Arquitectura Arte y Letras

Espai Verd, una catedral urbana

Fotografía: Paula G. Furió

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«Mira hacia arriba, ¿a que es como una catedral?», pregunta Antonio Cortés Ferrando (Callosa d’en Sarrià, Alicante, 1949), responsable de uno de los edificios más singulares de nuestro país. «Es que yo soy muy místico, muy religioso, mucho», confiesa el arquitecto de Espai Verd (Espacio Verde), ubicado en el barrio valenciano de Benimaclet. Hasta aquí llegan durante el verano numerosos grupos de arquitectos internacionales que consumen sus vacaciones escudriñando esta construcción imaginada a principios de los años ochenta y que fue pionera en sostenibilidad, ecologismo y tecnología. «Empezaron viniendo italianos, luego noruegos, suizos y ayer mismo atendí a un grupo de chinos a los que les enseñé todo esto», explica Cortés, que hace más de treinta años unió sus dos pasiones —arquitectura e informática— para dar forma a un sueño de juventud, a una quimera que todavía hoy parece irrealizable.

Un sueño hecho realidad

Espai Verd cuenta con ciento ocho viviendas, una suerte de adosados en el aire que suponen 21 000 kilómetros cuadrados construidos en vertical. Aquí hay pisos normales, dúplex, tríplex y hasta cuatro cuádruplex. Por su complejidad y magnitud, Espai Verd fue construido en cuatro fases. Las dos primeras terminaron en el año 1992, la tercera y cuarta en el año 1994.

Cortés saluda a cada uno de los vecinos con los que se cruza. Para todos tiene una palabra amable: «Este es uno de los fundadores», afirma con ímpetu. Su hija precisa: «Se refiere a que es uno de los que está desde el inicio, a él le gusta llamarles así». Aquí, las relaciones entre los vecinos van más allá de las frías conversaciones de ascensor. Lo público tiene en Espai Verd tanta importancia como lo privado: «Se da la oportunidad para que los espacios sean vividos con plenitud», explica Juan Serra, yerno de Antonio Cortés y profesor de Expresión Gráfica Arquitectónica de la Universitat Politécnica de València. La mujer de Juan es Paz Cortés Alcober, hija del arquitecto que ha heredado su vocación: «De Antonio he aprendido tres cosas fundamentales: a vivir con responsabilidad el compromiso que tenemos como arquitectos con la sociedad, a no tener miedo a ir a contracorriente y, por último, a no mirar a otro lado cuando en la obra las cosas no son como debieran». Cortés mira con orgullo a su hija mientras hunde el fartón —un dulce de bollería alargado y coronado por azúcar glaseado, muy típico en Valencia— en el vaso de horchata que ha dispuesto como merienda.

Esta «ciudad compacta», como le gusta definirla a Cortés, dialoga y se inspira en otras obras: Walden 7 del catalán Ricardo Bofill en Sant Just Desvern o Habitat’67 del israelí Moshe Safdie en Montreal. Las tres construcciones pertenecen a la llamada arquitectura brutalista, en la que las formas geométricas y el hormigón son dos elementos sustanciales. Sin embargo, Espai Verd posee un grupo de particularidades que le convierten en una construcción única en el mundo: «Hay tres componentes que definen esta obra: el humanista, el tecnológico y el ecológico», explica el profesor Serra.

 

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Nada más entrar al edificio, una enorme fuente de la que cae agua continuamente proporciona un clima húmedo al lugar. Desde aquí se ve el estanque con peces rojos y la falda de una montaña de unos cuatro pisos de altura que fue creada con la tierra que se extrajo de la construcción del parking. Sobre la montaña se ubica la piscina. Debajo de la montaña, un local que será destinado a un club social, a una sala de exposiciones y a un centro de producción. Un enorme panel señala los distintos tipos de pájaros que unos vecinos aficionados a la ornitología han ido confeccionado: «En Espai Verd existe una fauna propia, hasta tenemos cernícalos que no se ven casi en otras zonas próximas de la capital». La planta baja y la cuarta planta sirven como conexiones horizontales de todo el edificio que, a su vez, está repleto de calles ajardinadas que son elementos vertebradores y ciertamente laberínticos. El corredor que da acceso a las viviendas de esta cuarta planta se convierte en una pista de footing: «Si das cuatro vueltas a esta pista, has hecho un kilómetro», precisa Cortés entre risas. Este hombre con un vértigo atroz no es capaz de asomarse a los miradores que forman los rellanos de las viviendas. La monumental escalera que conecta los quince pisos está diseñada a modo de escultura. «¿Ves esos pilares marcados todavía a lápiz con la numeración?», pregunta Cortés señalando un bloque del décimo piso en el que se ubica su vivienda, «he querido dejarlo así, como se hacía en las antiguas catedrales». Y como los grandes arquitectos de edificios singulares, Cortés diseñó su propia caseta de obra que todavía hoy permanece adyacente al gran edificio, ahora convertida en un centro ocupacional.

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Utopía tecnológica y ecológica

«Espai Verd nació en una cena entre amigos que pensábamos que podíamos crear una cooperativa de propietarios en el que todos tomáramos decisiones», comenta Cortés. El arquitecto se adelantó a las actuales estructuras participativas y horizontales que rechazan el lucro de las entidades y favorecen la calidad de vida. Además, instaló en el edificio un sistema de recogida de basuras en el que desde cada vivienda se pudiera arrojar los desperdicios directamente al cuarto de contenedores.

Antonio Cortés ya intuía en aquella época que el trabajo desde casa a principios del siglo XXI sería lo habitual. Para ello, acondicionó todas las viviendas con una red de banda ancha. En la década de los ochenta casi nadie sabía lo que era internet. Tan clara tenía Cortés su utopía tecnológica que construyó un estudio con acceso independiente en cada vivienda del Espai Verd para que sus futuros habitantes pudieran trabajar sin moverse de su vivienda.

Pionero y místico

«En la escuela, mis maestros me enseñaron que en arquitectura había tres grandes espacios: el matemático, que es el destinado a los objetos; el vivencial, el que será ocupado por el habitante y el sagrado, donde el habitante tiene su experiencia más completa: física, social, intelectual y espiritual. Este último espacio es el que más me ha interesado siempre», afirma Cortés. El arquitecto se inscribe como cristiano, socialista y humanista. En esos tres vértices se despliega una vida dedicada a la innovación que todavía hoy, a sus sesenta y ocho años, vive «con la misma ilusión de un recién licenciado», según afirma su hija Paz.

Uno de los lugares de los que Cortés se siente más orgulloso en este Espai Verd es el oratorio interreligioso, un pequeño habitáculo con olor a cueva en el que no hay ni una sola imagen religiosa y en el que brilla una luz de Belén que no puede apagarse nunca: «Cada tres días bajo a cambiarla», explica el arquitecto. «Si se va fuera, nos manda un plan específico con turnos para mis hermanas y para mí», bromea Paz. Por aquí han pasado los mayores representantes de las iglesias del mundo: la luterana de Estados Unidos, la del judaísmo, el budismo, el hinduismo o el islamismo. «En esta mesa en la que ahora estamos merendando, han estado hombres y mujeres de todas la religiones reflexionando acerca del mundo que nos rodea», comenta Antonio. En un rincón de una casa invadida por una naturaleza que proviene del exterior, el arquitecto tiene un pequeño altar en el que destaca una foto de su gran amigo Basili Girbau, un eremita de la Santa Creu de Montserrat que ha sido providencial en la condición espiritual de Cortés.

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Este hombre sonriente con bigote indomable que pasea con las manos enlazadas en la espalda fue uno de los primeros en hablar de inteligencia artificial en nuestro país. Él compró uno de los primeros ordenadores Mainframes, una máquina de enormes dimensiones que solo utilizaban bancos y universidades: «Estuve un año entero estudiando libros en inglés que me enviaban los fabricantes de ordenadores, sin saber inglés, claro, y con el diccionario al lado». Para pagar el millón seiscientas mil pesetas que costaba el ordenador —«como tres viviendas de la época», detalla— pidió un préstamo al banco con el apoyo de su mujer: «Lo metimos en una habitación de casa y tuvimos que comprar un aire acondicionado; en el resto de la casa nos podíamos morir de calor, pero el ordenador debía estar con la temperatura adecuada». Comenzó a experimentar con la máquina y ya con su propio estudio fundado —Espaci— creó el Programa de Cálculo Experto que le permitió desarrollar estructuras tridimensionales para el cálculo de la estructura de Espai Verd y de otros edificios que posteriormente demandaron el novedoso programa informático.

El futuro del futuro

En plena ebullición de los sistemas de vivienda sostenible y economía colaborativa, Espai Verd es un proyecto precursor que solo tres décadas después de su creación ha sido comprendido en su totalidad. «En la época tuvimos muchas críticas de académicos conservadores porque giramos 45 grados el edificio con respecto a la trama urbana», comenta Antonio. Lo que nadie quería entender entonces es que el giro no fue caprichoso. Respondía a un correcto soleamiento de la fachada repleta de vegetación, evitando así el norte estricto. Cada una de estas viviendas tiene una terraza escalonada de unos 95 metros cuadrados. El propio Cortés fue pionero en la rama de la arquitectura del paisaje, ya que diseñó todos los jardines comunes del edificio: «Todos los vecinos somos ahora jardineros».

El arquitecto emplea el «nosotros» con asiduidad, como si todo este enorme vecindario fuera una única persona. Mientras Antonio muestra su obra, sus tres nietos se divierten en la piscina y le saludan desde lejos: «El mayor va a heredar mi pasión por la robótica y la informática, ya tengo un sucesor asegurado». El creador de una de las utopías urbanas más fascinantes y desconocidas del país, aquella que permite vivir en el centro de la ciudad sin desvincularse de la naturaleza, lleva unos cuantos años dedicado a su nuevo proyecto: el Nodo de Comunicaciones Avanzadas. «En el futuro todo hablará entre sí, las personas con las casas, las casas con los robots, los robots con los coches…», explica Cortés que en el año 2009 sufrió un infarto provocado por el trabajo frenético volcado en esta nueva realidad. Él, como los demiurgos que protagonizan los mejores relatos de ciencia ficción, sabe que el futuro se empieza a construir a cada instante.

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12 Comments

  1. ¡No se puede describir mejor el edificio y su arquitecto! ¡Felicidades!

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