Imagínense que son sevillistas. Sí, a mí también se me ocurren centenares de usos menos desagradables que darle a la corteza cerebral, pero será solo un momento. A Emery, el entrenador más exitoso de la historia de su club, los petroeuros lo llevaron a París. A su sustituto le falta bailar la danza de la lluvia en las ruedas de prensa. Y el único que realmente obra milagros, Monchi, amenaza con marcharse más pronto que tarde. Encima, para acrecentar su incertidumbre, otra recomposición en la plantilla. Y cuando el mercado estival agoniza, anuncian la contratación de Samir Nasri. Se presenta en Sevilla teñido de amarillo pollo, la gorra para atrás y acompañado de un tipo que porta una mochila de hojitas de marihuana. En Google, lo primero que aparece si busca al centrocampista francés es un escándalo reciente: un vídeo en Las Vegas junto a unos alegres mozalbetes que muestran alcohol y drogas a cámara. En definitiva, un panorama muy esperanzador para afrontar la nueva temporada de su equipo, qué duda cabe. Ya pueden dejar de ser sevillistas. Les dije que no sería para tanto.
Nasri y el Sevilla no pegaban. El club andaluz sigue dos líneas principales a la hora de fichar. Por un lado, hallar talento escondido en ligas o equipos menores y, por otro, esperar el fracaso de jugadores a los que pretendió pero terminaron recalando en equipos más pudientes. Lo segundo le ha forjado fama de resucitador de futbolistas, que alcanzó su cénit en la figura de Éver Banega, el predecesor de Nasri como timonel del juego. El rosarino, con apenas veintiséis años, se instaló en el ostracismo y era más recordado por masturbaciones juveniles, inverosímiles accidentes automovilísticos y episodios alcohólicos que por su juego. Sin embargo, dejó dos temporadas como pocas se han visto recientemente en el Sánchez-Pizjuán. El caso de Nasri, no obstante, era diferente. Monchi había fichado a desconocidos que se convirtieron en estrellas mundiales, pero no a estrellas mundiales de capa caída. Nunca antes convenció a un jugador que le sonara a cualquier aficionado del continente. Y es que Nasri y el Sevilla pertenecían a dos realidades diferentes. Eran dos entes del mismo universo, el futbolístico, pero destinados a no cruzarse jamás.
Ese improbable choque propició imágenes tan potentes como Nasri escuchando largamente a Juan Manuel Lillo. Ahí es nada. En los vestuarios de fútbol se hablan más idiomas que en el rodaje de un wéstern de Leone, así que el marsellés no era completamente ajeno a nuestra lengua. Ahora, cuánto captaba de aquellos monólogos de Lillo, es una incógnita. El tolosarra era la mano derecha de Jorge Sampaoli, que le entregó la titularidad a Nasri desde el primer día. Fue de la partida contra Las Palmas y Betis, dos victorias ajustadas como local. Casualmente, la primera vez que se echó el equipo a la espalda cosechó una derrota. Aunque si el Athletic no lo finiquitó antes fue gracias a su desparpajo, ya que se ofrecía en cada posesión e, incluso, anotó un gol. Esa anomalía la repetiría poco después en Leganés, pero Bilbao quedará como el golpe en la mesa de Nasri, donde demostró que había fichado por el Sevilla para jugar al fútbol.
A sus veintinueve años y tras varias temporadas en Arsenal y Manchester City, necesitaba volver a sentirse importante. Allí jugaba cada vez menos, y no parecía que el recién llegado Guardiola fuese a variar su situación. Algunos técnicos arrinconaron a Samir en la banda, que es como comprarte unos tacones carísimos y ponértelos para salir a correr. Sampaoli lo situó en el centro del campo, como organizador. Ordenó que todos los balones, antes de llegar al ejército de hombres móviles que había ideado, pasaran por él. Quería convertirlo en protagonista, y en aquel alabadísimo Sevilla de la primera mitad de Liga la incidencia de Nasri fue mayúscula. Eso sí, los aficionados se vanagloriaban en privado, nunca coralmente en la grada. Influía que estuviese cedido por un año, claro. Y que ninguna afición como la sevillista sabe que los cánticos de hoy son las despedidas de mañana.
Entendía cuándo pausarlo todo. Ni es alto ni es fuerte (que queda mejor que definirlo como cuerpo escombro y una mijita tapón), pero si protegía la pelota no se la quitaba nadie. Siempre acababa zafándose del rival. Y una certeza: en aquella fase de la temporada, la jugada mejoraría después de pasar por sus pies. Aunque fuese un pase sencillo, lo daba de manera que dejara al compañero en la situación más ventajosa posible. Cuando despachas lo ordinario con maestría, tu siguiente meta es lo extraordinario. Así, su mente trazaba pases imposibles en espacios muy reducidos, incluso dentro del área. Envíos que los contrarios defendían por acumulación y no por anticipación, ya que no podían prever lo que iba a salir de aquella cabeza. Lo malo es que, en ocasiones, tampoco lo hacían sus propios compañeros.
Fue paradigmático un partido de Champions League. En Zagreb, el Dinamo se encerró antes de que pitara el árbitro, y Nasri aprovechó la libertad. Registró ciento ochenta y tres toques de balón, una barbaridad no ya para el máximo torneo continental, sino para uno de esos amistosos veraniegos en los que un equipo pone sobre el campo a dos jugadores con el mismo dorsal. Además, el marsellés completó ciento cuarenta y cinco pases. Es decir, únicamente tres menos que todo el equipo rival junto. No sólo batió el récord de envíos exitosos en Champions, sino que tuvo tiempo de dar un pase delicado a la red que se convirtió en el único gol del Sevilla en tierras croatas. El fichaje más extraño había salido bien. Luego sufrió una lesión menor, pero poco después recibían al Barcelona, y él quería que el mundo se enterase de la buena nueva. Pasen y vean a Nasri, el renacido. Así que forzó para jugar, y la cagó. La pierna no le daba. Deambuló por el campo, sin apenas participación. Y se lesionó de verdad.
Estuvo un mes fuera. Volvió para la exhibición de Iborra en Balaídos, que logró anotar un triplete en cuarenta y cinco minutos. Y, sobre todo, para la paliza al Málaga antes del parón navideño. Aquel vendaval de cuatro goles pueden ser los mejores minutos de la efímera etapa de Sampaoli en Nervión. Pero el pasado siempre vuelve, y durante las vacaciones apareció uno de esos escándalos tan frecuentes en el viejo Nasri. El Día de los Inocentes, para más señas. Cuando la agencia de publicidad R&R Partners ideó el eslogan What happens here, stays here para promocionar el turismo en Las Vegas, no contaba con el auge de las redes sociales. A esa ciudad regresó Nasri, y el lío se formó cuando la cuenta de Twitter de una singular clínica (regentada por las atractivas hermanas Sozahdah) anunció que el francés había recibido un tratamiento de vitaminas para mantenerlo hidratado, signifique eso lo que signifique. Acto seguido, el perfil oficial de Nasri, al que había accedido su novia, puntualizó con una serie de tuits que lo que había recibido era un servicio sexual completo. Tras un poco amistoso intercambio de mensajes entre ambas cuentas, finalmente Nasri zanjó la charla aduciendo que su cuenta había sido hackeada. El viejo truco, ya. De nada sirvió, porque el cotilleo estaba servido. Para completar el cuadro, el presidente de la LFP, Javier Tebas, estuvo tan avispado como siempre exigiendo que se investigara ese peculiar tratamiento… ¡por dopaje!
A la vuelta de vacaciones, el Sevilla cayó en Copa del Rey ante el efectivo tándem formado por el Real Madrid y Mateu Lahoz, pero en San Sebastián goleó. Nasri, al que en la clínica le devolvieron hasta su color de pelo natural, decidió celebrarlo junto a N’Zonzi, compatriota y escudero, adentrándose en la noche donostiarra. Ambos subieron a un taxi a la salida de Anoeta y pidieron ir donde hubiese ambiente. Tenían tan poco tiempo que perder que lo hicieron vistiendo el chándal oficial del equipo. He aquí la habitual doble moral para enjuiciar a los futbolistas. Si el equipo va bien, como era el caso, es que son chavales y tienen que divertirse. Si la cosa marcha mal, hay que echar a esos niñatos por reírse del escudo.
Por esas fechas, el Sevilla también cerró la cesión de otro futbolista maravilloso: Stevan Jovetic. El montenegrino, que compartió vestuario con Nasri en el City, aseguró que nunca había visto a Samir correr tanto, así que cómo no iba a hacerlo él. A partir de una remontada vertiginosa al Madrid en Liga, el conjunto de Sampaoli entró en un bache de juego, aunque no de resultados. Eran victorias apuradas, pero victorias al fin y al cabo. Y alimentaban la quimera de que el Sevilla optaba al campeonato, hasta que la utopía comenzó a truncarse. Los atacantes ya no eran tan móviles, pesaban las piernas, y la producción ofensiva dejó de ser fluida. El nivel de Nasri también descendió. Y el bache se convirtió en un socavón por donde comenzaron a escaparse muchos puntos. El técnico argentino lo fió todo a los octavos de Champions, y la jugada no pudo salirle peor. Leicester no solo marcaría la temporada del equipo, sino que manchó para siempre el recuerdo de Nasri en tierras sevillanas.
Los campeones de Premier se habían puesto 2-0. El Sevilla necesitaba un gol para empatar el resultado de la ida, donde dejó que se escaparan vivos. El Leicester hacía lo que mejor sabe, defender con casi todos y rezar. El balón pasaba muchísimo por las botas del francés, que tocaba y tocaba, desesperado por abrir huecos. Como en balonmano, la pelota de un lado a otro sobre la frontal del área, y volver a empezar. Mucho lirili y poco lerele. En esas, Jamie Vardy se encara con Nasri. El inglés habrá experimentado tantas situaciones similares en bares y estadios como noches ha vivido. Ambos se miran, se retan, acercan sus frentes. Nasri, aunque sabe que concentra las miradas del país donde más tiempo ha jugado, amaga con golpearle. Y Vardy se tira al suelo como si lo hubieran matado. El árbitro saca la roja. Quedaban quince minutos, pero es inútil elucubrar con qué podría haber pasado. N’Zonzi falló un penalti antes del final. Pero la expulsión queda como resumen gráfico de la eliminación de un Sevilla impotente en un cruce en el que tenía todo a favor.
El equipo no se sobrepuso. En Liga, siguió dejando escapar partidos, hasta desperdiciar los nueve puntos que llegó a tener sobre el Atlético y verse relegado a la cuarta plaza. Nasri perdió la chispa, y sufrió otra lesión, aunque leve. Regresó contra el Celta, en casa. Ambiente enrarecido. Todos sabían que Sampaoli se iba a Argentina, el equipo llevaba varias jornadas en tierra de nadie y el marsellés terminaba su cesión. Pero aún tenían que sumar algunos puntos para amarrar la previa de Champions. Nasri entró a un partido enquistado al que le quedaba menos de media hora. La personalidad que mostró en ese rato solo está al alcance de los buenos. La pidió, se movió, tiró, pasó, desbordó y asistió a Ben Yedder para que marcara el gol de la victoria. Fuera de forma y quizás poco comprometido en los estertores del proyecto, pero dejó un último servicio a la causa. Aún disputaría otro partido, contra la Real. Luego, las oportunas molestias que aparecen en los jugadores sin objetivos a final de temporada hicieron el resto. Fue un adiós sin ceremonia, insulso, como de expareja que se muda a otra ciudad. Mucho más desidioso de lo imaginado cuando el Sevilla soñaba que podía ser campeón.
En El club, el programa de Axel Torres, Monchi desveló que cuando se le ocurrió fichar a Nasri llamó a Martín Demichelis, su compañero en Mánchester. A la pregunta de qué necesitaba Samir para triunfar, el argentino respondió que era muy sencillo: cariño. Y Monchi presumió de haber sabido dárselo. El mismo Nasri que renunció a la selección francesa con solo veinticinco años, demostrando que es incapaz de estar donde no se siente cómodo. Años después, los aficionados, los periodistas y los analistas futbolísticos lo daban por juguete roto. Uno de tantos de los que nunca más volvería a saberse, perdido en alguna liga exótica. Un genuino enfant terrible. Ahora, la percepción ha cambiado. Recién rebasada la treintena, tiene que elegir destino. Ha demostrado que, si quiere, puede. O, citando un dicho con más años que un bosque, el que tiene el duro es el que puede cambiarlo. Es cierto que Nasri lo perdió, pero lo ha encontrado en Sevilla. Ahora falta saber en qué quiere convertir lo que le queda de carrera.
«Imagínense que son sevillistas. Sí, a mí también se me ocurren centenares de usos menos desagradables que darle a la corteza cerebral, pero será solo un momento.» Jotdown acaba de perder un visitante habitual, por bocazas, a ver si tienes más respeto.
«¡Ay coño, dijo Antonio!» (poniéndose le chapeau)
“Imagínense que son sevillistas. Sí, a mí también se me ocurren centenares de usos menos desagradables que darle a la corteza cerebral, pero será solo un momento.”
Obviamente se refiere a que ponerse en la piel de un sevillista en la situación actual del club es durillo. Pero a mí se me ocurren cosas mucho más desagrables que imaginar. Imagínense ser seguidores del Valencia estas últimas tres temporadas. ¡El horror, el horror!
El autor del artículo es sevillista, pero bueno…
… Imagínese que tiene sentido del humor…
…Imagínese que que aún teniendo sentido del humor me parece un sinsentido…
Menuda manera más desafortunada de comenzar un artículo. el Sevilla es el club de España, si no de Europa, con más mérito de los últimos 15 años, ganándose a pulso un lugar en la gloria luchando contra equipos e instituciones mafiosas a las que le regalan música celestial, pero la realidad es bien distinta. Ha cogido el releve de equipos de época como el Athletic o del Depor, en distintas épocas, como para que ahora venga un envidioso que será seguidos de un equipo alimentado por las instituciones para soltar tonterías. Hala, que te vaya bonito.
Basta terminar de leer el primer párrafo para coger el sentido irónico de las primeras líneas. De nada
Hola,
Soy bético y me ha gustado. Atizadme a mí que estoy acostumbrado.
Un salido para todos
Muy buen artículo. Respecto al inicio, soy sevillista y la verdad es que me ha hecho bastante gracia.
En cuanto a Nasri, un futbolista de los que te dejan la sensación de que podía haber llegado mucho más alto si hubiera tenido un poco más de ganas (véase Reyes o Joaquín por no irnos muy lejos). Gente de talento innato pero poco dada al esfuerzo, que cuando las cosas vienen de cara da gusto verlos pero a poco que se tuercen pliegan velas y a otra cosa.
Tiene pinta de acabar pegando algún buen mangazo en la liga china o americana.
El Joaquín del Málaga, más maduro, sí se dejaba los cuernos y tiraba del carro.
Pedazo de análisis, me ha encantado. Yo también soy sevillista, si en Sevilla perdemos el sentido del humor sólo nos quedará la calor. Ahí lo dejo.
Pero si el autor es sevillista. Tómense las cosas con un poco más de humor anda.
¡Y qué dientecitos tan monos que tiene el chico! Pero habrá de ir con cuidado cuando se coma un potorro para no aserrar…
Pues a mí lo que más me ha chirriado es el párrafo de «A la vuelta de vacaciones, el Sevilla cayó en Copa del Rey ante el efectivo tándem formado por el Real Madrid y Mateu Lahoz». No sé si el autor ha hecho un ejercicio voluntario de memoria selectiva pero el equipo más favorecido por los árbitros esta liga de muy largo ha sido el Sevilla. Sin ir más lejos los dos derbys contra el Betis tuvieron de MVP destacadísimo al de negro, amarillo o rosa, no recuerdo de qué vestía el del pito exactamente en cada partido. Y los aficionados de Las Palmas, Deportivo, Osasuna y alguno más seguro que también recuerdan con desbordante alegría la labor arbitral en esos partidos contra el Sevilla. Y es que salvo para sus aficionados el Sevilla esta temporada fue un completo hype que sacó muchos más puntos de los que mereció en gran parte gracias a los árbitros de los que luego tanto se quejan en una eliminatoria en la que por fútbol fue barrido del mapa. A la que se le acabaron esas ayudas y los goles en los últimos 3 minutos, se jodió el invento. Y si hablamos de fútbol, como la UD Las Palmas y la Real Sociedad por momentos nadie ha jugado esta temporada. Quién sabe dónde hubieran llegado de haber tenido ese espaldarazo que Tebas y su cortijo le dieron al Sevilla hasta que se convencieron de que no era alternativa de nada…
Este año el Sevilla sido mucho más perjudicado que beneficiado, pero los medios de comunicación al servicio de los de arriba han incidido mucho en los errores que le han beneficiado, mientras que los que ha sufrido han pasado totalmente desapercibidos. Sin ir más lejos, en ese partido contra Las Palmas al que aludes, diez minutos antes del penalty mal concedido, le anulan incorrectamente un gol legal al Sevilla, pero eso no salió al día siguiente en Deportes Cuatro, claro, ni en los jugones, porque estos programas están para lo que están. O en el derbi de ida, donde los béticos lamentan un gol mal anulado que en realidad viene de una jugada que arranca en fuera de juego. Bien anulado, pues, aunque tarde.
Han habido muchos ejemplos así, pero los medios filtran y manipulan la opinión pública.
De todas formas, la única verdad es que al final de la temporada los equipos buenos acaban arriba, y los malos abajo. La diferencia es que los buenos saben aprovechar los errores arbitrales, mientras que son capaces de sobreponerse a los que le perjudican, y los equipos malos no saben remontar los que les perjudican, y tampoco saben aprovechar los que le benefician. Como cuando al Betis le estaban regalando el partido en Coruña con dos errores clamorosos, y aún así perdió el partido porque, al fin y al cabo, este año tenía un equipo malísimo.
En otro orden de cosas, soy de los que piensan que lo de Sampaoli ha sido un bluff, y si el Sevilla ha acabado tan arriba no es por jugar bien, que apenas lo ha hecho, sino por la calidad de sus jugadores y el espíritu indomable heredado de la etapa de Emery. Ese con el que lo intenta hasta el final en lugar de bajar los brazos, y por eso ha sacado tantos puntos en los descuentos, donde otros equipos se comportan como pardillos y acaban cediendo antes de tiempo.