Que el canadiense Denis Shapovalov iba a ser uno de los nombres propios de la temporada 2017 quedó claro desde el mismo mes de febrero. Con apenas diecisiete años, Shapovalov fue elegido por su país para disputar la primera ronda de la Copa Davis ante Gran Bretaña. Es cierto que la baja de Milos Raonic por su enésima lesión dejaba un hueco en el equipo canadiense, pero que ese hueco fuera ocupado por un adolescente sin apenas resultados en el circuito ATP no dejaba de ser una muestra de confianza más que arriesgada.
Y es que, por entonces, Shapovalov no era sino el 247º jugador del mundo, un chico que intentaba abrirse un hueco en challengers y futures de la ITF, algunas veces con más éxito que otras. Como buen novato, era capaz de lo mejor y de lo peor: en todo 2016 solo había jugado cuatro partidos a nivel ATP: ganó dos y perdió dos. Ahora bien, una de esas victorias fue en el Masters 1000 de Toronto, ni más ni menos que ante Nick Kyrgios, por entonces el número diecinueve de la clasificación ATP. Su idilio con la Copa Davis empezaría poco después, en septiembre, cuando le llamaron para completar el equipo que tenía que encargarse de devolver a Canadá al Grupo Mundial, la primera división del tenis internacional. Shapovalov solo jugó un partido de individuales, ante Christian Garín, el prometedor jugador chileno, y lo ganó. Para entonces, Canadá ya había sentenciado la eliminatoria pero algo vería el capitán Martin Laurendeau para volver a confiar en él al año siguiente.
Aquella convocatoria de Canadá tenía algo de extraño: en ausencia de Raonic, el liderazgo cayó en manos de Vasek Pospisil, un jugador limitado que, no obstante, fue capaz de imponerse a Kyle Edmund y a Daniel Evans y mantener la eliminatoria viva hasta el último partido. Los otros dos compañeros de Shapovalov eran Peter Polansky y Daniel Nestor, un veterano jugador de dobles de cuarenta y cinco años, es decir, veintiocho más que Denis.
Para ese quinto y definitivo partido, Laurendeau bien pudo guardarse las espaldas y meter a Polansky en vez de al adolescente… pero algo le dijo que, más allá de la victoria o la derrota puntual, había llegado el momento de que Shapovalov se curtiera de verdad en la alta competición, que supiera lo que era la presión de defender a su equipo en casa en una situación límite. Pocos dudan de que Canadá será una de las potencias del futuro en esta competición, en cuanto Felix Auger Aliassime dé el paso adelante que todos esperan —solo tiene diecisiete años, uno menos que Shapovalov— y Raonic mantenga un mínimo de continuidad. Para consolidar ese futuro había que jugársela en el presente. Si Denis había sido capaz de ganar a Kyrgios en agosto del año anterior, ¿por qué no iba a poder hacer lo propio con Kyle Edmund?
Todas las expectativas se vinieron abajo pronto, cuando Shapovalov empezó a acumular errores no forzados y dobles faltas y cedió el primer set por seis juegos a tres. No fueron mejor las cosas en el segundo, que también perdió por 6-4… y el caos absoluto llegó nada más terminar el tercer juego de la tercera manga, en el que Edmund conseguía un nuevo break y dejaba a su equipo a solo cuatro juegos de la clasificación para cuartos de final. Shapovalov había vuelto a enviar una derecha larga, descolocada. Como buen jugador zurdo, al canadiense le gusta buscar ángulos y en ocasiones no mide bien los riesgos. La pelota se fue por casi medio metro y, frustrado, Denis sacó otra bola del bolsillo, la lanzó al aire y la golpeó con rabia hacia la grada.
Solo ese gesto ya le habría valido un warning, pero cuando uno está sin puntería, está sin puntería: la bola salió disparada de la raqueta de Shapovalov y en vez de caer con menos fuerza entre los aficionados le dio directamente al juez de silla en el ojo. Fue un momento dramático: el chaval se deshacía en sollozos en su silla mientras esperaba que el juez recuperara la compostura, anunciara la inmediata descalificación y, con ella, la derrota de Canadá en la eliminatoria. Como prueba de fuego, la cosa no podía haber salido peor.
La redención en Montreal
La evidente buena fe y el inmediato arrepentimiento de Shapovalov le evitaron una dura sanción. La ATP sabe lo que le conviene y en un momento de estancamiento absoluto del circuito, prescindir de una futura estrella era un riesgo innecesario. Con todo, cabía preguntarse si aquel chico, cuya acción había pasado por los medios de comunicación de todo el mundo, sería capaz de centrarse de nuevo en lo suyo y olvidar las burlas que le acompañarían en cada torneo a partir de ese momento. Una cosa era madurar y otra cosa era esto, un cursillo acelerado de cómo sobreponerse a las adversidades.
De vuelta al circuito de futures y challengers, Shapovalov dio muestras de su talento, ganando tres torneos… pero también de su inconsistencia. Por ejemplo, en tierra batida no se podía contar con él, una carencia habitual e inexplicable en los jugadores norteamericanos. Intentó clasificarse para Roland Garros pero perdió a las primeras de cambio. Solo el cambio de superficie a hierba, modificó de paso el ánimo del canadiense. En el prestigioso torneo de Queen’s, cuando aún luchaba por entrar en el top 200 de la ATP, logró pasar las rondas clasificatorias y «vengarse» de Edmund en primera ronda.
No era una victoria cualquiera: Edmund no era Kyrgios, pero era un excelente jugador, era el rival que le había desquiciado en la Copa Davis y además jugaba en casa, en Gran Bretaña. Aquello tenía un punto de reivindicación, de «ojo, conmigo, que estoy aquí y voy en serio» que se consolidó cuando en la siguiente ronda llevó a Tomas Berdych, uno de los mejores jugadores sobre hierba de la última década al límite antes de ceder en tres disputadísimos sets: 6-7, 7-6, 5-7. La organización de Wimbledon le regaló una wild card que desaprovechó cediendo en primera ronda contra el polaco Jerzy Janowicz en cuatro sets. Shapovalov acababa de cumplir dieciocho años y se prometió a sí mismo que las cosas iban a cambiar para siempre.
El verano de 2017 pasará a la historia de la ATP como uno de los más extraños de las últimas temporadas: después de Wimbledon, hasta cinco jugadores del top ten decidieron hacer un alto para descansar hasta el año siguiente: Novak Djokovic, Andy Murray, Stan Wawrinka, Kei Nishikori y Milos Raonic. Los cuadros quedaron más abiertos y a los jugadores más jóvenes no les quedó más remedio que tomar el relevo que llevaban tantos años retrasando. Fue el verano de la explosión de Alexander Zverev, que pasó de ser el jugador más prometedor del circuito a ganar dos Masters 1000 y colocarse como número tres del mundo. Fue también el verano del primer gran título de Grigor Dimitrov, en Cincinnati, después de ocho años esperándole.
Un verano en el que, por un momento, pareció que las cosas podían cambiar en el circuito y que los treintañeros acabarían cediendo el poder. Un espejismo, vaya. Nadal arrastraba molestias en la rodilla, como casi siempre, y Federer se lesionó la espalda en la final de Montreal. No parecía quedar nadie de la vieja guardia y Shapovalov bien que se aprovechó de ello: en julio se impuso en el challenger de Gratineau y llegó a semifinales en el de Granby, ambos en Canadá. Instalado por fin entre los ciento cincuenta mejores jugadores del mundo, llegó su gran momento de gloria: el Masters 1000 de Canadá, esta vez disputado en Montreal.
Si un año antes había sorprendido a los expertos derrotando a Kyrgios, lo de 2017 sería un escándalo de juego y carisma. Aquel chico rubio, con cara inocente y angelical y pelo largo a lo cantante de Hanson, se transformó en una auténtica bestia sobre la pista para deleite de sus compatriotas. Shapovalov había mejorado su saque lo suficiente como para que no fuera una rémora, sobre todo en el apartado de las dobles faltas. Su derecha era demoledora y su capacidad para defender los puntos, desconocida hasta ese instante. Con todo, lo que más sorprendió fue la fiabilidad de su revés. Un revés a una mano, algo que no se veía en un zurdo de élite casi desde los tiempos de Thomas Muster.
Su consagración llegó precisamente frente a Rafa Nadal, ya camino del número uno del mundo, en octavos de final. Shapovalov había derrotado en la ronda anterior a Juan Martín del Potro, que no es poca cosa, pero ante el español demostró una confianza mental y una madurez impropias de su edad: después de perder el primer set consiguió forzar el tercero y llevar el partido al tie-break a base de lucha y entrega. Cuando Nadal consiguió una ventaja que parecía definitiva, Shapovalov no se rindió y empezó a tirar reveses a la línea como un hombre poseído por una fuerza superior. El estadio se venía abajo y el chico rubio gritaba, saltaba, lloraba esta vez de alegría. La redención, por fin, se había completado.
La magia del US Open
El triunfo ante Nadal le devolvió a las portadas de los informativos aunque esta vez por su talento y no por su torpeza. Ya casi nadie recordaba que ese mismo chico era el que había puesto en juego su carrera seis meses antes. La aventura canadiense acabó en semifinales, donde perdió contra Alexander Zverev, posterior campeón del torneo, un duelo que probablemente veremos muchas veces en los próximos años si las cosas no se tuercen. Pese a subir al puesto 69 de la ATP, tuvo que jugar la clasificación para el US Open por cuestión de plazos. En sus tres partidos solo cedió un set.
Y así, Shapovalov se plantó en Nueva York como si fuera un veterano. No es que se le considerara un favorito al título, pero sí a dar más de una sorpresa. En primera ronda, se impuso a otra joven promesa, Daniil Medvedev, en tres sets. En segunda, desarboló al francés Jo-Wilfried Tsonga, número doce del mundo, también en tres mangas. La tercera ronda le enfrentaba, de nuevo, a un viejo conocido, el británico Kyle Edmund. Edmund se impuso en el primer set pero acabó retirándose en el cuarto cuando ya tenía el partido perdido. Shapovalov ya estaba en octavos de final de un Grand Slam y a nadie parecía sorprenderle. Su rival, el español Pablo Carreño, un buen jugador de tierra batida aún con mucho por demostrar en pistas más rápidas.
Puede que el canadiense acusara el cansancio o puede, simplemente, que la experiencia de Carreño fuera un intangible decisivo. El caso es que los tres sets disputados se fueron al tie-break, en los tres pudo ganar Shapovalov… pero en los tres se impuso el español, que acabaría llegando a semifinales antes de perder con Kevin Anderson. El US Open más barato de los últimos tiempos. La ovación que se llevó Shapovalov fue memorable. El público neoyorquino algo sabe de esto y vio cómo el futuro se iba de la pista con una mezcla de alegría y tristeza junto a algo parecido al agotamiento: demasiados partidos seguidos, demasiadas emociones. Para cerrar el círculo, apenas una semana después, Denis ya estaba disputando el play-off de permanencia en la Copa Davis ante la India. Ganó sus dos partidos y dejó a Canadá en el Grupo Mundial.
Afianzado entre los cincuenta primeros del mundo, el jugador más joven en conseguirlo desde Rafa Nadal en 2004, había llegado el momento de descansar… pero a estas alturas eso ya era imposible.
El reto de la nueva generación
De repente, todos los torneos querían a Shapovalov. Todos los patrocinadores estaban dispuestos a poner un extra bajo la mesa… pero aquello era absurdo. «Lo único que quiero es acabar de una vez la temporada», afirmó el jugador en medio de una horrible racha de resultados que incluyó sendas derrotas en primera ronda en Shanghai y Antwerp y en segunda ronda en París. Una sola victoria desde su exhibición en Nueva York. En medio, la invitación de Roger Federer y John McEnroe para disputar la Laver Cup con los mejores del mundo, como uno más. Difícil que olvide esa semana en muchísimo tiempo, pese a solo jugar un partido —ante Zverev— y perderlo.
Después de Bercy, lo normal habría sido volver a casa, desconectar de todo, marcharse de vacaciones una temporada y regresar tranquilamente a los entrenamientos… pero aún tenía que cumplir con un último trámite: las «NextGen Finals» que organizaba por primera vez la ATP. La idea no era mala: reunir a los ocho mejores jugadores de menos de veintiún años en Milán y enfrentarles como si se tratara del Masters de toda la vida. El tenis masculino necesita de nuevos valores y el torneo surgía como un premio y a la vez como un escaparate.
El problema fue que a esas edades es difícil competir después de diez meses ganándose el pan. Estos chavales no pueden elegir sus calendarios, se limitan en buena parte a jugar donde les dejan para conseguir puntos lo más rápido posible y ascender en el ranking. Es normal que al llegar noviembre estén todos pasados de rosca. Además, el principal representante de la generación del futuro, el ubicuo Zverev, declinó la invitación para centrarse en el Masters de verdad, el de los mejores del mundo. El formato tampoco era demasiado atractivo y desde luego poco intuitivo: partidos al mejor de cinco sets pero en el que cada set lo ganaba el primero en llegar a cuatro juegos. En caso de empate a tres, muerte súbita.
Si la ATP no se tomaba en serio su propio torneo, era difícil que los demás le prestaran demasiada atención. Sin Zverev y con Shapovalov agotado —solo pudo ganar uno de sus tres partidos de la fase previa, ante el italiano Quinzi—, la repercusión mediática del evento fue más bien escasa. Probablemente, a todos nos habría gustado ver partidos de verdad, con las reglas habituales. Nivel había para ello: Jared Donaldson, Borna Coric, Hyeon Chung, Karen Khachanov, Andrei Rublev… todos han rayado a muy alto nivel a lo largo del año. Con las inconsistencias propias de la edad, pero aprovechando el vacío que ha quedado en el circuito con las abundantes lesiones de los mejores jugadores.
Al final fue el coreano Chung el que se llevó el triunfo ante Rublev. Los que llevamos años siguiendo a ambos jugadores por challengers de todo el mundo no podemos sino sentir un cierto orgullo de verles ahí. Los dos parecían destinados a quedarse en nada después de un 2016 francamente mejorable, pero ambos han conseguido rehacer su carrera. El ruso, sin ir más lejos, logró ser cuartofinalista en el US Open. Frente a la enorme decepción que ha supuesto la generación de los primeros noventa, estos chicos parecen ir más en serio. Habrá que añadirles en los próximos años al mencionado Auger y a los españoles Nicola Kuhn y Alejandro Davydovich, aparte de a alguna promesa del este aún por explotar o algún estadounidense que logre salirse del patrón servicio-derecha. En ese sentido, Tommy Paul pinta bastante bien, y nunca hay que descartar a Francis Tiafoe, aunque parezca estancado.
De todos ellos, es difícil no destacar de nuevo los nombres de Zverev y Shapovalov. Uno ya ha llegado y todo apunta que para mucho rato. El otro está en el camino. Puede que el año que viene sea el de su paso definitivo a la élite y puede que necesite aún un tiempo para digerir todo lo hecho y volver con más fuerzas, como le ha sucedido a Rublev. Imposible saberlo. Son, en cualquier caso, de las pocas alegrías dentro de un año desastroso para el tenis masculino. Un año en el que, sin jugar desde julio, Stan Wawrinka ha acabado el séptimo de la clasificación mundial y en el que Federer y Nadal se han repartido los grandes títulos como si de 2006 o 2007 se tratara pese a sumar sesenta y siete años entre los dos.
La vuelta de Djokovic, Murray y el resto de estrellas nacidas en los ochenta supondrá una nueva revolución: la coexistencia de los dos grandes dominadores, sus supuestos sucesores, los que han asomado la patita tímidamente en 2017 y los que están llamados a asaltar los cielos a poco tardar. Es complicado que 2018 sea peor año que el que estamos a punto de cerrar salvo que uno sea un fan irredento de Roger o de Rafa. La progresión de Shapovalov será una de las claves a tener en cuenta. No olviden ese nombre.
Buenos días.
A primera vista, la imagen que ilustra el articulo es de Alexander Zverev.
Un saludo.
El último párrafo del artículo da en el clavo. A los que somos incondicionales de Rafa y Roger nos ha parecido un año estupendo; a cualquier aficionado imparcial al tenis 2017 le habrá parecido una pérdida de tiempo. No hay otro deporte más estancado.
Soy un incondicional del tenis, pero en los últimos años el pádel se está llevando a una gran parte de la afición. Quizá sea la novedad, pero ha decir verdad el pádel es un deporte más «moderno», con ello quiero decir que es más atrevido y con una clara vocación al espectáculo
Desafortunada descripción de Carreño como «un buen jugador de tierra…». Sólo mirar al ranking (#12 en Us Open) y resultados creo merece una descripción más respetuosa.
Además, un 2017 con tanta incertidumbre, con el nivel sublime de Nadal y Federer, y con semejante Australian Open no se puede calificar de malo.
Dicho esto, gran artículo.
2017 un año malo? Federer ha jugado como nunca, o como siempre, solo que este año Djoko no estaba y a Nadal por fin le ha pillado el truco de cómo jugarle, además de que ha evitado la tierra que es donde Nadal le vapuleaba.
Que manía de querer apuntarse tantos los periodistas con jugadores tan jóvenes.
Siempre se está buscando al siguiente Nadal, Novak….. Como si saliesen jugadores así cada año.
El citado Felix Auger Aliassime será muy bueno, pero de ahí a que gane algo dista una eternidad. Una cosa es tener buena técnica, saque o lo que sea. Pero instalarse en la élite es una labor titánica.
Se podrían poner mil ejemplos. Citaría a Nalbandian. Pocos jugadores de los últimos 20 años han tenido ese talento. Pero ganó muy pocas cosas importantes porque la alta competición requiere un compromiso del 100%.
A todo esto, grandísimo artículo, como siempre.
Si alguien sabe de algún otro medio español que haga artículos así sobre tenis que por favor lo comparta.