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Kim Stanley Robinson: «La ciencia debe verse más a sí misma como un humanismo y una utopía política»

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(English version)

Charlamos con Kim Stanley Robinson (Waukegan, 1952) durante el encuentro literario anual Kosmopolis, celebrado en Barcelona. Robinson es uno de los escritores de ciencia ficción hard más conocidos y respetados, especialmente gracias a su trilogía sobre la colonización y terraformación marcianas (Marte rojo, Marte verde, Marte azul). Después de Marte, imaginó a la humanidad expandiéndose por el sistema solar (2312) y tratando con gran dificultad de atravesar el espacio interestelar (Aurora). Varias de sus novelas se centran en los efectos del cambio climático, especialmente la trilogía Ciencia en la capital y la recientemente publicada New York 2140. Y a veces mira al pasado en lugar de al futuro, describiendo la vida durante una Edad de Hielo (Chamán) o imaginando cómo hubiera cambiado la historia si todos los europeos hubieran muerto en la peste negra (Los años de arroz y sal). La mayor parte de historias de Robinson, a pesar de incluir revoluciones, asesinatos y catástrofes, son en el fondo utópicas y optimistas. Habla con seriedad, corrección y sobriedad, excepto en los momentos en que súbitos destellos de entusiasmo contagioso iluminan su discurso, al subrayar el poder transformador de la ciencia o la necesidad urgente de cambiar el actual régimen socioeconómico.

Se te conoce como novelista utópico. A menudo la utopía se ve como algo inalcanzable, una idea teórica de perfección, pero en tus novelas parece algo más práctico…

Sigo la definición de utopía que esbozó H. G. Wells: un tipo dinámico de historia sin un punto final; no es un estado perfecto sino un proceso continuo en el que cada avance es amenazado y debe ser defendido, a riesgo de que se pierda y se vuelva hacia atrás. Joanna Russ, una gran escritora americana de ciencia ficción, solía hablar de optopía: dadas ciertas condiciones iniciales, se intenta llegar a una situación política óptima. Este enfoque es mejor para contar historias: esquivas así el tropo del «paseo por un zoo» típico de las narraciones sobre utopías: la Utopía de Tomás Moro tiene un poco de historia, pero es sobre todo la descripción de una sociedad estable. Desde Los desposeídos de Ursula K. LeGuin, e incluso antes, se han contado de un modo un otro historias de utopías dinámicas.

El personaje Arkady Bogdanov de la Trilogía marciana es descendiente de Alexander Bogdanov, autor de la novela utópica Estrella roja. ¿Cómo ayudó Estrella roja a dar forma a tu Marte rojo, y qué te atrae de Alexander Bogdanov?

Me encanta Bogdanov. Cuando Percival Lowell describió lo que había visto de Marte a través de su telescopio, hablando de la posibilidad de canales y marcianos, hubo una gran respuesta internacional. Para Wells fue La guerra de los mundos y la idea de una antigua civilización agresiva, para Kurd Lasswitz en Auf Zwei Planeten Marte era una avanzada utopía tecnológica; para Bogdanov Marte fue un espacio en el que especular sobre el futuro de una utopía comunista en la que los marcianos eran rojos en el sentido de izquierdistas políticos, avanzados. Estrella roja es una gran novela utópica, y anticipa muchos de los problemas que tuvo la Unión Soviética, un país socialista rodeado de países capitalistas. Bogdanov fue un pensador muy interesante en teoría de sistemas, y sus obras se usan como referencia en diferentes contextos por su tectología y sus estudios sobre la red de la vida. Quería asegurarme de que mi Trilogía marciana recogiera todos los hilos lanzados por las novelas previas sobre Marte.

Uno de los puntos clave de Marte azul es la escritura de la Constitución Marciana. En esos capítulos se proponen muchas medidas, y me gustaría examinar alguna de ellas y preguntar si las ves aplicables en nuestra Tierra. Por ejemplo: cuidado y administración común de los recursos naturales: aire, tierra, agua… ¿Cómo podría llevarse a cabo esa administración de los bienes comunes en la Tierra?   

Es una buena pregunta. Hay ciertos lugares considerados bienes comunes: los océanos y la Antártida, pero son espacios más o menos vacíos e inhabitables. Esa frase de la Constitución Marciana es un ataque a la ley de la propiedad, es anticapitalista, marxismo fundamental: la Tierra pertenece a todo el mundo como un bien común. Es una visión similar a la de los nativos americanos, en la que no se puede poseer tierra… Un concepto inconcebible en nuestro sistema capitalista. Se está hablando un poco del retorno de los bienes comunes en relación con quién posee internet, que no deja de ser un tipo de tierra virtual: veo discusiones legales sobre los nuevos regímenes y posibilidades creados por la tecnología. Y en cuanto a la tierra real: aproximadamente el 30% de la superficie de los Estados Unidos pertenece al Gobierno federal, y otras partes más pequeñas son de los Gobiernos estatales, así que toda esa tierra pertenece al pueblo como bien común.

Los bienes comunes nunca fueron tierras sin ley, siempre estuvieron regulados en un sistema organizado, aunque fuera informal. El aire es para todos. El agua también debe ser un bien común: ¿puede privatizarse el agua si la gente la necesita para sobrevivir? La tierra sigue el mismo principio. La tierra es un bien común: su propiedad debería desaparecer y convertirse en derechos de tenencia: cuidar de un terreno para el pueblo proporcionaría cierta cantidad de derechos, pero no los derechos completos de propiedad. Eso es muy chocante en el régimen legal actual. Definitivamente es hablar de forma utópica, pero ya se ven algunos indicios en internet y otros ámbitos. Puede convertirse pronto en una discusión relevante en relación con la Luna: el Tratado del Espacio Exterior se basa en el Tratado de la Antártida, así que ahora mismo nadie puede reclamar la propiedad de ninguna parcela de terreno en la Luna.    

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Otro artículo de la Constitución Marciana retira del libre mercado las necesidades básicas (vivienda, salud o educación) para dejarlas en manos de cooperativas sin ánimo de lucro. Esto suena difícil en una sociedad capitalista: en España estamos en plena crisis inmobiliaria, en los EE. UU. la sanidad es notoriamente irregular… ¿Cómo podría lograrse algo así?  

Thomas Piketty en El capital en el siglo XXI defiende que los impuestos progresivos no deberían basarse solo en los ingresos anuales, que se pueden ocultar fácilmente bajo el sistema, sino en el capital en sí mismo, los activos capitalizados. Eso pondría límites legales a la fortuna: más allá de cierta cantidad de riqueza, el exceso se devolvería al bien común. Es una idea transformadora, una horizontalización del dinero y el poder. Con impuestos progresivos de este tipo los Gobiernos no estarían empobrecidos: se harían con la plusvalía y la emplearían para proporcionar sanidad universal y educación universitaria gratuita, y podrían garantizar las necesidades básicas como refugio, ropa, necesidades humanas que todo el mundo cubriría. También pleno empleo: si el Gobierno pudiera garantizar que todo el que quiera trabajar puede hacerlo, desaparecería el paro masivo que tenéis por ejemplo en el sur de Europa.

Todo esto hay que pagarlo, claro, pero los Gobiernos se lo podrían permitir perfectamente apropiándose de la plusvalía mediante impuestos progresivos al capital. Tras la II Guerra Mundial hubo impuestos progresivos muy extremos, incluso en los EE. UU. bajo Eisenhower, un presidente republicano. Si ganabas más de cuatrocientos mil dólares al año, lo que hoy en día serían unos cuatro millones de dólares anuales, la tasa de impuesto era el 91%. Básicamente pusieron límite a la riqueza, y no podías ser un multimillonario como los que se ven hoy en día, porque todo lo que ganabas por encima de cierta cantidad iba a financiar programas del Gobierno. Y pueden defenderse este tipo de medidas sin ser comunista o un marciano utópico: basta con estudiar medidas que ya se han aplicado antes y podrían volver a aplicarse, hay un precedente legal.

Pero hemos permitido que una contrarrevolución conquistara el mundo. Es horrible. Sufrimos los resultados del giro neoliberal de los años ochenta de Reagan y Thatcher: capitalismo global tardío, apropiación de la plusvalía por parte de los ricos a costa del empobrecimiento del resto del mundo… Que al empobrecerse se convierten en el precariado, sus vidas se vuelven precarias. El empleo y la salud son precarios, las pensiones disminuyen o desaparecen… Todo mediante el empobrecimiento del Gobierno y la repetición de las tres frases infames: «El Gobierno no es la solución, es el problema», «No existe la sociedad» y «No hay alternativa». Necesitamos que el péndulo keynesiano entre el Gobierno y los negocios se incline de nuevo hacia el Gobierno, porque la gente está sufriendo. Es el argumento izquierdista más débil, simple keynesianismo, pero es todo lo que tenemos en este punto. No es buena idea entrar en una situación revolucionaria de todo o nada, en que si no se cambia absolutamente todo estamos jodidos. Es más bien una simple batalla política: necesitamos más izquierda y menos derecha. Antiausteridad, keynesianismo, socialdemocracia… Esa es una secuencia por la que se puede luchar. Podría ocurrir en la UE: los países PIIGS, Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España, agrupados en una liga antiausteridad. Pero el mundo se ha vuelto tan neoliberal… El espacio cultural ha sido muy estúpido e inoperante. Pero, en fin, esto es lo que intento hacer como izquierdista, contar la misma historia una y otra y otra vez.

En el poscapitalismo que describes en 2123 y Marte azul, otro elemento clave es la sustitución de las grandes empresas por cooperativas de tamaño medio, siguiendo el modelo vasco de Mondragón…

Hace poco se puso en contacto conmigo un profesor de la Universidad de Mondragón y me envió la historia de cómo empezó Mondragón. Es muy interesante… Cómo un único sacerdote católico organizó a la gente para que hablara, hablara y hablara, quince años de educación política sobre una base industrial preexistente. Así que ahora sé más de Mondragón y aún me interesa mucho, porque es una alternativa ya existente al capitalismo dentro del orden capitalista actual. Un paso intermedio que puede aplicarse ya mismo: todo el mundo podría organizarse en cooperativas propiedad de los trabajadores al estilo Mondragón, con un sistema de valores mejor, sin la habitual explotación de la mano de obra y apropiación de la naturaleza que abunda en el resto del sistema. Dentro del actual orden capitalista hay órdenes alternativos legales, no hace falta que sean revolucionarios, no es necesario meterse en el caos de Barcelona en 1936, cuando anarquistas y comunistas luchaban entre sí sobre cómo crear una sociedad completamente nueva… En lugar de eso, tenemos algo como Mondragón, donde el cambio procede del interior de la sociedad actual.

¿Por qué crees que el modelo de Mondragón no se ha reproducido más ampliamente?

Probablemente porque aplana el gradiente de poder y no genera suficientes beneficios para la clase propietaria, así que no es popular con la gente que controla el capital móvil actualmente existente… Capital que está actualmente a buen recaudo, secuestrado en los bancos y defendido por las armas. La clase dirigente no quiere que el modelo Mondragón de cooperativas triunfe porque es una horizontalización del poder. En el sistema actual vertical, los que manipulan el dinero no cederán ese poder fácilmente, así que es necesario derrotarlos políticamente. Las leyes deben apropiar ese capital para el pueblo. Debemos presentar una argumentación lo suficientemente plausible y persuasiva como para que la gente actúe en consecuencia, tanto en su comportamiento político como dirigiendo sus votos a partidos que apoyen este modelo. Me sorprende que el modelo Mondragón no sea más popular, efectivo y rápido de lo que es ahora. Supongo que a eso se refería Gramsci al hablar de hegemonía, la cualidad mental que lleva a la gente a aceptar su propia subyugación porque la sienten natural, porque aceptan el mantra de «no hay alternativa». Es triste, creo que la gente debería tener algo más de chispa…  

La Administración Trump presentó un presupuesto que incluía grandes recortes en la mayoría de agencias gubernamentales, como un recorte del 31% en la EPA (Agencia de Protección del Medio Ambiente). ¿Cómo crees que estos cortes afectarán a los EE. UU. si se confirman?

Es un ataque particularmente horrendo contra todo lo bueno y valioso. No son más que matones y payasos gritando «que os jodan» a los valores americanos. En las encuestas los americanos contestan que quieren aire puro y agua limpia, ¡les gusta la EPA! Es como si hubiéramos experimentado una extraña apropiación de nuestro Gobierno por parte de una tropa deliberadamente destructiva. Esos presupuestos no se aplicarán tal como se han descrito, pero la sensación que produce la Administración Trump es la de un bruto cogiendo un bate de béisbol para destrozarlo todo. Hasta que alguien no les detenga y les saque del escenario es difícil hacer nada más que defender lo que ya existe, sin hacer mejoras. Aunque están sufriendo grandes derrotas. No pueden ponerse de acuerdo ni siquiera en cómo destruir las cosas, así que dinamitan sus propias posibilidades. Espero que ocurra algo que les frene en cuatro años, o dos años, o incluso algo menos que eso. No están ni siquiera gobernando, solo haciendo gestos de cara a la galería. Está siendo irritante, horrendo y doloroso…

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Con el presupuesto de la NASA descendiendo, hay quien piensa que la exploración privada del espacio ganará importancia, con empresas como SpaceX o Moon Express liderando el camino. ¿Qué peligros ves en la privatización de la exploración espacial?

No me gusta para nada la privatización del espacio, prefiero pensar en él como un bien común. Por otro lado, los Gobiernos mundiales siempre han pagado a empresas privadas para la construcción de cohetes. SpaceX no tiene suficiente dinero como para financiar un programa espacial propio, así que debe venderle a alguien sus cohetes. Tengo la impresión de que algunos multimillonarios podrían construir como legado algún tipo de pequeña base en la Luna… Pero no puede sacarse beneficio del espacio, no hay nada allí afuera que necesitemos lo suficiente. Es posible enviar satélites de comunicaciones al espacio, así que hay industria en la órbita terrestre, pero no hay industria posible en la Luna. Por ahora el Tratado del Espacio Exterior controlaría cualquier disputa sobre propiedad o explotación, pero no hay nada que explotar. En la Luna hay simplemente rocas: silicatos, hierro, aluminio, magnesio… De todo eso ya tenemos suficiente en la Tierra. El peligro de la privatización no es muy grande, pues. En cierto modo es como la Antártida: es vulnerable a la explotación, pero no hay nada que explotar ahí.

El impulso privatizador podría no limitarse a la exploración espacial… Ahora mismo Calico (de Google) y otras empresas similares están investigando la senescencia, dejando en manos de corporaciones con ánimo de lucro potenciales tratamientos de longevidad como los que aparecen en tus novelas. ¿Terminará extendiéndose la vida solo para los ricos?  

Tampoco es una situación demasiado peligrosa, porque la longevidad no se nos da demasiado bien. Todo avance médico es bueno, y siempre será controlado por organizaciones como el Instituto Nacional de Salud. Sí es un peligro que si compañías farmacéuticas desarrollan lo que podría llamarse tratamientos de longevidad, serán probablemente muy caros al principio, y solo estarían al alcance de los extremadamente ricos. Es una posibilidad aterradora, pero en cualquier caso es bueno que existan avances sanitarios, porque tarde o temprano todo el mundo se beneficiará de ellos. Esa situación podría crear las condiciones para una gran lucha en que finalmente la desigualdad sea desafiada por gente defendiendo el derecho universal a la longevidad y la buena salud. Hay una posibilidad revolucionaria ahí… Pero por ahora no hay nada que hacer excepto seguir investigando. El progreso es muy lento: la duración media de la vida no es mucho mayor que la de hace unos años, parece ser una curva asintótica.

Un proverbio aparece a menudo en tus libros, en boca de un anciano en Chamán, de algunos personajes de Ciencia en la capital o incluso en el título de un cuento de Los marcianos… «Lo suficiente es tan bueno como un banquete». ¿Qué importancia le ves a esa frase?

Es una cita para escapar del capitalismo. La economía, que es el estudio cuantitativo del capitalismo, siempre afirma «cuanto más, mejor». Y ya que estamos en una crisis ecológica causada por el exceso de consumo, y destrozamos el planeta para obtener «cuanto más mejor», es importante insistir en el proverbio contrario, «lo suficiente es tan bueno como un banquete».

Parece haber cierta desconfianza en el mundo científico y en el de la ciencia ficción hard hacia la política: por ejemplo en Seveneves de Neal Stephenson los personajes políticos son en su mayoría malvados o egoístas, la Constitución del Arca Espacial es vista como un estorbo… ¿Por qué crees que existe esa desconfianza en la política?

Porque hacen una dicotomía entre lo sagrado y lo profano, entre la pureza y la corrupción. A Stephenson no se le dan bien los temas políticos, es un poco reaccionario y propenso al cliché. Es propio de la fantasía de mala calidad sugerir que la política es solamente trapicheo y parasitismo, frente a una ciencia pura y sagrada. En realidad, la ciencia es intensamente política y necesita una buena parte de los presupuestos gubernamentales. Necesita gobierno y regulación, porque no puede ser realizada por individuos o corporaciones individuales. La ciencia es un gigantesco trabajo en equipo, y por lo tanto requiere gobierno. Tal vez lo que Stephenson pretendía era reflejar cómo los políticos no tienen ni idea de política, del mismo modo que los políticos no tienen educación científica. Pero eso sería caritativo: yo diría que juega el cliché gastado de los científicos bondadosos contra los malvados políticos. Es un escritor muy popular, así que sería fantástico que afinara el tiro en estos temas, incluso que los usara como educación política… Pero, desgraciadamente, creo que una de las razones de su popularidad es que juega con prejuicios ya existentes.

En Marte verde un personaje opina que la síntesis de un científico y un místico debería ser llamado alquimista. ¿Qué terreno común pueden alcanzar un místico y un científico?

Mi personaje Michel siempre intenta recuperar o inventar una psicología de la ciencia que permita a los científicos ser un poco místicos, tener un sistema de valores que no sea solo un empirismo mal entendido. Muchos científicos son bastante ingenuos y no se han preguntado en profundidad acerca de sus proyectos. No van demasiado lejos en lo que a teoría se refiere… La ciencia debe verse a sí misma más como un humanismo y una utopía política que ya está realizándose en el mundo. Eso tratan de sugerir mis libros. Hago lo que puedo contando historias sobre lo que es la ciencia, cómo funciona y qué deberían hacer los científicos como actores políticos. Me siento como un niño jugando con sus muñecas, sería presuntuoso pensar que estoy haciendo algo significativo. Sin embargo, mucha gente lee historias, y algunos científicos leen ciencia ficción para tratar de comprender lo que hacen, así que… Hago lo que puedo.

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El budismo aparece en tu obra, especialmente en Ciencia en la capital y Los años de arroz y sal. ¿Qué te atrae del budismo y cómo llegó a interesarte?

Soy de California, y allí se presta mucha atención al Asia Oriental, a diferencia de la Costa Este de los EE. UU., que se fija más en Europa. Durante el siglo XX, los inmigrantes chinos y japoneses venían a América pasando primero por California. El poeta Gary Snyder, que fue profesor mío, pasó diez años en Japón estudiando y practicando el budismo zen. Una vez de vuelta, junto a otros californianos de origen europeo, dio cuerpo a lo que podría llamarse budismo californiano, muy influenciado por el zen japonés y el dalái lama tibetano, pero también por ideas hippies o de la Nueva Era. Algo muy difuso, secular y poco serio en comparación con las tradiciones budistas más estrictas… Así que en la cultura californiana el budismo es una faceta importante, como en China: los chinos hablan de la triple enseñanza, un entramado de creencias compuesta a partes iguales de budismo, confucianismo y taoísmo. Pues bien: para los intelectuales californianos el budismo es tan importante como el cristianismo o cualquier influencia europea.

En cuanto a mí, no pretendo ser un experto. Es algo completamente casual, tanto un interés literario como una práctica espiritual. Ayuda en la vida cotidiana: las sugerencias del zen sobre cómo prestar atención al momento presente, cómo vivir la vida, qué es importante en un sistema de valores… El budismo ha sido útil para mí como persona. En Ciencia en la capital me pareció interesante presentar la ciencia como un tipo de práctica budista. Tanto el budismo zen como la ciencia sugieren una cierta devoción hacia la realidad; quizá la ciencia es como un budismo cuantificado. En Los años de arroz y sal describí un mundo en el que todos los europeos murieron tras la peste negra, así que el budismo podría ganar importancia como tradición intelectual. Son dos modos diferentes de usar el budismo en dos de mis libros; en el resto no es demasiado importante. El budismo quiere resultar útil en este mundo, así que creo que es más una forma de vida o una práctica que una religión per se. Muchos budistas no creen en un más allá. Algunos lo hacen, porque hablan de la reencarnación y un alma eterna. Y para quien sea materialista, como yo, y no crea en almas eternas, esa parte del budismo le resulta inútil. Así que tiene claroscuros.

El sufismo aparece bastante en Marte rojo, junto a bailarines derviches y algunos poemas de Rumi. ¿Qué te interesa de los sufíes?

En Marte quería que apareciera la cultura islámica, y en Los años de arroz y sal necesitaba describirla con mucho detalle, ya que sería una de las culturas mundiales dominantes si todos los europeos hubieran muerto. Así que aparece en algunas novelas y no en otras, como el budismo. Investigué la tradición mística, humanista y liberal del islam, en oposición a las partes conservadoras, salafistas, wahabitas, controladoras y totalitarias del Islam. Todas las grandes religiones parecen tener un ala liberal y otra conservadora, y en el islam me interesé por la tradición sufí porque me parecieron en cierto modo hippies místicos del siglo XII… Y Rumi es un poeta magnífico.

En tu obra hay muchas referencias a epifanías místicas ante la naturaleza, como contemplar la vista desde el pico de una montaña. ¿Has experimentado tú también satoris similares?

En efecto. Para mí es increíblemente importante ir a la montaña. Me crié siendo niño en las playas, así que lo primero fue el océano. Ante la estúpida cultura blanca y suburbana de clase media de los años cincuenta, hubiera sido una locura no refugiarme en el océano. Ya a cien metros de la costa entras de lleno en una realidad primaria en que el agua puede matarte, pero también te hace flotar y es bastante benigna si sabes seguir ciertas reglas. El océano resultó crucial para mantenerme cuerdo de niño. ¡Y entonces descubrí Sierra Nevada, las montañas de California! Mi realidad suburbana californiana como americano ordinario de clase media fue aumentada por mi experiencia en ese espacio natural. Ir a la montaña y vivir experiencias atléticas que requerían esfuerzo, pero también simplemente pasear al aire libre observando las rocas… Es montañismo de perfil bajo, nada peligroso y sin escalar caras verticales, pero es una parte crucial de mi vida. Más o menos un mes de cada año lo paso arriba, en la montaña, caminando y explorando.

Imagino que algunas escenas de Chamán, tu novela ambientada en la Edad de Hielo, se habrán inspirado de forma bastante directa en tu experiencia…  

Eso me encantó. Nadie sabe realmente cómo vivía la gente del Paleolítico, así que escribir sobre ello fue un ejercicio de imaginación. Pero sí sabía acerca de acampar en la nieve, porque lo hago yo mismo, así que pude escribir sobre zapatos para la nieve, cómo se trabajan el hielo y la nieve… Como Chamán está ambientada en una Edad de Hielo, podía hablar de este tipo de cosas con un grado extra de autenticidad muy importante para las novelas. Me lo pasé genial y probablemente insistí demasiado en ello en la novela, pero no pude resistirme.

¿En qué se parecen y en qué se diferencian una persona del Paleolítico y una contemporánea?

Para empezar, el material genético es el mismo: tenemos exactamente los mismos genes. De forma similar, estamos en contacto permanente con un grupo de personas de más o menos el mismo tamaño que ellos… Lo que yo llamo la manada o la tribu, un grupo de treinta a cincuenta personas reales con las que se interactúa, cara a cara y día a día. Eso son similitudes. También tenían una cosmología, una cierta idea de lo que ocurría en el mundo. Sobre algunas cosas no sabían tanto como nosotros, como qué son las estrellas, y sobre otras sabían bastante más que nosotros, como qué plantas son comestibles o cómo manipular el entorno natural. La diferencia principal es que nosotros somos conscientes de la sociedad global: sabemos que existen ocho mil millones de personas, mientras que los paleolíticos tenían un conocimiento intensamente localizado, muy limitado en lo que se refería a otros pueblos. Ser conscientes de la situación global nos impone obligaciones extra.

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En 1995 visitaste la Antártida como parte del Programa para Artistas y Escritores de la Fundación Nacional de la Ciencia. Ya que la Antártida aparece frecuentemente en tus obras, parece que la visita tuvo una influencia profunda. ¿Qué recuerdas de la Antártida y cómo crees que te afectó conocerla?

¡Me encantó! Hace poco volví a McMurdo y permanecí allí once días de otoño, por primera vez desde 1995. Hay bastante gente que va y viene, organizando su carrera para poder seguir bajando ahí. La Antártida es como Sierra Nevada convertida en un supersueño surrealista, es como volver a la Edad de Hielo. La gente ahí es muy amable, y se interesan el uno por el otro. Tienden a ser científicos y gente que da soporte a los científicos, así que hay una gran simpatía por lo que representa la ciencia. Es una sociedad pequeña y sencilla, pero me encanta y fui muy feliz volviendo a visitarla. Se parece al espacio, en cierto modo: McMurdo es como una estación espacial operando en la Antártida, lo que resulta útil si escribes, como yo, sobre estaciones espaciales esparcidas por el sistema solar. La visita fue tan hermosa… No me gustaba la idea de permanecer en McMurdo los once días, saliendo a campo abierto solo en breves viajes en motonieve o helicóptero. Pensaba que iba a ser una experiencia menor, ¡pero no lo fue en absoluto! Ya simplemente estar en McMurdo fue fascinante y espectacular.

Cuando fui en el 95, McMurdo era solo una estación de paso donde te lavabas la ropa y salías rumbo al siguiente espacio natural. Pero ahora es interesante, y ahora sé que lo es. Tal vez sea también un pequeño espacio utópico: el continente para la ciencia. No hay dinero. A todo el mundo se le proporciona comida y ropa, y no hay propiedad: el mundo entero es dueño de McMurdo. Sugiere un buen número de aspectos utópicos. Orwell escribió sobre el momento en que los anarquistas tomaron el control de Barcelona y todo pareció diferente. Creo que McMurdo era como la Barcelona de 1936, en ese momento en que las reglas políticas y el orden habitual de capital, propiedad y clase desaparecieron y simplemente se veía a personas, todas en igualdad y simplemente haciendo sus trabajos. Acabo de releer Homenaje a Cataluña, de Orwell, porque Ian Watson me ha enseñado las partes de la ciudad sobre las que escribió.

Hay un recurso narrativo que aparece en diferentes formas en varias de tus novelas: el Padre Fundador (o Madre) muriendo al principio de la historia. John Boone asesinado en el prólogo de Marte rojo, Alex en 2312, también sucede en Aurora… ¿Por qué empleas este recurso narrativo de «estar a la altura de un gran predecesor»?

Retomar la sabiduría del pasado y darle un uso es un gran desafío en la adolescencia, o cuando se requiere continuidad en una sociedad. En ocasiones aparecen personas excepcionales capaces de liderar, mantener unida a la gente y sugerir nuevas formas de hacer las cosas… Pero después siempre viene gente normal, sin experiencia y con menos talento, pero que deben mantener vivos los avances. Es una historia interesante: la sensación de sentirse sobrepasado, de meterse en los zapatos de alguien y hacerlo lo mejor posible… En realidad siempre estamos en esa situación: no es automático aprovechar todos los avances sociales logrados en las generaciones anteriores. Esta idea aparece también en Chamán, ahora que lo pienso, porque los paleolíticos transmitían el conocimiento solo de forma oral. Sabemos que lo hacían porque las pinturas rupestres de hace treinta mil años y diecisiete mil años tienen la misma técnica, comparten la misma visión. ¡Son diez mil años de transmisión continua de cultura sin lenguaje escrito! Puede incluso que la escritura se interponga. Pero lograron hacerlo, así que algo estaba ocurriendo ahí. Es una historia que sigue contándose a sí misma con éxito.

En Aurora hablas de las limitaciones éticas y ecológicas del viaje y colonización interestelares, y la sensación general del libro que es que esos problemas pueden no ser superados; la visión sobre la colonización espacial parece algo más sombría que en la Trilogía marciana. ¿Ha cambiado tu actitud hacia la exploración del espacio entre Marte azul y Aurora?

No, la diferencia está entre el sistema solar y el espacio interestelar. Aurora trata de establecer un límite más allá del cual la colonización sencillamente no funciona. A pesar del modo en que habla habitualmente la ciencia ficción, el espacio interestelar es demasiado grande para que lo crucen los humanos. Este es un nuevo e importante hallazgo que llega de una mejor comprensión de la biología, ecología y de la psicología humana. La idea de que estamos destinados a las estrellas es una fantasía, una idea errónea incrustada en la cultura humana según la cual la Tierra es solo nuestra cuna y por tanto no es importante, del mismo modo que una cuna ya no es necesaria para un adulto. Esa idea es completamente falsa, y eso tenía que subrayarse en Aurora. Aún me gusta la idea de colonizar el sistema solar como en la Trilogía marciana: Marte sería un gran lugar para habitar, y el resto del sistema solar podría convertirse en algo parecido a la Antártida, con estaciones científicas que visitamos para volver luego a la Tierra, porque siempre puedes permanecer sano en tu hogar.

Había que machacar el sueño interestelar, y eso es lo que hice con Aurora. Creo que mi razonamiento es sólido. La ciencia ficción ha mentido en este tema. ¿A qué distancia está Tau Ceti? A doce años luz. Doce es un número pequeño, pero cuando te paras a pensar que es diez mil millones de veces más lejos que la Luna, diez mil millones… Entonces empiezas a darte cuenta de la escala. Y la mayor parte de estrellas están mucho más lejos que Tau Ceti. Siendo honestos, está claro que el universo que podemos ver por la noche es muy interesante, pero no podemos llegar hasta él. Debemos permanecer aquí. Y en ese momento entendemos que no hay un Planeta B. La Tierra es y será siempre nuestro único hogar, así que tenemos que mantenerla sana. Es importante que la ciencia ficción cuente esa historia, así que sentí que era necesario escribir Aurora. Aunque un montón de gente se enfadó muchísimo…

Has criticado el enfoque de Elon Musk respecto a la colonización de Marte. ¿Qué reticencias tienes sobre sus planes?

No me gusta que una sola persona lo controle, es una cierta privatización o incluso trivialización que puede convertir Marte en una atracción turística. Tampoco creo que Marte sirva como un segundo hogar para la humanidad. ¿No pasaría nada si hubiera una extinción masiva en la Tierra mientras en Marte sobrevivieran cinco mil o un millón de personas? El propósito declarado de la colonia marciana de Elon Musk es estúpido y trivial. Y tampoco queda nada claro cómo planean el aterrizaje en Marte. Gran parte del plan técnico no ha sido puesto a prueba todavía y no hay siquiera protocolos preparados, así que todo es más bien un plan de ciencia ficción fingiendo ser un plan auténtico. Solo tenemos una tasa de éxito del 50% al aterrizar pequeños robots en Marte, pero para que aterricen humanos necesitaríamos mucho más que eso. Es un poco extraño anunciar al mundo que en pocos años irán a Marte cuando tanto la metodología como el propósito declarado son débiles… Así que empieza a parecer simple narcisismo.  

Dicho esto, Elon Musk es muchísimo más interesante que la mayoría de multimillonarios, tanto en lo que hace como en lo que quiere conseguir. El Tesla es un gran coche eléctrico y necesitamos coches eléctricos, y el Falcon es un gran cohete y necesitamos cohetes. Temo que mis críticas hacia Musk puedan verse como una condena absoluta, cuando en realidad simplemente tenemos pequeñas diferencias. No quiero parecer demasiado crítico. Ni siquiera aparecería en las conversaciones si no estuviera haciendo un trabajo realmente importante… Lo adecuado es enfatizar que SpaceX es una gran empresa y mis discrepancias son más bien filosóficas, los cómos y los porqués sobre el viaje a Marte. Cada marciano prefiere sus propios métodos. Él es un marciano igual que yo, tenemos algunos desencuentros… Pero debería subrayar que está haciendo cosas interesantes.

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En tus últimos libros las inteligencias artificiales y los ordenadores cuánticos cobran importancia: 2312 tiene a los qubos, y en Aurora el narrador es una IA cuántica, y un gran personaje por derecho propio. ¿Podría la conciencia ser un fenómeno cuántico, y por tanto podríamos llegar a crear una criatura autoconsciente con computación cuántica?

No sé nada con seguridad sobre este tema, porque al fin y al cabo soy filólogo… Así que tengo que basarme en opiniones de expertos en este campo. La creación de un auténtico ordenador cuántico tiene aún muchos problemas cruciales sin resolver, como la estabilización del qubit. Pero si se pudiera técnicamente construir un buen ordenador cuántico y programarlo, obtendríamos un computador extraordinariamente rápido, mucho más que los actuales. En este punto tendríamos una capacidad de procesamiento casi tan rápida como la del cerebro humano, pero no estaría organizada igual que en un cerebro humano. Por otro lado, nunca sabremos qué es la conciencia o cómo el cerebro la alcanza. No puede investigarse sin matar el cerebro, y una vez lo has matado no hay conciencia. Hay una barrera invisible pero permanente en nuestra comprensión del funcionamiento del cerebro. Esto es algo que los fanáticos de las inteligencias artificiales tratan de ignorar, y especialmente los autores de ciencia ficción que quieren descargar cerebros en ordenadores… Son fantasías en que se ignoran esas barreras permanentes. Nuestra comprensión de la conciencia siempre será aproximada y vaga, así que nunca podremos recrearla.  

Pero lo que quise explorar en 2312 y Aurora es que, si tenemos un ordenador cuántico en funcionamiento, tal vez no importe que no funcione como un cerebro humano, y quizá no importe que no sea consciente como nosotros: sería igualmente muy rápido y expresaría algo similar al pensamiento. Podría pasar fácilmente el test de Turing, que no es demasiado difícil. Lo que obtendríamos no sería otra mente humana, sino algo que podría hablar como un ser humano sin que supiéramos del todo qué está ocurriendo en su interior…

Los capítulos cuánticos de 2312 funcionan casi como poemas en prosa, cadenas de pensamiento disperso tratando de expresar cómo pensaría esa conciencia cuántica…

[Ríe] Con esos capítulos me divertí como nunca en mi carrera de escritor. Le estuve dando vueltas al monólogo interior, la técnica literaria del siglo XX que escritores como Joyce, Woolf y algunos más exploraron para expresar cómo ordenamos las ideas. Pero siempre lo he encontrado un poco artificial, porque muchos pensamos interiormente más bien como Proust, con frases mentales proustianas de gramática articulada… No como en el batiburrillo roto de frases e impresiones sensoriales que se usa en la técnica del monólogo interior. Pero para simular a mi ordenador cuántico encajaba como un guante. Fue muy divertido, porque normalmente soy un estilista bastante conservador.

En 2312 hay referencias a Marina Abramovic y Andy Goldsworthy. ¿Te interesan el performance y el Land Art?  

La verdad es que sí. Acabo de ver a Abramovic en Nueva York. Su amigo Hans Ulrich Obrist, un curador de arte, nos puso en contacto para colaborar en un proyecto. No tuvo éxito: ella quería poner a la audiencia en trance y yo contar una historia… Discutimos. Hubo un tercer colaborador, un ingeniero de audio que logró sacar algo en claro de nuestra pelea. Pero adoro a Marina; es una gran artista llena de ideas, le falta tiempo para desencadenarlas sobre el mundo. Creo que sus performance lentas de larga duración son una forma de autoterapia. Cuando está realizando su arte disminuye el ritmo y se concentra, mientras que en su vida diaria es como una persona con TDAH, con pensamiento rápido y cambiante. Goldsworthy es muy ermitaño. Traté de enviarle mis libros, diciéndole que me encanta su trabajo y que le había mencionado en mis historias, pero nunca logré contactar con él. Probablemente le llegaron los libros, pero no quiso contestar… Me gusta hacer esculturas al aire libre similares a las de Goldsworthy. En las sierras construimos Goldsworthys, como los llamamos, pequeñas obras efímeras que destruimos tras fotografiarlas, para que no molesten a nadie. Abramovic y Goldsworthy son ambos muy importantes, porque extienden el arte a nuestras vidas cotidianas y cambian nuestras concepciones sobre qué son la vida y el arte.

¿Cuál ha sido tu sorpresa agradable más reciente en lectura, tanto de ciencia ficción como en general?

Acabo de leer las cuatro novelas napolitanas de Elena Ferrante, sobre dos mujeres que crecieron en Nápoles y tienen más o menos mi misma edad. En ciencia ficción he estado leyendo The Dervish House de Ian McDonald, una fantástica novela sobre el Estambul del futuro cercano.  

¿Qué opinas sobre la geoingeniería, terraformar la Tierra, por decirlo de algún modo? Hubo un experimento no autorizado de geoingeniería hace unos años en Canadá, fertilización del mar con hierro para estimular el plancton y capturar CO2 del aire…

La geoingeniería me interesa mucho, porque no creo que haya nada intrínsecamente malo en ella. No creo que la fertilización del océano sea técnicamente una buena idea para capturar dióxido de carbono de la atmósfera… Pero creo que debería haber Gobiernos y grandes grupos de estudio  hablando de estos temas, y quizá preparando experimentos para ver cómo resulta. Puede que acabemos necesitando la geoingeniería… Si la crisis climática empeora, si pasamos el punto sin retorno en que el metano bajo el permafrost empieza a ser liberado a la atmósfera, si nos dirigimos a un evento de extinción masiva… En esos casos la geoingeniería es una herramienta que querríamos utilizar. Estoy a favor de hablar de geoingeniería sin ningún pánico moral al respecto, aunque no creo que vayamos a ser particularmente eficaces en ella. Hay muchos procesos a escala geológica que son realmente demasiado grandes como para influir en ellos.  

Uno de los temas de la Trilogía marciana es la reconciliación de modos de vida aparentemente opuestos, como la actitud conservacionista de la naturaleza de la facción roja frente al poder transformador de la facción verde. ¿Crees que es posible hallar un equilibrio entre el mantenimiento de la naturaleza en su estado primigenio y su adaptación a las necesidades humanas?

Sí, cada vez me estoy convenciendo más de que es un error pretender mantenerse puro, la pureza no nos sirve para nada. Los espacios de naturaleza salvaje son una buena idea, pero una vez hemos alterado la atmósfera y los océanos ya no hay en realidad ningún espacio natural, vivimos en un planeta mestizo. Lo que deberíamos conseguir entonces es evitar las extinciones. Y eso implica transformar el entorno y el paisaje, quizá con granjas que también puedan albergar vida salvaje, o zoos, o reservas… He leído acerca de las partes de Europa que van siendo progresivamente abandonadas, como la Polonia central, parte de la España central, el centro de los EE. UU., Montana o Dakota del Norte… En los terrenos en que la agricultura no es fácil o económica la gente se marcha hacia las ciudades, así que grandes porciones del campo están ahora libres de humanos. Eso es extremadamente interesante, porque lo necesitamos. No son espacios naturales, sino tierra poshumana en la que los seres humanos construyeron pueblos o carreteras y luego los abandonaron. Puede que tengamos un mundo que incluya áreas semisalvajes, o tierra vacía que aún es parcialmente humana, incluso levemente agrícola… Todo excepto la pureza. Ya no me preocupa la pureza.

Kim Stanley Robinson para JD 7

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6 Comments

  1. luchino

    Muy interesante entrevista, me apunto alguno de sus libros, hasta ahora he leido Marte rojo.
    Retirar del libre mercado las necesidades básicas del ser humano ( alimentación, trabajo, vivienda, salud ) es preciso y urgente. Ya hemos visto que dejarlas al albur de la lógica economicista – oferta y demanda, etc. – sólo trae desastres.
    Y me parece que para ver esto no es preciso ser un «rojo» peligroso, basta con tener ojos en la cara.

  2. Gracias por la entrevista, Pep, es una delicia.

  3. Máximo

    Estoy leyendo Tiempos de arroz y sal, en Minotauro. Interesante, aunque irregular. No obstante, el problema es la traducción, que es pésima, parece de un aficionado. Muchos términos están a medio camino entre el castellano y el inglés. No ayuda si uno quisiera recomendar este libro.

  4. Bárbara

    Muy buena entrevista y muy buenas las fotos. Muchas gracias

  5. Pingback: Entrevista – Cuca! Fanzine

  6. Pingback: Després de la fi del món un nou món ens espera – La Terra es mou

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