Música

2017: el año I después de Chuck Berry

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Chuck Berry. Foto: Cordon.

En una ocasión, durante los prolegómenos de un concierto, Keith Richards vio la funda de la guitarra de Chuck Berry sobre una mesa del camerino. La funda estaba abierta, y dentro de ella una reluciente e hipnótica visión: el arma de trabajo de su mayor ídolo. El de los Rolling Stones se dijo «venga, va, solo un poquito» y osó cogerla para tocar un poco; puro fetichismo, el puro placer de hacer sonar unas notas en las mismas cuerdas que él. En ese momento, el estadounidense entró en el camerino, se dirigió a Richards, le arrebató el instrumento y después le pegó un puñetazo en la cara: «¡Nadie toca mi guitarra!». Keith contaría después, con británica sorna, que aquel fue «uno de los mayores hits de Chuck Berry». La anécdota es una de tantas que ilustra el estatus que Chuck Berry tenía entre músicos tan famosos como él, que lo trataban con reverencia y una adoración infantil. Nadie estaba autorizado a manosear su guitarra. Menos todavía a él; aún recuerdo, porque la vi con mis propios ojos, la reacción amenazante que tuvo cuando un miembro del público se atrevió a tocarle un hombro amistosamente mientras Chuck interpretaba «Sweet Little Sixteen» —a veces invitaba a chicas de la audiencia para que bailasen en el escenario, pero aprovechando el descontrol también se subían varones—, y faltó poco para que el incauto sujeto se llevase otro puñetazo. La expresión de súbito terror del fan se me quedó grabada; Chuck Berry puede no parecer muy imponente en fotografías o filmaciones, pero medía casi uno noventa y su mueca de ferocidad resultaba de lo más convincente, pueden creerlo.

En las últimas horas habrán leído o escuchado varias citas célebres en las que por ejemplo John Lennon describía a su ídolo con términos casi religiosos. Tampoco hace falta recordar ya que Angus Young se ha pasado la vida haciendo el «paso del pato» de Berry; que Pete Townshend también lo hacía de vez en cuando en sus directos; que los Kinks incluyeron no una sino dos versiones de Berry en su primer disco; que los Rolling Stones y los Beatles se pasaron años tocando canciones de Berry; que Led Zeppelin tocaban «Around and Around» y Jimi Hendrix «Johnny B. Goode»; que los Beach Boys plagiaron «Sweet Little Sixteen» sin darse cuenta. Hasta Elvis Presley quiso publicar varios temas de Berry a lo largo de su carrera: grabó su versión de «Memphis, Tennessee» en 1963, «Too Much Monkey Business» en 1968, «Promised Land» en 1973; además, interpretó en directo «Johnny B. Goode», «Maybellene» y «Brown-Eyed Handsome Man». Podría seguir y seguir, hay cientos de ejemplos. Cuando repasamos la historia del rock entre 1955 y 1975, la influencia de Chuck Berry está en todas partes.

Todo esto es un hecho, nadie en su sano juicio lo discute. Chuck Berry no inventó el rock & roll, como mucha gente parece creer, porque en realidad nadie inventó el rock & roll. Era una música que ya estaba ahí, con otros nombres, en una versión menos afilada, cuando se desencadenó la fiebre rockera a mediados de los cincuenta. Pero también fue en aquella época cuando esa música empezó a tomar una nueva forma hasta convertirse en un estilo con características propias, por fin diferenciado de lo anterior, y Chuck Berry fue uno de los arquitectos principales de esa transformación. Mientras algunos pioneros del rock & roll se mantuvieron fieles a la tradición —Fats Domino, por ejemplo, personificaba el rhythm & blues y el boogie woogie característicos de Louisiana—, otros aportaron cosas novedosas, que sonaban como recién salidas del horno. Bill Haley mezcló ese rhythm & blues con toques vaqueros. Elvis Presley popularizó el rockabilly, una mezcla del rhythm & blues negro y la música hillbilly («de paletos»), más cercana al country. Little Richard y Jerry Lee Lewis aportaron un nuevo nivel de intensidad, de agresividad, hasta entonces desconocido. Eddie Cochran y los Everly Brothers inventaron nuevas estructuras de canciones, más basadas en los power chords (golpes secos de guitarra, por llamarlos de otra manera) que anticipaban futuras ramificaciones en el mundo del rock. Bo Diddley legó aquel característico ritmo sincopado que llamaba «el ritmo de la jungla». Hasta Roy Orbison, al que hoy identificamos más con las baladas dramáticas que con ninguna otra cosa, practicaba una alegre música negroide recargada de armonías que se adelantaba por varios años a los Beatles (si no me creen, escuchen sus primeras versiones de «Almost Eighteen»). En los cincuenta, cada gran músico de rock tenía un modo único de hacer las cosas; se imitaban entre sí, como siempre han hecho los músicos en cualquier estilo, pero también estaban demasiado sumidos en una febril competición para crear the new big thing como para no terminar abriendo multitud de caminos revolucionarios prácticamente cada mes que pasaba. Carreras enteras entraron en erupción y cayeron en el olvido en cuestión de pocos años, a veces incluso menos; en ningún otro lugar o época la industria discográfica había experimentado un ritmo tan frenético como en la segunda mitad de los cincuenta. Los principales creadores permanecieron, o por lo menos sus nombres pasaron a la posteridad; muchos otros, los que iban a remolque, ya solo son recordados por estudiosos o coleccionistas empedernidos. Pues bien, entre los creadores, Chuck Berry fue el más decisivo.

Elvis Presley fue el hombre que, por encima de cualquier otro, le puso rostro y voz al movimiento; era demasiado carismático como para que no sucediera de ese modo. No emergió como un producto calculado —la comparación que a veces se hace de Elvis con ciertas estrellas de masas de la actualidad me parece irritante—, ni tampoco hizo falta fabricarlo; su presencia y su energía eran arrolladoras y en ese ámbito nadie, exceptuando a Little Richard y Jerry Lee, podía competir con él. Es injusto (y erróneo) cuando algunas versiones revisionistas pretenden reducir su papel al de mera cara bonita que «blanqueaba» el estilo; eso era más bien cosa de Pat Boone y similares, destinados a contentar a un público más conservador. Pero también es verdad que, con todo lo grande que Elvis era como intérprete, no escribía su propia música. Tocaba un poco el piano, un poco la guitarra, pero podemos decir sin miedo que no se le recuerda por eso. Sobre el escenario era sin duda el rockero perfecto, pero eran otros quienes escribían los ritmos, las estructuras, los fraseos de guitarra. Y ese campo, nadie ejercería una influencia tan grande como Chuck Berry. Esto quedó patente con la beatlemania y la British Invasion de principios de los sesenta, pero también en posteriores generaciones de artistas; raro era el músico que rock que no había tocado alguna vez canciones suyas. Supongo que incluso hoy debe de ser motivo de embarazo que un músico de rock no sepa tocar por lo menos «Johnny B. Goode».

¿Qué hizo de Chuck Berry alguien tan especial? Uno de sus mayores logros fue el de encontrar una fórmula para escribir temas con una estructura perfecta; «Johnny B. Goode» es el ejemplo más famoso, claro, pero ni mucho menos el único. Era una fórmula estrofa+estribillo que se basaba en un principio sencillo: hay que escribir una letra con diferentes características para cada parte, como se hacía en la música vaquera blanca. Él lo hacía así porque sus letras no estaban ahí solo para contar cosas, sino que eran como un instrumento más. Sus estrofas seguían una cadencia acelerada, muy influida por el country (su primer éxito, «Maybellene», era en realidad la relectura de una canción country, «Ida Rae»), en la que cantaba frases de cadencia silábica enrevesada. Los estribillos, en cambio, se componían de unas pocas palabras, muy fáciles de recordar: «Oh Maybellene, why can’t you be true», «Go, Johnny, go, go!», «Roll over Beethoven, rockin’ in two by two», cosas así.

No es que fuese una fórmula salida de la nada, esto ya lo hacían otros, pero no de manera tan deliberada y estudiada. Lo que distinguía a Chuck Berry era su habilidad para escribir textos con una cadencia perfecta, donde no pronunciaba una sola sílaba al azar. La propia «Johnny B. Goode», por ejemplo, es una muestra apabullante de esa habilidad. La letra contiene una narración colorida repleta de escenas muy vívidas, parece una película y es, literariamente hablando, un verdadero cuento; pero lo importante es que cada sílaba está en su sitio, cada palabra ha sido puesta ahí con la premeditación y precisión de un relojero. Ningún otro artista de los cincuenta tenía esa misma habilidad para convertir la letra en una maquinaria rítmica que, para colmo, ¡a veces contaba grandes historias! Otro maravilloso ejemplo es «Promised Land», que Berry escribió durante una de sus estancias en prisión (eh, ¡nadie ha dicho que fuese un ciudadano ejemplar!): fue a la biblioteca de la cárcel, pidió un atlas y consultó los mapas para describir un viaje a lo largo del país, el viaje que podría hacer cuando recuperase la libertad. La canción es poco más que un compendio geográfico —no contiene una historia tan literaria como la de «Johnny B. Goode»— pero, ¡qué ritmo! Cuando cualquier otro cantante alarga o acorta una vocal para que la palabra encaje en el ritmo, es algo que se nota; no es criticable, a veces la situación lo requiere, pero es forzado y se nota. Chuck Berry, en cambio, poseía la suprema habilidad de convencerte de que esa palabra tenía que estar ahí, esas mismas y no otras, y que alargar una vocal no era un truco sino era una inevitabilidad nacida de ciertas leyes físicas del habla, leyes que solamente él conocía. Si uno lo analiza, parece cosa de magia que fuese capaz de construir frases como «I straddled that Greyhound and rode him into Raleigh and on across Caroline», que contenían una musicalidad intrínseca tan abrumadora. Hasta cuando se come una sílaba de «Alabama» parece estar haciendo lo único correcto. Al oírlo, suena fácil, suena sencillo, suena natural… ahora intente usted hacer lo mismo. Con toda una canción.

Las estructuras de sus canciones, pues, eran un modelo a seguir. Y después, por descontado, estaba su guitarra. Chuck Berry no fue el primer guitar hero de la era eléctrica; ese honor le corresponde a Les Paul, que ya andaba haciendo virguerías a mediados de los cuarenta. Tampoco fue el primer guitar hero de la era del rock & roll; Danny Cedrone, guitarrista de Bill Haley & the Comets, vivió un breve momento de gloria póstuma gracias al famosísimo solo que grabó para «Rock Around the Clock», poco antes de su infortunada muerte cayendo por unas escaleras. Pero Cedrone provenía del country, como otros guitarristas famosos de aquel tiempo; también los había que se habían formado en el rhythm & blues o en el jazz. Cada uno de ellos adaptaba su estilo anterior a las canciones de rock & roll; pero sus solos eran eso, solos tomados de otros géneros y adaptados a la nueva corriente. Viejos fraseos tocados más deprisa, poco más. Chuck Berry fue, en este sentido, el primer verdadero guitarrista de rock. Podría decirse algo parecido de Cliff Gallup, que tocaba junto a Gene Vincent, pero Gallup se retiró casi por completo de la música en 1957, después de casarse y tener un hijo. Y Gallup nunca despertó un culto tan extendido, aunque tiene algunos fans célebres; Jeff Beck siempre estuvo obsesionado con él y grabó un álbum entero destinado a repetir sus solos (porque, según Beck, ¡no estaban a volumen suficiente en las canciones originales!).

Lo que Berry hizo —y algo en lo que ni siquiera Gallup estuvo al mismo nivel— fue inventar riffs, fraseos característicos, instantáneamente reconocibles, que jugaban un importantísimo papel como preludios o intermedios de sus composiciones, con los que fabricaba solos cuya intención era no interrumpir la cadencia que sus letras daban a las canciones. Sus guitarras eran cortantes, percusivas, afiladas; justo lo que el nuevo estilo necesitaba, y no aquellos otros solos que parecían un tanto postizos porque venían de otros lugares. Otros músicos contemporáneos consiguieron el mismo efecto, pero con otros instrumentos; los solos de piano de Little Richard o Jerry Lee Lewis, o los volcánicos solos de saxofón en las canciones del propio Richard, por ejemplo. Fue Berry el primero en introducir esa inmediatez en la guitarra. Además, sus fraseos eran sencillos y fáciles de imitar para los miles de chavales que, de repente, estaban intentando aprender a tocar en medio mundo. Aún hoy, buena parte de los guitarristas eléctricos del planeta continúan utilizando constantemente recursos y expresiones que Chuck Berry creó en los cincuenta. Sus solos eran y han seguido siendo el abecedario, el vocabulario básico por el que los guitarristas de rock tienen que pasar, sí o sí, si quieren que lo que tocan sea algo distinto al blues o al jazz. Individuos tan dispares como Jimi Hendrix, Eddie van Halen, Danny Gatton, Joe Satriani y muchos otros han usado aquellas técnicas de Berry en muchos momentos de sus propios solos; no digamos ya Keith Richards, cuyo estilo es prácticamente una prolongación indefinida del estilo de Berry, o Angus Young, que no puede tocar dos compases seguidos de un solo sin que le nazca un fraseo de Chuck. Valga la anécdota: no hace mucho detecté un fraseo cien por cien Chuck Berry en mitad de una canción de cierto cantante español de música ligera, durante un solo sin duda grabado por el guitarrista mercenario de turno. Sí, a tanto llega la cosa. Creo que el único guitarrista eléctrico con una capacidad universal de influencia comparable ha sido Jimi Hendrix, pero también él creció tocando fraseos de Chuck Berry; como todos, dejaba escapar guiños de vez en cuando. Piénsenlo de este modo: durante los cincuenta, la guitarra todavía no era el instrumento rockero por excelencia, o no más que el piano. Pero desde entonces ya no ha dejado de serlo; la guitarra eléctrica, como se suele decir, es la Excalibur del rock, y eso se debe a Chuck Berry. Nunca fue un virtuoso, ni tuvo una técnica espectacular, pero su inventiva y su intuición para crear frases perfectas en los momentos requeridos estaba a la par con lo que conseguía escribiendo sus textos.

Así pues, si pensamos en una canción rock ideal —como la que acaban de escuchar, o díganme, ¿cómo demonios se puede mejorar eso?— Chuck Berry aporta las estructuras, la cadencia rítmica de las letras, la urgencia de las melodías, y desde luego los detalles básicos de la guitarra. No, él no creó el rock & roll, pero sí fue lo más parecido que el rock & roll ha tenido a un padre que guiara su desarrollo, porque él reconoció sus elementos básicos y puso el debido énfasis en ellos. Es como hablar de las películas de John Ford y gente así; no inventaron el cine, pero ya no puede hacerse cine sin pensar en ellos. A quienes vinieron después no les quedó más remedio que imitarles, copiarles e inspirarse en su trabajo, conscientemente o no. Cuando John Lennon dijo que «si al rock & roll le cambiasen el nombre, deberían llamarlo Chuck Berry», no estaba exagerando, ni hablaba con gratuita pasión de fan. Resumió en una frase lo que todos los músicos de rock de su generación ya sabían, que Chuck Berry era la escuela, el currículum básico, el hombre que había proporcionado las herramientas imprescindibles. Simples, sí, y fáciles de usar, pero también insustituibles e inmejorables para que construir todo el kit. Poca gente crece con un piano o un saxofón en casa, pero casi cualquiera puede conseguirse una guitarra, por barata, cutre y chapucera que sea, y empezar a aprenderse el riff inicial de «Johnny B. Goode», aun sin tener ni idea de música. El rock es eso; no se enseña en los colegios (por desgracia) y dudo que en un conservatorio puedan resumir su esencia mediante tratados teóricos. La música rock es música popular en el sentido más estricto del término, y Chuck Berry es su principal apóstol, su principal filósofo, su primer y mejor enciclopedista de sonidos. Esto es lo que, en realidad, la frase de John Lennon está queriendo decir; que sin Chuck Berry no hubiesen existido unos Beatles, o quizá se hubiesen pasado la vida tocando skiffle en algún bar de mala muerte de Liverpool, porque no hubiesen tenido el armazón sobre el que construir todo su estilo. Apliquen eso a cualquier artista de rock.

La noticia de la muerte de Chuck Berry no era, desde luego, inesperada. Pero es la más simbólica que se ha producido en años. La era del rock acabó hace ya mucho, diría que a mitad de los noventa, pero siempre habrá chavales que escuchen fraseos de Chuck Berry —interpretados por él, o interpretados por otros— y pensarán: «Eh, esto parece fácil de tocar, y además mola». Ese fue siempre, insisto, el espíritu del rock & roll, al que llamamos por esa etiqueta pero que nunca dejó de ser una música folk como otra cualquiera, solo que no regional, sino universal, porque tocaba la fibra de gente de todas partes del mundo. Y Chuck Berry era el maestro, el profesor, el tutor, el tipo al que volver cuando hay una duda acerca de cómo debe hacerse. Desde hace meses ya vivíamos en un mundo sin Prince, sin Bowie, sin Lemmy y sin algunos otros, pero es que ahora vivimos en un mundo sin Chuck Berry. Y eso significa que ahora sí, definitivamente, somos todos huérfanos. El Sócrates, el Homero, el Einstein, el Shakespeare del rock & roll ha muerto. Que alguien traiga una bebida y brindemos todos en su honor.

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23 Comentarios

  1. Pingback: 2017: el año I después de Chuck Berry – Jot Down Cultural Magazine | METAMORFASE

  2. Jorgebuja

    Respetuoso, preciso y elegante artículo. Por alguien que no sólo sabe de lo que escribe, sino que demuestra auténtica pasión por los orígenes de esta música. Mi enhorabuena… Y sin la necesidad de mencionar Regreso al Futuro, hecho vomitivo que nos ha impulsado a muchos a dejar de leer todas las gilipolleces sobre Chuck que se han escrito este fin de semena.

    • Donaciano Fabián Guzmán

      Felicidades por el artículo. Quizás, sólo quizás, habría que añadir que Chuck Berry es la Piedra Angular de eso que hoy llamamos ROCK a secas.

  3. Corre rocker

    Muy buen artículo. Añadiría una cosa: al oyente actual las canciones de Berry le pueden parecer simples y facilones. Lo son, pero sobre todo porque esos riffs y esas estructuras de canciones han pasado a formar parte intrínseca de toda la música que vino después. Son como el sistema operativo en el que otros han desarrollado sus propuestas

  4. Deja claras muchas cosas que el mundo parece haber olvidado. De lo mejor que he leído en estos últimos dias, en los que todo el que escribe se autoproclama fan incondicional de Chuck Berry.

  5. Realmente he disfrutado leyendo este más que acertado artículo, muy bien ilustrado musicalmente. Si se me permite, he echado de menos a Buddy Holly en las muchas referencias que se han hecho de otros innovadores contemporáneos de Chuck. Gracias por ese respeto que esperemos no olviden las generaciones venideras

    • FranCisco Houston

      Completamente de acuerdo!! Después de leer el artículo (sobre todo el párrafo que cita a los GRANDES PIONEROS) sentía la necesidad de mencionar la falta de Buddy Holly … pero veo que no soy el único. Gracias Lluis por quitármelo de la boca.
      PD: Y por supuesto, también a Carl Perkins del comentario de Paco.

      • Francisco, veo que cojeamos de la misma pierna. Si Buddy hubiera vivido nueve décadas… Pero esto ya es otro tema. Reitero, gran artículo!

  6. Nacho Rodríguez

    Un artículo sublime, muchas gracias.

  7. Sería el año 79 o cosa así, cuando un amigo me enseñó la portada del LP Motorvatin’ de «un tal Chuck Berry», como pueden imaginar, en aquel entonces, aparte de la movida madrileña y algo de música disco, los Bee Gees y la purrela del circuito comercial; ni en sueños se podía oir nada de nada de alguien así. Ni que decir tiene que a la cuarta nota del Johnyy B. Goode, Chuck Berry tenía un admirador a ultranza más por el mundo. Más de una vez he cantado -aunque soy un mero aficionadillo- canciones de Chuck Berry con un grupo y disfruto mucho haciéndolo, la próxima vez que lo haga, como que me va a costar aguantar la emoción. Hasta siempre maestro allá donde andes.

  8. Todo ésto en el artículo está bien, pero que pasa con Carl Perkins (el del Blue Suede Shoes, Everybody Is Trying To Be My Baby, etc)? Carl también fue importante para el RR, y compuso una cantidad enorme de éxitos que otros interpretaron.
    Y los que de verdad dieron a conocer las canciones de Chuck Berry fueron los Beatles (Roll Over Beethoven, Too Much Monkey Business, Johnny B. Goode, etc) con George y John, no tanto los Rollings.

    • No creo que el no mencionar a Perkins en este caso sea ni un descuido ni una falta de respeto por parte del autor. El viejo Carl comparte con Larry Williams el honor de ser el único artista versioneado tres veces por los Beatles, una más que Little Richard y el propio Berry, pero esto fue porque Harrison era un fan desatado de su técnica de guitarra: hay rastros de Perkins en los solos de Can’t buy me love o I’ll cry instead por ejemplo, pero dicho con todo el cariño y admiración por el de Jackson, su estatura e influencia general en el rock no se pueden comparar con la de Berry, Richard, Diddley, Lewis, Holly, Cochran o desde luego Presley. Y a veces cometemos el error de entrar en cotejar artistas en base a nuestras filias. Un abrazo

      • Wladimir Rojo Carrillo

        Cuestion de gustos personales, me imagino. Que Carl Perkins solo tuvo un hit ( habria sido mayor si el sunny boy de Elvis y su equipo no le hubieran birlado una gran parte) lo sabemos todos, pero que no tenia la estatura e influencia de estos que nombras, tambien creo que es cuestion de gustos. Berry, Richard, Domino, Lewis tuvieron muchos mas hits, pero para mi, y esto puede ser una opinion subjetiva para muchos, Carl Perkins no desmerecia en absoluto como musico de estos. De acuerdo que Berry esta muy por encima en cuestion de exitos, influencia, etc, pero el ejemplo de Diddley, por ahi no paso. Perkins fue un musico, con poca suerte y con bastante tragedia en su vida, quizas tambien por culpa propia, pero me parece un gran musico a todas horas.

  9. Buen artículo pero definitivamente Chuck Berry no se sacó su fraseo de la manga. Si se hace una escucha de T-Bone Walker, se reconocerá al momento todo el vocabulario de Berry, pero tocado sin notas dobles y de una manera menos agresiva (porque el contexto también era más «dulce»).

  10. Bender Rodriguez

    Muy buen artículo, gracias! Me ha recordado, la reflexión sobre la precisión relojera en el encaje de ls letras en la melodía a otro explorador de la música, Sid Barrett, que en mi opinión comparte esta misma característica con Chuck Berry. Basta escuchar Interestellar overdrive, Dominoes, Efervescing elephant, etc…para apreciar el trabajo rítmico de las letras en el resultado final

  11. Impresionante artículo amigo, justicia en varios párrafos sobre lo que este señor, al que tuve el honor (y el sufrimiento) de acompañar en directo, representa para ti, para mí y para varios cientos de millones de seres humanos. Aunque quedan Little Richard y Jerry Lee vivos, quizá con Presley los mejores performers de la era del rock and roll, aquella época que empezó a morir en 1959/60 con las trágicas partidas de Buddy Holly y Eddie Cochran se ha ido definitivamente con él. «I’m gonna write a little letter gonna mail it to my local DJ, just to tell him how sad I feel…» :-(

  12. Gondisalvo

    Estupendo artículo. Excepcionalmente documentado y escrito. Al margen de la incuestionable aportacion de Chuck Berry, el tema del puñetazo y su agresividad le resta méritos… o no. Se puede ser un extraordinario músico, deportista, fontanero o ingeniero y ser un macarra integral. O un violento.Sinceramente lo creia muerto hacia tiempo. Musicalmente, por supuesto. Historia de la música rock. Uno de los principales protagonistas son duda.

    • Wladimir Rojo Carrillo

      Cierto, lo uno no desmerece lo otro, y viceversa. Que era un macarra y con bastante mala leche, era algo notorio que sabia todo el mundo, pero quien mira eso cuando va a ver su concierto? Nadie. De Jerry Lee tambien se decia entonces que era un racista y se rumoreaba que pertenecia al Ku Klux Klan. Lo dicho.

  13. Excelente artículo. Gracias.
    Aunque a nivel interpretativo siempre me han gustado mas Eddie Cochran o Gene Vincent, está claro que la influencia posterior en varias generaciones de rockeros cae claramente a favor del viejo Chuck.

  14. Siempre he considerado a Chuck Berry como el número 1. Teniendo en cuenta la situación de discriminación de los artistas negros en los años 50 y 60 en comparación con la promoción de los cantantes de raza blanca en los medios de comunicación mayoritarios de esa época, salvo muy pocas excepciones. De esa situación surgió el fenómeno Elvis y su proclamación como «rey del rock», Berry no tuvo tantas oportunidades y se impuso por su extraordinario talento.

  15. jose fernandez cordero

    Excelente articulo. Solo me gustaria decir que que suerte que no se enseña en el colegio y llamar la atención sobre el guitarrista de The 5 Royales, Loman Pauling, un adelantado en sonido y estilo

  16. Constantino

    El «rock’n’roll», lo mismo que el pop era un movimiento juvenil, «teen». En cuanto las estrellas dejaron de ser adolescentes y, peor aún, en cuanto estuvieron para ingresar en el geriátrico o en el tanatorio, el movimiento de disolvió. Nada de lo que cuentas existe, ni importa ya. Todos los elementos de Berry, que emocionaron en su momento, ya no significan nada. Recuerdo haberlo visto en un programa musical, «Sábado Noche», de 1987, presentado por una jovencísima Lydia Bosch. El tipo trataba de conectar con un público joven, sin conseguirlo. Sólo veíamos a un abuelo negro danzón, un personaje tirando a ridículo. Aparte que cantaba en inglés y parecía creer que le entendíamos. Tras terminar un discreto repertorio, Lydia Bosch, entonces una buenorra de gran calibre, se encogió de hombros, perpleja y pasó rápido a otro asunto, tratando de olvidar cuanto antes a una leyenda viva tan «friki».
    «Sic transit gloria mundi», amigo.

  17. Pingback: In memoriam: Little Richard – Periódico Página100 – Noticias de popayán y el Cauca

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