Ni una repentina fiebre puede evitar que Ian Watson (St. Albans, 1943) nos reciba en el hotel donde está alojado en su reciente visita a Barcelona con motivo del Kosmopolis 17. Este escritor de ciencia ficción, fantasía y terror con pasado docente —dio clases en la Universidad de Dar es-Salam, en la de Tokio, y en la Escuela de Historia del Arte de Birmingham— cuenta con una prolífica lista de títulos a sus espaldas, entre los que destacan Incrustados, novela psicolingüística, u Orgasmatón, primera obra que escribió y que, por motivos de censura, no publicó hasta más de treinta años después.
A riesgo de empeorar su estado de salud, decidimos reunirnos en la terraza descubierta para hablar del estado actual de la ciencia ficción, del brexit o de su colaboración con el cineasta Stanley Kubrick. Al finalizar la entrevista observo que la fiebre no le ha dado ni un minuto de tregua, pero aun así saca fuerzas para lucir su mirada más coqueta ante la cámara al acabar. Genio y figura.
Estás aquí en Barcelona por tu participación en el Kosmopolis 17. ¿Qué tal fue tu conversación con Kim Stanley Robinson? Trataba sobre la climate fiction, ¿verdad?
Conocí a Stan hace treinta años, así que ya nos conocemos bien. En anteriores ocasiones hablábamos de cosas de hace treinta años, de gente a la que conocemos y de ciencia ficción en general, pero al hablar de climate fiction cubríamos la mayoría de los temas importantes. En la actualidad la literatura de ciencia ficción es la única relevante, porque es la única que trata de la realidad de este entorno tan cambiante, mientras que gran parte de la ficción predominante trata de las aventuras morales de una persona, y en términos sociales eso es algo muy restrictivo.
La última novela de Stan Robinson, New York 2140, recrea una Nueva York convertida en Venecia, con canales. Es el caso más extremo que podemos imaginar, pero si Nueva York se convierte en Venecia, ¿qué será de Barcelona o la mayoría de las ciudades costeras? Veremos cambios dramáticos, migraciones de población masivas, mucha muerte y destrucción; y la situación puede empeorar. Incluso si evitamos la emisión de dióxido de carbono o la mantenemos bajo control, el metano, durante los dos primeros años tras su emisión, provoca el calentamiento global ochenta y cuatro veces más que el dióxido de carbono. Y ya hay alrededor de cinco mil cráteres en Siberia, y si bajamos hasta el fondo de ellos, la cantidad de metano en el aire es del 10%, mientras que lo normal es el 0,001%. Pero Stan es un optimista, un utópico. La única manera de tener un futuro aceptable es la deconstrucción del capitalismo, porque no hace más que aumentar la riqueza en una menguante cantidad de manos y no reacciona ante las necesidades de la gente. La cuestión es cómo llegar de aquí allí.
Puedes escribir una utopía situada en un futuro a dos mil años de ahora, pero ¿cuáles son las etapas intermedias? Otra cosa importante de la obra de Stan es que hace veinte años escribió la trilogía marciana (Marte rojo, Marte verde y Marte azul), hablando de la terraformación de Marte, con la que se intentaba crear un entorno habitable para los humanos en Marte, mientras que en la Tierra se creaba un entorno hostil.
Otra novela de Stan, Aurora, trata de una nave espacial, que aún no podemos construir —tendrán que pasar unos doscientos años hasta que podamos pensar en hacerlo—, que va hasta un sistema solar cercano. Si somos realistas, es casi imposible. La única manera de adentrarnos una distancia mínima en el universo es mandar a un primer grupo de pioneros que se reproduzcan y críen a una generación que conocerá solo el interior de la aeronave, y será la tercera generación la que llegará a ese sistema solar que, ojalá, tendrá un planeta habitable. Y, si todo eso se cumple, aún estará el problema de si ese planeta habitable ya tiene vida o no. Si no la tiene, tendrán que mantenerse en órbita o vivir confinados en la superficie en algo equivalente a la nave durante cientos de años, y si ya hay vida quizá sea una incompatible con nosotros, quizá haya una interacción destructiva. Así que la esperanza tampoco está en viajar a las estrellas, aunque pongamos todo nuestro empeño, a no ser que inventemos un medio de transporte más rápido que la luz. O que se pueda construir el warp drive [impulso de curvatura] de Miguel Alcubierre. Se trata de un físico mexicano que afirma que, teóricamente, se podría construir una máquina que reduciría el espacio ante ti y aumentaría el que tienes detrás, así que en realidad no estás acelerando, sino manipulando el espacio para pasar a través de él. Estos son más o menos los temas de los que estuvimos hablando.
De hecho, no hace mucho estuviste en esta ciudad organizando la BCon/Eurocon.
Sí, la primera Eurocon en la Península Ibérica. Hace cuarenta años que se celebran Eurocones y nunca había habido una aquí, lo que me parecía una locura.
Me han dicho que fue una de las mejores Eurocones que se han hecho.
Si tú lo dices no seré yo quien te lo niegue. Hubo algunas cosas que estuvieron muy bien. Creo que el libro de recuerdo estaba especialmente bien. Estaba muy bien producido y contenía muchos artículos interesantes, como uno sobre arquitectos catalanes que no son Gaudí, por ejemplo, otro sobre Manuel de Pedrolo, sobre George Orwell en España, la ciencia ficción en Portugal —es importante llevarse bien con nuestros vecinos…—, y a la vez también publicamos la primera edición en inglés de Mecanoscrito del segundo origen, lo que no habría sucedido si no fuera por la Eurocon. Fue un trabajo muy duro durante un año, que básicamente hice gratis.
Pero parece que te sientes muy cómodo organizando este tipo de eventos. Has coorganizado unas cuantas ediciones del festival de CF NewCon.
Sí, en el Reino Unido. No es que me vea organizando convenciones en el futuro. Ya he organizado una muy grande, y creo que eso es lo máximo que puedo manejar. Voy a ir a más convenciones, por ejemplo a la Eurocon de este año, que es en Dortmund, porque conocemos a los organizadores; y a la del año que viene, que es en Amiens (Francia), hogar de Jules Verne, porque soy invitado de honor y porque también conocemos a los organizadores. De hecho, conocer a los organizadores no es necesariamente algo bueno, porque tuve que aceptar traducir del francés al inglés una obra bastante larga de uno de los organizadores sobre un encuentro imaginario entre Verne y H. G. Wells en 1898. Hubo algunos problemas, como que, en la obra, Verne y Wells hablan sobre una nueva novela que Wells estaba preparando sobre un ataque a la Tierra por parte de Marte. El problema es que La guerra de los mundos ya se había publicado por capítulos en el Reino Unido y en Estados Unidos el año anterior. Pero eso se soluciona fácilmente tachando cualquier mención al año.
Ahora vives en Gijón. ¿Te imaginaste alguna vez viviendo en una ciudad así, habiendo nacido en Inglaterra y tras tu paso por Tanzania o Japón?
Durante treinta años estuve viviendo en un pequeño pueblo de Gran Bretaña, de unas trescientas casas, y eso era bastante aburrido y restrictivo comparado con Gijón. Para mí es una ciudad grande, llena de aventuras y diversión.
Me han dicho que, cuando vivías en Inglaterra, durante tres años consecutivos tu jardín ganó el primer premio del pueblo.
Sí, me gustan bastante las plantas. Todos los ingleses tenemos una extraña relación con los jardines. El sueño de todo inglés es tener una casa con un jardín en el que haya flores. Al final, mi jardín creció demasiado y no podía controlarlo, era demasiado trabajo.
Por cierto, ya que hablamos de Gijón, cuéntame un poco sobre ese problema que está teniendo la Semana Negra con Hacienda.
Lo único que he oído son los rumores que circulan por ahí, no conozco los temas técnicos en profundidad para creerme en posesión de la verdad. Se podría decir que la Semana Negra ha ido decayendo y ya no es tan ambiciosa y transnacional como antes. Ya han quedado atrás los días en los que Paco Taibo iba a buscar a la gente al aeropuerto y nos llevaba a la estación a coger nuestro propio tren, el único de Europa con vagón para fumadores. Íbamos con el chu-chu-chu hasta Mieres y un gaitero y un tamborilero nos guiaban por las calles que habían cerrado para nosotros hasta el banquete que el alcalde había organizado.
Las cosas han cambiado mucho, en parte por la política, ya que a las autoridades políticas gijonesas actuales no les gusta la cultura popular. El Principado también estaba en manos de Álvarez Cascos, que mandó a la orquesta de Asturias a tocar para el papa durante media hora. Para ellos eso es cultura de verdad. La Semana Negra no tenía una localización fija, y un año nos pusieron al lado del campus en Gijón de la Universidad de Oviedo y el decano estaba horrorizado, no fuera que la cultura popular dañara o contaminara su campus, así que gastó ochenta mil euros en alquilar una valla de acero de tres kilómetros de longitud que rodeara el campus. De hecho, el campus estaba vacío y no había nadie, los aparcamientos estaban vacíos, porque era periodo de vacaciones. Creo que aún podría demandar a la Semana Negra por hacerle gastar ochenta mil euros en algo tan inútil.
¿Y cómo ves tu tierra desde la distancia, ahora que ha triunfado el brexit? Me dijo tu esposa, Cristina Macía, que estás encantado con el resultado.
Es completamente absurdo, porque ese estúpido referéndum se supone que era solo una consulta, no iba a ser nada preceptivo, pero da la sensación de que todo el mundo se volvió loco, decididos a tirarse por un barranco hacia el desastre. Los más despreciables son los políticos, especialmente David Cameron y, después, Theresa May, porque han demostrado que harían cualquier cosa para seguir en el poder, aunque sea solo unas semanas más, sin importarles la destrucción del país. Los que votaron por el brexit no tenían ni idea de qué conllevaba realmente, ya que les mintieron, cosa que los propios políticos admitieron tras la votación. Así que la población no estaba cualificada para tomar una decisión así. Es simplemente un desastre, un suicidio nacional.
La política te toca más de cerca de lo que uno pensaría, tuviste una humilde carrera como candidato en las elecciones al condado por el Partido Laborista.
Efectivamente, fue muy humilde. Eso fue a principios de los años ochenta, cuando el Partido Laborista estaba muy perdido, sin poder alguno. Yo era miembro del partido y me presenté a las elecciones dos veces, simplemente para que la gente pudiera votar a alguien distinto a los conservadores. Cuando estás metido en unas elecciones realmente crees que vas a ganar, pero una semana más tarde, cuando ya has perdido, te das cuenta de lo horrible que habría sido ganar, debido a la cantidad de tiempo que tendrías que perder asistiendo a aburridísimas reuniones inútiles. Como no soy un político profesional me engañé a mí mismo. Gracias a Dios nunca gané.
He leído que en los años setenta estabas muy decepcionado con las organizaciones trotskistas, piensas que eran demasiado puritanas.
Mi relación era con la Socialist Labour League, que en realidad era una pequeña facción, pero basta con juntar a cien trotskistas para que se dividan y las distintas corrientes se ataquen. Supongo que yo era ingenuo y entusiasta. Llevaba copias del periódico, el Worker’s Press, a los barrios trabajadores cuando los trabajadores de las fábricas de automóviles volvían a casa. Y era bastante absurdo, porque tras una dura jornada de trabajo lo que quería esa gente era llegar a casa y cenar, no querían que un idiota con barba les pidiera que compraran el Worker’s Press y les preguntara, al día siguiente, qué les había parecido el periódico. Estaba bastante alejado de la realidad. Eso tuvo una consecuencia curiosa. Hacia 1974 había un hombre en la Socialist Labour League, Alan Thornett, que era así como el segundo de a bordo, y una vez fui a su casa —muy espartana, sin ninguna decoración ni nada por el estilo—. Hablamos de ecología, recursos limitados y blablablá. Ahora, cuarenta años después, es el líder de un partido verde trotskista.
Háblame un poco de aquellos primeros años en que estudiabas Literatura Inglesa [Balliol College de Oxford] y luego hiciste tu trabajo de investigación en literatura inglesa y francesa. Te centraste en obras del siglo XIX, ¿verdad?
Tras licenciarme en Literatura Inglesa, quería una excusa para leer literatura francesa, especialmente del siglo XIX, así que propuse escribir una tesis acerca de la influencia de la literatura francesa del siglo XIX sobre un ensayista llamado Walter Pater, que escribió sobre el Renacimiento y fue una gran influencia sobre Oscar Wilde. Así justificaba poder leer a Flaubert y Baudelaire.
¿Tus lecturas en casa se encaminaban más hacia lo decimonónico tradicional o ya tenían tintes de ciencia ficción?
Siempre he leído ciencia ficción. Cuando estaba en Oxford podía tener delante un libro de literatura, pero llevaba escondido un ejemplar de Van Vogt. Empecé a leer ciencia ficción cuando tenía doce o trece años.
Acabas tu etapa de estudiante y decides irte a dar clases a Dar es-Salam (1965-1967). ¿Te costó adaptarte?
No mucho, porque la universidad de allá estaba creada tomando como modelo las universidades británicas, de cuando había sido un protectorado. La única dificultad para adaptarse era la intensidad de la humedad y el calor. Durante todo el día había alrededor de 90% de humedad y 30 °C. A la que salías de la ducha ya estabas cubierto de sudor otra vez. De hecho, allí no tuve que trabajar demasiado, porque la suma de nueva universidad, nuevo país y nuevo dinero hizo que contrataran a demasiado personal, así que solo daba dos clases a la semana. Y lo que enseñábamos tampoco era muy relevante. Intentaban hacer que se fuera incluyendo algo de ficción africana moderna, pero en cuanto a desarrollo, la cultura de África oriental estaba muy por debajo de la de África occidental. De hecho, no se quejaban del imperialismo de la cultura occidental, sino del imperialismo del África occidental. Para mí allí no había nada demasiado estimulante, culturalmente hablando. El paisaje.
Pero fue el sitio donde fuiste consciente de las condiciones en las que viven en el tercer mundo.
Sí, claro. Pero en muchos sentidos en África oriental aún había cierto colonialismo. Cuando llegamos había un joven que venía con el piso de la universidad, pero no queríamos un sirviente. Lo que pasa es que no le podíamos despedir porque era su trabajo, ganaba una décima parte de lo que yo ganaba, así que se quedó.
Luego toca Tokio (1967-1970). Ni imagino la cara que se te pondría al ser profesor durante una huelga de estudiantes que duró dos años y medio y que no se te dejara de pagar ni un mes.
Sí, eso fue incluso mejor. Dos años y medio de huelga por la renovación del acuerdo de seguridad americano-japonés. Para cobrar el sueldo la mitad del tiempo teníamos que atravesar la zona ocupada por los estudiantes, hasta que la policía los desalojó a palos y con gas lacrimógeno. Y la otra mitad del tiempo atravesando la misma zona, ahora ocupada por la policía. Aún no existía internet ni la banca electrónica, así que teníamos que ir a buscar el sueldo en billetes que nos metían en sobres.
¡Pero es que incluso os subieron el salario cinco veces!
Sí, eso fue porque no todas las universidades estatales estaban en huelga, y estábamos en el sistema nacional de salarios, así que, si al personal de las otras universidades le subían el sueldo, a nosotros también nos lo tenían que subir.
Situación ideal.
Para mí, lo más estimulante de Japón no era la cultura tradicional, sino la interacción entre las costumbres populares japonesas y norteamericanas. Por ejemplo, el sintoísmo y los tebeos de superhéroes.
Lo que te volvió loco de Japón fue su hipertecnologización, y dices que escribir ciencia ficción fue un mecanismo psicológico de defensa.
Cuando estuve allí la contaminación atmosférica era muy mala. Ahora no es mala, pero en esa época, si leías el Japan Times, que se publica en inglés, cada día había historias sobre enfermedades industriales: «Diez mil profesores de tal prefectura tienen problemas en las cuerdas vocales debido a la contaminación ambiental», «Se han colocado bolsas con nutrientes en los cerezos para intentar mantenerlos con vida». Una vez un profesor japonés me preguntó qué opinaba de Japón, y mi respuesta fueron dos minutos de clichés en forma de encendidas alabanzas; le hablé, por ejemplo, de la belleza del monte Fuji a lo lejos —en realidad se ve solo tres días al año, por las nubes— y de más cosas. Y al final, casi de pasada, mencioné el inconveniente de la contaminación. Se puso colorado, inspiró profundamente, y me contestó que ese día la libra esterlina estaba débil. Así que deduje que mencionar la contaminación era como un insulto nacional. Japón fue muy interesante, porque los japoneses son muy distintos y consideran que todos los extranjeros somos como alienígenas del espacio exterior.
Por su aislamiento.
Sí, por su aislamiento y por la homogeneidad cultural.
Y, claro, volviste a casa y no hacías más que pensar en ciencia ficción. Incluso fuiste profesor de Estudios del Futuro durante seis años en Birmingham.
Sí, este fue otro gran empleo [risas]. Volví en 1970 y me puse a buscar un trabajo relacionado con la educación. Vi un anuncio de la Escuela de la Historia del Arte de Birmingham en el que buscaban un profesor lector en estudios complementarios, lo que quiere decir «cualquier cosa relacionada con el tema principal de los estudios», que allí eran diseño, arte y moda. Resulta que solo se interesaron por el trabajo dos personas en todo el país, lo que ahora sería imposible, ahora habría diez mil candidatos. La entrevista fue muy corta. Me preguntaron qué quería enseñar y dije que ciencia ficción, porque los estudiantes que allí tenían eran los artistas y diseñadores del futuro, así que debían aprender a ser flexibles de mente y pensar en los múltiples futuros posibles. Les sonó bien y me ofrecieron el trabajo. [Risas].
¿Te lo podías creer?
No demasiado, era increíble que eso pudiera suceder en esa época. Tuve mucha suerte.
Y luego, el paso a ser escritor a jornada completa. ¿Sentiste miedo?
En esa época en Gran Bretaña éramos unos pocos los que escribíamos ciencia ficción, y lo de dedicarnos en exclusiva a escribir era un deseo que compartíamos. Mis colegas en la Escuela de Historia del Arte me dijeron que estaba loco, pero desgraciadamente tres años más tarde se acabaron los años dorados, el resto de la organización se dio cuenta de que solo trabajábamos dos días y medio a la semana, y empezaron a utilizar a mis antiguos colegas para enseñar inglés para adultos y cosas así solo para llenar su tiempo. Así que tuve suerte. Pero cuando eres joven te arriesgas.
Ya llevabas años escribiendo, tampoco fue un salto al vacío. Habías publicado ya algunos relatos y la novela que te presentó oficialmente al mundo, Incrustados (1973).
Sí, y también la segunda novela, El modelo Jonás, había ganado un premio. Y habían salido algunas traducciones, así que económicamente tampoco era una locura tan grande. Pero, naturalmente, sí se convirtió en una locura, porque durante los años ochenta estaba en números rojos.
Podríamos decir que Incrustados es una novela de ciencia ficción psicolingüística, basada en el trabajo de Chomsky sobre la naturaleza del lenguaje.
Voy a hacer una simplificación muy grande, pero digamos que el modelo anterior se asocia con Sapir y Whorf, que basándose en su estudio de las lenguas nativas americanas dedujeron que los idiomas que hablamos condicionan nuestra visión de la realidad, diferentes lenguas condicionan diferentes visiones de la realidad. Pero entonces llegó Chomsky y lo negó, dijo que todos los idiomas humanos tienen una similitud estructural profunda. Al cabo de cuarenta años la gente no está muy contenta con lo que dice Chomsky. Hace poco vi La llegada, y allí se invoca a Sapir y Whorf como los únicos lingüistas importantes. Es decir, que han pasado cuarenta años y no ha cambiado nada, lo que me hace muy feliz, porque el libro aún es relevante. Pero por otro lado me entristece un poco, porque quiere decir que no se ha progresado demasiado.
¿Te gustaría que hubiera habido algún cambio, al menos para ver que la cosa avanza?
No, yo acepto todo tal y como viene. No puedes reescribir libros, no tiene mucho sentido matizar las cosas. Un dato interesante: un estadounidense, Daniel Everett, aprendió la lengua de una tribu amazónica, los piraha, y escribió al respecto un libro llamado Don’t Sleep, There Are Snakes. Es una lengua muy extraña que no tiene números ni oraciones subordinadas, incrustadas, mientras que, según Chomsky, todas las lenguas humanas deben tener necesariamente oraciones subordinadas. Así que Chomsky se enfadó mucho y dijo que Everett era un charlatán. Pero desde entonces más gente ha visitado a los piraha, y ahora Chomsky ha cambiado su discurso y dice que todas las lenguas humanas pueden tener subordinadas, pero no es obligatorio.
¿Qué apareció antes: el lenguaje o el pensamiento?
Creo que lo más probable es que aparecieran a la vez, porque no puedes pensar si no lo puedes articular de alguna manera. Puedes sentir emociones, pero ya dijo Wittgenstein que si un león pudiera hablar no podríamos entenderle.
Hemos hablado de Incrustados, aunque, cronológicamente, escribiste antes tu primera versión de Orgasmatón. Una obra cuyas hazañas para su publicación ya valdrían para un libro.
Sí, costó un poco que se publicara en inglés. Se tuvo que reescribir tres veces y primero apareció en francés en una versión anterior, algo más breve.
¿Qué problema tenía para que se censurara?
Iban surgiendo problemas mientras avanzábamos. Hacia 1980 firmé un contrato con Playboy Paperbacks para que publicaran el libro y me dieron un adelanto de diez mil dólares. Pero de repente Playboy perdió su licencia de casino en Londres, que era de donde venía gran parte de su dinero, así que el grupo editor decidió vender Playboy Paperbacks para conseguir algo de dinero. La nueva persona que pusieron a dirigir la editorial no iba a permitir que se publicara ese libro, consideraba una impertinencia que un hombre escribiera sobre asuntos de mujeres.
O sea, que no entendió la idea del libro.
Bueno, la corrección política estaba llegando, y no era un libro demasiado políticamente correcto. Cuando por fin hubo una reseña escrita por una autora británica, feminista y respetada, fue muy entusiasta.
¿Te gusta la definición que hacen de ti de escritor de ciencia ficción racionalista o prefieres escritor de ciencia ficción surrealista?
En realidad prefiero racionalista surrealista. Creo mucho en la racionalidad, pero tengo cierta tendencia a ver las cosas de cierta manera distorsionada y loca. Me interesa dar vueltas a las cosas hasta que pierdan su forma.
Lo de «delirios racionalistas» como subtítulo del primer volumen de tus obras publicadas por la Editorial Gigamesh me encanta.
Sí, es genial. Más ingenioso de lo que se me podría haber ocurrido a mí.
También he leído por ahí que tus ideas son geniales y tus argumentos demoledores, capaces de maravillar y, a la vez, decepcionar a un lector que puede acabar un poco confundido. ¿Crees que tus obras confunden? Y, sobre todo, ¿crees que confundir al lector es sinónimo de decepcionarlo?
Algunos se quejan de que no resuelvo las cosas, otros se quejan de otra cosa, otros de que no les gustan mis personajes, otros están completamente contentos con lo que hago… Cada lector es un mundo.
Quizá es que esa gente lo que quiere son finales fáciles.
Pero es que yo prefiero libros complicados o, al menos, exigentes.
Hablando de esa confusión en el lector, escribiste una historia para ampliar The Fire Worm (1988) llamada Jingling Geordie’s Hole, y después de publicarse en una revista fue votado como el peor relato del año y también como el mejor.
Según me dijeron, en algunos casos la misma persona votó esa historia como la mejor y como la peor.
¿Cómo se entiende eso?
A ver, la historia trata de un chico que queda embarazado de un monstruo y da a luz. Algunas de las escenas no son precisamente bonitas.
Y bueno, ya que hablamos de tus creaciones, tal vez por una de las que más se te dio a conocer al gran público fue por tu colaboración en la escritura de la screen story de A. I. Artificial Intelligence. ¿Cómo fue la experiencia de trabajar con Kubrick?
Trabajé mano a mano con él durante nueve meses, dos o tres veces a la semana durante varias horas. Si Stanley Kubrick no me hubiera caído bien no lo habría podido soportar. Yo pensaba que la película nunca se haría, y que yo estaba viviendo una comedia surrealista en la que me habían encomendado tratar con un niño paranormal en su guardería. Y me salió bien precisamente por creer que la película no se iba a hacer. Otros se ponían muy nerviosos pensando que estaban tratando con «el gran hombre», la fama y el dinero adicional que les pagarían si la película se llegaba a hacer.
Tú te limitabas a trabajar.
Bueno, yo me divertía, hasta cierto punto. Pero también tuve que poner ciertas limitaciones. Le dije a Stanley que solo trabajaría de lunes a viernes y por las mañanas, excepto cuando le visitara. Y él lo aceptó. Al cabo de un par de semanas me pidió trabajar el fin de semana, y le dije que no, que habíamos acordado que no. Me dijo que si yo era una especie de sindicalista socialista, y le contesté que sí. [Risas].
¿Por qué se añadió a Sara Maitland al proceso creativo?
Stanley siempre quería conseguir lo mejor para su proyecto, y además era muy reservado; no daba explicaciones. Después de mí contrató a Sara Maitland para intentar darle un punto de vista feminista y por su conocimiento de las fábulas. Stanley quería que AI fuera un cuento de hadas para el futuro.
De hecho, recuerda mucho a Pinocho. ¿Qué te pareció el resultado final de la mano de Spielberg?
Es excelente. Básicamente es la película que a Stanley le habría gustado ver. Hay un poco de Spielberg en ella, pero no mucho; básicamente es la película de Stanley, producida y dirigida fielmente por Spielberg. Recibí un correo electrónico de una mujer de una universidad rusa que me dijo que iba a escribir una tesis doctoral basada en las diferencias entre la AI de Spielberg y la de Kubrick. Le contesté que no había demasiada diferencia, y me contestó que era una pena, que yo era la cuarta persona que le decía lo mismo, que qué iba a hacer ahora con su tesis. «No hay nada que investigar, todas mis fuentes me dicen que no hay nada».
¿Sigues sin interés en nuevas colaboraciones en el cine?
John Alan Simon, que convirtió la novela Radio Free Albemuth de Philip K. Dick en una película indie, está muy interesado en producir mi Visitantes milagrosos, pero soy algo escéptico en todo lo que concierne a Hollywood, así que no creo que esto vaya a suceder en los próximos cinco años.
Tenías esa misma sensación respecto a AI.
Sí, pero aquí no hay demasiado dinero detrás. Pero quién sabe. Tienes que tener mucho cuidado y evitar ofrecimientos de jóvenes directores. A mí ya me engañaron tres o cuatro veces. Te dicen que ya tienen el sí de varios buenos actores y que han conseguido financiación de Eslovenia… son todo mentiras. Te dicen que han hablado con XYZ Films, y en realidad lo que han hecho ha sido llamar por teléfono y hablar con la secretaria. Hay gente cuyas ambiciones son mucho mayores que sus posibilidades, y debes evitar que te hagan perder el tiempo.
Hablando de cine, he leído que piensas que Matrix está muy sobrevalorada.
Sí, me pareció que no tenía ningún sentido. Ignoremos el hecho de que los humanos están siendo utilizados como baterías, pero es que había muchas estupideces inexplicables. Tiene ínfulas de profundidad, juega todas las cartas a la vez sin orden ni concierto. Es un pase de modelos con pistolas.
Y, en cambio, Dark City, por ejemplo…
Dark City es maravillosa.
Y no se habla de ella tanto como de Matrix.
Sí, Dark City salió un año antes y se vio eclipsada por Matrix. Es una lástima, porque Dark City estaba realmente muy bien pensada y filmada, es una obra maestra; mientras que Matrix es solo una película comercial de modelos con armas y kung-fu sin sentido.
Volviendo a tus creaciones, hay que reconocer que son de una diversidad pasmosa, hay hasta cuatro space operas góticas ambientadas en el universo Warhammer 40.000.
Me gusta mucho leer space operas desde muy joven, y nunca pensé que llegaría a escribir una —Incrustados no es exactamente una space opera—. Cuando me llegó la oferta de escribir Warhammer 40.000 al principio me resistí, porque era muy militarista, y es algo que no me gusta demasiado… pero entonces me di cuenta de que necesitaba el dinero, así que acepté. Ninguno de los otros escritores había escrito sobre 40.000, solo querían ocuparse de futuro cercano o ambientación medieval con fantasía. Así que fui el primero en 40.000 y descubrí cómo convertir a estos militares en personajes. Me lo pasé muy bien alucinando exóticas locuras tras el desayuno y volviendo a la realidad a la hora de comer.
Tu solución fue hacer personajes más profundos.
Demasiado profundos, en algún caso. Por ejemplo, en Space Marine añadí algo de subtexto homoerótico y me dijeron que todo eso lo quitara. De hecho la publicación se paró y cuando la reanudaron ocho o nueve meses más tarde había un distribuidor nuevo en Games Workshop, que no tenía ni idea de que me habían pedido que eliminara muchas cosas de mi novela y yo no se lo dije. Así que se publicó tal y como yo la había escrito. Les molestó mucho, pero me dio igual.
Y siguiendo con esa diversidad, tienes un libro de recetas escrito junto a Cristina: Cincuenta recetas con nombre.
Sí, eso fue muy interesante. Fue para la celebración del 50.º aniversario de Círculo de Lectores. La idea era recoger recetas que tuvieran el nombre de gente asociada con ellos. No es tan fácil como podrías pensar porque, en primer lugar, muchos de los platos con nombre están asociados a chefs franceses, y no queríamos llenar todo un libro así. Descubrí cosas muy interesantes, una especie de historia secreta del siglo XIX conectada con la gastronomía. Los británicos controlaban Mahón, y los franceses atacaron y los echaron. El general francés se trasladó allá y descubrió la mahonesa. La llevó a Francia y de allí llegó a Rusia, convirtiéndose en la base de la ensaladilla rusa —que, por cierto en Rusia no se llama así, sino Olivier—. Había muchas historias curiosas como esta. Estoy muy enfadado con Portugal, porque tienen mil recetas con bacalao pero solo una con el nombre de una persona, el bacalao Gomes de Sá, que era un hombre relacionado con el negocio del bacalao. Estuve en Portugal y vi que en un restaurante lo ofrecían, y me dije que, tras dedicarle dos páginas, tenía que probarlo, por fin. Pues habían eliminado toda la carne del bacalao y me sirvieron las espinas con patatas y cebollas, los muy cabrones.
Además de escribir sobre platos, Cristina y tú habéis fundado la editorial digital Palabaristas («Word-Jugglers») Press.
Edito un poco algunos textos, pero aparte de eso no estoy muy metido en el tema. Pero sí hemos publicado en Palabaristas una colección de mis historias.
¿Qué tal te llevas con la edición digital?
Tengo un Kindle y no lo uso nunca. Me gustan el libro en papel, soy muy anticuado. Me gusta abrirlo por primera vez, señalar las páginas… Me gusta tener papel y un bolígrafo para apuntar cosas que se me ocurren.
¿Entiendes a todos aquellos editores o escritores que están en contra del libro electrónico?
No estoy en contra, porque el fondo editorial de mis libros existe gracias al libro electrónico.
Entonces, podemos decir que simplemente no te sientes cómodo con el formato.
No lo sé, nunca lo he intentado. Bueno, mira mi teléfono [nos muestra un Nokia de los dos miles].
Cristina ya me dijo que te encanta la tecnología y el futuro, pero que para la BCon hiciste una tabla inmensa sobre la mesa, con metros y metros de papel.
Sí, y fue muy útil. Lo que pasa es que Excel no es demasiado flexible para ese tipo de diagramas de flujos.
Ya que hablamos del mundo digital, ¿qué piensas de todos esos espacios para la autoedición (desde webs especializadas hasta monstruos como Amazon)?
Soy muy escéptico al respecto por motivos de calidad. El hecho de que cualquiera pueda publicar un libro es un riesgo. Se puede hacer bien si la persona sabe lo que está haciendo. Si a un escritor le han publicado diez libros y de repente se le cierran las puertas de las editoriales, sabe qué tiene que hacer. Pero los amateurs tienen muchos números para que sea un desastre, y si hay muchos desastres tu libro desaparece porque nadie sabe de él.
Se suele decir que actualmente hay más escritores que lectores.
Sí, todo el mundo piensa que tiene un libro en su interior, y están equivocados. Yo no creo que tenga un cuadro dentro de mí, pero con las palabras parece que es distinto.
¿Y no crees que este tipo de plataformas digitales puede dar pie a un nuevo tipo de literatura pulp, por ejemplo?
No tiene el espíritu del pulp, que se basaba en la diversión. Hemos superado el pulp debido a los conocimientos científicos que tenemos. Yo no me leería ningún libro cuyo autor no supiera qué es una estrella, un planeta o un asteroide. No leeré cosas que contengan errores elementales de ese tipo. O literarios.
¿Qué tal tu relación con los escritores españoles de ciencia ficción?
¡Conozco a muchos!
Lo sé. Y sé también que les ayudas.
Espero que [Juan Miguel] Aguilera gane el premio de la Asociación Británica de Ciencia Ficción, porque diseñó la portada de mi colección de historias The 1000 Year Reich y está entre los seis nominados que han pasado la segunda criba.
¿Lees a autores como Emilio Bueso o Guillem López?
El número de autores a los que no leo es muy grande, porque si el libro es bueno quiero que dure mucho, así que leo muy despacio. No leo a toda velocidad solo para acabarlo y decir que lo he leído.
Y hablando en general, ¿cómo crees que está la salud de la ciencia ficción?
Creo que estamos mejor que antes.
Detecto que a mi alrededor hay mucha gente que no veía o leía ciencia ficción pero que ahora se está aficionando. Quizá series como Juego de tronos o Westworld están ayudando a llegar al público.
No calificaría Juego de tronos como ciencia ficción. En Inglaterra separamos la ciencia ficción, la fantasía y el terror, aunque ya sé que aquí se amalgama todo. Pero sí, están saliendo algunas cosas muy buenas hechas por HBO y otras, que son muy superiores en cuanto a calidad y no particularmente estúpidas. La llegada, por ejemplo, es una película maravillosa.
¿Continúa siendo Viaje a Arcturus tu libro favorito?
Sí, ¿por qué no? Si tuviera que llevarme un libro a una isla desierta sería ese, porque posee la mejor gama de reacciones emocionales posibles a diferentes filosofías de vida. Está publicado en español por una editorial pequeña. La introducción es de Alan Moore, y tiene las únicas fotos de David Lindsay que he visto.
Normalmente acabo la entrevista pidiendo algunas recomendaciones literarias. En tu caso lo haremos así y añadiremos que recomiendes un par de buenas cervezas.
No soy un experto en cervezas, pero tengo algunas que me gustan y otras que odio. En cuanto a escritores, Adam Roberts, recomendaría The Thing Itself, que es magnífico. Y tiene otros muy buenos libros. En cuanto a cervezas, ahora hay miles de buenas cervezas artesanales, así que es complicado recomendar una, pero me quedaría con cualquier cerveza Porter. El nombre, por cierto, viene de los porteadores de los mercados de Londres, que empezaban a trabajar a las dos de la mañana para llevar a la ciudad las verduras del campo y poder abrir a las seis. Y local, una Voll Damm.
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