Música

Cómo nació el rock and roll (IV)

Jerry Lee Lewis Cordon
Jerry Lee Lewis. Foto: Cordon.

(Viene de la tercera parte)

En 1956 el rock and roll se había consolidado como una fuerza arrolladora en la industria del espectáculo: se publicaron muchos discos, claro, pero además se estrenaron varias películas, se fundaron numerosos sellos discográficos especializados y también empezaron a aparecer programas televisivos destinados a la música juvenil (el más popular con diferencia, American Bandstand, perduró hasta 1989). Ya hemos visto que entre 1955 y 1956 saltaron al éxito varios artistas importantes que todavía hoy son recordados y escuchados. Hubo muchos otros cuyas carreras despegaron en esos dos años y que son menos recordados por el gran público, pero que tuvieron una considerable influencia en generaciones posteriores. La lista es demasiado larga como para enumerarla completa, pero podemos citar algunos ejemplos ilustrativos para demostrar que no todo se limitó a los nombres estelares que todos tenemos en mente.

The Midnighters era una de muchas bandas de Detroit, una de las capitales musicales del norte de los Estados Unidos, que había tenido sonados éxitos en las listas de rhythm & blues —esto es, entre el público negro— durante la primera mitad de los cincuenta, caso de aquella curiosa trilogía de canciones protagonizadas por una sola chica, Annie: «Work With Me, Annie», cuyas guitarras casi anticipaban el estilo de Chuck Berry, «Annie Had a Baby» y «Annie’s Aunt Fannie». Estas tres canciones fueron tan populares que por ejemplo Etta James grabó una canción inspirada en la primera para aprovechar el tirón, «The Wallflower (Dance With Me, Henry)». The Midnighters lo tenían todo para triunfar con la llegada de la fiebre del rock and roll, pero las evidentes lecturas sexuales de sus canciones les pusieron las cosas difíciles. Como sabemos, las campañas de boicot por parte de los conservadores no siempre tuvieron el efecto que pretendían, pero cuando lo conseguían podían hacer pedazos la carrera de cualquiera. Cuando muchas radios decidieron negarse a emitir las canciones de The Midnighters, y a pesar de que otros artistas superaron trances parecidos, el grupo sufrió un tremendo golpe.

Con todo, fueron una auténtica escuela. Para empezar, por sus filas pasaron tres guitarristas que merecerían más reconocimiento del que tienen. Uno fue Alonzo Tucker, que prefirió dejar las giras para convertirse en compositor freelance; no le fue mal, pues años más tarde escribiría éxitos para gente como Gladys Knight o The Animals. Los otros dos, Arthur Porter y Cal Green, fueron dos de los pioneros del uso de la famosa guitarra Fender Stratocaster. Estos tres pueden contarse entre los primeros guitar heroes del rock and roll, junto con Danny Cedrone o Chuck Berry, pues sus respectivos estilos estaban un tanto adelantados a su época. También de los Midnighters salieron cantantes de postín como el mismísimo Jackie Wilson o Levi Stubbs, que después militó en los exitosos Four Tops, así como Johnny Otis, líder de The Midnighters, cantante y multiinstrumentista que fue el descubridor de todos los anteriores; después de The Midnighters solo tuvo un éxito en solitario («Willie and the Hand Jive», que era básicamente una fotocopia del estilo de Bo Diddley).

Pues bien, raíz de los escándalos que suscitaron las letras de The Midnighters y del mencionado boicot radiofónico, su compañía discográfica, King, dejó de apoyarlos, lo cual provocó que no tuviesen canciones de éxito entre 1956 y 1959, perdiendo un tren comercial que solo recuperaron de manera breve en 1960-61. En su lugar, King prefirió apoyar a otra banda que imitaba su estilo, los Famous Flames. ¿Y quiénes estaban en los Famous Flames? Pues nada menos que don James Brown y su eterno escudero Bobby Byrd. Quien no caiga en la identidad de Byrd, era la voz que una década más tarde contestaba a Brown en «Sex Machine», pronunciando el famosísimo «Get on up!». Byrd fue el inseparable escudero del Padrino del soul, y bajo su supervisión grabó temas sensacionales (¡sensacionales!) editados con su propio nombre; hablo de cosas tan poderosas como «I Know You Got Soul» o «Saying It And Doing It Are Two Different Things».

Otro grupo poco recordado hoy pero enormemente influyente fue The Rock And Roll Trio, aunque quizá les suene más como Johnny Burnette Trio. La banda procedía de Memphis y trató de conseguir un contrato con Sun Records, aunque el dueño la discográfica, Sam Phillips, desdeñó la maqueta que le enviaron porque imitaban demasiado a su paisano Elvis Presley. O eso se dice; la verdad es que nunca sabremos cómo sonaban aquellas maquetas porque Phillips, de acuerdo a su costumbre, usó aquella cinta para grabar otras cosas encima (Burnette no se lo tomó a mal y diría más tarde que «de todos modos, lo que le enviamos no era muy bueno»). Más tarde el trío consiguió fichar por Coral, una subsidiaria de Decca Records, y así consiguieron empezar a publicar sus discos. En 1956 decidieron grabar una versión, adaptada al estilo del momento, de un jump blues que se había editado en 1951 («The Train Kept A-Rolling», de Tiny Bradshaw).

El disco no triunfó, pero los hizo inmortales por una sencilla razón: presentó la guitarra distorsionada a una futura generación de músicos británicos, quienes todavía eran niños que escuchaban con avidez la radio en sus casas. La cosa sucedió por accidente. Antes de esta grabación algunos guitarristas ya habían experimentado con sonidos saturados, subiendo el volumen y dejando que sus guitarras sonasen algo más ásperas de lo normal, pero fue el guitarrista del Johnny Burnette Trio, Paul Burlison, quien se encontró con una nueva sonoridad sin tan siquiera pretenderlo. En un momento de distracción le dio un golpe a su amplificador, y una de las «válvulas» (una especie de bombillas que se calientan y le confieren su sonido característico al altavoz de la guitarra eléctrica) se aflojó como consecuencia del impacto. Al encender el amplificador, Burlison notó que su guitarra emitía un sonido vibrante, parecido a un zumbido, y decidió aprovecharlo para grabar el solo de la canción. Era la guitarra «distorsionada», que se volvería ubicua a partir de los años sesenta. En los cincuenta, cuando la distorsión era como vemos un puro accidente, Burlison descubrió que ese efecto le gustaba. Feliz con su descubrimiento, y como no había tantos medios técnicos, se limitaba a aflojar la válvula a mano cada vez que quería recuperar esa vibración concreta que había empleado para grabar el solo de la canción.

El Johnny Burnette Trio nunca consiguió una gran repercusión. Ni siquiera su aparición en un concurso televisado de jóvenes talentos —celebrado nada menos que en el Madison Square Garden— sirvió para que su carrera despegara. Sus miembros eran jóvenes, pero llevaban tocando desde 1952 y en 1957, meses después de haber publicado este hoy legendario single, decidieron separarse, hartos de dar tumbos. Sin embargo, con el paso de los años se convertirían en un grupo de culto. Los Beatles solían tocar algunos de sus temas en los directos de su primera época, y lo más importante, The Yardbirds editaron «Train Kept A Rollin’» en los sesenta, después de que su guitarrista de entonces, Jeff Beck, se pusiera a tocarla durante un descanso de la grabación y sus compañeros, así como el productor, decidiesen que esa canción tenía que terminar plasmada en vinilo. La guitarra solista, por descontado, imitaba el sonido de Burlison, aunque en los sesenta ya no era necesario aflojar las válvulas para conseguirlo. La versión de los Yardbirds, que además añadía su propio sello característico a la canción, la convirtió en un standard frecuente en los directos de muchos grupos, y como tal permanecería durante décadas. Los tentáculos de los cincuenta son muy alargados, incluso cuando nacen en grupos que nunca consiguieron despuntar.

Otro artista que no tuvo suerte, o que malgastó la que tuvo, fue Little Willie John. Era un joven cantante que acababa de iniciar su carrera discográfica pero ya estaba en racha: había obtenido varios éxitos sonoros entre el público negro con canciones como «All Around the World», «Need Your Love So Bad» o «Home At Last», pero su carrera despuntó a lo grande cuando los músicos Eddie Cooley y Otis Blackwell (Blackwell también sería coautor de, agárrense, «Great Balls of Fire», «All Shook Up», «Return to Sender» o «Don’t Be Cruel») le presentaron a Little Willie una nueva canción titulada «Fever». Sí, esa «Fever» . Aunque la versión más exitosa y aquella en que se basan casi todas las posteriores la grabaría poco después Peggy Lee, la original obtuvo muy buenas ventas y terminó de consolidar a Little Willie como un valor en alza.

Su época dulce, sin embargo, solo duró hasta 1961; a partir de ahí todo fue hacia abajo. Su carácter explosivo lo metió en serios problemas: primero su compañía de discos decidió rescindir su contrato porque todos en ella estaban hartos de su errática e imprevisible conducta, empeorada por el abuso de la bebida. Las cosas aún podían ir a peor, y fueron a peor: a mediados de los sesenta, después de uno de sus conciertos, Little Willie se involucró en una pelea y mató a un tipo de una puñalada. La policía lo detuvo. Una apelación de su abogado le permitió recuperar la libertad durante algunos meses, que él aprovechó para grabar un nuevo disco. Cuando su apelación fue desestimada, Willie tuvo que volver a la cárcel y el álbum que había grabado terminó en un archivo; no sería publicado hasta cuarenta años más tarde. Willie murió en la prisión, en circunstancias poco claras. La versión oficial hablaba de un ataque al corazón, pero como Willie tenía treinta años cuando murió, algunos pusieron en duda el informe y hablaron de negligencia por parte del personal médico del centro, que no habría sabido tratar una neumonía con la que había ingresado. Nunca sabremos la verdad, pero el hombre que por primera vez puso voz a la inmortal «Fever» terminó viviendo una vida breve y accidentada, más propia de una de sus canciones.

También en 1956 despuntaron varias voces femeninas; a veces da la impresión de que el rock de los cincuenta era solo cosa de hombres, pero esto no es así. Cierto, hubo menos mujeres en cantidad, quizá porque el estereotipo de la época era que las voces femeninas se dedicasen a la música melódica (country, jazz, blues comercial, gospel, etc) y se alejasen de estilos todavía considerados indecentes por parte de la sociedad. Pero las hubo, y con mucho talento, que pese a todo se dedicaron al rock and roll.

Wanda Jackson provenía del country, con el que había tenido algún éxito, y su voz aguda, que siempre andaba rayando el yodel, parecía poco apta para el rock. De hecho, Wanda no sabía mucho sobre la escena del rock and roll o el rhythm and blues cuando en 1955 recibió una llamada del coronel Parker, mánager de Elvis Presley, que buscaba una voz femenina para hacer de telonera en la nueva gira de su protegido. Ella no tenía ni idea de quién era Elvis, que aunque ya triunfaba en el sur todavía no había explotado a nivel nacional, pero aceptó la oferta, y aquello cambió su carrera. Quedó muy impresionada a conocer a Elvis, no solamente porque le pareció muy atractivo, sino también porque vestía de manera atrevida: el día que se lo presentaron, Elvis llevaba una chaqueta amarilla. Después, asombrada, lo vio marcharse en un Cadillac rosa (ella diría: «Nunca antes había visto un coche de color rosa»). Elvis todavía no era rico, y seguía teniendo su modesta actitud de chico sencillo de Tennessee; la recibió en la gira con cariño y consideración, y ambos hicieron buenas migas.

La sorpresa llegó la primera noche en que compartieron escenario: Wanda había terminado su actuación como telonera y estaba en el camerino cuando empezó a escuchar gritos; su padre, que la acompañaba, le dijo: «Quédate aquí, creo que hay un incendio». Resultó que el griterío era la reacción de las chicas del público cuando veían a Elvis en acción. Wanda podía entender que les gustase Elvis, pero se quedó completamente atónita ante semejante nivel de histeria, y entendió que algo grande estaba cociéndose. Ambos cantantes empezaron a flirtear y terminaron manteniendo un entrañable romance durante un año: iban al cine, a cenar, cosas así. Elvis se preocupó mucho por la carrera de Wanda y la convenció para que empezase a cantar rockabilly, como llamarían al estilo que hacía él en sus inicios. Wanda no se veía capaz de cambiar de estilo, pero la insistencia de Presley hizo que grabase un tema donde demostraba que sí podía hacerlo, y muy bien además: «I Gotta Know». Allí, Wanda alternaba una introducción y frases de country con otras rockabilly. El tema se convirtió en un éxito. Por entonces, además, la acompañaba el notable guitarrista Joe Maphis, uno de los primeros en actuar con un instrumento de doble mástil. A partir de ese momento, Wanda demostró que pese a sus miedos iniciales podía interpretar el nuevo estilo tan bien como cualquiera, lo cual terminaría valiéndole el título de «reina del rockabilly».

Otra vez femenina, hoy más olvidada, fue la de Lawrencine «Lorrie» Collins. Sus inicios, siendo apenas una cría, fueron de lo más curiosos. Formaba junto a su hermano pequeño Lawrence el dúo The Collins Kids. Debutaron en 1954, cuando todavía iban al colegio. Se convirtieron en una atracción; ella cantaba con su voz angelical mientras él brincaba con su guitarra —también de doble mástil—, haciendo el duck walk como si fuera una especie de Angus Young de los cincuenta. Véanlos cuando solamente tenían catorce años ella y doce años él. Aunque no vendieron millones de discos, aparecieron muy a menudo en televisión interpretando canciones propias o éxitos del momento, así que continuaron siendo muy populares. Al dejar de ser una chiquilla, además de refinar su voz, Lorrie terminó convirtiéndose en una chica de arrebatadora belleza, y otro guapo oficial del mundillo, Ricky Nelson, quedó completamente prendado de ella cuando coincidieron en un programa de televisión. Y la verdad, no se lo puede culpar, ¡Lorrie no tenía nada que envidiar a cualquier sex symbol de Hollywood!).

Obnubilado, Ricky le propuso salir nada más abandonar el plató y ella aceptó; ambos cantantes entablaron una relación amorosa y terminaron haciendo duetos, convertidos en la pareja musical más adorable del país. Incluso llegaron a aparecer juntos en la serie de televisión que él protagonizaba, The Adventures of Ozzie and Harriet, donde ella interpretaba a dos hermanas gemelas. Incluso fuera de la pantalla su romance era de postal, desde luego, y musicalmente funcionaban de maravilla, pero la historia no tuvo un final feliz: aunque tenían la intención de casarse, sus padres se oponían (sobre todo la madre de Ricky, que era muy controladora) y un inoportuno aborto terminó de arruinar el asunto. Se separaron, pero décadas después, en los años ochenta y poco antes de morir en un accidente de avioneta, Ricky Nelson confesó en una entrevista que Lorrie Collins era la única mujer de la que había estado realmente enamorado y que durante toda su vida se había arrepentido de no rebelarse ante sus padres para casarse con ella. Como ven, el rock and roll también tuvo sus Romeo y Julieta.

Tras el desengaño amoroso con Ricky Nelson, Lorrie se casó con el mánager de Johnny Cash, que le sacaba casi veinte años. Tuvo un hijo y decidió retirarse, aunque fue un retiro intermitente; desde los sesenta hasta hace muy poco, The Collins Kids han hecho giras esporádicas, completamente fieles a su estilo rockero. Él ha continuado tocando el instrumento de doble mástil y su intensa actitud escénica cambió poco con los años. Ella, como Willie Nelson, no se separa de la guitarra acústica que usaba hace décadas pese a que muestra un más que visible boquete en la madera.

Otra jovencísima cantante del momento fue Brenda Lee, que firmó su primer contrato discográfico a los once años y también se hizo un hueco en la televisión, despertando los «aawww» de todas las madres del país. Brenda era una niña prodigio; su madre recordaba cómo era capaz de reproducir melodías enteras de la radio, después de haberlas escuchado una vez, ¡cuando solo tenía dos años de edad! Su carrera infantil fue bastante notable, puesto que era capaz de cantar rock and roll y otros estilos con mucha clase, pero cuando de verdad consiguió un éxito monumental fue en la década de los sesenta, en la que obtuvo dos números uno, otros nueve puestos en el Top 10 y otros seis en el Top 20 (pocos artistas, entre ellos Elvis y los Beatles, consiguieron vender más que ella durante esos años). Mucho menos éxito tuvo Janis Martin, a quien apodaron «the female Elvis» por su entrega en el escenario; su carrera nunca despuntó del todo, pero dejó atrás discos más que dignos de recordar. Algo mejor le fue a LaVern Baker, que después de varios éxitos entre la audiencia negra saltó a la fama nacional con el rock and roll «Jim Dandy». Por desgracia, justo después de aquella campanada su carrera se tornó muy irregular; la publicación de la balada «I Cried a Tear» fue, año y medio después, su último Top Ten. Eso sí, se dejó oír en las radios hasta principios de los sesenta, lo cual le permitió mantener un nivel modesto de ventas.

El que estas y otras mujeres cantasen rock and roll en 1955, 1956 o 1957, es otra muestra de lo que el estilo hizo por romper barreras en el mundo del espectáculo. No olvidemos que el rock era para muchos sinónimo de perdición juvenil. La mayoría de los adultos terminaron aceptándolo mientras no se traspasaran ciertos límites, y es verdad que una artista femenina lo hubiese tenido difícil, o imposible, de haber enfocado el rock and roll de manera tan salvaje como Little Richard o el Elvis de 1956. Pero Little Richard era una excepción —podemos dar por sentado que su energía vocal estaba adelantada a su tiempo— y Elvis no tardó en plegarse a las exigencias del decoro que demandaban su mánager, su discográfica, etc. Así que, quitando estos ejemplos y algún otro, estas mujeres no siempre hacían música más suave que sus homólogos masculinos. Esto tenía muchísimo mérito; el rock ha seguido siendo un mundo predominantemente masculino; tuvieron que pasar dos décadas hasta que las maravillosas Runaways tuviesen el mismo descaro y la misma actitud transgresora que las bandas masculinas más osadas de su tiempo. A las Runaways no les fue fácil y su papel fue histórico, pero no se puede olvidar que en los cincuenta ya hubo pioneras que, dentro de las todavía más restrictivas limitaciones a las que se enfrentaban, demostraron su amor por el rock and roll.

También amor por el rock and roll tenía un artista al que le costó bastante despuntar, pese haber estado ahí casi desde el principio. Hablo del gran Roy Orbison. Publicó su primer single en 1956; una canción rockabilly con el característico sonido de Sun Records; Roy imitaba sin ningún disimulo a Elvis, a quien había visto en concierto poco antes, quedando completamente impactado. Pasó varios años cantando en un estilo similar y obtuvo una repercusión moderada, pero lo cierto es que fue un artista secundario durante casi todo el resto de la década. No alcanzaría renombre internacional hasta 1960, cuando se especializó en las baladas dramáticas con las que ahora asociamos su figura; empezar a cantar con su propia personalidad cambió por completo, y para bien, su carrera. Había sido un buen vocalista de rock (obvio; este hombre no hubiese podido cantar mal ni adrede) y tenía buenos temas, pero en ese estilo no había nada que lo distinguiera entre las grandes figuras de la época. Fue con su cambio de estilo cuando el mundo descubrió lo maravillosa que era su voz.

Su figura, desde luego, es muy importante, pero despuntó cuando la fiebre del rock and roll estaba ya perdiendo fuerza y la mayor parte de sus éxitos vinieron ya en la primera mitad de la década siguiente. Como sabemos, a partir de 1965 pasó por malas épocas —falta de éxito, desgracias personales— y su carrera parecía ya desvanecida en un irrecuperable olvido cuando en 1988 George Harrison, Bob Dylan, Tom Petty y Jeff Lynne lo ficharon para el supergrupo Traveling Wilburys. Con ellos publicó aquel álbum que contenía la impresionante canción «Handle With Care». Al año siguiente tuvo su primer gran éxito en solitario en décadas, otro tema inolvidable —escrito junto a Lynne y Petty— que se cuenta entre lo mejor de su carrera: «You Got It». Otra buena muestra de su retorno fue el concierto Roy Orbison and Friends: A Black and White Night, en el que diversos artistas le rendían tributo. Cómo olvidar su aparición junto a Bruce Springsteen, cantando «Oh, Pretty Woman», respaldados por la banda que llevaba Elvis en los setenta; ya saben, aquellos monstruos: James Burton a la guitarra, Ronnie Tutt a la batería, Glen Hardin al piano… un bonito evento para subrayar la importancia crucial de un músico al que el mundo había olvidado durante mucho tiempo.

Volvamos a retomar el hilo temporal. 1956 llegó a su fin con un curioso suceso que pasaría a la historia; Elvis, que en ese momento era ya una estrella internacional, visitó el estudio de su antigua discográfica Sun Records. Justo ese día estaba alí grabando sus nuevas canciones Carl Perkins, que como ya contamos también había alcanzado la fama gracias a «Blue Suede Shoes». Mientras Elvis escuchaba las grabaciones de Perkins, entró el joven cantante de country Johnny Cash, que estaba despuntando a nivel nacional. Por último, también pululaba por el estudio el nuevo fichaje de Sun, un todavía desconocido pianista y cantante llamado Jerry Lee Lewis. Los cuatro, de manera informal, se colocaron en torno al piano y empezaron a entonar juntos canciones con las que habían crecido. El ingeniero de sonido Jack Clement, que estaba trabajando en el disco de Perkins, vio lo que estaba pasando y al instante tuvo la corazonada de que tenía que registrar aquello para la posteridad, así que encendió la grabadora y dejó la cinta correr. Sam Phillips también entendió que aquella ocasión era especial, aunque solo fuese para promocionar a sus propios artistas mostrándolos junto a Elvis, y llamó al fotógrafo de un periódico local para que inmortalizase la escena.

El resultado de aquella casual jam session, que terminó convertido en el famoso álbum The Million Dollar Quartet, es, cómo no, absolutamente descomunal. Sobre todo porque muestra la impresionante química entre las voces de Elvis y Jerry Lee, y más cuando cantaban temas góspel que ambos habían aprendido de niños en la iglesia, puesto que casualmente sus respectivas familias pertenecían a la Asamblea Pentecostal de Dios. Es una pena que Elvis y Jerry Lee nunca grabasen juntos un álbum completo de música religiosa, o de cualquier otra cosa, pero así es la industria. Al menos tenemos aquellas grabaciones, que la verdad, son espectaculares (pensemos que es algo grabado en el momento, sin ensayos ni preparación, y con intérpretes que rondaban ¡los veinte años de edad!). Escuchándolas, además, podemos entender de dónde venían estos músicos, cuáles eran las influencias musicales de aquellos chicos blancos del sur; sus bagajes eran una parte más del corazón emocional del rock and roll al que estaban contribuyendo a dar forma. Háganse un favor y escuchen estas dos voces.

Las primeras estrellas del rock, las que primero habían llegado a lo más alto, tuvieron suerte desigual a partir de 1956. A Elvis, como ya sabemos, le fue bien: si 1956 había sido «el año de Elvis», 1957 le proporcionó cuatro nuevos números uno: «Too Much», «All Shook Up», «(Let Me Be Your) Teddy Bear» y «Jailhouse Rock». Little Richard también continuaba encadenando éxitos y probándose el vocalista más feroz de la historia del rhythm & blues con temas como «Jenny Jenny», «Keep A Knockin’», «Lucille», etc. Chuck Berry era otro que tenía el viento de popa y vendía muchísimo con temas como «Rock And Roll Music», «Sweet Slittle Sixteen», «Johnny B. Goode» o «School Day (Ring! Ring! Goes The Bell)», que años más tarde reescribiría, para mejor, como «No Particular Place To Go». Otro que continuaba enganchando éxitos de tirón era Fats Domino: «Blueberry Hill», «Blue Monday», «I’m Walkin’», «Valley of Tears», «It’s You I Love».

Otros, sin embargo, no consiguieron repetir los éxitos que los habían llevado a la cumbre. Carl Perkins, pese a editar muy buenos temas («Boppin’ the Blues», «Dixie Fried», «Your True Love») no obtuvo ningún hit nacional después de «Blue Suede Shoes», aunque vendía lo suficiente como para salir adelante sin problemas y aparecer con regularidad en las listas de éxitos de country. En cuanto a Gene Vincent, para 1958 había desaparecido de las listas americanas, a las que ya nunca retornaría, aunque entre 1960-61 tuvo cierta repercusión en el Reino Unido. Eddie Cochran, en cambio, se estaba haciendo poco a poco un nombre, y en 1957 coló su primera canción entre los veinte primeros de las listas, «Sittin’ in the Balcony». El que tampoco conseguía mantener su estatus comercial, aunque desde luego no le faltaba trabajo, era Bill Haley: durante 1957 no obtuvo ningún éxito en América (aunque sí pegó, y mucho, en Inglaterra con «Don’t Knock The Rock»). Su último éxito americano —puesto 22 en las listas— fue «Skinny Minnie», en la que Haley demostraba lo bien asimilado que tenía lo del rhythm and blues qué maravillosa forma de cantarla!).

La carrera que subió y bajó de manera más abrupta fue, cómo no, la del alocado Jerry Lee Lewis. A principios de 1957, un todavía anónimo Jerry estaba sentado en el estudio, tocando el piano durante la grabación del éxito de Billy Lee Riley «Flyin’ Saucers Rock’n’Roll», fantástico clásico que unía dos de las pasiones juveniles de la época: el rock y la ciencia ficción (la letra hablaba de una banda recién salida de un platillo volante que traía el rock a la Tierra; vamos, como haría con el funk el «Dr. Funkenstein» de George Clinton, pero unos veinte años antes). Sin embargo, nuestro amigo el «Killer» no tardaría en asaltar las listas nacionales de ventas con sus propias grabaciones. Su versión del «Whole Lotta Shakin’ Going On» llegó al número 3 en Estados Unidos y también vendió muchísimo en el extranjero. Aún más ruido haría «Great Balls of Fire», con el que alcanzaría el número 2 en su país, el número 1 en el Reino Unido y el Top Ten en casi toda Europa; un éxito que ni siquiera los intentos de censura, provocados por la posible lectura sexual del tema, consiguieron impedir. De hecho, fue el single rockero más internacional del año después del «Jailhouse Rock» de Elvis.

El contagioso poder de sus interpretaciones lo convirtieron ipso facto en uno de los pesos pesados del rock and roll; Jerry no era un imitador más de Elvis, ni tampoco alguien que continuaba la tradición del rhythm & blues. Como Little Richard, era alguien que tenía una fortísima personalidad musical, reconocible de inmediato, cuya fogosidad estaba adelantada a su tiempo. Para el joven Jerry la música lo había sido todo: él y dos primos suyos habían crecido aprendiendo juntos a tocar el piano. También juntos se presentaban a concursos de pianistas de la región, que siempre ganaba Jerry. Los tres primos se harían muy famosos. Mickey Gilley no se hizo muy conocido fuera de Estados Unidos, pero allí sí ha sido una superestrella, vendiendo millones de discos de country, y de hecho tendría muchísimo más éxito que Jerry en el conjunto de su carrera. Cuando Mickey tocaba rock and roll era muy fácil notar que ambos primos habían aprendido música mano a mano, amén de que los timbres de sus respectivas voces son casi idénticos. La verdad es que es muy, muy curioso verlos cantar juntos; físicamente no se parecen mucho, pero en lo sonoro casi parecen una desdoblación sobrenatural de la misma persona.

El tercer primo en discordia decidió abandonar la música laica para entregarse a Dios; ayudado por sus discos de góspel —que vendían muy bien— pero sobre todo por su maléfico carisma, construyó un imperio religioso que alcanzó su cúspide en los años ochenta, la época de Reagan y el nuevo auge de la derecha religiosa. Hablo, cómo no, del infame Jimmy Swaggart, el telepredicador más famoso de América. Su imperio (o buena parte de él) se vino abajo cuando el defensor de los valores ultraconservadores tuvo que admitir en la televisión nacional que le gustaban las putas más de la cuenta. Como persona es detestable, pero hay una cosa que no le podemos negar: el tipo aprendió a tocar con Jerry Lee Lewis y Mickey Gilley, y como ellos, la verdad, también tiene buen gusto musical y bastante estilo a las teclas.

La carrera de Lewis estaba ascendiendo como un cohete, hasta el punto de que algunos llegaron a hablar de una posible rivalidad con Elvis, pero no tardó en encontrarse obstáculos, provocados por su volcánica personalidad en lo musical y lo personal. Primero, una aparición suya en televisión escandalizó a mucha gente debido a su salvaje actitud. Elvis había tenido al coronel Parker para convencerlo de que debía dejar de mover las caderas en televisión. Little Richard era sin duda el más agresivo con su voz, pero sabía diluir esa agresividad en público gracias a su eterna sonrisa y una actitud simpática e inofensiva de cara al público; la música de Little Richard era vanguardista, y para muchos oídos de la época «ruidosa», pero era difícil que él cayese mal a alguien, incluyendo a los padres (supongo que porque ignoraban que era bisexual, con preferencia por los hombres, y muy promiscuo). Pese a su juventud, Little Richard tenía muchas tablas y sabía tratar con diversas clases de público porque llevaba desde crío actuando ante toda clase de gente; podía ser muy salvaje en el escenario —como demostraría en los sesenta—, pero si en los cincuenta tenía que ofrecer una imagen impoluta en televisión, sabía perfectamente cómo hacerlo.

Jerry Lee, en cambio, carecía de ese instinto para la diplomacia, y tampoco había un coronel Parker que lo atase en corto. Él se dejaba llevar por su música, tan simple como eso. Tenía solamente veintiún años y una energía inacabable. Las anécdotas sobre su pasión en escena son célebres. En una ocasión le prendió fuego a su piano. En otra, siendo telonero de Chuck Berry, llevó al público al paroxismo y al salir del escenario y cruzarse con Berry le dijo: «¡Supera esto, negro!». A veces se funden estos dos sucesos en uno, aunque parece que se trató de incidentes separados. En cualquier caso, a Chuck Berry le hizo gracia la frase de Jerry y después llegaron a entablar buena relación.

Pues bien, en agosto de 1957 Jerry interpretó «Whole Lotta Shakin’ Goin’ On» en el programa de Steve Allen, y podemos decir que, teniendo en cuenta los parámetros de la época, se volvió completamente loco. Jerry era sin duda el primer punk. Al público joven le encantó lo que veía, pero por entonces los guardianes de la moral estaban escaldados; a Elvis ya lo filmaban de cintura para arriba y cualquier desmán en televisión era examinado con lupa. Quizá creyeron que un pianista no podía montar un número semejante, porque tocaba sentado. Y Jerry empezó la actuación con normalidad, pero fue encendiéndose conforme cantaba el tema —como solía sucederle en los escenarios— y al final de su actuación le pegó una patada a su silla, poniéndose a tocar de pie y haciendo aquellos movimientos que se consideraban «obscenos» y que ni el propio Elvis osaba ya mostrar ante las cámaras. Ni que decir tiene que desde ese mismo momento los sectores conservadores pusieron A Jerry Lee Lewis en la mirilla: ¡por Dios, aquel nuevo individuo era aún peor que Elvis!

El tercero y último éxito Top Ten de Jerry Lee Lewis en aquellos años fue «Breathless», obtenido a principios de 1958, aunque con ciertas dificultades debido al rechazo que su reciente actitud en televisión provocaba en no pocas radios. Poco después, «High School Confidential» llegó al número 21, pero ahí terminó su suerte. Casi al mismo tiempo, un escándalo todavía más enorme terminó de finiquitar su ascenso. Jerry, que tenía solamente veintidós años pero ya se había casado dos veces (de hecho, y siendo todavía un adolescente, ¡había llegado a ser bígamo durante una temporada!), contrajo terceras nupcias con Myra Brown, su prima segunda, que solamente contaba trece. Jerry acababa de comenzar una gira británica, pero en cuanto la noticia saltó a la primera plana de los periódicos vio cómo parte del público le increpaba y el resto de fechas se terminó cancelando. Las radios y las televisiones le dieron la espalda a su música. Aunque siguió publicando con Sun Records, puesto que tenía un contrato firmado, el silencio mediático lo borró de las listas de éxitos y de ser el aspirante a rivalizar con Elvis pasó a tocar en recintos pequeños, cobrando ¡cuarenta veces menos que unos meses atrás!

Hoy en día nadie discute la importancia de Jerry Lee Lewis en el nacimiento del rock and roll, pero por entonces llegó a parecer que su carrera estaba completamente acabada. Siempre siguió girando, aunque nadie sabía qué esperar de sus conciertos: quien lo haya visto en directo sabe que aquello de «genio y figura hasta la sepultura» parece una frase acuñada en torno a él; en una misma actuación era capaz de bordar una canción y cabrearse, sabe Dios por qué y con quién, en la siguiente. Muy pocas veces volvió a ocupar puestos dignos de mención en las listas de éxitos, al menos hasta los noventa, cuando medio mundo redescubrió su figura gracias a la película biográfica Great Balls of Fire. En cualquier caso, su discografía posterior a los cincuenta merece muy mucho la pena. Tiene algunos álbumes fabulosos, como aquel The London Session: Recorded in London with Great Artists de 1973 (también llamado simplemente The London Sessions) en el que participaban tipos como Rory Gallagher, Alvin Lee, Albert Lee, Kenney Jones o Peter Frampton. Es un disco único; Jerry rara vez había grabado fuera de su estado natal —no digamos de su país— y tardó en acomodarse a la situación: rodeado de músicos más jóvenes con pelo largo, fuera de su elemento, mostró una actitud altiva e imprevisible. Todos aquellos artistas invitados, sin embargo, lo trataron con un respeto reverencial pese a sus cambios de humor y se aplicaron en intentar sacar lo mejor de aquellas sesiones.

Tiempo después, el «Killer» admitió que aquellos músicos británicos le habían impresionado y que nunca había esperado que tocasen tan bien. El disco, entre otras muchas joyas contiene mi versión favorita de «Drinking Wine Spo-Dee-O-Dee», que fue su primer éxito de importancia en más de diez años. O una «Bad Moon Rising» que me gusta más que la original de Creedence Clearwater Revival. O qué decir de su vacilona relectura de «Satisfaction» con Gallagher a una de las guitarras y que Jerry cantó, cómo no, sin saberse la letra (quizá por ese motivo no apareció en el disco hasta ediciones muy posteriores). En fin, todo el disco es una maravilla; comprénselo si lo ven por ahí.

Próximamente, más auges y caídas, más historias de los cincuenta, y por descontado, más rock and roll.

(Continúa aquí.)

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7 Comentarios

  1. Aventurero

    Muchísimas gracias por está serie de artículos!
    Y pensar que los he leído gratis en internet!
    Qué lástima que ya no exista dropcoin

    • Faithnomore

      Estoy de acuerdo.

      Por otro lado, quiero llamar la atención sobre el carácter que tenían esos primeros rockeros y los comparo con nosotros hoy. Jerry Lee y similares sí que eran heavy y duros. Si llegan a ver a Justin beaver o a los actuales AC DC en escena, crearían estar viendo una fiesta infantil

      • Los actuales AC/DC no tienen nada que ver con el grupo. Si te refieres a los discos de stiff upper lip y black ice te puedo asegurar que aunque contaban con 55/60 años la energia de sus directos puede compararse con cualquiera de esos primeros roqueros. Justin Beaver no se que pinta en esta comparacion de «heavys» y «duros»….

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  3. jose fernandez cordero

    Quiero mencionar al guitarrista Lowman Pauling de los 5 Royales, que debian sonar por estos años. A lo mejor en la proxima entrega hay algo de información sobre este grupo al que dedico un disco de homenaje Steve Crooper. Gracias.
    Espero la llegada del fatídico 59 ( a pesar de mi nacimiento) a ver como lo ve el autor

  4. Peggy Sue

    Muy buena serie de artìculos, felicito al autor. Soy aficionado a todo esto hace ya demasiados años, y me han gustado mucho.Pero también me parece imposible leer unos artículos tan documentados y apasionados sobre el tema y no ver, ni siquiera de pasada, el nombre Buddy Holly

  5. El líder de The Midnighters fué Hank Ballard

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