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Historia de dos cuñados

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Portada de la primera traducción al castellano de Tirant lo Blanc, impresa por Diego de Gumiel, 1511.

¿Hablaban de literatura? Lo dudo. Son dos de los más grandes escritores valencianos de todos los tiempos y eran cuñados, pero no debían de hablar de literatura. Para empezar eran señores feudales, tenían sus tierras y sus siervos, pero a uno le iba mucho mejor que al otro.

Ausiàs March supo ver el mundo que venía, el mundo del Renacimiento, el mundo del mercantilismo, el mundo del dinero. Se dedicó a plantar caña de azúcar en sus tierras y le fue muy bien. Joanot Martorell empezó siendo medio pobre (su familia entró en una decadencia rápida e inexorable desde que murió el padre) y acabó siendo pobre del todo, pobre pero con el orgullo y el honor de los viejos señores feudales, enredándose en duelos y pleitos y letras de batalla y peleas con otros nobles y perdiendo las pocas tierras que le quedaban, hasta tener que acabar prácticamente viviendo en la más absoluta miseria, lo que le llevó a vender a su vecino lo único que le quedaba por vender: el manuscrito del Tirant lo Blanc. Estamos en 1464. Joanot Martorell ha tardado cinco años en escribir su libro. Y cuando por fin lo acaba se lo vende a Martí Joan de Galba porque «passava moltes mecessitats e lo dit Martí Johan li prestaba dinés sovint». Es decir, que durante mucho tiempo se pensó que el Tirant tenía dos autores, cuando en realidad lo que hizo Martí Joan de Galba fue solo prestar dinero a un pobre y viejo Joanot Martorell (que moriría muy poco después). Y eso le garantizó un lugar en la historia de la literatura valenciana… Sí, puede parecer poco. Pero Martí Johan de Galba hizo algo más, de hecho hizo lo más importante de todo: publicar el libro. Y sí, se tomó su tiempo, desde el 1464 hasta el 1490, es decir casi treinta años, pero lo que importa es que al final lo llevó a la imprenta.

¿Por qué tardó tanto? No lo sabemos. ¿Qué hubiera pasado si ese manuscrito se hubiera perdido o estropeado en todos esos años? Bueno, eso sí lo sabemos: no habría Tirant lo Blanc y por tanto no habría cita de Cervantes ni nada de nada. Es horrible pensar que grandes obras de la humanidad podrían haberse perdido, pero eso pasaba muy a menudo y de hecho muchas se habrán perdido (y por tanto nunca llegaremos a conocerlas) y otras no se perdieron: las eliminaron los guardianes del canon literario, los defensores de la buena literatura y las buenas costumbres. De manera que tenemos que suponer que lo que nos llega es siempre una parte menor pero no determinada de lo que existió.

En cualquier caso, volviendo al principio, me gusta imaginar a Ausiàs March y a Joanot Martorell en una cena familiar. No eran buenos cuñados, desde luego, porque Ausiàs March, que sabía que los Martorell no estaban en su mejor momento, se empeñó en cobrar toda la dote antes de casarse con Isabel de Martorell, y eso retrasó la boda durante dos años. La poesía es la poesía y la pasta es la pasta, debía pensar Ausiàs March, que no dejó de escribir poemas ni de ganar dinero en toda su vida, pero eso sí, todo en su debido orden y sin que una cosa interfiera en la otra. Al final se quedó con todas las tierras que quería como dote (y con eso contribuyó a hundir más a la familia Martorell, que veía como sus posesiones se esfumaban) y la esposa le duró poco, porque la pobre Isabel, que tanto había esperado para casarse, se murió ese mismo año, sin darle ni un hijo a Ausiàs March pero a cambio dejándolo como heredero universal (con lo cual las tierras de su dote no volvieron a la familia Martorell). Vamos, que a unos les va bien y a otros les va fatal, y mientras Ausiàs escribe sus poemas de amor, sus poemas morales, sus poemas espirituales y todo lo demás que quiere escribir, y mientras Joanot Martorell sueña con ser el gran señor feudal, el gran caballero, el gran noble que nunca llegará a ser.

Simplificando: Ausiàs March escribe sobre lo que vive y Joanot Martorell escribe sobre lo que le gustaría vivir. Porque cuando su héroe salva al Imperio bizantino está soñando con cambiar la historia, porque Constantinopla y las ruinas de su imperio ya habían caído en manos de los turcos (de hecho acababan de caer hacía muy pocos años: en el año 1453). Y cuando su Tirant muere de una enfermedad después de haber hecho testamento (es decir, después de aceptar su muerte como algo natural), y sobre todo después de haber alcanzado todo el poder y la gloria que un mortal puede alcanzar en este mundo, le está cambiando el final a su héroe real, el hombre en el que se inspiró: Roger de Flor, el jefe de los almogávares, que murió asesinado a traición en un banquete por orden de Miguel IX, hijo del emperador bizantino Andrónico II.

La historia de la humanidad está llena de traiciones y envidias, pero luego viene la literatura para tratar de arreglar estos asuntos tan feos. Y a veces lo hace tan bien con estos remiendos caseros que casi nos creemos la historia de mentira, la de la literatura, y nos olvidamos de las miserias y las derrotas de la historia real, la que no duerme en los manuscritos sino en los viejos cementerios.

En realidad lo de «el Blanco» le viene al Tirant por otro de los personajes reales cuyas historias conocía Joanot Martorell: Janós Hunyadi, un caballero húngaro, de Valaquia (o «Balachus», de donde se pasa a «Blanch»), que luchó contra los turcos. ¿Pero eso qué importa? ¿Acaso un personaje real, cualquier personaje real, puede hacer sombra a un personaje de ficción como Tirant lo Blanc, que lleva cambiando la historia, buscando el amor de su amada y defendiendo los ideales y los modos de vida del mundo caballeresco durante quinientos años? Joanot Martorell sabía que su mundo desparecía. Sabía que venía el Renacimiento, que el final de la Edad Media era el final de su clase social. Tal vez no pudiera ponerle nombre a lo que pasaba, tal vez todo fuera una sensación difícil de entender, pero por eso escribió un libro que hablaba de un caballero ideal, pero real, de un caballero que no tenía poderes mágicos, ni sobrenaturales, que ganaba batallas por su inteligencia y por su valentía, que era humano pero extraordinario. Con su libro rendía culto a cientos de caballeros reales, con su libro nos devolvía a los tiempos de las grandes crónicas de los reyes de la Corona de Aragón, a los antiguos cantares de gesta. Era un bello epitafio. Y era lo único que podía hacer.

¿Y Ausiàs March? Él sí que había participado en las campañas del Mediterráneo. Había estado en la armada de Alfonso el Magnánimo y había luchado, espada en mano, en la conquista del sur de Italia. También había estado en la corte y sabía de las intrigas de palacio. Era un guerrero, era un cortesano, era un señor feudal que controlada férreamente a sus siervos, era un hombre muy experimentado en asuntos amorosos (con dos esposas y muchas amantes: no como su cuñado, que no se casó nunca ni se le conocen hijos bastardos) y era un empresario, un hombre moderno que quería sacar la máxima rentabilidad a sus tierras, construyendo molinos y acequias y viendo qué cultivos eran los más adecuados para cada campo. Y tal vez por eso su poesía es íntima y se aleja del mundo. Tal vez porque conocía demasiado bien el mundo.

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2 Comentarios

  1. humonegro

    Buen artículo. Como todos.

  2. Pedro Silva

    enhorabuena

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