Mientras escribo estas líneas, Willie Nelson y Trigger están a punto de cumplir cuarenta y ocho años juntos. Son apenas meses hasta sus bodas de oro. El más legendario forajido del country estadounidense, a sus pletóricos ochenta y tres, tiene dicho que no volverá a pisar un escenario si Trigger muere antes que él. Y no bromea. Varias generaciones hemos nacido, crecido y vivido toda nuestra vida entera sin conocerle otra compañera. Ella siempre ha estado ahí. Y no habrá más música de Willie Nelson cuando Trigger falte. Ambos son una misma cosa.
Han vivido más cosas juntos que la mayor parte de las parejas que usted y yo conozcamos. En una ocasión, Willie la rescató de entre las llamas, cuando su casa de campo en Texas sufrió un incendio que la arrasó hasta los cimientos. Años después, otra clase de calamidad estuvo a punto de interponerse entre ambos. El Gobierno estadounidense reclamaba impuestos atrasados a Willie, algo que podía suponerle la cárcel. Y bien, una de sus principales preocupaciones consistió en evitar que el asunto afectase a su querida Trigger. Horrorizado ante la posibilidad de que pudiese terminar en manos de otros, hizo que la llevasen a Hawái. Un exilio de urgencia. En Hawái permaneció, escondida como una fugitiva, separada de su angustiado Romeo, hasta que pasó el temporal, Willie hizo frente a sus deudas y pudieron volver a estar juntos. Imaginen cuántas otras decenas, cientos de historias podrían contarnos. A Trigger se le leen en su maltrecha faz; lleva años moribunda, o pareciendo moribunda, pero resiste. Todos sabemos que Willie la cuida con una atención que para sí quisieran muchos hijos de sus padres; si no, resultaría difícil explicar cómo no se le ha muerto en sus brazos. Porque está vieja; muy vieja y muy maltrecha. Se diría que una mirada basta para partirla en dos.
Nunca adivinarían cómo se conocieron. Fue una cita a ciegas, como en las malas comedias románticas. En 1969, Willie todavía no era el mito viviente que es hoy. Apenas acababa de dejar atrás los trajes y las corbatas, pero ya había escrito un puñado de clásicos para otras voces, alcanzando la inmortalidad (¿o de verdad pensaban que Patsy Cline escribió «Crazy»? ¡La canción destila Willie Nelson por todos sus poros!). Pues bien, sus nupcias con Trigger no fueron las primeras. Perdió su anterior guitarra cuando alguien la pisó entre bastidores —cuánto no sufrirán los instrumentos detrás del telón—, dejándola inservible, más allá de todo socorro. Apesadumbrado, Willie recibió las malas noticias del lutier: aquella guitarra no tenía arreglo. Y Willie no se conformaba con cualquier guitarra. Hombre de instinto y corazón, pareció perdido. Y fue entonces cuando le hablaron de ella. Por teléfono. Willie ni siquiera la había visto, ni mucho menos la había tenido entre sus manos, pero por algún motivo se decidió a comprarla. Juntó los setecientos cincuenta dólares que le pedían y adquirió una nueva guitarra que todavía hoy, medio siglo más tarde, es una parte inseparable de su organismo. La llamó Trigger («gatillo») en homenaje al caballo de otro mítico cowboy, Roy Rogers, héroe de las películas del Oeste. Junto a Trigger dejó de ser un compositor en la trastienda y se lanzó al frente con su voz quebradiza y sus temblorosos solos, arrebatando el corazón de los estadounidenses primero, y de cualquiera que sienta algo por la música después.
Casi todos los guitarristas acostumbran a tener una guitarra fetiche, es cierto. La bautizan como si fuese un bebé, y la nombran en las entrevistas. Algunos utilizan su guitarra favorita en las giras, aunque también es común que las guarden para protegerlas de los elementos. En cualquier caso, nadie está tan unido a la suya como Willie Nelson. Se niega a ponerla en una vitrina, por más que Trigger muestre las heridas de cinco décadas de fogoso romance. Porque Trigger es una guitarra clásica al modo español, pensada para que alguien pulse las cuerdas con los dedos. Pero Willie lleva cinco décadas usando una púa. Y la púa golpea una madera desprovista de protección que, al cabo de miles de ensayos y actuaciones, ha cambiado arañazos por raspaduras, raspaduras por grietas, hasta finalmente quedar agujereada sin remedio. Está a punto de deshacerse. Un pequeño golpe, un descuido, un tropiezo, terminará con su vida en cualquier instante. Pero Willie no quiere separarse de ella. Rechaza la idea de actuar con otra guitarra. Poco le importa que queramos verle continuar en activo porque necesitamos su voz y su presencia. Nos lo ha avisado: cuando Trigger no aguante más, él colgará las espuelas, y la música se quedará sin su bandido con trenzas de indio. Es el único músico a quien he escuchado decir algo así.
Me niego a pensar en el día infausto en que Willie no esté, como él se niega a pensar en el día infausto en que Trigger le haya abandonado. Es muy fácil entender a Willie. Nadie entrega su corazón a algo, o a alguien, para recrearse en la certeza de que algún día, de alguna manera, lo perderá. No tendría sentido. La vida es el hoy, el mañana no existe, así que, ¿por qué guardar su guitarra para mañana? Willie tiene ochenta y tres años, Trigger sangra por una herida mortal. Pero la voz de Willie no se ha apagado y la madera de Trigger, hendida y frágil, todavía aguanta. No serán eternos, porque nada lo es, pero estoy convencido de que morirán juntos… y eso es más que suficiente.
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¡Gracias!
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