Llegamos antes de la hora al café donde nos ha citado y él ya está esperando, en el Pavón Teatro Kamikaze, al fondo de la barra, inconfundible con su pelo blanco. «¿Pensabais que los músicos siempre llegábamos tarde?», dice riéndose. Y no, Abraham Boba (Vigo, 1975) quizá sea más de adelantarse. Como le ocurrió con su grupo Belmonde o con sus tres discos en solitario. Hasta que se juntó con Luis Rodríguez, Eduardo Baos y César Verdú para formar León Benavente. Los cuatro se conocieron tocando con Nacho Vegas, nombre fundamental en la trayectoria de Boba y que aparecerá varias veces a lo largo de esta conversación. La banda, con solo dos discos, se ha convertido en una de las más importantes del panorama actual. Hablamos con Boba de la precarización (o no) de la música, del éxito, de las referencias políticas de sus letras, de la fraternidad entre las bandas indies o de lo poco que le interesan Serrat, Aute y Sabina.
No te gusta que se hable de León Benavente como supergrupo indie.
Es que las etiquetas acaban perdiendo su sentido y no explican la música. Cuando yo me intereso por un grupo, nunca pregunto qué estilo es, me guío por otras cosas. En este caso, la etiqueta se empezó a utilizar para dar pistas a la gente de que veníamos de distintos proyectos y que el grupo era nuevo pero nosotros no. Fue algo que se repitió mucho con el primer disco. No sé a quién se le ocurrió.
Lo de supergrupo suele sonar a chasco. Lo más habitual es que esas bandas no estén a la altura de las expectativas, y ese no es vuestro caso.
Puede ser, lo que pasa es que esos supergrupos sí que venían de trayectorias bastante exitosas. En ese caso, el miedo al fracaso puede ser mayor. Pero no en el nuestro. Los cuatro hemos estado tocando muchos años con diferentes proyectos que no tenían casi repercusión y que estaban en el underground. Por eso la etiqueta tampoco tenía mucho sentido ni nosotros teníamos miedo de lo que pudiera pasar. O, al menos, no teníamos presión de ningún tipo.
¿Cómo surge León Benavente?
El origen fue el fin de una gira de Nacho Vegas, La zona sucia. Los cuatro nos conocimos tocando con él en diferentes etapas y nos hicimos muy amigos. Es curioso, porque todos estábamos rozando los cuarenta y es muy difícil que cuatro personas se encuentren en el mismo punto vital a esa edad. Pero fue lo que pasó. Se acabó la gira y ninguno tenía proyectos ni dinero. Surgió de la necesidad.
¿Quién propuso que tocarais juntos o quién llevó las primera canciones?
Con el primero que lo hablé fue con Luis, la clásica conversación de furgoneta o mientras esperas para tocar. La idea era montar una banda que fuera por caminos distintos a lo que habíamos hecho. Empezamos los dos. Él me mandó una base de guitarra, un minuto y medio, y yo hice una canción. Tampoco tenía pensado si iba a cantar yo. No tenía ni idea. Se trataba de empezar a hacer cosas, a ver si salía material interesante. Se la mandé a Luis, a él le gustó y empezamos a trabajar así y a quedar para desarrollar ideas.
¿Los demás cuándo llegaron?
Hubo un momento en que teníamos seis o siete temas y decidimos montar una banda. Lo primero en lo que pensamos fue en nuestros amigos. Quedamos los cuatro en casa de Edu, en Mozota, un pueblo a las afueras de Zaragoza. Es el sitio donde ensayamos y donde tenemos nuestro centro de operaciones. Les puse las canciones, se quedaron supersorprendidos, accedieron y empezamos a hacerlo todo juntos.
La canción que hiciste con esa primera base que te mandó Luis, ¿la incluisteis en algún disco?
Sí, es «La gran desilusión», una canción que ha quedado totalmente olvidada porque en el fondo es una balada, la única balada que hay en el repertorio de León Benavente [risas], y el grupo se ha ido convirtiendo en otra cosa, la energía lo ha llevado por otros caminos.
Luego te preguntaré por la relación con Nacho Vegas, pero ¿le jodió de alguna manera que montarais el grupo?
No, en absoluto, además seguimos tocando con él. Ahora estamos hablando de cuándo empezar con los ensayos para su nuevo disco.
Compatibilizar las dos cosas debe ser difícil.
Depende, lo difícil es organizar una agenda muy a largo plazo, que es lo que hacemos nosotros. Ya no se trata de yo tengo conciertos este fin de semana y tú no, sino de saber que cuando acabe la gira de León Benavente empieza la de Nacho Vegas, y cuando acabe la de Nacho hay que tener el disco preparado si queremos seguir con este ritmo.
¿Tampoco coincidís en ningún festival?
Ya hemos coincidido, creo que el año pasado.
Y sin problema, hacéis doblete.
Tocar el mismo día aún no ha pasado, eso sí que procuramos evitarlo porque es demasiado. Pero creo que se podría hacer.
¿Tú cómo empezaste en la música?
Empecé cantando de niño. En mi casa nunca ha habido ambiente musical. Mis padres son pasteleros y nunca han tenido una relación con la música más allá de escuchar la radio. Tengo dos hermanos mayores y ellos sí se interesaron cuando eran adolescentes, tuvieron su momento de comprar discos y llevarlos a casa. Eso a mí me ha ayudado y me ha influido más de lo que pensaba. Luego me gustó la batería, pero no tenía espacio donde ponerla. Me compré unas baquetas y tocaba en los cojines, en tambores… Me ponía también muchos vídeos de conciertos de gente como The Cure, Depeche Mode, U2… Todo lo que llegaba del mainstream bien entendido, que entonces no era fácil [risas]. Después ya me cogí un local de ensayo, me puse más en serio con la batería y me interesé por hacer canciones.
¿Y el piano?
Cuando empecé, ya tenía veintitrés años, y había montado mis primeros grupos. Me di cuenta de que no me interesaba tanto ser instrumentista como hacer canciones. La guitarra la sé tocar, pero nunca he tenido una relación demasiado buena con ella. Estuve un tiempo trabajando en Valencia y le compré un piano de pared a la profesora que me daba clases. Me fui a Barcelona y me metí en el Taller de Músics cuatro o cinco años intensivos. Era una escuela de jazz, pero yo no tengo la capacidad ni he estudiado de niño como para que mi técnica sea increíble. Intentaba que me sirviera para componer canciones y arreglarlas.
Eras muy pequeño entonces, pero ¿participaste en la movida de Vigo o te influyó de alguna forma?
Participé a través de mi hermano, él sí que lo vivió. Investigaba mucho en la música que hacía Golpes Bajos o las canciones más bizarras de Siniestro Total, que las tengo metidas en el subconsciente gracias a él. También traía a casa discos de Radio Futura, que a mí es un grupo que me ha marcado muchísimo, o los primeros de El Último de la Fila.
¿De dónde viene el seudónimo de Abraham Boba?
Es lo que pasa cuando empiezas un proyecto: tienes que darle un nombre y yo para eso siempre he sido malísimo. En ese momento estaba en Barcelona, terminé con el grupo que tenía, Belmode, y decidí hacer mis propias canciones. La disyuntiva era poner David Cobas, que es mi nombre real, o un seudónimo, y no me apetecía mi nombre por lo que sea.
¿Lo que sea?
Al final es una decisión que tampoco es muy meditada. Yo no tengo ningún problema con mi nombre ni mi apellido, tampoco me parecen tan feos [risas], aunque tampoco son especialmente bonitos. Mi pareja de entonces era ilustradora y empezó a usar ese seudónimo: Abraham Boba.
Se lo robaste.
Sí [risas], ella me dijo que me lo prestaba y yo me lo quedé. Las primeras maquetas las hice con ese nombre sin pensar. Lo cambiaría más adelante si me cansaba, pero las cosas se fueron complicando y ya no hay vuelta atrás [risas].
Ella no te ha demandado ni nada.
No, no, qué va [risas]. De hecho estuve con ella el otro día y me lo recordó. Ella es la persona que se encarga de hacer todos los diseños y el arte de León Benavente.
¿Cambia mucho la perspectiva de estar tocando el piano para otro a que la banda sea tuya y estar en primer plano?
Sí, cambia. El tipo de energía no se parece. No estoy diciendo que una cosa me guste más que otra. Tocar con la gente que he tocado, y en especial con Nacho, me hace estar sobre el escenario de una forma que también es muy necesaria para mí, es estar al servicio de la canción y de otra persona. También te digo que León Benavente es diferente a cualquier otro grupo. Yo te puedo hablar de mi tres discos en solitario y de las bandas que tuve, que era gente que se ponía al servicio de mis canciones. Es una relación que a veces cuaja y otras, no. Pero lo de León Benavente no tiene nada que ver. Yo he tocado con muchísima gente y nunca he visto nada igual. Lo que notamos no es ningún teatro ni está impostado. Se desarrolla una energía que yo no había visto en mi vida, y nos pasa a los cuatro.
Por lo que tú has vivido, ¿suele haber una gran distancia o algún tipo de lucha de clases entre la estrella y la banda?
No, no tiene nada que ver con la lucha de clases ni con egos ni nada. Lo que pasa es que las jerarquías en los grupos no se pactan. Tú cuando conoces a una persona sabes cómo te diriges a ella. Al final un grupo acaba siendo una mezcla entre una familia y una relación de pareja. Se desarrollan unas formas de comunicarse unos con otros: X no me habla a mí como yo hablo a Y. Esas cosas pasan, son naturales y a veces se generan malentendidos. Es una especie de democracia silenciosa [risas] que aparece sola después de pasar mucho tiempo juntos.
En «Habitación 615» describes de forma muy real un viaje de León Benavente a México y expones las tripas del grupo. Hablas de «todo lo que ha pasado» y de «palabras que han cambiado de significado: contrato, amigo, dinero, edad, música, trabajo, ego, vanidad». Da la impresión de que ha cambiado todo para vosotros.
Es que es así, ha cambiado totalmente, y vamos siendo conscientes muy poco a poco. El proceso de León Benavente ha sido muy rápido y a la vez muy lento para nosotros que llevamos mucho tiempo en la música. Hace dos años estábamos metidos en una furgoneta, yendo de un lado para otro y tocando por todas partes. Ahora ya viene un equipo con nosotros, se está pensando en un espectáculo de luces para los festivales… Todas esas cosas hacen que te des cuenta de que estás creciendo. También la respuesta del público.
De todas esas palabras, ¿cuál es la que más ha cambiado?
Todas, además escribí esa canción en una temporada que veníamos de muchos conciertos, estábamos preparando el segundo disco, estaba la firma con Warner, mucha gente nos ofrecía contratos discográficos y no sabíamos si queríamos o no… Todo eso cambia tu perspectiva de la música aunque no quieras y aunque no hagas música para estar metido en ese business. Pero ese business empieza a aparecer y afecta a todo.
Mencionas también en la canción los porcentajes y las multinacionales, ¿habláis mucho de dinero los músicos?
Sí, sí, por supuesto. Es lo mismo: hemos estado muchos años sin hablar de dinero porque el único dinero que te preocupaba era el que perdías por ir a tocar a los sitios. O el dinero que invertías en tu disco, o el que invertía tu discográfica independiente. Se hablaba de otra manera. Es curioso porque leyendo el libro de David Byrne, Cómo funciona la música, él lo explica todo: el proyecto artístico, cómo se reparten los porcentajes, qué tipos de contratos hay… Y en un momento dado, David Byrne, que es el epítome del artista, dice que le puedes dedicar mucho tiempo a tu proyecto artístico pero si no piensas en el dinero, nunca vas a poder desarrollarlo, y es verdad. Al final es así. Nosotros ahora nos estamos dando cuenta de que para poder ofrecer el espectáculo que queremos y que la gente demanda necesitamos hablar de dinero, saber cuáles son las cuentas, pagar tus impuestos, estar dado de alta en todo… Es la profesionalización de la música, a lo que deberíamos tender y lo que debería haber sido desde el principio.
Ahora estáis con Warner.
Es Dro, pero se trata más bien de una división interna de ellos para saber dónde posicionar cada cosa por su estilo musical. Nuestro contrato discográfico es con Warner.
¿Qué tal el paso a la multinacional?
De momento, bien. Siempre soy cauto al hablar de este tema. No porque tenga miedo de nada, sino porque creo que se verá a posteriori, cuando llevemos unos años y se compruebe si realmente convence a las dos partes o no. Nosotros lo elegimos porque era algo que no habíamos probado nunca. Habíamos estado en sellos independientes, autoeditamos el primer disco y lo pusimos en descarga libre… Hemos hecho de todo y lo que nos faltaba por probar era una multinacional. Warner fueron los que vinieron detrás de nosotros cuando a nosotros no nos interesaba, y tardamos en llegar a un acuerdo que nos convenciera a los dos. Es jodido decirlo porque es culpa de cómo va el negocio, pero yo he firmado contratos con compañías independientes muchísimo peores que con una multinacional.
¿Os costó dar el salto?
Antes era autoedición, lo hacíamos nosotros con nuestra oficina, Marxophone, la misma plataforma con la que saca los discos Nacho. El primer disco fue superbarato, invertimos nosotros nuestro dinero. Y ahora… ¿Nos costó? Hombre… Yo creo que les costó a ellos [risas] porque estuvimos un año de negociaciones.
Cuando consigues el éxito…
Uy, esa palabra…
Vale, entonces cambiamos la pregunta: ¿qué es el éxito en la música independiente?, ¿vivir de tu trabajo?
Totalmente.
¿O hacer un anuncio de cerveza?
No, eso no. Nosotros siempre lo medimos por la gente que viene a los conciertos. Por ejemplo: con el primer disco tocabas en el Kafe Antzokia y había doscientas personas. Ahora vas con este segundo disco y se agotan las entradas, que son setecientas personas. Esa es para nosotros la medida del éxito, por eso tampoco puedes utilizar esa palabra. No sé qué otra palabra se podría usar…
¿Reconocimiento?
Sí, o resultados. Aunque no sé, porque suena un poco empresarial y fea… Pero el éxito… Uf… No pensamos en esos términos.
Ahora sí que podéis vivir de la música sin estar pendientes de si os van a llamar para tocar el próximo fin de semana o no.
Sí, sí.
Cuéntame trabajos que hayas hecho antes para ganarte la vida.
Hubo una temporada, cuando estuve en Barcelona, que me dedicaba a hacer politonos para teléfonos móviles, dos años o así, y he trabajado en bares, en restaurantes japoneses… De todo.
Cuando llegas a ese punto, llámalo reconocimiento, resultados o como quieras, después de tanto curro y tantos años, con casi cuarenta, ¿lo vives con cierto escepticismo o lo valoras más?
Está claro que si llegas a esto con veinte años puede que lo vivas en términos de éxito y te importe más ese éxito que todo lo demás. A nosotros, no. Vamos por otro camino. Puede ser escepticismo. En cierto modo, sí. Pero, en cierto modo, no, porque con el primer disco nos cansamos de oír a gente que nos decía que aprovecháramos el momento. A mí me llegó a molestar. Pensaba que yo llevaba aprovechando el momento mucho tiempo. ¿Por qué hay que tener el pensamiento de que esto ha surgido así como por arte de magia y se va a desvanecer?, ¿por qué no podemos seguir creciendo y hacer algo mejor? Eso es lo que nos planteamos con el segundo disco: joder, vamos a hacer algo mejor. Parecía que hubiéramos tocado techo y que esto fuera un hype. Y a nosotros, lo del hype, con veinte años, a lo mejor, pero con el tiempo que llevamos, no.
También con esa experiencia sabes que todo es más frágil, que lo que os ha pasado es raro y que además de talento hacen falta otras cosas que no dependen de vosotros. ¿Eso no asusta?
Sí, totalmente, y no solo desde el punto de vista de que funcione o no, también lo que comentábamos antes de las relaciones dentro de un grupo, son muy intensas y hay que tener mucho cuidado para que no estallen. Sobre todo porque a medida que un proyecto avanza y funciona, cada vez hay más presiones de todo tipo, mucha gente involucrada y muchos factores externos. Puede ser una bomba de relojería que explote en cualquier momento. Eso es un clásico en la historia de la música y nosotros intentamos ir con un poco de cabeza, lo que tenemos es valioso y queremos conservarlo. Pero lo que vaya a pasar no lo sabemos. La música funciona así: a veces baja, luego a veces sube, o se estanca. Veremos dónde nos lleva.
Lo que está claro es que este tiempo nos está valiendo a todos, estamos aprendiendo cosas que creíamos que sabíamos pero no teníamos ni puta idea.
¿Te planteas por qué ahora y no hace diez años o crees que se trata de algo azaroso o que no depende de ti?
En cierto modo todos los pasos que das en la música dependen de ti, escudarse en el azar no tiene sentido, pero puede ser. Viendo este grupo, me encantaría haberlo tenido a los treinta años, pero en el fondo tampoco, porque sería imposible. Este grupo ha surgido por todo lo que ha pasado hasta que nos encontramos. Si no, sería completamente distinto, así que no tiene mucho sentido pensarlo.
Para preparar el segundo disco, pasasteis cuatro meses en Mozota, ¿cómo fue ese tiempo, rollo monástico?
Totalmente monástico, es un campamento del rock total. Luis y yo vivimos en Madrid, César en Barcelona y Edu en el pueblo. No somos un grupo de ensayar entre semana ni nada de eso y cuando vamos allí, sabemos a lo que vamos. No vamos a pasar unos días en el campo. Vamos pensando que van a ser jornadas de diez de la mañana a nueve de la noche trabajando sin parar y después de cenar, cada uno a su habitación con su libro, su ordenador o lo que sea. Es muy intensivo.
Esa es la parte más desconocida de un grupo.
Sí, claro, es el terreno de la composición, que engloba muchas cosas y cada uno lo hace a su manera. Está también el proceso de ir pensando previamente lo que quieres hacer. Yo creo que es muy divertido, a mí como músico me encanta ver cómo trabajan otras personas y, de hecho, siempre que conozco a otro músico le pregunto por su manera de componer y trabajar.
¿No se ha precarizado todo demasiado en el mundo de la música?
¿En qué sentido? Es un tema delicado.
En que es el momento en que más música se escucha y en que más difícil resulta vivir de ello.
No sé qué decirte, es algo que yo he hablado con mucha gente de nuestra generación que lleva mucho tiempo tocando y ahora es cuando mejor están, cuando más público tienen en los conciertos… En general, el trabajo de músico es precario y quedan todavía muchas cosas por mejorar. Se ha avanzado en algunos aspectos, pero estamos lejos todavía de una profesionalización plena.
¿Hay una clase media en la música, que no sean las superestrellas o los grupos amateur?
Sí, lo que pasa es que hablar de clases es un poco extraño. Pero yo creo que sí hay muchos más. Ahora incluso Los 40 tienen un programa de música independiente, aunque los grupos no sean grandes estrellas, e incluyo a León Benavente. No somos millonarios ni necesitamos ir tapados por la calle ni cosas así, pero tenemos el trabajo suficiente para poder vivir de esto.
Ignatius Farray en su entrevista con Jot Down decía que se siente más cerca de Arévalo que de León Benavente.
[Risas]. Ignatius es compañero mío en el sitio donde voy a correr y a nadar. Es muy polémico…
¿Tú te sientes más cerca de Perales o Julio Iglesias que de él?
Uhhh… No lo creo. Las dos personas que me dices, aunque sean músicos, no son contemporáneos y a mí lo que más me puede acercar a Ignatius es que somos de la misma generación, hijos de esta época. Lo otro no lo sé, se me queda un poco atrás. Aunque Perales tiene grandes canciones.
Al margen de la coña, ¿no crees que se ha abierto la veda y que hay cierta moda de dar palos a todo lo indie?
Es muy fácil criticar desde lejos. A la escena independiente se le pueden achacar muchas cosas, pero a mí me interesa la música que se hacía, mucho más que todo lo que había alrededor y sigo pensando lo mismo: antes la gente tocaba peor, las canciones eran peores… Se está estableciendo un nivel que yo creo que es superbeneficioso para la música y para la industria musical en general.
Por ejemplo, se acusa al indie de no haber estado politizado o de haber vivido en una burbuja de cristal, ¿compartes esta crítica?
La comparto, pero depende de a qué llamemos indie. Por ejemplo, ¿Lagartija Nick era un grupo indie? Ellos en los noventa sacan un disco que se llama Inercia y, dentro de la forma de escribir de Antonio Arias, tenía referencias políticas muy claras. Otros grupos se dedicaban a cantar en inglés y en el fondo lo que hacían era esconder que no tenían ningún mensaje. Pero algunas de esas cosas también fueron necesarias y están bien. Creo, como Nacho, que las canciones no tienen por qué hablar de política para ser políticas. En el momento en el que te acercas a un tema, adoptas una posición política para enfocarlo, y había gente que lo hacía mejor y gente que lo hacía peor. Había grupos que se veía que no les interesaba en absoluto la letra. Manta Ray no le daba ninguna importancia y es uno de los grupos que más han influido a León Benavente. Tampoco creo que haya que fijarse en lo mal que se hacían antes las cosas y lo bien que se hacen ahora por hablar de política. Está bien hablar de todo y tienen que existir canciones de todos los tipos. Hay canciones de amor muy necesarias, o de desamor, y canciones sobre mundos imaginarios también necesarias… No sé, los temas están ahí, tú los eliges y lo importante es que seas honesto con la vida que tienes y con tu pensamiento, y que elijas un enfoque interesante, que quizá no haya hecho otra persona. A mí eso es lo que me interesa.
En tus canciones sí que están muy presentes esas referencias políticas.
Más que referencias políticas son referencias a la vida actual. León Benavente es un proyecto de nuestro tiempo aunque nuestra intención no sea hacer canciones que hablen exactamente de lo que pasa aquí y ahora, no queremos ser costumbristas. Siempre hemos dicho que queremos que esas canciones perduren en el tiempo y luego ya veremos, el tiempo las juzgará.
Cuentas que «La vida errando» surge de un encuentro con Jesús Llorente, de Acuarela, y juegas en ella con el doble sentido de errar como equivocarse y de vagar sin rumbo; ¿habla de la vida del músico o no necesariamente?
No, yo creo que es algo bastante universal. Todo el mundo conoce esa sensación de creer que se ha equivocado en todo y es una canción sin referencias políticas.
Bueno, habla de los pisos pequeños en los barrios modernos.
Sí, y de Seseña. No estás hablando de política en sí, pero al mismo tiempo das tu punto de vista político. Ese es un ejemplo de lo que comentaba antes que comparto con Nacho. Es una canción más generacional, yo la asemejo con «Ánimo valiente», hay algo en toda esa retahíla de cosas de las que habla que nos resultan cercanas a las personas de nuestra edad.
¿«Ánimo valiente» surgió como un ejercicio de automotivación o como un grito de guerra?
Un poco sí, fue la quinta canción que salió con Luis. Las cuatro primeras eran bastante descorazonadoras, de desencanto, muy con la sensación que había en ese momento. Empecé a escribir la letra para nosotros cuatro [risas], era bastante necesaria, no fue una época fácil. Recuerdo también que estaba escuchando el disco de Family, nunca he sido especialmente fan, pero siempre ha habido algo ahí que me ha interesado. Muchas veces, cuando estoy pensando una canción, me pongo música distinta para ver dónde me lleva el cerebro.
¿Qué papel juega la ironía en tus canciones y en tu vida?
En mi vida no lo había pensado [risas]. La gente que me conoce ya sabe cómo soy. Hay veces que digo cosas y luego me doy cuenta de lo que he dicho, pero como ya me conocen no pasa nada [risas]. En las canciones es una herramienta. Cuando empiezas a escribir, sin querer tiras de recursos que te son familiares y que te permiten abordar ciertos temas sin ser obvio. Yo en esto siempre he considerado un maestro a Randy Newman, que me ha influido mucho, y a Leonard Cohen también, aunque él lo hacía de otra manera.
También hay mucha mala leche en tus canciones.
Tampoco es premeditado en absoluto, pero cuando tienes una base musical enérgica, eso te lleva sin querer a que elijas un tema u otro. Sale por ahí. Somos un grupo fiero en muchos sentidos y es lógico que a veces las letras vayan más por ahí que por algo más lánguido.
Dices en «Gloria»: «Tengo el país que me merezco», ¿lo compartes?
El personaje de la canción es un tipo bastante desagradable, pero esa frase sí la comparto.
¿En qué sentido?
No sé, es muy difícil hablar de una forma general de todos lo problemas, pero creo que hay mucho conformismo en nuestra sociedad y en nuestro país, y cuando parece que algo va a estallar, acaba siendo más un fuego artificial que una explosión en sí. Eso me da un poco de pena. También me da pena que la cultura no se haya tratado como debería y otras muchas cosas, como la actitud de la gente con el fútbol, que no la entiendo [risas]. Creo que si utilizásemos el tiempo de otra forma, habríamos avanzado más. Me parece que vamos un poco lento.
Hablabas del personaje de «Gloria», ¿cuando escribes haces este distanciamiento y creas personajes que no tienen nada que ver contigo?
No lo he hecho mucho, pero en esa canción, sí. Por eso está bien escribir el mayor número posible de canciones, porque te vas sorprendiendo, tomas otros puntos de vista… No es que haya inventado nada, pero siempre es difícil acercarse a una canción desde un punto de vista que no te es cómodo. Ocurre lo mismo con «Habitación 615», nunca había escrito una canción de esa manera y eso te pone en una situación de alerta que para mí es muy necesaria.
¿Tan desagradable te resulta el personaje de «Gloria»?, ¿no es solo un tipo intentando romper con sus esclavitudes?
Sí, pero con unos valores morales muy por debajo de lo que se debería esperar [risas], y creo también que todos en algún momento nos hemos sentido como esa persona, o esa persona es algo que de repente aparece en tu vida, en ti mismo, y dices no, por aquí no voy por buen camino, no es esto lo que quiero. Pero sí, por supuesto, yo me he sentido como el personaje de esa canción muchas veces, aunque es alguien a quien detesto.
¿Te preocupa que te confundan con ese personaje y que crean que hablas de ti?
Claro, ahí está el riesgo. Cuando empiezas a escribir en primera persona y eres además el que canta, hay muchas probabilidades de que la gente crea que hablas de ti y estás contando tu vida, pero también hay que acostumbrar al oyente a ese tipo de cosas.
Has comentado alguna vez que no te gusta escribir sobre tu vida, que no le importa a nadie.
Ahora estoy cambiando de opinión [risas]. Aunque en el fondo lo otro era una patraña, porque mis tres discos en solitarios son de una gran desnudez emocional, muy explícitos. Lo que no hacía era hablar de mi vida con pelos y señales como en «Habitación 615». Eso fue algo que surgió a raíz de escuchar bastante los últimos discos de Mark Kozelek, de Sun Kil Moon. Me ofreció otra perspectiva, me di cuenta de que podía estar hablando de mi vida y a la vez referirme a otras mil cosas. Eso hace que la canción esté en el suelo, y no en el aire, algo que a mí siempre me ha interesado.
«Habitación 615» es una canción muy valiente y muy distinta.
Es poco frecuente en todos los sentidos. También es una canción extraña para nosotros: larga, de un tempo medio, el fraseo es bastante similar al hip hop, mucho más que el recitado que había utilizado en otras ocasiones… Era un riesgo en todos los sentidos. Fue la última canción que salió del disco y fue bastante curiosa la forma de concebirla. Escribí la letra a la vuelta de México, más o menos con una idea musical, llegué a Mozota, les conté por dónde quería ir, ellos empezaron a tocar, y yo iba cantando la letra, aunque me daba muchísima vergüenza. No quería que la oyeran, eso es algo que me suele pasar. Cuando tuvimos la base, les pedí cinco horas solo en el estudio, la grabé, la escuchamos después de cenar y no se la esperaban, las caras que tenían eran…
¿Les gustó?
Les encantó.
¿No se sintieron incómodos por hablar de ellos o te pidieron que hicieras algún cambio?
No, nada… Y tampoco es tan explícita en el fondo. Podría serlo más [risas]. Les pareció bien. El mayor miedo no era ese, era que la canción diera vergüenza, esa sensación de «está hablando de nosotros, me acaba de nombrar». Pero les encantó.
¿Va a haber más canciones así en el futuro? Al acabar parece que dejas la puerta abierta a una continuación.
Bueno, lo veremos, no se puede saber todavía. Tienen que llamar las canciones a la puerta, pero está claro que es un camino que se abrió y que de alguna manera va a aparecer en el siguiente disco.
¿Dejas de componer una vez que has grabado el disco o eres de los que no paras nunca?, ¿cómo sueles trabajar?
De diferentes maneras. En el primer disco, la mitad del repertorio la hicimos entre Luis y yo, y luego al juntarnos todos salieron el resto de canciones. El segundo disco empecé a pensarlo dos años antes de que saliera, fuimos haciendo cosas y probando distintos caminos para no repetirnos. Fue un proceso muy largo. Yo soy muy lento trabajando. He ido buscando diferentes maneras para no encontrarme con todo el trabajo de golpe porque sé que no se me da bien. Pero tengo un problema: necesito parar y tiempo para mí, no saber nada de nadie, encerrarme a escribir. Siempre he envidiado a esos escritores de canciones que van componiendo en la furgoneta o en la habitación del hotel. Ojalá pudiera.
¿Teníais mucha presión con el segundo disco?
Sí, sí, sí. Aunque más que mucha presión era que teníamos una presión que antes no existía. Con el primero nadie nos conocía y no había ningún referente, pero en este sí se hablaba bastante del grupo y de si era un hype o no, si íbamos a algún lugar o era un divertimento para ganar dinero. Al final, esa presión es peligrosa, porque si intentas hacer un disco que le agrade a todo el mundo, te quedas parado y no puedes avanzar. A nosotros nos interesaba no detenernos, investigar y arriesgar, y eso es lo que hicimos.
¿Teníais la sensación de que había mucha gente esperando a que os metierais una hostia después del éxito del primer disco?
Yo creo que eso va a venir más con el tercero. Quiero suponer. En el fondo, con el primer disco, como éramos gente que veníamos de otros grupos y llevábamos muchos años comiendo mierda en la música, caímos bien. A la gente le caíamos bien y le seguimos cayendo bien. Somos músicos con experiencia, hacemos las cosas a nuestra manera, nadie nos dice lo que tenemos que hacer y eso genera una actitud positiva en el público. Quizá ahora que todo está creciendo un poco más aparezca eso de cara al tercer disco, pero tampoco es algo a lo que vayamos a tener miedo. Lo único que vamos a intentar es hacer canciones que nos gusten.
Y lo que cantas en «Tipo D», lo de «Quiero convencerte de que lo que está sonando es un hit», ¿esa presión la teníais o es coña?
No, es coña y viene de lo que acabamos de hablar, era otra de las frases de la gente cuando hablaba del grupo, te decían que en el segundo disco lo íbamos a tener jodidísimo porque en el primero todo eran hits y a ver cómo lo hacíamos ahora. De ahí viene.
La canción ha acabado siendo un hit.
Bueno [risas], sí, es una canción extraña y esa es la gracia: no tiene estribillo, ni melodía, ni nada de lo que se supone que debe tener un hit al uso. Pero es lo que pasó con «Ser brigada». Al final, arriesgando es como la gente acaba acercándose, por originalidad. Aunque al principio muchas personas la rechazaron.
¿Y tu carrera en solitario?, ¿vas a volver a ella? Tu último disco es de 2011, luego sacaste un recopilatorio en 2014…
De momento está parada. No tenemos días, yo encima soy muy lento y como multitarea funciono muy mal. Si tengo la cabeza en León Benavente, cualquier esfuerzo compositivo me va a llevar a eso. Para hacer un disco mío antes voy a necesitar vaciarme de muchas cosas y ver cuál es el siguiente paso. Lo haré, por supuesto, pero no sé cuándo.
Son dos estilos muy diferenciados, ¿no? Siendo la misma persona, no tiene mucho que ver lo que escribes para León Benavente con tus canciones en solitario.
Sí, a nivel estilístico son completamente distintas, pero si lo piensas bien, hay algunas cosas que guardan relación. En el fondo es eso: soy la misma persona.
Antes te preguntaba por la etiqueta de supergrupo, también he visto que te llaman cantautor, ¿te identificas o te da igual?
No lo sé, me da igual. Yo siempre he dicho que más que músico lo que hago son canciones. No sé si como cantautor o compositor, aunque compositor me suena demasiado pomposo, lo asocio con grandes compositores de música clásica o contemporánea, gente que sabe mucho. En el fondo lo de cantautor es una traducción del singer-songwriter de toda la vida, y supongo que estoy más cerca de eso que de cualquier otra cosa.
Pero no te interesan ni Serrat, ni Aute, ni Sabina.
Pues sí, la verdad es que no me interesa ninguno de los tres. Serrat tiene canciones que me gustan, Sabina nunca me ha gustado, me gustaba mucho más Javier Krahe, y lo de Aute es curioso, porque cuando saqué mis discos en solitario me comparaban con él, sobre todo con el primer disco. Mucha gente me decía que parecía Aute.
¿Y te jodía mucho?
No, bueno, en el fondo sí me jodía. Nunca había escuchado a Aute, y luego me di cuenta de que tenía todo el sentido porque Aute siempre ha sido seguidor de los mismos cantautores que yo [risas].
También has dicho que detestabas a los Rolling Stones.
No los detesto [risas], sí es cierto que una vez me preguntaron cuál era el grupo que consideraba más sobrevalorado de la historia y contesté que los Rolling. Pero hay muchas canciones de ellos que me gustan.
¿Qué estás escuchando ahora?
He vuelto a Gainsbourg. Estoy leyendo una biografía suya y estoy otra vez con sus discos. Pero lo que más me ha sorprendido últimamente es una chica que se llama Kate Tempest, una rapera muy joven de Londres, también es dramaturga y poeta. El primer disco me había interesado mucho porque llevo un tiempo escuchando hip hop y ella lo hace de una manera muy distinta. Las letras las escribe muy bien y en este segundo disco ha dado un paso de gigante: ha escrito un poema con varios personajes. Tiene además un desenlace final muy interesante y me parece una nueva forma de canción. No he podido verla en directo pero me impresionó mucho un concierto que grabó para la BBC interpretando el disco entero sin leer ni una sola palabra. Es impresionante su desparpajo y energía.
¿Qué más cosas te interesan de hip hop?
Run The Jewels me gusta bastante, aunque me interesa más por el sonido, igual que lo que hizo Kendrick Lamar, y antes de grabar 2 estuve escuchando bastante Run–D.M.C., que son los orígenes del rap. Hay algo en ese minimalismo que me gusta mucho.
En «Así se vive aquí» decías que escribías siempre de lo mismo, ¿tienes mucho esa sensación?
En ese momento sí la tenía, pero yo soy malísimo para que me sigan gustando mis canciones con el paso del tiempo.
¿Tienes mala relación con ellas?
Sí, no tengo buena relación.
¿Y cómo haces para seguir cantándolas?
No lo sé, con León Benavente no me ha pasado todavía y con las canciones que me ha pasado las hemos desechado del repertorio.
¿Con cuál te ha pasado?
Eso no puedo decírtelo, aún está muy reciente. Si no, la gente empezaría a escuchar los discos de otra forma [risas].
O sea, no podrías hacer un concierto de tus tres discos en solitario.
Ahora no, por mala relación con las canciones y porque yo tampoco soy un músico de levantarme por la mañana y ponerme a cantar al piano. Lo mío es bastante más racional. Necesito estar en un mood adecuado. Esas canciones las tengo olvidadas. En el momento que vuelva supongo que las retomaré, pero de una manera totalmente distinta.
¿Cómo es tu relación ahora con Nacho Vegas?
Voy a utilizar una palabra que usa él y es muy bonita: somos tribu [risas]. La relación es muy buena. Él es una de las personas más especiales que he conocido y que conoceré en mi vida, y todo lo que ha surgido con León Benavente también es por él. Eso lo sabemos los cuatro y tenemos que agradecérselo. Ver cómo piensa al componer a mí me ha enseñado mucho. Tiene una claridad y un talento que se recordarán durante años. Y aún le quedan muchas cosas por hacer y por decir.
¿Hay admiración mutua?, ¿lo mismo que me estás diciendo lo diría él de ti?
Eso se lo tendrías que preguntar a él [risas], pero creo que sí. Hay admiración y hay amor.
No es fácil compaginar la admiración y el amor.
No, en absoluto, sobre todo teniendo en cuenta que la relación con él ya dura ocho años, hemos hecho varias giras, varios discos, hemos vivido muchas cosas… Siempre nos tratamos con muchísimo respeto los dos: él a mí y yo a él, y eso hace también que la comunicación sea no difícil, pero sí menos clara de lo que a él y a mí nos gustaría. Hay una especie de…
¿Distancia?
No es distancia en absoluto.
¿Un no mear en el territorio del otro?
Exacto, eso es.
¿Tiene algo de patrón de relación masculina?
No lo veo tanto de relación masculina como de relación artística. Tiene más que ver con el arte que con el género.
¿Tienes amigos músicos?
Sí, sí.
¿Por ejemplo? O prefieres no dar nombres…
No, lo que pasa es que van apareciendo por ahí. He tenido mucha relación con Julio de la Rosa, pero ya no nos vemos…
También trabajasteis juntos.
Estuve tocando con él mucho tiempo. Él ahora vive fuera de Madrid y no nos vemos nunca. También fue una relación muy intensa y hubo un momento en el que se desintegró.
¿Qué pasó?
Muchas cosas, supongo que hay personalidades que a veces, aunque haya mucho amor, acaban chocando y pasan esas cosas. Son normales y nos queremos mucho.
Dime más nombres…
Miren Iza, Cabo San Roque, El Columpio Asesino, Borja Flames, Forastero… Ahora es muy curioso porque hay una especie de amistad colectiva. Parece que después de un tiempo de individualidades vuelve lo colectivo. Está pasando dentro de esa clase media de la música, como tú lo llamabas antes. Somos grupos que acabamos coincidiendo en festivales, salas o en los bares. Se da una amistad que es sincera sin ser una amistad íntima. Me ha pasado con Iván [Ferreiro], Sidonie, Egon Soda, Mi Capitán, Love of Lesbian… Todos estos grupos y muchos más, como Niños Mutantes, a los que les hemos estado produciendo su último disco. Esa amistad es muy bonita y me parece que es lo que tiene que ser. Luego, cuando leemos todas esas biografías de músicos que nos encantan de otras épocas y otros países, lo pensamos: mira qué guay este aquí con este, qué guay Lou Reed con Bowie e Iggy Pop… Pero antes nosotros no hacíamos nada parecido. Al menos reunirnos en los bares no está mal [risas].
La versión de «Europa ha muerto», de Ilegales, ¿cómo surgió?
Fue cuestión de repertorio. Teníamos solo un disco, había que salir a tocar e hicimos un EP con algunos descartes y con esta versión. Ilegales era el típico grupo que sonaba en casa por mi hermano y en este caso Luis es amigo de Jorge Martínez, los dos son asturianos y se han visto en mil. Un día estaba escuchando el disco, llegó esa canción y dije «cómo mola». El arreglo se ha quedado un poco en esa época, es muy de los ochenta, aunque otras canciones suyas, no. Llamé a Luis, se lo comenté y él se quedó al principio un poco sorprendido, pero luego encantado. Y nos la siguen pidiendo.
Es una canción profética.
Totalmente. No ha perdido sentido. Eso es lo que a mí me parece más alucinante de las canciones.
¿Hay alguna canción tuya que consideres profética?
No tengo ni idea, yo no las hago para que sean proféticas [risas], pero sí te puedo asegurar que hay canciones del primer disco que cuando empezamos la nueva gira yo pensaba que igual ya no tenían sentido, como «Revolución» o «Avanzan las negociaciones», y siguen teniendo el mismo sentido o más.
¿Qué más versiones habéis hecho?
La de «Europa ha muerto» fue la primera, luego hicimos una versión de Lorena Álvarez, una cantautora asturiana; de «Bandera blanca» de Battiato, y ahora estamos haciendo una versión de Radio Futura.
¿Cuál?
«Han caído los dos». Surgió por un concierto que hicimos con Iván [Ferreiro] en Vigo. Teníamos que tocar tres canciones, nosotros tocamos con él «Casa», él cantó con nosotros «Estado provisional» y luego decidimos hacer esa versión. Iván al principio propuso algo de los primeros discos de El Último de la Fila, yo le dije que prefería de Radio Futura e Iván eligió «Han caído los dos».
Agustín Fernández Mallo os escribió la hoja de promoción del segundo disco, ¿qué relación tenéis con él?
La nota de prensa del primer disco, bueno, lo de nota de prensa no me gusta, me parece una mierda de concepto y justo huyendo de eso se la pedimos a Nacho Vegas, que nos escribió una parrafada de cinco páginas, una historia increíble. Al pensar en alguien para el segundo disco, queríamos que no fuera músico. Conocimos a Agustín en un concierto en Mallorca, él era bastante fan de León Benavente, yo conocía sus libros, y le escribimos. Me envió el texto y un disco de un proyecto musical que tiene y que grabó hace unos años.
¿Eres muy lector? Abres «California» con una referencia a La broma infinita, hablas de Carver, de Abraham Gragera…
Soy lector, me gusta mucho leer, aunque conozco a muchas personas que leen bastante más que yo.
¿Qué tipo de lector eres y qué te gusta?
Procuro leer todos los días y todo tipo de cosas: biografías, poesía, novela, ensayo algo menos, eso me cuesta… Mis lecturas suelen ir un poco orientadas a mi trabajo. Aunque no quiera, es así. Ya no leo un libro por disfrutar, tiene que servirme para algo. Es una mierda, y con la música me pasa lo mismo. La escucho para sacar algo de ella, no para disfrutarla.
De las redes sociales sí que estás completamente al margen.
No me interesan mucho.
¿Es una posición militante y muy anti o más bien pasas?
No, a lo mejor un día me apetece. He dicho mil veces que me iba a abrir una cuenta, pero luego no lo hago porque en el fondo creo que no tengo tiempo, aunque tampoco estoy tan ocupado. Prefiero dedicarme a otras cosas. No lo veo necesario y tampoco he tenido nunca presiones de nadie. Otra cosa son las redes sociales del grupo, que sí son necesarias y que no las llevo yo. También se nos pasó por la cabeza la idea de cerrarlas todas porque los cuatro somos muy malos y eso hay que alimentarlo, generar contenidos… Pero desde hace unas semanas lo llevan desde nuestra oficina para que sean informativas.
¿Echas de menos algo de tu vida antes de León Benavente?
El tiempo para componer es lo único, tener una rutina de trabajo, porque es muy difícil mantenerla con la dinámica en la que estamos ahora. Incluso habiendo solo dos conciertos a la semana, que son dos días, a mí me descentra totalmente. Y hay que hacer también mucha labor de oficina, de gestión, de hablar las cosas con el grupo…
Pues he redescubierto a Bobas, y parece buen tipo. Buena entrevista
En «Shoah» de Claude Lanzmann aparece testimoniando un superviviente de Treblinka llamado Abraham Bomba. Siempre he pensado que venía de ahí.
Había oído referencias de pasada del grupo varias veces en la radio, pero como la escucho cuando surge en el coche, no terminaba de calarlos. En eso que un día arranco y suena algo en la radio que hace que me quede allí quieto, sin salir del aparcamiento: «Televisión» con Bunbury
Menudo trallazo de canción, desde entonces que sigo su trabajo con mucho más interés. Por cierto, que me ha extrañado que en la entrevista no haya salido el tema de esa colaboración y muy poco acerca de los conciertos en México.
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