In my next life, I want to live backwards. Start out dead and finish off as a female orgasm. (Woody Allen)
El placer tensando las sienes, el cuello dibujando un arco. El corazón a la carrera en el tórax, los ojos vidriosos y brillantes como dos cuentas. Los espasmos frenéticos, el sudor y el aliento, sincopados, resbalando. El húmedo clímax. La petite mort. Carne que habla lo que la palabra no alcanza: el orgasmo. El de ella, en particular.
Gemir, bramar, retozar o maldecir. Con lujuria o con timidez. Por fortuna, nos ha tocado en suerte una época donde (prácticamente) cualquier reacción que acompañe al éxtasis sexual de la mujer no la convierte en una bruja, a menos que ella quiera. Enterrados en el agujero mohoso y combado del pasado han quedado los tiempos en los que la efervescencia del orgasmo era clínicamente diagnosticada como «paroxismo histérico», una desviación entre grotesca y luciferina. Lo que los médicos decimonónicos etiquetaron como desorden psicológico que debía ser curado o reprimido es hoy un concepto que manejamos como si siempre hubiera existido. El foco está en el cómo y en el dónde: treinta y nueve posturas para alcanzarlo, doce pistas para detectar si te están recreando un Cuando Harry encontró a Sally, cuatro para encadenarlos. El orgasmo ya no como reivindicación, sino como derecho, dice Amy Schumer.
Pero bajo capas endurecidas de evolución, modernidad y libertad sexual, continúa librándose una guerra ancestral. Una pugna que abarca toda nuestra civilización, aún incapaz de responder una pregunta sencilla en su apariencia: ¿Para qué sirve el orgasmo femenino? ¿Cuál es, exactamente, su función?
Desde que el ser humano, ya erigido sobre sus patas traseras, comenzó a escudriñar su cuerpo y a llamar al resultado «estudio», ha acumulado las utilidades de su propia anatomía: el corazón sirve para bombear sangre. Los pulmones atraen aire al cuerpo. Los meñiques de los pies nos permiten mantener el equilibrio. El estornudo sirve para expulsar sustancias irritantes. Y, en el caso de los varones, el clímax sexual (la eyaculación) tiene una misión determinante: la reproducción. La recreación es un bonus, según la ciencia; un incentivo adictivo que solaza y complementa a la perpetuación de la especie. Sin piernas no se camina, sin semen masculino no hay progenie.
Pero sin placer femenino puede haber concepción. Existieron y seguirán existiendo mujeres que lanzan sus genes al futuro sin haber experimentado ni un destello de esa ambrosía sexual. No hay vínculo entre el orgasmo y la reproducción.
Aristóteles vio en ello más o menos lo que esperaba ver: otra constatación de la inferioridad de la hembra frente al varón. Las mujeres no solo tenían menos dientes, menos huesos y menos inteligencia (tampoco es que se molestaste en contarlos), sino que, además, experimentaban un goce completamente irrelevante, por inútil. El filósofo, también precursor de la anatomía y de la biología, movió ficha en su estudio del comportamiento sexual y fisiológico en el siglo V a. C., y fue responsable de que el orgasmo femenino fuera simultáneamente reconocido y devaluado. En sus tratados daba cuenta del regocijo que algunas mujeres experimentaban durante el coito, pero lo desproveía de cualquier atisbo de importancia en detrimento del disfrute del varón. Ese era el que había que esforzarse en lograr, la supervivencia estaba en liza. Para él —y para el resto de la ciencia durante siglos, que respetó sus axiomas y construyó sobre ellos— el cuerpo de la mujer era la causa material del embarazo y el hombre la espiritual. Él entregaba el semen en la concepción, y ella mero receptáculo de la simiente. Su disfrute no merecía más que emociones abreviadas, no había por qué derrochar esfuerzo en su búsqueda. «Las hembras son por naturaleza más débiles y más frías, y hay que considerar su naturaleza como un defecto natural», decía.
La pugna comienza cuando un médico romano, Galeno, se emperra en tirar de las costuras del razonamiento del estagirita. En el siglo II a. C. se afanó por demostrar que ese fluido femenino que Aristóteles consideraba exento de «espíritu ni fuerza vital» sí tenía un papel relevante. Esa sustancia generada durante la cópula, el semen femenino, debía mezclarse con la eyaculación del hombre para concebir. Su función era excitar sexualmente a la mujer, abrir el cuello del útero y facilitar la fecundación. Defendió la concordancia orgásmica… y perdió la batalla. No fue porque los dogmas aristotélicos encontraron un arraigo casi temible en (¡oh, sorpresa!) el moralismo cristiano posterior, al que le vino de perlas que esos postulados apuntalaran su inquebrantable determinación de convertir el sexo en una herramienta exclusivamente reproductiva. De haber abrazado las tesis de Galeno, los padres de la Iglesia no habrían tenido otra que aceptar el placer femenino y reivindicar el derecho de la mujer a sentir, refocilándose en todas las posturas posibles. A saber qué habría sido de la humanidad si hubiera prescindido de la mancha de la lascivia y el pecado… y del nefando vicio solitario.
La batalla entre galenistas y aristotélicos se enquistó durante cientos de años, y Galeno resultó derrotado, fundamentalmente, porque defendió causas muy nobles por las razones equivocadas. Como se descubriría después, efectivamente, ni el semen femenino ni el orgasmo eran obligatorios para la concepción, por mucho que eso simplificara las cosas para ellas. A cambio, durante los siglos XV y XVI se convino en una suerte de solución salomónica entre ambas posturas: si bien el goce no era condición necesaria para la fecundación, lo era para su perfección. Se decía que los niños que habían sido concebidos con placer sexual femenino debían ser más sanos y perfectos que los que no.
Se sucedieron siglos de hitos e investigaciones revolucionarias, de mujeres monitorizadas donando orgasmos a la ciencia y parejas con electrodos follando tras un cristal. Estudios de comportamiento, de fisiología y búsquedas del tesoro en forma de G. De (gracias) Masters y Johnson. De Freud y sus disquisiciones sobre el orgasmo vaginal y el clitoriano. La fe arrollada por la monarquía del sexo, diría Foucault.
Y aquí estamos, en el mismo atolladero. Filósofos, antropólogos, zoólogos, científicos, y genetistas atrapados en la nave nodriza de todos los misterios sobre la sexualidad: ¿para qué sirve un orgasmo femenino? Su lógica permanece esquiva. Persisten las hipótesis conflictivas y no hay respuestas definitivas sobre su exacta razón de ser. Teclee y Google proveerá: la ciencia médica maneja tantas suposiciones que no es difícil que alguna se acomode a sus personales conjeturas. El orgasmo femenino parece condenado a ser objeto de especulación.
En 2005, la filósofa científica Elizabeth Lloyd publicó un controvertido libro en la Harvard University Press, The Case of the Female Orgasm, en el que recopilaba varias decenas de estas especulaciones y estudios, después de años de investigación. Lo que parecía una aportación más a ese caótico corpus sobre el misterio era en realidad algo aún más funesto. Porque lo peor que puedes hacer cuando alguien va en busca de respuestas es atizarle con más interrogantes y hacer un compendio de todas las equivocaciones vigentes. En el volumen, Lloyd examina veinte de las decenas de hipótesis que tratan de darle significado al orgasmo femenino, bordeando una sola cuestión: ¿Por qué? No: Para qué.
La tesis de la succión uterina
Una de las más extendidas y aceptadas en la pasada década, incluso desde antes de que Robin Baker y Mark Bellis publicaran su investigación al respecto en 1993, que aún goza de predicamento. A grandes rasgos, sostienen que el orgasmo femenino causa contracciones que «levantan» el esperma para ayudar a la concepción, una especie de mecanismo de retención. El problema, tal y como expuso Lloyd, es que muchas de esas evidencias no eran tales: en varias tablas, el 73 % de los datos provino de una sola mujer. Además, cita otras tantas investigaciones que refutan la existencia de esa aspiración poscoito, como la del fisiólogo sexual Roy Levin, que denomina a esta teoría la «hipótesis zombi» porque se niega a morir a pesar de que (desde la perspectiva de la evidencia) está ya muerta.
La tesis del agotamiento y la gravedad
En 1967 el zoólogo Desmond Morris inauguró la teoría de que el orgasmo femenino tenía la función fisiológica de mantener a la hembra horizontal tras la cópula. Eso resolvía, al menos para nuestros antepasados, los problemas potenciales que planteaba la gravedad a una especie bípeda. «La respuesta violenta del orgasmo femenino deja a la mujer sexualmente saciada y agotada, y al permanecer tumbada para recuperarse la fertilización no se ve amenazada», afirmaba. Lloyd desmonta esta explicación adaptacionista basándose en un buen número de evidencias, y quizá la más jugosa es la que plantea otra pregunta. Si la postura idónea para que la mujer alcance el clímax, según está demostrado (de nuevo, gracias, Masters y Johnson), la ubica a ella en la cima, ¿no estimularía eso el drenaje de la gravedad, en lugar de prevenirlo?
Y así va deslizándose por una suma de teorías que durante cuarenta años las revistas científicas han acumulado en una espiral de refutaciones implacables: desde la que afirma que el orgasmo femenino tiene el papel de reforzar el vínculo afectivo con el varón, hasta la que estudia la simetría facial de la pareja y su (falsa) correlación con la consecución del clímax. Salen escaldadas las que lo relacionan con la segregación de oxitocina y tampoco suda mucho la autora al desbaratar las que argumentan que los orgasmos femeninos ayudan a las mujeres a elegir mejores parejas, como si el éxtasis susurrara al oído que ese hombre es adecuado para formar una familia. Así, tal cual.
La conclusión de Lloyd es exactamente la que se intuye: que, de momento, la ciencia no ha provisto de una explicación válida que arroje luz sobre la funcionalidad biológica del orgasmo femenino. La autora se descubre como evolucionista, y si tuviera que dar forzosamente una respuesta al para qué, aludiría a dos cosas muy concretas: pezones masculinos.
¿Para qué sirven los pezones masculinos? ¿Cuál es su funcionalidad?
La respuesta más tentadora es que no tienen ninguna en absoluto. No juegan ningún papel en la supervivencia ni reproducción de los hombres. Son un vestigio: «El macho y la hembra tienen la misma estructura anatómica durante dos meses en la etapa de crecimiento del embrión, antes de que las diferencias queden establecidas. La hembra obtiene el orgasmo porque el macho lo necesitará más adelante, igual que el macho obtiene los pezones porque la hembra más tarde los necesitará», explica Lloyd. Además, hace una distinción capital: reconoce y acepta que el placer que las mujeres obtienen del sexo tiene la función biológica de estimular la actividad sexual (y con ello la reproducción), pero eso no es lo mismo que la funcionalidad biológica y específica del orgasmo.
En definitiva: el orgasmo femenino es una luz que la naturaleza —afortunadamente— se olvidó de apagar. Por supuesto, a Lloyd se le echaron encima con furia. Aunque ella misma planteaba esta respuesta como solución de provisionalidad («Mi punto de vista no es necesariamente la explicación correcta. Es solo que en este momento es la mejor explicación que está respaldada por la evidencia (1)»), le diluviaron las críticas a su escepticismo, argumentando que esa teoría «devaluaba» el orgasmo de las mujeres, como ya tan perversamente hizo Aristóteles.
Su réplica fue contundente, y ahondó en el que podría ser el meollo mismo de todo el asunto: ¿por qué el hecho de que no tengan —o no sepamos aún discernir cuál es— una función biológica clara va a convertirlos en superfluos? ¿Es que el placer no es suficiente argumento? Las habilidades para tocar el piano o para resolver ecuaciones complejas no tienen vínculos con la supervivencia y la reproducción, y tampoco hay nada irreal o frívolo en ellas (la comparación es suya). «Es, simplemente, un regalo de la evolución».
Lloyd desafió a muchos, a casi todos. Enojó a algunas parcelas del feminismo, al gran sector de los hombres científicos (a los que acusaba de sesgar los datos de sus investigaciones) y a la derecha religiosa que aún se acuerda de ofuscarse, con afectada repugnancia, ante nada que huela a sexo. Los movilizó en su contra, quizá con la esperanza de que ellos se respondieran a una simple cuestión:
¿Y qué? Sometimes an orgasm it’s just an orgasm, tituló una de sus primeras ponencias sobre el asunto.
Así que después de siglos de batallas, de refutaciones y de círculos concéntricos, quizá no se había formulado la pregunta adecuada. El orgasmo femenino no necesita ninguna función biológica que lo respalde, el placer es su más poderosa reivindicación. Quizás ha sido absurdo difuminar los bordes toscos y decepcionantes de nuestro pasado para dar con una piedra de Rosetta que tradujera el estímulo animal, con una respuesta. Una a la que pudiéramos dar una forma lógica que asesinara el misterio.
Como si fuera insoportable que, en el centro del clímax, latiera todavía un fondo salvaje de salvaje verdad.
An orgasm a day keeps the doctor away. (Mae West)
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(1) Este mismo año se ha publicado una nueva investigación que indaga en el origen evolutivo del orgasmo femenino. Llevada a cabo por Gunter Wagner y Mihaela Pavlicev, va tomando fuerza. Concuerda en lo esencial con lo expuesto por Lloyd (que el orgasmo de las mujeres es un vestigio evolutivo que no tiene utilidad práctica para la reproducción), pero barruntan la posibilidad de que en su momento sí la tuvo: desencadenaba la ovulación. Según sus conclusiones, grosso modo, el ciclo de ovulación de las humanas es independiente de su actividad sexual, sin embargo, en otras especies de mamíferas viene inducido a través de la cópula. Por esta razón, los investigadores han establecido la hipótesis de que antiguamente las hembras humanas también ovulaban después del clímax sexual, y la evolución modificó este proceso hacia una ovulación espontánea. Otro de los hallazgos más interesantes del estudio es que ha permitido saber que el clítoris no siempre ha estado en su posición actual.
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No sé si es que yo soy muy simple o qué, pero lo veo claro.
La función del orgasmo femenino es exactamente la misma que la del orgasmo masculino: hacer del sexo algo placentero.
Piensen en qué sería la cópula sin placer: repetición extenuante de movimientos. Exacto: ejercicio físico, la más odiosa de las actividades humanas.
¿Qué mujer en su sano juicio practicaría sexo sin la esperanza de obtener placer?
¡Huirían en cuanto nos vieran aparecer con el pene erecto!
Casi toda cópula sería una prácticamente una violación.
Se convertiría en una actividad de riesgo y penosa para los dos sexos. Un desastre evolutivamente hablando
Eso mismo he pensado yo durante la lectura de todo el artículo. Tema aparte, el orgasmo masculino también creo que debería entrar en cuestión(decidme si me equivoco). El orgasmo masculino no tiene necesariamente que ir unido a la eyaculación(ej sexo tántrico), así que siguiendo esa línea también habría que preguntarse el por qué del orgasmo masculino.
Absolutamente de acuerdo.
Y añado : a ningun/a sesudo/a estudioso/a del tema se le ha ocurrido nunca pensar en la reproducción masculina? Sería interesante conocer sus conclusiónes, o dicho de otra manera ¿por que la naturaleza le da la parte dolorosa de la reproducción a la hembra y aun así pretende quitarle cualquier digamos premio que pudiera contrarrestar ese dolor ? Aristotéles diría que el hijo en sí mismo seria el premio pero para llegar a ese premio el macho solo ha obtenido placer. ¿Por qué esa disfuncion, por qué esa injusticia? Al final podría llegarse a cualquier conclusión de ciencia ficción ? pero ese seria otro tema…
Pues a mí, al contrario que a la Iglesia, todo lo que huela a sexo crudo me encanta. En cuanto a lo de que el clítoris no siempre ha estado en su situación actual, me lo creo porque yo conocí a una mujer preciosa ( a lo Laura Prepon ) que lo tenía en el codo. CODO con D, no con Ñ. Lo de Woody Allen lo entiendo porque me parece que en esto somos iguales, no saldríamos nunca de entre las piernas de las mujeres. ¿Para qué…?
Yo me sumo a la tesis. Para cualquier especie la reproducción es un mandato. Transmitir tus genes y perpetuar la especie. Si llegas a un nivel racional entrar en juego otros factores. Está claro que para el macho hay un componente de placer. Y una vez terminado el acto sexual todos los engorros (reproductivos) son para la hembra. Si ella no tiene ese aliciente del posible placer sexual, y conoce todas las desventajas posteriores a ver cuál va ser la razón para embarcarse en semejante viaje.
Desde el mismo instante que el artículo plantea la pregunta yo estaba respondiendo: sirve para obtener placer. En primer lugar la mujer que lo disfruta. Y en segundo lugar, para lo mismo: para que su pareja también lo disfrute. Yo al menos lo disfruto. Siento placer real disfrutando del orgasmo de mi pareja.
Con lo bien que me caía Aristóteles, je je
Seguro que él pensaba lo que dice el artículo?
Por otro lado. Señores científicos, menos elucubrar y más follar.
Enhorabuena por el artículo, pero me gustaría comentar un aspecto que normalmente se confunde cuando se habla de Evolución:
Los rasgos o caracteres de un individuo no «están para», sino que están «porque». Porque la Selección Natural no los ha eliminado, o los ha reforzado (siempre que se puedan transmitir de generación en generación, claro; es decir, siempre que tengan base genética). Por lo tanto, habrá caracteres que «tengan función», que «sirvan para algo» (nos confieran ventaja respecto a otros individuos que no posean esos caracteres) y otros que no, pero que por el motivo que sea la Selección Natural no los ha eliminado (mantener esos caracteres tampoco confiere una desventaja a los individuos que los posean, no son costosos de mantener, etc).
Sobre el orgasmo femenino, una hipótesis algo pueril que se me ocurre acerca de por qué se ha mantenido en nuestra especie (y aquí toco de oído, pero creo que también está presente en otras), es que las hembras/mujeres que disfruten de orgasmos con más facilidad sean más proclives a follar más asiduamente, teniendo más descendencia y aumentando así la frecuencia de los «genes del orgasmo» en la siguiente generación. De esta manera, el carácter «disfrutar de orgasmos» conferiría una ventaja adaptativa sobre otras hembras/mujeres que no follaran tanto simplemente porque no les resulta tan placentero.
A mi se me ocurre una posibilidad… siempre que nos olvidemos un momento de la monogamia. El orgasmo serviría para que, al tardar más generalmente las mujeres que los hombres, al acabar este, alguien tome su puesto, lo cual añadiría una competición extra a los genes, ya que no sería sólo competir entre los espermatozoides del mismo hombre a ver cual es más rápido. También sería competir con los de los demás que hubieran participado.
Sí hombre, y meter la polla justo ahí, con todo el mejunje del otro… ¡Cómo se nota que te va todo!
No hable desde la cultura de conceptos evolutivos. La tesis de bufalo es bien conocida. Un orgasmo mucho mas lento que el masculino para permitir la eyaculacion de varios hombres previamente y tener mas papeletas de encintar.
No olvide que en aquellos tiempos eramos, esencialmente, mas libres.
Nada o casi nada en sus orígenes fue lo que es. Lo más importante para la preservación de la especie, la reproducción, debia estar de alguna manera vinculada al placer inicialmente. Pero placer sexual y reproducción han seguido caminos independientes quedando todavía un largo trecho para resolver su contradicción. Mientras tanto, la tarea por lograr mejores orgasmos para todos debe seguir adelante sin detenerse y derribando muros.
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Escribes de maravilla.
Pues es un tema complicado el que se plantea, del que no tengo ni idea pero creo que entiendo el problema. Lo primero, aclarar que no se debe confundir la causa con el efecto ¿no? No es porqué siente placer la mujer con el orgasmo, si no porqué tiene el orgasmo en primera instancia. Como se explica en el artículo, en el hombre el placer es un bonus a algo que científicamente tiene explicación, que es que la eyaculación es un requisito indispensable para conseguir la reproducción, así que la eyaculación u orgasmo masculino tiene su razón de ser evolutiva/científica al margen de que le produzca placer, mientras que en la mujer aparentemente no. Si la teoría de la evolución dice que cualquier función fisiológica que no sirva para la perpetuación o mejora de la especie acaba desapareciendo, entonces el orgasmo femenino parece no tener explicación. Puede que el placer tanto en el hombre como en la mujer sean un acicate para favorecer el ansia reproductiva, y en consecuencia para la perpetuación de la especie, y que con eso quede todo dicho. En ese caso, me surge una visión muy pesimista viendo que el mundo está superpoblado y que los recursos se agotan y que la reproducción empieza a estar penalizada en términos socioeconómicos y por consiguiente, de supervivencia de la especie: el placer del orgasmo debería reducirse de forma proporcional a la necesidad de reproducirse para sobrevivir, así que estamos jodidos.
No veo el porque el orgasmo viene condicionado a nada social, cuando es algo tan personal, tan tuyo mujer, tan mío cómo hombre, lo concibo como una manera de aunar esfuerzos en arte amatorio.
Porque los hombres hablan del placer femenino ?
Cuando leo sus artículos me parecen tediosos,,,,no entienden nada , no son mujeres ….esa es la única razón.Se quiere seguir ignorando que el placer de la mujer es brutal cuando se enamora ?
La mujer percibe la química por el olor y sus ovarios se ponen en alerta al momento, el deseo es tan irresistible tanto como el del hombre , por no decir mas Por último la mujer puede sentir tanto el placer vajinal y tambien puede ser multiorgasmica con el clitoris.
como se les ocurre hablar de la mujer sin ser mujer?? Y ahora meto un rollo que queda genial y no tiene nada que ver con el articulo! Porque ole mis ovarios de hembra!
¿No se ha sacado ninguna conclusión de la reproducción de los animales? El arte sexual de los mamíferos debería ser parecido entre sí. Quizá la mejor forma de entendernos a nosotros mismos sea entender a otras especies que se nos parecen.
Yo creo que sencillamente que la función del orgasmo es el placer. A raíz de aquí se pueden sacar muchas concusiones pero de las principales es que esto hará que tengamos una vida más saludable, equilibrada y feliz.
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La mujer y su placer íntimo…la historia se ha encargado de silenciar su voz, de transmitir otras ideas erróneas y me atrevería a decir que en el mundo actual todavía no se atreven a experimentar sobre su cuerpo. El tabú social heredado es una huella todavía muy enraizada.
Gran artículo. Se nota que te gusta escribir.. un saludo