Azul y fucsia bañan un escenario construido por espejos. Se cruzan otros focos, anaranjados. Del fondo, flanqueada por dos escaleras irregulares iluminadas con neón, emerge una mujer. Es joven. Se llama Amaia, y es una de las estrellas de la última edición de Operación triunfo. Mientras, suena un arreglo musical que podría corresponder con prácticamente cualquier canción del mundo. En el séptimo segundo, Amaia arranca a cantar. Es «Te recuerdo, Amanda», de Víctor Jara. El escenario se vuelve totalmente azul. Luces y bailarines simulan estar en un Santiago lleno de lluvia. Amaia canta. Yo creo que, en ese momento, disfruta.
Cuando estos discursos se cuelan se abren grietas y eso es lo valioso. En O. T. se lanzan mensajes de amistad, sororidad, diversidad afectiva… Valores que pueden ser muy útiles para nuestras hermanas pequeñas. Incluso ponen a Rozalén a cantar «La puerta violeta», que es puro feminismo. Es verdad que el capitalismo hace eso, apropiarse de las estrategias emocionales y obtener rentabilidad de ellas, pero insisto: hay que aceptar que eso sucede, apropiarnos de ello y darle todo el sentido político posible.
Se lo dice Ángela Rodríguez (filósofa, investigadora en arte y diputada de En Marea) a Noemí López Trujillo en un texto que se dedica a analizar por qué este O. T. ha generado una respuesta tan distinta por parte de la juventud en general, pero sobre todo de la juventud políticamente movilizada y comprometida con la izquierda.
¿Por qué fijarnos sobre todo en ese sector? Porque no todos están de acuerdo con Ángela Rodríguez. Daniel Bernabé, por ejemplo, lo llama «celebración de la impotencia». El Nega está de acuerdo. También Esteban Hernández. No así (o no tanto) Víctor Lenore. Podríamos seguir, pero parece claro que hay un debate abierto dentro de la izquierda: si un proyecto se pretende transformador, ¿debe usar productos que participan de una lógica de mercado para difundir posiciones y argumentos propios? Esta cuestión se enmarca a su vez en otra: ¿puede la izquierda encontrar referentes fuera de la pureza?
Hay una izquierda que no va a tener mayor problema en responder a ambas cuestiones con un rotundo «sí». Llamémosla socialdemócrata, moderada, centrista. El caso es que esa izquierda ya ha establecido la negociación con el capitalismo, llegando a la conclusión de que le parece bien el mestizaje y los puntos intermedios. Pero, claro, lo interesante es que la discusión se produce en el seno de esa otra izquierda que ve a estos como traidores. Aquella que se plantea una enmienda a la totalidad del sistema actual. Que piensa que son ellos, y no los otros, los verdaderos herederos del espíritu de Víctor Jara. ¿Qué hacer cuando aparece ante millones de espectadores, mayoritariamente jóvenes, en una versión producida y pagada por una de las mayores empresas multinacionales del mundo?
Esta discusión se produce además en dos niveles de clase distintos. Como la mayoría de quienes toman partido en ella forman parte de sectores medios y acomodados (al menos en lo que acumulación de capital social y cultural, así como expectativa de renta futura, se refiere), la parte más jugosa del debate tiene lugar cuando miran a la clase obrera. A veces da la impresión de que se aproximan a ella como a una especie aparte a la que seducir o movilizar de alguna forma misteriosa. El resultado es un cruce eterno de acusaciones de paternalismo. Los colaboracionistas indican que los frentistas miran por encima del hombro la cultura popular desideologizada, con un fondo de superioridad moral. Los segundos, por su parte, arguyen que los primeros infantilizan a la clase obrera asumiendo que no son capaces de acceder a ideas complejas, además de distinguir entre lo que sería cultura popular real (Víctor Jara) y cultura de mercado (Amaia).
Ha muerto John Mahoney. Hoy. Se ha anunciado mientras escribo. Mahoney no es un nombre muy conocido, pero sí su cara tan pronto le busque en Google Images quien esté leyendo esto. Sí, es el padre de Frasier. Martin Crane era un viudo, policía retirado, lo que se conoce en Estados Unidos como blue collar worker: trabajador de cuello azul. Que, gracias a un buen salario como policía y a haberse casado con una psiquiatra, ascendió en la escala social. Sus dos hijos, Frasier y Niles, se dedican sistemáticamente a avergonzarse de él y de su falta de cultura en sus momentos más esnobs, o a pelear por qué es mejor para su padre cuando tienen el espíritu menos egoísta. Siempre ignorando a Martin. Este tipo de tramas ocupan casi la mitad de las once temporadas de la serie. Las discusiones entre la izquierda sobre cómo abordar el dilema cultural son un poco así: dos señores pijos intentando decidir qué es lo mejor para su padre, el señor obrero inculto que ha tenido la magnífica suerte de encontrarse con tales luminarias dispuestas a guiarle en la dirección adecuada.
Los frentistas consideran, al fin y al cabo, que no hay tanta diferencia entre 2018 y 1852. La alienación de la clase obrera funciona hoy igual que funcionaba entonces. Así que su misión es descubrir al vulgo a Lenin, a Pasolini, a Eisenstein y a Rosa Luxemburgo, mostrando cómo los argumentos liberales de Isaiah Berlin llevan irremediablemente a tolerar el fascismo o cómo las películas de John Huston lo justificaban de manera velada. En lugar de eso, se quejan, la nueva izquierda transformadora entra inadvertidamente en el juego capitalista del mercado. Se cree que está cambiando conciencias desde dentro, pero en realidad es ella la que está siendo cambiada.
Los colaboracionistas, por su parte, parecen asumir que vivimos en una época distinta en la que la alienación actúa de manera más sutil, diferente, disfrazándose de libre albedrío. Consideran que si la gente decide ver O. T. o escuchar reguetón, y está convencida de que tal es su decisión, es poco productivo intentar convencerlos de que hay todo un aparato sistémico-hegemónico marcándoles la pauta. Es más inteligente jugársela, intentar redefinir significantes existentes, buscar las «grietas» a las que se refería Rodríguez.
Pero todos le quieren decir a la clase obrera qué debe pensar, cómo debe consumir cultura y en qué dirección debe despertar su conciencia. De hecho, lo podríamos llamar classplaining.
Llegados a este punto, alguno podrá llevar este argumento al extremo y afirmar que la izquierda (ahora sí, toda, también la moderada y socialdemócrata) ha apabullado culturalmente a la clase obrera con sus discusiones sobre la diversidad, sus posiciones prominorías. Demasiado color. Demasiado no tener en cuenta al prójimo. ¿Qué pasa si Martin Crane se siente incómodo si está viendo O. T. y de pronto se besa una pareja del mismo sexo? ¿Y si decide en ese momento apagar la tele? ¿Y votar a Trump, porque al menos él habla de proteccionismo económico, no de baños para transexuales?
Pablo Simón tiene un texto que ya responde casi todo lo que hay que responder a este tipo de argumentaciones. Rescato aquí el final, una conclusión que apoya en todo el artículo (que vale la pena leer).
(…) ni está claro que los obreros hayan votado por Trump, ni hay evidencia de que hayan dejado de optar por la izquierda en España, ni se perfila en el horizonte una incompatibilidad práctica entre la dimensión cosmopolita y la más distributiva.
Para mí, de hecho, el problema no reside tanto en qué debates introducir desde la cultura, sino en cómo. La solución no es renunciar al conflicto político en su forma simbólica, sino afrontarlo asumiendo que vivimos en democracia. Pelear en la arena cultural, sí. Pero de igual a igual. Sin paternalismos, ni explícitos ni implícitos. Sin asumir que la clase obrera tiene en su conjunto tal o cual posición, que excluye a la de más allá.
¿Han visto Pride? Es una buena película. Cuenta la historia de una alianza: la del movimiento LGBT y los mineros en huelga en el Reino Unido de Margaret Thatcher. La manera en que se configura dicha unión, cómo se van superando prejuicios, opiniones y dificultades en un proceso simétrico, de qué manera unos pocos de ambos bandos se quedan fuera pero la mayoría estará dentro… todo ello ejemplifica bien lo que quiero decir con «de igual a igual».
Pero, antes de terminar, faltamos nosotros, claro. Falta aclarar el papel de los que nos dedicamos a hablar en público.
Amaia termina de cantar. Todos aplauden. Unas semanas después, la noche del 5 de febrero, ganará esta edición de O. T. Y entre los millones de personas que vieron y verán la interpretación (ahí la tienen, en YouTube, cómo no), habrá una parte que ya conocerá la canción y a Víctor Jara. Y tendrá sus opiniones al respecto. Otra parte no. De ellos, algunos se lo plantearán. Quizás lean sobre la historia de Chile, de Jara, de Quilapayún, de Allende, de Pinochet. Se formarán un criterio al respecto. Aprovechando, otros nos lanzaremos al papel para escribir lo que pensamos y ponerlo a su disposición. En ese momento, el papel de quienes disfrutamos de la enorme suerte de contar con una plataforma para expresar nuestras opiniones no será determinar, adoctrinar, enseñar ni iluminar; ni siquiera colocar ideas mediante subterfugios simbólicos. Si no queremos encerrarnos en una autoparódica burbuja que nos convierta en réplicas neomarxistas de Niles y Frasier, más nos valdrá ceñirnos a participar, a aportar, a conversar.
Por eso no veo la tele….
O sea, que ahora mismo la derecha gana. Rien ne va plus!
La izquierda cogiendo uvas, pretendiendo ser reyes del mambo por defender privilegios (Cataluña) o por hacer bandera de naderías (véase arriba).
Negarlo es cosa de ingenuos. Otra cosa es que la rueda de la historia gira….
Es leer «clase obrera» en un artículo sobre OT y me echo a temblar.
El primer OT era una concurso de karaoke poblado por una selección de tontos entre los más tontos del país. A día de hoy sigue dando vergüenza ajena oírlos hablar.
Ya fue razón suficiente para no ver la sucesión de concursos de los años siguientes. Cuando uno cree que la cosa está muerta y enterrada, la televisión publica (otra vergüenza más) la resucita y allí que se va la gente a discutir acerca de los méritos de unos y otros en el dichoso karaoke.
Y encima hacemos análisis sobre la alienación de la clase trabajadora…
En fin este es un país libre y cada consume las mierdas que quiere. Pero al menos que sean conscientes.
Me considero de la clase obrera y no recuerdo haber visto nunca ese programa donde todos parecen clones de alguien por muy correctamente que canten. Pero también es imposible ignorar su existencia porque incluso aquí, se le dedica aunque sea parcialmente, un espacio. Y pasando a otro tema, creo que muy pocos integrantes de la clase obrera están capacitados para entender su artículo en la forma en que está planteado.
Alguien dijo en una ocasión que OT había laminado la poca buena industria musical española que había. Puede ser. A mi me transmite una sensación de uniformidad insoportable. De dejarse abrir la boca mansamente y digerir un sucedaneo de comida musical preprocesada mezclada con culebrones amorosos para mayor gloria de los share de audiencia. Hoy alguien publicaba un tweet afirmando que hoy sería complicado producir, rodar y estrenar una película como La Vida de Brian. No es broma. En la música pasa otro tanto. ¿Alguien se imagina a Coque Malla cantando las lindezas que quería hacer con su pareja hasta que dijese «sí»?. Hoy los meterían en el trullo. Todo se reduce a cantar siempre lo mismo. Copiar, copiar y copiar. Si Estopa triunfa, nos sale un Melendi de la vida. Si Salvador Sobral gana Eurovisión con una sencilla y bella canción, mandamos al año siguiente a un pastiche de Sobral y La la land. Todo sea por copiar. Tampoco es de extrañar porque la educación musical en las escuelas está pensada para primates autómatas. No aprobarás la Educación Obligatoria sin saber dibujar correctamente una corchea aunque no tendrás ni idea de diferenciar un modo aumentado de uno disminuido, o como formar triadas. La obsesión se reducirá a poder identificar «de oidas» El Cascanueces. Cuando salgas de casa ya podrás poner en tu reproductor Maluma. La esperanza es que siempre habra algún chaval o chavala, pocos pero los habrá, que fliparán con los discos de Tom Jobim, The Flamin Groovies, Metallica, Tom Waits, Bonamassa, etc… Y alguno hasta se comprará una Les Paul en lugar de invertirlo en la PS4. No todo esta perdido.
Genial artículo. Me parece todo un triunfo que se cante esa canción a día de hoy en tve. Y me quedo con lo de classplaining, creo que lo usaré a menudo. ;-)
Pura basura «musical». Chavales, de verdad, escuchad música auténtica.
La izquierda actual es tan aburridamente peñaza que ve motivos heteropatriarcapitalistas hasta en la forma de orinar.
Ir a tomar una simple caña con ellos es como escuchar el sermón de un catequista: unos te dicen que fornicar es pecado, otros que penetrar es machista e incorrecto.
La Iglesia tenía (y tiene) su Índice de Libros Prohibidos: si quieres ser un buen católico no puedes leer ciertos libros, ni ver determinadas películas y series, salvo que te asesore un director espiritual para hacerte ver dónde están los errores de doctrina.
Asímismo, la Izquierda tiene su Índice de Libros Incorrectos: si no quieres ser un malvado machista-racista-capitalista-fascista, no puedes leer ciertos libros, ni ver determinadas películas y series, salvo que te asesore un comisario político para hacerte ver dónde están los errores de doctrina.
Me parece que la mayoría de comentarios en este artículo pecan exactamente de lo que el autor denuncia, classplaining. Entiendo que se tengan prejuicios acerca del formato OT. Tengo 29 años, soy de la generación del primer OT que visto ahora, pues sí, me parece una mierda. Pero lo disfruté mucho de pequeña. Es más, conocí un montón de canciones y cantantes que jamás habría escuchado por mi cuenta. Tengo criterio musical, no vayáis a pensar que porque anecdóticamente me enganche a un programa de entretenimiento al más puro estilo «clase obrera idiotizada» no puedo ser una persona inteligente y saber en todo momento lo que estoy viendo y darle la importancia justa. Este año me enganché a OT, veía en 24 horas cuando me aburría. Los chavales que entraron me caen bien, me parecen buena gente y me parece que dentro de la academia se trataron con total normalidad muchos temas que en la España de todos los días son tabú y protagonistas de debates vergonzosos. Me refiero a la transexualidad, homosexualidad, feminismo, diversidad lingüística y cultural… Con el cansancio que me produce este país y lo harta que estoy de los temas en el debate público, ver cómo se relacionaba y toleraba un grupo diverso de gente joven con toda la mierda que está cayendo fuera me pareció una bonita utopía en un país jodido por la mediocridad de ideas.
Como «artistas» algunos me parece que cantan o tocan bonito, pero sigo escuchando la música de antes del programa, con alguna nueva incorporación (Rozalén, El Kanka… nada de reggaetón por cierto).
En fin, que no le demos tanta importancia ni intentemos menospreciar a la clase obrera que se entretiene con esto, que todos consumimos telebasura o basura sin más en algún momento. No seamos snobs.Ved OT sin remordimientos, que no seréis menos cultos por ello.
Yo lo intento y lo intento pero las arcadas pueden conmigo, Sol. La mediocridad y uniformidad son espantosas, pero afortunada tú que pareces no percibirlas. No tienes la culpa, en el fondo a casi todos los menores de 50 años les ha tocado no disfrutar de la época de oro en lo que a música ligera se refiere. Nosotros teníamos a The Beatles y vosotros a ¡Justin Bieber!
Nosotros teníamos a Cole Porter y vosotros a los Monkees.
“¿puede la izquierda encontrar referentes fuera de la pureza?“ dice el autor…
Porque “la“ izquierda es la pureza, claro. ¿Cuál de todas?
La corrección política será la tumba de nuestras libertades, de todos y de todas. Lean «Vidas de Santos», como hacían las buenas gentes de antaño.
Ah, pero a la clase obrera no se le adoctrina con el futbol? Eso es lo que siempre dicen los listillos de turno, como ha cambiado el cuento.