Sociedad

Viena: gestionando la diversidad

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Cartel del candidato a la presidencia de Austria, Alexander Van der Bellen, en las calles de Viena, 2016. Foto: Alex Domanski / Getty.

Alexander Van der Bellen, el nuevo presidente de Austria, prestará su juramento el 26 de enero de 2017. La victoria del candidato verde, hijo de refugiados rusos y estonios, con raíces holandesas y alemanas, nacido en Viena hace setenta y tres años, no fue fácil: compitió tres veces contra Norbert Hofer, el candidato de la extrema derecha. Hofer recurrió los resultados de la segunda vuelta electoral y esa se repitió el 4 de diciembre de 2016. Con el 53,8 % de votos a favor, la victoria de Van der Bellen es más simbólica que real. El presidente tiene competencias limitadas en Austria, pero la derrota de la extrema derecha calmó las inquietudes en las capitales europeas y dio tiempo de respiro al actual Gobierno federal, una coalición de socialdemócratas (SPÖ) y populares (ÖVP).

La verdadera batalla electoral se espera el año que viene: Heinz Christian Strache, el carismático líder de la extrema derecha (FPÖ) calienta motores para las elecciones parlamentarias en 2018. Por su parte, el Gobierno federal se prepara para endurecer por segunda vez en un año la legislación que afecta a los refugiados. Junto con Alemania y Suecia, Austria es el país europeo que recibió el mayor número de refugiados per cápita en 2015. La mayoría reside en Viena, una ciudad cuya diversidad étnica, cultural y religiosa, aun antes de la llegada de los refugiados afganos, sirios e iraquíes, ha representado un desafío político.

La diversidad

Conocí a Stephan Schimanowa y a Aziz Miran en octubre de 2016, durante una jornada dedicada al análisis de los desafíos de la integración e inclusión de los migrantes y refugiados en la sociedad austriaca, organizada por el Partido Socialdemócrata de Austria (SPÖ).

Stephan y Aziz son trabajadores sociales en el ámbito de la integración. Quedé con los dos para hablar de Viena y de su diversidad.

¿Por qué elegí hablar con Stephan y Aziz? Porque durante aquella jornada formularon preguntas y no recibieron respuestas. Stephan mencionó la actitud hostil de los jóvenes de origen serbio hacia los refugiados: chicos con poca educación y mucha frustración; parcialmente integrados en la sociedad austriaca, parcialmente identificados con la cultura serbia, con pasaporte austriaco y rechazo hacia los musulmanes.

Aziz expresó otra preocupación: «He conocido a varias familias de refugiados sirios cuyos valores son cercanos a los de Estado Islámico. No están dispuestos a aceptar ningún valor occidental. Sobre todo, en el trato con las mujeres. ¿Qué deberíamos hacer?».

La prensa amarillista, liderada por el emblemático Krone Zeitung, ha publicado un sinfín de noticias acerca de los hombres musulmanes que rehúsan hablar con las maestras o las médicas, por ser mujeres; niños que se niegan a cantar en clase, por ser haram; chicas que rechazan clases de gimnasia; hombres que se niegan a saludar a las mujeres dándoles la mano. Estas historias se daban ya antes de 2015. El resto de los medios de comunicación minimiza estos comportamientos. Es difícil saber si se trata de casos aislados o de fenómenos masivos.

Sin embargo, en diciembre de 2016, la revista mensual Biber, dirigida por y escrita para los neoaustriacos, esto es, jóvenes con raíces migrantes pero escolarizados en Viena y con perfecto dominio del idioma, lanzó la voz de alarma instando a las autoridades de la ciudad y a los líderes religiosos a tomar medidas para frenar una nueva práctica en las escuelas: el terror ejercido por los jóvenes que deciden cómo se deben comportar sus compañeros para cumplir con las leyes islámicas. El título de la portada, «Haram, Bruda!» («Pecado, hermano»), lo dice todo: los hombres jóvenes acosan a sus coetáneos, y sobre todo a las chicas, por vestir o hacer las cosas que ellos consideran haram. Varias chicas entrevistadas para el reportaje admitieron que se preocupan por lo que visten para evitar problemas con sus compañeros de clase.

Stephan, nacido en un barrio en las afueras de Viena, me citó en el Diwan, un elegante restaurante turco; el kurdo iraquí Aziz, vienés desde hace cuarenta años, sugirió tomar café en Oberlaa, una pastelería típicamente vienesa. La elección de los sitios fue casual, pero resultó simbólica: Diwan representa la diversidad; Oberlaa la tradición.

Stephan, especializado en el trabajo social con jóvenes inmigrantes o de extracción migrante, recurre a la historia para denunciar el miedo que siembra la extrema derecha, representada oficialmente por el Partido Liberal de Austria (FPÖ), hacia los inmigrantes y refugiados.

Viena podrá absorber su variada población, sostiene, ya que sobra la experiencia histórica: en 1910, la ciudad alcanzaba dos millones de ciudadanos (actualmente tiene 1,8 millones). Más de un 44 % de la población era originaria de distintas partes del Imperio austrohúngaro: checos, húngaros, croatas, italianos, serbios, ucranios, eslovenos, etc. La mayoría no hablaba alemán. Basta mirar los apellidos, recuerda Stephan. Muchos apellidos vieneses, así como el dialecto capitalino, tienen raíces eslavas, húngaras o judías.

Medio siglo más tarde, en 1956, llegaron miles de refugiados húngaros y, en 1968, checos. Los dos grupos huían de los soviéticos. Algunos se quedaron. Viena los absorbió.

Paralelamente, hubo otro flujo migratorio: entre 1961 y 1971, tras firmar un acuerdo con Yugoslavia y Turquía, Austria recibió doscientos sesenta y cinco mil trabajadores temporales, los Gastarbeiter. La idea era simple: trabajaban, ganaban dinero y regresaban a sus pueblos. Algunos volvieron, pero muchos se quedaron. Pocos se integraron aprendiendo alemán.

Ljubomir Bratic, historiador especializado en los migrantes yugoslavos, dice que el rechazo a los Gastarbeiter era tan grande que sus hijos tenían problemas para aprender ciertos oficios. Estudiar en la universidad quedaba fuera de su alcance. Los hijos sí aprendieron alemán, pero pocos escalaron socialmente. Stephan opina lo mismo: el sistema no permitía la ascensión social.

Al principio de los años noventa, ciento quince mil personas llegaron de la antigua Yugoslavia huyendo de las guerras, sobre todo de Bosnia. Su nivel educativo era más alto en comparación con los migrantes anteriores y sus hijos tuvieron más éxito social y profesional. Tanto entre la población de origen migrante como entre la autóctona, los hijos no consiguen superar el nivel de educación de los padres, a pesar de la educación gratuita.

Los refugiados solo agregan una variable adicional a ese mosaico. Desde 2015, unos ciento veinticinco mil refugiados procedentes de Afganistán, Irak y Siria han pedido asilo en Austria. Más de la mitad se han quedado en Viena. De los acogidos en el resto de Austria, un 80 % llega a la capital cuando consigue el estatus de refugiado

Para Stephan es importante combatir el miedo, trabajar con la gente, hablar, convencer, educar, crear programas de apoyo, luchar contra el racismo y la exclusión.

Aziz concuerda con el análisis de Stephan, pero enfatiza otra cuestión: los refugiados deberían recibir unas claras instrucciones acerca de los usos y costumbres en una sociedad como la austriaca. «Muchos desconocen las reglas; otros no quieren conocerlas. Sus convicciones religiosas generan conflictos con la sociedad occidental, pero los socialdemócratas no quieren hablar de la religión», se lamenta, «no forma parte de su esquema de valores».

Hafis es intérprete de pastún y darí. Lleva treinta años en Europa y repite las palabras de Aziz: «La gente tiene que conocer las reglas europeas desde el primer día». Unos treinta y cinco mil afganos pidieron asilo en Austria.

Zyada, refugiada siria, está de acuerdo: «Todo es nuevo para nosotros». Esta exdirectora de finanzas en la universidad en Deir ez-Zor, que huyó hace un año con sus dos hijos adolescentes, habla de las mujeres. «Muchas sirias se quieren divorciar aquí… Allá era imposible. Mi familia era una de las más liberales en la ciudad, todos con diplomas universitarios, y sin embargo nadie se hubiese atrevido a decir que quería divorciarse. Cómo explicárselo a mi padre y a mis hermanos».

Los cursos de integración son una oferta nueva, pensada para explicar cómo funcionan las sociedades occidentales: se enseñan los valores, los derechos humanos, la primacía de la Constitución sobre la religión, la igualdad de género, cómo separar la basura o el tipo de contratos laborales. Sin embargo, algunos desafíos no se resuelven con las clases de integración: ¿cómo tratar legalmente a las esposas menores de edad? ¿Qué sucede con la poligamia?

Nadie intentó integrar a los Gastarbeiter turcos y serbios. O a los treinta mil chechenos residentes en Viena desde hace una década y con escaso contacto con el resto de la sociedad. Tan mala es la percepción de los chechenos —agresivos, criminales, aislados, radicales religiosos— que las pocas organizaciones que han creado tienen un objetivo: mejorar la imagen de este grupo étnico.

«Cuando una familia recibe el estatus de refugiado están obligados a dejar los centros de acogida. Reciben dinero de ayuda social pero no saben cómo organizarse para buscar vivienda y trabajo», explica Maynat Kurbanova, periodista y única mujer chechena que tiene presencia pública en Austria. Los salafistas les ofrecen sus servicios sociales e influyen en la elección religiosa. Decenas de chechenos han viajado a Siria para combatir por el Estado Islámico.

El proceso de acercamiento natural de todas las culturas que conviven en Viena no se produjo. Cuando el Gobierno federal tomó conciencia de la existencia de las sociedades paralelas, la extrema derecha ya había abanderado el discurso antiinmigrante y antimusulmán.

La integración

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Refugiados sirios, Viena, 2015. Foto: Josh Zakary (CC).

Desde 2012 Austria tiene un Plan Nacional de Integración dirigido a diferentes generaciones de inmigrantes. El Plan reconoce los errores del pasado y los desafíos del presente.

Un 42 % de la población de Viena tiene raíces extranjeras o es de origen migrante (Personen mit Migrationshintergrund). Según la definición, se trata tanto de los ciudadanos austriacos como de los residentes extranjeros, o sea, de las personas que nacieron en el extranjero o cuyos padres nacieron fuera de Austria. Esa definición abarca la primera y la segunda generación de migrantes, a los que hablan y no hablan alemán, e incluye desde los refugiados recién llegados hasta el director de la Ópera, el francés Dominique Meyer, o al personal de los numerosos organismos internacionales con sede en Viena.

De los 1 840 000 residentes de Viena, 595 664 nacieron en el extranjero, un 27 %. La mayoría procede de Europa, incluida Turquía; un 11,7 % proviene de la UE y el 15,7 % de otros países. Gracias a flujos migratorios, Viena sigue creciendo: en la últimas dos décadas su población se incrementó en un 17 %.

La mayoría de los migrantes son serbios y turcos, seguidos por otras nacionalidades: alemanes, húngaros, polacos, eslovacos, búlgaros, rumanos, chechenos, kurdos, somalíes, nigerianos y otros. Los últimos en llegar han sido los sirios, afganos e iraquíes.

La diversidad es un fenómeno audible y visible: en el transporte público se oyen decenas de idiomas en cada vagón y a cada hora; a diario abren restaurantes y tiendas de comida y de productos étnicos, las discotecas étnicas proliferan, etc. La vestimenta también denota diferentes procedencias y credos: desde moda italiana hasta las numerosas maneras de usar el hiyab, la abaya y el nicab.*

¿Qué significa la integración? La definición formulada por el Fondo de Integración menciona la necesidad del respeto mutuo y el cumplimiento de las reglas que garantizan la cohesión y la paz social. Una exitosa integración, según el Plan, abarca el conocimiento del idioma alemán, que permite el acceso a la educación, a la educación continua, al mercado laboral, así como el respeto del Estado de derecho, el cumplimiento de la ley y la aceptación del sistema de valores austriaco y europeo. La Constitución está por encima de la religión.

La revista Biber publicó una miniencuesta preguntando a una decena de jóvenes con pasaporte austriaco, pero con raíces extranjeras, «¿Te sientes austriaco?». La mayoría contestó negativamente, pero afirmó sentirse vienés.

La palabra integración está en la boca de todos los políticos, pero su interpretación difiere según cada óptica: la izquierda socialdemócrata antepone el diálogo a las prohibiciones; la derecha baraja prohibir el nicab. Esta vestimenta, utilizada principalmente por las bosnias y las chechenas en Viena, no se usa en los países árabes, fuera del Golfo Pérsico, me cuenta Zyada. En Europa simboliza el islam político, pero sus defensoras aseguran que las sociedades libres deben permitir su uso.

Aziz, el trabajador social kurdo vienés, asegura que la mayor discriminación profesional contra los migrantes se percibe en los niveles intermedios: «En las empresas internacionales nadie te pregunta de dónde eres, pero en las de tamaño medio hay rechazo cuando los inmigrantes comienzan a escalar profesionalmente». Por otro lado, miles de pequeños negocios y servicios están gestionados por los inmigrantes: fontanerías, pizzerías, transporte, peluquería, salones de belleza y un largo etcétera. Los apellidos extranjeros comienzan a proliferar en niveles profesionales altos y algunos ya en política.

En 2016, tras el último flujo migratorio, explotó el rechazo a la inmigración. La encuesta internacional Challenges of Nations 2016 reveló que un 66 % de austriacos identificó la inmigración como el mayor desafío. En 2015, un 22 % compartía esta opinión. La mayoría de los extranjeros y ciudadanos con raíces extranjeras vive en Viena. El campo y las ciudades pequeñas son casi étnicamente homogéneas; suelen votar a la extrema derecha.

El FPÖ asegura que los musulmanes son difíciles de integrar. En un simposio organizado el 18 de noviembre en la bellísima sala Kursaal, en el Stadtpark, unos trescientos elegantes seguidores del partido, cuyos líderes coquetearon con el nazismo cuando eran jóvenes, rechazaron el multiculturalismo. El expresidente checo Vaclav Klaus (2003-2013) dijo: «De un lado tenemos la libertad y del otro lo políticamente correcto, el multiculturalismo, el marxismo, la arrogancia de las élites». Parte de la élite estaba presente en la sala.

Ley sobre el islam

El islam es una religión oficial en Austria desde la anexión de Bosnia Herzegovina al Imperio austrohúngaro. En 1912 Viena promulgó la ley sobre el islam, que otorgaba libertad religiosa a los creyentes. Por ello, el uso del hiyab no se cuestiona: las estudiantes van cubiertas a la escuela, las niñas somalíes usan el hiyab en los parvularios; las médicas creyentes atienden con el hiyab blanco a sus pacientes; las empleadas creyentes de las líneas aéreas Austrian Airlines atienden con el uniforme que integra el hiyab blanco. Esa actitud laxa hacia la vestimenta femenina no implica que una mujer cubierta tenga las puertas abiertas de todos los puestos del trabajo. O que no sea discriminada o insultada en público.

Si bien nadie se sorprende por el uso del hiyab, el creciente uso del nicab levanta animosidades. Las turistas de los países del Golfo, clientas habituales de las tiendas de lujo, también usan el nicab, pero no molestan: se quedan en los hoteles de cinco estrellas, gastan mucho y no se las ve en la ópera, los servicios sociales u oficinas de desempleo.

Según los cálculos aproximados, unos seiscientos mil musulmanes viven en Austria, una gran mayoría en Viena. Desde el año 2001, la ciudad no incluye la religión en sus estadísticas.

En 2015 Austria promulgó una nueva ley sobre el islam que estipula la primacía de la ley nacional. «La doctrina, las instituciones y las costumbres no podrán contradecir la normativa legal (…) Los musulmanes que aspiran a ejercer la profesión de imán, podrán adquirir conocimientos teológicos en la Universidad de Viena (…) El funcionamiento regular de una sociedad religiosa deberá ser financiado desde Austria».

Con estas provisiones se prohíbe la financiación de mezquitas desde el extranjero e importar imanes, prácticas que han influido en la radicalización de una parte de la población. Según un estudio reciente encargado por el Ayuntamiento, un 27 % de los jóvenes musulmanes que acuden a los centros de apoyo social defienden la yihad; un 47 % son antisemitas; un 59 % están en contra de la homosexualidad. Cada partido interpretó las cifras a su manera: los socialdemócratas pidieron los programas de desradicalización, los conservadores barajan prohibiciones.

Nadie sabe qué hacer.

«La izquierda no entiende el islam y la derecha contrata expertos que sí conocen el tema. Qué hacen con ese conocimiento es otra cosa», sentenció la suiza de origen tunecino Saïda Keller-Messahli, presidenta del Foro por un Islam Progresista, en una conferencia organizada por los verdes en Viena. Keller-Messahli fue rotunda: «Ninguna mujer escoge libremente cubrirse la cabeza, se debe a la presión familiar y social». La activista alerta contra la penetración del islam radical en Europa a través de la financiación de las mezquitas y asociaciones culturales.

La ciudad del bienestar

Con excepción del periodo del austro-fascismo (1934-1938) y el nazismo (1938-1945), los socialdemócratas gobiernan Viena desde hace noventa y siete años. Solo durante la última década han compartido el poder con los verdes.

El alcalde socialdemócrata, Michael Häupl, y la vicealcaldesa verde, Maria Vassilakou, de origen griego, tienen motivo para estar orgullosos: desde el año 2010 la capital austriaca ocupa el primer puesto en la clasificación mundial sobre la calidad de vida, elaborada por Mercer. La Viena imperial visitada por millones de turistas que recorren la Ópera, los museos, las salas de conciertos y los edificios señoriales es solo una cara de la capital. La calidad de vida se mide en todos los distritos (hay veintitrés): un excelente y barato sistema del transporte público, buena atención sanitaria, educación gratuita, cuidados espacios públicos y parques, plazas, zonas infantiles, calles peatonales o una rica y variopinta vida cultural son algunos de los aspectos que se consideran. Para algunos residentes de Viena, las políticas sociales son quizás más importantes que la oferta cultural. Algunas datan de 1919.

La Viena roja (rotes Wien) abarca de 1919 a 1934 y se caracterizó por el desarrollo de políticas sociales: viviendas sociales, piscinas públicas, piscinas para niños de familias obreras, guarderías y lavanderías públicas, huertos para cultivar las hortalizas y las verduras, ropa para los recién nacidos…

Muchas de estas políticas sociales e instituciones se mantienen hasta el día de hoy: la ciudad posee unas doscientas veinte mil viviendas de protección donde vive medio millón de personas. Algunos complejos de viviendas sociales funcionan ininterrumpidamente desde hace noventa años y las nuevas están en construcción.

Las piscinas siguen funcionando también: en 1926 Amalienbad era una de las piscinas públicas más grandes de Europa; actualmente es la más bonita de la ciudad.

Las compensaciones por el paro son las mismas en toda Austria, pero el monto de otras ayudas sociales es superior en Viena que en otras partes del país.

Los medios de comunicación amarillistas —son varios y bastante leídos— promueven la imagen de que los extranjeros, sobre todo los musulmanes y los refugiados, tienen muchos hijos y viven de las ayudas sociales, desprecian a las mujeres, cometen crímenes, reciben más ayudas que los austriacos, perciben más subsidios por desempleo que los austriacos y llenan las cárceles más que los austriacos.

Las ayudas sociales constituyen actualmente la manzana de la discordia entre partidos y dentro de los mismos. Viena tiene un paro superior al resto del país, un porcentaje de migrantes parados superior al resto del país, un número de refugiados superior al resto del país y gastos de ayuda social superiores al resto del país. Si una persona tiene ingresos bajos, o su cobro por el paro es bajo, o es refugiado, tiene derecho a una especie de renta básica o compensación (Mindessicherung). El monto para una persona llega a los ochocientos treinta y siete euros y para dos, a los mil doscientos euros. Además hay pagos adicionales por cada hijo (doscientos veintiséis euros), suplemento para la vivienda y la energía, un pase de diecisiete euros mensuales para el transporte público y el Kulturpass, entrada libre para todos los museos, muchos teatros, salas de cine, festivales de música y bibliotecas. Esta ayuda tiene como finalidad impedir la pobreza extrema y mantener la dignidad de las personas. Inicialmente estaba concebida para apoyar en momentos puntuales de dificultad, pero, con la llegada de los refugiados, puede llegar a durar más tiempo. Algunos chechenos la reciben desde hace años y, si tienen muchos hijos, la cantidad puede superar los dos mil euros.

El FPÖ sostiene que los refugiados y algunos extranjeros de Europa del Este llegan a Austria para vivir de ayudas sociales. El SPÖ rehúsa distinguir entre refugiados y el resto de inmigrantes (el Mindessicherung no exige, por el momento, la ciudadanía austriaca) y el Partido Popular (ÖVP) busca la forma de recortar esta ayuda. El FPÖ quiere limitarla a los austriacos. Por el momento se baraja el tope de mil quinientos euros por familia. Todos saben que menos ayuda podría significar más crimen y, tal vez, más radicalización.

El coste de la diversidad

Cuando el verano pasado medio centenar de chechenos y afganos se citaron vía Facebook, frente al Millennium City, para pelearse con palos y chuchillos tras una ofensa online, los transeúntes quedaron horrorizados. La policía intervino, no hubo muertos, pero sí heridos, y el juicio comenzó el pasado noviembre. Duró poco tiempo porque no hubo intérpretes adecuados para los dos idiomas de Afganistán: pastún y darí. Uno de los acusados aseguró no entender al intérprete, ya que no hablaban el mismo dialecto. El juicio se aplazó. Un intérprete afgano me explicó que probablemente el intérprete era iraní. El darí y el farsi son similares, pero no idénticos. Faltan intérpretes jurados para ciertos idiomas, ya que la necesidad se ha disparado y las autoridades improvisan. En 2016, la Universidad de Viena inauguró las cátedras para la interpretación simultánea de árabe, turco y darí.

El multilingüismo es ubicuo en Viena: en los hospitales y páginas web oficiales la información está traducida al inglés, turco y bosnio/croata/serbio, antiguamente conocido como serbocroata. En los bancos es habitual que se hable ruso para atender a los millonarios que visitan la capital austriaca con frecuencia: para ir a la ópera cuando canta Anna Netrebko, atender sus negocios, o simplemente divertirse en uno de los múltiples bailes vieneses, siendo el más famoso el de la Ópera y el de más clase el de la Filarmónica de Viena. Hay cincuenta y un intérpretes jurados para el ruso y solo veintiuno para el turco.

La página web de los médicos en Viena, Praxisplan, estipula los idiomas que habla cada profesional. Para evitar malentendidos, una asociación médica imprimió el cartel en ocho idiomas, puntualizando que si el paciente no habla alemán o inglés tiene dos opciones: buscar un médico que hable su idioma o acudir con un intérprete. Asegura que los médicos de Viena conocen unos cuarenta idiomas. Por otro lado, las conferencias y debates públicos en inglés nunca se traducen.

Las clases de alemán —son gratuitas—, los maestros bilingües, los programas sociales multilingües, los cursos de alfabetización, los talleres profesionales en distintos idiomas, la terapia psicológica multilingüe y muchas ofertas más que la ciudad de Viena y el Estado austriaco ofrecen, juntos y separados, a sus ciudadanos de origen migrante y a los refugiados tienen un elevado coste. A veces hay gastos imprevistos: por ejemplo, los centros de acogida tienen que pagar a su personal tarifas nocturnas cuando cocinan de noche durante la época de ramadán.

El coste de las políticas sociales es público, pero su interpretación y el desglose dependen de la óptica ideológica. Para el año 2017, Viena se endeudará por tercer año consecutivo en unos seiscientos millones, incrementando su deuda a seis mil quinientos millones de euros. Los gastos sociales han aumentado significativamente.

Si bien las cifras destinadas a las ayudas sociales se publican regularmente y se desglosan ideológicamente, del otro lado del péndulo las cifras son opacas. «No sabemos cuántos millonarios tiene Viena», dijo Klemens Himpele, responsable de las estadísticas de la ciudad.

Los distintos mundos vieneses se cruzan, pero no siempre se juntan. Viena no tiene guetos, ya que en los planes urbanos se entremezclaron las viviendas de protección social con otros edificios, pero algunos barrios tienen más migrantes que otros. En mi calle acaban de inaugurar dos elegantes restaurantes turcos. Están siempre llenos. Por primera vez veo a mujeres con hiyab y abayas tomando algo y charlando, sin presencia masculina. Se muestran seguras de sí mismas, pero no sé si su presencia pública se debe a las políticas de integración o es resultado de un nuevo poder adquisitivo.

¿Es el comienzo de la integración o la cimentación de una sociedad paralela?

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Viena, 2015. Foto: Ognen Teofilovski / Cordon.

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*hiyab: Pañuelo usado por las mujeres musulmanas para cubrirse la cabeza. Este pañuelo puede variar significativamente: desde cubrir solo la cabeza hasta cubrir los hombros. A veces las mujeres se cubren la cabeza pero usan la ropa occidental; otras se cubren la cabeza y visten largas abayas.

nicab: Una prenda que cubre las mujeres de la cabeza a los pies y cubre también la cara. Solo se ven los ojos. Las mujeres que llevan nicab suelen llevar guantes negros.

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16 Comentarios

  1. Articulo brillante. Me gustó bastante conocer adecuadamente términos que a veces se confunden en los medios de comunicación como son los de nicab y hiyab.

  2. Pingback: Viena: gestionando la diversidad – Jot Down Cultural Magazine | METAMORFASE

  3. Las clases de alemán no son gratuitas. Hay ayudas y tal pero no son gratuitas. Soy bilbaino viviendo en Viena ya casi tres años

    • Jorge Balarin

      Las clases de aleman para refugiados si son totalmente gratuitas. Tambien vivo en en Vienna y me consta lo que digo, pues tengo una amiga refugiada que toma esas clases. Incluso los libros son gratuitos. Ahora bien, si eres un residente extranjero, pero no un refugiado, entonces si tienes que pagar para seguir un curso regular. Sin embargo hay tambien otras opciones gratuitas, como clases de conversacion con voluntarios, etc.

  4. Diversidad: unos se dedican a trabajar y otros a robar el dinero a los que trabajan.

    FIN!

  5. antonino pio

    A todos los refugiados que demuestren buena voluntad, ganas de trabajar y de integrarse, debe dárseles la bienvenida. Al primero que apoye públicamente la sharía, yo le expulsaría sin miramientos. ¿Por qué todos rechazamos a alguien que alabe el nazismo y si rechazamos al que hace lo propio con la sharía le tachamos de islamófobo?

    • antonino pio

      nos tachan de islamófobos*

      • Roberto Ruiz

        Se tacha de islamófobo al que trata a los musulmanes como un todo homogéneo en lugar de hacerlo persona a persona. Nadie te debería llamarte islamófobo por criticar la actitud de una persona concreta, salvo que te metas en el terreno personal. También es islamofobia cuando no muestras ecuanimidad: Si lo que hacen los musulmanes te molesta más que lo que hacen otros grupos. Por ejemplo, yo no veo mucha gente que quiera expulsar a los que alaban el nazismo o el fascismo (aunque se les critique)

        • antonino pio

          Yo por mí a cualquier nazi también le echaba. Pero se me pone por delante el problema de que, me guste o no, es de mi país, y no se puede. Sin embargo, ¿acoger a alguien con toda mi buena voluntad y que después me salgan con la sharía? Pues se va por donde ha venido de vuelta a Siria y que Assad le haga lo que más guste

  6. Roberto Ruiz

    El artículo habla de una cosa muy importante que es la de educar a los inmigrantes en nuestras constumbres. Especialmente si vienen de países muy diferentes. Un error muy común es el de suponer que la gente va a aprender las cosas por si misma. Incluso aunque pongan voluntad, muy pocos son capaces de aprender si no se les enseña. Se gastan grandes cantidades de dinero en subsidios, pero no en algo tan necesario como conocer el país al que llegan.

    No es que esto vaya a solucionar todos los problemas de integración, pero sin duda sería una gran ayuda.

  7. Jorge Balarin

    Lamentablemente un gran porcentaje de los chechenos son casi una peste, ademas de imposibles de integrar. Son muy ignorantes, violentos y practican un islam muy conservador. Los chechenos ni siquiera se integran con otros musulmanes y se casan solo entre ellos. Siendo esto asi, como se puede esperara que algun dia se integren a la sociedad austriaca ?

  8. Jorge Balarin

    Lo que esta avanzando en Austria es el salafismo, y eso es muy peligroso. Para los salafistas la patria de un musulman es su religion; es por ello que los chechenos y otros salafistas se van a pelear a Siria, al considerar que cuando «alguien ataca a un musulman esta atacando a todos los musulmanes». En la practica Austria se esta dividiendo entre musulmanes por un lado y cristianos por el otro. Eso es nefasto. La reciente prohibicion del Burka y del Nihab es un gesto necesario, aunque se deberia ir mas lejos, y prohibir tambien el «Kopftuch», que divide visualmente a la poblacion y es un obstaculo para la integracion. La reciente llegada de sirios y afganos no ha hecho mas que agravar la situacion.

  9. No sé de donde saca la autora que los yugoslavos y húngaros no aprendieron alemán, hay que recordarla que todos ellos fueron un solo pais hasta hace solo un siglo y que en los colegios yugoslavos se daba alemán como segundo idioma de toda la vida, solamente los más jóvenes conocen el inglés. Durante la guerra fría su mayor referencia era Alemania, podían atender perfectamente a los turistas germanos (Balaton, Adria,..) y si tenías un puñado de marcos alemanes occidentales en el bolsillo te los aceptaban en todos los sitios, otra cosa es que los austriacos de pedigree los aceptasen…

  10. Pingback: Los retos de la diversidad en la sociedad actual hoy en día

  11. ¡Gracias!

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