Por un sutil juego de espejos en el que el pintor y sus obras se convierten a su vez en modelos, nos permiten adentrarnos en ese espacio que tanto le gustaba a Monet, entre el motivo y el lienzo. Bajo sus pinceles, asistimos al nacimiento de un pintor.
(Hugues Gall, Prefacio de Monet. Nómada de la luz)
No es infrecuente ni extraña la publicación de un cómic basado en la vida de un pintor. De hecho, la cosa funciona bastante bien, y como muestra tenemos el brillante e imprescindible Las Meninas (Astiberri) de Santiago García y Javier Olivares, Premio Nacional del Cómic 2015 que aunó a crítica y público a la hora de ensalzar a los autores tanto por su valentía en la propuesta narrativa como en la bella puesta en escena. El territorio de las viñetas ofrece un hábitat ideal para presentarnos la trayectoria y obra de aquellos profesionales de las artes plásticas cuyas carreras pasaron a la historia universal. A fin de cuentas, la lectura de cómics siempre ha ido de la mano de la apreciación —consciente o no— del apartado gráfico de la obra, lo que multiplica el interés en quienes descubrimos a un Velázquez, un Monet o un Vidal Balaguer no solo a través de los acontecimientos más importantes de su biografía, sino también (y sobre todo) gracias al trabajo de unos dibujantes que fagocitan el estilo de sus maestros clásicos para plasmarlos en sus páginas. El diálogo entre artistas es esencial en la historia del arte y el cruce de medios demuestra ser siempre un espacio fructífero para el nacimiento de estas propuestas innovadoras.
Norma editorial es consciente de esta magia y se ha atrevido no con una sino dos novedades sobre pintores. Cada uno a su manera, Monet. Nómada de la luz (Salva Rubio y Ricard Efa) y Naturalezas muertas (Zidrou y Oriol) nos relatan las vidas de dos maestros de la pintura y sobre todo de dos contextos culturales —el impresionismo en el primer caso, el modernismo catalán en el segundo—. Dos abordajes distintos —Monet parte de una titánica labor de documentación sobre la vida del artista por parte de Rubio, mientras que Naturalezas muertas está mucho más cerca de una estructura de guion clásica con tintes fantásticos nacida de la prolífica mente de Zidrou— para dos piezas perpetradas con un enorme cariño hacia los pintores, hacia la historia, hacia su herencia.
Naturalezas muertas
El equipo Zidrou-Oriol ya nos empieza a tener acostumbrados al elogio unánime cada vez que nos trae una nueva obra. La fértil imaginación del guionista parece el caldo de cultivo ideal para un dibujante que personalmente me tiene cautivado desde su primera obra con un estilo tremendamente personal. Si con La piel del oso dieron un golpe sobre la mesa y con Los tres frutos demostraron que aquello no fue cosa de una noche de verano, en Naturalezas muertas vuelven con una historia negra que empieza pareciendo una biografía corriente de la vida del misterioso Vidal Balaguer y que poco a poco se va alejando hacia terrenos poco costumbristas. Esos juegos mágicos a lo Dorian Gray dentro de una narración con toques victorianos y un enorme regusto a Dostoievski —no es casual la elección del libro que Mar aparece leyendo en la portada— demuestran ser una combinación perfecta para que Oriol disfrute de lo lindo retratando aquella Barcelona modernista de cambio de siglo, ese Els 4 Gats emblemático donde artistas de la talla de Ricard Canals o Ramón Pichot se reunían y dialogaban sobre el arte y la vida de la ciudad.
Lo simbólico se coge así de la mano con lo real en una historia cuyo propio arranque juega a desorientarnos al no saber si situarlo directamente en el terreno de lo onírico, presencia de musa mediante. Tras ello conocemos a un anciano Joaquim Mir que, inquieto por el aniversario de la desaparición de su colega Vidal Balaguer, se ve incapaz de dibujar a su modelo y opta por explicarle la historia del desaparecido. Una biografía que, como decíamos, arranca pareciendo la clásica historia de malditismo pero que con el paso de las páginas se torna en una cosa muy distinta poblada de misteriosos crímenes relacionados con el poder de la pintura y esa capacidad que tiene ese arte de ser «como la realidad, pero con… algo más». Una vez presentado el giro fantástico de la trama, el cómic nos ofrece una interesante reflexión sobre la creación artística que, a pesar de sus diferencias en los planteamientos, me ha hecho pensar en la también sugestiva conclusión de Sin título (Astiberri) de Cameron Stewart.
Monet. Nómada de la luz
Si Zidrou es ya un consagrado en el mercado francobelga y español, Salva Rubio es un nombre que no sonará entre el gran público pero que en los próximos años va a escucharse mucho y muy bien. Para hacernos una idea de su valía como guionista, este autor pluridisciplinar que le ha dado a la tecla en cine, televisión, animación, cómic, ensayo y novela, publica en pocas semanas el nuevo volumen de la prestigiosa serie Save the Cat! iniciada por Blake Snyder y considerada a nivel mundial como una de las más exitosas dentro de los libros de teoría de guion.
Le acompaña en Monet el dibujante Ricard Efa, que con El soldado (Norma) demostró su habilidad con los lápices y, principalmente, con el magistral uso de la acuarela para crear atmósferas únicas. En la presente obra, Efa no se queda en la comodidad de ese terreno conocido y se deja absorber por la obra del maestro Monet para impregnar todas las viñetas con el estilo del maestro parisino o con referencias de distinto orden que funcionan realmente bien en la mente del lector. Gracias a ese calculado esfuerzo, a través de las páginas no solo leemos sobre impresionismo, sino que lo vemos puesto en práctica en el acertado uso de una luz que lo fue todo en la obra de Monet. Quién hubiera dicho que detrás de todo ese talento haya una persona nacida en la anodina Sabadell (y, en cambio, qué reconocible es el genio de los que, como Oriol o su buen amigo Miki Montlló, provienen de la siempre prodigiosa Terrassa).
A diferencia de Naturalezas muertas, Monet. Nómada de la luz cuenta con una estructura más cercana a la biografía clásica nacida del clásico momento recapitulativo durante la vejez, centrándose no solo en los momentos creativos del pintor, sino también en esos otros acontecimientos que llevaron al artista a componer las obras que le acabaron situando en un lugar destacable dentro de la historia de la pintura. El trabajo de documentación de Rubio es enorme —no por casualidad estudió Historia del Arte— y se puede observar tanto en el propio cómic como en la acertada sección final, donde se da cuenta de todas las obras que han ido pasando a lo largo de las páginas.
Es fácil sentir el mimo de los autores a la hora de presentar al protagonista, a todos los secundarios que fueron imprescindibles en su historia y sobre todo, a la hora de plasmar esas obras ya sea de forma directa o con guiños que convierten la lectura en todo un estimulante juego de búsqueda de referentes. Y por si alguien tuviera dudas sobre las licencias poéticas que puedan haber tomado —y con ello, de la posible falta de rigurosidad— la propia Fundación Claude Monet ha alabado la llegada del álbum a Francia, lo que debe ser una muy buena señal.
Prepárense para escuchar y leer una buena crítica tras otra de estas dos obras que saldrán al público español con su presentación oficial durante el Salón del Cómic de Barcelona. Las dos historias les obligarán a una lectura ininterrumpida que no les dejará levantar el culo de la butaca, pero su apartado gráfico les animará —no lo duden— a segundas y terceras lecturas en que paladear con la calma necesaria el elaborado trabajo de sus dibujantes. No es para menos. Será por la temática o tal vez por la predisposición con que uno se enfrenta a este tipo de obra, pero da la sensación de que cada una de las viñetas ha sido trabajada con la misma dedicación que un lienzo de sus protagonistas. Arte hablando de arte, entre el motivo y el lienzo. Pura poesía visual.
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