Destinos Ocio y Vicio

Liébana, el valle del perdón

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Liébana desde Santo Toribio. Fotografía: Josu Salvador (CC).

Soy pecadora. Pecadora dentro de lo normal, tampoco voy a hacerles ahora una confesión pormenorizada, pero échenle imaginación. Y como pecadora del montón nunca está de más tener un as en la manga. Este viejo truco que quiero compartir hoy con ustedes además nos llevará a uno de los lugares más bellos del país. Les ofrezco la indulgencia plenaria en un lugar donde, además de perdonarse nuestros pecados, se elaboran deliciosos quesos y orujos, miel y un estupendo cocido de garbanzos finos y sabrosos.

Con motivo del Año Jubilar Lebaniego vamos a visitar esta comarca de valles profundos y montañas gigantes, paredes de roca y estrechos desfiladeros. Un lugar casi cerrado donde se gestó la fe y la cultura en la lejana Alta Edad Media española.  Un lugar de Cantabria al que casi es más fácil acceder desde la vecina Asturias. Aprovechen, pecadores, esta magnífica oferta.

La llegada a Liébana es casi mágica. Tras el pueblo de La Hermida aparece el desfiladero del mismo nombre que ha ido tallando el Deva durante milenios. Paredes de roca caliza de hasta seiscientos metros nos escoltarán como vigías gigantes entre las serpenteantes curvas. Y el Deva abajo, cada vez más abajo. Este es el único paso desde la costa cántabra hacia Liébana. La Liébana que, a pesar de tener el Cantábrico tan cerca, disfruta de un clima mediterráneo. Esta es nuestra puerta, una puerta diríase de cuento, a un lugar en el que las montañas hacen de muralla natural. A pesar del aislamiento, Liébana ha estado habitada desde el Paleolítico como así lo atestiguan diversos yacimientos. Más tarde llegaría la cultura megalítica, las tribus cántabras y los romanos, protagonistas de la larga guerra que tantos quebraderos de cabeza dio al emperador Augusto. Pero el momento álgido en la historia de Liébana se da allá por el siglo VIII, cuando la comarca recibe, según las crónicas de la época, a gentes y monjes del sur de la Península que buscan refugio de los sarracenos. Es a partir de este momento cuando Liébana se convertirá en un foco cultural de la cristiandad y cuando el territorio lebaniego se estructurará y nacerán pueblos y aldeas al calor de los eremitorios, cenobios y monasterios. De aquella frenética actividad de la fe quedan algunos recuerdos y lugares que merece la pena visitar y que nos ayudarán a entender esta comarca.

Santo Toribio de Liébana

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Interior de Santo Toribio de Liébana. Fotografía: Sergio Morchon (CC).

Nuestra primera parada será en Camaleño, casi en el centro de Liébana. Aquí se levanta el monasterio de Santo Toribio, el más antiguo de la zona, al menos en la documentación. La falda del monte Viorna sobre el que se asoma sirve de magnífico balcón a los Picos de Europa. Hoy la comunidad que habita santo Toribio es franciscana, pero en sus orígenes fueron, cómo no, benedictinos. Tampoco en sus orígenes estuvo dedicado a san Toribio, sino a san Martín, llamado de Turieno, Toenaio o Torenao. Y seguramente el monasterio benedictino se levantó sobre un cenobio anterior, visigodo. La leyenda cuenta que se fundó en el siglo vi por un santo Toribio del que se duda si fue el obispo de Astorga o bien el de Palencia. Sea como fuere, este Toribio llegó al Viorna buscando el retiro y la paz que el movimiento anacoreta, tan en boga en nuestro país en la época, predicaba. Liébana, protegida por las montañas y de un clima suave, se convirtió en uno de los destinos preferidos de los eremitas patrios. Sin embargo, santo Toribio no encontró ninguna ayuda para levantar su ermita por parte de los habitantes de la zona. Finalmente fueron un oso y un toro temerosos de Dios sus ayudantes (tanto el oso como el toro han quedado esculpidos en la cabecera de la iglesia). Esta primera oleada de eremitas volvería a repetirse con la llegada de los musulmanes a la Península, llenándose la zona de eremitorios y monasterios, muchos de ellos promovidos por la joven corona asturiana. Y es que Liébana siempre estuvo relacionada y subordinada a la corona astur.

La importancia de San Martín creció además con la llegada de reliquias de monasterios que se encontraban en territorio musulmán. Probablemente las reliquias de santo Toribio llegaron aquí en ese momento. Pero no solo llegó el cuerpo del santo. Con él llegaron cuerpos de los santos inocentes, un trozo de la columna donde Jesús fue azotado, algunas piedras del martirio de san Esteban y el Lignum Crucis, el trozo más grande de la cruz de Cristo certificado por el Vaticano. La tradición contaba que fue el propio santo Toribio quien trajo todas estas reliquias de Tierra Santa y dotaron a Santo Toribio de aún más prestigio y poder. Y digo aún más porque aquí fue donde el monje Beato, consejero del rey Silo, escribiría en el siglo VIII el best seller por excelencia de la Edad Media occidental, sus Comentarios al Apocalipsis, y el O Dei Verbum, el primer himno a Santiago como patrón de España. Casi se puede decir que el Camino de Santiago nació también un poco aquí, en Liébana. La importancia de las reliquias custodiadas en Santo Toribio, sobre todo el Lignum Crucis, lo convirtió en un gran centro de peregrinación y en el siglo xii el monasterio cambia la advocación a la actual, en honor al santo que tanto bien y prosperidad había procurado al cenobio. En 1512 el papa Julio II otorga la bula por la cual se concede el privilegio de celebrar Año Jubilar cuando la festividad de Santo Toribio cae en domingo.

La iglesia que hoy vemos en la colina del Viorna es de bien entrado el siglo XIII. De tres naves y bóveda de crucería, nos recuerda al sobrio Císter. El claustro es del siglo XVII. Y es que el valor de Santo Toribio no se encuentra en la arquitectura. Además, el monasterio sufrió desperfectos en la Guerra Civil y tras ella fue sometido a una polémica restauración. El valor de Santo Toribio reside en su peso e importancia históricos. Den además un paseo por el Viorna y por las ermitas que lo pueblan: San Pedro, San Miguel, Santa Catalina… todas de factura simple y levantadas entre los siglos xii y xiii. Y recuerden no marcharse sin cruzar la puerta santa, abierta durante este Año Jubilar, para recibir el perdón a sus pecados. Con la conciencia limpia, es el momento de visitar otro de los lugares importantes de Liébana y, sobre todo, uno de los más bellos.

Santa María de Lebeña

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Santa María de Lebeña. Fotografía: Sergio Morchon (CC).

Para llegar hay que volver sobre nuestros pasos por la N-621 hasta Cillorigo de Liébana, el primer municipio de la comarca. Poco antes del desfiladero de La Hermida, a un lado de la carretera y aislada se yergue esta recoleta iglesia. La más bella de Liébana y quizá una de las más bellas del país. Todo sobrecoge en Lebeña: el paisaje boscoso, las montañas que arropan al templo, el edificio y su propia historia.  

Mil cien años lleva aquí esta coqueta, robusta y a la vez delicada construcción. Casi once siglos que han dado para leyendas, tradiciones e historias maravillosas. Cuenta una de ellas que Santa María se construyó en el 924 a expensas de don Alfonso y doña Justa, condes de Liébana, con la intención de trasladar hasta aquí las reliquias del ya afamado y milagroso santo Toribio. Una vez levantada la iglesia, los hombres del conde fueron a reclamar los restos del santo a San Martín, pero los monjes se opusieron a la entrega. Sin embargo, don Alfonso no estaba para negativas y ordenó arrebatar el cuerpo santo al monasterio por la fuerza. Desde entonces, conde y condesa empezaron a perder la vista hasta quedar ciegos. Convencidos de que aquel mal se lo había causado el propio santo por profanar sus restos, decidieron devolver a San Martín las reliquias. En ese momento la ceguera de ambos quedó sanada. Y así quedó Santa María, compuesta y sin santo al que venerar. Benditos condes en todo caso, que nos legaron esta joya del arte mozárabe que dependió del poderoso Santo Toribio hasta el siglo xvi, cuando pasó a ser parroquia.

La visión exterior de la iglesia es un juego de volúmenes y alturas de once tejados, juego en el que también entra su cabecera cuadrada, al más puro estilo asturiano. Una pequeña iglesia casi se diría de color rosa, levantada en mampostería con sillares bien cortados en las esquinas y cercos. Como decoración exterior, modillones al estilo visigodo, con esvásticas, roleos o rosetas en los aleros. Muchos de estos modillones son copias exactas de los originales y se colocaron en la restauración del siglo XIX, cuando también se levantó la torre campanario anexa. Tampoco el pórtico es de fábrica original, sino un añadido del siglo XVIII. Añadidos y trampas, sí, pero el conjunto sigue siendo fantástico. Y toda la belleza del exterior, su armonía enmarcada en las montañas, se repite en el interior y se amplía. La mozarabía extraña de Santa María se nos revela en todo su esplendor: planta centralizada, orientada al este y traza basilical de tres naves y tres ábsides cuadrados cubiertos por bóvedas y una contracabecera que refuerza su carácter asturiano y original. Y las bóvedas. Todo ese puzle del exterior, esos tejados, cubos y alturas se repiten de forma maravillosa en los nueve espacios abovedados internos. Los arcos peraltados que sujetan esas bóvedas apean en pilares cruciformes con columnas adosadas. Quizá los primeros pilares compuestos de nuestra península. En los capiteles, hojas de acanto jugosas, aquellas que Melitón de Sardes asociaba con la vida eterna. Y es que la eternidad parece residir en esta iglesia y sus espacios.

Porque Santa María parece pequeña y, sin embargo, es grande. De repente todo parece más alto, más amplio, más, si quieren, trascendente. Un juego complicado en el que la bóveda de la nave central es longitudinal y las bóvedas laterales transversales. La magia de Santa María y su bosque de arcos. En Lebeña uno podría pasar horas contemplando y escuchando a su magnífica guía María Luisa. Tuvo una gran maestra, su madre, que fue la guía que yo conocí en mi primera vez en Lebeña, hace más de veinte años. Su voz reverbera en las bóvedas y entonces Santa Maria se pone más guapa si cabe a nuestros ojos. Y es que no hay nada mejor que explicar las cosas con amor. Y de amor es la última historia de Lebeña. Fuera de la iglesia, casi enfrente, hubo un tejo centenario que yo conocí. En 2007 una tormenta acabó con él, con sus casi 3,30 metros de diámetro de copa. Cuenta la tradición que el árbol se plantó cuando se consagró el templo. Un árbol norteño para una iglesia norteña. Sin embargo, doña Justa, esposa del conde Alfonso, se encontraba apesadumbrada pues ella era del sur y echaba de menos su tierra. Así, el conde hizo traer del sur de España un olivo y lo plantó cerca de la cabecera de la iglesia para alegrar a su esposa. Norte y sur, sur y norte, unidos en Lebeña. Así estuvieron, tejo de don Alfonso y olivo de doña Justa cientos de años custodiando su iglesia. Hasta ese día de 2007. Por suerte, de la madera del viejo tejo salvaron un esqueje que ahora crece pequeño en el lugar donde lo hacía su anciano padre. El tejo ha vuelto a Santa María a acompañar al olivo. El amor ha vuelto a Lebeña, como les aseguro que volverán ustedes si la visitan, porque Santa María es uno de esos lugares a los que siempre se vuelve.

Dejamos Santa María alegres para buscar la última parada de nuestra ruta.

Santa María de Piasca

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Santa María de Piasca. Fotografía: Ángel M. Felicísimo (CC).

Con el recuerdo de Santa María de Lebeña en cabeza y corazón, tomaremos rumbo a Cabezón de Liébana por la CA-184. Pasado Cabezón, a la izquierda comienza la carretera que lleva a Piasca, empeñándose en trepar desde el valle para llevarnos hasta una de las joyas del románico cántabro.

Nombrado en un cartulario del 941 como comunidad dúplice bajo la regla de san Fructuoso, seguramente su origen habría que buscarlo en el siglo VIII y su fundación estaría ligada también al conde de Liébana. El auge de este cenobio llegaría en el siglo X, cuando se documentan numerosas donaciones y compras, convirtiéndose en un duro competidor de San Martín de Turieno por la hegemonía de la comarca. La regla de san Fructuoso, obispo de Braga, tuvo gran predicamento en el reino asturleonés, como también lo tuvieron los monasterios dúplices en nuestra península. Pero seguramente el más importante de todos ellos fue Piasca. Dúplices, porque en ellos dos comunidades de hombres y mujeres se hallaban juntas pero no revueltas, al menos sobre el papel, teniendo cada comunidad su espacio y compartiendo iglesia y autoridad abacial. En el cartulario del 941 se nombra a la abadesa Aylo y hay documentación sobre abadesas en Piasca al menos durante cien años. A pesar de condenas, concilios, sínodos y exhortaciones papales prohibiendo este tipo de comunidades, se cree que Piasca, con varios intervalos, pudo llegar como monasterio dúplice hasta casi el siglo XVI. Uno de esos intervalos se produjo en 1078, cuando las monjas dejan Piasca para fundar el monasterio de San Pedro de Dueñas, en Palencia. Los monjes que quedan en Piasca pasan entonces a depender del monasterio de San Benito de Sahagún. Con la desamortización de Mendizábal, Piasca pasa a ser parroquial. Sin embargo, el poder y las relaciones con Palencia y León todavía se ven hoy reflejadas en el templo.

Lo que hoy vemos es una iglesia y la llamada casa rectoral. Según la lápida que se conserva en la fachada oeste, el año de edificación de la iglesia románica habría sido el 1172. Esta iglesia sería de tres naves con tres ábsides semicirculares. Y digo sería porque Piasca ha sufrido diferentes reformas. La primera a finales del XV, en la que se levantó la altura de las naves y se modificó la planta para dejar una iglesia de una sola nave, se construyó la espadaña y también la hornacina de la fachada occidental. Se preguntarán qué interés tiene Piasca si está tan retocada y lo fue en tan temprano momento. Tendrán que verlo con sus propios ojos, porque la escultura románica de Piasca, de ese románico final y barroco, se salvó en gran parte. Canecillos, capiteles, cimacios, impostas románicas se reutilizaron en esa primera reforma. Bendito reciclaje milagroso que hace que podamos disfrutar de un conjunto escultórico románico maravilloso. Una iglesia románica travestida de gótico que, sin embargo, conserva su carácter románico y borgoñón.

La portada occidental es ligeramente apuntada y una de sus cinco arquivoltas está magníficamente decorada: caballeros, grifos, centauros, leones… Arriba, en la hornacina superior, un san Pablo y un san Pedro románicos escoltan a una virgen del siglo XVI. En el lado sur se abre la puerta que daba paso al desaparecido claustro. Decorada por dos arquivoltas, los capiteles de sus columnas están rematados por un cimacio delicioso de entrelazados vegetales entre los cuales asoma una escena de caza de jabalí. Pero ya les dije que la colección de canecillos y metopas es espectacular. Recorran la iglesia y disfruten. La lucha del bien y el mal en todo el esplendor románico: basiliscos, perros, músicos, flores, acantos, arpías… y la bestia de siete cabezas del Apocalipsis, aquel para el que Beato, el de San Martín de Turieno, escribió sus Comentarios. En la cabecera, también retocada, destaca un capitel de un sacrificio de Isaac. Pero toda la escultura de Piasca es de una gran calidad. Según la lápida fundacional que se encuentra en la fachada principal, el maestro de obra de Santa María habría sido Covaterio, el primer maestro del que conocemos el nombre en Cantabria. Y en Piasca se ven las relaciones de su taller con los que trabajaron en Carrión de los Condes, Sahagún, o Palencia, con talleres borgoñones y con la burgalesa iglesia de Rebolledo de la Torre, donde trabajó el llamado Juan de Piasca.

Tres iglesias lebaniegas, vecinas y por tanto con historia común y, sin embargo, tan distintas. Santo Toribio, el centro de poder y las relaciones con la corona, el arte mozárabe o de repoblación representado en Santa María de Lebeña y el románico poderoso y final de santa María de Piasca. Tres puntos de partida para conocer la Liébana, tres pistas para que a partir de ellas disfruten acercándose a Fuente Dé y su teleférico, o paseando por Potes, Bejes, Mogrovejo o el aislado Tresviso, asomándose a sus miradores. No olviden probar los quesos —el ahumado de Áliva o el Picón de Tresviso—, sus orujos y su cocido lebaniego.

Si caen ustedes en la gula y pecan, recuerden que siempre podremos volver a Liébana a ganar la indulgencia. Porque lo único imperdonable sería no volver.

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Capiteles de la puerta mayor de Santa María de Piasca. Fotografía: Almudena (CC).

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Dormir

Parador Nacional de Turismo de Fuente Dé.

Hotel de montaña a los pies de los Picos de Europa y magnífico punto de partida de excursiones.

Fuente Dé, s/n, 39588 Camaleño, Cantabria

942 73 66 51

Comer cocido en Casa Cayo

Calle Cántabra, 6, 39570 Potes, Cantabria

942 73 01 50

Tomar un vino en Los Camachos

Calle Llano, 39570 Potes, Cantabria

942 73 00 64

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9 Comentarios

  1. Sus artículos son siempre una gozada y ya hemos seguido sus consejos más de un fin de semana.
    Escriba más a menudo.
    Cordiales saludos.

    • Muchas gracias, Miguel, por tus comentarios. Lo más importante es que os animéis a visitar esos maravillosos lugares.

  2. Julio Gómez García

    Hay un error «en 1078, cuando las monjas dejan Piasca para fundar el monasterio de San Pedro de Dueñas, en Palencia.» es en realidad en la provincia de León. El monasterio de San Pedro de las Dueñas se encuentra a escasos 5 km de la localidad de Sahagún.

    • Mil gracias, Julio. ¿Puede creer que lo repasé una y mil veces y no vi ese error tremendo? Me temo que estoy obligada a volver a hacer el camino de nuevo para purgar el pecado, aunque no sé si tiene perdón. De nuevo, gracias por el aviso.

  3. Toribio Spelling

    En la guerra civil el monasterio fue destruido en parte por el bando republicano, así como otros templos cristianos cántabros. También intentaron robarse las reliquias, incluído el Lignum Crucis, cosa que sucedió con el propio de Caravaca de la Cruz. Que ya me dirás tú para qué quieres unas reliquias si no eres creyente. Y si no eres creyente para qué quieres destruirlas si crees que son mentira. Y si son mentira para qué quieres destruirlas si pueden hacer otras igual de falsas cuando quieran.

    Llegar a Lebeña por el Camino Lebaniego es tan duro como bello. Exige remontar serpenteando cuestas muy pindias a través un infinito -para lo bueno y para lo malo- bosque húmedo y fresco. Esta debe ser uno de las pocas provincias del mundo donde se le pone nombre de pila a una nube porque de cuando en cuando puedes encontrar una suspendida junto a un macizo de granito, inmutable ella como si estuviera esperando a que Goku la convocara.

    (Si bien los salones de Casa Cayo son muy agradables, yo me tomaría el cocido lebaniego de El Oso en Cosgaya y las copas en Potes, junto al estanco de la calle encinas si hay concierto).

  4. Parmenio

    Infinito agradecimiento a la Jot Down por estas cosas tan maravillosas de la Sra. Castellanos que nos echa de tiempo en tiempo. Este de hoy de Liébana le ha quedado perfecto, vamos, para entrar a vivir. Cenobios, iglesias mozárabes, cegueras guadianéscas, monstruos de siete cabezas y cocido lebaniego. ¿Quién da más?

  5. Ángel Serdio

    Estupendo artículo Silvia, pero nunca jamás se debe de decir La Liébana. Siempre Liébana, sin el artículo. No hacerlo así, además de sonar muy raro, es para los lebaniegos casi una ofensa. Reitero la felicitación.

  6. Gracias por su artículo.
    Me gustaría incidir un poco en Santa María de Lebeña. Efectivamente el sitio es espectacular, tiene…aura. Bellísimo el entorno, bellísima la iglesia…Yo conocí el tejo vivo en mi primera visita, y lo encontré muerto en la segunda.
    Y en las dos escuché sonrisa en boca las explicaciones de la guía, que en verdad es absolutamente adorable. Una de esas voces que se te clavan en la memoria.
    A buen seguro he de volver.

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