Esta historia comienza en el año 2010, en los alrededores de Oxford, cuando un hispanista inglés, William Chislett, rebusca lo que queda de alguien en las letras desdibujadas de una lápida. También podría empezar en 1977, en una librería de Vallecas, donde un joven afiliado al Partido Comunista compra una trilogía de libros hasta entonces desconocida. O quizá empiece mucho antes, antes incluso de que esos libros se escribieran, cuando su autor, Arturo Barea, cruzó la frontera de su país en el año 1938 para nunca regresar.
Las historias grandiosas comienzan siendo un relato doméstico. Los hechos siempre se engendran de manera humilde. Tal vez seamos nosotros, el eco que los transmite, los que nos encarguemos de barnizarlos de épica. Al igual que las ondas que crea la piedra al caer en el río, esta historia comenzó como un secreto clandestino. Un rumor que ha acabado por expandirse de manera concéntrica.
Arturo Barea había sido muchas cosas antes de ser un exiliado. Aunque lo primero que le tocó fue ser pobre. Un niño remendado de madre lavandera al que la suerte le sacó de un destino harapiento. Gracias a la generosidad de un tío adinerado, el joven Arturo pudo estudiar como los niños ricos y acudió a las Escuelas Pías de San Fernando, ese edificio imponente del barrio de Lavapiés que hoy alberga una universidad y una magnífica vista de los tejados de Madrid.
El milagro duró solo hasta los trece años, momento en el que el tío falleció. A partir de entonces, como cualquier contemporáneo de origen humilde, Barea se buscó las lentejas en los empleos más dispares: aprendiz en un comercio, botones en un banco, joven emprendedor de una fábrica de juguetes que acabó en quiebra. Fue testigo de la guerra de Marruecos y a su regreso militó en la UGT. Más tarde acabó en la Oficina de Censura de Corresponsales Extranjeros, situada en el famoso edificio de la Telefónica, en la Gran Vía de Madrid. Corría el año 1936 y España olía a guerra.
Tras un primer matrimonio fallido, Arturo se topó con Ilse Kulcsar, una periodista austriaca que también trabajaba en el edificio. Ilse era judía, activista y comunista. Había llegado a España con Leopold, su marido, para apoyar la causa republicana. Ilse colaboró con Arturo en que la imagen de la República de cara al extranjero fuera intachable. Y como pasa en las historias de celuloide, mientras el mundo se derrumbaba los dos se enamoraron.
La guerra, la destrucción, el hambre, la pobreza… Barea fue testigo de todo lo que unos ojos son capaces de soportar sin hacerse añicos. Huyó con sus vivencias hasta Francia y, una vez allí, se dio cuenta del dolor que transportaba.
Pienso en Arturo Barea y en su pie traspasando la frontera. Puede que hasta entonces no se hubiera visto a sí mismo como un refugiado. Debe de ser difícil asumir que la destrucción de alrededor es cierta. Que el mundo se desmorona. Que tu casa ya no existe. Que el estrépito de las bombas siempre permanece.
Tras un peregrinaje por hostales y penurias, el matrimonio desembarcó en Inglaterra en busca de un exilio soportable. Un lugar en el que dejar atrás las pesadillas. Mientras su país de acogida se enfangaba en la siguiente guerra, Barea se dispuso a dar cauce a su memoria. A sus vivencias.
Los tres libros que suman La forja de un rebelde no fueron los primeros de Barea, pero sí los más auténticos. Componen una autobiografía. Un testimonio que anidó en él al tiempo que lo hacía la desgracia. Como lingüista experta, Ilse se encargó de trasladar todo al inglés. A ella le debemos poder leer hoy la mayoría de los libros de Barea. Alrededor de ellos hay mucha leyenda, pues algunos fragmentos sólo nos han llegado a través de esas traducciones. Muchos originales se perdieron.
Cuando The forge se publicó en Inglaterra, el libro tuvo tan buena acogida que su autor pudo continuar escribiendo. Arturo Barea llegó a ser el quinto español más traducido en el mundo en los años cincuenta, al mismo tiempo que su obra era aclamada en los Estados Unidos. Al igual que otros españoles exiliados, sobrevivió con un espacio en la BBC hasta el fin de sus días, donde pudo desarrollar su profesión de cronista y disfrutar de un exilio tranquilo.
Pero este es solo uno de los finales. Antes decíamos que esta historia tiene muchos comienzos. Nos trasladamos al año 2010, cuando William Chislett toma el testigo. Corresponsal en España del diario Times, Chislett había conocido La forja de un rebelde a través de la serie de televisión de 1990. No fue el único. Cuando Mario Camus realizó la adaptación de la trilogía de Barea, treinta y tres años después de su muerte, poca gente del país conocía la existencia del autor. Hasta entonces, la trilogía solo había sido un murmullo, un libro que había corrido de mano en mano impulsado por las asociaciones de izquierdas. Muy pocos hogares españoles habían conocido a Barea en los años posteriores a la transición, pues La forja de un rebelde no se publicó en España hasta 1977.
Pero volvamos a William Chislett y a su obsesión. A ese punto de partida que le hizo interesarse por Barea y por su memoria. Chislett devoró sus libros, traducidos al inglés, y se zambulló de lleno en la figura del autor. Si su rastro era débil en España, apenas quedaba nada en Inglaterra, solo una lápida maltrecha que a Chislett le costó cuatro viajes encontrar: «Había oído que su lápida conmemorativa (no la de enterramiento, ya que fue incinerado) estaba en un cementerio en las afueras de Oxford. Como yo soy de allí, en 2008 acudí para encontrarla. Y regresé tres veces más sin resultado. Nadie me había contado que había un anexo al cementerio a trescientos metros de la iglesia. Caminé, subí una pequeña colina y encontré el anexo con más tumbas. Ahí estaba la lapida conmemorativa de Barea».
En la lápida, realizada con un granito local muy erosionado, apenas quedaba rastro de los nombres de Arturo Barea, de su mujer, Ilse Kulcsar, ni de los de los padres de ella, refugiados judíos que huyeron del nazismo. Barea había pasado sus últimos años en esa finca gracias a la generosidad de Lord Faringdon, un personaje inglés de biografía apasionante.
Gavin Henderson, segundo duque de Faringdon, podría tratarse del típico de personaje que inspira un buen relato de ficción. Descrito como excéntrico y algo afeminado, Lord Faringdon es conocido sobre todo por sus gestas comprometidas, sorprendentes por provenir de un noble: acogió en su finca a un grupo de niños supervivientes del bombardeo de Gernika y convirtió su Rolls Royce en ambulancia antes de viajar con él a España y transportar heridos en el frente de Aragón. Ya de regreso, cuando la causa estaba perdida y más que olvidada, Faringdon ofreció a Barea y a su esposa habitar una de las casas de su propiedad, el hogar en el que, tras años de exilió, ambos morirían.
Conmocionado por el mal estado de la lápida, Chislett regresó a España y contó el suceso a un grupo de amigos íntimos que le ayudaron a restaurarla. El catedrático de español en Oxford, Edwin Williamson, Elvira Lindo, Antonio Muñoz Molina, Gabriel Jackson, Javier Marías, Paul Preston… un reducido grupo de intelectuales que aportaron una pequeña cantidad para restaurarla.
Pero Chislett no estaba dispuesto a dejarlo ahí. La sobrina de Ilse, una octogenaria que aún vive en Londres, le habló de The Volunteer, el pub preferido de Barea. Y Chislett volvió a convocar a la lista de conocidos, esta vez para crear una placa en su honor. Un tributo que fue diseñado, irónicamente, por Herminio Martínez, uno de esos niños supervivientes de Gernika. Las vivencias empezaban a trenzarse. Había comenzado la recuperación de Barea.
«Después me dije que era un poco raro que Barea estuviera mejor recordado en su país de exilio que en su país de origen». Así que Chislett decidió pedir al Ayuntamiento de Madrid una calle para él. Junto con Isabel Fernández y Yolanda Sánchez, las otras dos promotoras, iniciaron una recogida de firmas y en poco tiempo consiguieron recaudar dos mil quinientas peticiones.
Fascinada por la generosidad de la iniciativa, me digo que necesito un testimonio de otro de los benefactores, a ser posible local y con perspectiva histórica. Elvira Lindo me recibe en su casa de Madrid. Desde la óptica de alguien que se interesó por los primeros relatos de los abuelos, que presenció los inicios de la democracia, hablamos de Barea, de la memoria y de la guerra, de esas ondas concéntricas que aún nos llegan. Una pregunta sobrevuela en todo este asunto y es la de por qué hemos esperado tanto para rescatar figuras como la de Barea. Lindo no cree que en España se haya hecho un pacto de silencio, más bien es de la opinión de que en los primeros años de democracia, las historias de la guerra no interesaban: «El país estaba entregado a una cultura modernizadora en la que cabían poco estos temas. Ni siquiera en la literatura. No se trataban. Todo lo de la guerra tenía un halo de ranciedad para la gente». Lindo también me habla de la dimensión política: «Realmente quien tenía que haber cumplido ese papel de recuperación fue el PSOE. Alianza Popular no iba a hacerlo, eran hijos o descendientes de los vencedores. El PCE era un partido importante pero mucho más pequeño y el PSOE ganó las elecciones en el 82. Hubiera sido deseable que ellos hubieran puesto sobre la mesa que había que compensar a los vencidos y que era necesario sacar esa cultura del olvido».
Cuando le pregunto a Chislett por este asunto, opina que es por una cuestión temporal y de ausencia. Barea murió en 1957 y al contrario que otros escritores, como Alberti, jamás regresó a su tierra.
El regreso. Tal vez sea esa la respuesta. En lo que queda de nosotros cuando nos marchamos. No solo en nuestra presencia, sino en la memoria de los que aguardan. Los que viven para contarte. «Una guerra civil es un trauma muy grande para un país —prosigue Lindo—. Necesitamos actos testimoniales que recuperen voces de gente que vivió la guerra. Hacerlo de manera abierta. Ni rencorosa ni resentida, pero con sentido de la justicia. Hay que reparar a la gente que sufrió. El problema de la guerra es que le siguieron cuarenta años de dictadura en los que la victoria se celebró hasta el último día. Eso precisa una reparación para los que no ganaron. Para esas personas que tuvieron que irse al exilio o tuvieron que vivir aquí al día siguiente siendo humillados».
Creo compartir lo que Elvira Lindo me cuenta. Cuando era pequeña yo también pedía a mis abuelos que me contarán historias de la guerra. Tenían un tono épico, como de antiguas gestas. Y, sin embargo, eran reales. Aunque puede que hubieran vencido al tiempo por lo inverosímil de esa realidad. Los de mi generación hemos preguntado sin filtros, sin costuras, con inocencia. Con la tranquilidad del que se ve seguro y sin nada que temer. Puede que haya llegado el momento de hablar en serio de esa maldita guerra. Aunque Elvira me advierte, no es tan sencillo: «En España se dejó de hablar de la guerra durante tanto tiempo que te pones ahora a discutir con la misma vehemencia que como si estuviera reciente. Y si no somos capaces de hablar de la guerra sin considerar al otro sospechoso de algo, es imposible hablar de ello». De ser así, tal vez en este caso debiéramos empeñarnos en reivindicar la esencia. Hablar simplemente de literatura.
Como condición para solicitar la calle, Chislett pidió dos requisitos indispensables: que no se quitara el nombre de otra persona para colocar el de Barea y que la petición no fuera amparada por la Ley de la Memoria Histórica. Me sorprende descubrir este dato y le pregunto el motivo: «Queríamos que los cuatro partidos aprobaran la calle, que fuera unánime. Y tal vez de otro modo no lo hubiéramos conseguido. Además, no queríamos politizar el asunto. Barea es de todos, aunque él fuera de izquierdas».
Otra condición deseable era que el nombre de Arturo Barea estuviera localizado en el barrio de Lavapiés, el lugar donde se crió y que tan bien se refleja en La forja de un rebelde. Hubo algún que otro requiebro. En un principio, el Ayuntamiento planeó sustituir la calle del general Asensio Cabanillas por la de Barea, pero después rectificó. Finalmente se acordó que el escritor tuviera su plaza en Lavapiés, justo delante la famosa corrala de Mesón de Paredes, frente a las Escuelas Pías. Esas que el mismo Barea vio arder. Un lugar que llevaba aguardándole desde su partida, pues curiosamente jamás tuvo un nombre asignado.
Chislett me dice que desde que comenzara esta aventura, percibe un rumor, como si algo se estuviera tejiendo entre la gente. En un acto del Ateneo, el pasado mayo, se sorprendió al descubrir el gran número de personas que acudieron a conmemorar a Barea. También la iniciativa ciudadana que hace unos meses recorrió Lavapiés, enlazando su obra, su barrio y su memoria. El hispanista inglés cree que se debe a una especie de culto. Una admiración que permanecía en la sombra y que ahora está aflorando en las personas cuyos padres conservaron los libros. Tal vez lleve razón e hizo falta que llegáramos nosotros, los nietos, y que empezáramos a preguntar. Nosotros, los que nacimos en democracia y descubrimos la trilogía arrumbada en una estantería. Que aún nos sorprendemos del tono sepia que adquieren estas historias en blanco y negro.
Antes de marcharme de su casa, Elvira me lleva a ver un tesoro: la máquina de escribir de Barea. Un aparato rescatado del olvido que llegó a ellos por casualidad. Lo único de Barea que ha regresado a España es esa máquina de escribir inglesa. Ni siquiera las trece cajas que la sobrina de Ilse conserva en Londres y que contienen todo lo que queda de él volverán a su tierra. Se quedarán en la Biblioteca Bodleian de la Universidad de Oxford, en Inglaterra, el país que le propició un final tranquilo y que incluso le otorgó un pasaporte. Al ser inglesa, la máquina no tiene tecla de tildes. En los manuscritos originales que quedan, Barea había escrito todas con un lápiz azul. Se aseguró de no perder ni uno solo de los atributos de su lengua. Como si de una metáfora del exilio se tratara, se empeñó en no olvidar sus orígenes.
Pero nos falta contar la resolución de la aventura. De cómo Chislett consiguió las firmas, la calle y fue aplaudido por el pleno del Ayuntamiento. Me lo confiesa, orgulloso, y pienso que no es para menos. Pues alguien que nos ha recuperado la memoria de Barea sería digno de otro homenaje. Pienso que estamos en deuda con su empeño. A él le debemos que Barea regrese al barrio que le vio crecer.
Quien haya vivido alguna vez en Lavapiés, será de allí para siempre. Cuando me mudé a ese barrio, buscando redefinir mi vida, alguien muy querido me hizo esa advertencia. Años después, tras constatar los testimonios de amigos y conocidos, puedo decir que la afirmación es cierta. Pero lo que no esperaba es que también lo fuera para Barea:
Si resuena «el Avapiés» en mí, como fondo sobre todas las resonancias de mi vida, es por dos razones:
Allí aprendí todo lo que sé, lo bueno y lo malo. A rezar a Dios y a maldecirle. A odiar y a querer. A ver la vida cruda y desnuda, tal y como es. Y a sentir el ansia infinita de subir y ayudar a subir a todos el escalón de más arriba. Esta es una razón.
La otra razón es que allí vivió mi madre. Pero esta razón es mía.
Puede que estas líneas, extraídas del primer tomo de La forja de un rebelde, sean motivo suficiente. Lavapiés, el barrio que acoge a todo el mundo, es el que debe albergar su recuerdo.
No vimos a Barea regresar, pero aún conservamos sus calles. Ese escenario que retrata fielmente en sus libros. El mejor modo para contarle. El lugar en el que consiguió zafarse para siempre del olvido.
* El acto-homenaje a Arturo Barea, la inauguración de la plaza que llevará su nombre, tendrá lugar en Lavapiés el próximo sábado 4 de marzo a las 10:30 horas. Será un acto conmemorativo y abierto al público.
Profundamente conmovido. Comparto completamente la visión, y el sentimiento. Barea es de todos. La hombría de bien y el entendimiento, como demuestra nuestro pasado desde mediada la década de 1970, no necesita de leyes ad hoc ni distorsión política. Eso, al margen de la calidad objetiva del texto, y del pulso cobrado por las propias historias familiares al leerlo.
Arturo Barea tiene además un importante premio a su nombre:
el premio PREMIOS PROFESOR BAREA DE GESTIÓN Y EVALUACIÓN EN SALUD que se concede todos los años con una importante dotación económica.
¿Podría decirme qué tiene que ver, al margen de la coincidencia en el apellido, este premio con Arturo Barea?
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Soy madrileño, conozco bien Lavapiés y sentiré mucho que por motivos diversos mi ausencia de Madrid me impida acudir el próximo día 4 al merecido homenaje que este magnífico escritor, mejor español y hombre de bien va a recibir de su pueblo.
Devoré «La forja de un rebelde». Grande Barea.
Desde Londres, con entrañable nostalgia, me uniré al homejane a Arturo Barea; mi memoria y mi corazón estarán en Lavapiés y con toda la gente de bien que desde esa plaza, ahora con su nombre, y desde cualquier lugar del mundo se piense y se sienta un ´Barea´.
Aunque accidentalmente Arturo Barea nació en Badajoz y la Diputación de esta provincia creo a finales de los noventa un premio literario que lleva su nombre y que inicialmente pretendía recuperar la historia de la primera mitad del pasado siglo
En el marco de las V Jornadas, celebradas en Bilbao en 2000, se rendía homenaje al profesor José Barea Tejeiro….
NO ES A ARTURO BAREA a quien va dirigido ese premio sino a otra persona.
Por otra parte, decir que creo que la mujer austrica no murió en su casa de Oxford, sino que en 1965 volvió a Austria, donde murió.
En este enlace os dejo una foto de ambos.
http://fabricadelamemoria.com/series/ellos-opinan/153-paul-preston-ilsa-kulcsar
Decir además que Arturo Barea escribe con un sentimiento poético único. Sus libros son difíciles de leer porque están muy bien escritos. Para mí, fue un héroe.
La forja de un rebelde la compré hace bastantes años y aún ahora la releo sobre todo la segunda parte,la de Africa, que es la que más me interesa. Tengo que hacer dos puntualizaciones al artículo.Si la FORJA es una autobiografía real Barea al la vuelta de Africa vivió como un burgués con un muy buen trabajo aunque fuera siempre un socialista.La segunda que cuando se exilió de España en 1938 no fue por los franquistas,éstos todavía no estaban en Madrid,sino porque los comunistas le buscaban para matarlo.Con la memoria histórica estas cosas se quieren ocultar.
Enlazando con tu comentario, seguramente su olvido también tenga algo que ver con el hecho de que no fuera un sectario y su compromiso democrático no le nublara el entendimiento ante lo que pasaba en la retaguardia republicana
Ya. Y Franco y su clá querían darle una medalla….
A Barea y a otros como él (Chaves Nogales por ejemplo) les tocó la desgracia de tener que sufrir estar emparedados entre la reacción más bárbara y casposa de los golpistas y el batiburrillo desordenado y violento que era el bando republicano. Normal que se fuera porque no había esperanza alguna.
La forja de un rebelde es un libro monumental, de lectura obligada para cualquiera que quiera tener una idea clara de lo que era España en el primer tercio del siglo XX. Y coincido con lo ya expresado de que La Ruta es quizá la mejor parte de las tres. Da una idea de un episodio tan desconocido como la Guerra de Marruecos, y de lo que se coció en aquella olla. Digo más. En un país que respetara su historia y que tuviera planes de estudios serios ese libro sería de lectura obligada en los colegios. Un profesor me lo recomendó leer hace más de treinta años (en aquella época ya se podía encontrar en las bibliotecas.) Nunca se lo agradeceré lo suficiente.
De qué fuente saca usted esa afirmación? He leído la obra de Arturo Barea y no recuerdo en ningún sitio de ella que dijera haber huído de España por los comunistas.
Hermoso artículo, Ana. Y muy necesario. La trilogía de Barea es una fantástica ventana a la España del primer tercio del siglo XX. ‘La ruta’, la segunda parte, es la mejor descripción de la corrupción en el Protectorado de Marruecos. Aquí os dejo un fragmento https://despuesdelhipopotamo.com/2015/02/11/la-ruta-arturo-barea/ Feliz lectura.
Es España, por lo que lo que acabo de leer, de un hoy, que es todavia hoy, a pesar de ser de un dia que amaneció en 1936. Una tierra, por lo que acabo de leer, en la que conviven mudéjares y mozárabes, nacionales y republicanos, los dos bandos, mezclados. España va a ser así para siempre? No. España siempre tendrá «mudéjares», los pobres que no quieren ser ricos, los que sólo sobreviven, como mozárabes podridos en un país inmenso: China. La nostalgia es encantadora. Más si la lees, si sólo, la lees. Menos si la sientes. Es lo que pasó, pero que nunca pasó. Dura nostalgia en España. Pues somos como el hombre, un ser desgraciado, y creado, que nunca será totalmente. Un sueño de dos caras, como la Luna. Si es la oscura, te ponen la lápida. Si es llena, tú luz es sólo casi de tan pálida.
Escribo desde Chile. Desde muy joven me apasiono la guerra de España, lei muchos relatos sobre ella y uno de los que mas me gusto es La Forja. Aun conservo la edicion de Losada de 1966. Este articulo me ha permitido recordarlo y enterarme de su vida en el exilio. Me alegra mucho saber sobre los merecidos homenajes que se le trbutan ahora. Felicitaciones
Arturo Barea nació en Badajoz. La forja de un rebelde es un libro grande, aunque a veces se hace monótono, pero es un gran libro. Yo lo he leído muchas veces y en algunas cosas me veo reflejado.
Cuando leí «La forja de un rebelde» me pareció que Arturo Barea fue una persona honrada que vivió con los ojos abiertos.
Es que es muy pequena la letra. La de ahí. Y la de este cacharro
Excelente artículo. Mis felicitaciones a Ana. Barea necesita ser leido y conocido por todos los españoles (al menos). Me entusiasmó «La forja…………»
Vivo en una buhardilla de la calle Ave María, en el Avapiés de Barea. Descubir la trilogía, su forma de escribir, su profunda sensibilidad y su enorme inteligencia, en todos los sentidos, se convirtió en un hito en mi vida. Mañana me uniré al homenaje con mucho orgullo. Gracias.
Soy una persona de centro no de izquierdas y ademas profesora de Lengua y Literatura y al leer La Forja vi la grandeza tan inmensa de este gran hombre, y que nos pertenece a todos: ni vencedores ni vencidos. Es de todos. Una historia a recomendar en los colegios para los alumnos mayores y para el resto de personas que no sean sectarias y sepan aptender del que no piensan como ellas.
Excelente trabajo periodistico… Es esencial recuperar estas memorias de la gran cultura…admirable la labor del hispanista británico…he dedicado muchos estudios a la musica española de aquellos tiempos y me consta tambien que hay testimonios sonoros de musicos exiliados que dedicaron miradas a Lavapies en la senda del maestro Albeniz … Seria de agradecer recuperar contextos.. La musica de Julian Bautista quedaria muy a propósito allí…gracias
Excelente trabajo periodístico. Magnífico escritor. Inolvidable trilogía. Arturo Barea Ogazón, familia de mi suegro, Juan Ogazón, y por tanto de mi mujer, tiene para mi, aparte de su inestimable valor literario, un enorme valor sentimental.
Fabuloso artículo,en el fondo y en la forma; más que merecido el homenaje y la recuperación de la figura de Arturo Barea. Recuerdo perfectamente la serie que grabé en VHS desconociendo absolutamente al personaje, su historia a través de la pantalla me cautivó profundamente.
Muy bueno el artículo. No hay en él, por parte de la autora, ni un reproche a nadie por el olvido que ha padecido Barea y que está siendo felizmente superado.
Ni un reproche con un tema por el medio tan dado a los reproches como la Guerra Civil y el exilio.
Es más, el único reproche que hay lo hace Elvira Lindo al PSOE. Alguien debería decirle que el momento y el lugar no eran para el reproche y que su apreciación enfanga un artículo que transmite armonía en todo lo demás.
Alguien debería decirle que la recuperación del olvido no la hacen (ni la deben hacer, ni mucho menos dirigir) los gobiernos (ni los partidos que los sustentan).
La recuperación cultural no admite dirigismos de los gobiernos. Si una persona forma parte de una memoria colectiva, de una sociedad, será la sociedad la que lo recupere, pero en esto no hay intervencionismo posible. Como mucho puede haber un fomento o un empuje a un esfuerzo de recuperación que ya hayan iniciado otros.
Los gobiernos no sustituyen a las sociedades. Como mucho, y como ha sido el caso, los gobiernos envían proyectos de ley a las Cortes y realizan acciones de colaboración y cooperación. Y tampoco las leyes cambian a las sociedades a la hora de recuperarse de olvidos.
Si pretende que los olvidos vengan a la memoria colectiva por la sola acción de los gobiernos, la espera será larga y será mejor que se siente (y que deje de ser la nota desafinada y pintona en un artículo del que no es autora y que va por otro camino que el que ella quiere expresar).
Y ello sin contar con que la serie «La forja de un rebelde» de Mario Camus, la de más alto presupuesto de la historia de la televisión en España, se hizo por TVE, dirigida por un gobierno del PSOE.
¿O la financiaron unos duendes mientras dormíamos?
Las declaraciones recogidas en el artículo de Elvira Lindo son impecables. Los pellizquitos de monja a alguien tan poco sospechoso como ella, al menos en este caso (y en muchos otros que atañen a la cuestión), sobran.
Si hay algún país en el que la recuperación cultural dependa menos del gobierno es este. Si los tiros van por la recuperación cultural de los represaliados en la guerra civil, menos. La ley de la «memoria histórica» es una mierda pinchada en un palo, obra de un fulano que es poco menos que un indigente cultural como Zapatero (aunque uno tiene nada que desmerecer con su antecesor o su sucesor, y de ahí la queja al gobierno de González que fue el que debió meter mano al tema),empezando el mimos nombre de la misma, que tiene tela…..
Saludos a todos. Estuve en una visita guiada organizada por el Ayuntamiento en honor a Barea, y si no me equivoco la plaza que se rebautiza no es la de la foto, si no la que hay justo al lado, la que da a la salida del mercado y a la calle Embajadores. Saludos
Efectivamente, la plaza grande de la foto es la plaza de Agustín Lara y le van a poner el nombre a la pequeñita que está al lado. Yo heredé la edición de Losada de mi padre (sorprendentemente franquista de amplias lecturas, de los que compraban libros de extranjis). Como vecino del barrio, estaré allí
Para mi, es mi lubro preferido, tuve la suerte que lo mejor una compañera, y la estaré agradecida toda mi vida…Era una edición Mexicana, estuve buscando el libro durante años, porque yo quería tenerlo…Mis hijos lo leyeron también..Y en unos Reyes, me lo regalaron,de la Editorial Mexicana,había pasado por muchos lectores,pero seguía en buen estodo. .Fue el mejor regalo de mi vida…Espero que mis nietos lo lean, cuando tengan unos años…Yo desde luego lo intentare. …Es extraordinaria toda la trilogía.
Me ha sorprendido sobremanera ver la máquina de Arturo Barea en casa del matrimonio Muñoz Molina/Lindo: «Antes de marcharme de su casa, Elvira me lleva a ver un tesoro: la máquina de escribir de Barea. Un aparato rescatado del olvido que llegó a ellos por casualidad. Lo único de Barea que ha regresado a España es esa máquina de escribir inglesa.»
¿Cómo es que esa máquina de escribir Underwood, que según Chislett estaba en la casa de la sobrina de Ilsa Kulcsar, ha llegado de manera tan «casual» a manos del matrimonio Muñoz Molina/Lindo?
En el artículo que Chislett firma el 31 de Mayo de 2016 titulado «Arturo Barea en la campiña inglesa, mi conferencia en el Ateneo, Madrid», se puede leer lo siguiente:
«Todo lo que queda de la vida de Barea, está dentro de 13 cajas guardadas en la casa de Londres de su sobrina por parte de Ilsa, que muy poca gente ha visto. Me permitió acceder a este archivo personal y fue como pasar una tarde hablando con alguien admirado desde hace mucho tiempo y al que a uno le hubiera gustado conocer. El archivo va ser donado a la biblioteca Bodleian en Oxford, para decepción de la Biblioteca Nacional.
Pude ver sus pasaportes británicos, su testamento, muchas fotos y cartas, el manuscrito completo de La raíz rota, su última novela, relatos, transcripciones de las emisiones para la BBC e incluso la primera página de La forja, mecanografiada en papel biblia con la máquina de escribir Underwood que, al ser inglesa, no tenía tildes, de manera que Barea tuvo que añadirlas a mano con un lápiz azul. Al ver esto se me puso un nudo en la garganta.»
http://www.williamchislett.com/2016/05/arturo-barea-en-la-campina-inglesa-mi-conferencia-en-el-ateneo-madrid/
De la lectura del artículo de Chislett no se infiere si la máquina Underwood está entre las pertenencias al archivo personal de Barea, pero lo que me ha llamado la atención es la «casualidad» de este objeto tan personal y preciado de Barea a manos ajenas.
Buenos días, quería felicitar a Ana Campoy por el excelente texto que ha publicado sobre Arturo Barea, pero también quería aportar un nuevo dato. En un rincón de España, Badajoz, llevan muchos años recuperando y reivindicando la figura del escritor extremeño a través del premio Arturo Barea que convoca la Diputación de Badajoz. Creo que igual que es de justicia todo lo que relata la escritora, también lo es contar lo que se hace en su ciudad natal.
Muchas gracias
Buen artículo en el que quizá falta algún apunte sobre la vida de Barea que creo importante : En el 38 sale de España dejando mujer y tres o cuatro hijos menores de edad, el mayor no tendría ni trece años.Si no se explica parece una espantada no muy digna en una situación de guerra civil !, o, quizá no tiene explicación y es tan solo eso, una vergonzosa acción ? La autora no ha preguntado a sus hijos al respecto ? Por contextualizar. Gran escritor/ Pésimo padre ?
Buenos días, Eran 4 hijos y junto a la madre, Aurelia Grimaldos, marcharon a Brasil en 1952, tras vivir desde el 38 hasta esa fecha con su madre Cándida y hermana menor. Una de sus hijas se casó con un valenciano y regresaron a España, en concreto, a Barcelona. Tras su exilio, Arturo Barea nunca volvió a ver a sus hijos. Probablemente, uno de los mejores narradores de la Guerra Civil Española, pero quizás no lo fue tanto como padre, como apunta Félix.
Estoy interesado en recopilar más información sobre esta familia. ¿Alguien podría darme más detalles? Gracias.
Hola,
Alguien sabría decirme en qué calle de Londres vivió Arturo Barea.
Un saludo y gracias,
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