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El último 31 de octubre tuve una fiesta para celebrar Halloween. Pese a mi reticencia a festejar fechas traídas del otro lado del charco, reconozco que la dosis de imaginación que conlleva el disfrazarse y ver a otras personas caracterizadas como algún personaje popular es una acción que me resulta fascinante. A pesar del espíritu laico que envuelve a la mayoría de eventos de estas características y a la creciente falta de originalidad en pos de atuendos cada vez más alejados del —a priori— objetivo, siempre hay algún iluminado que sorprende con un traje que vaya más allá del tan trillado nexo «profesión + zombi».
Este año el turno de la originalidad le tocó al anfitrión, quien en medio de Harley Quinns, Jokers y vampiresas, apareció vestido del protagonista de una famosísima serie —voy a omitir el título de la misma por los lectores que sean fans confesos o potenciales— cuya última temporada se estaba emitiendo en nuestro país. Debido a mi —esta vez acertada— costumbre de no ver series hasta que no concluyan, me ahorré el daño psicológico que este traje estaba causando a algunos de los asistentes, quienes le felicitaban por «haberse currado tanto» el disfraz pero a su vez lo maldecían de todas las formas conocidas.
Quitando el día en el que un tipo disfrazado de Marylin Manson hizo llorar a un bebé, esta era la única vez que veía a gente verdaderamente aterrada ante un atuendo de Halloween, lo que me llevó a preguntar al susodicho por su hazaña. «En España quedan dos episodios para que finalice la sexta temporada. Como yo la he visto de forma simultánea a su emisión en EE. UU. y allí ya ha concluido, he decidido aportar a mi disfraz un elemento que aparece en el último capítulo. Para los que no veis la serie es inapreciable, pero aquí hay más de uno que ahora mismo me odia por ello». En resumen, el cabronazo había decidido disfrazarse de ese término que en los últimos años se ha convertido en una psicosis de la sociedad pop en la que estamos sumidos: el spoiler.
Era obvio que estaba muerto
En un momento en el que a Hollywood parece habérsele agotado la fuente de ideas y donde las secuelas, precuelas, franquicias, remakes o reboots se han convertido en la forma más eficaz de generar contenido, en detrimento de —entre otras cosas— la sorpresa por los giros de guion y los finales inesperados, son las series las que han tomado el relevo de este formato. Pero para los que nos hemos criado en los noventa, donde spoilear suponía una amenaza contenida por la flamante advertencia que encabeza este artículo, los desenlaces imprevistos que te dejaban ojiplático mientras los créditos avanzaban en la pantalla fueron una constante para digerir el suspense que se acercaba con el nuevo milenio.
Películas de la última década del siglo XX consideradas de culto en el cine contemporáneo como Reservoir Dogs, Carretera perdida o El club de la lucha han hecho desde su estreno las delicias de los cinéfilos ansiosos por ser sorprendidos. También de listillos cuyo máximo hito era alardear de que sabían de antemano cómo acababan algunas de estas películas. Sin embargo, y como aseguraba Bruce Willis en su cameo en Ocean’s Twelve: «Si tanta gente conocía cuál era el final, ¿cómo El Sexto Sentido recaudó casi setecientos millones de dólares en todo el mundo?». Bendita época sin internet donde el empirismo era la única forma de discernir un desenlace.
La eficacia del boca-oreja: bueno, bonito y sin cargo
Un requisito indispensable que tienen la mayoría de los thrillers de culto de los noventa es su inesperada conclusión. Un hecho que, además de aportar a los films particularidad, los dota de una longevidad solvente. Esta cualidad deriva de la capacidad innata de la trama para lograr la misma sensación con un espectador que disfrute de ella por primera vez que aquella que provocó a los que tuvieron la oportunidad de visionarla en su estreno.
Sin embargo, hay un filme ubicado dentro de este selecto grupo que, aun cumpliendo con algunos clichés (recaudación aceptable en su estreno, beneplácito del público frente a críticas desfavorables de prestigiosos entendidos, etc.), es probable que hoy no tuviera la misma repercusión que tuvo tras su debut en el lejano 1995.
Sospechosos habituales, segundo largometraje de Bryan Singer protagonizado por Gabriel Byrne, Kevin Spacey, Stephen Baldwin, Kevin Pollak y Benicio del Toro, fue considerada por el gran Roger Ebert como «una de las peores películas del año» tras verla en el Festival de Sundance, y su recaudación no superó los seiscientos cincuenta mil dólares en su primer fin de semana. Gracias a la considerable eficacia que tuvo la mejor campaña de marketing que existe para una película, el boca-oreja, la cifra final alcanzaría los veintitrés millones de dólares en EE. UU., una suma nada impresionante, pero meritoria para una producción de apenas seis.
Una auténtica joya de finales de siglo que marcó un punto de inflexión en la caótica década de los noventa gracias a su peculiar e imprevisible guion, un reparto icónico y casi desconocido y, fundamentalmente, un final rompedor, que hoy todos los que jugamos a ser cinéfilos descubriríamos en cuanto leyéramos la sinopsis. El desarrollo de los factores externos que la envuelven se ha convertido en un spoiler natural, sin necesidad de acceder a Twitter ni a artículos web que destripen toda su esencia.
La importancia de la jerarquía
Pongámonos en situación. Principios de 1994. Bryan Singer, director cuya ópera prima —Public Access— ha sido un fiasco comercial pero que ha logrado despertar la curiosidad del nicho indie tras su paso por Sundance, tiene una nueva idea para un film y decide ponerse en contacto con Christopher McQuarrie, coguionista de su anterior trabajo, para darle forma.
Tras dos semanas y nueve borradores, finalmente se deciden por uno y comienzan a ofrecérselo a distintas productoras. Una a una —hasta llegar a unas cincuenta— rechazan el proyecto por la desconfianza que generan ambos creadores, quienes están lejos del éxito que están obteniendo otros cineastas jóvenes como Quentin Tarantino o Richard Linklater.
Ante esta tesitura y aprovechando la jerarquía utilizada en Hollywood, donde los actores de renombre predominan sobre la productora y ambas sobre el director, Singer y McQuarrie comienzan la casa por el tejado y se ponen en contacto con varias estrellas para empezar a conformar el reparto coral de su obra. A pesar de que sus expectativas extienden cheques que el presupuesto no puede pagar, confían en la validez de su guion, y por ello contactan con eminencias como Christopher Walken o Al Pacino para conseguir un valor imponente y convincente para alguna productora. Cerca están de contar con Pacino, pero su presencia en Heat, mucho más mastodóntica en todos los sentidos, hace imposible su aparición.
Tras varios intentos fallidos, Chazz Palminteri acepta —con condiciones, ya que solo dispone de dos semanas— aparecer en la película. Pese a no tener el estatus de los mencionados, su éxito como guionista de Una historia del Bronx un año antes, en la que además aparece como actor secundario, es suficiente para que PolyGram y Spelling Films, ambas respetadas compañías del sector de cine independiente, financien la película.
Todos son Keyser Söze
Con el aspecto financiero ya resuelto, toca buscar al elenco de «sospechosos». Singer se acuerda de un joven y desconocido intérprete que, tras ver en Sundance Public Access, se le presentó entusiasmado con la intención de ofrecer sus servicios para un futuro proyecto. Pese a que su carrera cinematográfica hasta el momento es ínfima, su labor en obras de teatro es considerable y reconocida, así que el director decide contactar con él y enviarle el guion. Este acepta sin dudarlo, por lo que la trama ya tiene a su primer antihéroe. Su nombre, Kevin Spacey. Les recuerdo, por si acaso, que estamos en el año 1994.
En pocas jornadas, el equipo de casting ejecuta con éxito su labor de captación. Pese a contar ya con el «sí quiero» de Stephen Baldwin, Benicio del Toro y Kevin Pollak, además de con los secundarios Suzy Amis, Pete Postlethwaite, Peter Greene y los citados Palminteri y Spacey, aún faltaba una cara conocida y consagrada que cerrara el círculo.
Pocas semanas antes de comenzar el rodaje, Kevin Spacey se cruza en una fiesta con Gabriel Byrne. El actor irlandés cuenta con una carrera consolidada y, pese a no ser una superestrella, puede ejercer de tuerto en el país de los ciegos y entrar dentro de las cábalas para ser la guinda del thriller, por lo que Spacey le propone leer el guion. Tras un primer rechazo, donde Byrne duda —farándulas de actor solicitado— de la capacidad del proyecto para salir adelante, una reunión con Singer y McQuarrie disipa todas sus inseguridades. Una reunión y una mentirijilla piadosa, en la que los cineastas dejan claro al intérprete que, por supuesto, él es el eje de toda la trama y el personaje misterioso conocido como Keyser Söze.
Lo que no sabe Byrne es que esta premisa ha sido propuesta a todos los protagonistas y que aún no se le ha comunicado a cada uno el rol que interpretará. Aun así, lo único importante en ese momento es cerrar el reparto y comenzar a rodar. Una de las frases memorables del film dice que «el mejor truco del diablo fue hacer creer al mundo que no existía», pero sin duda «el mejor truco del diablo fue hacer creer que estaba en todo el mundo».
*Secuelas psicológicas del anuncio de copyright…
Quiero establecer que he eliminado en este artículo el desarrollo de una sinopsis, y así será hasta el final, porque imagino que este habrá empezado a ser leído por curiosos que hayan visionado la película. Si, por el motivo que fuera, hay algún kamikaze cultural que no cumple con la hipótesis y tiene la intención de dejar de serlo, le recomiendo encarecidamente que deje de leer a partir de ahora.
Sé que no es habitual que el propio escritor desaconseje la lectura de su escrito, pero soy cinéfilo y conozco de primera mano lo desagradable que es ser víctima de finales destripados. Además, para demostrar que lo hago en son de paz, incito a los no iniciados a verla en versión original. Es una recomendación que hago para cualquier film extranjero, pero en este caso el motivo viene fundamentado: en la primera escena se escucha la voz de Keyser Söze, y doblada al español es demasiado esclarecedora.
La humildad del tuerto
Es innegable que Sospechosos habituales se convirtió en un referente. El filme obtuvo dos Óscar, entre los que se encuentra el de mejor guion original, gracias a la forma en la que se cuenta la historia. Esta narración se desarrolla a través del punto de vista de un personaje tullido y necio cuyo papel es el de dar su versión de los hechos a unos rudos detectives. Esta perspectiva sirvió, además, para justificar las plausibles incongruencias del argumento. Los posibles fallos existentes e incoherencias quedan exonerados debido a que el testimonio global del personaje es completamente inventado. La oportunidad nacida de las debilidades.
Pero, si hay algo que diferencia —y perjudica— al thriller con respecto a otros de la época, es la evolución artística que tuvieron los intérpretes. Gabriel Byrne era la estrella. En el único póster oficial cuya imagen no es la del —improvisado— interrogatorio, está situado de forma destacada en el centro. Todo el relato conduce a que su personaje, Dean Keaton, es Söze. Y su actuación es excepcional. Bien es cierto que la de todo el engañado reparto lo es, pero estamos hablando del —en ese momento— más popular. Quizá por ello y tras ver el resultado final en la premiére oficial, Byrne sacó a rastras a Singer de la sala y estuvo reprochándole durante un buen rato el timo ejecutado para, al final, reconocer su enorme mérito y felicitarle por el resultado. La humildad del tuerto.
K. S.
Y al fin, vamos con el factor clave para determinar la causa por la que el desenlace hoy no tendría ni la mitad de efectividad. K. S. Keyser Söze. Kevin Spacey. Singer tuvo claro desde el primer momento que el desvalido Roger «Verbal» Kint debía ser representado por él, pese a que este en un principio se interesó más por el personaje de Dean Keaton, ironía del ambiguo guion.
Pese a ser el único que conocía el final, Kevin Spacey era —en contraposición a su conocimiento— un absoluto desconocido, así que no levantó presagio alguno que pudiera determinar su rol, y su alter ego en la película mucho menos. Su actuación es, como la del resto del reparto, inconmensurable. Pero ese anonimato del actor fue pieza fundamental para la reacción que desató en los espectadores de 1995 esa última escena que, además de entrar en los anales de la cultura popular y ser constantemente imitada, logró cerrar el círculo para que Spacey ganase el Óscar a mejor actor de reparto, cimentando así la primera piedra de una carrera impresionante.
Para hacerse una idea de la relevancia potencial que tuvo Verbal Kint como villano winner, y quizá con el objetivo de no comprometer su proyecto inmediatamente posterior, la aparición de Spacey en Seven fue una auténtica sorpresa. El thriller de David Fincher, miembro del «Club de los finales desconcertantes de la historia», se estrenó apenas un mes después que Sospechosos habituales. Quién sabe si para no chafar el misterio y la magia siniestra que envuelve a esta, Kevin Spacey se negó tanto a aparecer en los créditos de Seven como a hacer promoción junto al resto del equipo. Resulta evidente que su idea era no estropear el segundo mejor secreto de la película y lograr así que nadie pudiera siquiera relacionar el concepto de «asesino que se sale con la suya» que comparten tanto su personaje de Keyser Söze como el de John Doe.
Su trayectoria incluye numerosos éxitos que lo han colocado en primera categoría, destacando sus reconocidos papeles de villano. Y todo comenzó con Söze. Sin embargo, tal y como ha evolucionado el entorno que envuelve a la película, ¿tendría Sospechosos habituales el mismo reconocimiento si se estrenara en 2017? ¿Keyser Söze sería tan impactante si hubiera nacido más tarde que John Doe (Seven) o Frank Underwood (House of Cards)? ¿Hubiera conseguido Spacey estos papeles sin la existencia de Söze?
Es probable que la sencillez y la falta de galones fueran las claves para que Sospechosos habituales sea recordada. Nunca se sabrá, así que yo solo llego a imaginarme el daño que pudo hacer alguna mente perversa que se presentara en una fiesta de Halloween de 1995 cojeando y agarrándose la mano izquierda frente a aquellas personas que, por el motivo que fuera, no hubieran tenido la oportunidad de visionar todavía tan mayúscula película.
De hecho, veníamos de ver a Byrne como genio manipulador en Miller’s Crossing y la invitación al engaño era gloriosa, casi excesiva.
«en la primera escena se escucha la voz de Keyser Söze, y doblada al español es demasiado esclarecedor». Justamente eso me hizo saber desde el minuto 5 más o menos quién era Keyser Sozë. Otro motivo más para odiar el doblaje. No entiendo cómo la gente no se dio cuenta, porque además la voz utilizada para doblar a Spacey era muy característica.
Le sorprendería Dani, el enorme porcentaje de población que no reconoce las voces aunque las hayan oído docenas de veces. Cuando yo era un chaval de siete u ocho años ya me quedaba con todas las voces del doblaje español de los años cincuenta aunque no podía ponerles nombre propio, algo que pude subsanar con el tiempo. Y lo bueno era que yo creía que a todo el mundo le pasaba lo mismo, pero ya se ve que no…
Por cierto, yo asistí al estreno en versión original y ahí no se detectaba esa pifia; fue luego al volverla a ver doblada en televisión, cuando me percaté de ese absurdo error y digo absurdo porque hubiera sido muy fácil subsanarlo, solo hubiera hecho falta un director o un ajustador de doblaje más espabilado.
El titular es, a la vez, tramposo y un enorme spoiler. Nadie que ve por primera vez la película ha de suponer que Keyser Söze es uno de los cinco sospechosos. De hecho, que se plantee al personaje de Byrne, Dean Keaton, como posible Keyzer obedece sólo a la obsesiva persecución a la que le somete el policía interpretado por Palminteri. Si un nuevo espectador no está avisado y se pregunta «quién es Keyzer Söze» y no «quién de los cinco es Keyzer Söze», la película es tan efectiva como en el día de su estreno.
En absoluto si la ve doblada. La voz canta una barbaridad en la escena inicial del barco. Supongo que en versión original estará más matizada o incluso será en susurros.
Totalmente de acuerdo. El autor del artículo parece caer en la autocomplacencia intelectual con lo que al fin y al cabo son conjeturas a toro pasado y con todos los datos a mano. La película en su día fue mágica y de Söze poca gente adivinaba la identidad hasta bien avanzada la trama, por no decir finalizada.
¿Y de qué personaje se disfrazó el amigo en la fiesta? Le he dado vueltas pero no caigo… jajajaja ¿Alguna idea?
La pista de la sexta temporada me hace pensar en Juego de Tronos, pero no sé.
Yo pienso más en Breaking Bad…
Te sorprendería saber cuanta gente no la ha visto.
En mi caso, con la primera escena, porque la voz se reconoce. En mi caso con el doblaje.
Por eso recomiendo poner el mute los 3 primeros minutos