Sociedad

Usted puede ser infeliz

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Matthieu Ricard, 2014. Foto: TED Conference (CC).

Algo distingue a las personas que son felices: un rubor en las mejillas, un brillo especial en los ojos, un micrófono en la solapa. «Yo era rico, salía con modelos, tenía cochazos, pero no era feliz. Cambié de actitud…». Los filósofos se han afanado en este asunto durante generaciones sin obtener nada solvente. Aristóteles, que no es un cualquiera, no consiguió precisar más allá de «un cierto vivir bien». Ahora lo vemos claro: en la Grecia clásica no había psicólogos de esos que van por los platós ni había coaches. Había sofistas, pero eran más listos.

El primer efecto de esto que llaman «felicidad» (sí, me he puesto el salacot y he cogido el cazamariposas, ¡vamos a la captura del concepto!) es una irrefrenable necesidad de hablar de ello. La gente feliz se amontona en los platós, en las firmas de libros de autoayuda, en las charlas del TED. Sin duda, movidos por un impulso superior a ellos mismos, necesitan explicar a los gentiles cómo el tesoro escondido está delante de sus narices, cerquita, a la vuelta de la esquina. La mayoría de estos discursos tiene una estructura parecida: yo tenía todo lo que la sociedad decía que hay que tener (rentas, prebendas, loores, canonjías, encomios y aplausos), pero no era feliz; entonces, en un encuentro inesperado (con un sabio, un coche en dirección contraria o vaya usted a saber) me reveló el sentido de la vida. «Yo era un infeliz. Vivía amargado, vivía sufriendo, no duraba en ningún empleo, ¡tenía seborrea! Mi pobre mujer vivía quejándose, mis hijos me reclamaban más atención. Hasta que un día, un amigo, me prestó el disco de Warren Sánchez Buscando el sendero. Y desde ese día mi vida cambió: dejé de sufrir, dejé de amargarme, dejé de trabajar. Dejé a mi mujer, dejé a mis hijos…». (Esto es un chiste de Les Luthiers, pero ya ven la verosimilitud).

El sentido de la vida (y sus recetas) son siempre un poco decepcionantes. «Dedico una hora al día a hacer deporte», «pienso un poco más en mí y menos en la sociedad», «sé el dueño de tu vida» y una ristra de majaderías en este tono. Lo cierto es que si tienes que haber sobrevivido a un accidente cardiovascular para darte cuenta de que tienes que «mirar todo desde el punto de vista positivo», quizás el oficio de gurú te queda un poco grande. La predicación del Reino de Dios se hizo a los humildes usando parábolas para que no les estallara la cabeza por la contemplación de las verdades divinas. Los teólogos luego han elaborado tratados sumamente complejos. Los heraldos de la felicidad también tienen parábolas, unas historietas aleccionantes con una moraleja no muy refinada, pero lo más que se puede desarrollar con esto no es una Summa Teológica sino un libro de autoayuda.

Pero basta de chanzas. Si estos predicadores de tres al cuarto tienen éxito (dejaron de hacerse ricos invirtiendo en bolsa, oficio que los hacía tremendamente desdichados, para hacerse ricos dando estos sermones) es porque han encontrado un combinado eficacísimo: crear una idea (estoy siendo muy generoso utilizando esta palabra) de felicidad absolutamente impracticable y culpar al que no es feliz de su desdicha. Si puedes ser feliz usando tres consignas que hasta un chimpacé con gafas podría entender, es que eres infeliz por desidia. ¿Y por qué sabemos que funciona? Porque ahí está el coach de turno, vivo ejemplo de la efectividad del método.

Esta lógica, responde, por supuesto, a un plan para seguir dando conferencias, vendiendo libros y otras tantas cosas similares. Pero, ¿no es sospechoso que un discurso tan endeble sea tan rentable? Y con esto llegamos a la cuestión fundamental: la incapacidad general para diferenciar entre razonamientos sólidos y falacias. Cualquier discursito sobre «la superación», «ser feliz» o «ser el dueño de la vida» debería empezar por una definición de los conceptos «superación», «felicidad», «dueño» y «vida». Y si el orador no es capaz de ser preciso, uno se levanta y se va. Pero ante la falta de la exigencia, el predicador no tiene más que remangarse.

Si presta atención, notará cómo estos discursos se fundamentan en un amable argumento de autoridad: yo era un desgraciado, ahora no lo soy, así que hazme caso. Pero a veces, movidos por un celo apostólico muy embravecido, deciden disparar con toda la artillería para que a nadie le quede ninguna duda de que lo que cuentan es verdad verdadera: llaman a «la ciencia». En estos días, preparando este texto, he encontrado un vídeo delicioso en el que Punset es entrevistado junto con el presidente del «Instituto Coca-Cola de la felicidad». ¡Ambrosía! Resulta que Punset dirigía un congreso que este egregio y sapientísimo instituto financiaba. Punset dice dos cosas fascinantes: «la felicidad es una emoción y básicamente los expertos la definen como la ausencia del miedo». Después dice que él ha sido feliz toda su vida, salvo un cuarto de hora. Esos quince minutos de desdicha se debieron a un control policial, mientras el llevaba octavillas de ocultas en el doble fondo de una maleta: contrabando del Partido Comunista.

La definición «la felicidad es la ausencia de miedo» queda muy bien como mantra o como lema para un escudo heráldico. De nuevo, se emplean unas fórmulas que han probado su eficacia, porque suena como una frase que pudo decir san Pablo o Buda. Pero esta afirmación carece de rigor. Como poco, habría que definir «miedo», para justo después entrar en un largo proceso de discernimiento sobre si alguna otra emoción interfiere o es lo contrario de la felicidad. Además, ¿qué efectos tiene eso que llama felicidad? ¿Cómo se describe? En fin, un jaleo. Es más provechoso decir lo que dice él: queda más redondito y no confunde al auditorio con esas tediosas diatribas a las que se dedican los filósofos.

Leí hace unos días una noticia que hablaba del desprestigio que se ha granjeado la ciencia a cuenta de hacer estudios estúpidos. La noticia estaba ilustrada por una foto de un monje budista (con su hábito azafrán y su cabeza monda y lironda), con la cocorota llena de electrodos para averiguar qué pasa allí dentro. Matthieu Ricard es un converso al budismo, que fue nombrado por «la neurociencia» (esto lo escuché tal que así en Redes) como el «hombre más feliz del mundo». El estudio en cuestión ubica en una parte del cerebro el nicho de las «emociones positivas», y ahí el amigo Matthieu se sale de las escalas. Combina sus momentos de conejillo de indias con la escritura de libros edificantes y conferencias aquí y allá. Yo no sé mucho de budismo, así que no me voy a meter a discernir si la ataraxia es análoga a lo que el Occidente cristiano entiende por felicidad. Lo que sí sé es que aquí se hace una equiparación entre «emociones positivas» y «felicidad» sin que nadie sospeche. Y por supuesto, me inquieta el enunciado «la universidad de Wisconsin declara que fulano es el hombre más feliz del mundo», porque la ciencia se ocupa de lo mensurable, y la felicidad, ¡que apenas se ha definido!, no lo es. (Otra cosa es que le hubieran dado el título de «ser humano con mayor cantidad de sustancia tal en sangre de entre todos los individuos a los que hasta ahora le hemos hecho análisis», pero así el titular desluce mucho).

Todo este empeño por ser feliz ha servido para convertir a la felicidad en un bien de consumo, que se adquiere bajo la forma de libros de psicología barata, charlas motivacionales, retiros para encontrar the bright side of life. Que el capitalismo haga de las suyas no debería extrañarnos. Pero me inquieta esta cosa infantil del querer ser feliz siempre. La tristeza es, a veces, tan inevitable como sana. Tuve noticia de que hay gente que no pone películas de Disney a sus hijos porque la madre de Bambi se muere. Si non é vero, é ben trovato. Tu trabajo es una mierda, pero tú, feliz. Se mueren tus padres, pero tú, feliz. Hay algo horripilante en todo esto.

Esta apología de la felicidad tiene un correlato adolescente que es la apología de la tristeza: el mundo es cruel, nadie me entiende, y otras tantas chiquilladas que terminan haciendo que un chaval se pinte ojeras negras y escriba poemas góticos sobre la condenación de las almas. Esto, que es exactamente igual que lo otro, ¿a que sí que nos parece completamente estúpido?

Usted puede ser infeliz, solo tiene que proponérselo. Me pregunto si podré rentabilizar toda la morralla que he visto estos días escribiendo un manual de autoayuda a la contra. Lo mismo ahí también hay dinero.

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19 Comments

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  2. Pingback: Usted puede ser infeliz

  3. Chapeau. Y lo dice uno que, a día de hoy, es de lo más infeliz (mal que me pese, que no me hace ni puta gracia serlo). Y es que es duro, pero también es cierto: estando jodido es cuando más aprende, y cuando más se crece. Algo bueno tenía que tener, ¿no?

  4. Jajaja, buen artículo, enorme frase final. Ya sé que es retórica pero por contestar diría que si Disney ya ha sacado un película sobre la importancia de la tristeza ahí seguro que hay pasta.

  5. Un manual anti-autoayuda? Compro!

  6. No cuestiono el interés económico del que hablas, pero pienso que detrás de todo eso, a veces, solo a veces, hay verdades. Diría que es cierto que muchos conferenciantes se quedan en la superfície, al igual que las imágenes de frases bonitas que circulan por las redes. Deberian hablar con más propiedad y desarrollar más los conceptos básicos para luego no ir construyendo castillos de arena. No obstante, si el «consumidor» no se quedara solo con toda esa palabrería y usara dicho contenido como mero incentivo para indagar en las fuentes auténticas se encontraria con un largo rastro de titulos que pienso que realmente lo podrian ayudar a vivir mejor, hablo de autores como Erich Fromm, Daniel Goleman, Jon Kabatt Zinn etc. Por que sí hermano, algunas personas tienen la ambición de vivir mejor y de superar su tendencia a sentir solo las emociones negativas.

  7. Qué feliz me hace leer esta defensa a la infelicidad. Ayer iba por la calle imaginándome los momentos de tristeza de esas mismas personas que vemos abrazados a sus móviles como Golum al anillo en los anuncios de telefonía móvil, esos que equiparan un plan con más megas a conseguir novia, amigos, etc. Supongo que esa gente también sufre. Sin embargo, también disfruto de las piadosas apologías y odas a la felicidad y a la inocencia, cuando pretende ser eso y nada más, y no una panacea impositiva (se me vienen a la mente algunos musicales y Julie Andrews).

    La Ataraxia es un término occidental de hecho. Su análogo en el budismo vendría a ser lo que llaman Nirvana o Moksha.

    Saludos de un feliz e infeliz

  8. Un minimo de salud y dinero es lo unico imprescindible .

  9. Joder! Ya era hora que alguien lo dijera! Gran artículo!!

  10. Yo fui feliz cuando no sabía qué era la felicidad; ahora que tengo un conocimiento profundo sobre el concepto de la misma, soy un infeliz. Lo peor de todo es que no puedo deshacerme de ese conocimiento, no puedo volver a la ignorancia, ergo voy a ser un desgraciado hasta el día en que me muera.

  11. Siempre he pensado que una de las grandes elecciones de la vida es si te vas a dedicar a la búsqueda de la verdad o a la búsqueda de la felicidad. Porque son incompatibles. Yo asocio la búsqueda de la felicidad con la estupidez, porque requiere una simplificación brutal de la realidad. Prefiero lo complejo, y de a ratos y con suerte encontrar algún momento de dicha genuina en el camino.

    • Lluís fargas

      Tienes razón, considera el también que ficha fines no existen. Juncà podremos ballar no la felicidad ni la verdad. La vida es una encrucijada de nuestro «yo» en contra de todo lo que implica la realidad,una vez dicho esto, es cierto que el conocimiento tiende a asociarse poco con la felicidad. Sucede peró, que la felicidad no es la única cosa positiva de esta vida. Detrás del conocimiento se resguarda, muchas veces, un gozo indescriptible i no identificable con culaquiet tipo de felicidad. Tanto material como intelectual. És un sentimiento distinto.

  12. Pingback: ‘Usted puede ser infeliz’ – Artículo de Jot Down | Solo Ana

  13. Kilgore

    Habría que recordar que el mencionado Warren Sánchez no podía estar con su entregado auditorio porque había algo que le retenía en Miami (creo recordar que era allí). Concretamente la DEA….
    Vivir implica pasárselo teta a ratos y en otros sufrir como un perro. Hay gilipollas que se han creído que hay que ser feliz todo el rato por obligación, que hay que negar el lado oscuro de la vida. Y automáticamente surge una horda de timadores que viven a todo trapo a costa de esos tontainas. Es más viejo que el hilo negro….

  14. De acuerdo pero pienso que hay que distinguir entre la autoayuda barata tipo «El Secreto» y los libros de psicología seria , que se pueden confundir entre los de autoayuda barata, que explican el funcionamiento de la mente, la conducta y la emoción con bases sólidas y fundamento científico. Walter Riso, Albert Ellis , Daniel Goleman o incluso el mediático Rafael Santandreu (quitando algunas idioteces, que las tiene) pueden ayudar a muchas personas no a ser felices todo el tiempo sino a aprender a cuidar su salud mental. Hay que saber elegir.

  15. luchino

    Hay algún libro de autoayuda que sí dice cosas útiles y que puede ser aconsejable leer, prácticamente a todo el mundo, estoy pensando en los trabajos de W. W. Dyer, en especial Tus zonas erróneas. A mí me ayudó mucho.
    Tiene gracia eso de: «Yo era rico, salía con modelos, tenía cochazos, pero no era feliz. » Puede que sea cierto, pero a mí no me importaría probarlo una temporada. ¿ Dónde hay que apuntarse ?

  16. Anton Pirulero

    Tiene mucha razón, yo hace tres años que soy muy feliz…y la verdad, no es para tanto.

  17. Esto solo lo podía escribir alguien feliz xd

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