La mayor operación de contraespionaje que se llevó a cabo en el sur de Europa durante la Guerra Fría estuvo protagonizada por un español: Joaquín Madolell. Un paracaidista del Ejército del Aire que fue captado por los soviéticos para obtener información sobre las actividades y bases de la OTAN en España y jugó un papel de doble agente. Con sus revelaciones se desarticuló gran parte de la red de información que tenían los soviéticos en el área mediterránea. Uno de los motivos de la llegada a la dirección de la KGB de Yuri Andropov en 1967 fue el golpe recibido por esta operación.
El periodista Claudio Reig ha reunido toda la información sobre la que se llamó Operación Mari en su libro El espía que burló a Moscú. Un conocido le comentó la existencia de la operación y del espía cuando volvía del funeral del protagonista. Entre los militares se conocía esta historia, era sabido lo que había sucedido, pero nadie estaba al tanto de los detalles. Entre otras cosas, me explica Reig «porque Madolell no los daba». Tras un año de investigación en los archivos militares de Ávila, Madrid y Villaviciosa de Odón, contactando con militares y agentes del servicio secreto que le conocieron, ha reconstruido la peripecia vital de este espía en un trabajo que también quiere servir de pequeño ensayo sobre los servicios de contrainteligencia en España.
En las primeras páginas, Reig cuenta que la España de Franco y la Unión Soviética establecieron contactos durante la Guerra Fría. Según explica, fueron autorizados por Santiago Carrillo, que solo pidió que se realizaran fuera del ámbito político, circunscritos a las relaciones comerciales, para que no se entendieran como una traición del comunismo a los españoles. «Franco llegó a un acuerdo con los soviéticos, a través de los diplomáticos en Francia de ambos países, Areilza y Vinogradov. Como signo de buena voluntad, España les dio información de las bases norteamericanas en territorio nacional y los soviéticos dieron a cambio un listado de comunistas que estaban en España. De los de esa lista, algunos fueron controlados y otros encarcelados».
El objetivo final de los contactos era establecer empresas bajo el modelo de sociedades mixtas, que era una de las fórmulas que utilizaban los soviéticos para introducir espías o proveerse de información. Según Reig, en el caso español, lo que hacían era atraerse para sí a individuos bien posicionados en la sociedad: «Creaban empresas de importación y exportación y ponían a dirigir a empresarios españoles muy relevantes, así tenían acceso a información muy sensible de primera mano. Dos ejemplos fueron Ramón Mendoza, presidente de Prodag, y Juan Garrigues Walker, gerente de la Compañía General de Inversiones en el Exterior (CIEX). Se ganaban su confianza y les hacían ganar dinero y ellos lograban acceder a la alta política española, a los mentideros, todo eso que no está en la prensa y saben los que mueven las cosas. Juan Alberto Perote, que empezó en los servicios secretos en contrainteligencia contra los países del este, escribió en sus memorias que tenía una conversación grabada entre Garrigues y una amiga nacida en Moscú de padres españoles, llamada Katia, en la que sabían que se iba a dar un golpe de Estado en España, que fue días después, el 23F». La misión de Madolell se produjo mientras se iniciaron estos contactos entre los dos países, entre dos enemigos íntimos.
Muchos años antes, España pasó de ser un enemigo potencial de los estadounidenses en la II Guerra Mundial a un aliado contra el comunismo en la Guerra Fría. El papel de España en el tablero europeo fue el de retaguardia. En el libro, Reig detalla que el nazi Otto Skorzeny, residente en España gracias a que un diplomático español, cónsul en Frankfurt, de apellido Spottorno le firmó el pasaporte, ya trabajó en el diseño de unas fuerzas militares de contraataque. Skorzeny, muy valorado por Hitler, había participado en la liberación de Mussolini y en las operaciones de infiltración en las tropas americanas durante la batalla de las Ardenas. Según se ha podido saber por la desclasificación de papeles de los servicios secretos alemanes, Skozerny planificó un ejército de doscientos mil hombres en España que se llamaría Legión Carlos V, un plan que al final no se llevó a cabo.
Finalmente, los estadounidenses construyeron cuatro bases en España, tres aéreas y una naval. Siete mil militares se instalaron en el país. Una de las ventajas que les aportaba la dictadura franquista era la ausencia de relaciones oficiales con los países comunistas. No era fácil para los soviéticos obtener información sobre lo que ocurría dentro de España. Por eso, como en cualquier juego de espías, se dedicaron a buscar posibles informadores entre los militares y personajes destacados que tuvieran algún punto flaco, algo que les comprometiera. Madollel lo tenía.
Había sido destinado a Madrid y su familia se había quedado en Murcia. Estaba solo en la capital y era un hombre al que le gustaba alternar. Reig explica que salía de farra con frecuencia, jugaba y eso fue su perdición. Tuvo una deuda. «Cuando buscaban captar a alguien, en lo que se fijaban era en sus vulnerabilidades, según el término técnico. Esta puede venir de muchos lados, es una debilidad, como ser adicto al sexo, por ejemplo. En este caso, Madollel tuvo una etapa nocturna en Madrid y vivía al límite de sus posibilidades, porque el sueldo de un suboficial de Franco era miserable. Entonces conoció a un italiano, Giorgio Rinaldi, que le invitaba, salía con él, le introdujo en ambientes exclusivos y, según me ha corroborado a mí un exagente del CNI al que Madollel se lo había confesado, se hizo cargo de una deuda de juego que había contraído».
A cambio, Madollel debería pasarle cierta información. El español lo hizo, pero avisando antes a sus superiores, que de forma coordinada con la CIA le dieron rol de agente doble. Junto con Rinadli, Madollel estuvo dando a los soviéticos la información que le facilitaban sus mandos. El italiano era paracaidista como él, y justamente por su profesión fotografiaba vistas aéreas para los rusos. Su personaje es el más complejo de todo el libro. Había sido partisano en Italia en la II Guerra Mundial, pero también tenía veleidades fascistas y su esposa desde luego lo era. ¿Por qué espiaba para los soviéticos?
Al autor tampoco le ha quedado muy claro: «Era aristócrata, su padre descendía del papa Pio V, el de la batalla de Lepanto, y lo habían matado en la guerra, era militar. Rinaldi en el 43 entró en la resistencia en su pueblo, Asti, y se enroló en una brigada partisana donde conoció a un ruso que fue quien años después le reclutó para los servicios secretos. Así es como lo cuenta él en sus memorias. Yo no me he podido creer esto tranquilamente y lo que pude averiguar es que le echaron de la academia militar y que, en la Operación Mari, los servicios secretos italianos dijeron a los españoles que era un neofascista. De todas formas, los partisanos italianos eran peculiares. Edgardo Sogno, el que dirigía la brigada Carlos Marx de Rinaldi, luego fue un furibundo anticomunista. En el caso de Rinaldi, la que no ofrecía dudas era su mujer, Zarina. Pertenecía al partido Movimiento Social Italiano y la habían encarcelado por llevar símbolos fascistas en una manifestación. Al ser detenida, declaró que ella veía en la URSS la continuación de la obra de Mussolini. Tras mi investigación, mi conclusión personal es que Rinaldi no tenía ideología. Era un amoral completo. Aunque en el juicio dijo que era comunista convencido».
Madollel logró ganarse la confianza de Rinaldi y de los soviéticos. Tanto fue así, que les hicieron viajar a los dos a Moscú a recibir una serie de cursos sobre técnicas de espionaje. En la capital de la URSS, Madollel llegó a asistir a un desfile de las fuerzas armadas desde la tribuna, ataviado con una cazadora de operario comunista que luego se trajo a España y conserva la familia.
Es aquí donde el libro llega a una profundidad relatando hechos a la que no llegaría una novela de espías. Al español le cambió estar en la URSS. Se quedó fascinado: «Le marcó su estancia en Moscú, por el nivel de preparación, por la educación con la que le trataron. Le impresionó el poderío militar soviético, sobre todo conociendo el nuestro. Al final se ve que tuvo cierto síndrome de Estocolmo. Además, los años que duró su misión como agente doble vivió muy bien. Piensa que no tenía ni coche ni vivienda, solo tuvo una moto, una Vespa, que compró con el dinero que le dieron los soviéticos y veinticinco años después todavía seguía circulando con ella por Madrid. Su hijo me confesó que su padre le había dicho que si algo sentía de la Operación Mari, era por los soviéticos».
Sin embargo, los traicionó. Con toda la información que recabó y los contactos que tuvo, la Operación Mari desarticuló las redes de información soviética en el Mediterráneo. Decenas de personas que trabajaban para el GRU, servicios secretos militares de la URSS, fueron o detenidas u obligadas a regresar a países socialistas.
Es en este punto donde me surge la duda de la afinidad del autor con el personaje objeto de su investigación. Madolell vivió al límite, consiguió culminar su misión poniendo en riesgo su vida, pero no dejaba de estar al servicio de Franco, el dictador que hundió España y asesinó a miles de españoles.
La respuesta de Reig me sorprendió: «Yo no creo en los héroes, pero sí en los actos heroicos. Creo que Madolell era un hombre de su tiempo, tradicional, pero le gustaba mucho leer y mi impresión por las cartas que le he leído es que no era franquista. Creo que Madolell era audaz, listo e inteligente y era consciente de que España con ese sistema no iba a ningún lado. Hizo la carrera militar porque se crío en un orfanato y salió de ahí para irse, con diecinueve años, a la División Azul. Era un niño del hambre. Su madre murió en el parto, su padre era un jornalero ferroviario que no podía mantenerle. Si entró en el ejército fue porque no tenía forma de comer en la Melilla de los años cuarenta. Para mí lo relevante y lo que hay que destacar de su personalidad y trayectoria es que era un superviviente. Era ese tipo de español que ha existido hasta hace muy poco, gente que se espabila muy rápido para poder sobrevivir».
Otro aspecto que debe destacarse de El espía que burló a Moscú es la imagen de una España intervenida por la CIA que se refleja, como ya hizo Alfredo Grimaldos en su libro La CIA en España. Los agentes americanos se movían por el país como por su casa y tenían a sueldo prácticamente a todos los servicios secretos españoles. Reig relata en la obra cómo España se fue quitando esa tutela de encima una vez muerto el dictador: «Estados Unidos, al poner las bases en España, estaba interesada en la seguridad española, por eso desplegó a sus agentes y se puso a formar a militares españoles. El primer intento serio por desligarlos fue de Gutiérrez Mellado, que dio forma al CESID. Él sabía de esto porque había sido espía. Sentó las bases de unos servicios de inteligencia modernos al unificar la sección de Información del Alto Estado Mayor y el SECED (Servicio Central de Documentación). Había estudiado cómo eran los de los países modernos. Hay que entender que la España de Franco era un país subdesarrollado y cuanto más subdesarrollado eres más dependes de otro. Sin industria armamentística eres dependiente. Por eso la tiene Francia, por eso la tiene Suecia. Nosotros en esa época no teníamos tecnología ni para poner un micrófono. Cuando Calvo Sotelo nombró a Emilio Alonso Manglano fue con la misión de modernizar los servicios secretos y también la de democratizarlos, de quitar franquistas. Mucha gente de la UMD (Unión Militar Democrática) entró entonces en los servicios secretos para limpiar. Luego con el PSOE, según cuenta Fernando Rueda y viene en las memorias de Perote, en la Operación Gino Rosi sorprendieron a los estadounidenses espiando a Alfonso Guerra, en relación con una novia que tenía,y echaron a todos los agentes de la CIA de España».
No obstante, sigue Reig, lo que ha notado en sus conversaciones con los antiguos agentes secretos españoles es que existen dos concepciones distintas y enfrentadas de lo que deben ser los servicios de inteligencia de un país: «Un agente secreto siempre quiere ser secreto. Pero dentro de este colectivo hay muchos que entienden que les perjudica que la población no comprenda lo que es un servicio secreto. Ellos mismos demandan una ley que desclasifique los secretos, que no la tenemos, ni la tienen en Italia, donde he investigado. Piden que se trate a los ciudadanos como adultos. En este caso, al ser este un tema de hace cincuenta años, muchos han colaborado conmigo porque consideran que es historia, aparte de que este hombre era muy querido dentro del Ejército porque era muy especial y han querido hacerle un homenaje». Tras la lectura, queda claro el dicho una vez más: la realidad supera a la ficción porque no tiene por qué esforzarse en parecer real.
Lo de Carrillo es como que no dura ni media frase pasar de «no, no, sólo comercial» a «Te vendo comunistas baratos a cambio de información». Carrillo, se lo de que los soviéticos lo usasen como le diese la gana ya tendria que haberse dado cuenta… o se dió y se hacia el tonto.
Todo por la causa, por la gloria de la Patria del Socialismo. Si había que sacrificar camaradas, sufriendo tortura y cárcel, pues se sacrificaban. Luego se excusaban diciendo que había que ser crueles porque el enemigo también lo era y que no se puede hacer una tortilla sin romper los huevos.
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Ha sido muy interesante para mi leer este artículo.
Les envío muchos saludos.
Luisa Maria Lanuza.
Solo he leído las primeras frases del artículo y empieza fatal,la OTAN no tenía en esas fechas bases en España.Tnía bases EEUU.