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Daniel Tammet: «El autismo ha contribuido en gran medida en las ciencias y en el arte»

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Nos encontramos con él en Barcelona después de que haya dado unas charlas en el festival Kosmopolis, un encuentro de escritores. Daniel Tammet (Londres, 1979) tiene diagnosticado el síndrome de Asperger, pero es conocido por recitar más de veintidos mil decimales del número pi y por su rapidez para aprender nuevos idiomas —presume de que habla once y se ha inventado uno—. A pesar de todos los calificativos con los que se le presenta en la prensa, «una mente brillante», «el chico del cerebro increíble», se considera ante todo un escritor. Y llega a molestarle cuando a la gente como él les comparan con ordenadores. Su mundo es diferente; por la sinestesia, ve los números y las palabras como colores.

Dices que hablas once idiomas, entre ellos el español. ¿Por qué la entrevista la hacemos en inglés?

[Contesta en español]. Porque en París no hay posibilidad de practicar mi español. Leo en español, a Borges por ejemplo, pero a la hora de hablar mi acento es… Me dicen que tengo mucho acento francés. Lo que es normal porque vivo en París, mi marido es francés y hablamos todos los días en francés. Me gusta hablar en español, te agradezco la oportunidad que me das de practicarlo, pero creo que tu inglés es mucho mejor que mi español.

Cuando puse tu nombre en Google, lo primero que me salió es que eras el hombre más inteligente del mundo.¿Qué significa para ti que hablen de ti así?

No significa mucho. Porque, ¿cuál es la definición de inteligente? ¿Cuando juegas muy bien al ajedrez? ¿Hablar muchos idiomas es ser inteligente? ¿Llegar a algún descubrimiento científico? ¿Ser un buen artista? Existen muchas formas de ser inteligente. No me gusta sentirme obligado a representar alguno de estos modelos de inteligencia, o a destacar en una u otra cosa para demostrar que soy inteligente. Solo soy yo mismo. A unos les gusta y a otros menos, pero intento no ser representativo de nada. Por desgracia, esto es lo que otros ven en mí y yo no puedo controlar lo que escriben.

Creciste en una humilde familia numerosa en los años ochenta en Londres.

Soy el mayor de nueve hermanos. Era una familia muy grande y muy pobre también. En mi barrio no había museos ni cines, pero había una biblioteca. Yo me pasaba allí todos los días leyendo. Empecé por diccionarios y enciclopedias y según me fui haciendo mayor pasé a leer poesía, novelas. La literatura fue muy importante para mí, porque recoge muchas emociones humanas. Y yo experimento sinestesia. Cuando leía, esas palabras eran colores para mí. No las veía como negro sobre blanco, sino también de color naranja, púrpura, dorado… al igual que los números. Por eso me gusta mucho leer. La sinestesia contribuyó a mi creatividad y a adquirir habilidades sociales, porque siempre he estado haciendo este tipo de conexiones en mi cabeza para tratar de entender a las personas.

De niño tuviste unas convulsiones y a raíz de eso te diagnosticaron el síndrome de Asperger.

Sí, tuve convulsiones cuando tenía unos cuatro años, creo. Durante un tiempo los científicos pensaron que este ataque afectó a mis habilidades, pero ahora se inclinan por que fue el autismo el que causó la epilepsia. Y también es la principal causa de sinestesia. Pero hasta los veinticinco años no tuve un diagnóstico, hace veinte años era imposible diagnosticar un autismo de alto funcionamiento. Mis padres nunca encontraron una palabra para definir lo que me pasaba.

Decían que era muy tímido, demasiado sensible, patoso, torpe, pero autista no existía. No era posible. Más adelante los científicos se dieron cuenta de que no solo había autistas que no hablaban, sino que también lo era gente capaz de hablar, pero con problemas de contacto social.

Con veinticinco años la BBC hizo un documental sobre mí, Mente privilegiada, y dijeron: «Ok, creemos que eres autista». Me llevaron a la Universidad de Cambridge, a un centro de estudios para el autismo, creo que es el más importante del mundo de este tipo, y ahí me lo diagnosticaron definitivamente.

¿Todo empezó por el documental?

Todo empezó por el número pi. Tenía veinticinco años y recité este número con sus veintidós mil quinientos decimales. Me vieron unos periodistas y uno de ellos me dijo: «Queremos hacer un documental sobre el autismo, creemos que lo eres y nos gustaría llevarte a que vean qué pasa en tu cerebro». Por eso me llevaron a Cambridge y luego a América.

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Has necesitado atención médica desde pequeño y tu familia era pobre. ¿Eso te ha convertido en defensor de los sistemas de sanidad pública?

Sí, por supuesto. Cuando recité el número pi, el dinero que recaudé lo entregué para la investigación de la epilepsia. Pero tampoco quiero ser la voz de un movimiento ni nada de eso, quiero representarme solo a mí mismo. De niño, que mis padres no tuvieran que pagar por mi atención médica fue muy importante para nosotros. Teníamos que pasar mucho tiempo esperando en el hospital, pero era gratis. Imagina que no fuera así, teniendo que ir, como fue mi caso, una vez al mes a la consulta especializada. Mis convulsiones pararon cuando me hice mayor. Hasta entonces necesité análisis de sangre, que me hicieran pruebas con escáner, ver a los doctores… Recuerdo que a veces me quedaba dormido en estas pruebas y me tenía que despertar mi padre y decirme: venga, que ya nos vamos a casa.

De pequeño coleccionabas cosas obsesivamente.

Sí, he coleccionado desde mariquitas a castañas. El problema era que las subía a mi habitación, y reuní tantas que mis padres me dijeron que se iba a hundir el techo y me lo tiraron todo. También coleccioné panfletos, mis padres abrían los armarios y se les caían encima montañas de papeles que había acumulado. Pero fue durante un tiempo, luego mi tendencia a coleccionar de forma compulsiva remitió. Por suerte, porque puede ser una obsesión para toda la vida. Ahora lo único que colecciono son palabras. Siempre guardo nuevas en mi memoria. Y como las palabras no pesan, las meto en la cabeza. Ahí tengo bastante espacio [risas].

Hay un dato de tu biografía que me llama la atención. Eras tímido, con problemas para socializar, te molestaban incluso los ruidos, pero un día te tiraste al vacío y te fuiste, ni más ni menos, que a Lituania a ser profesor durante un año.

No tiene tanta importancia. De hecho, fue terapéutico. Cuando estás aterrorizado por algo tienes dos opciones: o lo evitas completamente, o te tiras de cabeza a ello. Yo, cuando tenía diecinueve años, decidí enfrentarme. Tuve mucha suerte de tener esa fuerza de voluntad siendo tan joven. Era como un deseo de llegar más lejos de lo que marcaban mis limitaciones. Empujarme a mí mismo a ir siempre adelante, seguir y seguir.

Así que me fui a Lituania y fue maravilloso. Todo era distinto y yo era extranjero, pero esa situación no era nueva para mí. Cuando crecí en Inglaterra también me sentía extranjero. Nunca creí que estaba en mi propio país. Tampoco sentía que hablase mi lengua, porque el inglés era la lengua en la que los otros niños se burlaban de mí porque no me entendían. Los idiomas no son solo palabras, es también la forma en la que los usas. A la gente con autismo nos cuesta mucho saber en qué situación emplear una palabra u otra. Ahora puedo hacerlo, pero de niño me costaba mucho. De modo que en Lituania no tuve que preocuparme por nada, ya había pasado por todas las dificultades que me iba a encontrar. Es más, tuve la suerte de al menos poder utilizar como excusa que era inglés. Cuando me decían que era como diferente o tímido, contestaba que no, que es que era británico [risas]. Fue una buena excusa.

Pero hiciste cosas allí muy atrevidas para el niño tan tímido que dices que eras. Según cuentas en tu biografía, llamaste a la Asociación de Homosexuales de Lituania…

Es cierto. Ese paso para mí fue muy grande. Creo que para la mayoría de las personas no sería tan importante, porque la gente sale a los clubes, se van de marcha de noche y hacen de todo, pero yo nunca he sido así. Igual debería probar, a lo mejor es muy divertido. En mi caso, gracias a la asociación hice amistad con una pareja que era muy maja y, prácticamente, me adoptaron. Tuve mucha suerte con la gente que conocí allí. Estos me invitaban mucho a su pueblo y una vez me perdí yendo yo solo en el autobús, tuve que utilizar mi mejor lituano para pedir ayuda.

Me dio por llamar a esta asociación porque ya tenía el número. Fui a Lituania a través de una organización que nos había dado a todos una serie de números de teléfono que creyeron que podríamos necesitar. Supongo que asumieron que alguien sería gay, porque ahí estaba el número de teléfono de la asociación de los gais lituanos. Yo ya sabía que era gay, pero nunca había conocido a nadie gay o nunca supe de nadie que lo fuera. Allí me dije de intentarlo y funcionó. Superé muchos obstáculos, muchas barreras, durante aquel año.

Es curioso cuando hablas en tu libro de que te resulta más fácil comunicarte con gente a través de un ordenador, de lo mucho que te han ayudado los emoticonos para poder reconocer las emociones de las otras personas cuando se dirigen a ti, más que frente a frente.

He disfrutado siempre mucho con los ordenadores en general. Jugaba mucho antiguamente, de hecho, soy suficientemente viejo como para recordar la evolución completa de los ordenadores. Recuerdo cuando era niño y nos divertíamos con juegos en los que no tenías más que una pelota rebotando en la pantalla. Yo me iba a la librería porque tenían los códigos de juegos, me los llevaba a casa y me pasaba horas y horas metiendo el programa en mi Commodore 64 para conseguir un juego que luego era muy normalito. Y, si te equivocabas en un solo número de todo el código, no funcionaba.

Internet ya me pilló con veinte años y sí, la comunicación por escrito para mí era más fácil de entender por los emoticonos. Ya no los utilizo, no los necesito, pero en un principio me servía para tener más claro todo lo que estaba pasando en la conversación al margen de las palabras en un sentido literal. Si algo era una broma, una ironía, etcétera.

Ahora me sigo comunicando con amigos que tengo en otros países, pero he trazado una línea con la privacidad. No tengo Twitter y en mi página oficial de Facebook solo pongo noticias, nada privado. Tengo muy claro cuál es la línea que divide lo personal de lo profesional.

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Estas dificultades que tienes para interpretar las emociones de los demás me recuerdan mucho a un personaje televisivo, Sheldon Cooper, de The Big Bang Theory, que llegó a hacerse con una máquina de detectar emociones en un capítulo…

Mucha cultura popular hoy en día usa o ha utilizado el síndrome de Asperger, el autismo altamente funcional. Parece que es algo que ha captado la atención del público, porque hay mucha gente que se puede identificar con esos rasgos aunque no tenga el síndrome. Quizá por eso mi autobiografía tuvo tanto éxito. Aunque los lectores no eran necesariamente ingleses, gais, autistas ni tenían sinestesia, se sentían identificados con los problemas que sufría yo para conectar emocionalmente con otras personas. Querer encajar, pero a la vez respetando tu identidad. El síndrome de Asperger al final ha servido como metáfora para todo eso a muchos guionistas.

Hace unos días vi un documental Asperger’s Are Us (Alexandre Lehmann, 2016) que iba más lejos, era sobre un grupo de chicos con Asperger que hacen monólogos de humor sobre su vida y van actuando por Estados Unidos. ¿Qué te parece que se visibilice así el síndrome?

Pues no los conozco. Pero ya sabes que siempre que sale una persona gay en una película o en televisión, por ejemplo, habrá gente que dirá: «una persona gay no es así en modo alguno» o «esta no es mi experiencia en absoluto». Lo mismo que, si sale alguien haciendo de español en un programa francés o americano, dirán: «esto es un cliché, los españoles no son así». Pasa lo mismo con los autistas que aparecen en libros, películas o en televisión. A lo mejor yo puedo reconocer ciertos aspectos en unos y con otros no me identifico para nada. Pero, mientras esté claro que se trata solo de la interpretación que hace una persona sobre una condición o identidad y no es la verdad absoluta, me parece bien.  

Lo que más me preocupa es cuando los científicos definen una condición diciendo que es así como debería ser. Por supuesto, tenemos que tener diagnósticos y saber de qué se trata, pero cuando los científicos dicen que un autista no puede ser creativo, que puede memorizar y repetir, pero no puede crear, están equivocados. Ahora es un punto de vista absolutamente minoritario, antes era una opinión muy extendida. Porque los autistas pueden crear, lo que pasa es que de distinta manera.

En mi caso, he escrito ensayos, artículos, comentarios, una autobiografía y una novela que salió en Francia, Quebec y Suiza el año pasado. También he escrito y traducido poesía. Y muchos escritores, buenos escritores, dicen que lo que hago es bueno y que debería seguir escribiendo. De modo que no hay contradicciones entre autismo y creatividad, depende solo de cómo definas lo que es la creatividad. Si se define a los autistas como gente que no habla, que son como máquinas sin emociones, eso sí que me enfada  mucho.

Te molesta mucho, has escrito, que a los que tienen el síndrome del sabio, los savants, se les compare con ordenadores.

Sí, porque los ordenadores no tienen emociones. Si la gente dice de una persona que es como una máquina, como una calculadora humana, a lo mejor habrá quien se lo tome como un cumplido, algo positivo, pero desde mi punto de vista es negativo, porque los ordenadores no son creativos. En mi caso, cuando memoricé los decimales del número pi, hay quien lo vio como algo inhumano, pero para mí no fue así. Fue completamente distinto. Yo veía colores por la sinestesia, emociones, para mí era como un poema hecho con números. No un poema en español, alemán o francés, sino un poema de números. La lengua ahí son los números. Para mí, los números fueron mi primer idioma. Por eso en mi caso, recitar algo tan bonito como pi, delante del público, compartirlo, surgió de forma natural. Cuando lees un poema ves imágenes en tu cabeza, para mí esas imágenes vienen de los números. Tienen un sentido, puedo captar su significado y hago una historia con todo eso.

Tuviste una gata y has comentado que los animales en general aceptan y entienden mejor a las personas con discapacidad que los humanos.

Los animales no juzgan como las personas. Ellos simplemente te aceptan como eres y no distinguen al autista, al gay o al español. Y pueden hacer cosas asombrosas, hay perros que pueden oler cuándo vas a tener convulsiones o un ataque de epilepsia. Ya no tengo animales porque viajo todo el tiempo y sería muy difícil tener una mascota, pero me sentía muy unido a mi gato en Inglaterra, porque me aceptaba como era. Con él podía entenderme sin tener que hablar.

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Tras escribir Embracing the Wide Sky (La conquista del cerebro, Blackie books, 2017) sobre los límites de la mente, la gente empezó a enviarte peticiones para que les dijeras cómo se podían adivinar los números de la lotería…

Sí, y les contestaba que me encantaría darles una fórmula para averiguarlos, pero no la hay. Lo que hay son más posibilidades de que te caiga un rayo que de ganarla. Siete veces más. La probabilidad de ganar es minúscula, aunque ocurra. Lo mismo que a veces hay alguien a quien le cae un rayo y le mata, aunque no sea igual de deseable.

El dinero de media que se gasta la gente en lotería en Estados Unidos, si se ahorrase, al cabo de pocos años, les serviría para muchas cosas. Entiendo que la lotería es una muy mala inversión. Pero entiendo que la gente lo que compra no es solo esa posibilidad remota con su boleto, sino también esperanza. Si te da un poco de esperanza en tu vida, creo que no es un precio tan alto el que se paga. El problema es cuando la gente cae en la trampa de que tiene que jugar todas las semanas por si salen los números que elige siempre. Los cuales, como explico en mi libro, suelen ser combinaciones que tienen altas probabilidades de tocarles a varias personas a la vez, porque tendemos a elegir los mismos números favoritos. Es decir que, si les toca por una suerte increíble, sería poca cantidad.

Por otro lado, tampoco me gusta que la gente que menos dinero tiene sea la que más juega. Los que menos se pueden permitir este gasto son los que compran veinte o treinta tickets semanales. Yo no juzgo sus sueños, pero creo que ya son unos niveles de gasto muy elevados. Quinientos dólares de gasto al año son cinco mil en una década, diez mil en veinte años, y a lo mejor no te compras una casa, pero sí que puedes dar la entrada. Me han criticado por hablar mal de la lotería en mi libro cuando traté el tema, me dijeron que le quitaba los sueños a la gente, pero creo que es mejor conseguir una casa al cabo de los años que un sueño cada semana.

Has criticado a Mensa, la asociación de personas superdotadas, porque te parece elitista y pones en duda que el cociente intelectual sirva para identificar a un superdotado. Tú mismo rechazaste la invitación que te enviaron para que entraras en la asociación.

Sí, el test de cociente intelectual es una estupidez. Como te decía antes, ¿qué es ser inteligente? Si vas a una organización de este tipo, verás que tienen números, datos y teorías que refrendan que ellos son los más inteligentes, pero si les pones en la jungla, sin conocer el idioma de los que viven allí, serán tontos. Es decir, ser o no inteligente es algo cultural, en realidad.

Cuando miras estos test de Mensa de cerca no son más que una forma de privilegiar un tipo de cultura y un tipo de educación en contra de otros. Por mi experiencia personal, por haber viajado, conocer diferentes lenguas y culturas, tengo respeto a cada una de ellas y no me gusta cuando se pone a una sola en un pedestal y todas las demás tienen que mirar hacia ella para, de algún modo, decir que todos tenemos que ser así. Lo que hace Mensa es favorecer un tipo de educación, que es la clásica occidental de Cambridge, a la que no todos tienen acceso. Entre la clase obrera, o razas desfavorecidas como los negros, hay gente inteligente pero que no tiene acceso a ese tipo de educación. Por eso no me gusta cuando se dice «así es como tiene que ser el que es inteligente y el que es de esta otra manera es tonto».

Te has quejado de la discriminación laboral que sufren los autistas. En tu libro cifras en un 12% el número de autistas con trabajo, menos que gente con otras discapacidades.

Es un problema que sigue ahí. Los jóvenes autistas tienen muchos talentos y capacidad para trabajar, quieren hacerlo, pero están excluidos porque no tienen habilidades sociales. Lo cual se convierte en un círculo vicioso, porque las habilidades sociales las pueden aprender trabajando, pero si no tienen la posibilidad…

Me hicieron una entrevista sobre esto en París el año pasado unos periodistas que vinieron de Dinamarca. Me pusieron como ejemplo de alguien que ha aprendido a integrarse en la sociedad y ha alcanzado un gran éxito como escritor. El autismo no es algo permanentemente igual. Siempre serás autista, pero puedes manejar esa condición, especialmente si tienes la oportunidad de adquirir habilidades sociales.

Y el problema será mucho mayor si encima vienes de un contexto de clase obrera. Entenderás las preguntas que te hagan, pero no sabrás cómo responder. Comprendes las palabras, pero hay una forma particular de contestar, de comportarse, de vestirse incluso, que no has tenido forma de aprender en el ambiente en el que has crecido. Ahí estás en desventaja porque como autista ni siquiera sabes dónde aprender esas habilidades. A lo mejor un día a alguien se le ocurre hacer un DVD que enseñe cómo hay que vestir, cómo hay que hablar… Creo que sería un gran éxito.

Porque un autista tiene mucho que aportar en una empresa.

Trabajan duro, son inteligentes, son muy serios, se centran mucho, ponen mucha atención en los detalles. Es una pena que no los contraten.

Las cifras que me has citado antes las escribí hace diez años, no sé cómo será la situación actual, seguramente mejor. Espero que sea mejor, porque la sociedad está cambiando y hay más concienciación que cuando publiqué mi primer libro. En aquel momento la gente preguntaba: «Pero ¿realmente el libro lo ha escrito él?». No creían que un autista pudiese escribir. Ahora ya nadie hace esas preguntas, así que creo que la actitud en general ha cambiado.

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Hans Asperger dijo en los años cuarenta: «Para triunfar en la ciencia y en el arte es esencial un toque de autismo». En tu libro hablas de Tesla, Einstein o Newton…

No podemos decir con certeza que esa gente tuviera el síndrome, porque está muerta y habría que habérselo diagnosticado en el momento, pero hay investigaciones en estudios sobre autismo que dicen que mostraban algunos síntomas. Es posible que lo fueran.

¿Y en el arte?

Nabokov es un ejemplo interesante, porque era sinestésico, como yo. Y le gustaba el ajedrez, como a mí, y escribió una novela sobre ajedrez, como he hecho yo. Tenemos mucho en común. Porque también le gustaba coleccionar cosas, solo que él no reunía mariquitas como yo, sino mariposas. Parece que incluso se convirtió en un gran experto en mariposas, y yo no. Yo podría haberme convertido en un experto en mariquitas, me encantan, pero no lo soy.

Otro caso es el de la poeta Emily Dickinson. Y el de un poeta maravilloso, pero que no es muy conocido, porque es un poeta, que no suelen ser famosos, Les Murray, un australiano. Cada año es favorito al Nobel y hablan de él un poco en los medios. Hace unos años nos conocimos en persona después de años escribiéndonos cartas. Somos bastante cercanos. He traducido su trabajo al francés. Y él también es autista, tiene lo mismo que yo, el síndrome de Asperger. Hay muchos artistas Asperger, algunos como Les Murray, del que lo sabemos, y otros como Nabokov, del que no lo podemos saber con certeza.

Aunque no podemos afirmar tampoco que ser autista sea una cosa maravillosa; depende. Pero en el caso de gente como yo, que lo ha podido manejar y superar los problemas, te puedes centrar en la parte positiva. Así que, contestando a tu pregunta, sí, creo que el autismo ha contribuido en gran medida en las ciencias y en el arte.

Conociste en persona a Kim Peek, el savant que inspiró el personaje de la película Rain Man.

Kim Peek no era autista. Muchos piensan que sí, en la película de Dustin Hoffman sí era autista, pero en realidad no lo era. Peek nació con una malformación en el cerebro, lo cual es muy distinto al autismo, donde las conexiones que hace el cerebro pueden cambiar, pueden mejorar. No es lo mismo que nacer con una parte del cerebro que, simplemente, no está. Desafortunadamente, Kim Peek estuvo altamente discapacitado toda su vida. Tuvo que vivir siempre con su padre.

Mi encuentro con él fue muy impresionante y muy emotivo. Nos encontramos en una librería de Utah, donde él vivía, porque era algo que ambos teníamos en común, el amor por los libros. Me enseñó todos los que se había leído y los que se estaba leyendo, me cogía la mano y me abrazaba. Me acuerdo de que, si le decías una palabra, te cantaba una canción que contenía esa palabra. Era extraño, pero muy bonito. Muy divertido.

Conocí también a su padre y me impresionó el amor que había entre ellos. Todo lo que su padre hizo para que su hijo pudiera tener una vida, ir cada día a la librería y vivir sintiéndose bien, haciendo cosas que le hacían disfrutar.

En uno de tus libros explicas que los refranes se pueden entender con números.

Los refranes son maneras de repetir palabras de forma que se puedan memorizar mejor. Es como se hace en matemáticas para multiplicar, por ejemplo. Si tú en inglés dices «fight fire with fire», es similar a «seis por seis treinta y seis». Repite sonido y estructura. En Japón esto lo hacen mucho, juegan con palabras que dicen números para memorizar mejor las matemáticas. Por eso allí no tienen problemas o esos miedos que mucha gente tiene en Europa a los números, porque para ellos es como un juego.

En Thinking in Numbers (La poesía de los números, Blackie books, 2017) dijiste que Shakespeare estaba fascinado por el número cero.

El concepto de cero es algo que damos por sentado que ha existido siempre, pero no es así. Hace quinientos años era algo nuevo en Europa y Shakespeare fue uno de los primeros niños en Inglaterra que aprendió en el colegio lo que era el cero, porque hasta entonces nadie lo utilizaba ni entendía qué significaba cero. No tenía sentido decir «hay cero manzanas en la mesa». Era una contradicción, o había o no había, pero no podía haber cero.

Esto fascinó a Shakespeare. ¿Y cómo ha llegado esto a nosotros, con lo poco que sabemos sobre su vida? Porque sabemos con seguridad que en muchas partes de su trabajo habla de los ceros, de la idea de cero e incluso utiliza la palabra cero. Estaba fascinado con esta idea y la utilizó de manera creativa y poética.

En otro capítulo criticas cómo se puede equivocar uno con las estadísticas y su interpretación.

El ejemplo que di le gustó mucho a la gente. Se asume que se puede calcular la duración de la vida dependiendo de cuántos años tienes y de si eres hombre o mujer. En un nivel general, se puede calcular qué porcentaje de población vivirá cinco años más, diez o veinte, pero con individuos concretos no funciona.  

No sé si se hace en España, pero en Francia era habitual un trato que consistía en que tú le pagabas al mes una cantidad a alguien mayor hasta que se moría y luego te quedabas con su propiedad, su apartamento o lo que fuera. Todavía se hace, pero ya es muy raro. Era como darle una pensión. Si el hombre se moría pronto, te podías quedar con el piso muy barato. Podía ser una buena inversión. Pues hubo uno que hizo el trato con una señora de noventa años. Las estadísticas decían que no viviría mucho más, pero la persona pagó tres veces más de lo que costaba el piso. La señora se murió treinta y dos años después. Vivió ciento veintidós años.

Por eso los políticos usan siempre las estadísticas de la manera en que les conviene. Por ejemplo, si entra aquí ahora Bill Gates, todos somos millonarios. Somos un total de seis personas con él, si dividimos cien millones entre seis, cada uno tiene dieciséis. En la media todos somos ricos, pero, por supuesto, eso no tiene ningún sentido.

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Has participado varias veces en el campeonato mundial de memoria, ¿en qué consistía?

Fue muy gracioso. Tenía veinte años cuando participé por primera vez. Fue justo después de mi etapa en Lituania. Mi hermano tenía doce años,  vio en el periódico el anuncio y me dijo que eso era para mí. Tuvimos que ir en metro y yo no sabía cómo se hacía, así que él me llevó a mí.

Al llegar, pensé que encontraría gente como yo y me decepcioné porque no era así. No encajé muy bien, la verdad. Lo hice lo mejor que podía y no estuvo mal, no me acuerdo exactamente, pero creo que acabé undécimo. Al año siguiente fui cuarto. Por delante de mí solo quedaron los campeones mundiales, o así era como ellos se llamaban a sí mismos.

Para mí no era más que una afición de fin de semana, pero fue interesante. Fueron muchos juegos de memoria. Recuerdo que el que más me gustaba era el de memorizar las caras de la gente, porque era lo que más me costaba. Cuando conoces a alguien su cara se mueve, y depende de cómo se peine o se vista puede cambiar completamente de aspecto. Me ha pasado de estar hablando con gente, que vayan a ducharse, y a la vuelta no ser capaz de reconocerlos. Me sentía muy incómodo en esas situaciones. Ellos me gritaban: «Pero ¡que soy yo!». Pero para mí era imposible reconocer su cara. Pasaba miedo incluso… es muy difícil de explicar. Y en este juego nos ponían muchos retratos de personas y tuve que fijarme en si llevaban joyas, barbas, si había un árbol al fondo o una casa, para identificarlos. Te daban su nombre y apellidos y en quince minutos tenías que memorizarlos todos. Cuando luego me sacaban la foto, yo asociaba el nombre a esos detalles, que hubiese un perro detrás, por ejemplo.

Has creado un idioma, el mänti.

Siempre me han gustado las palabras y siempre me las inventaba, pero me daba problemas. Si me inventaba palabras en francés o en alemán, me decían que no tenía derecho a hacerlo porque no era mi lengua. Así que me inventé una mía propia para poder crear todas las palabras que quisiera. Fue divertido.

El mänti está basado en el finlandés, porque fueron las primeras palabras en otro idioma que aprendí. Cuando tenía nueve o diez años una vecina finlandesa le enseñaba a su hija palabras en finlandés y así descubrí que había otras personas que usaban otros idiomas. Me dio por pensar que a lo mejor yo no era tan diferente, sino que solo pertenecía a otro país y a otro idioma y estaba atrapado en Inglaterra. Como fue el primer idioma distinto del inglés con el que tuve contacto se me quedó grabado, pero quizá sea más difícil que cualquiera de los once que he aprendido. Solo soy capaz de citar palabras, no podría hacer una frase.

Tienes una web para enseñar idiomas, ¿en qué método se basa?

Es difícil enseñar idiomas. Tiene mucho que ver con las emociones. Si te acercas al idioma con la emoción correcta, estás ya a mitad de camino, pero si no la tienes desde el principio es muy difícil. La gente, antes de ir a mi página o a cualquier otra a aprender idiomas, primero tiene que buscar esa emoción, la razón por la que quieren aprender. Eso no se puede enseñar.

Una vez que se tiene esa emoción, lo que yo intento hacer en mi curso es centrarme en cómo la gente aprende su primer idioma, que es con ejemplos, muchos ejemplos, dejando espacio para que la gente luego encuentre su propio método. Si solo les das reglas para memorizar, lo olvidarán pronto. Porque las reglas son aburridas y tenemos tendencia a olvidar lo aburrido. El secreto está en encontrar qué tienen en común muchos ejemplos distintos. Es como un juego de misterio. Es como cuando te lees un libro de intriga que, aunque no esté muy bien escrito, llegas hasta el final porque quieres saber qué pasa, quién lo hizo y por qué. Los idiomas pueden ser así también. Nosotros empezamos a enseñar español y francés con este método y todavía funciona la web. Pero no vivo de esto, no es una gran cantidad de dinero el que gano porque el precio es bajo y no pusimos publicidad. Si alguien lo encuentra, bien, pero no lo hemos promocionado.

¿Por qué no promocionar un negocio que pones en marcha?

Porque para mí nunca ha sido mi gran objetivo. La gente me preguntaba por consejos y un día decidí montar un curso para que descubrieran este método para aprender idiomas, que pudieran suscribirse y hacer el curso por sí mismos. Pero yo no estoy involucrado porque no tendría tiempo de enseñar. Soy escritor a tiempo completo. Y tengo mucha suerte de tener muchos lectores en muchos países. Puedo vivir muy bien de escribir, lo que no es muy común, aunque también es suerte. Ahora estoy escribiendo un libro sobre idiomas, precisamente. Sobre quince personas que cuentan sus experiencias con los idiomas. Las entrevisté y pongo lo que cuentan en contexto con sus biografías. Son historias largas, con muchos detalles, que sirven para humanizar los idiomas. Quiero enseñar la parte humana de la lengua. No son solo palabras o números, se trata de emociones humanas y relaciones.

Tu falta de empatía con las emociones humanas la lograste superar gracias a la literatura, aprendiendo de los personajes. ¿Con qué autores fue?

Empecé a leer a Tolstói y a Chéjov con mi marido. Él es un gran lector y me introdujo en la literatura. Como los personajes de estos autores eran rusos, me resultaban muy diferentes. Vestían diferente, hablaban diferente, actuaban diferente, la cultura era distinta. Esto es lo que me despertó la emoción, lo que te comentaba antes que se necesita para acercarse a un idioma.

Con las traducciones al inglés me perdía, así que me pasé a leerlas en francés, que en este caso era un idioma doblemente extranjero. Pero así podía leerlos con mi marido, los dos juntos, y si no entendía algo me lo explicaba. Fue muy importante, porque después de leer lo comentábamos y discutíamos. Se convirtió en una actividad social.

Mi empatía había mejorado gracias a conocerle, pero con esto el placer se disparó. Había dejado mi país, el inglés, y descubrir la literatura fue como una liberación para mí. Descubrir a Dostoyevski, a Chéjov, pero también a los grandes autores japoneses. En un momento, mi marido dejó de leer conmigo y empecé a hacerlo por mi cuenta. Fue como si me hubieran enseñado a montar en bici, que al principio vas con ruedines y un día te los quitan. Tengo mucha suerte de poder leer en francés, muchos ingleses no saben lo que se pierden.

Luego volví al inglés, porque hay tantos libros buenos en inglés que sería una pena abandonarlos. Empecé con Dickens y comprendí lo importante que fue haber salido de Inglaterra para poder ver mi cultura con ojos de extranjero. Ahora estoy con Borges, en español, aunque necesito el diccionario de vez en cuando.

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5 Comments

  1. Noelia

    Excelente nota.

  2. Pinkerton

    Un autista muy raro. Uno entre un millón. El destino de la mayoría de los autistas es mucho más sombrío, por desgracia. La inmensa mayoría serán incapaces de llevar una vida autónoma. Una cosa es desestigmatizar y otra ofrecer un panorama demasiado benévolo de una realidad muy dura.

  3. Gondisalvo

    Me pregunto si no servirá para hacer, no,se, una estafa o un robo a gran escala a uno de esos bancos que tanto han robado a tanta gente (los de los desahucios, el despilfarro, los de los desproporcionados sueldos a directivos, presidentes, directores etc.). Siempre me ha fascinado pensar en alguien que por su inteligencia, o por ser un hacker (un hacker buenisimo e inteligente) vaciase las cuentas de los nombrados banqueros o de los políticos ladrones. Que un día fuesen a sacar dinero y tuviesen la cuenta acero y no tuviesen forma de recuperar el dinero. Molaria. Cuando leo una entrevista o reportaje de alguien como Danniel Tammet o Kim Peek (aun siendo diferentes habilidades y discapacidades) o el personaje de la hacker de aquella novela (trilogía) del sueco Stieg Larsson que vaciaba cuentas y se las transfería a no recuerdo donde (para su propio beneficio). En resumen, usar tus habilidades para robar a un ladrón. Manías que uno tiene. Buena entrevista y documento-

    • Dr Copperpot

      Lisbeth Salander. Totalmente de acuerdo. Para echar unas risas luego en el bar tomando unas cañas.

  4. Alucinante. Pero estoy de acuerdo con Pinkerton. La realidad del autista «medio» es mucho más dura.

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