La vida es imposible sin ilusiones. (Ortega y Gasset)
Un tranvía llega a Nueva Orleans envuelto en bruma, ilusiones, cartas de póquer, locura y vodka. De fondo suena la «Varsoviana». Queda al descubierto un escenario en blanco y negro semiiluminado.
Thomas Lanier Williams III, rebautizado como Tennessee Williams, observó la sociedad del sur de Estados Unidos durante la posguerra y la representó con realismo, mostrando su decadencia mediante personajes desarraigados, psicópatas, degenerados, dementes, morbosos, masoquistas, caníbales, alcohólicos, drogadictos, prostitutas y homosexuales disimulados. Freaks y outcasts de la época que ilustraban las contradicciones del mítico sur americano. Su creador fue también su alter ego. Tennessee vivió en un mundo en crisis permanente. Las tensiones de su entorno se unen en su historia personal y en su obra literaria. Nació en 1911 en Columbus, Mississippi, hijo de madre cuáquera y nieto de pastor episcopal. Su padre era alcohólico y su hermana se quedó esquizofrénica tras una lobotomía, lo que le marcó fuertemente para el resto de su vida.
Si su infancia y adolescencia terminaron, en palabras de T. S. Eliot, «Not with a boom but with a whimper» («No con una explosión sino con un lamento»), su vida acabó trágicamente entre ginebra y pastillas en una habitación de hotel. Murió solo, igual que había vivido. «El tema principal de cuanto he escrito es la aflicción de una soledad que me persigue como una sombra agobiante, demasiado pesada para arrastrarla de continuo a lo largo de todos mis días y mis noches», confesaría en 1975 en sus memorias.
Todo lo que aparece en su obra formó parte de su vida. Él mismo fue un iluso, un desarraigado, un alcohólico, un drogadicto, un enfermo y un hombre abrumado por un tremendo complejo de culpa debido a su homosexualidad. Se enfrentó con la sociedad puritana en que vivía, creó un universo propio y pasó mucho tiempo sumido en una depresión. Odió primero lo que amó después, y no fue capaz de deshacerse del lastre de su historia y del cartel que le colgaron cuando entró en el olimpo de la fama. La sociedad que le vitoreó en sus comienzos le tachó de «narcisista» (Raymond Rosenthal), «falto de talento» (el crítico Walter Kerr) y «ventrílocuo» (su biógrafo Alan Brien) en sus últimos años. Solo su amigo y compañero de oficio Arthur Miller le supo comprender, y tras su muerte en 1983 proclamó: «Mientras haya actores en el mundo, las obras de Tennessee Williams vivirán. El autocrático poder del gusto veleidoso no importará en su caso; su textura, sus personajes, su personalidad dramática son únicos y están firmemente asentados en el panorama teatral de este siglo como las estrellas en el cielo».
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La extraña enfermedad que le afectó al corazón de niño y la enorme influencia de su hermana y su madre le convirtieron en una persona sumamente sensible que supo retratar como pocos el deseo y la ilusión que radican en lo más profundo del ser humano. La frustración derivada del fracaso de ese deseo, la obligación de trasmitir a la sociedad una imagen determinada de sí mismo y la necesidad de hacer frente a los estereotipos serán una constante en su obra. Como señalan en «Armario y censura en las adaptaciones cinematográficas de las obras de Tennessee Williams», sus personajes se oponen claramente al mundo que les rodea por su sensibilidad peculiar (Blanche), su psicología (Stella) o sus tendencias sexuales socialmente inaceptadas (Allan, Skipper, Brick), y resultan «extravagantes con respecto al canon de comportamiento humano», por lo que «no llegan a afrontar realmente su situación ni a vencer las circunstancias sociales adversas sino que acaban trágicamente o se refugian en un mundo ilusorio del que difícilmente podrán escapar». Una prueba de la semejanza entre ellos y el dramaturgo es este testimonio de Williams que parece sacado de la boca de Blanche DuBois: «A la edad de catorce años descubrí que escribir me servía para escapar del mundo real en el que me sentía profundamente incómodo. Muy pronto se convirtió para mí en un lugar de retiro, en mi cueva, en mi refugio».
Un tranvía llamado Deseo se estrena en Broadway en 1947. Enmarcada dentro del realismo social, tiene como protagonista a la romántica y desequilibrada Blanche DuBois, que, al igual que la joven Laura de El zoo de cristal, Hannah de La noche de la iguana y Alma Winemiller de Verano y humo, está basada en la hermana del escritor. En ella se encarna la incapacidad de la fantasía para vencer a la realidad, uno de los temas más importantes de la obra. Blanche miente porque se niega a aceptar su destino. Mintiéndose a sí misma y a los demás consigue ver la realidad como debería ser en lugar de como es: «No quiero realismo. Quiero… ¡magia! […] ¡Sí, sí, magia! Trato de darle eso a la gente. Le tergiverso las cosas. No le digo la verdad. Le digo lo que debiera ser la verdad. ¡Y si eso es un pecado, que me condenen por él! ¡No encienda la luz!».
El refugio en sus fantasías privadas le permite aislarse de la sociedad que la oprime y protegerse de los duros golpes que asesta la vida. Su locura aumenta cuando se encierra totalmente en sí misma y empieza a formarse una imagen distorsionada del mundo exterior. Esta idea aparece también en El zoo de cristal: «Traigo trucos en el bolsillo y cosas bajo la manga, pero soy todo lo contrario de un prestidigitador común: este les ofrece la ilusión con la apariencia de la realidad. Yo en cambio, les traigo la realidad bajo las tenues apariencias de la ilusión».
En la última escena de la obra, Blanche sale del baño —claro símbolo de su empeño por limpiar su pasado— convencida de que el millonario Shep Huntleigh, su salvador imaginario, va a rescatarla de su prisión en el apartamento de los Kowalski. Se da cuenta más tarde de que ha perdido el control de la realidad, de que paradójicamente, cuando mejor está y habla con más cordura, más loca la consideran. El que aparece finalmente para llevársela es el médico de un manicomio y no su soñado príncipe azul.
Stanley, el marido de su hermana Stella, es el contrapunto perfecto, un hombre práctico con los pies en la tierra. Su brutalidad, su crueldad, su falta de ideales y de imaginación y su impaciencia con las distorsiones de su cuñada provocan que descubra todo el pasado oscuro de esta ante su mujer y sus vecinos y amigos, lo que actúa como catalizador de la tragedia final. La relación antagónica entre ambos es la lucha, imprescindible en un drama williamsiano, entre las apariencias y la realidad, que origina un ambiente de tensión desde que se conocen hasta su forzosa separación.
La obra tiene lugar en el apartamento de los Kowalski y la calle que lo rodea, de tal modo que vemos a la vez lo que sucede dentro y fuera de la casa. Un momento antes de que Stanley viole a Blanche, la pared del fondo se vuelve transparente y muestra al espectador la pelea callejera entre una prostituta y un viandante que anticipa lo que va a ocurrir después. Los ruidos discordantes y los gritos nos preparan para asistir al comienzo del fin de Blanche y ver su descenso a la locura, y dramatizan su crisis nerviosa y su pérdida de contacto con el mundo. Si originalmente coloreaba la realidad a su antojo, en este punto la ignora por completo y ya no sabe lo que va a ser de ella. Ha tocado fondo pero no hay posibilidad de subir.
Blanche teme decir su edad y mostrarse ante los demás a plena luz, especialmente ante su pretendiente, Mitch. Si evita la luz es para que nadie vea que su belleza se está marchitando, que ya no es la jovencita de Mississippi que encandilaba a los hombres con solo mirarlos. La luz representa su pasado, en el que fue muy feliz antes de que el juego se pusiera en su contra. Ahora, en su presente que remite y donde no hay marcha atrás, se obsesiona con los fantasmas de lo que ha perdido: su primer y único amor, su meta en la vida, su dignidad y su origen aristócrata. Para que no la vean como realmente es, no sale a la calle a menos que sea de noche y dentro del apartamento cubre las bombillas con un papel chino. Su incapacidad para tolerar la luz evidencia que su contacto con la realidad está rozando su final. En la escena sexta le confiesa a Mitch que estar enamorada de su marido, el joven poeta Allan Grey, era como ver el mundo a plena luz. Desde el suicidio de este la luz potente se ha ido debilitando, como cuando una bombilla está a punto de fundirse, y su destello llega a ser muy tenue en sus affaires con otros hombres. Al ver solo el reflejo de algo que ya no existe y que en otro tiempo fue su vida, busca el consuelo y el olvido en la oscuridad. La luz simboliza, por tanto, su inocencia sexual, mientras que la penumbra representa su madurez sexual y su desilusión. La irrealidad en la que busca cobijo es la cárcel en la que está prisionera. «Blanche, no eres recta», le dice Mitch, mientras dirige hacia su cara la luz de la lámpara sin el farolillo de papel. Ella replica: «¿Recta? ¿Qué es para ti ser recta? Es recta una línea, una carretera… Pero, ¿cómo puede ser recto un corazón humano?»
Otro símbolo de la pérdida de la inocencia de Blanche es la «Varsoviana», que suena en el último instante en que esta ve a su esposo con vida. Poco antes lo descubre en la cama con otro hombre, pero esa noche deciden salir fingiendo que nada ha cambiado. En mitad de la polca, la protagonista le dice a Allan que le da asco. Él sale corriendo y se pega un tiro en la sien. Cada vez que Blanche siente remordimientos por la muerte de su marido, se oye la «Varsoviana»:
Negras tormentas agitan los aires
nubes oscuras nos impiden ver
aunque nos despierte el dolor y la muerte
contra el enemigo nos manda el deber.
A partir del momento en que le cuenta a Mitch su historia, la polca suena con más frecuencia. Solo deja de sonar cuando oye el sonido de un disparo en su cabeza. El detonante de su deterioro mental es por tanto el suicidio de su marido homosexual.
Para superar sus crisis, Blanche, que en su imaginación se cree limpia y pura como su nombre, se mete en un eterno baño de espuma y canta «It’s Only A Paper Moon» de Ella Fitzgerald, que habla de cómo el amor convierte al mundo en un espejismo, en una falsa quimera. Entre porrazo y porrazo, al ver que no puede entrar en su propio baño, Stanley le cuenta a Stella la verdad sobre su hermana, que dista mucho de parecerse a la versión de la «sucia» Blanche. Acosos a alumnos en el instituto en el que impartía clases, numerosos amantes en un hotel de carretera… Pronto la verdad imposible llega a saberse. En el vecindario no se habla de otra cosa.
Mientras Blanche se debate en un mundo de claroscuros donde las sombras permiten prorrogar la esperanza de una segunda juventud, de una vida feliz aun siendo de segunda mano, el mundo real va tirando de ella, dejándola sin fuerzas, sin aliento, sin voz. Si al principio era capaz de rebelarse valientemente ante la adversidad y su mala fortuna, al final, víctima de sí misma, de sus ilusiones y de su entorno, se ve abocada al desastre y reconoce que ha perdido la partida. «Estaba liquidada», le confiesa a Mitch cuando este se entera de su pasado oscuro y secreto. «¿Sabe qué significa estar liquidada? Mi juventud había desaparecido repentinamente como el chorro de agua de un surtidor y lo conocí a usted. Usted me dijo que necesitaba a alguien. Pues bien. Yo necesitaba a alguien también. ¡Le di las gracias a Dios por haberlo hallado, porque usted parecía tan amable… Una grieta en la roca del mundo, una grieta en la cual yo podría ocultarme! ¡Pero supongo que pedía demasiado, que confiaba en obtener demasiado!»
En esta súplica vemos otro de los temas principales de Un tranvía llamado Deseo: la dependencia de la mujer hacia los hombres. Lo único que puede dar un giro de ciento ochenta grados en la miserable vida de Blanche es casarse con un hombre bueno que le haga olvidar definitivamente su mala reputación. La sociedad la ha tachado de su lista. No tiene dinero, no tiene estatus, no tiene familia. Es una fallen woman, una perdida, una puta y una alcohólica que bebe sola y solo para olvidar su pasado. Cuando se apoya en el suelo tiene miedo de que este se derrita bajo sus pies. Pretende que su careta de esnob mantenga al resto del mundo engañado, que nadie sepa la verdad, que no descubran que los múltiples ropajes y joyas de su baúl son baratijas de mercadillo. Por eso depende de la admiración de los hombres para acrecentar su autoestima y confía en que llegue el caballero errante a rescatarla de sus infortunios. Como este se hace esperar, Blanche se tiene que conformar con alguien más simple, más humano, más humilde, que no es otro que el bueno de Mitch. Si hay suerte y se casan, su matrimonio borrará las huellas de su vida corrompida anterior y la sacará de su miseria física y psíquica.
Stella también depende enteramente de Stanley, y aunque quisiera no podría dejarlo (pese a que en la película de Kazan decida abandonarlo). Se somete a él y olvida pronto que ha sido violento con ella. También Eunice acepta sumisa los abusos de su marido. Todas ellas son el reflejo de la realidad del sur de Estados Unidos y sirven de instrumento a Williams para criticar esa sociedad machista que restringía a las mujeres las oportunidades para poder decidir y vivir por sí mismas.
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El catedrático Antonio Rodríguez Celada, en su artículo «Tennessee Williams y Arthur Miller, dos grandes figuras del teatro de posguerra», señala que para el dramaturgo de Mississippi, «el hombre es pequeño pero su corazón es grande». Su soledad y su fragilidad se envuelven de poesía sin dejar lugar al sarcasmo. Hasta lo corrosivo y degradante aparece disfrazado de seducción y sofisticación, mostrando al lector/espectador un reflejo de la sociedad sureña que Williams recrea a la perfección. La frustración, la pasión, la violencia y la crueldad aumentan en este sur mutilado cuya moral está hecha trizas tras la Segunda Guerra Mundial. Por eso sus personajes están angustiados y marcados por la tragedia de la que intentan huir a toda costa. Nadie como él los entiende y los defiende como a cachorros hambrientos y desalentados. «No son ellos los que deben cambiar, sino el mundo, al que hay que hacer más comprensivo y acogedor», apunta Celada.
Williams es transgresor y lo sabe, pero no pretende escandalizar a nadie. Para él, defensor a ultranza del instinto, lo moralmente correcto no existe. «No cree en los valores estables», añade Celada. Como iconoclasta que es, «renuncia a poner orden en el caos». No tiene prejuicios, por lo que le atrae lo prohibido, lo oscuro, lo desconocido, y lo pinta sin ensuciarse, fantaseando para escapar de su soledad, como un niño que se inventa juegos para abstraerse del mundo tan extraño que le queda grande. Como ya hizo O’Neill antes que él, psicoanaliza a los personajes sacados de la realidad de su país documentando sus frustraciones y su hipocresía. Para ambos, y siguiendo con Celada, si la vida merece la pena es por lo dramático que hay en ella.
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Tennessee Williams describió sus obras como tragicomedias, aludiendo que no creía que la tragedia pudiera existir en Estados Unidos. «Nosotros no tenemos sentido trágico: estamos en la era de la tecnología. Cuando la melancolía nos golpea nos volvemos hacia algún aparato electrónico». Su psicoanalista, al que en cierta ocasión le dijo: «La vida no es trágica, apenas triste», le ayudó a perdonar a su padre, un hombre bruto, agresivo, hosco y parco en palabras que jugaba largas partidas de póquer y se emborrachaba constantemente. Vio en «la necesidad de perdonarlo» el único modo para «perdonar al mundo al que él me trajo»; ese mundo que, cuando era pequeño, le apodó «Sissy» a causa de su difteria; ese padre que se burlaba del inválido llamándole «Miss Nancy». Tanto le influyó la figura paterna que no pudo dejar de retratarla en su obra.
En sus «Reflexiones sobre el teatro norteamericano», el dramaturgo dice que «el teatro ha conseguido grandes avances artísticos en nuestra época gracias a la apertura, iluminación y ventilación de los armarios, los áticos y los sótanos de la conducta y la experiencia humanas». La homosexualidad en su obra está muy influenciada por el psicoanálisis de Freud. Esta ya no es «el amor que no se atreve a decir su nombre», sino que se ha convertido, en palabras del teórico Alberto Mira, «en un secreto a voces». Si bien es cierto que en los diálogos de sus personajes se deduce cierta homofobia, es normal si tenemos en cuenta la época (maccarthismo = derecha moral) y los lugares donde estrenaba sus obras (Hollywood y Broadway), en los que la censura era implacable. En su prólogo a ¿Quién teme a Virginia Woolf?, de Albee, Mira expone: «La homofobia de los críticos de Broadway no se limitaba al rechazo de la homosexualidad sino que la reinterpretaba en términos de abyección. Si un autor gay hablaba de la homosexualidad, se le acusaba de traspasar los límites del buen gusto. Si el dramaturgo gay no presentaba la homosexualidad en el lenguaje institucional se le achacaba el ocultar significantes ocultos en sus textos».
En la adaptación al cine de Un tranvía llamado Deseo, pese a respetarse la unidad de tiempo y lugar y pese a su fidelidad e intensidad dramática, se suprimió la referencia de Blanche a la homosexualidad de Allan y se cortó la escena en que Stanley (Brando en el papel que le sacó de la pobreza y le catapultó a la fama) viola a su cuñada. También se eliminaron algunos primeros planos en los que la expresión de Stella reflejaba atracción sexual por su marido y que la Legión de Decencia interpretó como un orgasmo. Kazan, que llegó a decir que «aquellos curas no tenían la menor idea de qué era un orgasmo ni sabían gran cosa sobre relaciones sexuales», se quejó de estos cortes, muchos de los cuales se recuperaron posteriormente.
Tennessee Williams nunca ocultó su condición sexual, pero sí temía que en un futuro le olvidaran o le recordaran solo como «un célebre dramaturgo homosexual». Igual que murió él de forma trágica, sus personajes gais mueren porque no pueden hacer frente a un mundo donde su sexualidad no está aceptada y son incapaces de vivirla con franqueza. En las adaptaciones al cine ni siquiera aparecen, y no se especifica que sean homosexuales, sino que se los reconoce con nombres como «esteta», «débil» o «sensible». Uno de ellos es Allan, que se suicida al ser descubierto por su mujer y al darse cuenta de que entre ellos es imposible una relación. Tennessee quiere ser Blanche y también Allan por poseerla. Pero la esquizofrenia, la locura y la tragedia impedirán que se hagan realidad los sueños del artista y de sus personajes.
El epígrafe de Un tranvía llamado Deseo está sacado de un poema titulado «The Broken Tower», de Hart Crane, uno de los iconos de Williams. Crane también tuvo una relación amarga con sus padres. Su padre era alcohólico y descargaba su violencia sobre él, que era un homosexual empeñado en expresarse en un mundo heterosexual. Pero al contrario que Tennessee, sucumbió antes de tiempo, suicidándose en 1932 a la edad de treinta y tres años.
Las obras de Williams se asientan sobre los secretos y las confesiones. Volviendo a Mira y a su artículo «¿Alguien se atreve a decir su nombre? Enunciación homosexual y la estructura del armario en el texto dramático»: «El secreto no se encuentra en un espacio adyacente de la representación sino en el tiempo. El secreto es el pasado, lo que, al salir a la luz, podría cambiar las vidas de los protagonistas […] y da lugar a sentimientos de culpa». Esta salida de lo oculto a la luz recuerda al psicoanálisis y a la salida del armario de la cultura gay. El hecho de que el personaje sea libre, implica, según Josep A. Vidal, que no cumpla con el deber social ni con la moral imperante. De este enfrentamiento surge la culpa y la no-realización de sí mismo. De ahí que la sexualidad en el teatro de Williams vaya asociada a la esterilidad, y que de la pasión y la entrega no se derive más que la violencia, el desengaño, el desencuentro y la frustración. Pero si un personaje se atreve a pensar por sí mismo, como es el caso de Blanche, el resultado es la locura, la muerte y el olvido.
A veces se consigue «un instante de amor, un momento de triunfo, una fracción de dicha, un relámpago de identidad que permite vislumbrarse a sí mismo, un arrebato de sinceridad, el roce inalcanzable de una verdad. Todo ocurre en un presente efímero, entre un pasado evanescente y un futuro inalcanzable, entre el mito y el sueño, entre el recuerdo y la imaginación: apenas un instante», explica Vidal. Por eso, cuando Blanche pierde todo lo que amaba en el pasado, debe enfrentarse al mundo y a sí misma. «Yo voy a hacer algo. ¡A cobrar ánimos y a empezar una nueva vida!», exclama al contemplar el sinsentido que no quiere ni puede aceptar. «Suceda lo que suceda, todos tenemos que seguir viviendo», le dirá Eunice a Stella hacia el final de la obra.
Pero cualquier intento de los personajes por ser felices se frustra. Como apunta Josep A. Vidal en el prólogo de Un tranvía llamado Deseo: «La sexualidad no desemboca nunca en la satisfacción (…) La conquista de la propia sexualidad es la conquista de uno mismo, de la propia identidad, y es al mismo tiempo encuentro con el otro, proyección de uno mismo. Y es fecundidad, procreación, perpetuidad, es decir, la victoria sobre el tiempo y sobre la muerte.»
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El deseo, protagonista absoluto de esta obra, es un arma de doble filo, una moneda cuya cruz es la muerte y el olvido que persigue a Blanche sin dejarle tregua alguna. Esta peculiar señorita de Avignon no ha cometido ningún pecado. Lo único que ha hecho ha sido buscar cariño en otros hombres tras el suicidio de su marido. Se ha convertido en una mujer «fácil» por la dificultad de su situación y por su pena infinita. Mientras ella se consume, en la habitación de al lado su hermana practica sexo compulsivamente con su violento marido. El motivo de la pasión de Blanche por los adolescentes es el recuerdo que le traen de su primer amor. Más que ser insana o inmoral, siente una nostalgia mortal por la pérdida de su amado. Su historia sexual será una de las causas de su caída.
Pero no es la única obsesionada con su deseo. Entre Stanley y Stella hay una atracción fatal. Se ve en la primera escena, cuando Stanley le lanza un paquete de carne para que lo coja y ella le dirige una mirada lasciva y apasionada, que era una forma en el cine y el teatro de aquella época de expresar deseo sexual, tanto heterosexual como homosexual (estrategia Albertine).
Cuando llega a Nueva Orleans, Blanche dice que tomó un tranvía llamado Deseo, luego otro llamado Cementerio y se apeó en una calle a la que llaman Campos Elíseos. Este viaje, precursor de la obra, representa alegóricamente la trayectoria de su vida. Viene de Belle Reve (Bello Sueño) después de haberlo perdido, y se dirige a los Campos Elíseos, tierra de los muertos en la mitología griega. La búsqueda de Blanche de sus deseos sexuales la ha llevado a su desahucio de Belle Reve, su aislamiento de Laurel y su expulsión de la sociedad. Ya hacia el final, la mujer mejicana que vende flores para los muertos anticipa la tragedia que va a tener lugar momentos más tarde. Lo mismo sucede con la escena de la prostituta. Todo apunta a un drama, al silencio, al no girar la cabeza para despedirse de la estrella en decadencia que no brilla porque se ha apagado.
Aquí es donde se encuentran Eros y Tánatos. Cuando la desintegración física y moral de Blanche se hace patente, cuando su fracaso no tiene cura, cuando su matrimonio desgraciado, su plantación en ruinas y su huida forzosa a casa de su hermana no le dejan más opción que beber para evadirse de la realidad, el tranvía de su existencia frena en seco. Ya no hay luces ni felicidad, solo bruma, sombras, silencio y locura, como en una película de Bergman.
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El ideal del placer es librarse del tiempo para vivir la eternidad, señala Herbert Marcuse en Eros y Civilización. Esto el doctor Fausto lo sabía bien. Si consiguiéramos que el tiempo no se detuviera jamás, Eros dejaría de ser temporal para ser eterno. Así, en el pulso contra Tánatos (la muerte) se alzaría vencedor, y en el hombre ya no habría represión ni sentimientos de culpa. Desde Orfeo hasta Proust, la libertad y la felicidad se han asociado con la idea de recuperar el tiempo perdido. Por eso Blanche ve el goce pasado más hermoso, porque, como apuntaba Marcuse, «el recuerdo solo nos da el goce sin la angustia por su brevedad».
El temor de Blanche a la muerte se manifiesta en su miedo a envejecer y a perder su belleza. Intenta demostrar su sexualidad creyendo que así volverá a ser joven, pero lo único que consigue es sucumbir. La promiscuidad conlleva huidas forzosas y finales no deseados. Esto, sumado a la incapacidad que tiene para medir su deseo, la harán precipitarse hacia la locura.
Baudelaire dice en su «Himno a la belleza»:
El enamorado, jadeante, inclinado sobre su amada
Semeja un moribundo que acaricia su tumba.
El corazón de Blanche pertenece a un fantasma, de ahí su cercanía a la muerte. Su mundo ha dejado de dar vueltas, pero el mundo real sigue moviéndose a gran velocidad, alejándose de ella. «Desmoronamiento y desesperación, remordimientos, recriminaciones […] Todo ha desaparecido, menos […] la muerte […] Yo solía sentarme ahí y ella, allá, y la muerte estaba tan próxima como usted […]. Ni siquiera nos atrevíamos a admitir que habíamos oído hablar de ella. […] La muerte […] Lo opuesto es el deseo».
Todo gira tan rápido alrededor de ella que se marea. Cae al suelo y queda convertida en un tronco que arrastra el agua contra la que se rebela en sus últimos momentos, demostrando que aún es diferente a los demás. «Quienquiera que sea usted», le dice al médico, «yo he dependido siempre de la bondad de los extraños».
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Gracias por el articulo!!!!
Gran momento
Gracias por el articulo!!!!
Gran momento.
Ayer tuve la suerte de ver la película » El árbol de la vida » y hoy de leer este artículo.
Aún hay esperanza, sin duda.
Gracias, de nuevo.
Nunca me gustó Kowalski, su lado femenino, su chismorreo, su secreto amor por Mitch, ese si un hombre pero falla también al no casarse con Blanche no matter what y no tumbarle los dientes a Stanley, pero en fin es solo una obra, como justicia poética se podría que Kowalski recibió su merecido cuando Eli Wallach le rompió la nariz en el backstage de Streetcar en New York en 1947, Me parece recordar que Paul Bowles cita a Williams en Tánger diciendo que después de la caída final en la obra, Blanche se folla a los enfermeros y los médicos y sale sana del hospital y funda una casa de modas con algunas muchachas trabajando para ella, la vida nunca termina. Una cosa cierta, el inglés de Williams es bellísimo y poético.
Quise decir Eli Wallach le rompió la nariz a Brando en el Backstage de «a streetcar …» en 1947.
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Magnífico.
Pero vamos a hablar de alguien más. El violador, Stanley «el realista». ¿O un psicópata? ¿Por qué se tacha a Blanche de loca después de todo lo que le ha pasado, y ni una palabra en contra del violador, bruto y neandertal de Stanley? Hay alguna pelotuda que todavía se moja cuando escucha a Marlon gritar ¡¡¡¡Stellaaaaa!!!!! Yo cuando vi la película sentí gran compasión por Blanche, no así por Stanley. No era realista: era un violador, un psicópata y un manipulador. ¿Quien está más loco? Dedica la próxima un post tan largo como éste a Stanley, a ver si te sale.
Saludos