El año pasado Stranger Things se convirtió en uno de esos productos interesantes que la gente acaba odiando con facilidad por culpa de lo pesados que han llegado a resultar sus fans, un destino que también sufrieron artículos pop tan dispares como Amelie, El club de la lucha, Minecraft, la comida vegana, Pesadilla antes de navidad, la banda sonora de Frozen o todas las religiones a lo largo de la historia, Apple incluida. Pero la existencia de una fanbase cojonera no le restaba mérito a un juguete que se había presentado de manera discreta y bajo la batuta de unos gemelos, Matt y Ross Duffer, con antecedentes escasos: en su currículo solo figuraban un par de cortometrajes, una película que pasó de puntillas (Hidden: terror en Kingsville) y labores como guionistas del Wayward Pines de M. Night Shyamalan. A estos hermanos el éxito les llegó con Stranger Things, una obra donde aprovecharon el tirón de la nostalgia ochentera de regusto a neones y low-fi como ya hiciera J. J. Abrams cuando se dejó inseminar por Steven Spielberg para alumbrar Super 8, pero demostrando ser más mañosos que el director neoyorquino a la hora de masticar los referentes de las producciones Amblin para construir algo nuevo en lugar de fotocopiar lo ya visto. Utilizar el formato de serie de ocho capítulos para revivir ese cine añejo también fue un acierto porque permitía a la historia tomarse las cosas con calma sin llegar a hacerse pesada, y a los Duffer se les dio bien lo de racionar el misterio principal durante media temporada a base de levantar la manta poco a poco.
El principal problema que le encontramos el pasado verano a Stranger Things era un detalle estrictamente comercial y ajeno a las propias virtudes del producto: la amenaza de una segunda temporada. Algo que en realidad era ineludible teniendo en cuenta que en la industria audiovisual actual todas las secuelas, reboots, remakes y spin-offs de cualquier cosa ya están firmados antes de que el equipo se recupere de las drogas consumidas durante la fiesta de fin de rodaje. Lo malo de gestar una secuela con celeridad es que supone meterse demasiada prisa para aprovechar el rebufo, especialmente cuando el reparto de tu serie está formado por un grupo de actores infantes, esos artistas de hormonas irrespetuosas que tienen la desfachatez de crecer con extraordinaria rapidez. Urgencias similares obligaron a Robert Zemeckis a rodar las dos secuelas de Regreso al futuro al mismo tiempo, porque Michael J. Fox no iba a tener jeta de adolescente eternamente por mucho que derrapase a través del tiempo. El anuncio de la segunda temporada de Stranger Things (con campañas promocionales que lo mismo homenajeaban pósteres clásicos como fichaban a Leticia Sabater o Paco Lobatón) auguraba un futuro incierto por aquella premura: en tan solo un año los hermanos Duffer tenían que ensamblar una nueva hornada de capítulos y estirar una historia a la que no le hubiese sentado mal haber puesto el punto final en el octavo capítulo. Si en algún lugar del universo una deidad estrangulase y despellejase un gatito cada vez que un crítico escribe las palabras «secuela innecesaria» a estas alturas dicha divinidad debería de comandar una franquicia de peleterías. Stranger Things 2 se resume rápidamente: no es una mala serie y resulta entretenida, pero era difícil estar a la altura, y no lo ha estado.
Discografía
Manos de topo, aquel grupo barcelonés que en lugar de fans pesados tiene detractores pesadísimos que no dejan de recordarte lo estrafalario de la voz cantante, bautizó su segundo disco como El primero era mejor adelantándose a aquella ajada opinión popular que sentencia que el segundo disco de una banda con cierto éxito nunca está a la altura del primero. Un argumento de cimentación lógica y difícilmente criticable: cuando una formación musical con talento entra en un estudio de grabación por primera vez suele hacerlo con un repertorio de temas pulidos a base de años de ensayos y conciertos en directo donde ha sido posible comprobar qué piezas calaban mejor entre el público, obteniendo como resultado de todo eso un primer disco de elaboración sosegada y sin presiones externas. Las prisas suelen llegar cuando, en caso de éxito, hay que parir un segundo álbum más por inercia que por ganas y se acaba construyendo un disco a base de piezas menos rodadas o descartadas con anterioridad. La segunda temporada de Stranger Things ofrece una impresión similar al segundo disco de alguien que ha abrazado la fama repentinamente: todo lo que la primera vez funcionaba con ritmo aquí intenta ser replicado de manera atropellada y mucho menos pulcra. Creativamente hablando habría sido más refrescante olvidarse de los niños de Hawkins y contar otro relato distinto manteniendo el tono general y el rebozado fantástico, pero para cualquier estudio aquello hubiese sido una opción imprudente: el público siempre reclama más de lo mismo sin pensárselo demasiado y por culpa de esas demandas todavía tenemos a Johnny Depp con los pantalones de Jack Sparrow a mano en el perchero.
Secuelas
Un gigantesco número dos corona los créditos de cada capítulo de esta nueva temporada recordando que aquí se ha apostado por el formato de secuela clásica de blockbuster. Aquella que trata de compensar la ausencia de elemento sorpresa y frescura multiplicando volumen y escala, confundiendo a propósito el «mejor» con el «más grande» e inflándolo todo: el nuevo mal tiene ahora dimensiones titánicas y la criatura que ejercía de villano en la anterior temporada se ha transformado en horda. Una estrategia para sustituir misterio por ganas de epatar que renuncia por el camino de manera inexplicable a elementos que podían haber dado mucho juego: el mundo del Otro lado, ese Upside down a modo de universo paralelo jodido, se desaprovecha aquí hasta quedar convertido en una salida de emergencia para un montón de bichejos cabrones. En general, esta segunda tanda llega escrita con menos soltura y a modo de versión aguada de su antecesora, la serie asume como muerto y enterrado el suspense original y opta por repetir los mismos trucos pero de manera menos interesante: aquel icónico Art attack que, durante la primera temporada, Joyce (Wynona Ryder) montaba en casa, con unas luces de navidad y un abecedario en la pared, intenta replicarse aquí a modo de puzle con folios garabateados y una absurda escena donde se calca una silueta (que se distingue perfectamente) de la pantalla de un televisor. Incluso la referencia al juego Dungeons & Dragons o el «Should I Stay or Should I Go» de The Clash se insertan ahora de manera forzada y repentina porque en algún lado había que colarlos.
A efectos narrativos es el guion el que opta por hacer cosas bastante extrañas. Se molesta en escuchar a aquellos fans de las redes sociales que invocaron el síndrome de Boba Fett sobre el desaparecido personaje de Barb el año pasado y decide utilizarla como excusa para una subtrama, pero también se atreve a cuestionar la capacidad de atención de su público al tener los huevos de meter flashbacks de escenas que han sucedido cinco minutos antes. El resultado final, incluso obviando los agujeros de guion y las concesiones de la ficción, acaba antojándose deslavazado y toma decisiones tan cuestionables como dispersar y separar a los personajes durante casi toda la historia o desaprovechar en exceso elementos tan interesantes como aquella posesión que sufre Will (Noah Schnapp). La buena noticia es que el juguete pese a decepcionante no es espantoso, sigue resultando un show entretenido aunque haya decidido alojarse bajo su propia sombra.
Here comes a new challenger
Los nuevos personajes son una de las novedades más interesantes de la temporada a pesar de ofrecer resultados muy dispares. Fichar a uno de Los Goonies (el competente Sean Astin) para interpretar a Bob, un empollón y bonachón osito de gominola, resulta tan poco discreto como para que el propio personaje bromee en pantalla con buscar un tesoro pirata. Max (Sadie Sink) se luce bastante como nueva incorporación a la pandilla de chavales, el conspiranoico interpretado por Brett Gelman se queda en un detalle trivial y mientras tanto Paul Reiser cumple como doctor Owens sin demasiados alardes. En el caso de Billy (Dacre Montgomery) es más asombroso cómo el departamento de casting ha logrado clonar con tanto éxito al Rob Lowe de St. Elmo que lo que la serie ha hecho con él: el nuevo antagonista macarra tiene potencial pero no llega a ningún puerto a pesar de que la trama amenaza con escarbar sus demonios personales y decide enredarlo en escenas tan disparatadas como una conversación con la madre de Nancy, que más que a los ochenta parece homenajear a los vídeos sobre MILF de PornTube, y una charla en las duchas con tanto homoerotismo accidental como para formar parte de Pesadilla en Elm Street II. En el caso del reparto conocido la serie hace un movimiento curioso y agradecido al redistribuir los roles protagonistas: Lucas (Caleb McLaughlin), Dustin (Gaten Matarazzo) y Steve (Joe Keery) pasan a convertirse en valiosos protagonistas (en especial en el caso de Steve) con arcos argumentales propios, mientras la historia de Eleven (Millie Bobby Brown) avanza a tumbos, Nancy (Natalia Dyer) y Jonathan (Charlie Heaton) se pasean por ahí, David Harbour revisita un Jim Hopper encabronado, y Mike (Finn Wolfhard) queda relegado a ser un secundario con eventuales arranques histéricos que ha logrado que el propio Wolfhard, descontento con el guion, se refiera a su personaje como Emo Mike. El caso de Kali (Linnea Berthelsen) y su pandilla punki con furgoneta a lo Scooby-Doo durante el séptimo capítulo es para darle de comer aparte, hasta el punto de que un par de párrafos más abajo tiene sección propia.
Benditos ochenta
La rendición nostálgica a décadas pasadas sigue ahí, pero no molesta tanto como los más quejicas gustan de proclamar. Las máquinas recreativas de Dragon’s Lair y Dig Dug, la banda sonora a base de hits sobadísimos de la época, las cintas de vídeo caseras, el primer Terminator plantado en las marquesinas de los cines y los anuncios añejos de KFC en televisiones de tubo conforman una veneración a la producción pop ochentera que resulta más divertida que molesta. Reverencias variadas disparadas a diferentes niveles: los Duffer utilizan Halloween como excusa para pasear disfraces de Cazafantasmas, Jason Voorhees, Michael Myers y sábanas con tufo a E.T. Pero también emulan a pequeña escala escenas de Encuentros en la tercera fase, El resplandor, Poltergeist, Indiana Jones en el templo maldito, Cuenta conmigo o El exorcista. En algunos casos el guiño es evidente, la sumisión a Aliens: el regreso hace uso del inevitable radar, mientras que otros tienen más gracia por resultar menos obvios: un peinado erigido a base de laca nos dirige a La chica de rosa de John Hughes y, durante el que probablemente sea el homenaje más sutil de la serie, unas notas musicales juegan a imitar la maravillosa banda sonora de Gremlins cuando un monstruito cabrón comienza a la liarla en el tercer capítulo.
Siete
Hay un consenso sobre el séptimo episodio de Stranger Things 2 que viene a decir que es mejor ahorrárselo porque vaya mierda bien gorda que está hecho. Un capítulo, protagonizado por Eleven y la recién llegada Kali, que merece apartado propio por ser una de esas ideas a las que se les divisa un calzador gigantesco ya desde la lejanía. Se trata de un accidente muy curioso de ver porque pocas veces uno de los personajes principales se larga de su show (de manera literal, subiéndose a un autobús mientras suena el Runaway de Bon Jovi) para embarcarse en lo que parece otra serie completamente distinta que ni pega con el conjunto ni nadie vio venir por mucho que su reparto hubiese inaugurado fugazmente la presente temporada. Para mayor recochineo aquello llegaba justo después de un sexto capítulo que finalizaba con un cliffhanger de los de triturar uñas a mordiscos. Tras el estreno de la temporada, y ante la avalancha de críticas, Matt Duffer se apresuró a asegurar que ese séptimo episodio no era un simple relleno y el desenlace de la historia dependía de su existencia, pero no se la logró colar a nadie. Aquella subtrama era tan ajena al conjunto como para rechinar y casi cargarse el propio espíritu de la serie: se atrevía a cambiar radicalmente el escenario de evocador pueblecito por el de la gran urbe de Chicago, se montaba una remezcla de The Warriors y Misfits encabezada por personajes de peluquería cuestionable con el carisma en números negativos y aprovechaba para disfrazar a Eleven de manera bochornosa. Los Duffer parecían justificar aquel capítulo como una especie de entrenamiento para Eleven al estilo de la excursión de Luke Skywalker por Dagobah en El Imperio contrataataca, pero no funcionaba porque el personaje ya había demostrado durante la primera temporada que podía mandar una furgoneta a tomar vientos si la cosa se ponía tensa. La propia narración ni siquiera se molestó en camuflar el alma de pegote de todo aquello y al finalizar el episodio el personaje se subió de nuevo a un bus para volver a la historia principal como si no hubiese pasado nada. Por fortuna, los dos capítulos posteriores que despachan la temporada remontan el asunto y otorgan un cierre más digno a esta secuela.
El primero era mejor
Los Duffer ya hablan de la tercera y cuarta temporada mientras los rumores apuntan a que la quinta está asegurada. El problema de enfocarlo así, y no como si cada entrega fuese la última, es que la idea original corre el riesgo de diluirse hasta transformarse en un entretenimiento mecánico. Algo que comienza a notarse con una Stranger Things 2 más interesada en precalentar para futuros episodios que en centrarse en sí misma, como una gallina que se sabe a punto de ser exprimida. El primer disco era mejor y lo que ha ocurrido aquí no sorprende tanto, tenemos más de lo mismo sin llegar al mismo nivel y con todo lo que eso conlleva: quienes disfrutaron de la primera entrega tienen aquí una extensión menor pero los que la odiaron en su momento y no conectaron con su juego no van a encontrar razones en Stranger Things 2 para cambiar de opinión. Y todos van a cagarse con mucho esmero sobre el capítulo de La hermana perdida.
PS: El Boba Fett de la presente entrega es la pequeña Erica (Priah Ferguson), una chavala que gracias al interés de los fans ya tiene reservada silla en la tercera temporada. Matt y Ross aseguran que han intuido en la niña combustible para toda una colección de GIF animados (textualmente: «She’s very GIF-able, if that’s a word»).
Por partes, que hay mucho que acotar:
– La primera temporada es de las cosas más sobrevaloradas que yo he visto, aupada por una generación (que es la mía) que apela a la nostalgia ochentera para volver a sentirse niños (sin haber abandonado esa etapa aunque el DNI certifique los 40) y enganchar a los hijos a ese universo para establecer una conexión emocional. El problema es que homenaje no es lo mismo que copia, pastiche, refrito y recuelo, que es lo que precisamente es ST. Sin ser Abrams santo de mi devoción lo hace bastante mejor en Super 8, contrariamente a lo que el autor opina, y lo que cuenta ST es exactamente lo mismo.
– Respecto a la temporada 2 no tengo nada contra las ambiciones económicas del equipo, a fin de cuentas se busca ganar dinero. Lo que era de cajón es que la historia no daba para más (ni para 8 capítulos como la primera, insisto en que Super 8 contaba lo mismo en 2 horas), y que semejando a la unidad de precrimen de Minority Report estaba más claro que el caldo del asilo que iba a ser una mierda de proporciones bíblicas. Sí, no hay que andarse con remilgos y rodeos, porque aparte de lo que benévolamente critica el artículo hay momentos tan sonrojantes que dan vergüenza ajena, como cuando el niño mellado «adopta» el bichejo como si fuera un hámster.
– Por si fuera poco, los Duffer (Bluffer deberían rebautizarse), sabedores de su mediocridad, cogen la lista «80s y Mullet» del Spotify, activan el botón de random y plantan un sinnúmero de canciones de la década ominosa en cada escena (sin venir a cuento la mayoría de veces) para tapar sus carencias y engatusar a los más predispuestos con la melaza melódica que complementa el popurrí anterior, en un patético intento de desviar la atención sobre su pobrísima narrativa al modo de la estrategia del calamar.
Unos auténticos charlatanes de Feria y vendehúmos.
¿Quién narices ha sobrevalorado ST? ¿Quién ha dicho que sea una serie ni siquiera notable? La peña que se ha empalmado con ella es la que encontró en su visionado exactamente lo que buscaba: nostalgia más o menos facilona. Punto. El problema es que hay gafapasta pedantes como tú que la critican por cosas que la serie no prometía, ni la crítica y el público han dicho que tenían.
8,9 en IMDB y 8,0 en FilmAffinity, probablemente las webs más populares de cine. Antes de dedicarme epítetos que no me corresponden analiza la serie. No es que prometiera ser The Wire, pero no vale con colocar tropecientos guiños sin ton ni son y olvidarse del armazón narrativo. Eso es estafar, simple y llanamente. Critico en cuanto ávido cinéfilo y seriéfilo que soy. Dicen que tiene confirmadas 5 temporadas, sinceramente no sé qué van a contar si no es cagarla más todavía.
Tienes la opción de no verla si te sientes estafado. Tras 16 capítulos ya deberías haberte dado cuenta, subnormal. Si no te llega el intelecto ya te lo digo yo: no te gusta y te sientes engañado, no sigas mamando lefa. Basta. Ya.
Totalmente de acuerdo con «Zascandil», es tan previsible que tras subirse al carro de un nuevo producto (serie, grupo de música..) se comience a denostarlo en cuanto suma demasiado adeptos que ya deja de sorprender, no falta serie relevante dónde no haya ocurrido esto (Perdidos, Breaking Bad, Homeland…). Se realiza un crítica con lupa, enfocándola en si sobran o no capítulos (sin conocerse el final de la trama para hacer tal valoración) y se realiza el típico ejercicio de autoflagelación deseando que una serie no se alargue, no vaya a ser que disfrutemos demasiado. Si realmente deja de gustar, siempre se puede dejar de ver, sin embargo, lo que suele ocurrir es que los mismos críticos la siguen viendo, en otra muestra de masoquismo siguiendo algo que no les gusta. Incluso los elementos que se ensalzaban al inicio como los que le daban identidad a la serie se convierte en foco de crítica, definiéndolos como cansinos, repetitivos y previsibles. Finalmente estas series sobrevivirán o no por sus adeptos, si siguen convocando a sus seguidores tendrán una larga trayectoria y me atrevería a decir que en ese sentido Stranger Things no sufre de momento ningún tipo de amenaza.
Es que lo que se ha alabado desde el principio de ST es que eran un fan service tremendamente efectivo y disfrutable. Que la peña le ponga un 9 en filmaffinity no significa nada, habida cuenta de que le pone dieces a El imperio contraataca o El caballero oscuro. Salvo que para una persona páginas de ese estilo sean una referencia real a la hora de establecerse un canon cinematográfico o seriefilo. Que yo sepa no ha ganado ningún premio de peso de la industria, la gente no dice a la que le gusta nunca la ha comparado con los tótems del medio, ni la crítica «especializada» la ha definido como algo que no era. Pero nada, aquí cada loco con su tema.
Yo no necesito acudir a dichas webs para valorar una serie o película, pero como indicadores mundiales son válidos ya que se nutren de millones de opiniones de todo el mundo. Los premios tampoco son un baremo demasiado fiable, solo hay que ver el palmarés de los últimos 20 años de los Óscars o la repetida postergación que sufrió The Wire en los Emmy.
Yo no creo que sean demasiado fiables, pero oye, cada uno tiene sus referentes. Yo insisto en que no he leído ninguna crítica que la sobrevalore, ni ningún comentario que diga que es algo que no es. Pero indignarse por problemas diletantes (e imaginarios) del primer mundo es una decisión muy respetable.
Personalmente, es una buena serie, que sus propios fans han ido haciendo daño hasta el punto de eclipsar la propia serie. No tengo mucha fe en esas 5 temporadas si la gente se dedica a venderte la serie como si fuera la panacea.
Disfruté como un enano la primera temporada, pero en el momento que se confirmó la segunda temporada, la duda fué más que evidente. Ya que la primera temporada se cierra así misma. Uno solo se podía esperar lo peor de esta segunda temporada, y al final en mi opinión, no ha sido tan mala.
El mayor acierto ha sido sin duda el distribuir la trama entre los otros personajes, ya que Mike y Eleven no daban más de sí (como se ha visto en el capítulo 7). Los primeros capítulos son entretenidos y captan la atención, pero está claro que cuando todo se complica (aparecen los bichos), todo huele a refrito y es lo mismo que hemos visto centenares de veces.
Pero claro, sí ahora dicen que van a meter 5 temporadas… más vale que nos ahorremos las críticas. Ya que sí continuamos viendo la serie será exclusivamente bajo nuestra propia responsabilidad.
¡Hola!
Comparto muchos de los puntos de este análisis. ‘Stranger Things 2’ no me ha gustado, pese a tener momentos emocionantes, principalmente por esos nuevos personajes que no aportan absolutamente nada y algunas subtramas (como la del conspiranoico) que sirven de relleno. Y el séptimo capítulo es lo peor, sin duda.
Bueno teniendo en cuenta que el autor ya pidió que no se hiciera la segunda entrega y aquí ratifica que no ha cambiado de opinión. Desde la distancia sigue siendo una gran serie y si seria tan fácil todos se pondrían a hacer series ochenteras sin más. El tiempo dirá donde queda Stranger Things, pero me da que cuando pase la vorágine mediática tendrá su puesto top en la historia
No creo que la cuestión sea si el primer disco es mejor que el segundo, si no, que si estos discos merecen un comentario tan sesudo. Es una serie de ficción fantasiosa, ambientada en los ochenta y protagonizada en gran parte por niños. Me parece que con estas premisas, que la serie se deje ver ya es todo un éxito jajaja.