David Simon es un tipo listo. En 2008 se emitió la última temporada de The Wire. Por entonces ya empezaba a consolidarse un amplio consenso crítico en torno a las cualidades excepcionales que la convertían en algo único. No era poca cosa, porque también acababa de terminar The Sopranos, la serie que cambió el panorama televisivo para siempre. The Wire no fue tan exitosa como The Sopranos, pero dice mucho de su impacto el que, ya entonces, se empezase a hablar de ella como una firme candidata a ceñirse la corona de mejor serie dramática de todos los tiempos. En cualquier caso, ya nadie con dos dedos de frente la excluiría de los primeros puestos de cualquier recopilación de las mejores series. Los elogios hacia The Wire han sido tantos y tan constantes que algunos se atreven a decir que ensalzarla es un síntoma de esnobismo. Tonterías, claro: eso es como decir que ensalzar a Bach es un síntoma de esnobismo. No, no lo es. Es una simple constatación de su grandeza evidente.
Las anteriores creaciones de Simon habían sido también muy buenas, pero menos vistas. Con el tremebundo prestigio que le dio The Wire, sin embargo, parecía que habían caído sobre él dos condenas. Primero, que la crítica y una parte del público estarían siempre esperando que escribiese otra The Wire. Segundo, como corolario, que cualquier otra serie suya sería examinada con lupa y sufriría de la inevitable comparación con su obra magna. Simon hubiese cometido un enorme error intentando ceder a esa presión, pero estoy convencido de que sabía que The Wire era algo que ni siquiera él podía repetir. Era lógico. Hablamos de una serie donde volcó todas las experiencias y conocimientos que había acumulado durante años como reportero, que incluían un extenso conocimiento de las calles y del trabajo policial. Para colmo, era un canto muy emocional y casi fúnebre a su ciudad, Baltimore, cosa que también es difícil intentar reproducir en otra serie sin que parezca forzado. Simon entendió que repetirse podía equivaler a encasillarse, y decidió quitarse de encima el peso de las expectativas pariendo Treme, que casi parecía un planeado «¡Jodeos!» hacia quienes le exigían continuar en la misma línea. Aún recuerdo algunos artículos que leí en la prensa española, escritos con tono de cierta estupefacción, que lucían titulares como «¿Es Treme la nueva The Wire?». Pues no; ni lo era, ni tenía intención de serlo. David Simon estaba dejando claro que no pensaba dejarse encarcelar en un esquema preconcebido, algo que quizá les funciona a otros showrunners, pero que no parece idóneo para el tipo que se atrevió a centrar cada una de las cinco temporadas de The Wire en un tema distinto, cambiando el protagonismo de casi todos los personajes. Otra serie suya, Show Me A Hero, quizá recordaba más a The Wire por momentos, pero tampoco la podríamos meter en el mismo saco.
Su necesidad de cambiar de registro, o más bien de evitar que los demás lo encasillemos, parece evidente. Aun así, hay una cosa que Simon no puede hacer, y es escapar de sí mismo. Todas sus creaciones tienen elementos estilísticos parecidos y una común preocupación por temáticas de corte social, asuntos sobre los que vuelve una y otra vez. Hasta fenómenos concretos como la famosa «gentrificación», el desplazamiento de las clases humildes que estaban viviendo en barrios ahora reconvertidos en oasis pequeñoburgueses o comerciales, asoman constantemente en su trabajo. Simon no quiere repetirse, pero tampoco abandona aquellos temas que son importantes para él, y sus fijaciones personales resultan fáciles de detectar. Nunca lo ha negado, y de hecho se empeña en que sus series deben enviar un mensaje. En su última creación, The Deuce, es todavía más fácil reconocer esos elementos típicos de Simon, empezando por la preocupación hacia problemáticas de corte social, siempre vistas desde la perspectiva de individuos de diversa índole, cuyas vidas no necesariamente se cruzan; muchos de los personajes de sus series ni siquiera se conocen entre sí por más que vivan en un mismo barrio. Lo único que suelen tener en común es que todos juegan un papel particular en la tragedia humana. En The Deuce, los temas principales son la prostitución y el desarrollo de la industria pornográfica en el Nueva York de los años setenta, aunque, como era de esperar, hay comentario para muchas otras cosas. Que nadie espere algo tan artificioso como Boogie Nights.
Es curioso que algunos hayan criticado The Deuce por centrarse «mucho» en el porno (supongo que lo que ha molestado a los más conservadores son las secuencias de homosexualidad), cuando las escenas sobre la industria pornográfica han sido, de momento, bastante escasas. De hecho, trata sobre el negocio del sexo, pero hay menos sexo que en Juego de Tronos. O, por lo menos, no hay más. Sí aciertan quienes dicen que esta es su serie «más The Wire» desde The Wire, porque es la que más elementos similares tiene en su argumento: marginalidad, pobreza, violencia, droga, corrupción política y policial, los sinsabores de la clase obrera y la omnipresente gentrificación, pero, además, y más relevante aún, muchos de los mecanismos típicos de Simon como narrador están ahí, tanto los que se mantuvieron en otras series como los que habían desaparecido. ¿Es The Deuce la nueva The Wire? No; ni creo que llegue a serlo, ni la comparación tiene sentido, pero sí hay algo que ha quedado claro: David Simon continúa en forma y sigue siendo el mismo de siempre. Nunca ha decepcionado, y no va a empezar con The Deuce, que tiene todos los mimbres para convertirse en una de las grandes series del año.
Es una serie coral; tiene un par de protagonistas principales, pero todos y cada uno de los secundarios son desarrollados en su justa medida. Esto también es muy típico de Simon; no le gusta el relleno, y se preocupa de que cada rostro termine adquiriendo una significación para el espectador, en la medida que corresponda. Quienes piensan que sus series son lentas, probablemente no están prestando la suficiente atención. No ha escrito todos los episodios, pero no me cabe duda de que ha revisado concienzudamente todos los guiones, porque los detalles 100% Simon aparecen por todas partes, ya los haya añadido él, ya los hayan escrito los otros guionistas bajo sus indicaciones. Por ejemplo, está su típica táctica de no terminar las escenas donde lo harían otras series; muchas veces, después del «desenlace» de la escena de turno, algún personaje dice una frase —humorística o inesperada— que rompe con el clímax alcanzado. Esta es una de las cosas que hicieron que The Wire pareciese casi un documental: el espectador nunca podía estar seguro de cuándo había terminado una secuencia o un diálogo, y los personajes reaccionaban «saliéndose del guion», como cuando un actor de teatro suelta una frase que descoloca momentáneamente al público. Lo mismo sucede al ver la naturalidad con la que sus personajes se mueven en contextos que para la mayoría de nosotros son anormales.
Esa sensación de tridimensionalidad, de que lo que vemos está vivo y por tanto hace cosas que nos sorprenden, es una de las grandes cualidades de Simon y aparece a raudales en The Deuce. Muy, muy pocos escritores de series dramáticas consiguen algo parecido. Si pensamos en HBO, David Chase lo hizo, aunque no con tanta intensidad, en The Sopranos. Otro David, Milch, lo hizo también en Deadwood. Pero Simon es, sin duda alguna, el rey de este recurso. Otra característica típica en él es que no hay una secuencia en la que no se esté perfilando un personaje o situación; el flujo de información es constante, aunque la acción parezca dilatarse. Vemos un microcosmos de prostitutas, proxenetas, gente que trabaja en la noche, obreros, policías… y cada cual recibe su parcela de atención. Vemos sus motivaciones, sus aspiraciones, sus circunstancias, aunque de cara al resultado final sean peones sin mucha importancia. Muchas veces, un personaje hace o dice cosas que no necesariamente aportan avance argumental alguno, pero que sí son valiosas para que ningún secundario parezca un maniquí con diálogos previsibles y preconcebidos que sirvan solo de apoyo al lucimiento de los principales. Son estas cosas las que un día se enseñarán en las escuelas de guion, si es que no las enseñan ya, y que harán que en el futuro haya más guionistas y showrunners que enfoquen sus series como lo hace Simon.
Con su proverbial habilidad para pintar retablos y para encaminar hacia su estilo a quienes los pintan junto a él, nos va envolviendo en ese universo particular de las calles neoyorquinas («The Deuce» es como apodaban a la Calle 42), acercándonos a los personajes como si los estuviésemos viendo por un microscopio, hasta que la sensación de familiaridad es total. El bagaje de Simon como reportero de la vieja escuela sigue notándose mucho. No es un columnista, no trata de hacernos tragar su moralina de primeras, sino que va soltando píldoras para que el espectador forme su propio juicio, pero siempre en torno al mensaje que él cree debe enviarle. Un ejemplo: en una escena, una periodista le pregunta a un experimentado policía sobre los motivos que las mujeres de la calle pueden tener para ejercer la prostitución y someterse a la dictadura de los proxenetas. En vez de soltar alguna sentencia, el policía responde: «Yo tampoco lo entiendo. Cuando lo averigüe, dígamelo». En un capítulo posterior, otra mujer pregunta lo mismo, pero obtiene otra respuesta muy distinta, que choca con todo lo que ella piensa sobre el mundo. Así, el espectador nunca puede dar nada por seguro. En efecto, el guion nos muestra a diversas prostitutas, pero no se toma la licencia de meterlas a todas en el mismo saco, y vemos que tienen diferentes motivaciones para hacer lo que hacen. No todas afrontan la misma situación desde la misma mentalidad, y lo mismo sucede con los demás implicados. No hay blanco o negro. Si recuerdan, en The Wire salían personajes que nos parecían detestables mientras ejercían una profesión, pero que se convertían en personas admirables cuando cambiaban de trabajo. Y personajes que cambiaban de una escena a otra, porque nadie es igual las veinticuatro horas del día. En The Deuce, los seres humanos hacen lo que pueden según su situación, y en el momento en que de verdad son capaces de elegir, unos optan por el bien y otros, por el mal. Y otros, sencillamente, van basculando según las circunstancias.
The Deuce está parcialmente basada en la realidad, pero no intenta ser un reportaje. Como dice el propio Simon, los acontecimientos narrados «pudieron haber sucedido, y de hecho algunos llegaron a suceder». Algunos personajes existieron, pero no todos. Los dos protagonistas de la serie son un camarero, Vince Martino (interpretado por James Franco, quien hace doble papel, pues encarna también a su hermano mellizo), y una prostituta llamada Eileen Merrell, cuyo apodo profesional es «Candy» (interpretada por la gran Maggie Gyllenhaal). El primero, llevado por su ambición, acepta trabajar para la mafia, regentando un garito nocturno en el que las camareras visten al estilo «conejita» de Playboy, lo cual empezará a acercarlo al negocio de la prostitución, del que nada sabe ni, en principio, quiere saber. La segunda, la única prostituta a la que vemos ejercer sin la vigilancia de un chulo, descubre un rodaje pornográfico por pura casualidad y empieza a interesarse por la posibilidad de trabajar en el cine X, entonces tan ilegal como la propia prostitución. Ambos actores protagonistas están fantásticos en sus papeles; James Franco hace un magnífico trabajo, pero la reina aquí, por ahora, es Gyllenhaal, a la que no me extrañaría ver en las quinielas de los próximos Emmy o Globos de Oro. Ella, más que nadie, va ganando enteros episodio tras episodio. A pesar de la enorme sutileza con la que encarna a Candy, consigue que nos hagamos una idea de su complejo mundo interior. El resto del reparto también raya a muy alto nivel. La preciosa Margarita Levieva encarna a Abby, una estudiante que se convierte en camarera para huir de su entorno burgués. Joven, librepensadora y moderna (con la valentía que conllevaba ser así de moderna en los setenta), se encuentra con un mundo que choca con su idealismo; un personaje que podría haber caído en el estereotipo en manos de una actriz menos hábil pero al que ella dota de gran profundidad. Lo mismo sucede con Dominique Fishback, que encarna a una ingenua prostituta pueblerina; Fishback, que es escritora y una vez hizo ¡veinte papeles distintos! en una obra teatral, le saca el jugo a su personaje sin necesidad de hacer ningún alarde. También hay calidad en los actores que interpretan a los chulos: Gary Carr encarna a C. C., un proxeneta encantador y galante (con una doble cara, como podrán imaginar). Y Gbenga Akinnagbe, a quien quizá recuerden como el lacónico sicario Chris Partlow en The Wire, hace aquí, con enorme maestría, de Larry Brown, un cabronazo brutal y amenazante pero que, de vez en cuando, tiene alguna reacción tan inesperada como hilarante. Dos personajes parecidos en perfil profesional, pero opuestos en carácter, que demuestran el rango de este actor. Simon, como de costumbre, llama a actores que ya han trabado con él. Otros rostros de The Wire son Chris Bauer, que allí interpretaba al atribulado sindicalista Frank Sobotka. También aquí hace de obrero sindicalista, pero con un enfoque muy distinto: su actual personaje, Bobby Dwyer, es mucho más extrovertido y no tiene aquel nubarrón trágico que parecía acompañar a Sobotka donde quiera que fuese. De nuevo, otro actor que, con un papel similar a primera vista, obtiene efectos opuestos e igualmente convincentes. Más caras familiares de The Wire: Lawrence Gilliard era allí D’Angelo Barksdale, el pandillero con cerebro, corazón y un sentido moral inadecuado para su oficio. Aquí es Chris Alston, un patrullero empático y observador, capaz de charlar con total confianza con los mismos delincuentes a los que ha de vigilar.
La ambientación es fabulosa; casi todo transcurre en un par de calles y locales, pero cada detalle ha sido cuidado con mimo. Apenas hay CGI, pero cuando lo hay es fantástico (como en la recreación de la Times Square de la época). El gusto musical de Simon sigue siendo exquisito. Los créditos iniciales no pueden ser más setenteros, ¡con canción de Curtis Mayfield incluida! Y en los créditos finales suena una increíble pieza instrumental de «Layafette Gilchrist», un pianista de jazz de, cómo no, Baltimore.
En definitiva, si era usted fan de The Wire, sepa que aquello nunca se repetirá, pero sepa también que The Deuce es una buena dosis de metadona. Ya hay confirmada una segunda temporada, y si hay alguien en la televisión que merece toda nuestra fe, ese es David Simon, así que sería incluso concebible que la cosa mejore aún más. Un drama de cocción lenta, pero poliédrico, que va desplegándose poco a poco, mostrando facetas nuevas en cada episodio. Si espera usted tiros por doquier o, al revés, melodrama a pozales, sepa que no encontrará mucho de ambas cosas. Ni mucha velocidad, ni cliffhangers con decenas de zombis o con dragones. Esto es drama, buen drama, del mejor drama que se está haciendo en televisión ahora mismo. Tampoco debe esperar sentirse confortable viendo que las cosas se ajustan a su políticamente correcta sensibilidad; prepárese para ser ofendido/a, es muy posible que, en más de un momento, las explicaciones para lo que ve no sean las que usted considera como verdades universales que se aplican siempre. En apariencia, The Deuce parece menos cruel que, por ejemplo, The Handmaid’s Tale. Pero The Handmaid’s Tale, siendo también muy buena, tiene un enfoque moral unívoco y claro, muy a lo Orwell; es una distopía en la que el mal está muy señalizado, muy compartimentado, y es unívoco. Tiene un enfoque moral con el que resulta fácil identificarse. The Deuce, en cambio, es como abrir un periódico de sucesos y pasar páginas; lo que vea no le gustará, y peor aún, no encontrará esa explicación que se solape con lo que ya pensaba, no recibirá ese reforzamiento ético que le haga sentirse más justo y más clarividente después de cada episodio. ¿Es fácil señalar a los malos en esta serie? En principio, sí. Pero ¿es fácil señalar qué es lo que está mal y por qué? No siempre.
Hasta el momento, no hay serie de David Simon con la que no haya disfrutado; si este es también su caso, amigo/a lector/a, no se pierda The Deuce, porque está hecha a su medida. Tiene «eso» que encontró en sus otras series, eso que hace de Simon un creador especial. Ni siquiera notará que hay episodios escritos por otros guionistas; es como cuando los Beatles hacían versiones de canciones que no eran suyas… sonaban a ellos igualmente. Aquí es exactamente lo mismo. Y, si nunca ha visto usted una serie suya, dele una oportunidad. Sé que para gustos hay colores: por ejemplo, conozco a gente que se aburrió con The Wire. No lo entiendo, pero, bueno, cada cual disfruta con lo suyo. Eso sí, sepan que la calidad está asegurada en cada secuencia, en cada frase. Cuando este tipo decepcione, seré el primero en lamentarlo, pero por ahora es uno de los reyes indiscutibles de la ficción televisiva. Quizá porque hace siempre lo que le da la gana, y lo que le da la gana es precisamente lo que él sabe hacer mejor.
Buena serie pero como bien apunta el artículo, por muy bueno que siga siendo David Simon (que lo es), nunca llegarán a darse las condiciones que alumbren una serie que aunque solo un poco se acerque a The Wire
Simon en sus trabajos dice lo que nadie en otras producciones se atreve, y eso gusta, o a mí me gusta.
David Simon es sinónimo de calidad, o hasta de genialidad. También es series menos conocidas como The Corner, o Generatión kill -recomendables- Sobre The Deuce coincido bastante con el autor del articulo, aunque también destacaría la fotografía, ese color de los 70.
No hay que olvidar que, antes de The Wire, Simon escribió del 93 al 99 «Homicide, life on the street» de la NBC, basada en su libro, otra SERIACA del más grande que tiene unos cuantos elementos en común con la posterior serie de HBO. La serie desmitificó por primera vez la figura del detective de homicidios en televisión.
Pingback: [Series & TV] The Deuce | LOS DE LA BICI
Y también aparece en el último episodio Clarke Peters, el gran Lester Freamon de The Wire, interpretando a un proxeneta retirado.
La verdad es que a The Deuce le cuesta arrancar, y eso ha echado a muchos para atrás, cosa harto incomprensible sabiendo que David Simon está a los mandos, y al final la serie eleva sus prestaciones y nos quedamos con ganas de más. Tampoco me convence James Franco, no está a la altura del resto del elenco, en especial cuando hace de hermano crápula.
Buena serie y con expectativas de que pueda convertirse en algo grande.