Mónica G. Prieto es periodista de internacional. Ha trabajado con base en Roma, Moscú, Jerusalén, Beirut y Bangkok. Entre 2000 y 2005 estuvo en la redacción de El Mundo y era enviada especial a conflictos. El resto de su carrera ha sido freelance. Ha cubierto montones de guerras. Ahora ha parado porque sus hijos se lo han pedido, pero no descarta volver cuando pueda convencerles. Si alguien cree que el periodismo es cinismo y cariños con el poder, una charla con Prieto confirma al menos que hay excepciones. Lleva más de veinte años de carrera y sigue convencida de que el periodismo puede cambiar el mundo y que su papel es ayudar a montar sociedades mejores. Habla con una vehemencia celestial. Su bio de Twitter solo dice freelance journalist. Acaba de ganar el Cirilo Rodríguez, que premia a los mejores periodistas internacionales. Ha publicado en 2017, junto a Javier Espinosa, La semilla del odio. De la invasión de Irak al surgimiento del ISIS.
¿Querías ser periodista de conflictos de joven?
Sí. Tenía muy claro que iba a ser periodista internacional. Los conflictos eran un poco accesorios. A mí lo que me interesaba era asistir a la historia. Sacaba buena nota en Historia porque era muy estudiosa y me gustaba mucho.
¿En el instituto?
Sí. Me fascinaba leer de la Revolución francesa y me imaginaba cómo sería ver aquello, vivirlo. Estar en la Revolución rusa contra los zares. Era la única profesión que me permitía encauzar eso a un plano más práctico: no me gusta la faceta más académica, me gusta la acción. Otras corrientes que me atraían eran la antropología y la psicología: cómo se comportan los individuos bajo situaciones extremas. El periodismo internacional me permitía enlazar todos esos intereses.
La primera vez que lo probaste fue en los veranos de la universidad.
Fue en el segundo año de la universidad. Me salió la oportunidad de trabajar en Canal+ en primero de carrera. Era muy jovencita, pero era un momento periodístico en España en que las cosas funcionaban de otra manera. Buscaban un equipo de cuatro o cinco personas, yo encajaba en el equipo, me hicieron varias entrevistas y me contrataron. Esto me permitía tener autonomía para mantenerme y para pagar una cobertura. Ahí decido que quiero ponerme a prueba a ver si valgo. Era muy consciente de que tenía que aclararlo antes de meterme en una situación demasiado grave. Me busqué un conflicto de baja intensidad, que fuera en castellano, porque mi punto débil eran los idiomas, y me fui a Chiapas un mes y pico.
¿En 1995?
Sí. Estuve en la Selva Lacandona buscando, evidentemente, al líder zapatista, al subcomandante Marcos. Viví las primeras situaciones de tensión. De pronto, en un checkpoint de carretera sin luz, aparecen cinco o seis soldados sudorosos y asustados preguntando quién anda ahí, pensando que podía ser una emboscada de los zapatistas, pero era una loca española de veinte años dando la brasa.
¿Ibas sola?
Iba con una colega, una compañera que decidió probar y que vio rápido que esto no era lo suyo después de intoxicarnos varias veces.
¿Dónde fue la siguiente cobertura?
Ya me fui a Italia.
¿Fuiste a Roma recién licenciada?
No, no, compaginaba la carrera. De hecho, tuve que hacer los dos últimos años juntos porque no tenía manera de acabar. Estuve seis meses en Roma. Trabajaba para Onda Cero y El Mundo.
¿El Mundo no tenía a nadie allí?
Tenían una persona que era mi compañero sentimental en aquel entonces y terminó siendo mi marido. Por las circunstancias me fui a vivir allí y estuve trabajando para Onda Cero como corresponsal. Luego le destinaron a Rusia y me fui con él. En aquel momento resultaba bastante fácil entrar en internacional. Había demanda y no había suficiente personal. En Moscú empecé a trabajar con Europa Press además de con Onda Cero, El Mundo y CBS Noticias. Con cada uno firmaba de una manera para que no hubiera un problema de exclusividad supuesta. De ahí que me quedara con Mónica G. Prieto, que era como firmaba para El Mundo. Mónica García era para Europa Press; Mónica Prieto, para otro.
¿Qué sacrificios comporta el periodismo internacional?
Muchos, pero todos asumibles. Pasas a ser lo contrario de una persona normal. Yo falté a la boda de mi hermano. No lo olvidará nunca y yo tampoco. Coincidieron varias cosas en las mismas fechas. Pero sobre todo es que empiezan a invadir Chechenia y el presidente de la República, que era un señor de la guerra, nos invitó a un reducidísimo grupo de periodistas a ir al palacio presidencial. A ver, yo quiero muchísimo a mi hermano, pero ¡me había invitado el presidente! Sacrificas muchas cosas, sacrificas la humanidad, te conviertes en un agente externo, un poco en un marciano. Llegas a Madrid y tus prioridades son diferentes. No entiendo la inquietud que puedan generar algunas cuestiones.
¿Cuáles?
Cada año que llegas ves que España es diferente. Hay un nivel de preocupaciones banales mucho más alto y una serie de valores que se han perdido. De pequeña, recuerdo que se defendía en España la humildad, la honestidad, el trabajo bien hecho, el antisensacionalismo. Que la gente fuera contenida en los sentimientos, ser estoico. Ahora cualquiera sale en la televisión por lo que sea.
Los conflictos ponen a la gente en situaciones extremas. ¿Has aprendido algo de cómo somos?
Sí. Lo de los seres humanos es terrorífico: somos primarios, somos primitivos. Somos neandertales con smartphone. Da un poco de pavor.
Estamos en el siglo XXI, pero somos animales.
Mucha ropa, mucho diseño, pero el contenido sigue siendo el mismo de hace dos mil años. El ser humano en condiciones extremas se comporta de manera extrema. El bien y el mal pasan a ser extremos. Por afán de venganza o por la impunidad, por el hecho de saber que nadie va a responder por crímenes, porque hay otros crímenes y nadie está respondiendo por esos crímenes. El ser humano se enajena en situaciones de conflicto. Pero, cuidado, que también te encuentras lo contrario. Eso es lo que te salva. Una de las cosas más importantes en el reporterismo bélico es que no te vuelves a casa con la sensación de desesperanza absoluta porque siempre hay alguien que te salva en la guerra. Siempre hay un personaje, un activista, un médico, un voluntario, un individuo que dices: por él confío en la raza humana.
Pero te encuentras a uno por conflicto.
Ese es el problema, que la proporción es miserable. Por mil malos te encuentras al bueno. Y, por lo general, el bueno entiende a los malos, convive con los malos y casi les justifica. Lo más duro de constatar es que se cometen los mismos crímenes que se cometían hace dos mil o tres mil años. La manera de matar suele ser la misma, como las decapitaciones del EI. No hay nada nuevo.
Has dicho: «Europa fue Siria hace sesenta años y volverá a serlo».
Por supuesto. La historia es cíclica. Todos los países pasamos por guerras civiles, guerras mundiales, problemas regionales. A mí me fascina en el fondo interpretar cómo es posible que los seres humanos, setenta años después —con muertos en las cunetas y con aún algunos supervivientes de la Guerra Civil—, estemos con ese discurso guerracivilista en los periódicos, o que se permita que individuos en televisión asuman el discurso guerracivilista con el tema de Cataluña o el que sea. Deberíamos ser mucho más cautos, más moderados. Y no ocurre, y me fascina. En el caso de los refugiados es aún más sangrante. Los españoles huían a Francia y les echaron a patadas. Nos hemos comprometido con la ley en convenciones internacionales a proteger a una serie de gente que huye por su vida. ¿Cómo podemos violar así nuestras propias convenciones internacionales? Es constatar el doble rasero: cuando a Occidente le conviene, aplica sus leyes, cuando no le conviene, deja de aplicarlas. Ese doble rasero justifica el EI. Nos ponemos a su nivel. Y si nos rebajamos a ese nivel, estamos en la jungla.
Cuando vas a un conflicto por primera vez, ¿crees que eres inmortal?
Total. Dejé de creerme inmortal hace cuatro telediarios. Y yo he tenido una muerte cercana no, lo siguiente, en este oficio. No es que lo viera, es que lo tuve aquí. Mi primer marido, Julio Fuentes, reportero de El Mundo, murió en Afganistán en 2001. Aun así, saber que puedes morir ni te lo planteas. Existe esa sensación de invulnerabilidad que es ficticia. También es cierto que si te creyeras vulnerable sería mucho más difícil hacer tu trabajo. No voy a decir que sea una coraza, pero sí que creo que es un sistema de autodefensa. ¿Por qué sigo animándome a ir? Porque tengo técnicas para comportarme en zonas de conflicto, porque ya tengo experiencia, porque ya controlo, porque ya no me voy a exponer tanto. Pero todo da lo mismo, siempre está el caso que te rompe los esquemas, del colega que está en una ofensiva de cuarenta días y, cuando ya no cae ni una bomba, justo le estalla una mina y muere. Eso pasa continuamente. No creo que por el hecho de acudir más tengas más papeletas. En nuestro caso hemos terminado siendo más conscientes por el hecho de tener hijos. A mí mis hijos me pidieron que dejara de ir a conflictos y eso es ya muy grave. Si le prometo a mi hijo que no voy a un conflicto, pues lo voy a cumplir, aunque me dé mucha rabia, pero por el momento voy a cumplir. Quizá cuando tenga dieciocho años igual se le pasa y puedo volver.
¿Has buscado tratamiento después de alguna cobertura?
Busqué tratamiento después de la guerra de Irak, tras la muerte de Julio Anguita y la de José Couso. La muerte de Couso es muy cercana, porque muere en el Hotel Palestina en Bagdad y está muy cercana en el tiempo a la de Julio Fuentes. Busqué asistencia, nunca lo había hecho, pero llegué con una sobredosis de vivencias. Fueron tres meses de cobertura de Irak, un mes y medio bajo la dictadura, un mes de bombardeos y quince días luego, y llegaba con mucha tensión. Llegó un momento en que decidí hablar con un psiquiatra. Fundamentalmente para evaluar. Pero no hubo necesidad de más.
¿Qué conocimientos tienen los directores o redactores jefe que te han mandado a hacer coberturas de política internacional?
Depende del responsable. He tenido editores, directores de medios, con un instinto periodístico brutal. Daba lo mismo que estuvieran metidos o no en la política internacional, sabían definir lo que era un tema y sabían entender lo que era un tema, un buen tema, si tú lo explicabas, y sabían ver las prioridades y entender que una cobertura es mucho más que llegar con una historia: es buscar la historia que representa todo lo que estás intentando explicar y que puede transmitir toda la realidad. En cuanto al redactor jefe, he tenido de todo, pero evidentemente el mal redactor jefe es el que te pide que copies directamente.
¿Lo que ve en la prensa extranjera?
Claro. El que te dice: «He visto esto, háztelo tú». «No, no, tío, cómpraselo al Guardian y tradúcelo, yo no te lo voy hacer porque no hay fuentes. Tendría que irme a buscar esas fuentes». O, lo que es peor, una escena típica. Recuerdo que una vez estaba en Kut, una ciudad iraquí ocupada por tropas japonesas. Llega un momento en que se sublevan los chiíes y los suníes al mismo tiempo. Toman al asalto el cuartel general de los japoneses. Era la única periodista extranjera que estaba ese día allí. Entrevisté a todo el mundo. Los tanques americanos llegaron para el asalto. Los helicópteros. Era una película. Era visualmente brutal. Yo estaba sola porque había varias crisis simultáneas, y todo el mundo estaba en Faluya, pero yo tenía Kut. Llamé a la redacción y la responsable en ese momento me dijo: «Queremos que nos mandes una historia del convoy humanitario que va a salir de Bagdad a Faluya. Acabamos de escucharla en Radio Nacional y nos ha encantado». Yo le dije que tenía otra historia y que la suya no la había hecho.
¿Pero ella sabía que estabas en Kut?
Por supuesto. Recuerdo que la conversación acabó en grave discusión y me dijo: «Pues si estás en Kut, te vuelves a Bagdad y te vas a Faluya». Que está en la otra punta. Eso fue lo que hice y me comí la historia de Kut que ya había terminado, no recuerdo si acabé por publicarla. Yo nunca vendo el pescado antes de haberlo pescado. Llamo cuando ya tengo la historia acabada.
¿Y eso te ha pasado muchas veces?
Muchísimas. Tuve una más grave. Primer cerco de Faluya. Había intentado entrar muchas veces en Faluya: con jefes de la insurgencia, con grupos armados, pasando por ríos, nadando, campos de minas. Era terriblemente complicado. No había manera de entrar. Un mes después, cuando ya habían muerto mil quinientas personas, cuando el cerco estaba a punto de caer, volvimos a Faluya. Llegamos a las puertas de la ciudad y en el checkpoint nos sentamos allí a fumar. De pronto, te juro que fue surrealismo, a mí no me ha pasado en toda mi carrera, en veintitantos años de carrera, algo como esta escena, de repente veo que llega una especie de vehículo militar iraquí, un tipo vestido de general de Sadam Husein con el aguilucho baasista y con todas las insignias de general. ¡Los americanos se cuadran y le invitan a pasar! Mi traductor se queda desencajado, me dice que ese es el general tal, que se supone que estaba en la lista negra, y que cómo ha llegado hasta aquí. Los americanos no conseguían doblegar Faluya y la única manera que encontraron fue traer a un general de Sadam. Con mi traductor, empezamos a preguntarle. Nos acercamos y el tío encantado, ufanísimo con su uniforme del antiguo régimen. Lo que pasaba es que los americanos no conseguían doblegar Faluya, así que llamaron a un antiguo general del ejército de Irak, que se llevó a sus hombres de Faluya, para que entrara y negociara con los insurgentes un armisticio. Así se saldó la primera batalla en Faluya. No solo entrevistamos a aquel general, sino que conseguimos entrar. Fue una jornada maravillosa, de esas en las que termino comiendo con un grupo de wahabíes apoyada en un misil tierra-aire. La conversación era como de coña: «Tenemos unos cuantos de esos en casa y, oye, tú no serás espía, ¿verdad?». Cuando salgo de Faluya, con la excitación de tener la historia de mi vida, llamo al periódico. Todo lo que tenía era visual: jardines con tumbas abiertas, el campo de fútbol siendo excavado y llegando cadáveres cada dos segundos. El jefe de internacional me dijo: «Mónica, ya antes de que empieces a hablar, no tengo sitio. Ni hoy ni mañana, porque tengo una cumbre de no sé qué y no tienes sitio». Y yo: «Somos el primer medio extranjero que entra en Faluya. Para cuando lo des ya estará todo el mundo. Ya no es exclusivo».
Y no lo dieron.
Lo dieron dos o tres días después.
Por la cumbre.
Quizá si hubiera sido otro momento… Había cierto cansancio ya. Era 2004. Se comenzaba a entender menos. Ese cerco de Faluya fue cuando entra Abu Musab al Zarqaui, jefe de Al Qaeda, y empezó a haber confusión de términos. Aquellos tipos con los que hablé trabajaban para él y se plantearon la posibilidad de secuestrarme. Lo sopesaron y el que me estaba protegiendo dijo que no. Luego mi equipo me lo traducía. Había una serie de confusiones, demasiados factores que hacían que se atendiera menos al detalle. El factor de terrorismo desconcertaba a la opinión pública española.
Con tanto viaje, ¿cómo era la vida en la redacción?
Mi trabajo cuando estaba en la redacción era estar en la redacción. ¡Y me ponían a hacer breves! Como castigo por viajar tanto.
¿Te castigaban?
Porque el jefe que tenía era un tipo fundamentalmente fascista, machista.
Pero ¿era porque alguien que hacía algo guay luego tenía que sufrir, para que no se creyera una estrellita?
Era algo de eso. Se da en algunos individuos. Esta persona había sido corresponsal en el extranjero y tuvo un destino donde no destacó por su valor. Se sentía doblemente cuestionado por una chica diez años más joven que él que hiciera un trabajo en el que él nunca destacó. Me solía humillar bastante.
¿Por mujer? Has dicho que ser mujer ha tenido ventajas y desventajas sobre el terreno y en la redacción.
Yo nunca me he visto como una periodista o un periodista. Soy una profesional y punto pelota. No tengo ni idea de cómo definirme y además sobre el terreno me suelen tratar como una profesional, no como una mujer profesional, y yo me comporto como una profesional, no como una mujer. Tengo el mismo aguante que ellos. Todos trabajamos igual, midas 1,80 m o 1,50 m, tengas pecho o no. Pero cuando llegas a la redacción sí que noto que la sociedad española —que no creo que sea problema de España, creo que es un problema de la sociedad a secas—, la sociedad no lo admite, las mujeres no somos iguales que los hombres. Yo he oído: «Que se ponga a editar breves, no vaya a ser que se lo crea, que se le suba a la cabeza». No tengo ningún problema con hacerlos, pero a los hombres reporteros no les pasaba. A mí me molestaba el tono, ese tono paternalista del «qué se ha creído esta». A ver, que yo no me creo nada, no voy a demostrar nada, voy a hacer mi trabajo, y vuelvo y hago lo mismo. Lo que no voy a hacer es copiarte algo del Guardian. Te lo traduzco y te lo firmo como Guardian.
¿Estabas en un oficio muy masculino?
En aquel entonces fui la primera mujer reportera internacional de El Mundo. No lo había analizado nunca hasta ahora, pero es así. Cuando yo llego al periódico, y me temo que no ha cambiado nada, había unos usos machistas que representan a una sociedad, no solo el mundo de periodistas. Entiendo que El Mundo es un periódico nacional dirigido por una élite intelectual, que se han formado durante muchos años con décadas de experiencia y tienen estos micromachismos tan incorporados que llevan a estos comentarios. En El Mundo había dos jefes varones en internacional que dirigían un equipo solo de mujeres. En una época de mucho trabajo nos pusieron un refuerzo. Nos mandaron un becario de la sección de cultura. El tipo era el antimilitarista clásico. Un día llegó un directivo. Era 2001, y yo ya había cubierto Macedonia, Cáucaso norte, Chechenia, en suma, conflictos. Estábamos todas ahí editando y pregunta qué llevábamos: había un tema sobre la capacidad militar de los talibanes. Cuando se lo contamos, dijo: «Bueno, esto que lo haga el becario, que por lo menos ha hecho la mili». Entonces alcé la voz de forma exagerada para preguntarle a una compañera situada al otro extremo de la mesa algo así como: «¿Oye, un general es más o menos que un coronel? Es que como no he hecho la mili, no creo que pueda editar esta crónica». Ella respondió: «Pues no lo sé, yo ando atascada en la diferencia entre división y unidad, porque como no he hecho la mili…». Cuando se sumó una tercera voz femenina declarándose incapaz de editar y acumulando trabajo a un becario espantado, el directivo se fue echando pestes. Luego vino a matizar aquello: «No os pongáis así, no quería decir eso». Seguramente no quería decirlo, el problema es que está todo tan interiorizado… Cuando yo vuelvo de un conflicto, estoy muy morena, pero cuando vuelve un tío: «Joder, qué cojones tienes». Era el comentario recurrente: «¡Qué guapa estás, incluso más delgada!». «Sí, porque he pillado una neumonía, pero no te preocupes». Eso me ha pasado, literalmente.
Haciendo este trabajo como mujer en lugares en conflicto, parece más normal preguntarte por lo que te pase en Bagdad o en Nasiriya.
Sin embargo, me costaba mucho más esto. Porque lo otro me lo esperaba, y me encontraba de hecho la sorpresa de hallar mucha más tolerancia. También fue otro momento, porque Oriente Próximo ha cambiado mucho. El Irak de Sadam Husein no tiene nada que ver, religiosamente no tenía nada que ver. Era el Irak laico. La tolerancia era brutal. Yo iba por Bagdad en vaquero y con una camiseta. Me sentía aceptada. Empecé a cubrirme porque algunos integristas me lo pedían. Me chocaba más lo que ocurría aquí, que una mujer volvía de cubrir un conflicto y no se la trataba como a un hombre. A mí me choca mucho el machismo. Me sorprendía aquello: «Te llamo de tal revista por si puedes hacer un reportaje sobre fotógrafas de guerra mujeres». ¿Por qué es noticia? Desde que hay guerras, hay fotógrafas de guerra mujeres.
Cuando te dieron el premio José Manuel Porquet en 2011 te dijeron que eras la primera mujer que lo recibía, y dijiste: «Estoy sorprendida de ser la única mujer».
Lo último que he hecho ha sido Pionyang. El régimen nos invitó al desfile en honor de los cien años del fundador de Corea del Norte, y fácilmente el sesenta por ciento de las reporteras que estábamos allí éramos mujeres. No te digo ya reporteras, sino las cámaras, las que cargaban con el equipo, las lentes. La mayor parte de fotógrafas y camarógrafas eran mujeres: coreanas, japonesas, norteamericanas, chinas. Éramos mayoría. De hecho, me sorprendió que en imagen éramos la mayoría mujeres. Eso no debería sorprenderme.
¿Y sigue así?
Hace unas semanas vine a España a recoger el premio Cirilo y, en un momento dado, antes del fallo, un colega me soltó el comentario: «Tú ponte guapa y relájate». ¡Y le conozco bien! Pero ¿de qué cueva acabas de salir? Está incorporado, es muy difícil.
Fuera de conflictos claros, habrá habido también debates con tus editores sobre qué lugares escoger para cubrir. Si ir al país A, al B o quedarte en casa. ¿Cómo se elegían los destinos?
África era imposible. África no interesaba, me lo dijo la dirección: los negros no interesan, olvídate de los negros porque no interesan. «Es que están muriendo miles». «No nos interesa». «Es que es agosto y no tenéis nada con lo que abrir el periódico». «No nos interesa». «Es que hay cientos de miles de refugiados». «No nos interesa». Ahí fue cuando empecé a replantearme las cosas.
Encaja en esa leyenda del periodismo: interesa mucho un accidente si mueren un español, diez franceses, cien noruegos y mil chinos.
Claro, y serían diez mil árabes y cien mil africanos.
¿Esto es verdad?
Por desgracia, sí. Es muy frustrante, ese cálculo funciona. A mí, África me conllevaba bastantes broncas y luego tuve un par de desencuentros: una vez un terremoto al que yo quise ir, creo que fue en Irán, en Bam, y que por los motivos que fueran no pude ir, y un par de situaciones de estas que me empezaron a decepcionar un poco.
¿No pudiste porque no interesó Irán?
Porque me dijeron que no. Lo que yo solía hacer mucho era pedir visado primero y preguntar después. Una vez que tenía el visado, decía: «Oye, tenemos posibilidad de irnos a tal sitio porque no voy a necesitar una semana para el visado porque ya lo tengo». Y ahí creo que les molestaba que tuviera iniciativa y no les avisara. Pero la cuestión era que funcionaba y, si me decían «Sí, vete», era automático ir al aeropuerto. Es cierto que yo no era una periodista fácil para trabajar, yo no soy una persona de redacción que pregunta todo a sus jefes. Los que me han valorado me valoran mucho precisamente porque soy libre, y el jefe que buscaba controlarme como a una becaria mayor pues no lo ha conseguido.
¿Pero era porque no estabas de acuerdo o porque tenías la pretensión de estar tiempo sobre el terreno?
Era más bien el ímpetu periodístico de: «Esto hay que cubrirlo, no podemos dejarlo». O mandas a alguien o voy yo, pero que alguien vaya. A mí no me importaba ser yo o no, pero siempre hay una crisis que cubrir. Recuerdo que me mandaron a cubrir, hablando de esa proporcionalidad tan absurda, el secuestro de dos empresarios españoles en la República de Georgia, en el Cáucaso. Fueron quince días de cobertura por un secuestro de dos personas. Sin embargo, una situación que a mí me parecía que definía a todo un pueblo o que lo sometía a la vulnerabilidad no la veían.
En la visión peliculera del periodismo internacional también hay mucha parafernalia.
Tienes dos opciones: poner el foco sobre la gente o ponerlo sobre ti. Al principio hay gente que va arrastrada por la visión utópica y cinematográfica de esta historia, que no tiene nada que ver con la realidad, y luego en parte se depuran cuando ven que no es así. Porque es duro, huele mal, coges infecciones, pillas porquerías horrorosas, terminas hospitalizado en parajes terroríficos, puedes morir, y eso no mola. Hay otros que siguen sin verlo porque ven más el reto personal que les supone y lo que lucen. Pero, vamos, yo creo que eso se puede trasladar a todas las profesiones. Hay mucha gente que quiere ser protagonista en lugar de hacer su trabajo y punto.
¿Por qué pasa España a partir de los años 2004-05 de mucho periodismo internacional a poco?
No lo sé. El editor de tu medio no tiene por qué tener conocimiento de la política internacional. Muchos no tienen ni el conocimiento ni el interés que se merece la política internacional. España no juega en la división internacional. No juega en la división de Gran Bretaña, de Francia o de Estados Unidos, o como podía jugar Italia hace no tanto tiempo, de entender el conflicto internacional porque tiene intereses detrás y, por tanto, intentar dirigir la opinión pública dependiendo de sus intereses.
Eso es para bien y para mal.
Para bien y para mal. Para mal, porque se hace continuidad de Estados Unidos. O de donde venga el interés. Eso cambiará a China, finalmente, y pasaremos a otro eje, pero por el momento es el que es. Eso nos arrastra a una situación como la actual, donde tenemos al equivalente a Kim Jong-un pero en viejo y blanco en el poder en Estados Unidos, pero en potencia es tan peligroso como el original. Estamos todos siguiéndole porque toca seguirle, y por desconocimiento. Pero, en el caso de Irak en 2003, hubo manifestaciones de miles de personas gritando «No a la guerra» porque tenían el interés, la inquietud por saber lo que pasaba en Irak, y tenían el criterio de decir: «Esto es una invasión». Y ganaron. Esto, sin embargo, nunca ha ocurrido con Siria, pese a que la situación de Siria era tan obvia como la de Irak: hay un señor masacrando gente.
Pero no es norteamericano.
No, pero era lo mismo. El nivel de injusticia era el mismo. Era tan injusto lo que pasaba en Siria como que Sadam Husein reprimiera a su gente con aviación.
En España lo veíamos diferente.
Pero eso pasa en 2011, cinco años después de esta crisis del interés informativo. Donde, por ejemplo, la cobertura de Siria que existía, porque nosotros íbamos al terreno, yo no sé cómo se reflejaba aquí en los medios, pero el periodista español seguía yendo. Por un lado, me imagino que no se le da la cobertura que requiere la situación, pero, por otro lado, me temo que la sociedad estaba mucho más apática que con el caso iraquí, estaba más distante.
Veníamos de Túnez y Egipto, al principio de la Primavera Árabe, que fue algo más bonito, y luego con Siria dejó de entenderse.
No, yo creo que fue Libia. Fue la intervención en Libia más bien. Interviene Estados Unidos y se considera que es una intervención imperialista, cosa que no tiene nada que ver con el imperialismo, es más bien dictadores masacrando, pero yo creo que sí que pudo ser eso. Un exceso de información y un exceso de Primaveras Árabes. Era complicado para el lector de turno saber si aquello era positivo o negativo. Pero era blanco y en botella.
Metaperiodismo. Periodistas hablando de periodistas.
… coincido. Lástima que den por sobreentendidas cosas que si fueran mejor explicadas harían mucho más interesante la entrevista.
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Una mujer del «demonio», como todo ángel de verdad.
Un fraternal abrazo.
Periodista con mayúsculas hablando de gentecilla machista, arrogante e ignorante con responsabilidades por encima de sus (in)capacidades que se creen profesionales. Una entrevista muy interesante y reveladora de en qué msnos estamos.
Es cierto, la guerra en Siria nos pasa desapercibida. Pueden ser muchas razones, una de ellas es que estamos demasiado preocupados con nuestros problemas más inmediatos, puede que en EEUU esté pasando lo mismo, y eso permite que ciertos tiranos, o aspirantes a serlo, campen a sus anchas.
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Me ha gustado la entrevista, las respuestas traducen una persona inteligente y lúcida.En general muy buena entrevistada, sin embargo no logro entender cómo se puede faltar a la boda de un hermano simplemente pq te han invitado al palacio presidencial de Chechenia.
En Siria hay un señor masacrando gente, sí. Y deteniendo a IS y a al-Qaeda.
Parece que a veces algunos periodistas solo miran el lado humano desde una cara de la montaña.
Me leeré su último libro porque me interesa mucho el tema, pero no acaba de convencerme su versión de los hechos en Siria. Aunque en la entrevista no se ha hablado de esto si no del trabajo de periodista.
«Estar en la revolución rusa contra los zares», el zar abdicó meses antes de la revolución rusa.
La revolución rusa comenzó con la revolución de febrero donde si estaba el zar Nicolás y es cuando abdica, meses después en octubre es cuando sube al poder Lenin. En todo caso es evidente q lo q se intentaba destruir era el régimen de los zares q llevaba siglos en el poder. Por lo tanto no es una afirmación errónea.
Qué aburridos son los complejos.
Mónica G. Prieto es una de las mejores corresponsales que tenemos, una de esas periodistas íntegras, humildes, comprometidas y curtidas que representan lo mejor de la profesión, a años luz de tanto columnista de opinión sobre lo que sea. Se me ha hecho muy corta la entrevista. Los que la seguimos, sabemos lo que puede dar de sí. Gracias, en todo caso. Sus libros sobre Siria e Iraq, junto a Javier Espinosa, son imprescindibles para entender ambos conflictos.
Lástima que no se ahonde en esta entrevista más en un diagnóstico de una profesión en la actualidad en saldo. Con su experiencia y «nervio» seguro que daría una muy acertada visión global del nivel (des)informativo de los medios en España a los que no son del gremio (y desconocen cómo aquí todo huele a tufillo y cerrado).
Lástima que con tantísimo periodista de aquí reconocido internacionalmente sigamos copiando y pegando noticias, reportajes e investigaciones de medios extranjeros. Más barato decirle al becario que traduzca, copie y pegue que trabajar y pagar a profesionales por ello.
Que tenga que informarse uno de España a través de la prensa no foránea…
Buena entrevista, se le ve muy bragada, pero echo de menos mas sentido critico para con su profesión.
Aquí os dejo una buena reflexión: https://teatrapare.blogspot.com/2018/05/verdad-versus-realidad.html