Se encuentra el arriba firmante en capilla para ver Dunkerque, en ese breve periodo de espera, disfrutable como placer previo, que antecede al estreno de cada película de Christopher Nolan. Poco sé del argumento, salvo lo que se extrae del tráiler y del título, pero es fácil deducir que es la primera incursión del británico en el cine bélico/histórico. Y como la guerra es seguramente la mayor aproximación de que uno dispone al concepto de infierno sobre la tierra, uno recuerda cómo Nolan, una y otra vez, ha llenado su filmografía de alusiones a este concepto o versiones de él: unas más fantasiosas, otras más cotidianas, pero siempre presentando situaciones susceptibles de perturbar o incluso desquiciar cualquier mente con un poco de curiosidad o empatía, ya se sabe que el mayor enemigo de un torturado es la imaginación. En este artículo recordamos varios de sus infiernos, a la vez que nos alegramos de que Nolan deviniese cineasta, y no dictador de república bananera, jefe de internado u oficial de las legiones de Satanás.
Infierno 1. El aislamiento
Decía Pascal que la principal causa de la infelicidad humana es la incapacidad de estar tranquilamente sentado a solas en una habitación. Esa inactividad, ese aburrimiento que dilata el tiempo sin remisión. Todos hemos conocido la terrible situación de estar en una charla, en una conferencia, en una misa o en una reunión, con uno o varios tipos hablando sin cesar de cualquier tema infumable de interés cero, y los asistentes mirando doscientas veces por minuto el reloj, con el único consuelo de que el hastío, antes o después, tendrá fecha de caducidad. El horror presenta sus credenciales cuando esa deadline no existe.
Los infiernos de tiempo llevan ya mucho tiempo entre nosotros. De hecho, ya en los clásicos se hablaba de las muchas almas que vagaban sin objeto ni finalidad por los páramos desolados del Erebo, aunque aquí la tortura fuera más la falta de esperanza y el remordimiento que la sensación de incomunicación. Algo así también sufre Edmond Dantés en el castillo de If hasta que llega el buen abate Faría para devolverlo a la luz, o el hombre de la máscara de hierro, aherrojado en Bastilla hasta que lo liberan los mosqueteros. La tortura del aislamiento se encuentra perfectamente reflejada en la celda de castigo que receta a discreción el inolvidable alcaide Norton de Cadena perpetua, o en la resolución de El secreto de sus ojos, de tal refinamiento que acaba provocando empatía con un ser repugnante. Sin embargo, ninguna sofisticación de esta técnica como la que aparece en el capítulo «Navidades blancas» de Black Mirror, que permite encerrar a la víctima en un cuarto aislado, a escala, en el cual el tiempo discurre a mucha más velocidad que en el exterior. De hecho, el único pero que se le puede poner a la cámara de los horrores de Brooker es que la prisionera salga del ataúd con sus facultades mentales intactas. Bueno, y también que es muy probable que se haya inspirado en Nolan.
La poderosa propuesta de nuestro director en este contexto es el Limbo de Inception, una construcción acertada ya desde el propio nombre. Esta metapesadilla nace de la observación de un fenómeno muy concreto que nos ha ocurrido a todos: la dilatación del tiempo en los sueños. Esa constatación de que, durante una cabezada de cinco minutos, hemos vivido una fantasía onírica cuya realización debería habernos llevado horas o incluso días. A partir de este fenómeno y de la posibilidad constatable de que es posible soñar dentro de un sueño, una simple iteración de la propuesta y una serie de multiplicaciones abren paso a la posibilidad de que una persona, en un sueño, pudiera vivir cientos de años en ese —quizá terrible— Limbo, aislado y perdido, mientras que para su yo real y consciente pasaría una cantidad de tiempo finita y manejable. Como casi siempre en Nolan, el infierno está contenido más en la sugerencia que en la propia realización de la idea, por cuanto que ni Cobb ni su esposa sufrirán en su limbo el tormento de aislamiento que se halla implícito en el concepto (sufrirán otros, por cierto). Sin embargo, es difícil imaginar algo tan estremecedor como esa planicie de tiempo interminable, una idea que nos ataca muy dentro, muy en lo profundo, por su simplicidad y concreción. Olor a Sísifo.
Infierno 2. Demasiada muerte
Es posible que El prestigio sea la película más perfecta de Nolan. No la mejor, ni la más grandiosa, ni la más emocionante, pero sí la que goza de una mayor coherencia interna, la más difícil de atacar desde la estructura, el mecanismo más sólido y preciso al que ha dado vida la compleja genialidad del realizador. Paradójicamente, se propone una trama sobre magos, trucos y engaños que se resuelve del modo más honesto posible, casi cartesiano podríamos decir, evitando apelación alguna a ningún tipo de Deus ex machina ni añagaza similar. A pesar de que haya un Deus interpretando a otro (Bowie–Tesla) y de que al final todo se resuelva por medio de una máquina.
El artefacto del que hablamos es la manera en la que se introduce en esta película —ya bastante sombría de por sí— una idea de infierno endiabladamente sofisticada y sutil. Aquí no hay más remedio que spoilear, así que soslayen los interesados las siguientes líneas. Básicamente, el guion debe resolver de dos maneras diferentes el problema del hombre transportado: una persona tiene que entrar en una cabina y salir por otra idéntica situada a varios metros de la primera en el instante siguiente. Una de las dos soluciones es la genéticamente obvia; pero la otra, que necesita de la introducción del personaje de Tesla, consiste en una duplicación del sujeto original —en un contexto mucho más sombrío que Multiplicity, por ejemplo, o los Diarios de las Estrellas de Lem— , más la desaparición inmediata de una de las dos copias. El mago resuelve el problema técnico diseñando una cuba de líquido a la que va a parar la copia desechable… de sí mismo.
Y así, cuando en el final de película se nos ofrece una visión de una multitud de tanques de agua cargados con tantos otros restos de cadáveres idénticos dentro —una imagen ya bastante perturbadora de por sí— nuestra mente se marcha al momento, cada noche, en que Angier se encamina hacia la cabina, ignorante de qué va a suceder con su conciencia, si en el instante siguiente contemplará con arrobo la ovación del público, o si sentirá el chasquido bajo sus pies y la devastadora sensación de pérdida y desesperación mientras se hunde en el agua que penetra en sus pulmones. O por qué no imaginar que de algún modo su conciencia se parte en dos, como vivir a la vez el presente y un recuerdo, y simultáneamente disfruta de la gloria y pierde la vida, recibiendo a la vez la recompensa a su audacia y el castigo a su ambición. Demasiadas puertas oscuras abiertas a la vez para una mente inquieta, demasiado horror sugerido en unas pocas tomas. Demasiadas muertes para una sola persona.
Infierno 3. El olvido
A diferencia de las demás bajadas al infierno que propone Nolan, que son solo momentos muy concretos de sus películas e incluso simples sugerencias, en Memento es el corazón del film, y todo se estructura —siguiendo algunas convenciones del noir— alrededor de la desgracia que sufre Leonard Shelby, incapaz de generar recuerdos a corto plazo desde un instante concreto de su vida. En una acrobacia técnica, gran parte de la película se cuenta hacia atrás, en cortes de cinco-diez minutos, de modo que el espectador experimenta la misma inopia que el actor protagonista. Créanme si les digo que un primer visionado, incluso conociendo las premisas sobre las que se construye la película, es toda una experiencia de desorientación y desconcierto. Ni pensar lo que debe ser vivir esto siempre, cada minuto de la vida. Sabiendo que no hay un exterior donde las cosas vuelven a tomar su forma normal.
Lo más horripilante de la trama que se despliega en Memento es que ese infierno no se lo ha inventado el director; se llama técnicamente amnesia anterógrada, se produce por lesiones en el cerebro —especialmente en el hipocampo— y los enfermos muestran la sintomatología que podemos ver en la película. Quien no se lo crea, que lea el caso real bien documentado por Oliver Sacks en El hombre que confundió a su mujer con un sombrero o, aún más vívido e impresionante, vea y escuche a Jesús Rodríguez en el documental El mal del cerebro. Una ruleta rusa que los convierte en muñecos, individuos completamente dependientes, extranjeros de su presente y su futuro.
Como vamos viendo, los terribles infiernos que diseña la precisa y descarnada mente de Nolan se construyen, a veces, prolongando/eternizando pequeñas molestias de nuestra vida cotidiana. En Memento encontramos el paralelismo de esos momentos, más o menos cortos, en que nos encontramos perdidos en el espacio en el tiempo, en nuestra vida. En una ciudad extraña en la que, de pronto, la batería del móvil nos ha traicionado y no habrá más GoogleMaps; tras una noche de excesos, intentando conjurar sin éxito imágenes o conversaciones que quedaron varadas en el fondo de un vaso; o rodeados continuamente de rostros desconocidos, sin datos que nos permitan fiarnos de nadie, víctimas propiciatorias o instrumentos de malvados; sin confianza, sin puntos de referencia y sobre todo, sin una historia que contarnos a nosotros mismos.
Infierno 4. Indefensión
Quizá es la película más discutible de las que aparecen en este artículo, Interstellar, la que brinda mayor número de imágenes impresionantes en la filmografía de Nolan. El espectador espera con curiosidad el primer planeta que va a visitar el equipo de astronautas que comanda Cooper, y causa cierta sorpresa encontrar el océano inmenso, sin fin, que cubre la superficie de Miller hasta allá donde alcanzan los ojos. Nada mejor para describir algo parecido al infinito —una idea presente en todo el filme— que esas tomas cenitales de una llanura líquida e inacabable, como sería el Mar Exterior del que habló Tolkien, limitado por un cielo ocre y turbio que convoca el recuerdo del final de Hijos de los hombres.
La escena, corta y sin embargo progresiva, comienza en un mood de exploración y calma, y se va cargando paulatinamente de tensión, desde el momento en el que el capitán contempla, con ojos de asombro y terror, el tsunami inmenso, la muralla fría de un Tártaro intergaláctico, montaña que se va alzando frente a él mientras se construye a sí misma. Nolan se toma su tiempo en presentar al monstruo inanimado; la cámara se va levantando, lentamente; casi notamos el sonido rítmico de los cinco segundos que dura la escena mientras miramos más y más arriba y sigue sin haber ni rastro de espuma. Y la fascinación, mezclada con un horror ancestral, dibuja una o en nuestros labios mientras el plano corona el prodigio. Es lo imposible.
Los héroes consiguen escapar; de otro modo no lo serían, y no habría película. Pero en esos lapsos diminutos, en los instantes contados en que se nos ha permitido contemplar la ola —qué maestro de la dosificación aquí— Nolan nos ha puesto delante de un nuevo infierno, el de la indefensión; el de cualquier montañero sorprendido por el alud al borde de la pared, la primera vuelta de campana en el coche que se acaba de salir de la carretera, abrir la puerta del servicio y encontrarte frente a frente con el gran carnicero de Parque Jurásico. Solos y desnudos frente al mundo, aguantando la respiración mientras la moneda decide de qué lado caer.
Infierno 5. Conciencia e incertidumbre
Tenemos dos barcos, uno lleno de gente normal, aparentemente ciudadanos de orden, el otro repleto de presidiarios de la peor ralea —al menos a priori— inquilinos del penal de Gotham. El Joker hace saber a ambos pasajes que ambos barcos están repletos de explosivos, y que cada una de las naves se halla provista de un detonador cuya acción volará por los aires el otro barco. Los tripulantes de la nave en la que primero se accione el detonador se salvarán, mientras que si al cabo de media hora ninguno de los dos barcos ha explotado, el Joker se encargará de que ambos estallen en mil pedazos.
El proceso de decisión al que lleva esta situación cae en el territorio de la Teoría de Juegos, y se ha analizado con rigor y precisión. A un nivel básico, se establece rápidamente que, si tomamos únicamente en cuenta la supervivencia como valor, la decisión racional para cualquier pasajero de cualquiera de los dos barcos es pulsar inmediatamente el detonador, por cuanto que es la única escapatoria posible de la ratonera urdida por el criminal. Sin embargo, no es fácil para nadie pulsar un botón que envíe a la tumba a centenares de personas, y el auténtico dilema se establece a partir de ese punto. La resolución es brillante, y dejamos al espectador virgen el placer de descubrirla.
Lo que nos interesa aquí es describir las diferentes capas de sufrimiento a las que Nolan somete a sus personajes. En primer lugar, por supuesto, el miedo primigenio a la muerte —sea a lo desconocido o al infierno de cualquier creencia particular— junto con el miedo siempre asociado, en circunstancias como estas, a no morir pero quedar lisiado y condenado a una vida infernal. Entra también el horror a la incertidumbre, a esa elevadísima probabilidad de que el siguiente segundo sea el último, de que en el otro barco alguien asuma la responsabilidad y la decisión signifique el fin.
Junto a estas amenazas tan claras y tangibles se deslizan otras dos corrientes perturbadoras, más subterráneas. Por una parte, la necesidad de tomar una decisión frente al miedo de afrontarla, el deseo tan maligno como humano de que sea nuestro vecino el héroe/villano que asuma la responsabilidad, cometa el crimen múltiple y nos salve la vida. Por otro, el sufrimiento ético de decidir qué vida es más valiosa, si la nuestra o la de las trescientas personas del otro barco, y las trampas mentales que nos hacemos: que si lo hago también por mis compañeros, que si los del otro barco son delincuentes… Toda una serie de razonamientos que entroncan con dilemas clásicos, ecos de La decisión de Sophie, el hombre en el puente sobre el tren, el instinto de supervivencia y la teoría del kilómetro sentimental.
Y es esta la crueldad complicada, atractiva/repulsiva, que define a los Nolan, y los demás nos asombra, repele y engancha. Solo una parte de su genio.
Nolan es un grandísimo director. Partiendo de ahí, ya todo lo que pueda decir yo sobre él va a ser malo, porque simplemente no me gusta su idea de cine.
Me gustan sus películas, pero que es un tío que hace nada dijo que a él sólo le interesaba hacer películas para ir al cine. Eso choca completamente con mi idea. Uno de los problemas que le veo al cine actual, además de poca originalidad (¿estamos ante el inicio de la muerte del cine tal y como lo conocemos?). En los últimos años parece que si no se gastan barbaridades de dinero y utilizan esas cantidades como publicidad, no hay película. Y luego para qué? Ves la cartelera y dan ganas de llorar.
Por último, tampoco dejo de pensar que mientras a Tarantino se le critica porque esta convirtiéndose en una parodia suya y sus puntos, tanto débiles como fuertes, son cada vez mas extremos, no veo que digan de Nolan lo mismo. Parece que cada película que añade a su filmografia va a más y no. A cada titulo nuevo hay un derroche de mayor vistosidad y sonoridad al que le acompaña un guion con menos fuerza y consistencia.
Las películas son para ir al cine. Como todo el arte, lo (contemplas,lees,escuchas,etc….disfrutas) y al asfalto. Todo puro……sed alegres.
Bueno seguramente el Infierno presentado en Interstellar es otro y mucho más impactante. Y es el paso del tiempo respecto a la Tierra, mientras parece que únicamente una hora ha pasado para ellos, toda una vida ha pasado en la Tierra, una vida que les han arrebatado y ya nunca más recuperarán.
Aunque Interstellar sea una película irregular, la escena comentada es probablemente una de las mejores que Nolan haya filmado jamás. Y refleja un nuevo tipo de infierno que ninguna película antes había presentado.
De acuerdo.
Caray… Creo que e vivido en un plano alterno pues e visto todas las películas que mencionas y me han parecido correctas y hasta cierto punto estimables de hecho la que mas me gusta es the prestige al igual que tu, pero de ahí a sacar todas esas ideas a cada una mas descabellada que la otra pues hay mucho tramo…no podría comparar ninguna de ellas con cosas como the máster o there be will blood de anderson barry lyndon o 2001 de kubrick,citizen kane o touch Of evil de elles… Las dos primeras de Sam meses…no se creo firmemente que a nolan le falta un tramo para llegar a ese nivel artístico y que su obra traspase esa barrera entre lo correcto y lo grandioso.
Maldito autocorrector…
El nolanismo se empeña en ver cosas que no hay, y que probablemente al propio Nolan harían gracia de leer este artículo. Un buen director pero sobrevalorado como pocos, con la tendencia a subrayar con música y sobreexplicar el argumento para espectadores lerdos, salvo en Dunkerque, que no he visto pero me da que es su mejor película porque carece de lo que a la mayoría de sus filmes le sobra: diálogos y metraje excesivo.
Si crees que en El Prestigio la máquina hacía clones, que los tanques estaban llenos de cuerpos y demás… Es que no has entendido la película. Es la mejor película de Nolan porque precisamente hace un truco de magia al espectador, hace que se crea la máquina de Tesla… La broma más grandiosa que he visto en el cine.
A la inmensa mayoría de la gente no se le ocurre pensar que el final es distinto al que interpretan. Y cuando se lo explicas… Pasan a idolatrar la forma en la que se la han metido colada.
Pero hombre, explica esto que dices. Alguna referencia o algo.
Se puede opinar muchas cosas, pero cualquier director con sólo dos películas como Origen o Interstelar, sería considerado un genio sin hacer nada más. Y sobre todo destacar la versatilidad increíble que le ha permitido hacer películas tan diferentes, reinventando Batman, el thrillers, magos, los sueños… A Tim Burton con mucho menos le han estado sobre valorando años…
Precisamente has mencionado sus 2 peores películas: la primera una de espionaje envuelta en una trama innecesariamente alambicada para aparentar más de lo que en realidad hay. Y qué decir de Interstellar y el amor es la fuerza más poderosa del universo, quiere ser Kubrick y se queda en Paulo Coelho, además de las incoherencias o «licencias» astrofísicas que se toma cuando se vendió como rigurosa.
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