«Ser original es copiar con buen juicio». La cita se atribuye a Voltaire, y ciertamente es sustanciosa. Seguramente, a Daniel Espinosa, director de Life, deben pitarle los oídos cada vez que alguien la menciona. No porque el realizador haya ejercido su derecho a coger de aquí y de allí, sino por el mantra cansino por el que algunos parecen haber optado al tratar de hablar de su última criatura.
Dan O’Bannon, guionista de Alien, siempre ha admitido sus referentes fílmicos y literarios para crear al xenomorfo: «Junkyard», el relato breve de Clifford D. Simak (en el que una expedición encuentra unos extraños huevos en una incursión planetaria); Strange relations, del escritor de Indiana, Philip José Farmer, que escribió abundantemente sobre reproducción alienígena; Carrozas de los dioses, de Erich von Däniken, sobre las visitas extraterrestres a nuestro planeta. Y por supuesto, películas como 2001: una odisea del espacio o El enigma que vino de otro mundo, de Christian Niby o Howard Hawks, según a quién se pregunte. Si nos ponemos completistas, la influencia de las películas de mansiones encantadas y especialmente La mansión encantada (Robert Wise, 1963) también es obvia, solo que en esta ocasión la casa embrujada era una nave espacial llamada Nostromo.
Sin embargo, nadie iba de un lado a otro gritando «es que es igual que El enigma que vino del otro mundo», probablemente porque O’Bannon y Ridley Scott fueron capaces de pasar todo esos ingredientes por un tamiz extremadamente estudiado y lograron exprimir un clásico de clásicos: la historia de un alienígena metido en una nave y con pocos deseos de compartir espacio vital. Una bestia fan del lebensraum, «cuya perfección estructural es solo comparable a su hostilidad».
De hecho, cuando en una ocasión le preguntaron al mencionado O’Bannon por sus referencias más inmediatas a la hora de escribir El octavo pasajero, este contestó: «No he copiado a nadie en concreto: he copiado a todo el mundo».
Por eso resulta algo paradójico que una película hija de otras tantas sea el pilar de las belicosas críticas contra Life, un filme que —parece— no puede ser juzgado por sus propios méritos sino que debe ser triturado por las comparaciones con el tótem de Ridley Scott.
De la misma forma que resultaría imposible entender la ciencia ficción sin Metropolis o gran parte del cine de terror estadounidense sin el expresionismo alemán o Star Wars sin Trono de sangre, o a cualquier cosa sin Ford, Godard o Kurosawa, lo de ponerse exquisito con una película de ciencia ficción que tampoco peca de pretenciosa en ningún momento de su metraje, casi parece un ataque de esnobismo.
Life no es Alien. Tampoco es La Cosa (a la que se parece bastante más), y deja unos cuantos apuntes lo suficientemente agudos como para merecer unas líneas más allá de recordar cada dos minutos «es que es Alien».
«La existencia es destrucción» dice uno de los protagonistas del filme de Espinosa, lo que no deja de ser un recordatorio de aquel famoso discurso de Stephen Hawking sobre lo que le pasaría al género humano si alguna vez se produjera el famoso encontronazo con entes de otro planeta: «Con el billón de años de evolución que nos llevan, podrían mirarnos y pensar que somos simples bacterias».
Esa sería la primera y radical diferencia (y hay unas cuantas) entre Life y el clásico de Scott: el marciano de la primera no ve enemigos, ni es hostil (en el plano moral, hablamos de un organismo que no se preocupa demasiado de cuestiones éticas), se limita a hacer lo necesario para sobrevivir, al igual que la bota que pisa a cien hormigas y no siente remordimientos. Además, se mueve sin problemas en el interior y exterior de la nave, no hay malfuncionamiento de ningún androide ni ordenes confusas, el bicho ha sido cultivado en condiciones específicas y llega en una cápsula de muestras. No hay llamadas de socorro, ni visitas a planetas hostiles, ni naves espaciales abandonadas. De hecho, la película está formalmente más cerca del slasher (es obvio desde el principio que allí no sobreviviría ni Ripley) y más pegada al horror puro y duro que a cualquier otro género, y posee dos notables giros de guion, uno de ellos especialmente ingenioso (a un servidor le recordó a aquel otro truco de El silencio de los corderos, pero cada uno es libre de rememorar su propio twist) que la hacen sumamente entretenida. Si eso es un delito, Life ya puede declararse culpable.
Y ahí está la clave. Cuando uno entraba en la Nostromo, ya desde el inicio, lo que quería Scott de Ron Cobb y Chris Foss, empezando por el espléndido diseño de producción (ese receptáculo donde Ash se comunicaba con Madre, la computadora de la nave) era gigantesco. La propia elección de H. R. Giger como creador de la bestia o de Rambaldi (el de ET) como animador hablaban alto y claro de la épica que buscaba el director.
No hay épica en Life, ni la hay ni se la espera. Es un filme de terror, espléndidamente rodado (bastaría con ver el plano secuencia que abre la película), que explora las posibilidades de una estructura que va reduciéndose a medida que transcurre el metraje. Una película que empieza en espacios visualmente diáfanos para acabar metida (literalmente) en una caja.
Confinada a dos horas de duración, en ocasiones acelerada como el Halcón Milenario en la ruta Kessel, seca como un barril de Martini y de martillazo sin tregua, el gran mérito de Life reside en mirar siempre al espectador a los ojos, totalmente consciente de que gran parte de su efectividad reside en su capacidad para empatizar con un espectador que —probablemente— ya lo haya visto todo antes en alguna otra parte. ¿Funciona? Por supuesto. En los parámetros del cine comercial es absolutamente certera. Si uno busca la receta de la sopa de ajo es probable que deba de mirar en otra parte: Life no la tiene.
Al final, y como acostumbra a suceder en la vida real, la clave de cualquier evento y de su impacto en nuestro hipotálamo es la creación de expectativas. En las relaciones humanas, todos tratamos de maximizar nuestras virtudes inmediatamente después del pitido inicial. Transcurrido un tiempo, con los escudos caídos, se descubre al verdadero «él» o «ella».
Life va de menos a más, pero nunca se pone hombreras, ni esconde sus similitudes, sus referentes o sus homenajes (que los hay). En su honestidad, en esa aceptación radical de la propia naturaleza, es donde la película resulta notablemente seductora.
Picasso lo resumió todo con bastante menos palabrería: «Un artista copia; un gran artista roba».
Y no. Life no es Alien, gracias.
Pingback: Life: asesinato por comparación – Jot Down Cultural Magazine | METAMORFASE
Es curioso que siempre que se habla de Alien (1979) se omita su verdadero «referente», que es «Terror en el Espacio» (Terrore nello spazio, 1965) de Mario Bava; y es que el argumento de Alien está practicamente copiado de esta modesta coproducción italo-española (cómo el de Viernes XIII, lo está de Bahía de Sangre, también de Mario Bava). En ocasiones, en los documentales en los que sale el equipo técnico de 1979, alguno de ellos se refieren a ella como «aquella película italiana».
Buena película. Bicho moralmente comparable al de Alien. Fin del informe.
Es posible que Alien tomara cosas de otras películas anteriores pero sin duda el combinado que ofreció paso a ser el hito del cine que hoy conocemos, es más, muchas de las referencias en las que se apoyó Alien hoy no serían ni conocidas de no ser por ella, me atrevería a decir yo. O es que por ejemplo
¿Tuvo aquella película italiana el mismo impacto de Alíen? Es decir, la maestría de Alien consiste en la compilación de todos aquellos elementos anteriores y que realmente son bastante menos de lo que este artículo pretende hacernos creer (solo le ha faltado decir: «y en alíen naves espaciales, copiado de Stars Wars).
Que Life sea una buena, regular o mala película no quita que claramente se haya «inspirado», por suavizarlo de alguna manera, en Alíen. Pero que no pasa nada oiga. El rey León también plagio Hamlet (aunque de una manera menos evidente) y le quedo un peliculón. Simplemente disfruten y no se peguen esos calentones de cabeza intentando probar lo que no es.
En mi opinión, claro.
Alien es un clásico, y es muy difícil obviar la comparación si lo que se pone sobre la mesa es una nueva peli con «monstruo en nave espacial». Por lo demás, que un clásico no sea completamente original no es nada nuevo, y apunto un par de ejemplos: La Odisea y prácticamente todo Shakespeare.
El problema de la copia, cuando deja de ser un «homenaje» y pasa a ser un «robo», está en el momento y en la forma.
Momento, pq no es lo mismo hacer una película de un millonario lisiado q construye una armadura roja y amarilla q lo hace casi invencible y puede volar hace 50 años, q hacer la película ahora.
Pero donde viene el mayor problema es en la forma. «Alien» sucede en una nave austera poco imaginativa, sin exuberantes formas curvas o luces.
Igual q «Life»
El extraterrestre de Life no entra por un parte gritando con armas láser, se mueve por las ventilaciones y lugares poco accesibles de la nave. Igual q Alien.
En Alien para atrapar a la criatura se sellan puertas y conductos para encerrarlo y expulsarlo de la nave. Igual que Life.
En Life los astronautas hacen lo posible para q la amenaza no llegue a la tierra. Igual q Alien.
Alien es un ser perfecto, «indestructible», q teme al fuego; puede vivir en el espacio; se mueve sigilosamente y mata brutalmente, con una cabeza ahuecada Y NO TIENE OJOS. Igual q Life.
Voy a poner de ejemplo la música donde es más difícil no sonar parecido a algo.
Led Zeppelin ha «homenajeado» muchísimos músicos del blues y r&r, pero hay un abismo entre el «Rock And Roll» y la canción de Little Richard «Good golly miss Molly».
Nose trata de copiar, se trata de inspirarse y absorben pocos elementos, pero los más esenciales.