Jot Down para Samsung
Cuando en 1617 Juan Gómez de Mora comenzó el proyecto de la Plaza Mayor de Madrid, no sabía que el lugar que iba a construir se convertiría en el espacio más fotografiado de la capital del reino. Primero porque la capital se había trasladado a Madrid de forma permanente desde hacía apenas once años y cualquiera sabía si la cosa iba a durar o no, con tanto ir y venir desde Toledo o incluso desde Valladolid, trapicheos del duque de Lerma mediante. También porque la plaza del Arrabal, emplazamiento primigenio desde el que se planteaba la nueva plaza, era tan poco importante que ni se limpió ni se engalanó y ni siquiera formó parte del recibimiento a Felipe II cuando hizo su primera entrada en Madrid en 1570. Y bueno, claro, Gómez de Mora no podía saber lo de las fotos a su plaza porque no tenía ni puñetera idea de lo que era un artilugio que no se inventaría hasta un par de siglos y medio después.
Es más, si el buen hombre atravesase una de las puertas del Ministerio del Tiempo y le plantáramos en medio de su creación, probablemente huiría despavorido y profiriendo grandes gritos. No solo por las hordas de visitantes —unos ciento cincuenta mil cada semana, diez veces más que los habitantes del Madrid de principios del XVII— sino, y sobre todo, porque sería incapaz de entender la manera en la que todas esas personas experimentaban la Plaza Mayor.
En Saber ver la arquitectura, Bruno Zevi decía que el espacio arquitectónico y, en realidad, cualquier espacio, solo podía ser comprendido a través del tiempo, de la cuarta dimensión. Es decir, de un recorrido. En este sentido, las plazas mayores se comportarían como epítomes del espacio urbanístico definido por la acción arquitectónica. Son lugares racionales e intrínsecamente cartesianos abiertos en tramas irregulares de la ciudad, que se conciben por su necesidad de recorrerse desde y hacia las embocaduras que los conectan con dicha ciudad. La Plaza Mayor de Madrid, con sus nueve puertas, es un remanso de espacio que, si Zevi siguiera teniendo vigencia, debería transitarse entre el claroscuro de los soportales para luego contemplar como los planos perfectamente rectilíneos y ortogonales de sus cuatro fachadas se van moviendo, girando, alejando y acercando a nuestros ojos hasta que alcanzamos el otro extremo de la plaza.
Sin embargo, si el Gómez de Mora viajero del tiempo se quedase un rato en la plaza, no vería a nadie paseando con la mirada levantada; vería a esas bandadas de gente avanzando hasta un punto aleatorio, deteniéndose un instante para apuntar con un diminuto artefacto hacia las fachadas —o hacia ellos mismos— para luego seguir su camino. Porque han pasado cuatrocientos años desde que comenzó el proyecto de la Plaza Mayor y el espacio ya no se experimenta a través del tiempo y el recorrido sino por la acumulación de momentos instantáneos congelados en fotografías que tomamos con nuestros teléfonos móviles. Zevi se nos ha quedado obsoleto y el mundo ya no se vive en los parámetros de la realidad sino en la hiperrealidad que Jean Baudrillard o Paul Virilio adivinaban hace tres décadas.
Si Madrid recibe unos nueve millones de visitantes al año, es bastante plausible que la mayoría haga una foto de la Plaza Mayor. Nueve millones de instantes conservados en una cartografía visual más viva y más nítida que la memoria. Una bruma de imágenes más real que la propia realidad y de la que todos somos parte activa.
Por eso es tan interesante la actividad que el Ayuntamiento de Madrid en colaboración con Samsung y PHotoESPAÑA ha realizado el pasado fin de semana con motivo del cuarto centenario de la Plaza Mayor. Bajo el título de ¡Retrátate!, proponía hacernos conscientes de lo que significa la experiencia contemporánea del espacio en uno de los lugares donde esa experiencia es, precisamente, más contemporánea.
Curiosamente, como el pintor que necesita apartarse del lienzo para comprender la obra en su totalidad, la actividad se separaba de la propia plaza para encerrarse en cápsulas, contenedores marítimos pintados de un amarillo inevitable, que las convertían, esta vez sí, en remansos alejados de la marea turística.
Una de las instalaciones, quizá la más metarreferencial, era Suite Selfie, obra del fotógrafo Miguel Ángel Tornero. Concebida como pieza inmersiva de 360 grados, ofrecía una manera clásica de comprender el espacio de la Plaza Mayor pero, en un guiño casi sarcástico, a través del medio tecnológico. La sensación es brillante y cautivadora: si solo entendemos el mundo delante de nuestro smartphone, es lógico que el único modo que tenemos de ver la Plaza Mayor a la manera zeviana, o sea, con el tiempo y el recorrido, sea delante de un dispositivo de última generación, en este caso un Galaxy S8, colocado a un par de centímetros de nuestros ojos y montado en unas gafas Gear VR de realidad virtual. Los pocos minutos que duraba la pieza son los pocos minutos que los visitantes tuvieron para mirar a todos los lados de la plaza sin estar pensando en la próxima foto que iban a sacar, pero tomando consciencia de que todo el que va a la plaza guardará una imagen en su móvil. En palabras de Tornero: «A cada pocos segundos se congela la figura de uno de los turistas que está fotografiando; cada nota del piano que suena en los auriculares es un disparo». Y añade: «Al final, todas esas siluetas congeladas que pueblan la plaza nos hablan de la cantidad masiva de fotos que se hacen aquí. Nos habla de cómo nos relacionamos en el siglo XXI. Lo que supone la fotografía, o la posfotografía, como extensión de la propia persona, que se relaciona más a través de la pantalla que con sus propios ojos».
Las demás piezas, en las que participaron fotógrafos como Luis de las Alas, Marta Soul o Paula Anta, aunque menos evidentes, eran también consustanciales a la idiosincrasia de la fotografía y la Plaza Mayor. Por ejemplo, Marta Soul realizó fotos posadas a todos los que entraron en su set. No se trataba solo de demostrar que el Galaxy S8 es capaz de ejecutar trabajos de enorme calidad, sino que construyó, con ese mismo smartphone, retratos profundamente teatrales, tal y como se hacía en los primeros años de la historia de la fotografía. Se producía así una yuxtaposición entre esas imágenes estilizadas y conscientemente artificiales, pero tomadas con un instrumento y en un entorno que, habitualmente, relacionamos con fotos amateur, tan espontáneas como elementales.
Y en un rizo, quién sabe si intencionado, Luis de las Alas propuso acabar de una vez con la experiencia del espacio: retrató a decenas de personas pidiéndolas que cerrasen los ojos. En un lugar que solo experimentamos delante de la pantalla de nuestro móvil, esas decenas de personas cerraron los suyos detrás de la pantalla de otro móvil para convertirse en una imagen captada dentro de un estuche de acero montado en medio del espacio más fotografiado de Madrid.
Si quieres ver todas las fotos realizadas durante ¡Retrátate! consulta www.phe.es/retratate. Además, la fachada de la Casa de la Panadería acogerá una exposición con dieciséis retratos seleccionados desde el próximo 5 de julio hasta el 31 de agosto.