Figura imprescindible de la poesía y la crítica norteamericanas del siglo XX, Denise Levertov (Reino Unido, 1923-EE. UU., 1997) es conocida en nuestro idioma casi exclusivamente como poeta, y ello solo de manera parcial, ya que es difícil resumir en unas cuantas antologías diecinueve libros de poemas publicados entre 1946 y 1999. Poeta precoz, educada en casa en un ambiente de gran estímulo espiritual, social y literario (su padre era pastor anglicano de origen judío; su madre, cristiana galesa), a los doce años se «atrevió» a enviar a T. S. Eliot un puñado de poemas, quien le respondió alentadoramente; casada con el escritor norteamericano Mitchell Goodman, a finales de la década de 1940 ambos se instalaron en Nueva York. Pronto abandonó el estilo del nuevo romanticismo inglés, al que pertenece su primer libro de 1946, The Double Image, para empaparse de las vanguardias poéticas del nuevo continente, sobre todo a raíz de su lectura de William Carlos Williams. Pasó así de la noción de poema «acabado» de reflexiones y emociones sutiles al llamado «poema en proceso», donde se busca la complicidad del lector en un «estar haciéndose» que no duda en incorporar el estilo demótico, en apariencia banal pero lleno de energía expresiva, del habla popular estadounidense.
A finales de la década de 1950, Denise Levertov ya era conocida y respetada en los principales círculos literarios de los Estados Unidos, localizados en Nueva York y San Francisco. En un entorno poético mayoritariamente masculino (1), Levertov fue una de las escasísimas poetas incluidas en la antología de Donald Allen de 1960 The New American Poetry, todavía hoy el mayor referente académico de la lírica norteamericana de posguerra. Su espíritu inquieto, sin embargo, la llevó a partir de entonces por derroteros poco «canónicos»: primero, la poesía política que acompañaría a su activismo de los años sesenta y setenta, en el contexto de la guerra de Vietnam; después, la espiritualidad que, siempre presente en su obra, se vuelve más acuciante y explícita a raíz de su conversión al catolicismo en la década de 1980. Si bien ambos movimientos la separaron hasta cierto punto del favor de la crítica, enriquecieron sin duda el desarrollo de una poeta que, cuestionando su inicial situación de privilegio, asumió todas las contradicciones en que la situaron sus sucesivas decisiones. A la luz de todo ello, se puede afirmar que donde se malogró hasta cierto punto el genio de los cincuenta nació la poeta de humana estatura de las siguientes décadas (2). De todo ello dan fe multitud de poemas inolvidables en libros como Here and Now (1957), O Taste and See (1964), Life in the Forest (1978) o Breathing the Water (1987), por mencionar unos cuantos.
En su país de adopción, Denise Levertov es conocida no solo por su poesía, sino también por el ingente volumen de cartas y ensayos que escribió, en los cuales exploró incesantemente las características de la poesía de su tiempo. Dos autobiografías recientes contribuyen a remarcar la simbiosis vida/obra que su obra en prosa deja traslucir a cada paso, no menos que su poesía. Por lo cual es una buena noticia que la editorial Vaso Roto se haya decidido a publicar un volumen representativo de su obra ensayística, titulado Pausa versal: ensayos escogidos, traducido por José Luis Piquero. Abre dicho volumen un campo de visión que discurre paralelo a las tres «etapas» principales de la producción poética de Denise Levertov (la experimental, la política y la espiritual), pero en ningún modo resulta hermético para lectores que no estén familiarizados con su creación poética. Más aún: aporta un rigor didáctico que debió de presidir sus clases de escritura creativa en Berkeley, donde contó con alumnos que se convertirían más tarde en poetas célebres (entre ellos, Rae Armantrout, quien menciona a su maestra en su prosa autobiográfica True y recuerda algunas de sus enseñanzas en torno a la construcción del verso).
Aunque todos los ensayos traducidos tienen interés en sí mismos, por cuanto iluminan el complejo y prolífico universo poético de los Estados Unidos en el siglo XX y lo enmarcan dentro de la tradición occidental, personalmente encuentro especialmente valiosos aquellos en los que la autora intenta definir, en la medida de lo posible, las coordenadas de algo tan indefinible como eso que llamamos «poesía contemporánea». Comenzando con el estudio de la terminología (verso libre, pausa versal, formas abiertas y formas cerradas), Levertov insiste en la importancia de la forma en el poema, aun cuando se trate de formas «no reutilizables, voluntarias, no impuestas por las reglas establecidas de las formas preconcebidas». Para ella, «la analogía más cercana» entre las formas cerradas (por ejemplo, un soneto) y las abiertas (las de la inmensa mayoría de los poemas escritos a partir del siglo XX) es «la de las leyes de la conciencia contrapuestas a las leyes del Estado». Se opone de este modo a la creencia extendida de que el poema contemporáneo carece de restricciones: «Cualquier distinción entre forma y lo que carece de forma solo puede ser una distinción del arte respecto del no arte, no de los tipos de arte». Critica así la falta de ritmo, es decir, de oído, de mucha poesía, sin dejar por ello de apostar por un arte poético de y desde la contemporaneidad: «el impulso del siglo XX de apartarse de las formas prescritas no siempre se ha debido a la rebelión y a un deseo de mayor libertad, sino más bien a un interés consciente en la experiencia del viaje en sí y no solo en su destino».
Levertov proporciona a cada paso ejemplos propios y ajenos de aquello que sostiene, y nos lleva con naturalidad del análisis de la forma al del contenido. Pronto se «topa» con los excesos de la poesía confesional, sin dejar por ello de respetar las puertas abiertas a este estilo por poetas de altura como Robert Lowell o Sylvia Plath. Señala, sin embargo, que «el énfasis que, durante los años cincuenta o primeros sesenta, William Carlos Williams puso en las circunstancias locales concretas de la vida diaria como fuente vital para el poeta, empezó poco a poco a diluirse y distorsionarse». La banalidad resultante no nos es ajena en el contexto poético español: «poemas en los que una descripción (posiblemente de interés intrínseco) de algo que el escritor había visto se ve precedida por la información, enteramente superflua, de que este lo había visto y de que en ese momento iba camino de una taberna porque necesitaba una cerveza». Tampoco resulta anacrónica, en pleno siglo XXI, la conclusión a la que le conduce esta distorsión del movimiento confesional: «Los poemas de este tipo han llegado a ser tan prevalentes que son aceptados como normativos». En la misma línea, y con motivo de la muerte de Anne Sexton en 1974, Levertov desmonta con valentía la simbiosis mistificadora entre creatividad y autodestrucción: «Mientras el impulso creativo y el impulso autodestructivo pueden coexistir (y a menudo lo hacen), su relación es claramente no causal; la autodestrucción es un obstáculo para la vida artística, no su reverso».
Se asoman a los ensayos compañeros epistolares como el poeta de San Francisco Robert Duncan, filiaciones poéticas que la acompañaron a lo largo de la vida (Rilke, Proust), así como un curioso supuesto sobre la animadversión de Williams por T. S. Eliot. Las consideraciones métricas serán difíciles de entender para un lector no familiarizado con la prosodia inglesa, más cercana al sistema de pies y acentos del verso grecolatino que al sistema silábico español. Con todo, la lectura de este volumen no requiere ni siquiera ser experto en poesía norteamericana: todos los poemas citados están primorosamente traducidos y, además, el contexto del que surgen es también el nuestro. Somos hijos de las mismas convulsiones históricas, los mismos movimientos sociales, idénticos avances a trompicones de un sentir poético que discurre entre la irrelevancia social, el marasmo tecnológico y los retos globales (medioambientales, políticos, económicos) de todo cariz.
Denise Levertov fue singular testigo de la época que le tocó vivir y dio en articularla, tanto en poesía como en prosa, siempre desde la poesía, principal motor de su vida. La aplicó como foco introspectivo a los asuntos tanto públicos como privados, haciendo de la historia personal y la Historia con mayúsculas un único campo de prueba expresiva, y dirigiendo su perspicaz mirada asimismo a la obra de sus congéneres, sin innecesaria hostilidad pero sin complacencia. Solo por eso, porque su testimonio habla de todos nosotros en cuanto que lectores contemporáneos y busca infatigablemente el esclarecimiento ahí donde, por pereza o incapacidad (o peor aún, interesadamente), la inercia o las leyes del mercado prefieren no llegar al fondo de las cosas, merece nuestra atención.
(1) En su estudio de mujeres poetas de la época, titulado Women of the Beat Generation (1996), Brenda Knight relata una jugosa anécdota acaecida en un recital en San Francisco, cuando el poeta Jack Spicer lanzó una pulla de mal gusto hacia las mujeres, a la que Levertov respondió con un poema muy ad hoc, resultando vencedora en la contienda. Esta característica resolutiva de su temperamento es más que evidente en su obra crítica.
(2) A esta conclusión me ha ayudado a llegar un interesantísimo ensayo de Anne Dewey titulado «La poesía política de Denise Levertov», publicado en 1999 en el volumen De mujeres, identidades y poesía: poetas contemporáneas de Estados Unidos y Canadá.