Qué racha llevamos, ¿verdad? Supongo que muchos compartimos una misma sensación: grandes iconos de la música están cayendo en serie, a una velocidad a la que quizá no estábamos acostumbrados. Es cierto, siempre ha pasado; porque la gente muere, los músicos también. Cada año, desde que tengo memoria, fallecen músicos importantes que no siempre son tan famosos, pero cuya pérdida es igualmente lamentable. Sin embargo, desde hace un tiempo estamos siendo testigos de algo que, creo, es nuevo. Estamos empezando a asistir a la desaparición progresiva de una hornada de músicos que no volverá a repetirse. Porque cuando las épocas pasan, su música se va con ellos; sí, podemos escucharla, pero ya será una obra cerrada. Vendrá algo distinto; peor o mejor, pero será otra cosa. No hubo otro Beethoven ni otro Verdi después de ellos; hubo discípulos, continuadores de una tradición, y hasta imitadores, pero ya no eran ellos. Tampoco hubo otro Louis Armstrong, ni otro Glenn Miller. No ha habido otro Elvis Presley, ni otro Chuck Berry, ni otro James Brown. Y no volverá a haber otro Prince, ni otro David Bowie, ni otro Lemmy, ni otro Chris Cornell. Puede que aparezcan músicos tan buenos, aunque los cambios en el negocio musical no me hacen ser optimista sobre el hecho de que alcancen la misma fama. Pero aunque salgan otros mejores no serán los mismos. No serán los nuestros. Y desde luego, por esa misma razón, nunca habrá otro Tom Petty.
Quienes vivimos hoy, salvo los más ancianos, nacimos y crecimos bastante después de que la época en que las grandes bandas de swing dominaban la radio se hubiese convertido ya en un registro en blanco y negro, del que tenemos noticia por los libros, las películas o los documentales, y por un puñado de grabaciones en las que oímos arenilla y aire. Podemos amar esa música, pero sería absurdo no admitir que es ya cosa de minorías. Sin embargo, a muchas personas de aquella generación les sorprendería saber que los jóvenes de hoy, en su mayoría, desconocen quiénes eran Duke Ellington, Benny Goodman, Artie Shaw, Bing Crosby, Count Basie, o los hermanos Tommy y Jimmy Dorsey. Nuestro mundo, al menos el de quienes ya no estamos en el instituto, ha tenido otra banda sonora; también llegada desde los países anglosajones, pero bajo otros ritmos y con otros nombres. Hemos vivido la era del rock, del blues, del soul, del funk, del jazz experimental, y de todos los riachuelos que han brotado de ellos. Ahora, lo que está sucediendo ante nuestros ojos, tan desagradable como inevitable, es el lento final de una época. Empiezo a imaginar la perplejidad de quienes conocieron la noticia de que la avioneta en la que viajaba Glenn Miller había desaparecido sin dejar rastro. ¿Cómo podía desaparecer del mundo, así por las buenas, el mismísimo Glenn Miller? Es decir, el tipo que había hecho bailar a todo el puñetero planeta… ¡la gente así no puede morir! Para nosotros, en cambio, Glenn Miller ha sido una página de la enciclopedia. Como Mozart, o Scott Joplin. Pero Tom Petty, aunque nos llevase a muchos años de distancia, era uno de nosotros. Porque, además, era más fácil percibirlo como alguien cercano que al galáctico Bowie o al divino Prince.
Petty era como nosotros porque quedó maravillado cuando vio a Elvis por la televisión: «Debemos darle las gracias a Elvis. Siendo un niño de once años en Gainesville, Florida, todo me quedó claro en ese mismo instante. Ser una estrella del rock, eso parecía un maravilloso trabajo. No estabas preparado para ver tu vida cambiar en un minuto; realmente tuvo esa clase de impacto. No fue como ver a Jesús, pero casi». Después, como muchos otros estadounidenses de su edad, Petty experimentó otra revelación cuando los Beatles aparecieron en el programa de Ed Sullivan. Los detalles de cómo nació y se desarrolló su pasión por la música son tan parecidos a los de muchas otras estrellas del rock que casi parecen haber sido planeados por un guionista, pero son auténticos. Esas cosas ocurren; a veces, millones de jóvenes en muchos países se sienten conmovidos, excitados o representados por un fenómeno imprevisto. Quienes vivimos el auge de Nirvana lo recordamos bien.
Es difícil explicarlo, pero la naturalidad es algo que se transmite y que resulta imposible de fingir. Veías a Freddie Mercury y no era alguien como tú. Era como un actor de Hollywood, alguien que parecía nacido para destacar bajo los focos; admirable, sin duda, pero hiperbólico. Como ver a Billy Idol. Veías a Bono, y siempre estaba haciendo una pose, como si cada actuación fuese una audición para entrar en un reality show. Veías a Depeche Mode y te parecían extras de Star Trek. Pero de repente aparecía Kurt Cobain en un videoclip, con la melena sobre la cara y un suéter de esos que tu madre te compraba y no sabías dónde esconder, y lo captabas: era uno de los tuyos. Un tipo normal. Con sus serios problemas, como supimos después, pero es que la gente normal también tiene esos problemas. ¿Una pose estudiada? Ni aunque así hubiese sido; en aquellos años era imperativo justo lo contrario: un músico de rock tenía que parecer un músico de rock. La pose proletaria y punk tenía un público, pero reducido, al que Nirvana seguramente pretendían dirigirse. Nadie pudo prever que Cobain iba a encontrar su público en toda una generación, pero es que no podías inventar un Cobain. Es irónico verlo hoy convertido en un icono a lo Jim Morrison, porque desprendía justo lo contrario de lo que Morrison proyectó en su momento. Tras el éxito de Cobain, hubo decenas de artistas que intentaron producir esa impresión, sin conseguirlo. Algunos tuvieron éxito, pero la pose no se la creyó casi nadie. Es más: intentar darse aires a lo Cobain era motivo de escarnio, y si no que se lo cuenten al cantante de Silverchair.
Pues bien, Tom Petty era de los nuestros. ¿Una estrella? Sí, porque vendía muchos discos y su cara aparecía en la televisión. Pero lo veías y parecía ser como tú, o como gente a la que tú conocías. Para muchos de nosotros resultaba fácil identificarnos con él porque, más allá del hecho de que era una estrella, siempre habló de sus ídolos como nosotros hablamos de los nuestros. Incluso después de haber formado un grupo con varios de sus iconos personales —los inolvidables Travelling Wilburys—, seguía mencionando a sus ahora compañeros de banda con la reverente candidez del niño que acaba de conocer a los Reyes Magos. Petty, como muchos de nosotros, creció en la era rock y amó esa música como algo propio. Fue como Paul McCartney, que no necesita más dinero, ni más fama, ni más prestigio, y que podría dedicarse a aburrirnos con adaptaciones de poemas acompañados de música de funeral, pero que a sus setenta y cinco años sigue haciendo conciertos rockeros de dos horas y media… porque es lo que le gusta hacer. A partir de cierta edad, es fácil ceder a la tentación de jugar la carta del «artista maduro» que ha dejado atrás los estilos más fogosos y exigentes de su juventud. Puedes bajar el pistón, y la crítica te alabará por ello. Sin embargo, quien sigue en sus trece es que lo hace por amor. Es otra de esas cosas que un artista no puede fingir. Tom Petty nunca necesitó fingirlo, porque todos teníamos claro que amaba lo suyo. Lo más desconcertante es que estaba en muy buena forma; si escuchan sus últimos conciertos, comprobarán que suenan vibrantes, que se percibe el entusiasmo en cada canción. Tenía sesenta y seis años, pero no dio motivo para pensar que se acercaba el final. Esto es lo peor de todo. Pero bueno, también Prince parecía en buena forma. La vida es así. No podemos elegir cuándo acaba; con suerte, podemos elegir cómo vivirla. Y solo a veces.
Tom Petty siempre se mantuvo fiel a sus influencias, fiel a sí mismo. En Estados Unidos fue siempre enormemente popular, y creo que la magnitud que tuvo allí es difícil de captar desde Europa, aunque también aquí fuese un rostro conocido. Gozó del éxito durante toda su carrera. Salvo sus dos primeros álbumes, todos entraron en el top 20 de las listas estadounidenses. Incluso un disco como The Last DJ, que no funcionó bien en sus mercados extranjeros más propicios (era raro verlo pinchar en el Reino Unido), fue número nueve en su propio país, y en una época en que triunfaban Eminem, Creed o Shania Twain. Las radios norteamericanas estaban obsesionadas con la música de Tom Petty. Su música, además de buena, era increíblemente radiable. Canciones como «American Girl», «Free Fallin’», «Breakdown», «Don’t Do Me Like That», «Refugee», «Mary Jane’s Last Dance», «The Waiting», y unas cuantas más, tenían esa cualidad melódica tan particular que los pinchadiscos de las emisoras americanas buscaban, pero sin sonar vacuas o fáciles. Fue un artista muy norteamericano, pero su obra destellaba reflejos británicos con frecuencia, y sobre todo al principio; apenas sorprende, pues, que obtuviese repercusión en las islas británicas incluso antes de despegar en casa.
En el Reino Unido, «American Girl» y «Anything That’s Rock’n’Roll» captaron la atención y posibilitaron una gira, meses antes de que su disco de debut, Tom Petty and the Heartbreakers, empezase a dar que hablar en Norteamérica. Y como digo, tenía esa vibración especial que funcionaba tan bien en las radios. Salvando las distancias (Petty fue mucho mejor), es como cuando The J. Geils Band dieron el bombazo con «Centerfold». No es exactamente una canción pop, y desde luego no deja de sonar a rock, pero tiene ese toque indefinible. Puede gustarle a muchos oyentes que no son rockeros. Y uno puede imaginar a Petty cantándola, como pasaba con muchas canciones de Bruce Springsteen o de John Mellencamp. Esa clase de músicos, más norteamericanos que los aros de cebolla, pero que tenían una varita mágica para lo comercial, y sin necesidad de traicionar sus instintos artísticos. Esta habilidad de Petty para «obligarnos» a que nos gustase su música, me parece fascinante. Todos podemos nombrar a artistas que se han «vendido», acomodándose a lo que creen demanda el comprador, pero hay otros que, como Petty, han triunfado a la vez que su música seguía transmitiendo una inconfundible aureola de autenticidad. Y eso requiere un enorme talento. Ahora es fácil olvidar que a Petty se lo menospreció alguna que otra vez, al menos por parte de la crítica, porque tenía mucho éxito. Poco importaba que también hiciese canciones menos conocidas tal vez, pero… ¿qué me dicen de esto?
Por si fuera poco, era un tipo humilde. Warren Zanes, autor del libro Petty: The Biography, contó con la colaboración del propio Tom. Sin embargo, cuando se le sugirió la idea de publicarlo como biografía «autorizada», Petty respondió: «Quiero que sea tu libro. Tú has firmado el contrato. Yo no soy quién para decirte lo que puedes escribir y lo que no». Y hablamos de un libro en el que Zanes revelaba, por ejemplo, que Petty había caído en un periodo de adicción a la heroína pasados ya los cincuenta años, algo de lo que los espectadores ni nos habíamos percatado. Siempre le preocupó el que algo así lo convirtiese en un mal ejemplo. Y eso que hay que rebuscar con lupa para encontrar algo parecido a un traspiés en su trayectoria. Siempre fue tremendamente honesto. En los ochenta, durante la gira de Southern Accents, adornaba el escenario con una bandera confederada. Es uno de los primeros detalles en los que he pensado cuando he sabido de su muerte, porque la casualidad ha querido que esté preparando un artículo sobre un asunto similar, relacionado con el mismo emblema. Tom Petty, como buen sureño, creció viendo esa bandera por todas partes, y el disco era temático sobre el Sur (en principio iba a ser una especie de ópera rock sobre los rebeldes confederados), así que ni siquiera pestañeó cuando la discográfica le sugirió usarla como motivo publicitario en la gira. Desde su punto de vista, no era más que una cosa folclórica propia del lugar en que había nacido, un detalle histórico que casaba con un disco que, aunque ya no era conceptual, tenía buena parte de temática sureña. «La bandera confederada», dijo, «era como el telón de fondo permanente del Sur». Sin embargo, conforme avanzaba la gira, se arrepintió. Empezó a darse cuenta del significado negativo que podía para algunas personas, por la relación entre rebeldes confederados y esclavitud (y el uso racista que hacen grupos como el Ku Klux Klan). Curiosamente, lo que le hizo abrir los ojos no fue ninguna protesta, sino justo lo contrario. Reaccionó cuando vio que cada vez más espectadores se presentaban luciéndola. Un día, alguien lanzó la confederada al escenario. Petty, en vez de ondearla, detuvo el concierto y dijo: «Esta bandera no representa lo que somos, así que preferiría que dejaseis de traerla a mis conciertos». Lo decía el mismo hombre que la usaba como telón. La mitad del público le aplaudió, la otra mitad abucheó. Pero la gente dejó de llevarlas, y Petty decidió quitarla del escenario durante el resto de la gira. Después, ni siquiera trató de buscar excusas, y dijo que escuchar a quienes planificaban el marketing había sido «una estupidez». No se le tuvo en cuenta, porque era imposible pensar que alguien como Petty quisiera ofender a nadie. No hablamos de Kid Rock precisamente. Petty tenía ideas progresistas, y protestó públicamente cuando el Partido Republicano, durante la campaña electoral de George W. Bush, usó una de sus canciones en los mitines. Petty envió una carta en la que amenazaba con emprender acciones judiciales si no dejaban de hacerla sonar. El equipo de Bush tuvo que buscarse otra banda sonora. No hace mucho, siguiendo su costumbre de proyectar fotografías de mujeres durante la interpretación de «American Girl», incluyó imágenes de una actriz transexual recientemente fallecida… el mismo día en que el infame Donald Trump anunció que quería prohibir la entrada de transexuales en el ejército.
Ahora, sin que lo esperásemos, Petty se ha marchado. De manera repentina, pero ahondando en una herida aún abierta, y haciéndonos temer en la sola idea de preguntarnos quién, de entre nuestros ídolos, puede irse a continuación. Y mejor no preguntárnoslo, sino disfrutar de la música de quienes ya no están. Es nuestra manera de mantenerlos vivos. Contemplen estas imágenes; aunque parezca mentira, son de hace apenas unos días. Viéndolas, ¿les da la sensación de que Tom Petty está muerto? A mí tampoco. Larga vida, maestro.
Discrepo que Petty fuera uno de nosotros. Que fuera familiar en ese sentido. No era histrionico ni llevaba supertacones o mallas fosforita. Era un músico de rock norteamericano. Tipos que llevan el rock en cada paso que dan. Y tantas cosas más que se resumen en carisma. Desde mi punto de vista Cobain no la tenía. Me guste o no su música. Petty, si. Y es lo que esperas de alguien como él.
Mas sensato, menos exagerado, más profundo, más real. Familiar, pero no alcanzable. Su defecto? Nunca tocó en España. Le echamos ya mucho de menos.
Como ha dicho Loquillo varias veces, y estoy totalmente de acuerdo, yo no quiero ver sobre un escenario a alguien como yo; yo quiero ver alguien diferente.
Pues yo quiero ver a alguien como yo que hace algo diferente que yo no puedo alcanzar: Tom Petty
Tiene razón, yo tampoco quiero ver a alguien como Loquilo, nunca he querido, de hecho.
No veo que menciones a The Byrds, su gran influencia
¿Cómo es posible escribir seriamente un artículo sobre Tom Petty sin mencionar ni una sola vez a Bob Dylan?
Buen artículo, pero faltan puntos y aparte. Aunque toda una vida de rock es difícil de resumir, demasiado extenso. Es un arte difícil.
Tom Petty nunca fue una super estrella del rock en nuestro país, más allá de éxitos contados. Pero los que buceamos permanente en el pasado del rock, aparece como musico de culto y en muchas referencias.
Buen tipo, coherente y fiel a su propio estilo
Buen recuerdo. Gracias
Siempre fue uno de mis músicos más admirados ya que adoro el rock estadounidense. A mí me dio la impresión contraria en el documental sobre el , le veía un poco arrogante pero como no lo vas a ser siendo tan grande como era. Tuve la suerte de verle a principios de los 90 en Carolina del Norte y la verdad que no me impactó mucho en directo pero tiene un cancionerotremendo. Si que es raro que no mencionen ni a Dylan ni a Mcguinn de donde Petty sacó su voz
Juan ortiz, eso de que Tom Petty es como tú no te lo crees ni harto de vino.
Juan F, nos parece muy bien, tú ve lo que tú quieras, bonito, que los demás haremos lo mismo.
Últimamente veo y hablo con milenials que me dicen que les gusta el rock clásico. Luego veo que no pasan de ac/dc (los actuales!! De Bon Scott, nada). Petty o Neil Young ni les suena.
Yo les pregunto por qué creen que no hay nadie de su generación componiendo algo parecido a Apetite for destruction. No obtengo respuesta plausible. Dan por hecho que ese tipo de talento es del pasado.
Y aquí enlazo con la introducción del artículo y que creo que merece artículo monográfico en jotdown down: Por qué nadie transmite como Hendrix, Joplin o The Stooges? Por qué nadie crea líneas de bajo como Pastorius?
Yo lo tengo claro, pero «ara no toca»
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Excelente y sentido artículo, enhorabuena. Me pasó parecido – o peor – con Lennon, Janis y Jerry Garcia. Death have no mercy – don’t do me like that
Bastante flojillo el artículo; más de la mitad es una introducción que no se concreta en ninguna conclusión sobre la obra de Petty, a la que apenas se hace referencia. Si lo lee un profano sobre Tom Petty no tendría ni idea de a qué sonaba su música o cuáles fueron los principales hitos de su carrera.