deje buen sabor de boca a los nostálgicos de la intriga a fuego muy lento. Cada cual la encontrará satisfactoria o decepcionante según sus gustos, pero merece la oportunidad porque, con sus defectos, al menos intenta hacer las cosas de manera diferente.
The End of the F***ing World
Albergaba mucha curiosidad por esta miniserie británica que ha recibido fervorosos elogios de la crítica. No las tenía todas conmigo, empezando por el propio título, que suena muchísimo a transgresión de hipster adolescente. Ya saben: «esto es muy punk». También me inquietaba lo que, si quieren ustedes, son prejuicios personales: una temática adolescente extraída de un cómic no sonaba a lo que me suele interesar. Quizá me temía una especie de Lady Bird a la inglesa. Al final no ha sido eso, por suerte, pero tampoco se ha convertido en lo que prometían los dos primeros episodios. Hasta en el tráiler decían «Esto no es la típica historia de chico conoce a chica». Y bien, no será la típica historia de chico conoce a chica, pero se le parece bastante. Al final, puedo decir dos cosas sobre esta serie: una, que no me ha gustado demasiado. Y dos, que recomendaría el visionado. Parecen contradictorias, pero verán como no.
Cuando empezó pensé, «eh, tiene buena pinta». Veíamos a dos adolescentes inadaptados, James y Alyssa, que se conocen y deciden huir juntos de casa. Tópicos aquí y allá, pero aliñados con una premisa muy interesante: resulta que, por un lado, ella es la típica adolescente rebelde y tocapelotas que piensa que el mundo no la entiende y cree que está enamorándose de su nuevo amigo, su única alma gemela. Pero resulta que James, cuya incapacidad para expresarse raya en el autismo, es en realidad un psicópata aficionado a torturar animales y fantasea constantemente con la idea de apuñalar a su compañera de aventuras para saber qué se siente al matar a una persona. El contraste entre los delirios inocentones de Alyssa y el instinto asesino de James era un gran punto de partida para elaborar la tensión cómica de la serie… lástima que se cargan la premisa conforme pasan los episodios. La serie, de repente, se transforma. Al principio es una serie sobre adolescentes, pero termina siendo una serie para adolescentes. Y la diferencia entre ambas es grande. La comedia negra se va transformando en tragicomedia y drama cada vez más lacrimógeno. Del ácido contraste entre la inocencia de ella y la psicopatía de él, se pasa al romance. Si eres un espectador adulto, lo que hacen los dos primeros episodios es, básicamente, engañarte. Para terminar viendo una historia de amor entre inadaptados ya tenemos la maravillosa, inigualable, legendaria película Harold and Maude. Esto es una pálida, muy pálida imitación. Hubiese preferido que siguieran desarrollando la premisa inicial de la relación entre una chiquilla fantasiosa y un serial killer en estado seminal. Lástima que no se hayan atrevido.
Eso sí, y más allá de la decisión artística sobre el argumento, todo está muy bien hecho desde el punto de vista técnico. Los episodios son tan breves que realmente se hace entretenida incluso si te decepciona el deliberado giro de tonalidad. Hay buenos momentos y algunas escenas hilarantes en casi cada capítulo. La galería de actores secundarios es entrañable. The End of the F***ing World no me ha seducido tanto como a los críticos y de verdad creo que quieren ver en ella cosas que no hay (aunque la cosa no llega a los extremos de Lady Bird, porque esta serie es mejor que esa película). Aun así, no puedo menos que decir que los dos actores protagonistas son el motivo por el que creo que merece la pena ver la serie. Jessica Barden y Alex Lawther son una de las parejas con mayor química que he visto en pantalla, sea cine o televisión, durante los últimos años. Por separado, cada uno interpretando a su personaje, son extremadamente buenos, pero lo que de verdad resulta hipnótico es la manera en que funcionan juntos. El argumento me dejó frío, el final de la serie me hizo reír por los motivos equivocados, pero la pareja Barden y Lawter me hizo lamentar que, pese a todo, no hubiese algún otro episodio. Sí, son así de buenos.
The Chi
Es inevitable que muchos comparemos las series con The Wire; es como comparar una obra teatral con Shakespeare o a un grupo de rock con los Beatles. Son referencias que están ahí y no tiene sentido intentar evitarlas. Por eso, cuando supe que algunos comparaban esta nueva serie con The Wire no solo porque The Wire es un modelo a seguir, sino porque decían que ambas son parecidas en cuanto a temática y factura, pensé que quizá iba a ser testigo de algo grande.
Y sí, he sido testigo de algo grande. En concreto, de un grande desastre.
Esta nueva serie cuenta una historia situada en un barrio predominantemente negro en el que los vecinos de bien tienen que vérselas con un entorno de bandas, drogas, tiroteos y demás sinsabores de la Norteamérica pobre. Ya saben; en The Wire era Baltimore, y aquí es el sur de Chicago. La serie muestra cómo un malentendido aquí y otro allá, sumados a una cultura de las pistolas, provocan que la escalada de violencia vaya expandiéndose como ondas en el agua. Hasta aquí, sobre el papel, todo bien. Pero eso, la temática, es lo único que The Chi puede tener en común con The Wire. Por lo demás, las comparaciones son completamente absurdas. Por desgracia, The Chi no comparte ninguna de las virtudes de la otra. Es una serie torpemente escrita, postiza y, por momentos, incluso embarazosa. Los diálogos son acartonados y las interpretaciones parecen querer desmentir la idea de que el casting es el punto fuerte de las series actuales. En las demás series que he comentado los actores son lo mejor. Aquí, no. Los problemas son innumerables. El principal, creo yo, es que la serie jamás consigue escapar de los topicazos, tanto argumentales como estilísticos, que cualquiera de ustedes puede relacionar con una serie de temática social. En demasiados momentos produce la sensación de que estemos viendo un telefilm de esos del domingo por la tarde. O una serie mediocre de los años ochenta. Si viniese un extraterrestre y su primer contacto con la pequeña pantalla fuese The Chi, se preguntaría por qué demonios dice todo el mundo que vivimos en una edad dorada de la ficción televisiva.
The Chi es una creación de Lena Waithe, actriz y coguionista en la serie cómica Master of None, gracias a la cual, como algunos recordarán, ha ganado un Emmy por un capítulo que escribió. Es decir, tiene un respetable bagaje como guionista. Pues bien, a ver qué deducen ustedes de lo siguiente. The Chi ha tenido buenas audiencias, que han crecido con cada episodio, y ha recibido buenas críticas (sabe Dios por qué; estoy completamente anonadado). Tanto, que ya ha sido renovada para una segunda temporada. Pero Waithe no seguirá siendo la showrunner de la serie que ella misma ha creado y va a retornar a la comedia con otra nueva serie. Al frente de The Chi la sustituirá Ayanna Floyd Davis, que no es nativa de Chicago como Waithe, pero sí conoce la ciudad porque ha estudiado y vivido allí; Floyd, además, ha trabajado en Hannibal y Empire, así que se ha dejado The Chi en buenas manos. Cuento todo esto porque resulta llamativo que una serie exitosa prescinde de su propia creadora para la segunda temporada. ¿No da que pensar que la primera temporada no haya terminado y para la segunda ya esté decidido que otra persona llevará las riendas? Supongo que en Showtime venderán la salida de Waithe como algo que ha decidido ella o que ha sido de mutuo acuerdo. Quizá haya sido así… pero la verdad, me parece raro. The Chi era un proyecto muy personal para Waithe. Está claro que estas decisiones no se toman a la ligera y sin motivo. Sospecho que alguien en la cúpula de Showtime ha visto los primeros episodios, se ha llevado las manos a la cabeza y ha dicho: «Esto tiene que cambiar». Sí, la serie está funcionando bien desde el punto de vista comercial, pero si Waithe hubiera seguido al frente en la segunda temporada hubiese pasado esto: tarde o temprano, cuando el encanto de la novedad hubiese pasado, la crítica hubiese empezado a ver la serie por lo que es y no por lo que quieren que sea. Y el público hubiera seguido la misma senda, porque creo que en Estados Unidos hay gente que la ve también por lo que querrían que sea y no por lo que es. Aun con el cambio no sé cómo arreglarán este desastre, pero le deseo la mejor de las suertes a Ayanna Davis. La pobre tiene un papelón entre manos.
En breve comentaré otras series. Ah, y hablando de desastres y papelones, estoy impaciente por ver a John Travolta haciendo de John Gotti. Eso sí que puede ser la comedia del año. Vayan calentando las palomitas, porque los Razzies de la próxima edición ya tienen ganador.
A ver cómo evoluciona ‘The looming tower’. Estamos escasos de buenas series.
Le dedicaré atención a “Waco” en cuanto pueda. “El alienista” la disfruté como libro hace veinte años o más y lo pasé de miedo. La veré por eso y porque trabaja Daniel Brühl que me gusta mucho como lo hace, además de conocerle y tratarle en persona; es sobrino de una cuñada y un tío simpatiquísimo.
“The end of the fucking world”, muy forzado todo, apto para adolescentes que se creen el no va más y que no saben aún la que les espera, así que no pude acabar ni el segundo episodio; eso sí, el chaval está cumbre. Ya lo estaba en Black Mirror en el episodio “Jódete y baila”. ¿O era “Cállate y baila”?
Taylor Kitsch YA estaba muy bien en “True detective II”, ¿lo recuerda, no…? Lo digo porque como olvidó usted mencionarlo en su breve curriculum…
¿Seguro que esto es lo mejor que podemos ver? No sé, no lo veo claro.
Muy de acuerdo. Parece que el articulista está tratando por todos los medios de encontrar elementos positivos en estas series con demasiado ahínco. Si ni él se lo cree, mal vamos.
Aprovecho a recomendar una serie muy desconocida al estilo de Corporate pero muchisimo mejor: Better off ted! MUY recomendable