Música

Las plumas de la bestia: Lou Reed y sus poemas inéditos

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Lou Reed, 1976. Fotografía: Reg Innell / Corbis

Ámame y seré tu amigo / Ámame, ámame hasta el final / Hasta que surja la ocasión / Y entonces te mataré

Extracto de «Forewarded Is Forearmed», traducible por «precavido vale por dos», poema de Lou Reed dedicado a John Cale, 1967.

¿Qué demonios reconcomían al testarudo, antipático Lou Reed? El músico y poeta que encarnó la grandeza y miserias de un Nueva York real y a la vez mental sentía en todas direcciones, desorientado en su bisexualidad intermitente, efusivo o gélido en toda su humanidad, buena y mala, rabiosa o indiferente. ¿Cómo si no puede alguien componer para un mismo álbum «I’ll Be Your Mirror», de una sencillez que encierra en su ternura implicaciones que van de lo íntimo a lo universal, y «Heroin», cántico nihilista a la buscada incomunicación de una sociedad que se intuye podrida en sus cimientos? Ambas canciones incluidas en The Velvet Underground & Nico, elepé registrado en 1966, ignorado en plena Era de Acuario, cuyos surcos inspiran a generaciones hasta hoy.

Escritor antes que músico, Lewis Allen Reed (Nueva York, 1942-2013) publica sus poemas a partir de 1971, abandonada ya la banda que había fundado y de vuelta al hogar paterno en Long Island, en revistas de música, Fusion, y literarias, Paris Review o Transatlantic Review. Esta última incluye el breve poema «He Thought of Insects in the Lazy Darkness», que recuerda a la ¿cariñosa? admonición hecha a John Cale, su cómplice artístico en la factoría de monstruos de Andy Warhol: «Estaba pensando en nuestras noches juntos / Dándome cuenta de lo buena que eras / Te acusé precipitadamente de mal gusto (por quererme) / Y entonces pensé, en el más delicioso instante / Que escapa a toda reflexión / En disolverte como a una pastilla de menta / Aplastarte… / Como a una mariquita».

¿De dónde procedía esta violencia? ¿Qué motivos habría para una agresividad que suena a exagerada revancha, ante no se sabe bien qué o quién? El joven Lou, matriculado en la Universidad de Siracusa, subraya en un libro al poeta veronés Catulo, que glosó sus amores bisexuales y fue el primer autor clásico en confundir afecto y odio. Esta atracción tenía una causa: el tratamiento de electrochoques que los psiquiatras aconsejan a sus padres para intentar atajar su conducta errática y bajones emocionales, latente homosexualidad y desprecio por la autoridad, ¿su pasión por el rock’n’roll? En los años cincuenta los médicos presionaban a las madres de adolescentes problemáticos, las acusaban de no haberles atendido debidamente en la infancia, al tiempo que amenazaban a los jóvenes enajenados con internarlos.

En su novela de 1963 La campana de cristal, Sylvia Plath cuenta su propia experiencia, similar a la de Lou Reed. En su caso con intentos suicidas, que finalmente la llevarían a meter la cabeza en el horno. La poeta describe cómo el doctor le coloca los electrodos en las sienes y le sujetan la frente a la camilla. Le dan un palo que morder y cierra los ojos; luego un breve silencio, «como cuando aspiras aire». Hasta que la descarga la invade y convulsiona, un agudo chirrido que revolotea en el aire con destellos azulados, que penetra en su cuerpo y le hace pensar que todos sus huesos van a quebrarse y sus fluidos van a estallar como en una fruta madura. «Me preguntaba qué cosa horrible habría hecho», escribe.  

¿Qué pecado había cometido Lou? A raíz de aquel tratamiento, que interioriza como impensable traición materna, daría rienda suelta a sus pasiones, las empaparía en drogas y alcohol, buscaría el clandestino submundo gay y las catacumbas sadomasoquistas, recolectando material con que urdir sus letras: personajes, anecdotario, sensaciones, coloquialismos, emoción, quizás redención. Él era uno de ellos y, ya que no tenían trovador que cantase sus ebrias esperanzas y miserables desventuras, poblaría sus canciones con aquel macilento pálpito de humanidad marginada.

Luego estaba el otro Lou, el que cantaba con ternura a la princesa en la colina y a la gloria del amor, veía belleza en la escoria y anhelaba trascendencia en esa fina línea que separa a veces placer y dolor. Con palabras simples pero certeras, áspero humor de urbanita emocionalmente acorazado, romanticismo de vieja escuela y tajante ambición poética. Si no podía ser Ginsberg ni Burroughs, sería Hubert Selby Jr., autor de la rijosa picaresca que trenza Última salida para Brooklyn. Por algo había sido admirado discípulo en Siracusa de Delmore Schwartz, autor maldito inmortalizado por Saul Bellow, genio alcoholizado y paranoico, lector de Joyce en voz alta, maestro de la palabra justa, punzante.

En el trivial mundo del rock aquello podía sorprender, no así en los cenáculos literarios. The Harvard Advocate publica ocho poemas de un tal «Louis Reed… antes en The Velvet Underground, ahora escribe poesía». Además de las letras de «Candy Says» y «Sweet Jane» y del primer boceto de «Coney Island Baby» que es «The Coach and Glory of Love», aparecen «The Mongrel Kids of Mistake Mothers», donde se pone en el pellejo de una esposa católica sumisa ante un odioso marido, o la extensa «He Claimed He Knew the Universe and Would Quick Explain It All», en cuyos versos se autorretrata como inadaptado que ve la sociedad con disgusto y turbación, citando a Dante, Homero y Virgilio, y a María, reina de Escocia, que volvería en «Sad Song», trágico final del álbum Berlin. «Vengo lleno de polvo, una antigua urna / Agrietada por la sabiduría, clamando por aunque sea una sola verdad / En cada pensamiento y acción bienintencionados», declama.

Otros títulos son breves, directos, lúcidos: en «A Night at the Prom» está internado y fuertemente medicado, pero le dice a un compañero cuyo padre se quitó la vida que «los antidepresivos son mejores que los sedantes, te alejan del suicidio». «When Charlene Makes Love» describe a una obsesa del sexo oral, una planta carnívora «cuyos otros labios están revestidos con cuchillas de afeitar». Y la protagonista de «Pain» confiesa alegremente que solo disfruta del sexo cuando duele. Sin embargo, en «He Couldn’t Find a Voice to Speak With», él se considera mal amante, inexperto y torpe, incapaz de mostrar afecto, mudo frente a la amada, malhumorado y triste ante su exuberancia, aunque en su mente bullan «miles de palabras para cada distinto amor». Y en «True Love» apunta a la relatividad de todas las cosas, tan presente en su obra: «Si las playas estuviesen hechas de diamantes / Valoraríamos la arena como a una piedra preciosa».

Cuatro de los poemas publicados en la revista The Coldspring Journal, a principios de 1976, eran ensayos de futuras canciones: «Kicks» —grabada en el álbum Coney Island Baby—, «Street Hassling» —muy distinta a la final «Street Hassle», imagina el sometimiento sexual a un policía en plena calle cuando este confunde a un travestido con una prostituta—, «Dirt» y «The Leader». El resto, con el título genérico Attitudes, nos adentra en el bullicio de Manhattan: la galería de sadomasoquistas que retrata no sin sorna «The Man» o, en «Movies», los muchos peligros de acudir a los cines de Times Square. Luego está «Games» y su pugna entre la soledad de madrugada, el anhelo de que ella vuelva para poder «tocarla», y el resquemor contra el mundo que todo ello provoca.

Destaca en Attitudes el poema premiado «The Slide». Nos desvela la dicotomía en las tendencias sexuales del poeta urbano que prefería ver impresos sus versos en rock magazines, no en publicaciones prestigiosas. La confusión personal quizás fuese congénita —podía ser uno y también muchos—, pero resultó fructífera herramienta de escritor. La combatía mediante acción y reacción: ahora te quiero, ahora te desprecio, etc. «The Slide» despliega el orgullo de ser homosexual pero no afeminado, el impulso represor de vejar a los amanerados, pues solo a una mujer permitiría «que me pinchase en el brazo con una jeringuilla». Los guiños al movimiento gay en su famoso álbum Transformer mutan en realismo sucio.

Planea publicar el poemario All the Pretty People, pero este se queda en un cajón. «Desde el principio los poemas son cada vez más crudos, duros y brutales, hasta que son totalmente viciosos, sin rima, sin puntuación, pura vulgaridad y maldad», anuncia el autor, que en ellos da salida a una visceralidad que su discográfica no puede permitir. El abuso de anfetamina inyectada por vena, y la desidia sexual que esta causa, inducen a dejarse fascinar por una crueldad escatológica. En «Thoughts Turn to Murder Late at Night», sin embargo, toma postura ante la violencia: «Y aun así en el asesinato / Regresamos al odioso espectáculo de la expresión física / Te romperé el cuello / Te romperé la espalda / Un salvajismo no heredado, solo pensado».

«Estos poemas brutalmente patológicos —razona el escritor británico Jeremy Reed en su biografía del neoyorquino— pertenecen tanto a las fronteras de la violenta geometría erótica explorada por J. G. Ballard, como a los submundos urbanos navegados por William Burroughs y Hubert Selby Jr. en su extrapolación de la extrema sordidez como motivación. La total falta de implicación personal resulta en una frialdad emocional, totalmente objetivada, como si la amoralidad fuese el sustitutivo incondicional del sentimiento o la comunidad».

El cambio de hábitos que, a partir de 1982, trae la sobriedad y un matrimonio convencional con Sylvia Morales seca al poeta, que se limitará a componer canciones. La excepción será un encargo de The New York Times Magazine. Publicado en octubre de 2001, «Laurie Sadly Listening» plasma su emotiva perplejidad ante el hundimiento de las Torres Gemelas, que observó aquel aciago día desde su apartamento del West Side. Se dirige a su última esposa, Laurie Anderson: «Laurie, si me escuchas con tristeza / Los pájaros están en llamas / El cielo reluciente / Mientras yo estoy de pie en la azotea, mirando / Fijándome en el clípeo de la araña / La revulsiva carne incinerada / Mientras yo estoy de pie en la azotea, anhelante / Pensando en ti».

Suena a tantas otras lamentaciones incrédulas desde el atacado corazón del imperio. Resulta más conmovedor volver a su antiguo poema «Waste», testimonio de la cruenta lucha consigo mismo que forjó su arte. En primera persona, siente aprensión al ver atardecer y rememora una educación echada a perder, el talento devorado por las drogas, el temperamento de quien se sabe mala compañía para cualquiera, la demencia fruto de una infancia extraña y el miedo a la propia existencia. Pero no ve en estas confesiones una excusa, al fin y al cabo todos nacemos con nuestras cartas marcadas. Los versos concluyen despectivos: «Cantáis mis canciones para demostraros / Que no sois una basura».

Duele leerlo, especialmente cuando sus canciones nos han acompañado tan hondamente, desenredando la contradicción de vivir y sentir. Ese no saber si amas u odias, si duele o place; si eres un semidiós o una mierda, materia o espíritu. No saber…

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7 Comments

  1. primero pensé «¿otro artículo sobre lou reed y el habitual cómomolasufacetadepoeta?». Y luego: «¿y de Ignacio Juliá?, ¿no tiene nada más que hacer este hombre que escribir sobre el cuarteto-quinteto de la bencina? . . . ¡qué pereza!»

    …. pero, en fin, tropecé de nuevo como julio iglesias y ¿saben qué? me ha parecido fantástico!

    puto(s) cabrón(es)

    j

  2. iskander

    Si en vez de en NY, hubiese nacido en Móstoles, sería otro yonki más que mataba el tiempo escribiendo mierdas. Pero como es Lou Reed, a la mierda le pones el cartel de «hermético, inclasificable», y te sale una pasta en royalties. Hay más talento en la uña del mono de Roberto Iniesta, que en todas las pamplinas semi trascendentes de este diletante.

    Y sí, perfect day está chula. Y el lado oscuro se deja oír. Pero 50 años de monsergas no se cubren con dos aciertos. «Ámame y seré tu amigo, ámame, ámame hasta el final. Hasta que surja la ocasión. Y entonces te mataré. Carambola a la derecha, carambola a la izquierda. ¿Me prestas dos pavos para chile con carne?» Poetazo. Neruda es mierda seca al lado de este genio torturado…

    • Menudo descubrimiento el tuyo, si cambiaras a Roberto Iniesta por ti mismo te quedaría una afirmación muy similar, ¿o no?
      Me ha gustado eso de que escucháis mis canciones para pensar que no sois una basura. En efecto, este templo ya estaba así antes de llegar Lou Reed y pasar Robe Iniesta. Pero bueno, ¿qué queda hacer ante el espejo sino sobrevivir?

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