Arte y Letras Cómics

Zora Hurston, escritora feminista negra, según Peter Bagge

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Zora Neale Hurston. Foto: Carl Van Vechten / United States Library of Congress (DP)

Peter Bagge no solo es interesante por sus dibujos, por sus personajes y por sus guiones. También lo es por sí mismo. En Todo el mundo es imbécil menos yo, su libro de reportajes en viñetas sobre fenómenos contemporáneos dispares como puedan serlo la libre circulación de armas, los swingers o la especulación y latrocinio de las franquicias deportivas, su forma de pensar despertaba, cuando menos, curiosidad.

Se define como libertario, una ideología que en Estados Unidos defiende la mínima intervención del Estado en la vida del ciudadano, pero en todas las facetas. Lo mismo que es partidario de que se lleven armas libremente, también lo es de que se legalice definitivamente la droga.

Cuando tuvimos ocasión de hablar con él en el Miami Book Fair de 2013, le preguntamos precisamente por aquellas ideas suyas que a los europeos, especialmente a los encuadrados en una cultura política de izquierda, nos resultan más inconcebibles. Su respuesta, bien argumentada, decía que entendía nuestra mentalidad de que «sin ninguna arma no habrá ningún asesinato», pero que para él una pistola era un «igualador» por el que una persona débil podía defenderse de otra más fuerte si le ataca.

En su país, explicó, los asesinatos con armas de fuego se debían al tráfico de drogas, por lo que proponía su legalización para acabar también con las muertes que ocasionan las disputas mafiosas que, según decía, se daban abrumadoramente en las comunidades afroamericanas. Al tiempo, señalaba que por cada policía muerto en Estados Unidos por arma de fuego morían diez ciudadanos a manos de policías, de modo que para él ahí había un peligro y quería tener derecho a portar armas para defenderse de ellos, de las fuerzas de seguridad del Estado, que se corrompen con facilidad, advertía.

Si lo que quisiéramos es insultarle en Twitter, por ejemplo, tendríamos un buen surtido. Podría decirse que es un psicópata —por su concepto «igualador» de las armas—, un racista —por descargar sobre los negros la mayor responsabilidad de los homicidios—, un hippy trasnochado —por proponer la legalización de las drogas— y un terrorista —por su opinión sobre la policía y reclamar su derecho a armarse para defenderse de ellos—.

Si lo que quisiéramos es pensar, también podríamos darle vueltas a todo lo que dice. Sin tener gran idea de lo que ocurre en la sociedad estadounidense y, por tanto, sin poder matizar o censurar o no sus comentarios políticos o sociales, sí que me parece que Bagge, durante toda su trayectoria, ha sido un pensador, como mínimo, estimulante.

Los cómics de Odio no solo eran una hilarante comedia sobre un joven de los noventa, también tenían cargas de profundidad a todo lo «guay» que trajo esa década con epicentro en Seattle, la capital del grunge y donde transcurrieron los primeros capítulos de la vida de su protagonista. Y no lo hacía porque le gustase más algo anterior, los años ochenta también los trituró en su Mundo idiota y en alguna ocasión se dibujó comentando que era la década más repugnante, basada en la artificiosidad y ambición desbocadas, que había podido jamás concebirse. Por no mencionar esta, nuestra época, en la que con Other Lives, aunque se inspirara en Second Life, la red social que solo se recuerda que empleara Gaspar Llamazares, ya anticipaba los delirios que nos iban a producir dichas redes y lo idiotas que nos íbamos a volver todos enfrascados en ellas.

Ahora, junto con su anterior obra, La mujer rebelde: la historia de Margaret Sanger, Peter Bagge ha cambiado el registro. Se ha inclinado por la línea marcada en Todo el mundo es imbécil menos yo, la no ficción, y sus dos últimos trabajos son biografías de personajes históricos. En estos dos primeros casos ha elegido a dos mujeres. La mencionada feminista y activista a favor de la planificación familiar y a Zora Neale Hurston, escritora negra nacida en Alabama en 1891 y fallecida en 1960 en la soledad y la pobreza tras haber brillado como escritora. Fire!!, que así se llama el cómic, cuenta la vida de esta mujer según una investigación profusamente documentada por Bagge mientras se va imaginando en las viñetas cómo serían esas vivencias en la distancia corta.

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Imagen: Ediciones La Cúpula.

Los abuelos de Zora nacieron en la esclavitud, pero ella creció en Eatonville, en Florida, un pueblo para negros; un modelo de ciudad poco común entonces pero que existía, explica Bagge. Su padre fue alcalde de la localidad y un predicador de éxito, de modo que ella fue madurando en un ambiente cómodo, sin carestías y sin conflictos raciales. En el pueblo no había ni comisaría ni cárcel.

Pero esta plácida existencia se vio truncada por la muerte de la madre, que supuso la desintegración familiar. A partir de ahí, Zora tuvo que servir de criada por su cuenta y riesgo lejos de su pueblo, pero siempre mantuvo un objetivo: obtener una educación. Esa disparatada idea la diferenciaba de todos los que la rodeaban. Persiguió ese fin con determinación y al final logró, mintiendo sobre su edad —era mucho más mayor—, acabar el instituto y llegar a la universidad.

Gracias a su talento, consiguió publicar libros y obras de teatro y, además, estudios antropológicos sobre diversos pueblos negros americanos y su folclore. Algo complicado para su época, pero una sociedad adversa a la mujer independiente no le impidió desarrollar su carrera ni llevar una vida sexual liberada. Tuvo un marido al que poco vio, pero nunca le convenció el matrimonio ni el compromiso, ni tener hijos —aunque Bagge no está seguro de si empleaba métodos anticonceptivos que nunca mencionó o si no podía biológicamente—. El caso es que empezó mintiendo sobre su edad para poder ir a la escuela pública siendo mayor y continuó haciéndolo toda su vida a su antojo, según la situación, y sobre todo si lo que quería era llevarse a un hombre joven a la cama. Todo ello antes de la década de los cincuenta.

La pena para nosotros es que no parece que haya ninguna traducción al español de los libros que escribió Zora, pero aun así hay un pequeño detalle que singulariza este tebeo. Es la parte relativa a las dificultades que se encontró la autora para retratar el mundo al que pertenecía. Si escribía sobre negros que hablaban con su jerga, expresiones y giros sobre los dilemas e inquietudes que les eran propios, recibía el rechazo de la prensa negra y los prebostes culturales de la liberación y demás líderes de estos movimientos.

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Imagen: Ediciones La Cúpula.

La crítica que recibía era que mostraba a su gente con arquetipos que se parecían a las caricaturas que hacían los blancos o los racistas. Sin embargo, ella no tenía ningún prejuicio contra sí misma por ser como era, ni contra la gente de su pueblo por el mismo motivo. Los negros que ella conocía eran así, no tenía sentido hacer ficción sobre ellos presentándolos como ilustrados franceses. Eso sí era negarlos, entendía.

Franz Boas era partidario de la teoría del relativismo cultural, basada en que no tiene sentido proclamar que una cultura es «mejor» o «superior» a otra, puesto que cada cultura existe con un propósito explícito: la supervivencia de un pueblo. Esta teoría contribuyó a confirmar la creciente consciencia de Hurston de que no había nada «de segunda categoría» en la cultura afroamericana, y fue infundiendo en ella una férrea determinación tanto a estudiarla como también a celebrarla.

Una persona que pensaba por sí misma, que sufrió las limitaciones propias de su raza y de su género en aquella época, llegado cierto punto, se vio entre dos frentes, pues también se opusieron a ella los suyos. Es ahí donde hay que saber ver al Bagge más auténtico. El que supo criticar toda la cultura popular juvenil de los noventa a través de un joven que formaba parte de ella. El creador en Other Lives de aquel periodista medio alcohólico que admitía suplir sus carencias formativas y de talento con un exceso de documentación en cada cosa que hacía, y cuyo trabajo, paradójicamente para él, era apreciado. O aquellos dos amigos, un informático y un parado, que salían de camping en Apocalipsis Friki porque estaban alienados en la gran ciudad y se encontraron sumidos en una lucha por la supervivencia tras un ataque nuclear norcoreano.

Tanto la contradicción como los que nadan a contracorriente han estado siempre presentes en sus cómics. Desde que creara en Mundo idiota a Junior y a Stud Kirby a imagen y semejanza de sus propios defectos, la timidez y el miedo patológico por un lado y la agresividad e intolerancia por otro, dos desgraciados, pero que terminaban siendo adorables. O en su obra magna, el aludido Odio, donde Buddy Bradley y los que le rodeaban no eran más que el vivo reflejo de las dificultades que conlleva en esta época que la gente se siga sintiendo y comportando como un adolescente incluso pasados los cuarenta.

En Fire!! sigue con lo mismo, enfrentando conceptos contrapuestos. Trabajando personajes, esta vez reales y rescatados del olvido, que son difíciles de reivindicar desde una sola de las trincheras establecidas en las diferentes posiciones políticas y morales que se encuentran en disputa en Occidente hoy en día.

Quizá esa sea la óptica prototípica de un militante de un movimiento libertario que exalta la libertad individual por encima de casi todo, pero es innegable que el resultado sirve para pensar y para matizar las ideas preconcebidas que todos tenemos, sean del signo que sean. Para empezar, por esa viñeta traumática en la que Hurston echa a un gato a una olla y lo cuece hasta que solo quedan los huesos porque se lo ha exigido un curandero si quiere ser su aprendiza. A ella no le quedó más remedio que hacerlo para adentrarse en la cultura de los brujos vudús de Nueva Orleans y a Bagge no le queda más remedio que dibujarlo, eso sí, pidiéndonos disculpas a los amantes de los felinos, como ese dibujante y escritor cercano y colega que siempre ha sido.

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Imagen: Ediciones La Cúpula.

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