Hace menos de dos años, subiendo La Morcuera camino de Cercedilla, Tom Dumoulin pareció decir adiós a la oportunidad de su vida. Después de salir como líder en aquella penúltima etapa de la Vuelta a España, con tres segundos de ventaja sobre el italiano Fabio Aru, el holandés se dejó diez metros con respecto a los favoritos, luego veinte, cincuenta… y, cuando ya parecía a punto de enlazar, en el descenso y el llano, no le quedó más remedio que ver cómo pasaban los kilómetros mientras nadie le daba un relevo. Aru, acompañado de medio Astaná, más Purito, Valverde y compañía, se fue a los más de cinco minutos de diferencia y el holandés acabó en un engañoso sexto puesto.
El hecho de que un contrarrelojista sin un solo resultado de élite en la general de una gran vuelta rozara la victoria pareció tan improbable que muchos consideraron que aquella oportunidad no volvería a repetirse. Se equivocaban. Tom Dumoulin se convirtió este domingo en el primer holandés en ganar el Giro de Italia y lo ha hecho además en una de las ediciones más montañosas de su historia. Esta es, sin duda, la gran noticia del Giro del centenario, pero obviamente no es la única. A continuación, resumimos lo más importante de estas tres semanas:
1. El triunfo de Dumoulin, su estilo subiendo casi siempre sentado y su superioridad en las contrarrelojes ha hecho que muchos le comparen con Miguel Indurain. Evidentemente, es una comparación muy arriesgada. De parecerse a alguien, Dumoulin se podría parecer a aquel Abraham Olano que tan cerca estuvo de ganar el Giro de 1996, cuando aún corría en el equipo Mapei. La diferencia es que Olano, igual que Dumoulin en La Morcuera, no pudo seguir entonces el ritmo de los mejores en la última etapa de montaña y se tuvo que conformar con el tercer puesto del podio.
2. La diferencia entre la derrota y la victoria ha sido particularmente estrecha en este Giro con cinco corredores en menos de dos minutos. Con todo, no habría que medir la distancia en segundos sino en metros: los que consiguió aguantar Dumoulin en el Monte Grappa cuando Zakarin y el Katusha organizaron su ataque. Ahí se podría haber acabado definitivamente la carrera para el holandés, pero supo aguantar, poner su ritmo y acabar enganchándose a un grupo de favoritos donde no sobraba ni un gramo de fuerza. Algo parecido sucedió en el Foza algunos kilómetros después, pero ahí los daños habrían sido más mitigables.
3. Más allá del triunfo, Dumoulin nos dejó una imagen para el recuerdo en la etapa dieciséis: el líder de la carrera quitándose corriendo su jersey rosa para meterse en el campo y hacer de vientre justo antes de la subida al último puerto, lo que le costó un par de minutos en la llegada a Bormio. Quizá ahí se dio cuenta de que podía ganar el Giro. La situación pareció repetirse apenas dos días después, cuando se quedó cortado a mitad de etapa, según algunos rumores por parar a hacer pis. La verdad es que su dominio de la táctica aún está por mejorar, aunque ha mostrado un autocontrol deslumbrante: nunca, en ninguna de estas situaciones, perdió la cabeza. Fue como si hubiera decidido afrontar la carrera como una contrarreloj de veintiuna etapas.
4. Vamos, por fin, con el resto de favoritos, empezando por el segundo clasificado: Nairo Quintana. El colombiano tiene un problema: las expectativas generadas. No hay término medio. En su país es un ídolo de multitudes y no se acepta ni una sola crítica sobre su comportamiento en carrera mientras que en España se aprovecha cada detalle para darle un palo. Hablamos de un ciclista de veintisiete años que ya ha ganado un Giro y una Vuelta además de acabar tres veces en el podio de París. No está mal, pero no se le perdona que no lo gane todo, que no ataque siempre, que «no lo intente». Es cierto que no es de esos corredores a los que les guste los fuegos artificiales pero tampoco tengo claro que se pueda reprochar a alguien que no tenga fuerzas para más. Atacó en todas las etapas de la última semana pero sin ninguna convicción. El hecho de que le cogieran rueda en seguida cuando la primera semana se iba de todos sin problema habla de lo justo que ha llegado a Milán.
5. Supongo que, en parte, esos ataques a Quintana son una manera de atacar a su equipo, el Movistar, cuya manera de entender las carreras de tres semanas, siempre intentando amarrar un buen puesto en la general y de paso ganar la clasificación por equipos, no está demasiado bien vista entre los aficionados españoles, más dados a la épica. A mí tampoco me vuelve loco, pero insisto en que convendría no pedir imposibles para no frustrarse inútilmente. Si Quintana hubiera tenido más fuerzas, no se habría dedicado a pedir relevos cada tres segundos cada vez que se escapaba con alguien. Veremos si se recupera para el Tour. También parecía fundido al empezar la Vuelta de 2016 y acabó ganándola.
6. Aparte de Quintana, es cierto que el grupo de favoritos no parecía demasiado poderoso. Estaba Nibali, por supuesto, pero un Nibali algo crepuscular, lejos del que ganó arrasando el Tour de 2014 o del que se llevó en la última etapa el Giro del año pasado. Eso sí, el italiano fue el más regular, con esa sensación que siempre da de tener un as guardado en la manga. Probablemente Pinot o Zakarin estuvieran en mejores condiciones físicas, pero supo mantenerles a raya donde debía y aventajarles donde fue necesario. Aunque para un doble ganador de esta carrera el tercer puesto no significa mucho, lo cierto es que acabar en el podio tiene un mérito enorme.
7. De hecho, quizá ese podio se lo tenga que agradecer a la moto de la policía contra la que se estrellaron Geraint Thomas, Mikel Landa y Adam Yates en la novena etapa. Lo de las motos en las grandes carreras empieza a resultar preocupante: en la Vuelta tiraron a Kruijswijk, en el Tour tiraron al mismísimo Froome en el Mont Ventoux y en el Giro le tocó el turno a tres de los máximos favoritos. El más dañado, Thomas, tuvo que retirarse a los pocos días; Landa, que perdió una minutada en aquella subida, se rehizo, ganó una etapa y de paso la clasificación de la montaña, Yates optó por el premio al mejor joven hasta el último día pero su nivel estuvo lejos del mostrado en el Tour del año pasado.
8. Volvamos a Landa, que merece sin duda un aparte. Pensar hasta dónde podría haber llegado en caso de no mediar la caída subiendo el Blockhaus es un poco tramposo porque obviamente no habría tenido la misma libertad de la que gozó desde entonces. Ahora bien, la libertad hay que aprovecharla y Landa, por primera vez desde que fichó por el Sky, lo hizo a lo grande: consiguió filtrarse en todas las escapadas y no dejó de intentarlo ni cuando Rolland y Nibali le privaron de sendas victorias de etapa. A la tercera, lo consiguió. Esa muestra de carácter es una buena señal para el futuro, aunque es complicado que vuelva una oportunidad como la de 2015, cuando tuvo que echarse a un lado ante Fabio Aru, su jefe de filas… todo para que acabara ganando Contador.
9. Hablando de oportunidades que no habrán de volver: Steven Kruijswijk, el más que probable ganador del año pasado si no se hubiera caído descendiendo el Agnello, acabó retirándose de esta edición después de haber pasado desapercibido durante casi todo el recorrido. No fue el único abandono ilustre: aparte del citado Thomas, también tuvo que irse prontísimo a casa el australiano Rohan Dennis, que partía como candidato al top ten, aunque viendo la montaña que había que superar, el pronóstico parecía algo optimista. Wilco Keldermann no aguantó mucho más de una semana, y Tanel Kangert, del Astana, tuvo que irse a casa por una caída cuando marchaba séptimo.
10. Sin Kangert, y marcado por el trágico fallecimiento de Michele Scarponi, el equipo Astana, gran dominador de la carrera en los últimos años, se vio relegado a un segundo plano que defendieron lo mejor que supieron Luis León Sánchez, Peio Bilbao y Darío Cataldo. Por parte italiana fue en general un Giro bastante descafeinado: solo una victoria de etapa —la de Nibali— y solo cuatro corredores entre los veinte primeros, tres de ellos por encima de los treinta y dos años. La excepción: Davide Formolo, otro miembro de la excelente generación de 1992. No se le vio demasiado pese al estridente color verde del maillot del Cannondale, pero consiguió pese a todo el segundo «top ten» en grandes vueltas de su carrera.
11. Hablando de jóvenes, hay que destacar dos nombres, incluso tres: Bob Jungels, Fernando Gaviria y Caleb Ewan. Empecemos por el luxemburgués, que fue claramente de menos a más, sobre todo en montaña. No solo quedó octavo en la general y se llevó el premio al mejor joven sino que además ganó una etapa y fue clave en la persecución camino de Asiago que le valió a la postre el triunfo a Dumoulin. También nacido en 1992 —como los hermanos Yates—, Jungels es uno de esos corredores todoterreno que en cualquier momento se pueden convertir en grandes campeones: puede prepararle los esprints a Kittel o a Gaviria, puede hacer contrarrelojes maravillosas y se defiende bastante bien cuesta arriba, aunque aún le queda. Quedaba comprobar que lo del año pasado no había sido casualidad y desde luego ha superado la prueba con creces.
12. Lo de Gaviria es cuestión aparte. El colombiano ganó cuatro etapas con una superioridad insultante. Queda para el recuerdo el esprint de la decimotercera, cuando superó a siete rivales en los últimos ciento cincuenta metros para hacerse con el triunfo. Gaviria ni siquiera es de 1992, sino de 1994, es decir, no ha cumplido ni los veintitrés años y no solo se codea con los mejores en los esprints sino que apunta a excelente clasicómano. El futuro es suyo si no lo evita el australiano Ewan, un mes más joven que Gaviria y que también se llevó su etapa al esprint… pese a los innumerables problemas con los que se encontró en los momentos decisivos. Solo el veterano Andre Greipel supo estar a la altura de los dos chavales. Ni Sam Bennett, ni Kristian Sbaragli ni mucho menos el aún convaleciente Giacomo Nizzolo ofrecieron su mejor versión.
13. El Giro, como la Vuelta, suele caracterizarse por la aparición de corredores sorprendentes con los que nadie cuenta a priori. No ha sido así este el año, pues los diez primeros de la general tienen un amplio bagaje a sus espaldas. De tener que buscar una revelación tendríamos que bajar al duodécimo puesto, donde encontramos al checo Jan Hirt. Aunque venía de quedar tercero en el Tour de Croacia, la verdad es que no se esperaba una tercera semana a tal nivel. Tampoco desentonó Jan Polanc, ganador además de una etapa, pero el esloveno, pese a su juventud —sí, nació en 1992— ya estaba en el radar desde 2015.
14. ¿Decepciones? Bueno, siempre da la sensación de que Mollema puede dar algo más, pero sumó de nuevo un puesto de élite y no tuvo ningún día horrible, como en el pasado. Tejay Van Garderen se llevó una etapa, lo que compensó una actuación en general muy irregular. Lo mismo podemos decir de Pierre Rolland, por ejemplo. Quizá se podía esperar mejor rendimiento de Andrey Amador, pero estuvo demasiado supeditado a las opciones de su jefe de filas. Incluso Pinot, un clásico de esta sección, estuvo con los mejores hasta el último día, aunque su contrarreloj final no fue propia de un hombre de su calidad y se quedó fuera del podio.
15. Gran Giro para los españoles. O, mejor dicho, para los vascos: Gorka Izagirre, Mikel Landa y Omar Fraile se llevaron su etapa, Peio Bilbao luchó por ella y a Igor Antón se le vio en escapadas durante las dos primeras semanas, aunque ya seamos conscientes de que nunca volveremos a ver su mejor versión. Movistar, el único equipo World Tour, ganó la clasificación por equipos con solvencia y Landa, como ya sabemos, se llevó la montaña. Es a lo más a lo que puede aspirar nuestro ciclismo actualmente y habrá que conformarse hasta que llegue Marc Soler: nuestros mejores corredores en grandes vueltas siguen siendo Alberto Contador, con treinta y cuatro años, y Alejandro Valverde, con treinta y siete. Si Purito Rodríguez hubiera seguido corriendo un año más, con treinta y ocho, probablemente sería el tercero. De Haimar Zubeldia (cuarenta), mejor ni hablamos.
«Si Quintana hubiera tenido más fuerzas, no se habría dedicado a pedir relevos cada tres segundos cada vez que se escapaba con alguien»
O sí. Hay corredores que son extraordinariamente miedosos y Quintana ha demostrado en muchas ocasiones ser de esos. El Evans pre-mundial era exactamente igual y hasta que no cambió su mentalidad no ganó el Tour. De todos modos, es una actitud muy muy extendida entre sus compañeros de equipo a los que no pedimos «lo imposible» sino tan sólo lo que otros sí que hacen.
Si Quintana no hubiera tenido fuerzas, no habría sido capaz de salir a todos los ataques de sus rivales. Si Quintana no hubiera tenido fuerzas, ayer en la crono se hubiera hundido.
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Que pongas a Pinot y Rolland entre las decepciones da una idea de lo que sabes de ciclismo.
Se compara a Doumolin con Indurain por puro vicio de nuestro tiempo, en que no podemos apreciar a nadie por lo que es, siempr tenemos que buscar un referente que los valide.
Es verdad que Nairo ha sido decepcionante, pero lo ha sido porque el mismo acepta ese manto de invencible, de elegido por la historia. Yo a veces me pregunto si no hay algo psicológico que lo condicione a la hora de correr, de forma que lo haga poco efectivo. Dos vueltas grandes con 27 años es una locura de cualquier modo.
Tio yo quiero ver a Mikel Landa ganar algo, parece uno de esos corredores bastante guays, con carácter de campeón. Espero que se atreva a intentar algo en el tour, que fijo que va de gregario para llevar a Froome como el año pasado así en plan invencible. A ver si un giro 2015 o parecido se puede repetir. Pero no, no tiene pinta.
En fin, por mucho que me guste Nairo, me alegro de que haya ganado otra persona, una nueva figura del ciclismo.
No mencionas nada de la escandalosa media de 37.5 km/h en la etapa del Stelvio, una etapa de más de 200 km…
Y tampoco mencionas nada de los tiempos de los corredores en la última subida de dicha etapa…
Tiempos equivalentes a los de la edad de oro de la EPO.