Arte y Letras Cómics

De amor, sexo y otros superpoderes

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Spider-Man, 2002. Imagen: Columbia Pictures.

Dado que se trata de escribir de amor y superhéroes, conviene comenzar por el principio. La mera existencia de esos semidioses posmodernos que pueblan desde hace casi un siglo las páginas de los cómics ―y desde hace unos años las pantallas de los cines, tamaña es la crisis de imaginación en los estudios― no tiene otra razón de ser que el amor. Un amor entendido en su vertiente más pura, espiritual y humanista, esto es, la más aburrida. Así hemos de ver su incomprensible querencia por una humanidad en su conjunto a quien se empeñan en proteger, y a toda costa, en una constante que se repite desde los albores del género.

Siendo cursis podemos asumir lo siguiente: explosiones radioactivas o picaduras arácnidas aparte, la fuente del poder del superhéroe nace del amor hacia sus (no) semejantes.

Pongamos el origen ―en algún lugar hay que ponerlo― de los modernos superhéroes en aquella tarde de 1933 en la que dos jóvenes judíos con más necesidad de ganarse el pan que de pasar a la posteridad, Jerry Siegel y Joe Shuster, reescribieron su personaje original (un villano calvo que había aparecido en un cuento publicado en un fanzine de ciencia ficción), para transformarlo en un héroe al que dieron el físico de dos de los actores del momento. Nacía así quien estaba llamado a convertirse en el icono pop más importante de la cultura occidental. Sin embargo, Superman tendría que esperar todavía casi seis años hasta aparecer, en abril de 1938, en la archiconocida portada del n.º 1 de Action Comics por la que todo coleccionista de tebeos daría su reino.

Hay en la concepción de Superman todo tipo de influencias, desde la mitología clásica a la propia historia personal de sus creadores, inmigrantes intentando hacerse un hueco en la nueva sociedad de acogida, incluyendo también las circunstancias que rodearon al propio asesinato del padre de Siegel. Sin embargo, no hay que ser muy avispado para encontrar en su figura la encarnación de la deidad judeocristiana, sea este el salvador o el mismo mesías llegado a nosotros para, mediante su amor, sacrificarse por el bien de la humanidad. Veamos: un crío cae del cielo y es adoptado por una pareja de granjeros en mitad de Kansas que, por supuesto, no son los verdaderos padres de un niño que, al contacto con la atmósfera terrestre, se convierte simple y llanamente en un dios entre los mortales. Este debe camuflar su verdadera identidad bajo la apariencia de Clark Kent, que no es otra cosa que un trasunto de John the Plumber, esto es, el llamado americano medio y anónimo que, además de velar por los suyos, no solo sostiene con su esfuerzo diario a la sociedad americana en general, sino que es la misma representación de sus valores.

Superman, el icono del poderío de la superpotencia occidental, iba originalmente incluso más allá. Con las cenizas del desastre económico del 29 todavía humeantes en la nueva sociedad, el hombre de Kripton se afanaba en las primeras aventuras por luchar contra banqueros y políticos cuyas corruptelas causaban más daño que la delincuencia de poca monta que copaba las portadas de los tabloides de la época. Sí, además de compasivo y bueno hasta el aburrimiento, tenía una especial querencia por lo que hoy llamaríamos «lo social»; con lo que no sería descartable ver en ese primer Superman a un potencial votante de Podemos (dondequiera que sitúe hoy el partido de Pablo Iglesias su centro ideológico). Por supuesto, muy pronto los editores echaran el freno a esta deriva perrofláutica del personaje.

Más allá de Superman hay un personaje de la Marvel de la época de plata que encarna casi como ningún otro ese amor y compasión hacia la raza humana. La aparición de Silver Surfer en el n.º 48 de Los 4 Fantásticos (marzo de 1966) fue tan rutilante que el personaje acabó quedándose. Heraldo de Galactus, a cambio de salvar de la aniquilación a su propio planeta, Zenn-La, el personaje deambula por el universo en busca de otros mundos de los que el supervillano pudiera absorber su energía y así alimentar su poder. Surfer acaba por rebelarse contra su creador y señor una vez llega a la Tierra, donde se ve conmovido por la belleza y la bondad de nuestro mundo tal y como le hace entender el personaje femenino de Alicia Masters. Así, desafía a Galactus y logra derrotarlo, pero, como consecuencia, el Devorador de Mundos lo castiga confinándolo en nuestro planeta, del que se convertirá consecuentemente en guardián.

Está el amor como fuente y, por supuesto, su reverso: el odio y su consecuencia directa, la venganza. La segunda motivación más importante en el mundo de los superhéroes es la encarnada por Batman. No se podría explicar de otra manera que un niño bien como Bruce Wayne fuera a perder noches de sueño y lujuria despreocupada para calzarse las mallas y la capa y dedicarse a perseguir malhechores por las calles de Gotham. Pero una noche, saliendo del teatro, un raterillo de mala muerte se cruzó en su camino, acabando con la vida de sus padres (nótese la semejanza con Iron Man, versión canalla de Batman en la Marvel, cuya motivación es también una venganza personal). El resto es historia conocida. Negra, mucho en el caso del Detective (con la excepción de la época loca de los cincuenta y sesenta y esos insultos estéticos perpetrados en la gran pantalla por Joel Schumacher ―el odio que sentimos todavía nos alimenta, Joel—), hasta el punto de situarnos ante un personaje al borde de la locura. Si Superman (casi siempre) es un sinsangre, Batman es un psicópata con todas las de la ley al que le va la marcha, algo que tendrá consecuencia directa en su vida personal. El hecho de que esté a este lado de los muros de Arkham es una simple cuestión de suerte.

Fue un autor británico (menos dados al maniqueísmo de los estadounidenses) quien hizo de la dicotomía entre amor y odio la cuadratura del círculo. Así se desprende de la lectura de esa magnánima obra que es Watchmen (Alan Moore y Dave Gibbons, 1986). Moore dispuso a su grupo de héroes en una América distópica que se parece demasiado al mundo actual, y en la que los destinados a salvaguardar a la humanidad se cuestionan si esta merece o no ser objeto de tal preocupación. Vida y muerte, amor y odio se dan la mano precisamente en el personaje del Dr. Manhattan, trasunto nuclear del extraterrestre Superman, quien, como un demiurgo, decide finalmente que no, que aquí mejor borrón y cuenta nueva, a ver si a la segunda salen mejor las cosas. Y la verdad es que nadie puede culparlo.

Analizado sucintamente este amor primigenio como fuente de superpoder es hora de entrar en harina. El casi un siglo de vida del medio ha dado para mucho y algunas de las sagas más reconocibles no han tenido más remedio que dotar de cierta «humanidad» a las (semi)deidades que las protagonizan. Y es así como la interpretación terrenal del amor en todas sus formas, incluyendo el sexo, daría para un hilo argumental propio de Dinastía o cualquier otro culebrón de los ochenta.

A grandes rasgos, podemos decir que la vida del superhéroe está cargada de trabajos e insatisfacciones que no dejan mucho campo libre a las bajas pasiones. Mucho menos a lo que tradicionalmente se denomina sentar la cabeza. Como rasgo característico, hay que decir que es comprensible que la de superhéroe sea una de las profesiones más endogámicas, solo a la altura de la de médicos o periodistas. Cuestión tanto de horarios como de temas de conversación. Prueben a salir alguna vez con un grupo de periodistas.

Es la del superhéroe una existencia en permanente guardia que, además, aunque solo sea por seguridad y por no convertir a tus seres queridos en dianas, bien aconseja contravenir esa la norma no escrita de donde tengas la olla no metas la…

Y si no, que se lo pregunten a Spiderman, verdadero pagafantas del mundo de los pijamas que se ha pasado media existencia entrando y saliendo de relaciones más o menos fallidas: Betty Brandt, en el periódico, Gwen Stacy (verdadero amor, y a la que acabará matando sin querer al intentar salvarla) y, por supuesto, Mary Jane Parker. Se da la casualidad de que muchas de las mujeres de Spiderman lo han sido también de sus archienemigos, lo cual ya da una imagen de lo masoquista del personaje creado por Stan Lee y Steve Ditko en 1962. El caso de Mary Jane es sintomático de una especie de norma de la casa Marvel a la hora de tratar a las novias civiles de sus héroes: actriz y modelo, primero fue la vecina de la puerta del al lado, luego la cold hard bitch por la que Parker se arrastraba para, al final, casarse con ella. En fin, la vida sentimental del Hombre Araña daría para un capítulo aparte.

Dramatismo tiene para repartir Daredevil, el reverso oscuro de Batman en la Marvel. El héroe de la Cocina del Infierno es una especie de imán para mujeres que traen las maletas llenas de problemas y que, por lo general, acaban muertas. Dicen que del amor al odio hay un paso y Matt Murdock se ha peleado dentro y fuera de las sábanas con superheroínas (o villanas) como Elektra, María Tifoidea, Natasha Romanova o Maya López. Algunas de ellas han acabado muertas (Elektra), uniendo su nombre a una larga lista de lápidas que el Demonio Guardián ha tenido que visitar durante años. Esta lista fue inaugurada por Karen Page, su inocente secretaria, que, ajena los peligros de liarse con un superhéroe, acabaría inmersa en una espiral destructiva de porno, drogas (vendió la identidad secreta del héroe por una triste papelina) y SIDA que acabaría por llevársela a la tumba. A ella le siguieron la alocada Heather Glenn o la misteriosa Gloriana O’Breen, mientras que Milla Donovan, la única que había conseguido llevar a Matty al altar, ve (verbo no muy apropiado dada su también condición de invidente) la vida pasar ingresada en una institución psiquiátrica.

Yo que tú me lo haría mirar, amigo Murdock.

Pero no todo es drama en la Cocina del Infierno, y en el barrio neoyorquino hay también lugar para que triunfe el amor. El que surge entre la pareja más o menos estable que forman Jessica Jones y Luke Cage (la serie de Netflix está explotando pero bien su química entre las sábanas).

Todo el día repartiendo, enfundados en unos trajes ceñidos, hasta la extenuación produce contacto físico de todo tipo, lo que tiene consecuencias. Si bien la hipersexualización de los personajes (especialmente los femeninos) alcanzó su cénit en el número de los X Men dibujado por Milo Manara, muchas escenas y poses dan pie a que los superhéroes muestren sus pasiones más bajas. Podemos decir que la tensión sexual de las reuniones de grupos como la Patrulla X o los Vengadores es solo comparable a la de las juntas vecinales del complejo de apartamentos de Melrose Place.

Wolverine es uno de los campeones en el negocio de la promiscuidad. Pequeño, feo y con malas pulgas, se lo ha hecho con buena parte de la alineación femenina del universo Marvel sin importar el lado de la ley en el que ambos se encontraran. Así, por sus brazos han pasado desde Tormenta a Mística o Jean Gray, su único y gran amor, que, sin embargo, acabaría en el altar de la mano de Cíclope. En la estela de Logan tenemos a otro playboy, este con credenciales para ello. Tony Stark, alter ego de Iron Man, es un verdadero profesional que recuerda a James Bond en su modus operandi, comenzando por su asistente personal, Pepper Pots. Por su cama ha pasado por supuesto She-Hulk, quizás la heroína de vida más disoluta. A fin de cuentas, cualquiera le dice que no a la versión femenina del gigante verde.

Una de las preguntas que rodean al mundo de los superhéroes es si existen ambientes idílicos e historias de amor eternas. La respuesta es no, al menos no eternamente, ni siquiera la relación entre Superman y Lois Lane. Recuerden que uno es casi inmortal (aunque por razones económicas lo hayamos matado en varias ocasiones), y por eso Superman se las ha visto entre bambalinas con seres que se encontraban a su mismo nivel: es el caso de Wonder Woman, que, por supuesto, también ha caído entre los brazos de Batman, otro héroe especialmente negado para el amor sin que por ello deje de intentarlo: Canario Negro, Catwoman y Poison Ivy son solo algunas de las que han pasado por la mansión Wayne. Pero la más importante y con consecuencias concretas ha sido Thalia Al Ghul, hija de uno de sus archienemigos, con quien tendrá hasta un hijo, Damian.

Ni siquiera las familias de apariencia idílica lo son tanto. Los hasta cierto punto aburridos 4 Fantásticos son el mayor ejemplo. La Mujer Invisible (Sue Storm) se pasa la vida alrededor de su marido, Reed Richards, líder de la banda. Un tipo este bastante aburrido, por lo que Sue aprovecha las largas jornadas de su esposo en el laboratorio para darse una alegría al cuerpo, entre otros, con Namor.

Los tiempos han cambiado y los cómics lo han hecho con ellos. Lejos queda ya la acusación lanzada por el psiquiatra Fredric Wertham en su infumable La seducción de los inocentes (1954), en el que culpaba a los cómics de ser causa de todos los males que acechaban a la juventud de la época. Entre otras cosas ponía el ojo en Batman y su sidekick Robin: un señor con dinero viviendo con un púber bajo el mismo techo y paseándose todo el día en ropa ceñida… ¿A quién pretenden engañar? Las delirantes acusaciones de Wertham no cayeron en saco roto y su libro propició que sobre el medio bajara el velo de la autocensura en forma de Comic Code, que de alguna forma todavía sigue vigente, aunque de maneras muy sibilinas y únicamente en los grandes sellos. El veto en lo referente a la homosexualidad fue revisado en 1989, permitiendo descripciones no estereotípicas de gais y lesbianas. Desde entonces, hemos asistido a la presencia de superhéroes abiertamente gais como Northstar; a bodas, la de este último y Kyle Jinadu; y hasta a salidas de armario: el Hombre de Hielo en el seno de la Patrulla X.

Por haber, hemos hasta asistido a episodios truculentos que van desde violaciones (Hulk) hasta la violencia doméstica más explícita (Hank Pym casi matando a golpes y demás a su esposa Janet, la Avispa) en esa locura colectiva que es The Ultimates, y que, por supuesto, nada tienen que ver con el amor y sí con la parte más oscura de unos héroes cada vez más parecidos a nosotros. Pues sea para bien o para mal, es en el terreno amoroso donde los superhéroes demuestran al final su lado más humano.

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2 Comments

  1. Pingback: De amor, sexo y otros superpoderes – La Diferencia 103

  2. Alejandro

    Fantástico

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