El infierno existe. Y quien ha estado allí lo sabe no porque lo vea mientras permanece atrapado en ese indescriptible lugar, sino porque lo recuerda tras haber salido. No se puede pintar como lo hace Lita Cabellut sin haber transitado espacios que arden, sin haber conocido a personas que queman, sin haber escuchado fuegos que avanzan, sin haber tocado brasas y cenizas, sin haber olido el humo de los distintos incendios de las almas.
El Espai Volart de la Fundació Vila Casas, en Barcelona, alberga estos días y hasta el 27 de mayo una retrospectiva en la que pueden verse sesenta y ocho obras de la artista —todas pertenecientes a colecciones particulares—creadas entre los años 2008 y 2017.
Varios elementos captan la atención a primera vista. Para empezar, las dimensiones. Hablar de cuadros por metros cuadrados no es tan habitual y menos todavía cuando desde ellos nos miran, nos indagan, nos observan retratos que exceden las medidas humanas. ¿Se convierten así en personajes mayúsculos? No, en absoluto. Lita Cabellut trabaja con las minúsculas: las subraya, les acerca una lupa. Las muestra y les da lugar. La propia artista me responde cuando le pregunto respecto a las medidas de sus obras que se deben a la tremenda admiración que siente por el ser humano y, apunta, «es también una herencia del Greco, ese querer darles una perspectiva para que no pasen desapercibidos».
La pintura de Lita Cabellut muestra cuerpos vestidos o desnudos que incitan a la observación; presenta gestos que desafían y miradas que miran. Hay una constante provocación que, por supuesto, no es gratuita, sino que responde al interés por reflejarnos y, a la vez, cuestionarnos acerca de nuestros sentimientos, nuestro modo de transitar el mundo, nuestro concepto de belleza, de límite, de vida.
Cómo es posible haber transitado por tanta oscuridad y en cambio haber recogido tanta luz. Lita Cabellut habla del infierno real. El de la vida. El de las cosas que tememos, que parecen tan lejanas y, en cambio, la mayoría de las veces están tan cerca de donde el ser humano se encuentra. Pone el foco sobre ellas y nos las muestra sin disimulo, sin adorno. Cuánta soledad, cuánto miedo, qué vértigo tanta certeza junto a tanta incertidumbre. Y sin embargo, quizás gracias a ello, qué incontestable celebración de la vida y su belleza numerosa.
¿Quiénes son sus personajes? ¿Qué busca en aquellos a los que pinta y qué buscan quienes se dejan pintar? Aparecen entre sus retratos famosos que vivieron —Frida Kahlo, Coco Chanel, Camarón de la Isla—, personajes de ficción —Sancho, Quijote, Dulcinea— y seres de carne y hueso, anónimos que se han entregado a las manos y al ojo de la pintora. Cabellut dice que siempre inventa, que es imposible retratar la realidad. «La manera en que yo uso el retrato no tiene el fin de que se parezca, el físico es lo de menos; lo que intento aumentar en forma de lupa es el espíritu de esa persona. Y cuando me acerco a la esencia, el ojo engaña al cerebro y nos creemos que estamos viendo lo que queremos ver».
No puedo evitar que venga a mi memoria la obra de Lucian Freud, cuya descarnada visión despojaba a sus modelos no solo de ropa sino de cualquier ilusión de inmortalidad mediante la exposición indudable de la caducidad, el envejecimiento, la fuerza de la carne sobre la fantasía del espíritu, las muescas del tiempo, la proximidad siempre atenta de la muerte.
Esa misma conciencia del paso del tiempo se percibe en el tratamiento físico que da Lita Cabellut a sus lienzos. Enseguida salta a la vista que, a pesar de ser obras recientes, se hallan cuarteadas como si se tratase de cuadros venidos de siglos atrás, como si hubiesen sufrido las inclemencias del paso de los siglos. «Es la obsesión que tengo por darles piel a mis lienzos, a mis personajes. Es una manera de querer recuperar y retroceder al pasado. Para mí no existe un presente ni un futuro sin un camino ya recorrido en el pasado».
Y, claro, cómo contestar a la cuestión de quiénes somos sin preguntarnos antes por quiénes hemos sido. Consciencia de todo, visible en cada detalle, en cada propuesta. La imaginación de una artista que pone al servicio de la psicología humana su habilidad de captarla mediante la imagen. En su obra hay preguntas, pero también hay respuestas. Hay ambición, pero también la humildad de quien se sabe aprendiz cada día. Le pregunto a Cabellut si sus pinturas son lo que sueña, lo que proyecta, lo que planea o si, por el contrario, se quedan a un paso, si lo son pero no del todo, y si por eso sigue adelante, experimentando, buscando, sin repetirse. Su respuesta es reveladora: «Yo creo que mis obras son como yo. Siempre en camino, dispuesta a nacer y morir el mismo día. Nunca me pregunto si me repito. Mis obras son como mis días: nuevos, otros, quizás, ojalá».
Cada día una vida entera. Un ciclo por descubrir, transitar y terminar. ¿Cuál es el límite al que se enfrenta la creación pictórica o plástica? ¿Dónde tiene sus fronteras? ¿Cuál es la línea en que el camino se transforma en abismo?
Lita Cabellut apunta una respuesta definitiva y señala que el límite está en el aburrimiento, en la repetición, en la dependencia del éxito o la falta de interés respecto a las necesidades propias, en la carencia de criterio y de exigencia. Y ese, para un artista, a diferencia del infierno real del que hablábamos más arriba, es el peor de los infiernos, el que no contiene ni enciende luz alguna.
No se puede construir un relato de belleza desde la No verdad.
En efecto. Se parte de la verdad para llegar a otras verdades. Que nos explican y nos dan espacio para ser.
Estuve ahí el mes pasado. Recuerdo aún la emoción provocada por el primer cuadro, entrando a la izquierda. La decrepitud de una pareja de ancianos, que apenas se entreveían dentro de un torbellino de color. Nostalgia, pena, resignación, abandono y todo envuelto en la locura cromatica. Conmovedor. -En horabuena por este elogio.
Muchas gracias, Eduardo. Ciertamente, visitar esta retrospectiva es una experiencia radical.
El arte, el verdadero arte, no es proyección, es exorcismo.
Tal cual, Héctor. Y en el caso de Cabellut, un exorcismo milagroso cuyo resultado exorciza también al espectador. Gracias.
Así es, Héctor. Estamos de acuerdo. Y el exorcismo de Cabellut exorciza también a quien se enfrenta a su pintura. Grande.
Vaya pinturas, voy a tener que informarme más sobre el arte.
Son apasionantes, Carlos. Estar frente a ellas emociona. No te pierdas la expo. :-)