Decía Joaquín Sabina que «los vicios del sexo no son vicios». El sexo en el cine se ha tratado de todas las perspectivas posibles, y el resultado sigue siendo el mismo: la temperatura en la sala de cine sube; las miradas se vuelven hacia todos lados, las parejas se imaginan en la intimidad de sus camas. La cinta que se está proyectando adquiere de pronto un poder inconmensurable. A los seres humanos les fascina, atrapa y aterra el sexo por igual. En el cortometraje O Corpu Nu (Diego Carvalho Sá, Brasil), presentado a concurso en el festival La Boca Erótica en su quinta edición, dice uno de los actores, desnudo ante la cámara: «Cuando estoy desnudo, la gente me mira más a los ojos».
Un festival de cine de temática sexual, con su engorroso nombre, que vuelve a Madrid, al Círculo de Bellas Artes, provocando y concienciando. Y lo primero que nos encontramos en su programación de dos días es que no deja asunto por tocar: heterosexualidad, homosexualidad, travestismo, transexualidad, pansexualidad, sexo entre personas con movilidad reducida, pornografía y hasta ciencia ficción. En la selección oficial se han dado mano las cintas más bizarras, los cortometrajes más atrevidos y una serie de charlas sobre la educación del sexo y el respeto. Como miembro del jurado, la periodista y autora Celia Blanco (no confundir con su homónima en el cine porno), directora y presentadora del programa Contigo dentro de la cadena SER, inauguraba el festival con una declaración precedida de una pícara sonrisa: «De aquí espero salir cachonda y habiendo aprendido». La educación sexual como tema elegido para un festival de cine de temática sexual en una época en que nos encontramos con violaciones en grupo y demás barbaridades. Nos recordaba Asier Muñiz, director del festival, que arrancábamos con la triste noticia en todos los medios de la violación de un muchacho de apenas nueve años por parte de sus compañeros de colegio. Y por cosas como estas, hoy más que nunca, hace falta hablar de sexo.
La Boca Erótica se ha nutrido de lo internacional más que del producto autóctono, aunque el tema del concurso de fotografía e ilustración sea Erotismo Ibérico. Y, como en todo festival de cine, hemos tenido una de cal y otra de arena. Ante la avalancha de cortometrajes a concurso, y de largos como plato fuerte, caben destacar algunas piezas que se han elevado sobre la marabunta:
Hingsten, dirigido por Ninja Thyberg, debería llevarse el premio fuerte. Un cortometraje bellamente rodado, con una elegancia y una fotografía que retrotraen al más elaborado Nicolas Winding Refn, y que nos narra la ilícita atracción sexual y el intento de cortejo de una chica de secundaria en su despertar sexual hacia su profesor, mucho mayor que ella. La interpretación de Moa Kourmadias desprende sensualidad e inocencia; el primer contacto de una colegiala con el deseo, culminando incluso en una casi explícita escena de penetración capaz de despertar el escándalo en el más pintado. Curiosamente, la proyección de esta cinta sueca terminó con la algarabía del público y una espontánea declaración anónima que despertó las risas: «¡Bien por ella!».
En una linea similar en cuanto a la atención por el encuadre y la fotografía, me sorprendió Scopique, llegado de Canadá y dirigido por Alexa-Jeanne Dubé. Filmado exclusivamente con drones, este cortometraje nos presenta las aventuras sexuales de tres personajes fuera de cámara, representados únicamente por sus voces, mientras sobrevolamos escenas explícitas de coitos enmarcadas en paisajes naturales y que nos hablan del misterio del cuerpo humano. Desde la mujer que decide mantener relaciones con un desconocido, pasando por la confusión entre amor y atracción física, las posibilidades del sexo grupal y la bella historia de una señora que nos habla de la primera vez con su marido, con el que lleva casada la friolera de cincuenta y ocho años, y el deseo y el ardor que les embargaban cuando el sexo fuera del matrimonio era un tabú. Esta cinta experimental nos aproxima al sexo de una forma sutil: viéndolo en la lejanía, acompañados por las historias más íntimas, pero sin ponerle jamás rostro a sus protagonistas. Una obra llena de erotismo que juega a esconder a simple vista la carne.
Otro cortometraje a tener en cuenta en esta quinta edición del festival La Boca Erótica ha sido Gólyatábor, del director húngaro György Mór Kárpáti. Abordando el tema de la violación desde el silencio: un viaje universitario del que solo podemos ver el regreso a la estación; un tenso viaje de tren, una chica en silencio, las canciones obscenas de un grupo de estudiantes de derecho que quieren pasar un fin de semana de sexo y fiesta. Y ese silencio. La losa que cae sobre las víctimas. Unos diálogos escuetos pero eficaces; una forma intimista de presentarnos las imágenes, con la contención del tren como escenario, donde casi podemos imaginar la cámara moviéndose con cuidado para no chocar con las paredes. Aunque la cinta es simple en su ejecución, es inevitable verse reflejado en esa sociedad húngara, en ese escenario gris, en la mirada vacía de esa chica que solo quiere volver a casa, alejarse de todo. Y la autoridad universitaria, que «no quiere un escándalo». Toda una alegoría de lo que vivimos hoy día.
Y por último, cabe destacar Patry, llegada de Reino Unido y dirigida por Eduardo Barreto, un acercamiento al foodporn. Y es que parece que hoy día no hay nada que no se pueda sexualizar: incluso la comida. En este corto hemos terminado por relamernos ante el desfile de erotismo comestible en forma de pastelería casera y relaciones lésbicas en una bella historia de amor y de aceptación personal.
Algunas menciones de honor son Botanica (Noël Loozen, Países Bajos) en donde el humor y la maternidad se dan la mano; The city of desire (Kim Baik, Korea) una historia de intercambio de parejas y deseo en una alegórica Seúl que termina por perderse un poco en sí misma y cuya atención por la simbología, tan propia de Oriente, hace que la cinta se convierta en un misterio que pocos espectadores resolverán. Y Kollegen (Damian Weber, Alemania), una explícita escena de sexo entre dos personas con movilidad reducida.
Y como no todo puede ser bueno, también algunos cortometrajes han recibido el silencio y la indiferencia del público como respuesta a su fútil esfuerzo por escandalizar o lanzar algún mensaje. Este es el caso del español Vampiro, dirigido por Alex Montoya y que hubiera sido una buena forma de abrir boca si no fuera por su extraño final, por la falta de concreción en su guion y por las cuestionables interpretaciones de Jorge Cabrera e Irene Anáula. Un escritor que busca la inspiración contratando los servicios de una prostituta para que le cuente su vida, pero por la que acaba demostrando un desprecio injustificado que culmina en una aséptica, poco creíble e incómoda escena de violación cuya linea final acaba por confundir innecesariamente al espectador. Un cortometraje que tira del cliché, de un guion falto de elegancia y sentido y de un conjunto que evidencia un mensaje vacío. Desgraciadamente, España vuelve a dar la nota negativa en este festival en que nos encontramos con SCUM, dirigido por el Colectivo AV y sorprendentemente producido por Nacho Vigalondo, director notable que se ha debido ver envuelto en esto por alguna mala decisión. El cortometraje, que en realidad es parte de una videoinstalación, es una suerte de videoclip sexual y provocador en que varias mujeres desnudas gritan a la cámara, se golpean y practican un explícito fisting (masturbación vaginal con un puño) en una nave industrial de aspecto abandonado e insalubre. Todo termina tan rápido como comienza: con un fundido a negro y la explicación por parte de sus autores en el folleto del evento: que estamos ante una denuncia contra la Ley Mordaza y los abusos policiales en una sociedad patriarcal y abusiva con las mujeres. Si alguien ha visto algo de eso en este corto, que levante la mano. El silencio incómodo del público y alguien resoplando (tal vez el mismo que firma estas palabras) fueron toda la ovación que se llevó la pieza.
Lo que nos hace llegar a la madre del cordero, la joya de la corona en la parte más negativa del festival. Sonata, del coreógrafo David Bloom. Describir esta pieza visual resultará tan afanoso como llegar al final de sus casi veinte minutos de duración. Descrita como una «exploración de la intersección» (frase que no viene a decir nada, si la analizamos bien), esta es la segunda parte de una trilogía denominada Sex & Space. Nos encontramos ante una serie de personajes vestidos de época (y desnudos) que juegan con la fruta, con sus cuerpos y corren por un sótano. Se besan, se lamen, se follan y hacen lo mismo con la comida. Una mujer embarazada disfruta de los besos de su amante mientras una mujer negra llora al recibir un cunnilingus; un hombre que juega con un cuchillo trata de introducir una pera por la vagina de otra mujer. Y lo consigue. Sonata representa toda la experimentación y la falta de concreción que tanto daño le hace al cine. Una performance que podría pasar como escándalo teatral si se representara en una sala alternativa, pero que resulta incluso insultante en una pantalla de cine. Sonata no habla de nada, ni lo pretende, pero enfrentarse a ella pone a prueba la paciencia del público. David Bloom define su propia obra como «un estudio del exterior y el interior del cuerpo». Sin embargo, este cortometraje terminó por incomodar resultando chabacano, impreciso y ridículo en casi toda su extensión.
Otras deshonrosas menciones son los cortos de animación Et ta prostate, ça va? (Jeanne Paturle, Cécile Rousset, Francia) una historia que no va a ninguna parte, con una animación tosca y fea, y El jardín de las delicias (Alejandro García, México) que, aunque es elegante y su animación es impecable, apenas destila erotismo y su mensaje acaba perdido en un carrusel de colores que no termina de arrancar en ningún momento. Hanna & the Keta-Boys (Theo Meow, Alemania) es divertido, eso no se puede negar. Pero también es cutre, en el peor sentido de la palabra, con una historia de lo más ridícula, aunque destaca con diálogos bien ejecutados y la buena interpretación de Candy Flip, protagonista de otra de las piezas del evento. Por lo menos, Hanna & the Keta-Boys nos presenta una de las mejores escenas de sexo explícito de todo el festival.
Disfrutar de los cortometrajes es algo que a veces cuesta, sobre todo en sesiones largas en las que terminamos por olvidar el primero que vimos, pero el plato fuerte del festival, sin duda, han sido los estrenos de tres largometrajes que dan una nota final a la altura de lo esperado. Pornocratie, dirigida por la exactriz porno y defensora de los derechos de la mujer Ovidie, es un documental que nos desvela los entresijos de la industria del porno y cómo ha evolucionado desde la aparición de las páginas de streaming gratuito. Como si de una teoría conspiratoria se tratara, en Pornocratie se nos desvela que la industria de los vídeos para adultos se sustenta en una sola corporación que controla la producción y distribución de porno. ¿Cómo se gana dinero entonces con las páginas denominadas tube? ¿Si el producto es gratis, quién es la mercancía? Este retrato del mundo del entretenimiento adulto sobrecoge por su veracidad, por la realidad que nos expone y a la que todos tenemos acceso, y por lo peligroso de su masificación. Ovidie, icono feminista, nos hace reflexionar en esta cinta sobre los peligros de sobreexponerse al sexo. Las entrevistas a actrices porno en activo revelan cómo desde que el porno es más accesible, el público demanda cada vez contenido más extremo, insensibilizado ante el erotismo más clásico. Se establece un diálogo entre lo que se nos revela en esta cinta y los casos de abusos machistas en nuestra sociedad; una sociedad que cosifica el cuerpo de la mujer, apoyada por una industria que cada vez exige más. El documental arranca con un diálogo dentro de un coche. La voz de un hombre, cuya cara no podemos ver, nos cuenta que las actrices tienen que drogarse para aguantar las sesiones de rodaje. Que los actores necesitan inyectarse estimulantes en el pene para aguantar las erecciones de hasta cinco horas. «Ningún culo puede aguantar de forma natural que le metan dos pollas al mismo tiempo». Escalofriante retrato de un mundo extremo.
Otro estreno que ha hecho de este festival un acontecimiento es Fluido, de Shu Lea Cheang. La controvertida artista taiwanesa ya destacó en el año 2000 por el estreno de I.K.U., y continúa en esta obra de ciencia ficción la estela que ya estableciera en su producción. A lo largo del festival, Asier Muñiz, director del mismo, nos venía avisando sobre esta cinta. «Es extrema» decía. Y podemos corroborarlo. Fluido nos habla de una sociedad postsida en la que los fluidos de los infectados por el VIH se han convertido en la droga más dura, desplazando a la heroína. Con la decadencia de una sociedad regida por el sexo, el gobierno pone en circulación unos agentes para buscar e identificar a los traficantes de fluidos, con la salvedad de que si entran en contacto con estos, perderán su condición y protocolos y se humanizarán, convirtiéndose en los peores adictos. Esto es lo que le sucede a Natasha, interpretada por Candy Flip, que se verá envuelta en una trama de tráfico de fluidos y prostíbulos. La cinta está rodada de forma irregular, con una serie de elementos de ciencia ficción que despistan por su tosca ejecución, pero con un guion y un montaje que atrapan. Se nos presenta un mundo en que se han borrado por completo las fronteras entre hombre y mujer y la pansexualidad se establece como un canon incuestionable. Solo atisbamos las cloacas de ese mundo, con algunas de las escenas más bizarras que hemos podido ver en este festival: una fila de hombres masturbándose sin parar para que su semen sea recogido y almacenado, en una alegoría perfecta de las granjas modernas; la lucha de clases y el control policial como represores de la auténtica esencia humana. La inolvidable relación lésbica entre dos robots o las pintadas con meados en un muro como si de arte modernos se tratara. Imágenes decadente, pero bellas a su manera. El problema de Fluido es que parece perderse por momentos en su discurso, mientras que algunas de sus escenas son simplemente magníficas. De nuevo una de cal y otra de arena. Es una cinta controvertida, no apta para todos los públicos y a la que se le podría haber extraído más jugo (perdón por la broma), pero que destaca en un mar de mojigatería y nos presenta un futuro tan difícil de creer como difícil de rebatir. Sin duda, la directora Shu Lea Cheang se encuentra en otro plano de la realidad, mirando hacia la decadencia y final de un futuro al que nosotros aún ni hemos llegado.
Y el gran triunfo ha sido la proyección de Satan Said Dance, la nueva cinta de la directora polaca Kasia Rosłaniec, protagonizada soberanamente por Magdalena Berus. Nos narra la historia de Karolina, una atractiva joven que acaba de publicar su primera novela, Doll, y que se ha convertido en un fenómeno mundial. Y lo hace desde un rodaje en formato Instagram, con un caleidoscopio de momentos en la vida de la protagonista que, como nos advierte un mensaje al comienzo de la proyección, «podría ver alterado su orden y seguiría narrando la misma historia». Cuarenta y seis piezas de unos dos minutos de duración que son momentos en la historia de la escritura y triunfo de Doll. Kasia Rosłaniec ya sorprendió al público con Mall Girls y Baby Blue, pero se corona en Satan Said Dance como una de las directoras más interesantes del actual panorama de cine europeo independiente. No solo por la crudeza y maestría del guion, obra también de la directora, sino por la sofisticación de su montaje, la elección de las escenas para componer una historia que, sin duda, está llamada a convertirse en El gran Gatsby de nuestro siglo. El tema es la juventud, el miedo a la soledad, pero el vehículo para contarlo son el glam y el sexo. Sin escatimar en sensualidad, Satan Said Dance entiende el sexo como parte de un todo. Ni se regala ni se cohíbe: nos presenta la decadencia y la realidad con una verdad que solo el buen cine consigue transmitir. La interpretación de la protagonista, Magdalena Berus, es simplemente brillante; pero de igual modo destacan Lukasz Simlat, Tygo Gernandt y, sobre todo, Hanna Koczewska, que interpreta a Matylda, la hermana de Karolina y principal fuente de inspiración para su novela. Satan Said Dance nos recuerda lo que adorábamos de la literatura de Bret Easton Ellis, de la música de David Bowie y del mundo decadente de las estrellas de rock, pero lo acerca a nuestra época, a los smartphones y a Instagram, y nos rompe el corazón al ver cómo alguien puede sentirse solo rodeado de gente. Lo mejor del festival, sin lugar a dudas.
La Boca Erótica llega con el propósito de escandalizar, pero sobre todo de enfatizar ante algo que siempre nos ha dado demasiado pudor: el cuerpo, el sexo, son bellos. En todas sus expresiones. Buena cuenta de ello dieron las charlas que completaban la programación: Nuevas masculinidades de Roberto Sanz, Manadas y demás animaladas, de Sonia Encinas o 20 razones para no abrir tu pareja, de Miguel Vagalume, entre otras. Un festival que llega con la reivindicación del feminismo bajo el brazo y con el arte de excepcionales directoras y actrices como bandera. Una reivindicación que nos deja con el dulce sabor de boca de que aún hay mucho camino por recorrer, pero lo hacemos en la mejor compañía. Como decía Celia Blanco en el acto inaugural: hemos salido cachondos y hemos aprendido. Lo demás, bajo las sábanas y en la mejor compañía.
Algunas de las películas parecen interesantes bien por la innovación, bien por el punto de vista con el q lo tratan.