Quizá todos vengamos equipados de serie con una pequeña máquina del tiempo dentro de la cabeza, el problema es que siempre está averiada: la llamamos «remordimientos». En algún momento del pasado tiene uno la impresión de haber tomado el camino equivocado y lo recuerda con tal nitidez que casi parece que reviviera esa encrucijada, como si situando allí la mente con todas nuestras fuerzas el cuerpo la fuera a seguir para, esta vez sí, hacer lo correcto. Pero no hay manera. Es un motor que está a punto de arrancar e inevitablemente se ahoga. ¿No sería maravilloso lograr ese empujoncito final, disfrutar de una segunda oportunidad aprovechando lo que ahora sabemos? Entonces llegará algún aguafiestas hablando de la irreversibilidad de la flecha del tiempo, de que es físicamente imposible… da igual, lo seguiremos deseando con la misma intensidad. Es entonces cuando llega en nuestro rescate la ficción, que no cura pero consuela. Muchas narraciones acerca de los viajes en el tiempo —la última de ellas la serie Dark— explotan ese anhelo íntimo, mostrándonos a personajes que encuentran así la forma de ajustar cuentas con su pasado, de evitar aquel fatídico accidente, malentendido o discusión que cambió dramáticamente sus vidas.
El precursor de todos ellos lo encontramos en el señor Scrooge de Cuento de Navidad. Tanto el Fantasma de las Navidades Pasadas como el de las Presentes, hacen recapacitar al huraño protagonista sobre su comportamiento, aunque será el Fantasma de las Navidades Futuras el que le muestre una premonición, es decir, un hecho futuro como ya pasado, que lo determinará a cambiar. El día que llegue su funeral —según descubre horrorizado— no causará dolor en nadie y sí alivio en algunos acreedores (¿bien pensado no sería la muerte más altruista y generosa imaginable?), así que da un giro a su vida y decide ser mucho más generoso desde ese momento… lo que, si tenemos en cuenta que es un prestamista, le abocará a una próxima quiebra, de manera que ahora además de en soledad morirá en la miseria (esa parte nos la ahorró Dickens pero se deduce). En fin, una historia tan triste como sugerente, dado que abrió nuestra perspectiva a un nuevo horizonte moral: el conflicto entre el libre albedrío y la línea temporal. Si al protagonista le muestran el futuro y a partir de esa información cambia su comportamiento en el presente para evitarlo, entonces ya no es el futuro lo que ha visto. En realidad, bajo otros ropajes la teología ya se había ocupado de esta cuestión tan peliaguda desde hace siglos, pues Boecio dedujo que si Dios es omnisciente entonces puede ver el futuro, lo que nos lleva a que nuestro destino está predeterminado, en consecuencia carecemos de libre albedrío, por lo tanto y como conclusión última ya no tiene sentido hablar de pecado o santidad y todo el sistema ético del cristianismo se viene abajo. Como podemos ver, es un hilo del que si se tira se puede acabar en la herejía.
Las narraciones de ciencia ficción han abordado este dilema ofreciendo varias soluciones. Películas como Un día inesperado, Seguridad no garantizada, Medianoche en París, Jacuzzi al pasado y por supuesto Regreso al futuro, nos muestran viajes al pasado que pueden alterar el futuro del que se proviene dando lugar a una nueva línea temporal en un universo alternativo que incluso hagan desaparecer al protagonista. Es paradigmático el caso del protagonista de la última mencionada, pues Marty McFly nos lleva a lo que se conoce como «paradoja del abuelo». Si viaja al pasado e impide que sus padres se conozcan, no será engendrado, luego desaparecerá y ya no podrá viajar al pasado y por lo tanto volverá a ser engendrado. Una fatalidad del destino que nos lleva a la segunda opción, la de la línea temporal por la que uno se desplaza como una vía de tren de la que no hay manera de desviarse. Recuerdan a aquella historia del criado del mercader que huye apresuradamente de Bagdad a Ispahán tras haberse encontrado a la Muerte y que esta hiciera un gesto que interpretó como una amenaza, cuando en realidad era de sorpresa al dar con él en una ciudad distinta a la de Ispahán, que es de donde tenía que llevárselo. Así que intentando evitar un suceso se desata una cadena de eventos que culminan inevitablemente de nuevo en ese punto. El universo alternativo no es consistente y se vuelve a la casilla de salida. A veces el protagonista tiene otra oportunidad, incluso un número infinito de ellas, pero el resultado termina siendo el mismo, una y otra vez. El ejemplo que primero nos viene a la mente es aquel Día de la Marmota en el que vivía atrapado Bill Murray, pero también puede verse algo parecido en Al filo del mañana, Donnie Darko, Una cuestión de tiempo, Feliz día de tu muerte, Código fuente, Corre, Lola, corre, Premature, Desnudo o Triangle. Sin ánimo de destripar ninguna de ellas, en algunos casos la moraleja es que el mal es consustancial a la vida y que a menudo de una desgracia se acaba extrayendo algo positivo para el porvenir.
Hay una tercera opción, el bucle temporal. Es decir, que el viaje al pasado no solo no crea una nueva línea temporal, ni tampoco resulta inútil al intentar modificar el presente, sino que es precisamente la condición necesaria para que este sea como es. Lo cual nos lleva al eterno dilema del huevo o la gallina. Tanto John Connor como Skynet son engendrados por sí mismos desde el futuro, uno enviando a uno de sus soldados para que se convierta en su padre, la otra enviando a un Terminator cuyo microchip permitirá el desarrollo informático que hará posible dicha inteligencia artificial. Queda en el aire la causa primera, el pasado inicial que pudiera dar lugar al bucle. Una pregunta pertinente a otras del género, desde Looper a Predestination, aunque todo puntilloso acabe recibiendo tarde o temprano la respuesta de que «lo hizo un mago». Pero a menudo los guionistas no alcanzan la complejidad de Primer y el viaje en el tiempo no pretende generar bucles, ni cuestionar el libre albedrío, ni dejarnos aturdidos a base de giros, simplemente busca entretener mostrándonos el choque cultural entre dos épocas. El pionero fue Mark Twain con Un yanqui en la corte del rey Arturo, creando una estela en la que pueden incluirse la miniserie 11.22.63. o cintas como Los visitantes, Los héroes del tiempo, Los pasajeros del tiempo, Star Trek IV o El ejército de las tinieblas. Además el escritor de Misuri tampoco se complicó buscando una fundamentación teórica del viaje temporal: el protagonista se dio un golpe en la cabeza y despertó en la Edad Media, para qué complicarse más. Otras veces, en la llamada ciencia ficción dura, se recurre a conceptos extraídos de la física tan campanudos como la dilatación gravitacional del tiempo, que es una cosa muy seria. Lo más habitual no obstante es presentar una máquina y/o puerta dimensional, desde TARDIS al giratiempo de Harry Potter, pasando por un simple armario o una isla entera, aunque nuestro favorito sin duda es el anacronópete del decimonónico escritor español de ciencia ficción Enrique Gaspar y Rimbau, un complejo mecanismo que requería para su funcionamiento el «fluido García», que podía ser antimateria o vaya usted a saber.
Pues bien, de todo lo mencionado hasta ahora hay en la serie Dark de Netflix. Con un retal cogido de aquí y otro de allá, no resulta difícil rastrear a lo largo de sus diez episodios buena parte de los títulos mencionados en las líneas anteriores, cosidos en un amplio patchwork para crear algo que no puede decirse que sea rompedor, aunque sí elaborado con habilidad. Quizá ese sea su mayor logro, no resultar un simple cúmulo de referencias para alcanzar cierta unidad de estilo, una atmósfera propia en ese pueblo de Winden en el que se entrecruzan los destinos de varias familias a lo largo de las décadas. Sabe mantener la tensión y transcurre fluidamente sin llegar a confundir pese a abordar tres épocas y reunir bastantes personajes. Eso sí, tal vez quepa reprocharle su ausencia de sentido del humor, ni siquiera recuerdo ahora mismo que algún personaje llegue a sonreír en una sola escena (¿será por su factura alemana?). Qué le vamos a hacer, para compensar cuenta con una estupenda banda sonora, como esta pequeña joya de Soap&Skin:
«Eso sí, tal vez quepa reprocharle su ausencia de sentido del humor, ni siquiera recuerdo ahora mismo que algún personaje llegue a sonreír en una sola escena (¿será por su factura alemana?).»
En efecto. Los alemanes, por lo general y con las debidas excepciones, tiran poco del humor; y casi mejor porque cuando ejercen lo que ellos creen que lo es, la sensación que provocan en españoles, italianos o ingleses es de estupefacción o vergüenza ajena. Y he citado estas tres nacionalidades europeas porque creo que son las más agudas del continente en lo que a sentido del humor se refiere. Porque de holandeses, belgas, suizos y nórdicos, mejor ni hablar porque son unos pelmazos considerables. ¡Ah, y los franceses tampoco se salvan ya que a pesar de su providencial proximidad con Italia, están muy perjudicados por sus otras fronteras salvo la española.
«Dark» empecé a verla y me pareció que tenía una factura visual y técnica muy buena. Pero el efecto soporífero germano comenzó a hacerse notar y la abandoné antes de tercer episodio. Lo siento.
Hola, recomiendo que la termines, es hermosa. Su nombre lo dice es Dark. Bromas aparte, creo que en eso radica su belleza en lo solemne de algunas escenas y en la tensión que se llega a sentir…Yo también percibí esa rareza en la falta de humor, pero ya llega la segunda temporada y quizás lo agreguen…
Todo un articulo sobre paradojas temporales usando peliculas americanas como referencia y no usa la unica pelicula española (y una de las mejores) que toca el tema… Los Cronocrimenes. Fallo garrafal.
Eso, y tampoco el último capítulo de la primera temporada de «El Ministerio del Tiempo»