En una de las mesas del restaurante Jack Rabbit Slim’s, Mia Wallace (Uma Thurman) le explicaba a Vincent Vega (John Travolta) los pormenores de su participación en el episodio piloto de una serie, titulada Bella fuerza cinco y diseñada al estilo de Los ángeles de Charlie, que nunca llegó a convertirse en un auténtico show. Un piloto ficticio, solo existía dentro del universo de la película Pulp Fiction a la que tanto Wallace como Vega pertenecían, que sirvió para que los dos personajes se diesen un poco de coba durante una cita incómoda y de paso para que los espectadores del futuro se preguntasen si Mia Wallace no les estaba spoileando parte de la trama de Kill Bill.
Durante la temporada de cosecha creativa, cada cadena de televisión recoge varios centenares de propuestas en forma de sinopsis para posibles series. De entre ellos se seleccionan unos setenta para solicitar a sus responsables que presenten guiones completos. Tras examinar durante semanas los libretos resultantes, se realiza una nueva poda seleccionando una veintena de proyectos para rodarlos como pilotos televisivos, episodios introductorios a modo de ejemplo de lo que podría llegar a ser el programa. Finalmente, se presenta cada piloto ante una banda de ejecutivos que deciden si se convierten en serie formal o no. La mayoría no lo logran. «Es un sistema terrible, cada año los pilotos rechazados suelen ser mis favoritos» apuntaba Tom Fontana, creador de series como Oz, Homicidio o Copper, al hablar con la revista Rolling Stone sobre el tema.
Durante aquel proceso de selección los estudios tiraban cantidades insultantes de recursos, talento y dinero a la papelera: John Cusak aseguró haber participado en el piloto de una serie ambientada en Wall Street con casting potente y presupuesto de ocho millones de dólares que no llegó a salir de la sala de juntas de los ejecutivos. A principios de los 2000 a un Judd Apatow, que aún no se había convertido en valor seguro de la comedia, le rechazaron un show titulado North Hollywood con Amy Poehler, Jason Segel, Amy Schumer y Seth Rogen en el reparto. Y Charlie Kaufman (guionista oscarizado de ¡Olvídate de mí!, Cómo ser John Malkovich, Adaptation: el ladrón de orquídeas o Anomalisa) pese a su renombre no logró que ninguna cadena comprase una serie sobre series de televisión titulada How and why y protagonizada por John Hawkes, Sally Hawkins, Michael Cera y Catherine Keener. Muchos de aquellos capítulos piloto han acabado enterrados en los trasteros de las cadenas televisivas, temerosos de mostrarse al público. Pero un puñado de ellos ha resucitado gracias a internet y a la manía de sus usuarios de no permitir que nada desaparezca del todo, y ahora pueden ser visionados más allá de la sala de reuniones de un equipo de productores encorbatados.
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En 1999 Ben Stiller apareció en la FOX con un vídeo promocional donde se le veía abrazando el Emmy que recibió en el 93 por The Ben Stiller show (un galardón que le otorgaron justo después de que se cancelase el programa) y anunciando, mientras rompía una foto de George Lucas menospreciándolo por no tener un Emmy, una nueva serie titulada Heat Vision and Jack. Se trataba de un show escrito por Dan Harmon (futuro creador de Community y Rick & Morty) y Rob Scharb (padre del cómic Scud: the disposable assasin) centrado en las aventuras de un astronauta llamado Jack Austin (Jack Black) que, tras exponerse a cantidades indecentes de energía solar, adquiría el poder de la superinteligencia durante las horas de luz. Un héroe acompañado de una motocicleta parlante, llamada Heat Vision e interpretada por Owen Wilson, que en realidad era su mejor amigo convertido en un vehículo de dos ruedas tras ser atacado con un rayo láser. Ron Silver ejercía de antagonista principal de la serie interpretándose a sí mismo como un asesino que trabaja para la NASA, se dedicaba a actuar en su tiempo libre, y tenía como principal misión acabar con Jack.
Stiller dirigió el piloto sobre este desmadre, un capítulo titulado The eyes of Paragon que se anunciaba como el episodio 14 de la serie, donde Jack y Heat Vision se enfrentaban a un alienígena capaz de poseer cuerpos humanos y deshidratar a sus víctimas. Media hora a modo de toma de contacto con efectos especiales de chichinabo, Jack Black siendo Jack Black antes de ser realmente famoso, unos secundarios que le recordaban a Ron Silver que había hecho de malo en Timecop, romance gratuito, strippers y un cameo del propio Ben Stiller como DJ extravagante.
En la FOX se rascaron la cabeza y optaron por rechazar amablemente el proyecto, pero con los años la tontería adquirió estatus de culto entre los fans de los cómicos implicados y los propios creadores le lanzaron un guiño cómplice: un falso documental titulado Rain of madness desveló que dentro del universo de Tropic thunder el personaje de Jeff Portnoy (también interpretado por Jack Black) albergaba en su currículo el haber protagonizado Heat Vision and Jack. Y Scharb aseguró, hace ya una década, que tenía casi horneado un guion cinematográfico basado en la premisa de este piloto, pero desde entonces nadie volvió a saber nada del asunto.
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Aunque la publicidad y los fanáticos de las viñetas se emperren en creer lo contrario, lo cierto es que la Liga de la Justicia ya había disfrutado de una película propia en imagen real a finales de los años noventa, mucho antes de que Gal Gadot, Jason Momoa, Ben Affleck y el resto del reparto que interesa menos llevasen las lides del Universo DC a la pantalla grande. Pero claro, veinte años antes los superhéroes de cómic no le importaban a nadie y existían películas oficiales basada en las viñetas de DC Comics como Steel, un héroe de acero, productos en los que contratar a Shaquille O’Neil como superhéroe protagonista parecía una decisión coherente y no la idea de un auténtico demente.
En ese escenario, algún inconsciente en la CBS decidió tantear las posibilidades de una nueva serie produciendo una película centrada en la Justice League of America y obteniendo como resultado un accidentes televisivos sorprendentemente vergonzoso de contemplar. La versión noventera de la Liga de la Justicia eliminaba a Batman, Wonder Woman o Superman del reparto por problemas de copyright y optaba por la táctica comercial de construir el equipo con superhéroes que le importan una mierda a todo el mundo: Hielo, Átomo, Fuego, Linterna Verde y Flash. El piloto tenía poco de heroico, era una comedieta absurda con actuaciones espantosas, armaduras y caretas de corchopan, guion bochornoso y una inexplicable obsesión por los fenómenos meteorológicos. Una hora y veinte minutos tan dolorosos como para hacer que Batmn & Robin parezca carne de Óscar. Su sentido de la épica puede resumirse señalando que contiene una escena (minuto 41:20) donde uno de los superhéroes esquiva un rayo láser bailando el limbo. Y como todo el mundo sabe, de ahí solo se puede ir a peor.
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Aprovechando el rebufo de la película del mismo título protagonizada por Angelina Jolie y Brad Pitt, su director Doug Liman (El caso Bourne, Al filo del mañana) y su guionista Simon Kinberg (responsable de los libretos de tres entregas de los X-Men, el Sherlock Holmes de Guy Ritchie y Abraham Lincoln: cazador de vampiros) fabricaron un piloto televisivo, que definieron como «Matrimonio con hijos pero con pistolas», situado seis meses después de los eventos sucedidos en la historia original. Martin Henderson y Jordana Brewster tomaron el relevo de Pitt y Jolie en la pequeña pantalla pero no lograron emular la química de aquella pareja y finalmente la cadena ABC decidió no pasar la tarjeta de crédito para financiar el proyecto.
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El actualmente todopoderoso George R. R. Martin (autor de la saga literaria Canción de hielo y fuego y por tanto culpable de la actual fiebre televisiva por Juego de tronos) se tiró todo 1991 puliendo el guion de un piloto para una serie de ciencia ficción protagonizada por el habitante de un universo paralelo que acababa aterrizando en nuestro mundo tras escurrirse a través de un portal interdimensional. La cadena ABC y Columbia Pictures decidieron financiar el asunto y Martin se tiró otro año esperando a que el casting (en el que figuraban George Newbern, Carrie-Anne Moss o Kurtwood Smith) tuviese un hueco en la agenda. En el 93 los jefazos de la cadena contemplaron la tv-movie resultante y azuzaron a Martin hasta que lograron que pariese a toda leche los libretos para seis capítulos más. A la hora de cerrar la programación, en ABC decidieron que solo podían estrenar una serie fantástica durante aquella temporada y optaron por desechar Doorways y coger Lois & Clark en su lugar. Desde entonces George R. R. Martin se toma las cosas con mucha más calma.
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En los noventa los personajes de videojuegos se podían clasificar en dos sacos diferentes: el de los carismáticos (Mario, Sonic o Cool Spot) y el de los Poochies (todos los demás). El gato montés Bubsy figuraba entre estos últimos, creaciones cargantes que se quedaban por el camino intentando ser molonas y extremas. En su vida digital protagonizó dos mediocres juegos de plataformas en 2D, una desastrosa aventura tridimensional de polígonos afiladísimos y hasta un un revival inocuo en 2017. También lo intentó con una serie propia, pero el asunto se quedó en un piloto animado, irónicamente titulado ¿Qué podría salir mal?, que evidenciaba medios justitos, diseño cuestionable y un protagonista especialmente irritante.
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Stick around fue una suerte de Los supersónicos en imagen real, una telecomedia rodada en 1977 pero ambientada en 2055, con insoportables risas enlatadas y una sintonía de cabecera alarmantemente pegajosa. Piloto fallido donde la auténtica gracia era contemplar al legendario cómico Andy Kaufman haciendo de robot, un papel que parecía la versión beta del Latka Gravas que el actor interpretaría en Taxi.
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Sam Raimi nunca fue capaz de hacerse con los derechos de La sombra (un vengador enmascarado de los años treinta nacido en la radio) o Batman para trasladarlos al cine. Y por eso mismo decidió tirar por el camino más práctico e inventarse su propio superhéroe: Darkman, un científico apaleado y chamuscado interpretado por Liam Neeson que gracias a unas máscaras de piel sintética era capaz de adoptar cualquier rostro que se le antojase. Darkman se estrenó en 1990, funcionó bastante bien en los cines y propició que un par de años más tarde la gente de Universal Television se presentase ante los mandamases de FOX con el piloto de una serie basada en el personaje. Una versión para la pequeña pantalla, con Christopher Bowen como nuevo protagonista y Larry Drake repitiendo en el papel de villano, que le endosaba al protagonista un sidekick en forma de niño grafitero y enfatizaba el slapstick del original. El piloto era muy flojo y se escoraba peligrosamente hacia el cutrerío televisivo, pero la propia naturaleza del personaje podía haber dado mucho juego en las manos adecuadas: un protagonista que se pasa la mitad del tiempo con la cara vendada y la otra mitad cambiando de jeta a voluntad habría sido la excusa ideal para que sus responsables se marcasen un Doctor Who elevado a once y se tirasen toda la serie metiendo y sacando del papel protagonista a tantos actores como les saliese del apio.
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El mundo del entretenimiento tiene mucho de bazar chino donde se apilan plagios descarados independientemente del nivel al que estemos jugando. Es cierto que en las profundidades por cada película de Transformers suele aparecer un Transmorphers, que existe una copia chusca de Up llamada What’s Up tan espantosa como para que pueda ser considerada terrorismo, y que el dios del trueno cinematográfico tiene un primo tonto con pinta de marca blanca llamado Almighty Thor. Pero también en la superficie nos encontramos que por cada Los vengadores hay como poco un Guardians ruso, que nos llegaron al mismo tiempo Hormigaz de Dreamworks junto a Bichos de Pixar, que Armageddon y Deep Impact estrellaron meteoritos el mismo año o que a Madagascar no tardó mucho en seguirle el rastro Salvaje.
A finales de los ochenta y principios de los noventa, el objetivo a calcar era la franquicia de las Tortugas Ninja, una pandilla de quelonios antropomórficos y adolescentes que habían nacido en los cómics y contaban con adiestramiento ninja, la carrera con más salidas de la época. Su presencia en el mercado abarcaba películas, juguetes, series, libros, videojuegos y todo tipo de merchandising imaginable, resultando una empresa tan envidiable que no tardó en producir competidores que trataban imitar el modelo de pandilla de animales molones: Los Motorratones de Marte, Street Sharks, Extreme Dinosaurs o unos Road Rovers que ya fusilaban a las Tortugas desde los acordes de la canción de cabecera.
En el terreno de los videojuegos, a la prestigiosa compañía Rare se le metió en la cabeza la idea de construir una franquicia al estilo de la regentada por las Tortugas Ninja y optaron por copiar el concepto desvergonzadamente para crear Battletoads. Un trío de sapos camorristas y chulescos (uno de ellos con gafas de sol como outfit habitual) que llegaron protagonizando un cartucho de acción para NES de dificultad tan diabólica como para lograr que la mayoría de los jugadores acabasen estrellando el mando contra la pantalla. El éxito del juego provocó el salto a otros sistemas y algunas secuelas pero también que la compañía DiC Entertainment (los mismos que animaron al Inspector Gadget, el gato Isidoro o Los auténticos Cazafantasmas) se lanzase a producir un piloto para el que ficharon a gente como Kent Butterworth o David Wise que ya venía de trabajar en la serie animada de las Tortugas Ninja. El resultado final, bastante inocuo y poco inspirado, no llegó a llamar la atención de nadie.
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Al Gough y Miles Milla (creadores de Smallville, Into the badlands o Las crónicas de Sahannara) decidieron en 2006 agarrar a Justin Hartley para vestirlo de Aquaman, un superhéroe de DC Comics que ya había asomado la cabeza por Smallville interpretado por otro actor, y rodar con siete millones de dólares el piloto de una serie a la que veían potencial suficiente para llegar al centenar de capítulos. Pero la cadena para la que Aquaman había sido diseñado, The WB Television Network, se fusionó otra de la competencia, la United Paramount Network, y la compañía resultante, The CW, optó por descartar la propuesta. Gough y Milla decidieron que era una tontería guardarse aquel capítulo tan salado en un cajón («Cuando una cadena rechaza un episodio piloto suele significar que el programa apesta, pero ese no es nuestro caso») y optaron por estrenarlo en iTunes para alegría de una cantidad asombrosa de fans que lo convirtieron en un éxito inmediato. Aquaman se quedó sin show propio pero al mismo tiempo se convirtió en el piloto no aceptado pero más exitoso de la historia televisiva.
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Orson Welles tan pronto rodaba la que medio planeta considera la mejor película de la historia del cine como aterraba a todo un país a través de la radio inventándose La guerra de los mundos o doblaba a un personaje de Transformers en una película ochentera de dibujos animados. En algún momento dado también se animó a presentar y conducir un talk show insólito donde la cámara se creía en todo momento que estaba rodando una producción de Jerry Bruckheimer (la desbocada puesta en escena se basaba en travellings continuos, incluso cuando se enfocaba al público que contemplaba sentado el show), Welles recitaba guiones metareferenciales mientras se fumaba purazos sobre el escenario y la audiencia se encargaba de hacer las entrevistas. Entre todo aquello también teníamos a Burt Reynolds contando batallitas, a los Muppets junto a Jim Henson y trucos de magia. Cuando alguien le preguntó a Welles qué coño hacía al timón de ese programa, que no pasó del piloto, el hombre fue lo suficientemente honesto como para contestar que lo hizo única y exclusivamente por dinero.
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Aaron Springer (escritor y director de varios episodios de El laboratorio de Dexter, Samurai Jack, Las aventuras de Bill y Mandy o Bob Esponja) llamó a su legendario colega Genndy Tartakovsky para que le echase un garfio codirigiendo el cigoto de una serie llamada Korgoth of Barbaria que intentaba pillar sitio entre la programación de Adult Swim, la sección para adultos de la cadena Cartoon Network. La propuesta de Springer narraba las aventuras de un trasunto animado de Conan el bárbaro que habitaba un futuro posapocalíptico donde la civilización moderna se había ido a la mierda y las espadas, la brujería, los dinosaurios y los hachazos a ritmo de heavy metal se habían vuelto a poner de moda. Veintidós minutos bastante cafres regados con sangre y casquería gratuita, feísmo, monstruos, espadazos, doncellas florero y belicosos guerreros rebozados en mierda de paloma gigante. En Adult Swim estaban encantados con la idea, pero tras echar cuentas decidieron abandonarla alegando que su producción se les escapaba del presupuesto.
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El guionista, director y productor Greg Garcia convenció a la NBC en 2005 para sacar adelante Me llamo Earl, la historia de un perdedor (Jason Lee interpretando al Earl del título) al que le llovían de golpe cien mil pavos gracias a la lotería y decidía utilizar el dinero para no encabronar al karma y hacer el bien siguiendo una lista de cosas que enmendar de su pasado. Ocho años después, y con Me llamo Earl convertida en un coitus interruptus (la serie se canceló sin que el protagonista pudiese finiquitar su lista), Garcia se personó en la CBS con otra idea muy original: la historia de un chaval bastante neurótico y con problemas para socializar (Rupert Grint) que tras recibir una herencia bestial, en forma de cheque mensual de cien mil pavos, decide hacer el bien en el mundo para sentirse como un superhéroe moderno. Pese a lo familiar del asunto aquel piloto tenía bastante gracia, pero los productores decidieron pasar del tema. Super Clyde tuvo además el dudoso honor de haber coleccionado calabazas en dos ocasiones completamente distintas: un par de años después de la primera negativa se perpetró un remake de la idea con nuevos protagonistas, encabezados por Charlie McDermott y Diane Guerrero, que tampoco logró ser bendecido con la luz verde.
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El caso de la sitcom británica Heil honey I’m home! es especial por no tratarse de un piloto rechazado por una cadena televisiva sino de una serie que fue cancelada y enterrada de manera instantánea tras la emisión de su primer capítulo, algo que a lo mejor podían haber intuido de antemano los responsables de una telecomedia que tenía como protagonistas a Adolf Hitler y Eva Braun viviendo junto a una pareja de judíos en el Berlín de 1936. Heil honey I’m home! nacía a modo de parodia de las comedias estadounidenses de los años cincuenta, sesenta y setenta, con la intención de burlarse de cómo aquellos programas se construían alrededor de premisas totalmente estúpidas. Era esencialmente una especie de I love Lucy sin gracia y con nazis, raíces que explicaban por qué en el show todos los habitantes de Alemania hablaban con acento neoyorquino. Se estrenó en 1990 y tras el chaparrón de heces que recibió, incluida una airada queja por parte de la junta de diputados judíos británicos, la cadena decidió suspender la producción y enlatar los episodios rodados (ocho de un total de diez planeados) para arrojarlos al interior de un búnker y extraviar a propósito la llave.
PS: El título del artículo se lo he tomado prestado a los eruditos VCR y Wally Week, culpables junto a Vicente Vegas del podcast Vuelo 180, que hace ya algún tiempo se dedicaron a repasar pilotos curiosos de los años setenta y ochenta. Ellos controlan mucho más que nosotros de todo esto, así que denle una escucha al capítulo si se han quedado con ganas de saber más sobre series que nunca fueron.
La Liga de la Justicia ha tenido varias encarnaciones en las que no figuraba la «santísima Trinidad» de DC Comics. En alguna de ellas, el éxito ha radicado precisamente en ello.
En el piloto -que bebe de la estética del Batman de Schumacher- aparecen personajes -Guy Gardner, Hielo, Fuego el detective Marciano-y que se dieron a conocer o se hicieron más populares gracias a una de ellas: «Justice League» de J.M. DeMatteis y Keith Giffen, convertida hoy en un clásico al que se sigue homenajeando/reviviendo periódicamente (inclusive sus gags, como el Bwahaha y el one-punch).
La serie venía a ser una especie de «Friends» con superpoderes, combinando la historieta tradicional de superhéroes con el humor de una sitcom. En lugar de a Joey y Chandler teníamos a Blue Beetle y Booster Gold; el Detective Marciano era adicto a las Oreo; y el «borde» del grupo, Guy Gardner, sufría un cambio de personalidad «accidental» y acababa emparejado con la inocente Hielo. Flash era un graciosete.
No sé hasta que punto se tomó esta serie como referencia para el piloto, supongo que la exclusión de los tres grandes se debía a temas de derechos, presupuesto y branding, pero la composición del equipo tiene algo de ella.
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Yo siempre me quedé con ganas de haber visto realizada la serie «The Norliss Tapes», con Roy Thinnes de protagonista; el piloto fue escrito por William F. Nolan. Eran otros tiempos…
Intersante.