Hace ya varios años, cuando estaba en la universidad, nos mandaron leer unos cuantos artículos de periodistas catalanes del siglo pasado. Tenía ganas de echar una ojeada a Pla, ese escritor del que todo el mundo seguía hablando, y leer alguna cosa de Sagarra y Maragall. Entre el pack de lecturas me dieron una crónica de una chica de veinticinco años escrita en 1934, que empecé a leer un poco para quitármela de encima y ponerme con los importantes. El título: «Cómo ha dado el primer paso el fascismo de España». Hum, no está mal. Leídas las líneas iniciales: trata de una periodista que se hace pasar por simpatizante de las Juventudes de Acción Popular de Gil Robles y se infiltra en la gran y tensa manifestación que realizaron en 1934 en el Escorial. Vale, interesante. Varios minutos después, acabé el artículo fascinado. Era fluido y eléctrico, con diálogos irónicos e inteligentes, descripción casi cinematográfica y detalles que reconstruían esa vieja realidad en tus retinas. No tenía nada que envidiar a las crónicas de Chaves Nogales, y el estilo era igual de vibrante. ¿Quién era esa joven que a los veintiséis años dejó el periodismo, después de seis años de ganarse la fama y el respeto de sus colegas? ¿Quién era esa reportera a la que la FAI y las milicias paramilitares de ERC se la tenían jurada, y que se suicidó en Argentina a los treinta y dos años? ¿Quién era la fascinante y casi desconocida Irene Polo?
Al cabo de un tiempo me puse a investigar. La periodista que tanto me gustaba —de vez en cuando leía sus crónicas como un intento de que las mías fueran menos aburridas— había nacido en la Barcelona de 1909. Según explicaba en un artículo, recordaba sus días de niña en el barrio de Poble Sec, ese que empezaba (empieza) en la gran avenida del Paral·lel —canalla y obrera, de teatros y cabarés—. Desde su casa podía ver el edificio de la Fraternidad Republicana, donde de vez en cuando se paseaba el famosísimo Alejandro Lerroux. Demagogo, querido por los vecinos, anticatalanista y anticlerical, era asiduo a las grandes butifarradas y comilonas que los «republicanos radicales» celebraban en Viernes Santo para jorobar a la Iglesia. Irene Polo también sería republicana, pero de las catalanistas, alrededor de la amplia hegemonía política que ganaría Esquerra Republicana de Catalunya en los años de la República, mientras el viejo anticlerical Lerroux se escoraba a la derecha y entraba en el Gobierno español con los conservadores contrarios al nuevo régimen.
Polo creció en esa Barcelona prerrepublicana y pasó buena parte de su juventud —hasta los veinte años— trabajando para sacar adelante a su madre y a sus hermanas, después de que su padre, guardia civil, muriera cuando ella era pequeña. Trabajó de oficinista, y allí se dio cuenta de que la dignidad y el sufrimiento de los trabajadores no eran exclusivos de los obreros manuales. Las amenazas y el control «carcelario» de la gente que trabajaba en despachos, «esos hombres y esas mujeres encogidos, de color amarillo cadáver» eran otra forma de explotación menos explícita e idealizada. Pero el trato podía ser el mismo: al quejarse de una reducción de salario de ella y sus compañeros, acabó despedida. Durante esos años se había estado formando de manera autodidacta, leyendo libros y estudiando francés. Y dio el salto al periodismo con la nueva revista Imatges, que dirigía un joven parecido a ella, Josep Maria Planes.
Tanto Planes como Polo son recuerdos de una Barcelona intensa y moderna, que poco tenía que envidiar de París. Si uno lee las crónicas nocturnas de Planes —tours etílicos que hacía en compañía de su amigo Sagarra—, puede ver que el cóctel, el traje y la música hiperactiva no eran solo cosa de ciudades como Nueva York. Polo y Planes fueron jóvenes de la izquierda liberal republicana, defensores del orden y de la justicia social catalanista, que las fuerzas totalitarias aplastarían. Los dos denunciaron el fascismo que llegaba, la guerra sucia de algunos sectores paramilitares de ERC y el anarco-bolchevismo de la FAI, que amenazó a ambos periodistas y que, en el caso de Planes, acabó a tiros con su vida en el margen de una carretera, recién comenzada la Guerra Civil. Eran tiempos vibrantes, peligrosos, esperanzadores e inciertos.
En Imatges, Irene Polo dio sus primeras muestras de calidad periodística. En una de las fotos más famosas que le hicieron, se la ve al lado de Buster Keaton, que está haciendo bromas con su sombrero mientras ella apunta cosas en su libreta y se le escapa la risa. Este retrato se hizo mientras Polo escribía una crónica para Imatges de la llegada de Keaton a Barcelona. Se fue con él, con la actriz y mujer de Keaton, Natalie Talmadge, y con el actor Luis Alonso a pasar el día a la playa de Sitges. A final de su artículo, cuenta que le explicó a Keaton cómo decir «Good bye» en catalán y que, en el momento de decir «Adéu», a Buster Keaton, el hombre que nunca sonreía, se le escapó una gran carcajada.
Otra crónica famosa de Imatges fue su intento de entrevistar a Francesc Cambó, en la que explica cómo ella y su fotógrafo intentan hacerle unas preguntas al gran político conservador catalán, persiguiéndolo por toda Barcelona, pero sin éxito. Como en muchos de sus artículos, Polo simplemente sale a la calle a buscar y a describir, y convierte sus fracasos periodísticos en éxitos narrativos. Es, en versión breve, el método que Gay Talese popularizó en Frank Sinatra Has a Cold.
Cuando Imatges cerró tras pocos números en circulación, Irene Polo fue paseándose por diferentes cabeceras de la época. El panorama de diarios catalanes era inmenso: la explosión política venía acompañada de una gran ola mediática. Polo ficharía por La Humanitat, un periódico vespertino defensor del catalanismo republicano y dirigido por el futuro presidente catalán Lluís Companys. Allí nuestra reportera perfeccionaría el arte de sus entrevistas breves, como la que le hizo a la diputada Clara Campoamor sobre feminismo y el voto de la mujer. Si uno la lee, parece que Polo le haya puesto un micrófono a Campoamor y le esté realizando una entrevista en directo, ágil y espontánea.
El rotativo en el que Polo publicaría buena parte de sus mejores trabajos fue La Rambla, un diario inicialmente deportivo que fue añadiendo reportajes políticos de fuerte interés. La diversidad de temas sobre los que Polo publicó muestra que se divertía escribiendo sobre casi cualquier cosa. Hizo una entrevista a Pío Baroja cuando vino a pasar unos días a Barcelona, charlando de literatura y política entre las paredes del Ateneu Barcelonès, centro de tertulia de los grandes literatos catalanes del momento. Dedicó también varios artículos a la moda femenina, escribiendo crónicas irónicas sobre el escote o la batalla del pantalón contra la falda. Incluso realizó una breve entrevista con Mefistófeles, fumándose un cigarrillo con él y quejándose de la expansión de la cirugía estética en cada vez más rostros.
Una de sus mejores crónicas en La Rambla fue el seguimiento de las elecciones al Parlament de Catalunya que hizo en 1932, paseándose por su antiguo barrio, el Paral·lel, para ver cómo transcurría la jornada electoral en el histórico feudo «radical» de Lerroux. Esta crónica es un retrato del régimen que nacía y de las fuerzas que batallaban en su interior. El Paral·lel, explica Polo, ha pasado de apoyar a Lerroux a votar a Francesc Macià. Hay una nueva hegemonía electoral de izquierda catalanista en Cataluña. Pero Polo no se queda con lo fácil: cruza al otro lado de la montaña de Montjuïc, en la ladera opuesta a la del barrio del Paral·lel, y se encuentra con un panorama muy distinto, con barrios de inmigrantes murcianos, aragoneses o extremeños donde la mentalidad es profundamente anarquista y casi nadie vota. Las paredes están llenas de grafitis de la CNT y la FAI: «OBREROS, NO BOTEIS. FAI», «OBRERS, NO BOTEU. FAI», «VIVA EL COMUNISMO LI VERTARIO». Pese a esta honda diferencia, todo transcurre de manera tranquila. Polo tiene incluso tiempo para entrevistar a un sepulturero del cementerio de Montjuïc que va de camino a votar, y le interroga sobre si los muertos se han portado bien y no han salido a echar papeletas, como en anteriores elecciones.
La conflictividad en tiempos de la República también apareció en sus crónicas de La Rambla. Investigó la revuelta libertaria de Sallent, donde las deplorables condiciones de los inmigrantes españoles —algunos vivían en corrales de cerdos— se mezclaban con la violencia de sus acciones huelguistas. El conflicto entre la población local de Sallent y los recién llegados —donde la incomprensión, la pobreza y la virulencia política hacían de gasolina y mechero— reflejaba de manera cruda el choque entre dos comunidades que se veían lejanas, aun compartiendo su condición de clase obrera y una presunta identidad común española. Polo intentó llegar al fondo del asunto, a las condiciones que generaban este conflicto. Una postura mucho más madura —sin buenismos ni xenofobias— que gran parte del trato que da el periodismo actual a los conflictos entre comunidades locales e inmigrantes, en los que busca más reforzar los prejuicios propios que comprender la realidad.
Polo pasaría por otro diario, L’Opinió, donde mostró su faceta más política. Este periódico era el rotativo oficial de ERC al iniciarse la República. Con el paso de los meses, un grupo de políticos del partido, encabezados por Joan Lluhí, crearon una corriente interna alrededor del diario, crítica con el autoritarismo de Macià y las acciones violentas de los escamots paramilitares de Estat Català, la facción más nacionalista de Esquerra Republicana. L’Opinió se acabaría separando de ERC por estas discrepancias, y el grupo encabezado por Lluhí crearía el Partit Nacionalista Republicà d’Esquerra, junto a políticos de peso como Josep Tarradellas. En ese momento fue cuando Irene Polo entró a trabajar en L’Opinió.
La periodista, comprometida con el sindicalismo —participó en la fundación de la Agrupació Professional de Periodistes— y las mejoras de vida para la clase trabajadora, escribiría duros textos contra la FAI, a la que acusó de jugar con la vida de los obreros en huelgas y revueltas inútiles, y haber degradado todavía más sus condiciones en pos de objetivos extremistas. La «Soli» (Solidaridad Obrera, el diario de la CNT) le contestaría: «Irenita es fresca como su apellido. Ayer tuvo el atrevimiento (no queremos decir poca vergüenza, por respeto al sexo) de presentarse en el Sindicato del Ramo de Construcción para hacer una información (¡bueno, esto de la información es un decir!) sobre el conflicto que estos camaradas tienen planteado […] Doña Irene, la fiera corrupia de las Ramblas, que por su hermosura ostenta el título de «Miss Opinió», ha visto los «colmillos» de la FAI. Doña Irene, ¿no se la tiraron a usted por la ventana? Es que aún tenemos educación. Lo cortés no quita lo valiente, maca dona de las grandes gafas».
En L’Opinió también publicó el artículo sobre el crecimiento del fascismo en España (con el que he empezado este texto), y —quizá más destacado— no dudaría en criticar a «los suyos», al catalanismo republicano, cuando creyó conveniente. Polo investigó la desaparición de Viriat Milanès, un confidente de las juventudes armadas de Estat Català, enfrentadas en una guerra sucia contra los anarquistas de la CNT y la FAI, lucha en la que abundaron los secuestros, los puñetazos y las pistolas. Explicó las torturas y palizas a las que los jóvenes paramilitares nacionalistas sometían a los anarquistas capturados, e indagó en la desaparición del confidente Milanès, un joven de apenas diecinueve años, consiguiendo pruebas de que había sido secuestrado por las juventudes de Estat Català para silenciarlo. Polo también atacaría a su antiguo periódico, La Humanitat, por intentar tapar este caso y ser «defensores y encubridores de estas hordas brutales que pretenden hacer ver que se toman la justicia por su mano y hoy le rompen la cabeza a Manuel Brunet [periodista], y mañana dan una paliza al señor Vinyals, su esposa y su hija; otro día asaltan el Ayuntamiento pistola en mano y el otro secuestran y atormentan a unos obreros —a unos humildes obreros—, y otro día asaltan una imprenta y amenazan de muerte a los redactores de un semanario». Polo no quería que «con la República y bajo el régimen de un partido titulado liberal y popular, puedan ocurrir en nuestra casa las mismas cosas que nos han contado de las dictaduras americanas».
La periodista escribió en L’Opinió hasta que el diario fue cerrado por el Gobierno español en 1934, argumentando su vinculación con el mundo de ERC, después de que Companys hubiera proclamado el Estado Catalán dentro de la República Federal Española en reacción al nuevo Gobierno conservador de la República, al mismo tiempo que se producían revueltas obreras alentadas por los partidos y sindicatos de izquierda en las cuencas mineras de Asturias y Castilla y León. Con L’Opinió y otros diarios catalanistas republicanos clausurados, Polo empezó a escribir para L’Instant, una cabecera relativamente independiente de los partidos políticos. Cubrió el encarcelamiento del gobierno de Companys y sus juicios posteriores, y entrevistaría a políticos exiliados como Indalecio Prieto en París. Pese a su relevancia, estos artículos aparecerían con multitud de frases tachadas por la censura que el Gobierno conservador había puesto en marcha. Sus pocos artículos que quedarían íntegros serían las «postales» que dedicó a su querida isla de Ibiza, donde ya empezaba a florecer el turismo masivo y en cuyas playas Polo practicó su afición al nudismo y tuvo un desengaño amoroso «ibicenco… y desgraciado» con una mujer (sexualidad que nunca escondió), lo que le haría plantearse pasar una temporada alejada de Barcelona cuando tuviese la oportunidad.
Última hora, un vespertino lanzado por ERC, fue el lugar donde Polo escribiría algunas de sus últimas páginas, en 1936. Una entrevista que realizó a la actriz Margarida Xirgu, donde comentaron la reciente muerte de Valle-Inclán, abrió un camino inesperado en su vida. Xirgu le propuso acompañarla con su compañía teatral por Latinoamérica, y Polo aceptó emocionada. Un centenar de periodistas y personalidades le harían una cena de despedida por todo lo alto. En una foto de esa comida, se ve a Polo rodeada por decenas de hombres trajeados, que la trataron y respetaron como a una igual en ese masculino mundo de las letras. El diario El Diluvio dejó escrito sobre esa velada: «El acto resultó muy brillante, poniéndose de manifiesto las muchas simpatías que ha conquistado la señorita Irene Polo en los medios periodísticos por sus dotes de inteligencia y sencillez, un gran compañerismo y amor a la profesión que ha enaltecido su trayectoria». Varios diarios más se llenaron de elogios hacia ella y su trayectoria. Recordemos: tenía veintiséis años.
Todos sus colegas veían ese viaje a las Américas como un paréntesis, y la misma Polo dejó claro ese plan de acción en una entrevista con el diario La Noche, antes de marcharse:
—Pero ¿serás tránsfuga del periodismo?
—De ningún modo. Amo la profesión con toda mi alma y por ello también me encanta el viaje, ya que pienso preparar grandes reportajes y al regresar me reintegraré a mi labor periodística.
En esos años americanos, Polo se encargó de organizar los tours de la compañía teatral de «la Xirgu» por el continente. En España estallaría la Guerra Civil y el franquismo saldría victorioso. Polo sería una más de esa generación exiliada, de esos intelectuales liberales y republicanos que defendieron el orden ante el extremismo de la FAI, pero que por nada habrían dado apoyo a la dictadura nacionalcatólica y anticatalana de los insurgentes. Cuando la compañía teatral de Xirgu se disolvió en 1939, Polo se quedó viviendo en Buenos Aires, haciendo traducciones del francés y trabajando de directora de publicidad. Consiguió que su madre y sus hermanas pudieran viajar hasta Argentina con ella.
En el exilio, el vigor y la alegría de Irene Polo fueron decayendo. La correspondencia con su amigo Miquel Vilà muestra su descenso a lo más oscuro. 21 de abril de 1941: «[…] estoy muy desanimada; a mí quizá no me pasará nada porque tengo una gran suerte; pero ¿qué me importa eso si tengo que ver lo que le pasa a la gente que quiero? La gente liberal de este país está internada, los españoles reclamados por el Gobierno franquista serán enviados a Madrid […] Es el paso de una era del mundo a otra era […]». 23 de septiembre de 1941: «[…] estoy pasando unos días muy malos. Tengo un decaimiento nervioso terrible, y una angustia que no sé si podré resistir […]». 25 de noviembre de 1941: «[…] No estoy bien todavía y creo que tardaré mucho en estarlo. Tomo potingues sin parar y por fuera me hacen algún efecto; pero este pequeño efecto no es suficiente. […]». 23 de febrero de 1942: «Ya has visto que el pobre Zweig se ha matado con su mujer, también cansado de América, seguramente. […]».
El 4 de abril de 1942 el diario La Nación de Buenos Aires informaba del suicidio de Irene Polo, a los treinta y dos años. La noticia de su muerte fue llegando, poco a poco, a todos esos periodistas con los que había trabajado, codo con codo, en esos seis años brillantes y excepcionales, tan fascinantes como ella.
(Las crónicas mencionadas están recopiladas en «La fascinació del periodisme», donde, además, Glòria Santa-Maria y Pilar Tur hacen un buen repaso a la biografía de Polo.)
Excelente descubrimiento de una periodista bastante olvidada, por lo menos para los castellanohablantes.
Walter Benjamin, Stefan Zweig, Irene Polo… ¿Cuántos intelectuales lúcidos se suicidaron justo antes de que empezara a remitir la marea, en la antesala de la derrota nazi? ¿Y Cuántas personas particulares, sin ninguna proyección o fama?
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