Si la Iglesia católica hubiese afrontado este problema cuando tocaba, no se hubiese producido el asesinato, ni estaríamos aquí hablando de esto.
Sería difícil etiquetar The Keepers con una sola frase. Es una de las series que más han entusiasmado a los críticos durante esta temporada, recibiendo mejores valoraciones que muchas de las reinas del cotarro, las series de ficción. Se trata de un documental de siete episodios; Netflix ya había producido una docena larga de programas en ese formato, como el famoso Making a Murderer, pero nada había generado una respuesta comparable entre quienes comentan la producción televisiva. Algunos han dicho de ella que es «la The Wire del crimen verdadero». ¿Una exageración? No crean. Cierto, es imposible comparar documental con ficción, pero algo sí puedo decirles: The Keepers va a suponer un antes y un después en lo que se espera de Netflix a la hora de generar contenidos. Así de alto se han puesto el listón. Por descontado, la serie ha sido nominada para el Emmy al mejor documental, y dudo mucho que no lo gane. Si hay otro documental televisivo de este año que lo supere, o no se ha estrenado aún, o yo no me lo he encontrado.
The Keepers empieza hablando sobre un crimen cometido en 1967. Cathy Cesnik, una joven monja estadounidense que impartía clases en un colegio femenino de Baltimore, fue asesinada cuando tenía solamente veintiséis años. Sus antiguas alumnas, que hoy son sexagenarias, la recuerdan con mucho cariño, describiéndola como una mujer entusiasta y jovial, a la que siempre podían acudir en busca de apoyo y consuelo. La «hermana Cathy» desapareció una noche en circunstancias misteriosas, cuando volvía de comprar un regalo para su hermana. Su automóvil estaba mal aparcado frente a su casa, pero no había ni rastro de ella. Dos meses después, su cadáver apareció junto a un vertedero cercano. El crimen, oficialmente, quedó sin resolver. Como la hermana Cathy era joven y guapa, y como otra chica había desaparecido en la zona, la policía manejó la hipótesis de que ambas habían muerto a manos de un lobo solitario, algún psicópata sexual que estaba de paso por la zona.
El primer episodio de la serie es bastante engañoso, porque durante muchos minutos parece que ese crimen sea lo único de lo que van a hablarnos. Se nos presenta a algunas personas, incluidas algunas de aquellas alumnas, que décadas más tarde dedican parte de su tiempo libre a investigar sobre aquel asunto. Al principio, por la astucia de los guionistas, nos parecerá que esas investigadoras aficionadas están perdiendo el tiempo porque no tienen nada mejor que hacer. En pleno siglo XXI, dos jubiladas ociosas han decidido que aquel crimen ocultaba toda una trama; convencidas de que son las nuevas Jane Marple, rebuscan en periódicos antiguos y archivos, y hasta crean una página de Facebook pidiendo colaboración ciudadana. ¿El esfuerzo vacuo de dos excéntricas aspirantes a detective que se aburrían yendo a pescar? Al principio eso es lo que quieren que creamos, un juicio que no mejora cuando conocemos a algunos de sus colaboradores. El primer episodio de The Keepers construye cuidadosamente esta imagen para que el espectador baje la guardia y llegue a la conclusión de que las dos jubiladas están perdiendo su valioso tiempo en el fútil empeño de resolver un asesinato ocurrido hace más de cuarenta años, simplemente porque les caía bien la simpática monja profesora. Es un primer capítulo lento y contemplativo que podría echar atrás a algunos espectadores, pero ¡no cometa usted ese error! El consejo para cualquiera que encuentre ese primer capítulo un tanto premioso es este: no se le ocurra abandonar la serie.
El capítulo inicial, quizá, se anda un poco por las ramas y produce la impresión de que no hay demasiada cosa que contar sobre aquel suceso, pero lo que sucede es que la serie se está guardando todos los cartuchos para más adelante. Para cuando termine el segundo episodio, estará usted con los pelos de punta y, aun así, no podrá despegarse de la historia. Que es muy, muy desagradable. Hace no mucho hablé de la magnífica The Handmaid’s Tale y lo difícil que es verla por momentos. Pues bien, aquello era una serie de ficción, pero The Keepers es la realidad. No contiene imágenes fuertes, en ningún momento, pero lo que cuenta puede hacer temblar al más pintado. Pronto descubriremos que las dos mujeres que investigan el asesinato no son dos conspiranoicas ociosas, sino que están realizando un trabajo concienzudo y admirable para desvelar el trasfondo de una historia que va mucho más allá de un asesinato aleatorio. Empezaremos a escuchar testimonios de gente que conoció a la hermana Cathy, y nuestra intuición irá poniéndonos cada vez más nerviosos, hasta que llega el shock y descubrimos que, en efecto, su asesinato era la punta de un horroroso iceberg.
Cathy Cesnik daba clases en una prestigiosa escuela católica, el Instituto Arzobispo Keough, a la que acudían chicas adolescentes de buena familia. Por aquellos años, los horizontes profesionales de las alumnas eran mucho más limitados que los de hoy, pero los padres de clase media que tenían bastante dinero para costear la matrícula sabían que, en aquella institución, sus hijas recibirían una formación exquisita y tendrían un buen trampolín hacia el futuro. En Baltimore abunda la población católica, sobre todo de origen centroeuropeo, y la Iglesia católica tiene un peso enorme, mayor que en otras muchas partes donde imperan las comunidades protestantes. De puertas afuera, el Arzobispo Keough era un colegio modélico. Supongo que, a raíz de las noticias que en nuestros días saltan cada dos por tres, quizá ya han empezado a sospechar por dónde van los tiros: unas cuantas alumnas fueron víctimas de abusos sexuales por parte del «padre» Joseph Maskell, un sacerdote del instituto. El asunto, al parecer, era un secreto a voces entre parte del profesorado, pero nadie hacía nada al respecto. Fue Cathy Cesnik quien, al descubrir lo que estaba sucediendo, pareció dispuesta a tomar cartas en el asunto. Su brutal asesinato se produjo justo cuando la joven monja amenazó con romper la omertà reinante. El primer sospechoso del crimen a ojos del espectador es, por descontado, el susodicho sacerdote. Pero la historia no termina ahí. Así contado, el crimen debería haber podido ser diseccionado con cierta facilidad por las autoridades. Sin embargo, permaneció sin resolver. Y ahí empezamos a descubrir toda una red que se encargó de encubrir la verdad del suceso; primero, porque Maskell tenía un hermano policía, además de ser capellán del cuerpo, y era amigo de autoridades locales. Y segundo, porque no era el único implicado en los abusos; otros individuos, entre ellos algún que otro policía, acudían a su despacho en el Arzobispo Keough para violar a las alumnas.
Todas estas bombas, y otras más que prefiero que descubran sobre la marcha, le van cayendo al desprevenido espectador sin piedad. Así, lo que en origen parecía un documental disperso y sin un rumbo claro, se convierte en un espantoso relato más propio de una película de terror. Los testimonios, que en ocasiones son realmente difíciles de escuchar, se van sucediendo de manera inmisericorde. El argumento, conforme se complica, se va tornando más y más siniestro. Y, sin embargo, la serie lo cuenta todo con sensibilidad y elegancia. The Keepers no es agradable de contemplar, pero no es como algún programa sobre crímenes producido por canales españoles. Es cruda, sí, pero no es un ejercicio de amarillismo. No hay una voz en off dramatizando; hablan los protagonistas, nadie más. Por supuesto, el punto de vista subjetivo de los documentalistas existe (la planificación, selección de escenas, montaje, etc.), pero todo el asunto es tratado con tacto; incluso la música de fondo, que la hay, es tenue y nada intrusiva. Uno llega a olvidar que está sonando. Tampoco los personajes son meras herramientas para crear efectismo, sino que son estudiados en profundidad, concediéndoles el espacio que merecen por ser no tanto personajes, sino personas reales. Son tridimensionales, y por lo tanto interesantes. Conoceremos matices inesperados y hasta secretos ocultos de todos ellos, incluida la propia hermana Cesnik, y justamente eso los hará a todos más humanos. Desde el punto de vista cinematográfico, la narración es pausada, pero intensa. Los planos son elegidos con agudeza, y el ritmo nunca decae. De hecho, cada episodio es mejor que el anterior; llega un momento en que la serie, que había empezado como un documental más sobre crímenes, como algo en apariencia muy convencional, llega a cortar la respiración. Pero siempre sin incidir en lo morboso; las cosas que nos cuentan son brutales, sí, pero se nos cuentan de la forma más honesta y directa posible. Sin adornos, pero sin bálsamo.
En estos tiempos, ya lo sabemos, la Iglesia católica tiene un serio problema con el tema de los abusos y el continuo encubrimiento de los abusadores, que es el trasfondo de la historia que se cuenta aquí. Así pues, no se trata de que The Keepers nos cuente algo que no sepamos ya, sino que lo cuenta con una exquisita atención al detalle, preocupándose de hacernos entender, sobre todo lo demás, el daño recibido por las víctimas y por sus familias. Aunque parezca mentira, se consigue sin un gramo extra de melodrama. Los hechos ya son dramáticos por sí solos. El encubrimiento de unos y la indiferente desmemoria de otros mantuvo toda esta alucinante historia en la sombra, pero The Keepers, lejos de buscar el efectismo fácil, se dedica a presentar los datos de la manera más llana posible. No hay un narrador dramatizando una mera enumeración de datos; el documental entra en un desván olvidado, abre los baúles, sacude el polvo, y examina los objetos perdidos por los rincones. Las personas lloran cuando lloran, pero el montaje no los hace salir llorando más de la cuenta. Al contrario; los sucesos brutales son casi siempre rememorados con serenidad. La única concesión al «espectáculo», por decirlo así, consiste en que al final de cada episodio se descoloca al espectador con un nuevo dato, hasta entonces cuidadosamente guardado, que genera un poderoso cliffhanger. Pero es lógico que se estructurase la historia de esta manera, para mantener la atención, lo cual no menoscaba en lo más mínimo la verosimilitud del relato. Al contrario, consigue el efecto de sumergirnos poco a poco en un pantano cuya profundidad ni siquiera habíamos sospechado al principio.
Por lo demás, el tratamiento es muy distinto de lo que podemos haber visto en otros programas sobre crímenes, estadounidenses o españoles, más parecidos a un reality show, y muy propensos a «retocar» las cosas en pos de abogar por una versión determinada que satisfaga a los espectadores. En The Keepers tendremos dudas, muchas, incluso sobre aquellos personajes que no querríamos que nos las inspiren. Es una serie incómoda porque no está pensada para complacer a nadie, sino para mostrar las cosas como son. The Keepers es brutal porque no nos deja acomodarnos en la versión que, dentro de todo lo terrible del asunto, nos gustaría escuchar, o quisiéramos pensar que es la «indicada». Hay cosas que serán obvias para todos, como que el padre Maskell era un verdadero monstruo, y que hubo algunos otros monstruos junto a él. Pero en estos tiempos de Twitter en que cada espectador se considera un capacitado juez moral, además de un perito-de-todo, esta serie le pega un par de bofetadas a cualquier listo de turno que después de dos o tres capítulos se crea ya en posesión de «la verdad». Lo cual es un buen ejercicio.
En la serie hay muchos momentos memorables, pero hay uno que podría resumirlo todo: la expresión de pasmo de un policía al conocer, justo mientras habla ante la cámara, que otros policías de otros departamentos tenían en su poder ciertas pruebas que él nunca llegó a ver con sus propios ojos. O su risa, tan espontánea como incrédula, cuando ve que los documentalistas —gracias a las dos mujeres de las que hablaba al principio— tienen la misma información «secreta» de la que él dispone. Otro momento impresionante es cuando una de las víctimas, que no ha pronunciado un taco durante todo el documental, exclama de repente «Those fuckers!» al conocer ciertos detalles de la actitud que ha tenido la archidiócesis local sobre el asunto. Cuando estas y otras secuencias se graban en nuestra memoria, el espectador ya lleva tiempo inmerso en una historia tan absorbente como escalofriante. Y ese es el gran mérito de The Keepers: nos hace entender la magnitud de lo que sucede, mediante el sencillo procedimiento de hacernos sentir muy, muy cerca de las víctimas.
The Keepers quizá no parezca una recomendación ideal para el periodo vacacional, pero creo que el verano es el momento justo para verla, cuando después de cada episodio usted pueda desintoxicarse en la playa, la piscina, el campo, o sencillamente yéndose de cañas. Mejor eso que ponerse a verla una noche antes de dormir, cuando al día siguiente hay que madrugar y enfrentar los fantasmas de la, con demasiada frecuencia, deplorable cotidianidad española. Sin duda es un documental desagradable, por mucha delicadeza que hayan querido tener al confeccionarlo, y eso no se puede negar. Pero también es el mejor documental televisivo del año, o estará muy cerca de serlo. Ah, al final sí es posible resumirlo en una palabra: imprescindible.
Una gran serie documental que te mantiene enganchado al sofá en torno a una historia aterradora. Plantea los hechos, busca los testimonios, y deja al espectador que saque sus conclusiones. Una dirección honesta que, como dirían los ingleses, «down to the facts»
Hola Emilio,
Estoy viendo la serie y me parece que tiene mucha fuerza. Sin embargo, quería preguntarte sobre ciertos detalles acerca de su producción, para ver si también tú los captaste, que me hacen cuestionar si restan a la intensidad de su narrativa. Me refiero a dos escenas que parecerían ser dramatizaciones, recreaciones que no están pasando en tiempo real. Me di cuenta de esto en una escena en la que Gemma está hablando con un familiar de Sister Cathy y escribe algo en un papel con la punta del bolígrafo retráctil guardada sin percatarse de ello (A penas unos segundos después se puede ver que la pluma ya está activa). También hay otra escena en la que cambian de ordenador en una entrevista con el otro investigador Alan. Quería preguntarte por estos detalles para informarme mejor sobre cómo se montan este tipo de producciones, porque por una parte siento que parte de su poder radica en que estás siendo testigo de sucesos que pasan en tiempo real. No le quito mérito ni credibilidad al trabajo de los productores ni a sus protagonistas, pero quería saber tu opinión respecto a estos detalles.
Cálidos saludos y no dejes de escribir sobre series, cine y música ya que te considero una referencia fantástica que no decepciona.
Muy recomendable. Hay momentos de gran incomodidad moral y que empujan a la reflexión y lo prodigioso es que todo es blanco, se sostiene exclusivamente en las palabras de las protagonistas. Hay firmeza y dignidad.
Cayendo en el vicio de comparar, la pondría claramente por encima de El cuento de la criada.
Demasiado morbosa, lenta y repetitiva. Le quita fuerza a un tema tan candente como este.