Fotografía: Ivana Todorovič
Con abrigo plateado y un gorro peludo de cosaco, ya tiene pensado dónde se va a hacer la entrevista y dónde las fotos. Ejerce de directora y calcula la puesta en escena. Debe de ser la deformación profesional de alguien que lleva en el cine desde que era una adolescente, pero Victoria Abril (Madrid, 1959) demuestra que no es una diva, que está enamorada de su profesión. Elige sus papeles por el guion. Si se cobra, mejor. Para hacer caja ya tiene Clem, una serie que reúne en Francia a más de seis millones de espectadores y estrena ahora su sexta temporada. En cada respuesta me regala una mueca, un gesto, un detalle que explica por qué han contado con ella tantos directores de prestigio.
Victoria Mérida. ¿Es cierto que el apellido Abril te lo puso Vicente Aranda?
No. A Vicente Aranda le tengo que agradecer que sea actriz y no secretaria. Había hecho cine antes de que él me llamara. Los de la productora me preguntaron cómo me quería llamar, si me quería cambiar de nombre. Y yo: «Un momentito, por favor… mamá, me preguntan si me quiero cambiar de nombre». Y ella me dijo: «Sí, cámbiate por si acaso». Entonces me quedé pensando «¿Qué digo, qué digo?». Pregunté a mi madre cuál era el santo del día, me contestó rápido sin entenderme que «23 de abril» y les dije: «¡Victoria Abril!». Así se quedó [risas].
¿Por qué dices que si no es por Vicente Aranda hubieses sido secretaria?
Tenía que empezar a trabajar de secretaria en septiembre y estábamos en el mes de abril. El cine me salvó la vida. Yo de secretaria… no. Quería ser bailarina clásica y para eso estudiaba cuatro horas diarias en el conservatorio, además de los cursos. En la época había que trabajar aunque fueses joven, tenías que ayudar en casa. Y el ballet no era una opción muy buena, ni siquiera ahora lo es; del ballet clásico no es que se viva muy bien. Pero un día una de mis profesoras de ballet me dijo que su marido estaba buscando una chica de catorce años para una película. Me recomendó que me presentase y me dijo que si me cogían no iba a tener que ser secretaria y podía seguir bailando.
En mi primer año, con cada película era «Ay, ya puedo tirar hasta diciembre», «Ay, puedo tirar hasta junio». Como el cuento de la lechera. Me decía: «Cuando reúna tanto dinero me voy a ir a la escuela de danza de Rosella Hightower». Pero cuando llegó Aranda me di cuenta de lo potente que es ser actriz, la terapia del cine. Lo percibí enseguida, en Cambio de sexo. Era sobre un chico que quería ser una chica y yo, como era una chica que quería ser un chico, lo comprendí muy bien.
Me dirigió enorme y decidí colgar las puntas, no volví a tocar el baile. Hacer de una chica de catorce años que se enamora del chico de la casa… era muy fácil. Me decía: ¡Y encima me pagan! Fue el descubrimiento de mi vida, mi salvavidas. El baile es muy duro. Salía de casa todos los días llorando. Es tan exigente que todo lo que haces después te parece un paseo.
Pronto le ves la cara amarga al éxito, te sientes acosada por los periodistas.
Lo llevé muy mal. Cuando me enamoré en Portugal de un francés ya estaba casada. Con la que me montaron cuando me casé, el circo si me divorciaba no quería aguantarlo. Y escapé. Me fui de España por la noche en un tren con una maleta y no volví en cuatro años. Hasta que se solucionó completamente mi separación, entonces un divorcio llevaba años. Hasta que España me pilló en Cannes con la película de Jean-Jacques Beineix y no tuve más remedio que salir del armario. Francia siempre ha respetado a los actores, no nos tratan como a putas. No somos mujeres públicas para hacer con una lo que les da la gana, con tu imagen o con la de tus hijos. Los periodistas franceses siempre me han tratado con respeto. En treinta y tres años no he tenido ningún problema.
Por eso te fuiste a vivir allí.
Me fui por amor, pero me he quedado por ese respeto. Y también porque me volví a enamorar de otro francés. Esta vez en Cuba. La primera vez fue en Portugal y acabé en París porque él era de allí. Si hubiese sido keniata estaría en Kenia. Al cabo de quince años la historia se acabó, me dejó dos niños maravillosos, y cuando estaba pensando volver vi claramente que no debía. No podía volver a España con dos niños pequeños. ¡Ni se te ocurra, acabas creando dos monstruos! Los hacen famosos antes de ser nada y eso es muy malo. Luego les cuesta cincuenta años de psicoanálisis y encima te odian; por tu trabajo, porque los has puteado y porque no han podido ser niños normales.
Todas estas cosas las he vivido con verdadera paranoia. Íbamos a España de vacaciones nada más. A Málaga, para que se te ponga ese color tan bonito y veas el cielo y el sol, pero reconozco que los primeros diez años no acabamos nunca las vacaciones allí. Y eso que en Málaga cuando era pequeña fui muy feliz, pero hubo que cortar por lo sano. Por cierto, cuando rodé en Macedonia me sorprendió mucho que todo me recordaba a la Andalucía de los años sesenta.
En el 76 rodaste con Juan Antonio Bardem, uno de los más grandes directores de cine españoles junto con Berlanga y Buñuel.
Sí, las tres B. Hicimos El puente. Tuve un papel muy pequeñito, aunque lo recuerdo todo como una experiencia muy divertida. Llevábamos cuarenta años de cerrojazo y esta era la primera vez que Bardem rodaba en libertad.
Había algo de la época del destape en esta cinta.
Todas las películas tenían algo subido, pero no eran connotaciones eróticas; bastaba con secuencias en las que estabas en la ducha, sonaba la puerta, ibas a abrir, no había nadie y volvías a la ducha. Llevábamos tanto tiempo sin ver carne que todas las películas tenían que incorporar algo. Si eras una actriz joven tenías que estar prácticamente en pelotas y daba igual que fueran serias, comedias o dramas. Necesitábamos carne. ¡Mamá, quiero carne! Y a mí me daba igual, no me costó por el ballet. Para mí el cuerpo eran músculos, huesos, tendones. Tenía mucho más pudor con la palabra. Me costaba mucho más decir «te quiero» que enseñar el culo. Despelotarme a cambio de no tener que decir «te quiero». Me tuvo que ayudar Vicente Aranda, porque en sus películas era más fuerte el lenguaje erótico que el físico. En La muchacha de las bragas de oro, por ejemplo, había un lenguaje erótico, con un trasfondo político y deprimente, muy fuerte.
Este cine en España era revolucionario, pero el argumento de Cambio de sexo es ahora La chica danesa, que se ha llevado un Óscar.
Estábamos muy adelantados. La pre-Movida fue muy fuerte. En la Transición, con todos los artistas que llevaban años callados, fue una explosión. Teníamos muchísima fuerza. No existía eso de lo «políticamente correcto». Las libertades que teníamos en los setenta, tras la muerte de Franco, en los ochenta no se han vuelto a ver. En los noventa apareció eso de lo políticamente correcto y a partir de ahí hemos ido perdiendo libertades.
España aprobó el matrimonio de personas del mismo sexo unos cuantos años antes que Francia. ¿Podías imaginarlo entonces?
Cuando empecé a hablar en Francia de las cosas que pasaban en España en los ochenta la Movida ya estaba muerta y enterrada. Sería a principios de los noventa o así. Y fue, diez años después, cuando empezó a ponerse de moda España, Almodóvar y todo lo demás. ¡Con diez años de retraso! La libertad que tuvimos, la explosión artística que hubo, surgió de los artistas en los setenta y llegó a la calle en los ochenta; después se tradujo en el mariage pour tous. Lo que han llamado la Movida no era cosa de unos cuantos, era todo el país. Estuvo en la calle, era social, genuino, no se trataba de modas o unos cuantos intelectuales o artistas, era real: fue verdad.
¿Es cierto el tópico de que los franceses miraban a los españoles por encima del hombro?
Ellos nos adoran. El complejo es nuestro. Nosotros somos los que tenemos problemas con los franceses. Es algo histórico, Pepe Botella y el «fuera los gabachos». Pero desde que España cambió definitivamente en los ochenta en Francia adoran España y a los españoles; nuestra cultura, la manera de vivir, la forma de festejar, aunque cada vez lo hagamos menos.
¿Cómo empezó tu trabajo con Almodóvar? Alguna vez has dicho que es muy exigente y cuesta trabajar con él.
No, no. Él es exigente y hace muy bien en serlo. Es un director muy autor, sabe muy bien lo que quiere. Elige y decide todo. Actores, decorados, luz. Es un hombre orquesta. Y cuando no tiene lo que quiere sufre mucho. Más te vale dar en el clavo con él porque si no te mira como… Si una toma no le gusta, se levanta y va hacia ti con una mirada en esos ojos negros que tiene como dos tizones, que cuando le veía pensaba: «No, no, ya me he enterado de cómo es; venga, vamos a hacer otra». Pero no es un sádico, es una víctima de su propia autoexigencia y sentido de la perfección.
¿Cómo fue la primera vez?
Uf, la primera tardó diez años. Diez años de novios a la antigua, deseándonos, queriéndonos, pero no llegaba. La primera que me propuso fue Qué he hecho yo para merecer esto y yo estaba rodando con Borau en México. No pude hacerla y cuando la vi dije: ¡Ay, dios mío! Incluso hoy es la que más me gusta. Después pasé por Madrid, me encontré con su ayudante y me dijo «Qué bien que estés aquí, estoy buscando una chica de figuración para que le dé un beso de espaldas a cámara a Micky Molina. ¿Te apetece hacerlo y le damos una sorpresa?». Dije que sí. Me tuve que esconder para que no me viese, besé a Micky Molina, que era la cosa más bonita del mundo, terminó la toma y cuando oigo «Corten», me di la vuelta. Y él: «Uy, ¡Victoria!». ¿Y qué hizo? ¡Pasarse toda la tarde cogiendo más tomas! Sin necesidad, ya estaba bien rodada.
Esto fue en La ley del deseo. Luego me dijo: «Quiero rodar la historia de dos mujeres al borde de un ataque de nervios, que seáis Carmen Maura y tú». Me volví loca, dije que sí, anulé una gira de teatro, pero cuando me llegó el guion vi que era un personaje muy divertido, pero muy chiquitillo. No me daba ni para un diente. Le dije que no me podía hacer eso. Me comprendió y la siguiente ya fue Átame; hizo conmigo lo que quiso. Me ató, me amordazó… Esto fue en el 89. Llevábamos desde el 83 queriendo hacer algo juntos. Nos lo merecíamos.
Átame es una historia sobre el síndrome de Estocolmo contada con cierto humor. ¿Crees que alguien se atrevería hoy en día a plantear el asunto de esa manera?
No, no. En la Movida o pre-Movida o post-Movida, en esos años, había libertades que hemos perdido. Recuerdo que fuimos a Berlín a presentarla el año en que cayó el Muro. ¡Fuimos a tirar el Muro! [Risas] No te puedes ni imaginar lo que tuve que remar para hacer entender a las feministas alemanas que la película era una historia de amor. Giraba en torno al síndrome de Estocolmo, no nos estábamos inventando nada, y por encima de todo era una historia de amor. No lo entendieron. Incluso en la época nos dio problemas. Y era en Berlín. Ahora sería imposible. No es políticamente correcta. He tenido la suerte de ser joven y trabajar mucho en una época en la que salíamos de la censura, teníamos todos hambre de libertad, de hablar y contar lo que nos venía a la cabeza. Fueron años maravillosos en los que nadie se cortó ni un pelo. En nada.
Has sido especialista en rodar escenas subidas de tono.
¡Depende de las edades! ¿A qué edad te refieres?
Tus primeros veinte años.
Sí, en esa época sí.
¿Qué escenas te gusta recordar y cuáles prefieres olvidar?
Olvidar ninguna, pero recordar tampoco.
Cómo olvidar la escena de Átame, por ejemplo, si estuviste diez horas seguidas grabándola.
Funciona así, cuando te toca la escena de sexo pasas diez horas en la cama. Y, con todo lo que Almodóvar es de exigente, no lo fue con esa escena. Recuerdo que cuando se acabó la toma no cortó, siguió grabando. Antoñito Banderas y yo, que somos como primos, los dos de Málaga, llevábamos más de diez películas juntos, así que ahí seguimos con el «No te muevas, que se sale». Nos mirábamos a los ojos diciendo «Sigue hijo, que este no corta».
Pedro solía dejar que nos desfogáramos en un ensayo, podíamos aportar todo lo que se nos había ocurrido. Hacíamos el teatrito mientras él ponía las cámaras y hacía su planificación. Almodóvar hacía el papel de todos, uno por uno, y luego nos dijo: «Ahora hacedlo como se os ocurra». Unas risas… Íbamos a maquillaje y entonces llegaba él: «De todas las tonterías que habéis hecho, me quedo con esto, con esto y con esto». Y a partir de ahí había que hacer todo lo que se había decidido, sin salirse.
¿Y el muñequito buceador de la bañera?
Esa es divertidísima. La tenía él escrita desde el principio. Iba a ser un plano cenital. Él había soñado y dibujado cada plano, simplemente había que obedecer. Imagínate, todos grabando en plano cenital cómo me entraba el muñeco… Estaba milimetrado. Aunque, como te decía, había detalles en los que nos dejaba meter mano. Ahora no sé si lo sigue haciendo, pero era muy agradable; te tenía en cuenta, aprovechaba todo de ti y luego seguía con su película.
El pañuelo en el culo de Jorge Sanz en Amantes.
Esa es mía [risas]. A Vicente Aranda cada uno le sugería ideas y yo di esa [risas]. Y hay otra de Pedro en la que me hizo caso. El camerino con Bosé en Tacones lejanos era muy muy pequeño, y tirarme en el suelo y que intentaran violarme era imposible. Pero el sitio tenía cuatro metros de altura y había una tubería enorme. Entonces dije:«¿Qué tal si cuando tenga que huir voy por arriba?». Lo hice, funcionó y una vez arriba me quedaba en una bonita posición para ser la diosa del amor, él lo tenía muy fácil: te abro las piernecitas, te como el coño.
Hubo planos preciosos. Salió mucho más aéreo, etéreo, sugerente. Eran ideas que se nos ocurrían sobre la marcha. Cuando escribes sobre estas cosas con la intención de ser muy provocador nunca funciona. En el caso de Tacones fue el decorado, otras veces cualquier cosa… Son las situaciones las que son provocadoras, no uno. Cuando eres joven no tienes ni idea de nada, no sabes cómo es el trabajo de un médico o de un abogado. Pero el amor y el sexo todo el mundo los conoce. No hay que ir a la escuela para trabajarse esas escenas.
Estás con una serie, Clem, «el nuevo cine». En Francia Google dice que se hacen más búsquedas de Clem que de Juego de tronos o The Walking Dead.
Llevamos seis años, veinticinco capítulos, y cada episodio líder de audiencia. Los guionistas son los productores para poder hacer lo que les apetezca. Originalmente, iba a ser un telefilm. Cuando leí el guion me quedé… «Hostia, qué bueno». Cancelé una película que iba a hacer con Paco Cabezas, Carne de neón, de la que ya había grabado un corto. Veía la serie y me decía: «Tronca, estate aquí aunque sea tele porque esta historia es mejor que cualquier cosa». Tuve que explicarle a Paco que era por una serie de televisión, pero fíjate si me equivoqué que el primer capítulo tuvo diez millones de espectadores. Después del estreno como telefilm se escribieron tres más, volvió a dar el pelotazo y pasamos a cinco. Así llevamos tres años.
Este corto que has mencionado lo hiciste sin cobrar.
He hecho muchas cosas sin cobrar. Prácticamente la mitad de mi carrera. Sin cobrar o en cooperativas: cuando la película dé, repartimos el dinero. ¿Tú lo has visto?
No.
Pues yo tampoco [risas]. Pero da igual. Haces televisión para pagar tus cosas y luego el cine para disfrutar de las grandes historias.
No te guías tanto por la oferta como por lo que te gusta el guion.
El orden es: una buena historia, un buen director y un buen papel, que sea grande o pequeño me da igual, pero que sea bueno. Me han dado premios de interpretación por papeles que no han sido grandes. Con El Lute no estuve más de diez días en el rodaje. Imanol Arias se tiró tres meses trabajando y currándoselo mucho. En El séptimo día, de Carlos Saura, estuve tres días de trabajo y fui premio de la Unión de Actores a la mejor actriz. Valen más tres secuencias inolvidables que una hora y media de aburrimiento.
¿Cuántos noes te puedes permitir?
Ahora mismo acabo de decir que no a un guion que me gustaba, pero no me entendía con el director.
Hiciste Amantes, sobre la posguerra, y luego Libertarias, sobre la guerra. ¿Es un tópico que todo el cine español gira en torno a ese periodo, guerra y posguerra, o crees que aún falta mucho por contar?
Joder, mira los americanos. Para una guerra civil que tuvieron, la de secesión, llevamos cincuenta años comiéndonos películas y no he visto a nadie quejarse jamás. Creo, de hecho, que sobre la Guerra Civil no hemos rodado muchas películas porque mientras han estado vivos los que han participado o vivido la contienda no se ha podido hablar del asunto. No creo que se haya contado ni la décima parte lo que pasó.
Alguna vez has dicho que en España no se quiere al cine español tanto como en Francia al suyo, que por eso los españoles nunca serán tan fuertes como ellos culturalmente.
Pues sí, Francia es chovinista y nosotros no. En España todo lo que viene de fuera es mejor, sobre todo si es americano. Yo me niego, sigo remando. Y me encanta trabajar en España porque hay un potencial tremendo a pesar de las crisis, que en el cine son eternas. Nunca he visto en el cine español un periodo que no fuera de crisis de la profesión. Al principio no teníamos libertad, luego libertad sin dinero, luego dinero pero no técnicos preparados, luego técnicos preparados y dinero pero no había distribución. En el 82 los socialistas crearon la cuota de pantalla que obligaba a poner cine español y europeo a los programadores y entonces, no duró mucho, sí nos desarrollamos como industria. Desapareció la cuota y el cine americano nos pasó por encima.
No te gusta el cine americano.
Hollywood me da acidez. Fui y volví rápido. No me gusta la manera de trabajar, la forma de hacer películas. El director es un imbécil al que se le echa y no tiene autoría, el final cut lo hace el productor. Aquí el director hace su película. Y Los Ángeles… todo el día en el coche, no hay espacio para los peatones, con esa comida tan mala, un humor que brilla por su ausencia. Y culturalmente… Mira, tú no sabes lo que es rodar en Texas tres meses y que la única distracción sea la barbacoa los sábados. Cómo explicarte… siguen siendo cowboys aunque en lugar de caballo lleven Land Rover. Siguen con la pistola y son puritanos. Sexo no, pero violencia toda. Todo el mundo armado hasta los dientes, ¿pero eso qué es? Y, como nunca me he enamorado de un americano, en cuanto llegaba contaba los días para volver.
Penélope Cruz parece que no vuelve.
Penélope y Antonio Banderas han sobrevivido por el amor. Enamorada es otra cosa. A mí me tocó París, pero habría ido a cualquier sitio. ¿Pero hacer carrera y castings allí? Estoy acostumbrada a trabajar solo con la gente que me quiere, no he hecho en mi vida un casting ni pruebas. Si quieres hago la película, pero no me pongas una prueba.
¿Penélope decidió ser actriz por ti?
Pregúntaselo a ella mejor, pero sé que vio Átame cuando era una cría y le gustó mucho. Luego trabajamos juntas en Sin noticias de Dios, un medio musical de Agustín Díaz Yanes. Nos conocimos un Año Nuevo, en Málaga, tiradas cada una por razones diferentes. Creo que fue después de unos Goya. Estábamos en una fiesta, lo típico que te vas al baño a retocarte y la fiesta se monta allí: el baño de los Hermanos Marx.
Gerard Depardieu fue quien lanzó tu carrera en Francia.
Es magnífico, como se le ve. Él iba a hacer La lune dans le caniveau y el papel que yo representé lo iba a hacer la mujer de la época de Robert De Niro. Hubo problemas y a dos o tres semanas el papel se quedó libre. Le hablaron de mí a Jean-Jacques Beineix, el director. El papel era de una puta que tenía que estar un poquillo desnuda. Me llamaron para que fuera a Italia, mansión con piscina. Delante de él me desnudé, me tiré al agua, me puse a hacer largos y el tío dijo «Vale, esta no tiene problemas con la desnudez». Me fui a acostar y por la mañana me llama y me dice que soy demasiado joven.
Entonces propone verme con Depardieu. Voy, me maquillo, me pongo un vestidillo color naranja muy sexy y fui a buscar a Depardieu. Llegué y le dije: «Mira, Gerard, soy la actriz a la que van a hacer la prueba, te explico: tengo un avión a las cinco de la tarde que viene de África pero el director no me deja ir hasta que no me vea contigo. ¿Te importa que vayamos ya y así me puedo ir a París?». Y él: «¡Claro que sí!». Me bajó y le dijo a Beineix: «¡Esta chica es divina!». Me fui, era un viernes, y el lunes me llamaron para decirme que sí. Si hice esa película se lo debo a él. Fue a Cannes y así empezó a rular todo tanto en Francia como en España. Le dio a mi carrera un empujón que todavía dura. Luego estuvimos en contacto porque llevaba a su hija al mismo colegio al que yo llevaba al mío, nos encontrábamos en la puerta. Pero no hemos vuelto a trabajar juntos.
A los cuarenta afirmas que solo te contrataban mujeres, que los hombres no sabían qué hacer con una mujer de esa edad. Solo papeles de loca, amargada, etc.
Es a los cuarenta, sí, a los cincuenta vuelve todo a la normalidad. A los cuarenta solo recibes ofertas de papeles de mala, de amargada o de sufridora. Ya no quieren que te desnudes, dejas de ser mujer, te condenan a muerte. Es horrible. Yo me puse a cantar. Dije: uy, si vosotros no me queréis, yo sí. Me dedico a ser feliz, a cantar y paso.
Había mujeres directoras que te daban papeles buenos.
Hasta los cuarenta el cien por cien de directores que he tenido han sido hombres, y a partir de los cuarenta el noventa y ocho por ciento, menos Agustín Díaz Yanes y Vicente Aranda, han sido mujeres: Charlotte de Turckheim, Dolores Payás, Marilou Berry… Nos pasa a todas. En la década de los cuarenta no saben qué hacer con nosotras, y eso que estamos ideales.
¿Es más difícil consagrarse siendo mujer?
Consagrarse no depende del género, sino de las películas. De su calidad y promoción internacional. El resto, como decía Aranda, lo decide la CIA.
Cuando empezaste, en los años del destape, que había tanta chica joven queriendo ser actriz y teniendo que desnudarse, ¿viste eso tan comentado de que algunas tuvieran que hacer favores sexuales para lograr un papel o algo de eso?
Pues no. A mí nunca me pidieron favores sexuales para trabajar, quizá porque empecé a rodar con catorce años y como menor siempre me acompañaba mi madre, después me casé a los diecisiete y me imagino que mi marido-manager les quitó las ganas de cuajo. Y a los veinte me fui a vivir a Francia por amor y en libertad y allí tampoco tuve que hacer favores a nadie para trabajar. Mi carrera en España fue suficiente para interesar a la Filmoteca francesa, que pagó mi primer viaje a París con Mater amantisima, y luego fui a Cannes con La lune dans le caniveau. Su industria me abrió las puertas y de par en par. Ni siquiera Depardieu me pidió ningún favor, ¡y qué pena!, porque se lo habría hecho volontaire.
Has vuelto a trabajar en España. Se ha criticado que no quisieras hacerlo, que ni cuando cantabas dieras conciertos.
De España, con que me llegue un guion medio bueno, ya no digo bueno, acepto. Así que no. Se equivocan. Yo no me quejo de nada. Lo que estoy es muy contenta de volver a mi país con una película, ¡un peliculón! Con un pedazo de director, su segunda película. Vi por internet todo lo que había hecho y llamé al productor para decirle que este chico me encantaba. Aunque yo no podía hacer de americana, como me proponía, es algo contra natura. Le pedí que se viniera a París, vino, le hice un puchero en mi casa y le expliqué que el guion no me podía gustar más, pero que no podía hacer de americana.
Lo entendió y me propuso que hiciera de Victoria Abril. Me levanté y dije: «¿Ser yo ese personaje, tan arpía?». Me di media vuelta y me fui a los fogones. Y mientras servía el puchero me dije: «Si esta en lugar de llamarse Meredith se llama Victoria Abril, toda la película, toda la historia, es mucho más creíble». Cambiamos Meredith por Victoria y pensamos en qué Victoria Abril iba a ser. Es el que menos se parece a mí de toda mi carrera. Solo tiene de mí el amor, por amor soy capaz de hacer cualquier barbaridad, y, en la historia final, lo que motiva a mi personaje es eso, el amor. Así que metió que estaba enamorada de un vaquero de Phoenix, el típico gilipollas de Arizona, y eso es lo que me lleva a ir por Móstoles haciendo bolos para el timo de Safe Life Corporation [risas].
¿De qué va la historia? Se habla de la famosa «Encarna de Móstoles» de Martes y Trece.
La película se iba a llamar en un principio Móstoles no es lo que parece, luego La importancia de llamarse Encarna, pero llegó Sony y dijo que eso era una private joke que solo se iba a entender en Madrid sur, un gag que tenía veinticinco años y los jóvenes ya no se acordaban, así que al final Nacida para ganar, que me parece un nombre muy bueno.
Lo más gracioso es que tuvimos que estar ensayando una semana el guion las tres porque el director, Vicente Villanueva, quiso que hiciéramos eso tan español de «al revés te lo digo para que me entiendas». Es decir, yo te digo «Qué guapa estás, coño» y lo que quiero decir realmente es «¿Por qué no me has llamado?» [risas]. Entonces los diálogos escritos, que te los aprendes en un momento, tuvimos que ensayarlos leyendo qué es lo que pensábamos en ese momento. Fue como pedirte que andes con las manos y que sea natural. Decir lo que está escrito, pero que vaya con el tono de una frase que te van a dar aparte porque es lo que realmente quieres decir pero no dices… [risas].
Que una actriz que, en el mejor de los casos, es buena, pero en el sentido de ‘correcta’, no más, se pegue el chicle con lo del cine americano (y con los americanos en general) es de partirse de risa, por no mandarla a allí mismo.
De modo que los padres del cine como industria, de la que ella vive, son los yanquis, la práctica totalidad de los mejores directores de la historia o son de allá o han hecho su carrera en ese entorno tan aparentemente horrible para el trabajo y la creatividad, la inmensa mayoría de actores y actrices de renombre o son yanquis o han hecho carrera allá, etc, etc, pero resulta que a esta tonta del bote todo eso le produce ‘acidez’…
El cine español está más o menos donde siempre: ni el presente es la hecatombe absoluta ni el pasado fue tan maravilloso. Es curioso recordar o hacer repaso de lo que ha dicho el mundo del cine en España, porque resulta que siempre está en crisis, siempre in articulo mortis, pero luego, al cabo de los años, van y te dicen que cuando la cosa estaba fetén canela era… justo cuando decían que aquello ya no podía ir a peor. La gente va a ver cine, español, yanqui o serbocroata, si le cuentan una historia que les llame la atención, por el motivo que sea, porque, al final, se trata de eso, ¿no? Ni demonizo al cine español ni lo saco a paseo bajo palio: si algo me interesa, lo veo, si no, lo dejo donde está.
El cine francés, desde hace ya una buena temporada, es la cosa más fatua, más vacía y más autocomplaciente que ha parido madre, con supuestos ‘ejercicios de estilo’ que provocan una mezcla de estupor, risa floja e indignación (‘¡¿pero de verdad se piensan que uno es tan gilipollas?!’ Por lo visto, sí) pero resulta que ‘eso’ es el santo y seña para esta muchacha… Pues vale, que con su pan se lo coma.
Dice que los españoles tenemos mal concepto de los franceses en realidad por complejo de inferioridad. Sin duda, no le falta razón. Pero toda su bilis contra el cine venido de EEUU no es sino eso, complejo de inferioridad o, más bien, constatar que en esa industria tan competitiva y que a ella tanta acidez le produce no iba a llegar ni de aquí a la esquina (Victoria Abril no es Meryl Streep ni Julianne Moore, que digamos, o Judi Dench ni Emma Thomson, actrices británicas a las trabajar en Hollywood no provoca acidez), de modo que aplica aquello que se cuenta en la fábula de ‘La zorra y las uvas’ (lo de la zorra no va con segundas, no se me apunten a susceptibles), que como no se las podía comer, decía que estaban verdes.
Victoria Abril es más que «correcta». Ninguna de las actrices que nombras es mucho mejor que ella. Coincido, sin embargo, en lo del zorro y las uvas.
dice la verdad, vivir en LA es un espanto, no se puede ni pasear, la gente de la industria está loca, no tiene nada que ver con la época dorada de los estudios. Además toodas esas actrices que tu citas juegan en casa, hablan el idioma, a las españolas las tienen totalmente encasilladas, sobre todo en los años mozos de Abril. Hizo bien en no quedarse y en decir lo que le parezca, que se agradece muchísimo en estos tiempos de pasteleo político. Una entrevista estupenda y refrescante, gracias
A mí lo que me gustaría saber es cómo te han publicado esto, con lo mucho que le pegas palo a Victoria. Yo, con mucho menos en la entrevista a Francisco Ibáñez, me he visto suprimido en mis comentarios. ¿Será porque algunos pagan para ser entrevistados o tienen importantes padrinos? ¿Y a otros hay que pagarles para que accedan a lo mismo?
VICTORIA ABRIL ES LA MEJOR INTÉRPRETE ESPAÑOLA CON DIFERENCIA Y CREO QUE NO LE TIENE NADA QUE ENVIDIAR A STREEP O A MOORE COMO DICES. ACTRIZ AUDAZ Y PURO INSTINTO!! APARTE, DICE LO QUE PIENSA, SIN ESCONDERSE DE NADA! ME ENCANTA ESTA MUJER!
Isaías, qué mala baba.
Al parecer tienes la bilis negra
Victoria enorme ,como siempre.
Sí, el galocentrismo debe ser una invención de allende la Pirenaica… Curioso que no se le caigan los anillos por papeles pequeños, pero le reprochara a Almodóvar que aquel par de escenas y «diálogos» le eran poca cosa. Al final, si mucho hablas, las incoherencias afloran, y si en la perfumada industria francesa, tan embebida de ella misma, ha encontrado acomodo, nadie le pedirá que regrese de su exilio.
Muy de acuerdo contigo, Fitsnake. No tengo la impresión de que Victoria Abril pertenezca al ‘star system’ del cines francés, que digamos, y se ha limitado a hacer lo que le han ido dando. Y me parece perfecto, conste, el mundo del cine es puñetero y no siempre te van a dar papeles memorables, uno tiene que vivir y si lo que te dan es de medio pelo, pues nada, es lo que hay. Actores españoles estupendos como José Sacristán o Antonio Resines también han hecho cosas de las que ellos mismos probablemente no querrán acordarse y otro tanto pasa en otros lados: el gran Robert DeNiro lleva ya unos cuantos años haciendo cada ‘cosa’ que… en fin. Pero, volviendo al caso de esta muchacha, si ella se encuentra a gusto viviendo en Francia porque allá trabaja y está con la persona a la que quiere, cojonudo, me alegro por ella y lo digo sin sorna, pero que no dé lecciones de nada, que se limite a hablar de su trabajo y ya está. Como bien dices, en cuanto se pone a hablar, se le ven las costuras al discurso que lleva.
En cuanto a la ‘bilis negra’ que me atribuye Potipoti, pues nada, estupendo, la perra gorda pa’ ti, que se decía antes: resulta que quien rezuma rencor contra el cine estadounidense por cada uno de sus poros es Victoria Abril pero quien tiene la bilis negra soy yo… En fin, lo dicho, no hay problema.
Sobre lo que dice Bruno Mompel de que cómo me han publicado esto, con los palos que doy, y que a él no le publicaron algo suyo sobre Ibáñez, pues no sé, no tengo ni idea, pero, vaya, llevo leyendo jotdown ya desde unos años, he intervenido en bastantes ocasiones, he repartido leña sin tino en más de un caso y también he dado un buen puñado de elogios cuando me ha parecido que era lo merecido. Jamás me he visto ‘censurado’ ni cosa que se le parezca, cosa que se agradece, por supuesto, y que habla bien de quienes llevan jotdown. Ésa es mi experiencia y así la cuento.
Y, finalmente, contestando a Juls, no tengo ni idea de si en LA se vive de maravilla o de pena, nunca he estado ahí, aunque sé que el comentario general suele ser que es un ciudad incómoda como ella sola y bastante contaminada, nada que ver con NY, Boston o Chicago, donde parece que las cosas son bastante mejores en cuanto a calidad de vida. Pero es que me importa un pito cómo se viva en LA: el centro de la industria está ahí y si quieres de verdad hacerte un nombre, no queda otro remedio, y si no estás a la altura, pues se siente. Seguro que Pau Gasol habrá echado de menos una buena calçotada en los años que jugó con los Lakers, pero tenía claro que la meca del baloncesto es la NBA y si quieres triunfar en serio o das ese salto o no llegas, no hay término medio. Y ahí está la diferencia: Gasol y otros grandes del baloncesto español tienen talento a raudales y pelean lo que haga falta: me temo que no todo el mundo puede decir lo mismo.
Algún otro interviniente dice que Hollywood es una locura y que ya no es lo que era. Bueno, no soy un experto en los entresijos de ese mundillo, pero, vaya, en la que muchos consideran era dorada del cine, los años 20, ya Hollywood era famoso por las orgías, Chaplin o Errol Flynn participaron en algunas que hoy serían consideradas como violaciones en grupo, con resultado de muerte, creo recordar en algún caso, y con chicas que acabaron con unos desgarros espantosos. El listado de alcohólicos y drogadictos, actores y actrices, entre el estrellato de aquellos años es bien largo, en algún caso hasta extremos que parecen humanamente imposibles. Eso por no entrar ya en los escándalos de alcoba y los sopotocientos matrimonios seguidos. Es decir, aproximadamente lo mismo que ahora. La única diferencia es que ahora, con las redes sociales y el impacto inmediato de internet, la presencia en los medios de todo eso se multiplica hasta el infinito.
Y en cuanto a la supuesta valentía de esta mujer frente al pasteleo político de otros, en fin, Victoria Abril es pasteleo político de la cabeza a los pies. Aquí lo que mola en ciertos entornos es darle caña a los yanquis porque, ya se sabe, son la hez de la humanidad y nunca le van a faltar forofos que le aplaudan con las orejas cuando se meta con ellos. Pero, bueno, es que eso justamente es ser un pastelero político, decir lo que otros quieren oír y no plantearte ni un adarme de autocrítica.
¿Que la barrera idiomática importa? Claro pero que se ponga a la cola, ¿o es que Juliette Binoche nació en Arkansas? Con esto de las calidades, cada cual tiene sus gustos, sólo faltaría. ¿Que hay para quien Victoria Abril no desmerece frente a Meryl Streep o Julianne Moore? En fin, allá cada cual con sus preferencias. Sin duda, tanto una como otra ha hecho unas cuantas películas para olvidar pero, vaya, tomando el mejor papel que haya hecho Victoria Abril, cada cual elija el suyo, y comparándolo con los papeles grandiosos que han interpretado esas dos mujeres, si alguien realmente sigue diciendo que no una desmerece frente a las otras dos… que se lo haga mirar.
Pingback: Victoria Abril: «Francia siempre ha respetado a los actores, no nos tratan como a putas» – Jot Down Cultural Magazine | METAMORFASE
He leido por ahí, que la famosa escena del pañuelo en la estupenda Amantes, no fui idea de V,A si no que fue Jorge Sanz en una especie de tormenta de ideas prpuesta por Aranda, al que se le ocurrió. Personalmente sólo me interesan dos peliculas de Victoria : la menicionada Amantes y Átame. Y si, el cine francés de los últimos años es un absoluto coñazo.
¿Tú has visto «El artista», «La vida de Adele», «Guillaume y los chicos ¡a la mesa!», «Bienvenidos al Norte «?. No creo que el cine francés de los últimos años sea «un coñazo».
Una entrevista deliciosa, gracias. Curioso que esa escena de «Tacones lejanos», que tanto fascinó a Billy Wilder, fuera fruto del momento, el espacio y una sugerencia. Por motivos que no vienen al caso, me he tenido que ver casi todo el cine que se proyecta en Europa últimamente. Superado el año de ver prácticamente todo, la industria francesa se ha ganado todo mi respeto de por vida. La industria americana, y hablo del aquí y ahora (no del antes ni del ayer) produce un 95% de basura comercial intragable y un 5% de cine de mucha calidad. Me refiero a lo que nos llega, por supuesto. El cine francés es infinitamente más consistente en su media de calidad y está produciendo numerosas películas a otros países con menos medios de muchísima calidad. No hablo francés, he estado en Francia muy poco, y soy anglófila perdida, y el cine francés (al que no era afín ni dejaba de serlo) me ha ganado por absoluta goleada.
El Reino Unido ya no sabe ni lo que quiere y la industria española no existe. Del cine español en conjunto no espero nada hasta que no exista una ley de cine de autor. Talento hay, ganas de hacer industria de calidad, cero. Pero no sé a qué narices podemos aspirar con un presupuesto de 33 millones de euros frente a los 1000 de Francia.
No he seguido mucho su carrera en Francia ( detesto el cine francés) pero Victoria Abril me parece una actriz brillante. En Átame, estaba estupenda, aunque es una película que ha envejecido mal. Eroticamente irresistible en Amantes y brillantisima en Nadie hablará de nosotras… Siempre me gustó ese divismo tan francés que desprende.
Adoro a victoria abril soy una gaditana y me encanta todas las películas d victoria ojala pudiera conocerla besos
El hecho de que Francia no desprecie a sus artistas tiene mucho que ver con el hecho de que los artistas franceses no desprecian a su público. es más, lo miman. Lo de España ya lo conocemos; todos somos tontos porque no entendemos a esos genios incomprendidos que, por cierto, a veces no saben ni definir un plano.
«sin noticias de dios» una especie de musical???
La verdad es que no me acuerdo mucho, después de «nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto» iba con expectativas altísimas y me pareció un finstro de los que hacen época de puro malo (no por las actuaciones, sino por una historia mala de morirse) . . .
pero, ¿musical?
j
La cantidad de estupideces que se pueden leer en los comentarios de las entrevistas acercan, por desgracia, esta estupenda revista al nivel de los periódicos de tirada nacional (online) de los que uno trata de escapar cuando recala aquí.
Diletantes que sólo han calentado butaca y que no han visto más de tres o cuatro películas europeas en su vida, se permiten tirar de axiomas y criticar las opiniones de una actriz que, guste más o menos en su actividad profesional, y suscite mayor o menos simpatía por la franqueza en sus declaraciones, no tiene nada que demostrar a estas alturas. Una simple búsqueda en la red arroja el resultado de más de 90 películas en su haber, sin contar cortos y series de televisión, y ha sido dirigida por los ya nombrados Almodovar, Aranda, Barden y Díaz Yanes pero también por Saura, Mario Camus, Borau, Gutierrez Aragón, Jaime Chávarri, Armiñán, Martínez-Lázaro, Barry Levinson o Richard Lester, entre otros.
La entrevista es muy interesante porque el personaje da juego, habla sin pelos en la lengua y dice lo que piensa, lo que en esta sociedad pazguata, es de agradecer.
Y sí, por encima de gustos personales en lo que a EEUU se refiere y a su «american way of life», del cine de hollywood que nos llega todos los años, se salvan no más de 10 películas anuales, y fundamentalmente de los pesos pesados que aún siguen apostando por un cine de calidad (que tienen el suficiente prestigio para poder filmar lo que quieren, a pesar de su edad), como pudiera ser el caso de Woody Allen, Martin Scorsese, Steven Spielberg…o nuevos valores como Denis Villeneuve o Damien Chazelle por citar dos. Lo dicho por la entrevistada sobre la calidad de los guiones (mayoritariamente remakes, biopics y películas de super héroes) y sobre la nula capacidad del director de turno para montar y acabar sus proyectos es rigurosamente cierto, guste a quién guste. Por cierto, ya nos gustaría a nosotros tener una industria cultural digna de llamarse así, al menos en lo que a cine se refiere, pues la cinematografía francesa en un tesoro del país vecino que haríamos bien en respetar y fomentar, y en la medida de lo posible, replicar aquí.
Saludos,
http://www.nuvol.com/noticies/un-cami-per-salvar-el-cinema-catala/
Molt interessant reflexió sobre el sistema francès de promoure el seu cinema.
Única e irrepetible Victoria Abril, gran mujer y enorme actriz
Pingback: Who is Victoria Abril, contestant of 'MasterChef Celebrity 6'? - The News 24