John Pinone entra en el Polideportivo Magariños como lo que es: un hombre de cincuenta y seis años que acaba de llegar de Connecticut después de ocho horas de vuelo nocturno y sin tiempo apenas para pasar por el hotel. Aunque no abandona nunca una media sonrisa, el cansancio es evidente. La nuestra es la primera de una serie de entrevistas que el club Estudiantes ha preparado para celebrar los veinticinco años de la victoria en una Copa del Rey. Los pobres nos conformamos con muy poco.
Hay en toda esta operación de marketing un punto de decadencia: no ya por John, tranquilo en los movimientos, saludando a todo el mundo como se saluda a un viejo amigo del instituto al que se recuerda vagamente, sino por el hecho de que la mayoría de los jugadores de aquel equipo —Alberto Herreros, Juan Orenga, Juan Aísa, Rickie Winslow, incluso el entrenador Miguel Ángel Martín…— no participarán en los actos de celebración por diversas razones.
Ni siquiera los tiempos para las entrevistas parecen bien ajustados. Pese al esfuerzo y el madrugón de Pinone, la conversación apenas dura cuarenta y cinco minutos y es continuamente interrumpida por empleados y antiguos jugadores que pasan a saludar. Por ejemplo, Nacho Azofra, el gran capitán, quien empezara su carrera al lado del Oso de Vilanova. «A este —dice entre risas, señalando a Pinone— seguro que Trump le parece de izquierdas», y Pinone encaja la broma con una risa, o más bien ampliando ligeramente la sonrisa forzada, y esquiva la cuestión cuando se la plantea el periodista: «Nunca hablo de política ni de religión en público. Las cosas nunca acaban bien cuando se habla de política o de religión en público».
Así que, descartado Trump, lo que en el fondo es un alivio, nos podemos centrar en lo que importa, en el baloncesto, en los recuerdos de un hombre cuyo apellido abarca una década de la historia de este deporte en España. La década de la nostalgia por excelencia. Los años ochenta.
La mayoría de los aficionados te recuerdan por tus nueve años en Estudiantes, pero no tantos son conscientes de que fuiste una estrella en el instituto y sobre todo en la Universidad de Villanova, donde fuiste elegido entre los quince mejores jugadores de todo el país en 1983. ¿Qué recuerdas de aquellos años?
Nos quedamos a las puertas de la Final Four mis dos últimas temporadas, pero es que nos tocaron dos equipos tremendos: Houston y North Carolina. Houston tenía a Hakeem Olajuwon de pívot y North Carolina no solo tenía a Michael Jordan, que estaba en su segundo año, sino a James Worthy y a Sam Perkins. No está nada mal. En cualquier caso, fue una gran experiencia, eso es con lo que me quedo: jugar contra todos esos grandísimos jugadores y saber que podía competir con ellos, que estaba a su nivel.
En el título de North Carolina, la estrella era Worthy, pero el tiro definitivo lo anotó Jordan en la final. ¿Se podía intuir por entonces que acabaría siendo el jugador que fue?
Lo que llamaba la atención, sin duda, era su capacidad atlética, pero también se podía ver que había mucho talento detrás de esas demostraciones físicas. Sabíamos que iba a ser una estrella, eso quedó claro desde el primer año, pero no creo que nadie pudiera predecir que se iba a convertir en la estrella en que se convirtió después. ¡De lo contrario, le habrían elegido número uno del draft! [risas].
O, al menos, número dos.
Sí, en lugar del pobre Sam Bowie… La verdad es que Olajuwon, que fue el número uno ese año, también era un pedazo de jugador y jugando en la Universidad de Houston era normal que los Rockets lo eligieran. En cualquier caso, como te decía, se veía que Jordan era bueno, pero nadie podía imaginarse que sería tan bueno, y eso que jugué varias veces contra él.
Además de Jordan, ¿qué otros rivales recuerdas como los más temibles en tus años de universidad?
El que más, Ralph Sampson. Había días que era imparable. También Patrick Ewing, por supuesto. El propio Sam Bowie, aunque creo que ya por entonces estaba lesionado… No sé, había tantos buenos jugadores en aquella época. Prácticamente todos triunfaron después en la NBA; cambiaron la liga, de hecho. De los jugadores más bajos, aparte de Worthy, que jugaba de alero, recuerdo a Randy Wittman. Estaba en Indiana con Bobby Knight y luego coincidimos en los Atlanta Hawks. Como los dos éramos novatos, el entrenador nos hacía compartir habitación. Era un gran tipo y luego ha hecho carrera como técnico. En general, toda la promoción de 1983 era buenísima: estaba Clyde Drexler, estaba Dale Ellis… incluso estaba Dominique Wilkins, aunque él se presentó al draft un año antes.
Y tú estabas entre ellos, en el tercer mejor quinteto de todo el país…
Sí, yo estaba entre ellos. Creo que tuve la suerte de estar en el lugar adecuado, con el sistema adecuado. Por entonces, todo era diferente, no había línea de tres puntos y jugábamos a meter la bola dentro lo antes posible. El baloncesto ha cambiado mucho, es normal, ahora son todo triples y para un pívot es muy difícil destacar salvo que atléticamente sea una bestia. Yo no lo era por entonces, desde luego.
Un año antes de dejar la universidad, fuiste convocado para disputar el Mundial de Cali con la selección de Estados Unidos junto a jugadores como Antoine Carr, Joe Kleine o Doc Rivers. ¿Qué recuerdas de aquella experiencia?
Fue duro. Era la época de Reagan y la lucha contra el comunismo. Los rusos eran el gran enemigo del país, aquellos eran partidos que iban más allá del baloncesto y nosotros perdimos la final por un solo punto. El año anterior, en la Universiada de Bucarest, ya habíamos jugado contra ellos y les habíamos ganado. De hecho, recuerdo que les metí veintiocho puntos y no me parecieron gran cosa. Quizá nos confiamos un poco por eso.
¿Teníais algún tipo de relación personal con ellos?
No, no, no, ninguna. Al contrario. Se palpaba la tensión. En Bucarest, por ejemplo, nos tenían separados a los países occidentales de los orientales. Ten en cuenta, como decía, que Reagan acababa de ganar las elecciones con un discurso político muy claro y que Rumanía era un país de la línea dura del comunismo, con Ceaușescu. No teníamos trato con ellos más allá del campo y en el campo fuimos muy superiores, aunque ellos eran buenos, claro. Los yugoslavos también eran muy buenos, por cierto.
¿Qué pasó en Colombia, entonces?
Recuerdo que fuimos perdiendo todo el partido. Incluso a falta de treinta segundos perdíamos por cuatro puntos de diferencia. No sé cómo, pero conseguimos remontar y tuvimos el último ataque para ganar, pero Doc Rivers falló un tiro desde la esquina algo forzado.
En el vídeo del partido se te ve desesperado, llevándote las manos a la cara y tirándote al suelo…
¡Porque estaba solo! Habían ido a defenderle a él y me habían dejado a mí solo, pero no me debió de ver. Para Doc ese no era un mal tiro, pero en el momento hubiera preferido que me la pasara [risas].
No fue la única derrota de Estados Unidos en aquel Mundial. De hecho, perdisteis contra España, la primera vez que una selección española vencía a una estadounidense en partido oficial. ¿Recuerdas a alguno de aquellos jugadores?
¿Perdimos? ¿En serio? Ni me acordaba, la verdad. Sí recuerdo que corrían muchísimo. Corrían todo el rato. Teníamos otra idea del baloncesto europeo, algo más mecánico, pero Corbalán se pasaba el partido de una canasta a la otra y eso nos pilló un poco por sorpresa. Eran muy buenos al contraataque. Aparte, nosotros teníamos diecinueve o veinte años y estos tíos andaban ya casi por los treinta. No quiero que esto suene a excusa, porque Estados Unidos siempre está obligado a ganar, pero obviamente aquello tenía su importancia.
¿Sigues manteniendo el contacto con tus compañeros de aquella época?
Con la mayoría, no. Sigo hablando de vez en cuando con Wittman y hace unos cuatro o cinco años vi a Rivers después de un partido de los Celtics en Boston. También hablo con Ed Pinckney, que jugó conmigo en Villanova y ahora es asistente en los Timberwolves. Un gran tipo.
En aquel equipo soviético había un adolescente que apenas jugaba y que se llamaba Arvydas Sabonis, con el que tuviste que enfrentarte muchas veces después, ya en España…
Por entonces, los rusos tenían un montón de tíos de siete pies [2,13 m]. Parecía que los produjeran en cadena. Lo de Sabonis fue una pena, me refiero a su lesión. La única comparación posible entre la gente de su edad era ni más ni menos que David Robinson. De hecho, se enfrentaron aquí en Madrid, en un Mundial, creo.
Sí, en 1986. Allí ganó Robinson, pero en 1988, ya lesionado, ganó Sabonis en los Juegos Olímpicos de Seúl.
En Estados Unidos estaban como locos con él. No solo era grande, era atlético, rápido… Habría tenido un lugar en la NBA ya en los ochenta, seguro, y como estrella.
Teniendo en cuenta el estatus con el que llegabas al draft de 1983, ¿no fue una pequeña decepción caer hasta la tercera ronda?
Desde luego. Yo daba por hecho que me elegirían en la segunda ronda, pero por entonces había menos equipos, las plantillas eran de once jugadores… así que era más complicado. Me cogieron los Hawks, pero en Navidades me dejaron ir y por entonces la FIBA tenía una regla algo extraña por la cual si habías jugado en la NBA y te ibas a Europa ya no podías volver a la NBA. Bueno, podías volver, pero en cuanto jugaras un minuto ya sí que no te dejaban volver a Europa otra vez, así que tenías que estar muy convencido. Lo llamaban «la norma amateur». La quitaron a los pocos años porque no servía para nada. Si en mis primeros años no hubiera estado vigente esa regla, seguro que habría intentado volver a la NBA, pero por entonces era jugártela demasiado.
¿Por qué crees que los Hawks no te dieron la oportunidad de jugar con ellos?
A ver, esto es un negocio. Hay que tomárselo así. Sí que me dieron la oportunidad, pero llegó un momento en el que tenían que decidir con quién quedarse y el otro tipo tenía un contrato garantizado y yo no, así que les era más fácil deshacerse de mí, eso es todo. Aquel año fue muy duro. Siempre pensé que podía jugar en la NBA, que tenía un sitio ahí, y de repente te ves en otro país en el que no hablas el idioma, del que no conoces nada…
Hablas ya de tu llegada a Estudiantes, en 1984…
Sí, aunque tuve la suerte de que ahí estaba John Comiskey de preparador físico y de que el otro americano era David Russell, contra el que había jugado durante cuatro años cuando estudiaba en Saint John’s. Él llegó unas dos semanas antes que yo, así que ya estaba un poco más adaptado y me ayudó a hacer la transición. No duró mucho. Al año de estar aquí ya empecé a sentirme más cómodo y a gusto con los aficionados, la Demencia…
Vayamos un poco más atrás, al momento en el que un chico de Connecticut que siempre ha soñado con jugar en la NBA y ha llegado a estar en la élite universitaria se da cuenta de que se va a tener que ganar la vida en países que no conoce de nada… ¿Cómo fue eso para ti?
De entrada, me costó bastante hacerme a la idea de qué era eso de Estudiantes [risas]. A ver, fue una decisión complicada, claro, pero eso era mejor que el paro, ¿no? Yo lo que quería era seguir jugando, seguir compitiendo. Además, Madrid era una gran ciudad, el equipo era bueno, con potencial, cada año íbamos mejorando… Una vez que me hice a Madrid, todo fue mejor, pero al principio me costó. Piensa que había una gran diferencia cultural pero también profesional: no había instalaciones apenas. Entrenábamos en un sitio donde hacía un frío horrible, la gente no dejaba de fumar durante los partidos… Era un mundo diferente. No jugamos en el Palacio de los Deportes hasta mi tercer o cuarto año y el Magariños no era lo de ahora, el balón apenas botaba, por ejemplo. Además, el dinero dependía mucho del patrocinador que tuviéramos. Había años que nos clasificábamos para la Copa Korać, pero no podíamos jugarla porque no había dinero. Eso nos limitaba mucho. Luego ya sí conseguimos empezar a viajar y competir contra los mejores equipos europeos; ahí estuvo una de las claves del salto de calidad del equipo.
Pasaste de la promesa de ochenta y dos partidos al año a jugar solo una vez a la semana.
Sí, eso fue también muy complicado de asimilar. Nos tirábamos cinco días a la semana solo entrenando y entrenando, jugábamos el partido del sábado, porque siempre era en sábado, y luego otra semana sin competir. Menos mal que por fin conseguimos el dinero para jugar en Europa.
¿Cómo era aquel Madrid de 1984, el de los rescoldos de la famosa movida?
Se podía sentir la libertad. La posibilidad de hacer cualquier cosa. La ciudad estaba llena de grandes restaurantes, bares, discotecas, mucha oferta cultural… En 1986, si no me equivoco, el país entró en la Comunidad Económica Europea, eso también se notó mucho. Aparte, el baloncesto se vivía con mucha intensidad, éramos casi como estrellas. Por supuesto, seguía siendo el segundo deporte, nunca se iba a alcanzar al fútbol, pero durante aquella década hubo momentos en los que dio la sensación de que se podía competir con ellos.
¿Tenías amigos en el Real Madrid, otros americanos con los que hacer vida social?
En aquella época, Brad Branson. Nos llevábamos muy bien. Los partidos contra ellos eran tremendos, eso sí. Ahí no había amigos ni nada parecido.
De hecho, tu primer partido fue contra el Real Madrid, al poco de llegar… y se comenta que lo primero que hiciste fue insultar al árbitro porque era lo único que te habían enseñado en español.
¿Yo? ¿Insultar al árbitro? ¡Imposible! [Se parte de risa]. Solo me estaba quejando de que no me pitaban las faltas. Tenía que luchar contra Romay, Martín, el otro Martín… y no había manera de que les pitaran nada, así que fue como «¡Dadme un respiro, pitad algo!». No sé exactamente lo que dije, pero sí es verdad que no les sentó nada bien [más risas].
Tu llegada fue una sorpresa. Aquí estábamos acostumbrados a que los americanos blancos fueran como Walter Szczerbiak, Wayne Brabender o Brian Jackson: tiradores… y, si fichabas a un pívot, tenía que medir como mínimo 2,08 m y ser un animal bajo el aro, a ser posible negro y atlético. Tú no eras nada de eso…
Sí, es verdad. Yo apenas superaba los dos metros, no era el tipo más atlético del mundo… y, de hecho, tuve que adaptar mi juego y mejorarlo con los años. Me di cuenta de que podía tirar con seguridad desde cuatro o cinco metros, y sacar a esas moles de la zona o incluso driblarlos y entrar a canasta. Podía jugar de espaldas al aro sin problema… y, además, la manera de jugar era ideal para mí. Con Paco Garrido no teníamos demasiados sistemas, demasiadas tácticas. Era todo más bien libre, pasarse la bola y conseguir la mejor situación, sin complicarse demasiado. Yo intentaba correr lo máximo posible para anotar en transición y no tener que jugar todo el rato en cinco contra cinco… Sí es posible que a mi llegada la gente tuviera dudas, pero seguro que no tardaron mucho en decir: «Pues este tipo es bastante bueno…».
Mencionaste antes a David Russell, otro jugador mítico del baloncesto español de los ochenta…
Aquí adoraban a David. Era increíble. Podía machacar y machacar y volver a machacar, dar vueltas alrededor del aro en el aire… Además, era un tipo genial. Genial. Un excelente compañero de equipo. Era una de las razones por las que la gente venía a vernos: les divertía, les entusiasmaba. Él solo podía volver loco un partido, darle la vuelta, y eso la gente lo agradecía muchísimo. Hacíamos una excelente pareja.
Es curioso, porque en aquel momento la gran estrella era Russell, el gran anotador, el que ganaba los concursos de mates y coqueteaba con fichar por el Madrid… pero al final ese equipo se ha acabado recordando como «el de Pinone».
Yo creo que eso se ha ido construyendo con los años y tiene mucho que ver con que yo me quedara aquí nueve años, mientras que David jugó cuatro o cinco y Rickie otros cuatro o cinco. Cuando llegué aquí, el equipo estaba luchando por no descender y cuando me fui estábamos luchando por ser campeones de Europa. Eso es lo que la gente recuerda, los años dorados, y como yo estuve todo el rato los asocian a mí, pero ellos eran unos jugadores increíbles.
¿Cómo es posible que Russell no consiguiera volver a la NBA? Lo intentaba cada verano, se apuntaba a todas las ligas de preparación…
Dave no llegaba a los dos metros… y con esa estatura en la NBA necesitabas tener mejor tiro exterior. Por entonces, la liga era muy física, se repartía mucho bajo el aro, había muchas peleas… no le iban a dejar jugar cerca del aro y su juego de lejos dejaba mucho que desear. Aquellos tiempos no eran como los de ahora. No paraban el partido para poner el vídeo y estudiar si tal falta se puede considerar una flagrante de tipo uno o de tipo dos. Es una locura lo que están haciendo con el baloncesto, cada vez me cuesta más ver un partido de la NBA, en serio.
[Llegan los refuerzos, en este caso, el desayuno. Tres cafés y un surtido de bollos. John le pregunta a Begoña, la fotógrafa, de dónde es. Cuando ella responde que es vasca, la cara de Pinone se ilumina y empieza a chapurrear términos en euskera para sorpresa de todos. «Lo aprendí de Rementería. Era de Irún. ¡Qué comida, la de Irún y San Sebastián! ¡La mejor del mundo! —dice—. Y Azofra me enseñó la palabra “pringado”, no la he olvidado desde entonces».
Ion Imanol Rementería jugó en Estudiantes de 1983 a 1989, los años duros, los que no se celebran. Poco después, hablamos también de la figura de Pedro Rodríguez, su compañero inseparable en la pintura durante los locos años del Magariños. «¡Ah, el socialista!», dice entre carcajadas y en un perfecto castellano. «Sin él, no habría podido destacar todo lo que destaqué. Me hacía todo el trabajo sucio. Era un jugador increíble, un compañero descomunal». Después de los dos primeros sorbos a un café con leche, la entrevista continúa].
Russell no lo consiguió, pero Fernando Martín, sí. En España fue algo increíble en aquellos tiempos. Impensable. ¿Qué os pareció a los americanos, que sabíais lo que era aquel mundo y estabais acostumbrados a jugar contra él en España?
Por entonces, había un prejuicio instalado que afectaba a todos los europeos: no defienden. Mucha gente cree que en la NBA no se defiende, porque se anotan muchos puntos, pero sí que se defiende. Y muy duro. Lo que pasa es que son tan buenos en ataque que aun así la meten. La duda con Martín, y con los europeos en general, era: «¿Puede este tipo defender bien?». A Petrovic le pasó lo mismo y acabó siendo una de las estrellas de la liga en Nueva Jersey.
¿Había algo de cierto en ese prejuicio?
Da lo mismo. Era algo irracional, instintivo. Para ellos todos los europeos eran iguales, no se paraban en detalles. «Son malos defensores y hacen pasos cada vez que cogen la pelota». Es curioso, porque eso se dice mucho aquí de los americanos también. No creo que fuera justo, pero es lo que había. ¿Cuánto aguantó Martín, dos años?
Solo uno. No soportaba estar en el banquillo. Era un competidor nato.
Por supuesto. Si no tienes ego, es imposible conseguir nada. Hay que tener ego, tienes que creer en ti mismo. Siempre. Petrovic lo encaró de otro modo: esperó su oportunidad, trabajó, pulió su juego y acabó triunfando.
Volvamos a Estudiantes. Cuando empezó a quedar claro que eras uno de los mejores jugadores de la liga, ¿no tuviste ofertas de otros equipos?
Continuamente. Sobre todo, de Italia, e incluso de algún equipo de España, pero yo adoraba Madrid. Mi mujer adoraba Madrid… ¿Podría haberme ido por más dinero a algún otro lado? Sí, supongo que sí, pero tendría que haber sido mucho más dinero. No me compensaba irme de Madrid. Además, siempre me trataron muy bien a la hora de negociar los contratos. Por supuesto, teníamos el agravio comparativo con el Madrid. Les ganábamos muy a menudo, pero ellos cobraban dos o tres veces más que nosotros. Tenían el fútbol, eso era todo, y nosotros, no, así que te acostumbras. No tengo queja ninguna al respecto.
¿Cómo era jugar en un instituto? Al fin y al cabo, incluso en los años dorados, los de la Final Four de Estambul, el equipo seguía entrenando en el Ramiro de Maeztu, seguía cruzándose con sus aficionados camino al gimnasio, incluso compartían cancha en ocasiones…
Aparte del choque cultural, yo lo que recuerdo del Ramiro es que hacía un frío horrible. ¡Y eso que soy de Connecticut! No había calefacción ni nada, pero las instalaciones de todos los equipos españoles eran similares. Con los años, eso fue cambiando. Yo se lo decía a los directivos: para ser competitivos, los jugadores tienen que tener las mejores instalaciones, los mejores tratamientos… Por supuesto que estaba genial el ambiente casi amateur de poder ver a todos los chavales jugar justo antes de tu entrenamiento o que te saludaran por la calle, pero había que cambiar la mentalidad y remodelar las instalaciones. En los clubes de Estados Unidos, no solo en la NBA, también en las grandes universidades, tienes varias pistas de entrenamiento, una sala de vídeos, un gimnasio, un comedor con todo tipo de alimentos… Aquí no había nada de eso.
Dice Lolo Sainz que cuando George Karl vino al Real Madrid tampoco dejaba de preguntar por la sala de vídeo, por su despacho personal, por la sala de reuniones… y, como no había nada de eso, Lolo se limitaba a repetir: «Es que justo ahora estamos de obras y no te las podemos enseñar».
¡Exacto! Es que nosotros veníamos de otra cultura, entonces, cosas como no ver los partidos de los rivales, que no hubiera un análisis, un scouting decente de cada equipo… nos costaba mucho entenderlo. Incluso al final, ya en los noventa, seguíamos teniendo problemas con eso.
Hace años entrevistamos en Jot Down a Joe Arlauckas y hablaba maravillas de ti. Recuerdo que decía que eras el único rival que le hacía cambiar su manera de jugar, que se pasaba la semana modificando la mecánica de tiro porque sabía que si sacaba el balón desde abajo se lo ibas a rebañar con uno de tus «zarpazos».
Joe fue un gran amigo el año que coincidimos en Madrid. Junto con Branson probablemente fuera mi mejor amigo, al menos entre los estadounidenses con los que coincidí en España. Es un tipo genial. Yo creo que me respeta porque además le hacía defender y eso lo odiaba. En ataque era un jugador buenísimo, pero lo de defender no le gustaba, así que mi plan era hacerle trabajar en defensa e intentar que así estuviera más cansado en ataque y poder controlarle un poquito mejor. Antes de llegar al Madrid, cuando fichó por el Caja de Ronda, todos nos preguntamos: «¿De dónde ha salido este tío?». Era un enorme anotador, jugó muchos años aquí y siempre a un altísimo nivel: podía correr, saltaba mucho… no era un gran tirador, pero podía encestar desde tres o cuatro metros, así que tampoco podías flotarle.
Arlauckas te admiraba a ti. ¿A quién admiraba John Pinone?
Había varios. Al principio, recuerdo las peleas con Audie Norris, siempre nos llevábamos al límite. No era como con Fernando Martín, pero cada partido era una batalla. Jugar contra Joe no era nada fácil, desde luego… Cuando llegué a la liga, el Real Madrid tenía un jugador, Wayne Robinson, muy bueno, muy atlético, contra el que me costaba mucho jugar. Creo que nunca se le valoró como se merecía, algo parecido pasó con Brian Jackson. Además, esos tíos llevaban aquí muchos años, tenían experiencia, sabían de qué iba la liga, cómo jugar este baloncesto… eso marcaba la diferencia con otros americanos.
La marcha de Russell y la llegada de Winslow coinciden con el gran punto de inflexión del equipo: llega Miguel Ángel Martín al banquillo, se van Vicente Gil o Javi García Coll y suben desde la cantera Antúnez, Azofra, Herreros… además del fichaje de Orenga. ¿Cómo viviste tú aquel momento, teniendo en cuenta que ya eras el líder del equipo?
Rickie era un jugador maravilloso. No entiendo cómo no jugó en la NBA. Puede que fuera por su tiro exterior, que era un poco irregular, pero cuando quería también las metía de lejos. Aquí jugó varios años a un nivel extraordinario, creo que a veces se le infravalora un poco y no sé por qué: podía defender a cualquiera y conseguir que ni tirara a canasta. Esa es una faceta de la que se habla poco pero que para nosotros era clave. Jugaba duro cada partido y era un atleta tremendo. Saltaba tanto como Dave, casi, aunque eran jugadores completamente distintos: Rickie no jugaba tanto al poste, pero podía tirar de tres puntos y era un jugador más completo. Dave podía saltar por encima de ti, sin más y machacar la pelota en tu cara, pero Rickie era más sutil, te mataba de mil maneras.
El caso es que la revolución de Miguel Ángel Martín os obliga a los dos a asumir un rol más secundario para dejar espacio a los chavales… ¿Cómo fue esa transición?
Yo no tuve problema alguno, porque ese cambio hizo que ganáramos cada vez más partidos. Esa era la clave: ganar. Ganábamos mucho y les ganábamos a los mejores, incluso en Europa. Orenga, Herreros, Nacho… crecieron muchísimo y nos llevaron a otro nivel. Antes, bastaba con parar a David y a John y el rival sabía que iba a ganar el partido. Ni siquiera «pararnos», si conseguían que metiéramos cuarenta entre los dos en vez de sesenta, tenían mucho adelantado. En los noventa era distinto: Rickie podía meter quince; yo, otros quince, y aun así ganar el partido cómodamente. Éramos un equipo más equilibrado.
Aunque al principio tanta juventud asustaba, incluso dentro del club.
¡Normal, si eran unos niños! Había que enseñarles a hacer muchas cosas. Sobre todo, en el plano psicológico. Decirles lo que hacían mal, pero a la vez dejarles claro que no podían quedarse pensando en el error, que había que olvidarlo cuanto antes y seguir concentrado en la siguiente jugada. Cuando eres joven, eso es de lo más complicado. Pasas de jugar en categoría júnior a estar al más alto nivel mundial… pero esos chicos eran muy buenos y querían ser muy buenos, tenían esa voluntad, ese empeño. Puede que solo fuera para poder ganar más dinero, pero se esforzaban al máximo [risas].
Curiosamente, tu último partido fue también contra el Madrid. Quinto encuentro de las semifinales de la temporada 1992/93, casi nueve años después de tu debut.
Fue durísimo. Íbamos ganando, quedaban unos cinco minutos… pero empezamos a fallar tiros. Yo fallé un tiro libre que Sabonis sacó del aro, porque aquí en Europa se podía hacer eso. Orenga falló un triple fácil de los que solía meter… y ellos se limitaron a dársela a Sabonis para que las metiera todas. Y las metió, claro. Fue muy duro: habíamos remontado un 2-0, el año anterior también habíamos perdido contra el Joventut en cinco partidos en semifinales… Creo que eso ha sido lo más decepcionante de mi paso por España: no haber podido jugar una final de la ACB. Al menos una. Creo que nos lo merecimos. Ese último año estaba convencido de que les íbamos a eliminar en el quinto partido, aunque jugaran ellos como locales. Convencido.
¿Y qué faltó para conseguirlo? Si no me equivoco, perdiste cuatro semifinales consecutivas con Estudiantes.
Teníamos un excelente equipo. En mi último año estaban Rafa Vecina y Danko Cvjetičanin, por ejemplo… pero los demás equipos también tenían excelentes jugadores: el Madrid, el Joventut… Creo que ese fue el primer año en el que se podía jugar con tres extranjeros: el Madrid tenía a Sabonis, ni más ni menos; el Joventut tenía a Harold Pressley y a Corny Thompson, además del mejor Villacampa de su carrera. No sé, a veces es mejor tener mucha suerte que ser muy bueno… y nosotros éramos muy buenos, pero no tuvimos suerte: un mal bote aquí, un fallo allá. Fue muy duro, de verdad creo que al menos una final nos la habíamos ganado.
¿Tuviste opción de seguir en Estudiantes después de 1993, aunque fuera en un rol más limitado?
Creo que después de lo que pasó, no. Esto es un negocio, hay que tomarlo así. No te pagan por lo que has sido, sino por lo que vas a ser el año siguiente. El pasado no cuenta. A mí me habría gustado jugar un año más, pero no fue posible llegar a un acuerdo. Lo entiendo ahora y lo entendí entonces. Habían sido nueve años, y obviamente yo no era el mismo jugador con treinta y dos años que con veintitrés, así que querían traer a gente más joven. Hasta cierto punto pudo ser una decepción, pero entendía que era parte del negocio. Alguna gente me decía: «Si hubierais ganado ese quinto partido, te habrían renovado», pero no lo creo. Igual si hubiéramos ganado la liga… nunca se sabe, pero por su parte estaba todo bastante decidido.
¿Tenías claro que dejar Estudiantes suponía retirarte del baloncesto profesional?
Al principio, no. Estaba convencido de que aún me quedaba un año de calidad al menos y de hecho tuve un par de ofertas aquel verano.
¿De España o de otros países?
De otros países, pero mi mujer se quedó embarazada y salía de cuentas en noviembre, así que no quise hacerla pasar por todo aquello. Lo mejor era volverse a casa y ponerse a trabajar en otra cosa. Al final, fue lo mejor para todos, no tenía sentido ir yendo de España a Grecia, de Grecia a Italia…
Durante años se especuló en la prensa y entre los aficionados que podrías volver como entrenador, especialmente cuando a Miguel Ángel Martín se le empezó a cuestionar, justo antes de su despido en 1994.
¿En serio?
Sí, parecía que era la opción más lógica: de líder en la cancha a líder en el banquillo.
¡Pues a mí no me llamó nadie! Nunca me ofrecieron entrenar a Estudiantes. Si lo hubieran hecho, desde luego me lo habría pensado. Me encanta entrenar, estoy entrenando en un instituto ahora mismo y me habría encantado entrenar a Estudiantes siempre que no fuera una cosa de un año o dos, sino un proyecto largo.
¿Sigues el baloncesto español y europeo desde Connecticut?
En ocasiones. Ahora es mucho más fácil, con internet. Depende del lío que tenga en mi trabajo. Piensa además que mis dos hijas han vivido en España: la pequeña estuvo aquí hace un par de años en un curso de formación del profesorado y a las dos les gusta mucho Madrid. Cuando están por aquí van a los partidos y me cuentan qué tal le va al equipo, y aparte tengo muchos amigos en el club con los que sigo hablando.
¿Y la NBA?
No me interesa demasiado. Casi nada. Todo lo que te decía de los triples y los arbitrajes por vídeo. Otra cosa es la NCAA, ese baloncesto me suena más al que yo jugaba. Además, el año pasado ganó Villanova por fin, así que lo disfruté muchísimo.
¿Fue de alguna manera una redención para vosotros, los que estuvisteis a punto de conseguirlo en los primeros ochenta?
Bueno, estuvimos a punto, pero al fin y al cabo perdimos contra grandes equipos que lo merecían más, como Houston o North Carolina. No había nada que redimir. Me alegré por la universidad, eso sí. El año pasado tenían una presencia interior muy poderosa con Daniel Ochefu. Le han echado mucho de menos este año.
…el mejor «americano» que ha jugado en España. No porque fuera muy bueno, que lo era, si no también por como se integró en el equipo, en sus valores, con sus compañeros, con la afición. Hizo «grandes» a los que jugaron a su lado e hizo «amigos» a todos y cada uno de los que le vimos jugar.
Evidentemente, como dice PINOSO, eran otros tiempos para el BALONCESTO.
¡ya tenía ganas de leerla!
Pinone es el jugador más importante de la historia del Estu.
Es una maravillosa metáfora: la seña de identidad del club es la cantera, formar jugadores… pero el que cambió su historia fue un señor de Connecticut.
Hola:
Me parece que jugó también en el caja Bilbao. Una máquina de hacer un baloncesto diferente. Sin saltar te daba un culazo y te quitaba el rebote.
Pinoso se retiró en el Estu. Creo que estás confundiéndolo con Joe Kopicki, otro gran extranjero de la época, así blanquito medio torpón, pero con muy buenos movimientos al poste bajo, un tiro letal y una calidad superior al 80% de extranjeros que vienen ahora a jugar a la ACB para negocio de los agentes y poco más.
¡¡¡Canasta de Pinone!!!
La voz de Pedro Barthe, en la tele dos canales, los pantalones destrozando los huevecillos, el vello corporal libre y sin complejos, calcetines blancos cubriendo casi la tibia por completo. Banco Exterior de España, leche, cacao, avellana y azúcar, las gafas parabólicas de Díaz-Miguel. El baloncesto español de los años 80, aquello que nos hizo felices cuando aún se podía.
Youst.
Grandes tiempos para el baloncesto, y míticos Pinone y Estudiantes. Ahora hay más calidad en la ACB pero en esos tiempos había más sentimiento.
John, te lo ruego: si te cuesta ver un partido de la NBA actual, ni se te ocurra ver uno de ACB, que te va a dar algo cuando veas la basura en que han convertido este deporte en España, Estudiantes en particular, pero toda la ACB en general. Ay, si le echaran la mitad de sabiduría y de huevos que tú y Pedrolo le echábais a esto…
Qué tiempos aquellos en que comentabas los partidos ACB en el patio del colegio…
Grande Pinoso :)
Curioso que no recuerde su derrota ante nuestro equipo nacional. Por cierto los maximos anotadores de nuestro equipo fueron Fernando Martín y Epi (26 puntos cada uno) y ninguno de ellos estaba en la treintena.
Pues a mí se me han quedado las ganas de saber más sobre las ideas políticas de Pinone…
PI PI PINOSO.
Que grande era verle votar metiendo el culo dar un paso atrás y canasta de cuatro o cinco metros.
Estudiantes le debe un monumento.
Felicidad era ir al Ramiro y ver en los bancos debajo de canasta los saltos de Russel, los zarpazos de Pinoso y los golpes que daba Pedrito…
Una vez se oyó claramente en la televisión a Pinone gritarle a un árbitro, tras haberle pitado una falta, en perfecto español pero con acento de Conneticut: «pero si no le he tocado, no le he tocado, la hostia!»
GRANDE PINONE!